- Interview a Carlos Kuraiem
- El Canto del Gallo Rojo
- Comentarios sobre la obra de Kuraiem
- Manifiesto
- Cita de versos
- Notas
Kuraiem leyendo a la luz del poema y de los jóvenes poetas.
Interview a Carlos Kuraiem
– ¿Qué significa la Literatura para usted?
Kuraiem: Tal vez no se escribe porque pasan cosas, sino para que empiecen a pasar…. Es un día decir: los libros somos nosotros… la literatura expande el amor, el conocimiento, es un Banco de sensaciones, donde todos los días tenés que aprender a hacer un poema, saber mirar el paisaje invertido, vivir en un latido el desafío de la sangre… Literatura es lo que la gente cree no necesitar…
ni el amor / ni el poema que escribimos / es nuestro.
– ¿Puede hablarnos de la nostalgia en la poesía?
Kuraiem: No tengo minutos, tengo eternidad… mi poesía se rebela… siempre escribí, compuse música y publiqué al ritmo del fragor de las circunstancias que relato…
Hay que vivir como si ya todos te hubieran olvidado.
– ¿Cómo define su propia escritura?
Kuraiem: Un delicado universo de simple apariencia y compleja construcción … robé todas las palabras/ y estoy tranquilo… en mis versos se entrelazan ternura y firmeza y un motivo ineludible para la lucha, mi escritura disuelve las ideologías.
La realidad y yo no somos compatibles.
– ¿Qué es el arte en la vida de un hombre?
Kuraiem: Es algo así como decir: A qué esqueletos / continuamos / pidiéndoles los huesos… es el único registro real y verdadero de nuestro paso por la vida… quien puede transformar el espacio, es un artista; y quien es capaz de renovar el lenguaje, es poeta…
¿Cómo reconstruir un lenguaje? ¿Cómo se hace una mañana? ¿De qué, de cuántos disímiles sonidos se crea el canto?
– ¿Cuáles son sus prisiones?
Kuraiem: Sobreviví a dictaduras, decenios y escarnios… mi canto y mi palabra me han hecho el más libre… a mí, las raíces me crecieron para adentro, conocí la lucha existencial y mi música y mi poesía me salvaron…
Todo poeta es ilegal.
Yo, como en las Mil y una Noches, voluntariamente inventé una manera de contar, como estrategia para retrasar mi muerte; y cada vez que llega el instante de ser inmolado narro una leyenda fabulosa que dejo suspendida en el momento más emocionante, como en una novela por entregas sembrando la intriga en el espectador y deteniendo mi ejecución hasta que el mundo caiga rendido ante los encantos de la Poesía convirtiendo su odio en amor.
El Canto del Gallo Rojo
de Carlos Kuraiem
Libro
El canto del gallo rojo
El canto del gallo rojo recorría la mañana
y el viento movía de un lado a otro
las hojas que se acumulaban de noche en el patio.
Una mano dormida pantallaba el brasero
-en esos tiempos las estufas eran un artículo de lujo-
y mi padre discutía de dinero con mi madre
que lloraba y decía: «No alcanza para nada…»
La pava hervía sobre la hornalla
de la cocina a leña
y mi padre que se quemaba al sacarla
insultaba a mi madre,
tomaba uno o dos mates que no acababa
y salía de la casa.
Yo le pregunté a mi madre
pero ella estaba demasiado ocupada llorando
y nunca supe qué lo preocupaba a mi padre
hasta que fue tarde.
Ellos jamás hablaban del futuro
porque estaban atados de manos y pies
a las deudas del almacén.
Recuerdo el piso de tierra
la lámpara a kerosén
el vidrio roto de la ventana de la cocina
y la lluvia que salpicaba en el patio
y adentro de la casa
***
Los sueños de Carmelo
Carmelo se jugó la Biblia al monte
porque ya no tenía con qué apostar
y la perdió
«¡Que Dios lo perdone!»
exclamaban las maestras
en la vieja escuela Nro. 45
y Carmelo juró que mañana
volvería a jugar con dos Biblias
y lo echaron
porque pensaron que ya
no lo podrían corregir
ni lo intentaron
Carmelo creció y se hizo grande
y quiso ser actor dramático
Nos lo dijo un día
que se apareció en el barrio
con un libro de Laferrere debajo del brazo
y arrodillándose en medio de la vereda
nos interpretó (con verdadera pasión)
un fragmento de una obra de Shakespeare
y nosotros lo aplaudimos
porque la madre estaba contenta con su hijo
y lo miraba desde la platea de su puerta
¡Carmelo como los grandes actores
quería morir sobre un escenario!
Carmelo un día se compró un carro
un caballo viejo y se consiguió un perro flaco
que lo seguía a muerte
(Los vecinos miraron con desconfianza
cada uno de sus pasos esta vez)
Carmelo se cuidaba la garganta
-porque ahora cantaba-
mientras tanto para vivir era botellero
un trabajo como cualquier otro
y juntaba botellas
compraba vestidos rotos
y cubiertas de autos
ya descartadas
y los domingos descansaba el caballo
y el perro
Carmelo era feliz
porque lo que ignoraban los vecinos
es que este era un medio
que le permitiría con el tiempo
alcanzar su verdadero sueño de cantor
***
Mary
Mary tenía el vestido subido a la cintura
y Franco la acariciaba
y la sujetaba de atrás
Mary se agitaba y con sus manos
de uñas pintadas
se afirmaba al estante
donde se movían las botellas de aceite y vino.
Mary era la dueña del almacén
una hija de italianos rubia y bajita.
Yo había ido por un sifón
ese mediodía
y encontré la persiana baja
y sentí murmullos adentro
y respiraciones agitadas
y que él después de muchos no y sí
la tenía convencida de que a esa hora
ya no iba a venir nadie.
Yo entré y la vi a Mary
con el vestido subido a la cintura
de espalda al hombre que le palpaba
los pechos, le mordía el cuello
y le hacía el amor
Salí corriendo, ni vi el baldío.
En casa me retaron mucho
porque mi padre tuvo que apurarse el vino puro
y le hacía mal.
A la tarde Mary
me andaba buscando y en su casa me dijo
que nadie debía saberlo y compró
con unas revistas mi silencio.
Linda la Mary almacenera;
traidor el barrio chico.
***
Maestras
Un cielo azul y blanco.
Desde mi banco de madera, sin moverme,
puedo espiar el patio de la escuela:
Cruza el portero,
–ruido de llaves-.
Puertas que abren y se cierran,
teléfonos que dejan sus mensajes.
La maestra me llama la atención:
Guardapolvo blanco,
manos frías.
Pizarrón oscuro,
como mi aula.
***
Fundadores
En invierno no se resiste la sombra de los árboles
y salgo a recorrer las calles y ver
a dos vecinos tomando mate y conversando
de puerta a puerta
y sé por primera vez qué es la política.
El oficinista reniega
con el coche que no arranca
su mujer sale en batón a consolarlo
y decirle que baje la voz.
La señora del albañil
arrastra con pereza la escoba que no barre.
La del mecánico
tiene ojeras pronunciadas y apura el paso
envuelta en su echarpe arreglándose el cabello
antes de entrar al almacén.
-Anoche habrá hecho el amor
con su marido-
pienso y sigo.
En la esquina chocan los paraguas
un fumador tose y se toma el pecho
y un piedrazo se estrella
contra la claraboya de una terraza.
-Qué puntería-
Digo.
¡Los fundadores del barrio salen para sus trabajos!
y todos saludamos a todos
sin quitarnos las manos de los bolsillos.
***
Miguel
El no vende su mandolina.
Todo el año trabajó de albañil
rompiéndose las manos con la cal
y esperando diciembre
en que saca la silla a la vereda
y pulsa la mandolina.
No necesitan más que cuatro cuerdas
sus manos
para arrancarle los sonidos
de su provincia
-él hunde en ella su canto-
él sólo pide cuatro cuerdas
para llegar a las estrellas,
dormir la tarde en su rodilla
y a las doce de la noche parar
guardar la mandolina en su estuche
y tomarse todo el vino
que encuentre en la casa,
-él no la cambia ni por un pasaje
a su provincia-
porque cuando la toca
tiene a toda su tierra bailando en sus manos.
***
El perro de la tormenta
Un día de pólvora antigua
lo vi llegar y detenerse
a dos pasos del árbol de mi caída
en la neblina brillaban
sus zapatos negros de cabritilla
su poncho marrón provinciano
su faja roja y su boina gallega
el hombre que me miraba con todo su cuerpo:
era Pepe Feal
y recordé el trabuco de plata
el rebenque trenzado
una yegua llamada coca
y el perro de la tormenta
Pepe Feal
caminó a mí pisando la tierra amarilla
cargando una valija en su mano
cuando todo el barrio dormía
Y en el mármol de su puerta
bajo la sola luz de la losa
me habló en pasado
y me enseñó cómo se degüella un chivo.
***
Las luces del arca marean
En este lugar donde las piedras son el camino,
canto.
Una pala ancha como un corazón
se arrastraba por el piso,
más allá crecían las cañas
y en la huella, el Sicilia,
maldiciendo el dinero
y entregándose al trabajo
por un vino.
Murió al pie de su montaña,
en el bolsillo le encontraron una botella,
una mecha húmeda
y un fósforo que no prendió.
Las cañas siguieron creciendo bajo el cielo,
otros ladrilleros fueron enterrados en una huella
y arriba pasaron carretas cargadas de piedras.
Tiempo de fogaratas,
mucho antes de que mi amigo Popey
me llevara a trabajar con él
en la fundición de vidrio.
Cuando las mariposas llegaban en bandadas
y nosotros éramos los dueños de las veredas.
Y si uno hoy no tiene nada,
es como dice Doña Blanca,
porque se la pasó tirado bajo los árboles,
metido en los baldíos
o cazando ranitas en la zanja
y nunca tuvo cabeza
para los negocios.
Uno está solo cuando se queda sin canto
y el camino pasa a su lado y no lo lleva.
Música es el beso de mi madre,
la tintorería de Lorenzo,
mi tío Armando
a quien perseguían los espíritus
y le gustaba bromear;
el gesto de Don Romero,
el canto del gallo rojo
el carro de Blas entrando de culata
y el grito brutal que ordena
Panga y el camión de los repartos
la calle Perú donde nací
la hermana del turco
que murió quemada
y las luces del Arca que marean.
***
Mirábamos el mundo
Nos subíamos a algún árbol
ocultando nuestras culpas
del regaño de los viejos,
por un vidrio que sin querer
quebramos de un hondazo.
Pasábamos horas contando
las estrellas en nuestros cuerpos
sentados en el regazo de las ramas.
Mirábamos el mundo desde arriba
cuando pibes.
Abajo era el tiempo
de la vida en alpargatas.
***
Vecinos
Don Juan picaba cascote y me decía:
«De músico se sufre mucho, pero si es lo tuyo
no hagas caso a lo que diga la gente del barrio»
y paraba la maza en el adoquín
y mirándome de nuevo agregaba:
«¡Quien no sufre no puede ser un buen músico!».
Yo le decía si me dejaba y él
«Pasame los blandos»,
y picábamos juntos
en el baldío de al lado de su casa
en aquel verano de mariposas sueltas,
lo recuerdo, descamisado y todo su cuerpo
cubierto de vellos.
¡Parecía un bisonte en su grandeza!
Yo trabajé con la guitarra
y cuando necesité la camioneta
supe que Don Juan dijo: «Si es por su bien
todas las veces que quiera».
Y recordó una mañana de lluvia
en que se encajó con el rastrojero
que bramaba y patinaba sobre sus ruedas en el barro
sin que el caballo del kerosenero
lo pudiera sacar
y mi padre, un hombre solo que salía para el trabajo,
dejó la vianda
y de espalda al paragolpe delantero
la movió de la huella
¡Ninguno se olvidó nunca de aquellos brazos!
Don Juan, en aquél verano de barriletes de cañas,
-mientras otros perdían el tiempo de su vida-
él, picaba cascote y parando la maza
en el adoquín, me decía:
«Tocame algo en la guitarra».
***
La madre de Aldo
La madre de Aldo
era fuerte como el olor del jazmín
y se daba siempre
Pañoleta de los tiempos
quiero urdirme
en tu trama de colores
y en sus hombros
hamacarme
que me lleve el viento
Quién me da un empujoncito?
Quiero tocarle la frente
con la mano
***
Pedro Loco
El que camina mirando el cielo
no ve los cardos
y Pedro Loco
se subió
a buscar la estrella
que cayó
en el techo
de Pascual el Carpintero
que lo corría con un palo.
***
Luis
(Canción)
Se rayó el sol de tus ojos;
tu cuerpo sólo se quedó,
desgastándose en el tiempo
y tu alma se voló.
Voló.
Voló.
Voló.
Más allá de los astros
yo te puedo imaginar,
y hasta me pretendo ver
tu sonrisa tan real.
Real.
Real.
Real.
No se puede olvidar a un amigo:
Luis.
De tu voz ya no se escuchará
-cantando en la vida ya jamás-,
aquellas vivas palabras:
-¡Mamá!
-¡Luis!
-¡Mamá!
***
El Monte Dorrego
Quien no pisó una calle de tierra descalzo
no puede saber qué es la vida.
Quién pudiera volver a hundirse
en una huella de carro
y seguirla hasta que muera
y cansado tenderse a lo largo de ella
esperando que setiembre
nos prenda en el cuerpo.
Para nosotros
los que trabajamos de chicos
el mundo cabía en la huella que se abría
de casa hasta el Monte Dorrego.
De alguna ventana
una señora italiana
nos daba una jarra de agua fresca
-que pedíamos-
y mientras nosotros la apurábamos,
exclamaba como desentendida:
«¡Qué lindos animales!»
y después nos preguntaba:
-¿Qué sale aquella?
-¿Cuál, la mochita?
-Sí.
-No, ésa no se vende.
-¿Y para qué la tienen?
-Para dar leche.
-¿Y la otra?
-¿La de manchas blancas y negras que lleva la campanita?
-Sí, esa.
-Ah! esa sabe mi papá.
Y quedábamos en averiguarle el precio para mañana
pero al otro día cuando volvíamos a pedirle agua fresca
se había olvidado de la conversación.
Nosotros tampoco le decíamos nada.
***
Día festivo
Las campanas de la Catedral de San Justo
anuncian día festivo
y todos nos despertamos con otro humor
«Hoy no se trabaja»
Le oigo decir a mi padre,
y mi madre se queda un rato más en la cama
Afuera el vecino pinta la casa,
otro limpia el tanque,
otro poda el árbol
y una vecina barre más abajo de su ojo
que fotografía la vida de las visitas que llegan
Las ventanas no se callan al abrirse
y todos enteran a todos de lo que soñaron anoche
Algunos salen a pisonar las calles de tierra
-cuando llueve el carro se encaja
y el caballo no lo puede tirar-
Los almacenes atienden hasta el mediodía
y ya de golpe se vino la tarde
-La gente se excusa y siempre se están
debiendo algo-
El cura de la Catedral
se cansó de tocar las campanas y se fue,
pero todos en sus casas y en sus puertas
ríen sin detenerse un instante.
Comentarios sobre la obra de Kuraiem
(O lo que dicen en el barrio…)
***
Kuraiem: una sombra que ilumina.
En un lenguaje capaz de restituir el peso de la presencia, Carlos Kuraiem opone a las tropas virtuales su mano, su gesto y una sombra que se proyecta sobre la realidad y la ilumina.
A lo largo de toda su evolución, la poesía de Kuraiem es una muestra de profundidad reflexiva, sin mecanismos efectistas, poesía que no saca los pies de la tierra, visualización de los juegos cotidianos que conducen al des-cubrimiento de la geografía humana, su abnegación y sus dolores tan profundos como antiguos.
Hay en El canto del gallo rojo personajes y hechos cotidianos moviéndose libres y auténticos en la memoria. Recuerdos animados que no pretenden jerarquizar el pasado, sólo reclaman ser nombrados, reconocidos como parte de lo esencial que nos compone y nos sostiene conmovidos. Como Miguel, que "sólo pide cuatro cuerdas para llegar a las estrellas", o Pepe Feal "me miraba con todo su cuerpo".
Y si vamos a hablar de una fuerza que se expande en este libro, hablemos de ternura, ese suave esplendor contenido que inunda a quien se busca y muestra en la intemperie, como lo hace Kuraiem en el poema "El canto…"
Poesía de quien sabe habitar el silencio, la Obra poética de Carlos Kuraiem, es un acontecimiento del que se nutren los sentidos y se revitaliza el pensamiento, no ante la imagen conspicua de "la verdad" sino ante la provocación de lo que está siendo verdadero.
Silvia Marina Crespo, Poeta y Artista Plástica, 2007.
***
Mucho se habla de la prosa poética, más de lo que los pocos practicantes de la disciplina hayan soñado. Se habla y no se practica, y es que nosotros, los argentinos, tenemos como costumbre extendernos en los delirios verbales, en la vanidad y en las artimañas con el fin de mostrarnos unos a otros. Estamos ahora frente a El Canto del Gallo Rojo, de Carlos Kuraiem, y es posible que con un poco de buena voluntad y otro poco de lectura superemos alguno de nuestros defectos cuando comprendamos el profundo sentido de «… el camino pasa a su lado y no lo lleva…»; «El que camina mirando al cielo/ no ve los cardos…»; y muchos otros versos de una rara y lamentablemente desaparecida ética.
Ricardo Rubio, Poeta, narrador, dramaturgo, 1995.
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El Canto del Gallo Rojo, de Carlos Kuraiem. Un grito contra toda forma cotidiana de opresión. No intenta quedar bien con nadie. Ni la escuela -último pilar del viejo estado– se salva. Sin embargo hay un gesto de ternura.
Lenguaje coloquial pero no chabacano. Cuidado. Formas propias de la intriga que pueden chocar contra la poesía entendida como arte del silencio. Hay una vuelta a la vieja costumbre de contar.
Es un desafío que intenta apresar en el fluir de la acción la maravilla de las percepciones y los movimientos interiores del lenguaje involucrados estrechamente con el pensar lo cotidiano.
Busca la complicidad, la solidaridad del lector no de forma pasiva sino desde el nivel de las expresiones y no simplemente del contenido.
Patricia Verón, poeta, escritora, 2003.
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El mundo llega apenas a los confines del canto del gallo.
De las cañas al Monte Dorrego, para el niño que conduce una línea de chivas y pisa en patas la calle de tierra.
¡Qué envidia! no haber tenido un vecino «Don Juan» de parar maza en el adoquín y decir «si es lo tuyo», ¡qué sofocón señor! encontrar a la tanita del almacén en semejantes menesteres, en esa posición, ¿quién se va a acordar del sifón?
El libro tiene un subtítulo «poemas del barrio», no he encontrado la luna pero sí «la sola luz de la losa», el misterio, ese deseo frustrado tocar la frente de la madre de Aldo, una costumbre ya olvidada para con los muertos. Y la ternura, la ternura del niño asombrado ante los acontecimientos, añorando el beso de la madre.
El gallo canta el día y sus trabajos.
El día y su fiesta.
Me gusta ver al cura de la Catedral bajando derrotado del campanario. Con su sotana ya descolorida y sus botines sin lustrar, en la penumbra de la escalera caracol, pisa con cuidado cada peldaño de madera reseca mientras el barrio sigue chicharreando sin haber juntado ni una hojita para el invierno.
Qué quiere que le diga, soy argentino y sentimentalote, como la mayoría, y ese barrio me tira. Allí vive Juan, el apacible Juan, el carpintero amigo de los poetas; pero a mi violín le falta una cuerda, esa cuerda que tan bien tensa y pulsa Kuraiem para cantarle al barrio del Gallo Rojo.
Pedro Chappa, Narrador, 2001.
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El Canto del Gallo Rojo o los espejos de carne.
Testigo, juez y parte, Kuraiem con su voz poética desenvuelve un monólogo interior que nos inicia como a través de los espejos de los cuentos maravillosos al mundo épico de la infancia.
Renueva la iniciación al mundo, desde el canto de un animal: el gallo.
Dentro del monólogo los personajes dialogan entre sí, con cierta indiferencia del aspecto textual, ya que se expresan con su propia voz. Sin embargo, el juicio de valor se manifiesta en la voz del poeta.
La población del barrio se divide entre los personajes singularizados y los anónimos, es decir, aquello que se muestra a partir de sus quehaceres: «el oficinista reniega / con el coche que no le arranca…», «…la gente se excusa y siempre se están debiendo algo…»
En El canto del gallo rojo, la unidad dialógica (prejuicios, rumores, valores) producen la impresión de un mundo suspendido, trágico y, cuya temática central es la inserción del hombre en el trabajo, la elección del arte como un lugar social vedado a las clases bajas, la muerte y el sacrificio.
Anahí Cao, poeta.
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Me encantó el libro "El Canto del Gallo Rojo", de Carlos Kuraiem, ahí hay una veta de usar nuestro querido lenguaje del barrio como materia poética (como hicieron Dante Alighieri y otros advenedizos).
Eduardo D"Anna, poeta, ensayista, Rosario, 2005.
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En El Canto del Gallo Rojo el autor retoma la tradición narrativa del poema, con imágenes de enorme encanto plástico; es la épica barrial y doméstica, con personajes y ambientes que atrapan y emocionan. Son hombres y mujeres, lugares que uno parece contemplar a través de una ventana y que nos dejan el deseo de ingresar en ellos para compartirlos porque sería un modo más de acceder al mundo interior del poeta. Como Miguel, que "sólo pide cuatro cuerdas para llegar a las estrellas", Kuraiem, que también es músico y guitarrero, no pide, nos deja la resonancia de su mensaje para seguir deleitándonos con su poesía visceral y conmovedora.
El barrio, el hogar, la familia, el trabajo indispensable, las carencias, la presencia del padre, ese "en el nombre del padre", entre cristiano y freudiano, han dejado una marca que distingue su poética.
Susana Lamaison, Licenciada, 2007.
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El título del libro es tan bello como sugerente: El canto del gallo rojo. Los poemas de Kuraiem siempre tienen presente al lector, delicadeza que se está perdiendo cada vez más en la poesía argentina. Poemas tan sencillos como sentidos, y tan directos como verdaderos. Poesía del barrio, de la memoria emotiva, que se vuelven sobre lo más querido y valioso: "Quien no pisó una calle de tierra descalzo / no puede saber lo que es la vida". Estos versos son un desafío.
Entre otras muchas cosas, la poesía de Kuraiem, es otra forma de la amistad. Me hace bien. Es como una foto tridimensional que muestra al autor de cuerpo y alma.
Una música ronda sus versos, una música de guitarra que tocan unos dedos que escriben poesía.
Juan Carlos Moisés, Poeta, Dibujante y Dramaturgo, 2007.
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No se puede hallar poesía sin alguna forma de belleza, así sea la que parte del dolor y el desgarro. Y en este libro de Carlos Kuraiem abunda la belleza, que generalmente es gratuita, pues qué interés podría llevar al poeta a decir "El cuello de la noche/ es tan hermoso/ y parecido al de una botella de vino/ inclinado sobre el vaso del día…" Desde luego, esta belleza no es abstracta, arraiga en la cotidianidad de la vida, y arrastra consigo el sentimiento de amor al mundo y a los otros, la solidaridad con el que sufre, la memoria de todo lo que se amó.
Creo que existe un equívoco cuando se juzga la poesía teniendo en cuenta si es o no es social, pues esas fronteras no existen, el poeta descubre su interioridad y descubre al otro, rara vez se queda exclusivamente en su propia introspección, pero cuando lo hace también es válido, y esa introspección les sirve a otros cuando es comunicada. Puede abrir un camino, revelar un mundo, cambiar una vida.
Graciela Maturo, noviembre, 2008. Escritora, Lic. en Letras, Investigadora del (CONICET). Fundadora en 1970 del Centro de Estudios Latinoamericanos.
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Estimado Kuraiem: Me gusta la originalidad y vocación de plantear la factibilidad de una poesía, -yo diría, no sé si bien- democrática; abierta y para muchos. Despojada de odiosos códigos excluyentes, ya que la poesía (hoy más que nunca) de nada sirve si no sirve para acercar a los hombres. Además te siento próximo al amor a la tierra, la naturaleza y las criaturas que sufren la injusticia y el desamparo social. Aprecio también tu coraje para trabajar a partir de los desvíos y rupturas de modelos y formas.
Aldo Parfeniuk, Licenciado, poeta y ensayista, Córdoba, 1998.
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El Canto del Gallo Rojo en otros libros de Kuraiem
Por rojo y libre saltó éstas páginas y en otros libros ha soltado su canto, sin prestarse a las apuestas. Desde otros frentes presagió la guerra cuando en abril del 82 demoró la aurora y ante "las vecinas limpiadoras de veredas" con toda su firmeza grabó su grito para el futuro, sobre el cartel que decía: "El poeta salió a pelear la realidad". (1)
Los confines del barrio son escurridizos cuando se lo mira desde las copas de los árboles. La voz de Kuraiem vibra y se expande desconociendo toda frontera. En su afán de llegar cada vez más lejos con su canto, responde con más poemas y canciones al reto de sus rivales, y si la circunstancia obliga, se batirá a duelo contra esta realidad bestial, engarzando con aguda vehemencia sus trágicas metáforas.
"El Chupatijera/desplegaba toda su crueldad / y su mente enferma y asesina/ empalaba perros/ delante de una platea que lo festejaba/ contra las pobres criaturas / que no habían hecho nada/ que no tenían la culpa" (2)
Él es quien construye y desarma las torres, reinventa las coordenadas, desordena el mundo que encuentra a su paso y realiza su gran Obra: el barrio bulle, está vivo y se vuelve a fundar cada vez que alguien le canta para que el Presente se haga Eterno.
"Por el brazo del viento / subiendo en fila / los barriletes / media bomba-media estrella contra la espalda / la punta mojada del dedo nos decía / hacia dónde había que remontar / carrera hacia atrás / ovillo de hilo desovillándose / galleta / coleada / susto comba / y pulso / la cartita mensaje a las nubes / zumbido de flecos / y runrún de roncadores / contra la oreja / palito donde muere el hilo / enganchado en el ojal del alambre. / Las manos ociosas, manoseándonos" (3)
"Busqué a mi perra Toba/ y la vi muerta/contra el cordón de la calle Formosa/ yo lloraba/ mi mano la acariciaba lentamente/una y otra vez. / Recuerdo mi mano"
¿Se acuerdan aquella vez cuando los vecinos entraron sus sillas desapareciendo de las veredas? Aún en ese tiempo oscuro el poeta –que confía en el niño que lleva en él- cantó. (4)
"Una mañana me sorprendió el gallo cantor con su plumaje de plata y su cresta caída sobre un ojo y sus espuelas mortales y su gran pico escarbando el día. Llegaron los amigos y se armaron ruedas de canciones y poemas. Solo supe que estuve en casa cuando escuché la voz de mi madre llamándome. "Volvió Solista", comentaban en el barrio. Ya se los había dicho: "Volveré cuando haga falta. Ahora yo debo completar la historia. Lo que sigue lo he visto con mis ojos". (5)
Kuraiem, emigra de todos los zaguanes para memorizar el ritmo original de su poesía, con una épica que cautiva, se roza y hermana con Carriego, Carlos de La Púa, Borges, los poetas del tango, el grotesco; la brecha se abre y otra literatura se funda. Kuraiem se despega de lo conocido, con la asimetría que lo caracteriza, narra los "hechos cotidianos" desde otra visión. Al abordar su obra, el lector advertirá que en su recorrido literario y musical, Kuraiem no utiliza ningún atajo que lo desvíe del camino elegido. Basta ubicarnos en los años de cada uno de sus escritos o de sus piezas musicales para afirmar que la vigencia de cada trabajo se sustenta en el don del autor para liberar a los personajes de sus claustros, como también la precisión en el vaticinio de sucesos posteriores y actuales.
Al barrio del Gallo Rojo le siguió este otro barrio huérfano y sin nombre, con sus atributos de pureza y ajenidad, con sus encantos y amenazas, con sus lenguas entreveradas venidas de otras latitudes, con sus pobladores enzarzados en la lucha cruel por la existencia.
Tucata y su guitarra : "Latido mortal siento/ como si me quebrara/ mitad sobre la mesa/ mitad sobre la cama/ unas manos me acomodan/ y callan". (6)
Oscar el militante: con ciegas razones / tercos índices / y sordas victorias / señalabas / a los traidores del pueblo. / Tu voz se hacía otra vez humana / nombrando al barrio / con versos de Drummond y Apollinaire / tus ojos compañeros / se iluminaban". (7)
El poder de sublimar con un ademán a todas las criaturas, abstraerse de la temporalidad cada vez que afirma Oigo el "no te olvides de mí" de mi madre, (8) nos permite espiar desde el umbral de la poesía cómo ella humedeciendo sus manos acomoda cada mechón rebelde del hijo.
Irrepetibles cantos, en los que Kuraiem reparte sus pedazos: su perro Sultán, el día que nunca usó, dos años de rehén en un hospital de curas, sus tías calabresas: un enjambre de avispas africanas, el tordo azabache, la navaja de Godoy (9) verso emparentado con El perro de la tormenta y el pesebre de Miguel / su banco de carpintero/era el camino hacia Belén, con el poema a La Madre de Aldo.
"-Estoy hojeando azules, tristes boletines / o empinado sobre el mármol pulido y esquinero. / La lluvia viniendo de la casa de altos…"
"Sentí hasta los huesos / la luminosa intemperie / de los días / el gorjeo de las ratuchas / en el laberinto del ligustre / escabroso y cerrado / de árboles y plantas / de cielo y tierra / de espalda y luna / fueron mis paredes / coloridas, cambiantes / de sucesivas mutilaciones / en los instantes quebradizos". (Del libro La rama inquebrantable) Donde el Hogar –lugar de afectos que contienen y amparan, tesoro que no es comparable con otro bien, para el poeta es el Mundo. (10)
El canto trasciende la aldea, la obra se sigue escribiendo con la complicidad del lector, poniendo en evidencia lo que nos instituye o destituye como personas: la argamasa de la identidad, aquello que nos instala en este aquí y este ahora. Todo en la poesía de Kuraiem estremece, al punto de ubicarnos en una realidad incómoda, es el pulso que imprime al pensamiento y nos lleva a indagar en qué estado se encuentra nuestra subjetividad, si estamos a salvo, o si acaso hemos reducido nuestra condición humana a la de meros objetos.
"me canso del sonido monótono de mi voz / de los ladridos del Jagger / de Lucho que no deja de hablar /de abrir mi corazón para que entren todos / me canso del paso de los camiones Darritchón / que hacen temblar el edificio / (Doña Rosa descansa para siempre) / del timbre que suena por error" (11)
Junto a los "mil golpes por hora en el balancín de Rubén", el poeta escribirá: "la última vez que vi a mi padre / olor de ramas recién cortadas". Una máquina de coser, Rosa y Mabel: "mis hermanas / su locura / que ahora me salpica". Ellas, ausentes en los poemas de El Canto, irrumpirán en los escritos posteriores unidas a otros nombres salvados del olvido con solo ser nombrados por el poeta: "Minga Gina Gloria Yoli Elsa Nilda Mirta Beta Hugo Horacio Aurelio José Néstor y Daniel una pirámide de sueños y cacharros". (12)
El recorrido literario que aquí proponemos intenta invitar a los ávidos de hermosura a seguir explorando en la obra de este poeta libre de todo amarre, con la osadía de ostentar un don que no abunda por mucho que se pregone, el de cantarle al mundo que está al alcance de la mano, aún en las circunstancias más terribles, absolutamente despreocupado de todo aquello que no sea el instante magnífico de estar a la altura de una situación extraordinaria, ya sea desde estas páginas o de otras.
"Y yo / mal jugador / soñé / que daba el pase/ para un gol". No un gol, un pase. Eso da memoria. Aquí toda la revelación. (13)
Prof. Marta Goddio
Manifiesto
Cierta vez sorprendí a mi padre empezando una carta para enviársela a mi tío en Santiago. Tardó meses en escribirla. Cada noche, después de regresar del trabajo y en la sobremesa, le iba agregando una o dos líneas. Paraba, con sumo cuidado apoyaba la lapicera a un costado de la hoja blanca y se ponía a leer en voz alta, con dificultad, su propia letra, como si gozara escuchando su voz que leía lanzando una risa cada vez que terminaba en el punto. La firma la practicó no sé cuantas veces hasta que se decidió por la que mejor le salió.
Cuando acabó la carta y compró el sobre para mandarla, mi tío que estaba muy enfermo había muerto.
La carta estuvo guardada en su valija durante muchos años. Era un hecho.
Mientras esto ocurría yo juntaba cobre, plomo y aluminio por las calles y los iba a vender para, con esas monedas, comprar las primeras revistas y libros de aventuras. Con el tiempo se multiplicarían hasta no caber en el ropero familiar o en el aparador de mi madre junto a platos, vasos y el cestillo del pan.
La casa conoció así los libros.
Con esas primeras experiencias comencé a caminar y me dí cuenta que para escribir, un papel basta, luego otro y otro más.
Si algo somos es poetas entre todas las cosas y no sobre todas las cosas.
Kuraiem, junio 1996
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Manifesto
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