Esta respuesta la pienso desde la base en donde Touraine coincibe a el denominado modelo democrático social, el cual ya no corresponde a la realidad, incluso para las numerosas personas que lo apoyan y que consideran que, de una u otra manera, se deberá revitalizar. Sin embargo, para comenzar a entender ciertas tendencias predominantes, creo que antes debemos identificar la situación de la que hablamos y ver cómo podemos definirla.
En casi todas partes, el poder del dinero ha sido reemplazado por el poder del Estado. Estos Estados, que podríamos definir como voluntaristas o de movilización, adoptaron una amplia variedad de formas, desde lo mejor hasta lo peor. En Europa y otros países hemos vivido un periodo de gobiernos socialdemócratas, que adoptaron sus formas más elaboradas en los países escandinavos. Unos años más tarde, se instauró el amplio dominio de los regímenes comunistas. En otros lugares surgió el poder de los Estados nacionalistas anticolonialistas o poscoloniales, mientras que en América Latina y en otras regiones del mundo nacieron regímenes 'nacionalistas-populistas'. A estas categorías debemos sumar otras dos muy diferentes, de hecho opuestas, que han desempeñado un papel igualmente importante. Una de ellas son los Estados autoritarios tradicionalistas que prevalecieron en el Mediterráneo europeo, como España por ejemplo.
Desde los años 60 ó 70, nos encontramos en una fase caracterizada principalmente por el declive de estos Estados voluntaristas y movilizadores. Hace un siglo, se desafiaba al poder capitalista, y los actores políticos y sociales conocían un movimiento de auge, mientras que hoy sucede todo lo contrario. De esto se desprende que, en primer lugar debemos reconocer que mientras hace un siglo el escenario histórico estaba tomado por actores políticos, ideológicos e intelectuales, en la actualidad éstos comienzan a escasear. Las fuerzas de transformación, considerando el declive de los Estados de movilización y voluntaristas, son hoy esencialmente de carácter económico. Por ello, de una forma u otra, dominan en todo el mundo las políticas de ajuste de corte liberal ortodoxo.
Los regímenes socialdemócratas que aún se mantienen en el poder han tenido éxito porque han adoptado las políticas liberales no han llevado el capitalismo a estos extremos, pero en todas partes, desde Europa del Este hasta América Latina, reconocemos esta gran inversión de las tendencias históricas.
La forma que adopta es a veces moderada y otras extrema, pero ahora estamos siendo testigos del ocaso del Estado de movilización. Debo decir que esto, desde luego, no significa que ahora el mundo está unido y que ha adscrito a un modelo único que señala el fin de la Historia, un modelo basado en una combinación de economía de mercado, democracia liberal, tolerancia cultural y secularización. Esta fue la visión de la situación mundial que sostuvieron algunos observadores durante sólo un par de años. En esta situacion creo que es fundamental, es que este auge del liberalismo que ha logrado. Acabar con el Estado de movilizacion actual, no prefigura la construcción de un modelo alternativo de sociedad. Se trata más bien de una fase de barrido y eliminación. Es decir, no es un modelo, porque el liberalismo no tiene un modelo de sociedad. Todos los controles que el mundo de la política ejercía sobre la economía están siendo eliminados, ya sea por razones políticas o ideológicas,
o como respuesta a los intereses de influyentes grupos de presión y de nomenclaturas. Esto tiene una importancia fundamental, e incluso me atrevería a decir que parece casi imposible, a la luz de la experiencia actual, no pasar por este proceso de dimensión mundial. Los pocos países que han intentado sustraerse a este proceso son los que hoy en día conocen más dificultades. El coste social de este rechazo o retraso es abrumador. Por lo tanto, aunque nos opongamos a esta forma de desarrollo y aunque deseemos algo diferente, el fenómeno existe. Ya no tiene sentido pensar en la conveniencia de dar el salto hacia el liberalismo, puesto que casi todos los países ya lo han dado. Ahora se trata de cómo reconstruir el control social sobre la actividad económica. La primera observación que formularía antes de abordar esta cuestión, es que actualmente asistimos a una especie de proletarización a nivel global. Me refiero a la destrucción o 'deconstrucción' de los controles políticos, ideológicos y legales, con el resultado de que el mundo en su totalidad se está dividiendo en dos, o se está convirtiendo en un fenómeno 'dual', como lo expresarían algunos latinoamericanos. En cada uno de los individuos, en cada ciudad y país, en un nivel global, vemos cada vez más claramente una diferenciación entre las actividades que forman parte del sistema de intercambio mundial y las actividades marginadas, excluidas o "informales", cualquiera sea el término adoptado. En nuestro pensamiento hay una parte que se entrega al juego de la razón instrumental y la tecnología, y otra parte que ha sido marginada, o encerrada junto a todo aquello que es reprimido por este mundo de racionalidad instrumental, es decir, junto a las raíces culturales, la identidad personal, la sexualidad y la fantasía. El sistema mundial se encuentra dividido y se está volviendo contra sí mismo.
En primer lugar, la dimensión mundial del fenómeno ha originado, como he mencionado al principio, la rápida destrucción de los sistemas de control de la actividad económica (los sistemas políticos, sociales, legales y culturales). Están desapareciendo instituciones de todo tipo. Luego debido a la desaparición de estos sistemas de control, vemos cómo triunfa, en sus formas más diversas y contradictorias, lo que seria definido como el individualismo. La idea de los ciudadanos como individuos identificados independientemente de los grupos sociales y culturales tradicionales a los que pertenecían, era un rasgo de los estratos medios y altos en algunos países, incluidos por la filosofía de la ilustración. Ahora los ciudadanos se han transformado en consumidores, y ésta es una realidad que cabe reconocer a nivel global. Entonces, las fisuras y fracturas que he comentado aparecen y se extienden en un mundo sin instituciones, un mundo cuya perspectiva es a la vez global e individual. El contexto estaba definido por el trabajo, la producción y las relaciones de producción, las clases sociales, los derechos sociales, el derecho al trabajo, etc. En la actualidad, diría que los problemas que observamos tienen que ver con los fines de la actividad colectiva y no con los medios y que, por lo tanto, generan problemas relacionados con la cultura y la personalidad. Esto está vinculado al hecho básico de que durante el siglo pasado nuestros esfuerzos para transformar el mundo repercutían fundamentalmente en la naturaleza, mientras que los nuevos poderes de transformación repercuten fundamentalmente sobre los seres humanos, con el resultado de que si bien antes éramos dueños y amos de la naturaleza, como decía Descartes, ahora actuamos sobre la realidad de la cultura, la personalidad y el individuo, los cuerpos y las mentes de los seres humanos. Nuestros esfuerzos incluyen no sólo en las técnicas y los instrumentos, sino también en los valores y las normas.
Existe un debilitamiento del control social y político. Actualmente vivimos en sociedades de producción o transformación, sociedades en permanente cambio que jamás alcanzan un equilibrio en el plano del orden social. Esto produce un aumento espectacular de anomia, en paladras de Durkheim. Nos encontramos en un mundo de movilidad, de migraciones y cambiantes modelos de consumo. El poder de los mercados despierta reacciones defensivas que pueden ser evaluadas, y de hecho deben serlo, de maneras muy diferentes. Estas reacciones distan mucho de ser uniformes, pero provocan una oscilación vacilante y permanente entre los atractivos del progreso y los atractivos de la tradición Cada uno de los grandes países europeos se constituyó como tal a partir de países más pequeños, o de las sociedades locales. Estos países eran multiculturales, multiétnicos, y heterogéneos.
Este equilibrio político entre progreso y tradición, entre ser y hacer, entre atributos y logros, se ha modificado. Nos encontramos en una sociedad de logros, aunque también asistimos a un retorno a los atributos, a la pertenencia en términos de la identidad nacional, étnica, religiosa, local, sexual y familiar. De modo que podríamos decir que existe una disociación entre cuerpo y mente, entre memoria y juicio. Aquello que solíamos llamar modernidad, humanismo o democracia se caracterizaba por la integración y, desde luego, no por la agresiva victoria de un elemento sobre otro, como se ha afirmado. Hoy en día, se ensancha la brecha entre quienes viven en un mundo de cambio y de mercados, y quienes viven en una identidad restablecida violentamente, de una cultura individual o colectiva.
El individualismo entonces va a ir en términos culturales, el mundo actual vio la luz cuando descubrimos que el individuo y la sociedad no se correspondían. Nietzsche y Freud nos dijeron que el individuo no era, a diferencia de lo que postulaba el periodo clásico, un ser en el que las pasiones estaban sometidas a la razón, un ser que se comportaba, por así decir, de la misma manera que Dios cuando creó el mundo.Para Freud el mundo de Eros, de la libido, y el mundo de la organización racional, así como el principio del placer y el principio derealidad, están regidos por un antagonismo, y la existencia humana, tanto en su vertiente individual como colectiva, es el tratamiento ineluctablemente defectuoso de este antagonismo. Estamos lejos de la idea griega o clásica del individuo, según la cual la sociedad, el individuo y el mundo se encontraban en armonía como manifestaciones diferentes de la razón.
Otro aspecto importante es que el triunfo de este tipo de individuación es el rasgo distintivo verdaderamente cultural de nuestro tiempo y una nueva manzana de la discordia en el seno de la comunidad. La cuestión es, sin duda, la individuación. Lyotard encontró un gran eco cuando habló del final de las grandes ideologías históricas, las ideologías del liberalismo, el socialismo y, sin duda, de otras. Lyotard sólo acertó a medias, porque si bien es cierto que asistimos al ocaso de las grandes ideologías históricas, éstas han sido reemplazadas por el reconocimiento de la vida de los individuos como ideología, Todos intentamos individual y colectivamente, hacer de nuestras vidas una narrativa, es decir, darles un sentido. Intentamos darle importancia a cada acción en relación a la construcción del significado general de la autorreferencia de las vidas individuales. Todos compartimos la conciencia de la individuación. Nuestros esfuerzos ya no se centran, en ningún caso, en la supremacía de la razón, en el desarrollo de un sentido de la historia o en el cumplimiento de la voluntad divina, aunque hay quienes observen esta definición de valores en una determinada sociedad.
Todas estas formulaciones están hoy en día subordinadas al esfuerzo de garantizar a los individuos y a las comunidades la libertad para construir el sentido de su propia existencia. Sin embargo, es precisamente en torno a este punto que surgen los principales conflictos. Los conflictos de nuestro tiempo no van sobre la propiedad de los medios de producción sino sobre la apropiación de la individuación. Sin que piensan que ser un individuo significa liberarse de las garras de determinadas identidades de grupo, y gozar de las bondades del consumo y la comunicación. Para ellos, el punto cúlmine de la individuación consiste en responder a las demandas y necesidades que se expresan en el mercado, o incluso fuera del mercado.
Otros piensan que consiste en permitir a cada individuo y comunidad que no se le identifique en términos de factores externos, por el mercado ni por los amos del mercado, y permitir a cada cual construir su propia experiencia combinando, la memoria con el juicio, las referencias a la identidad colectiva con el desarrollo de las aspiraciones individuales. El lugar donde se encuentran las soluciones y se inauguran los procesos de institucionalización, ya no es la nación o la humanidad. Sino que va a ser el individuo, y aquello a que aspiramos en la actualidad son formas de vida comunitaria que permitan a todos, en la medida de lo posible, ejercer su capacidad para definirse a sí mismos como sujetos.
Reconocer que la democracia no es el "poder para el pueblo" sino que va a ser el reconocimiento del otro y el reconocimiento de la diferencia en la comunidad, tanto en lo que concierne a las leyes como a las orientaciones culturales, es por esta parte donde hago una analogia de la obra de Negri, o mas bien desde la obra de este.
No se trata de una mera cuestión de procedimientos, ni siquiera en el sentido más noble de la palabra. la modernidad exigía abolir el pasado. Las cosas nuevas se construyen con lo nuevo, tal era la idea tradicional de desarrollo. Ahora sabemos que siempre se construyen cosas nuevas con otras viejas, y que la modernidad no consiste en borrar el pasado, sino en incorporar todo lo posible del pasado en todo lo posible del futuro. El signo más seguro de que entrabamos en la modernidad era teniamos un interés por el pasado. Esto significa entonces una busqueda por el orden y progreso. Debido al hecho de que no adoptamos la perspectiva historicista o evolucionista que predominaba a finales del siglo pasado, lo que ahora buscamos es recuperar el sentido de la paz, y el sentido de la unidad de un mundo que no debe estar dividido.
Creo que estamos viviendo una división mucho más profunda y fundamental del mundo que la que vivió Europa en el siglo pasado. La historia o mas bien la filosofía de la historia solo comprendería en hecho desde afuera ya que no va a hacer una explicación científica de la realidad social sino que va a ser una observación empírica solo en el nivel de los hechos sociales no va a ser una reducción de la historia en acontecimientos, así tampoco va a lograr una identificación de del observador con el actor, sino que va a responder las motivaciones que van a determinar la acción, lo que en si no va a aclarar nada ya que no se va a lograr una conexión del por que se realizo su acción, sino que va a significar identificar el por que de la acción, no solo nombrarla, cuestión que el progreso de la historia de las sociedades no debe reducirse a un análisis cronológico.
En este sentido es posible volver a destacar como fue el régimen totalitario en Chile, debido a que este ocurrió dentro de la historia, pero es ahí donde queda la incertidumbre de cómo este en realidad ocurrió, o más bien cabe la pregunta del por que ocurrió, cuestión que a la historia no le concierne, debido a su carácter que va en la línea del tiempo. Sin duda como una totalizadora modernidad, en el sentido de cómo este acontecimiento afecto a la institucionalidad del estado, desde lo pasado hacia el presente.
Seria posible entonces hablar de una reconstrucción de una institucionalidad, en mi opinión no , debido a que no se podría evitar una consensualidad engañadora que viene disfrazada de poder, en el sentido de tomar a este como reconciliación, es decir que no se puede obligar a olvidar, lugar donde entraría otra vez en juego la historia siendo esta considerada como realidad social.
Autor:
Victor Gutierrez Universidad Arcis Escuela de Sociología