No nos centraremos aquí en algunas imprecisiones contenidas en el texto, que le restan cierto valor científico a la argumentación general. Por ejemplo, cuando se afirma que "Muchos experimentos estadísticos han demostrado que espontáneamente se prefieren las medidas que se derivan de la sección áurea a muchas otras ordenaciones, lo cual indica que la tendencia natural de muchos artistas es acercarse a ella de forma más o menos inconsciente". O que "Schenker halló la base estructural de mucha música, especialmente de la ubicada en el sistema tonal, donde la armonía juega un papel importante". Interesa más analizar otros comentarios, de orden estético, que traslucen una visión del sonido, la forma y la belleza bastante alejada del pensamiento musical actual. Así, por ejemplo, leemos que
"en la cultura occidental, la selección de sonidos para expresarse musicalmente se orientó efectivamente hacia los tonos complejos, dejando como elementos subsidiarios los productores de ruido. Aunque es cierto que estos últimos experimentaron en algunas estéticas del siglo XX un gran protagonismo, también lo es que aquéllas tuvieron y aún tienen una gran dificultad para quedar vinculadas a un concepto de belleza sonora".
La referencia a "algunas estéticas del siglo XX", como algo ya pretérito, o las presuntas dificultades actuales para asociar el concepto de ruido y el de belleza sonora sólo anticipan una visión que, más adelante, se nos ofrece como verdad incuestionable:
"El universo oscila entre el orden y el caos pero el ser humano ha escogido los perceptos (sic) de forma regular de entre los inmensamente más frecuentes e irregulares que le ofrece la naturaleza".
Esta idea, que desde el subjetivismo con el que se nos presenta resulta irrefutable en términos lógicos, y que se conecta con un concepto de belleza ajeno a toda "irregularidad", poco ayuda a comprender las principales tendencias en la creación musical de las últimas décadas, ni tampoco las líneas que han orientado el pensamiento, en general, durante los últimos siglos de la historia de Occidente. Las consecuencias estrictamente musicales de un modelo como el que se ha mostrado no nos sorprenden. El autor no tarda en defender la pervivencia de la tonalidad, y la crítica tampoco se hace esperar:
"la música occidental fue desarrollando un sistema organizado y jerarquizado que cuajó perfectamente con un ideal de belleza sonora que hoy por hoy mantiene su vigencia".
"Sin embargo, en algunos creadores del siglo XX pareciera como si la exigencia de rebeldía impusiera también el abandono de la sistematización en la creación de la obra de arte, valorando más la improvisación e incluso el propio acto de crear que el objeto resultante".
Afortunadamente, el musicólogo nos tranquiliza respecto a tales desvaríos, y la redención le llega incluso a Cage:
"Pero contempladas aquellas obras con la suficiente calma que nos da la fecha actual, se puede decir que en muchos casos, aparentemente caóticos, se observa un control artesanal que parece ineludiblemente vinculado al concepto de artista".
"Cage, libertario y rompedor con el sistema musical tradicional […,] un anarquista que por encima de todo rechazaba el sistema.
Sin embargo, parece que la mente humana precisa del orden y la claridad. La etnología y la psicología han probado sobradamente que el arte, la ciencia y la religión son inseparables en su origen, que comparten su significado primordial de medios, de interpretación del mundo exterior y de expresión de la experiencia humana, y que han sido los vehículos para la formación del pensamiento".
Si se ha demostrado que el arte, la ciencia y la religión son inseparables en su origen, parece necesario recordar que ya estamos muy lejos de ese origen. Y que, si pretendemos hacer musicología, es decir, una ciencia referida a un arte, tendremos que evitar mezclar ambas cosas, y más aún confundirlas con la religión. Pues en ello incurre Marcos Andrés Vierge hacia el final de su artículo:
"Y al igual que el ateísmo floreció en el siglo XX, aunque con claros antecedentes en el siglo XIX, el arte se alejó de la belleza y entró en las tinieblas de nuestros pensamientos y temores de manera casi sistematizada, cayendo un bastión fundamental para aliviar nuestra existencia, para alcanzar la felicidad, aunque sólo fuera por un instante. Ello constituye uno de los hitos de la llamada modernidad. Pero, en todo caso, no hay que reprochar nada a nadie porque el arte, al igual que la vida, contacta con toda la escala de variedad de la experiencia humana".
Desde un concepto de "música" tan limitado como el que acabamos de examinar, el proyecto de establecer un diálogo fructífero con un músico actual pierde todo su sentido. Principalmente, porque la voluntad de atrapar este arte en márgenes tan estrechos se opone radicalmente al desarrollo del pensamiento musical, tal y como se ha manifestado en Occidente. Este desarrollo podría describirse como una progresiva expansión del concepto de música, de forma paralela al desarrollo de las demás manifestaciones artísticas de nuestro entorno cultural.
La ampliación progresiva de los dominios de la música y las artes en general, en directa oposición a una concepción monolítica de los mismos, presenta una enorme trascendencia a los efectos de la investigación musicológica actual. La mentalidad del musicólogo debe abrirse tanto, al menos, como la del compositor de hoy. Si nos hemos detenido en analizar las limitaciones que implica una visión reduccionista del fenómeno musical es porque ahí radica una de las principales dificultades metodológicas de cualquier investigación enfocada hacia la creación musical contemporánea, y una barrera a toda propuesta de intercambio con otros músicos.
Quizá el ejemplo escogido resulte un caso límite, pero sirve para fijar un paradigma todavía vigente (al menos lo suficiente como para tener cabida en la principal revista científica de la Musicología española). Una visión que contrasta con el optimista cierre de un texto del profesor Ángel Medina, muy cercano (e inspirador) de estas páginas.
En Musicología y creación actual, leemos: "las manos están tendidas entre los escasos musicólogos que se preocupan por el presente y los compositores". En el coloquio posterior a la presentación de la ponencia que acabamos de citar ya se habló de "la conveniencia de una formación y sensibilidad interdisciplinar en el musicólogo ante los retos de las actuales manifestaciones". Encontramos aquí, en esa "formación y sensibilidad interdisciplinar", nuevos elementos necesarios para que cualquier retroalimentación entre creación y Musicología pueda tener lugar, y que merecen ser tratados con cierto detenimiento.
Antes nos hemos referido a la expansión paulatina del concepto de música en Occidente. Un fenómeno análogo ha tenido lugar en las demás artes de nuestro entorno cultural. Y entre los primeros efectos de este desarrollo destaca la aproximación entre las diversas prácticas artísticas. Determinados procedimientos y recursos, tradicionalmente asociados a un arte en particular, se han integrado en el discurso de otras manifestaciones artísticas para enriquecerlas, a costa de difuminar los límites entre esas artes.
Como resultado de la ampliación de los elementos propios de una determinada disciplina artística, la música en nuestro caso, algunas de sus manifestaciones pueden llegar a ubicarse en terrenos que parecen más próximos a otras artes que a la nuestra. Esta flexibilización de las fronteras entre las artes exige que el musicólogo, antes de comenzar el estudio de una manifestación musical contemporánea cuyos fundamentos salpiquen otras disciplinas artísticas, necesite partir de una idea amplia acerca de los límites de su área de trabajo, es decir, de su idea de música. En ese sentido, puede admitirse la ventaja ya adquirida desde el ámbito de las Bellas Artes y la Historia del Arte, en cuyo seno se vienen realizando estudios sobre manifestaciones artísticas que, en muchos casos, tienen más que ver con la música que con cualquier otra cosa. Sin embargo, en algunos de esos trabajos, como el por otro lado muy estimulante Las imágenes del sonido de Javier Ariza (doctor en Bellas Artes), la visión clásica que se ofrece de la música es tan limitada y antigua como la que hemos visto manejar anteriormente:
"El sonido, concretamente el sonido musical, ha sido tratado clásicamente como un elemento inherente a la propia música y como tal ligado en exclusiva a una categoría artística muy estricta y reglada. Circunstancia que la presentaba como una disciplina poco permeable a propuestas poco ortodoxas. Las principales críticas provenientes del mundo plástico se han centrado en la falta de sincronía con el tiempo en que se vive. Esta crítica se evidencia en el hecho de que se siguen utilizando, mayoritariamente, los mismos instrumentos que hace dos siglos y que las composiciones sonoras no obvian en la actualidad estos instrumentos. Durante el siglo XX, el sonido (musical y no musical) ha sido objeto de estudio evolucionado a nuevas formas de expresión e interpretación".
Después de analizar la evolución del pensamiento musical en el último siglo, marcar una diferencia entre "sonidos musicales" y "sonidos no musicales" ya no parece demasiado coherente. La música, hoy, comprende todos los dominios de lo sonoro (y mucho más, desde luego). Incluso en los casos de obras musicales que utilizan "los mismos instrumentos que hace dos siglos", es de presumir que la consciencia sonora de los autores no es igual que hace dos siglos. Algunos autores siguen utilizando instrumentos, igual que otros artistas siguen utilizando lienzos. Pero de ahí poco más puede deducirse en cuanto a la "permeabilidad respecto a propuestas poco ortodoxas". Parece más fértil fundar nuestra reflexión en el medio expresivo utilizado, en nuestro caso el sonido, que en los objetos materiales con los que se articula el discurso artístico.
Y si nos referimos a lo sonoro, una parcela de la realidad sobre la que el músico está acostumbrado a reflexionar, quizá pueda pensarse que el musicólogo tenga algo que decir sobre manifestaciones artísticas en las que el sonido, su objeto principal de estudio, participa destacadamente. Hablamos de instalaciones, esculturas, arte radiofónico, o de lo que aún nos queda por descubrir.
Debemos preguntarnos las razones por las que, hasta ahora, y especialmente en el ámbito español, los más cuidados estudios sobre las propuestas artísticas que incorporan sonido, fuera del campo tradicionalmente musical, han provenido de especialistas en Historia del Arte o Bellas Artes (como es el caso del propio Javier Ariza). Posiblemente ello tenga que ver con el talante y actitud abierta ante el arte que se profesa habitualmente desde estas disciplinas, a diferencia de lo que aún sucede en el ámbito de la musicología. En todo caso, encontramos aquí una nueva manifestación de los obstáculos que impiden la retroalimentación entre creadores musicales y musicólogos.
Todavía podemos referirnos a otro ejemplo, muy curioso y más delicado aún, de desequilibrio entre el pensamiento musical actual de los creadores musicales y el de los musicólogos que estudian el periodo contemporáneo. Tiene que ver con las denominadas "músicas populares", así como con las creaciones sonoras de deliberada finalidad comercial. Desde luego, la relación de estas músicas con la composición "académica", "clásica", "culta", o como se prefiera denominar, sigue siendo problemática (si no traumática) para muchos compositores. La idea de "músicas populares" (concepto tan proteico, al menos, como aquel con el que se intenta contraponer) quizá no esté integrada en el pensamiento musical de numerosos creadores. Lo curioso del tema, radica en que, aunque casi todos los departamentos universitarios han acogido, con mayor o menor fortuna, el estudio de estas manifestaciones musicales, éste se practica de manera independiente a la investigación sobre creación contemporánea. Se estudian las "músicas populares" pero pocas veces en conexión con el trabajo de los musicólogos que analizan la "otra" creación musical actual. ¿Acaso en el concepto de música de estos últimos tampoco cabe la creación musical popular, incluyendo los productos destinados al mercado? Este nuevo vector de expansión de la idea de música quizá resulte especialmente oportuno para la musicología, pues actualmente, en otras parcelas del pensamiento musical, la relación entre unos y otros tipos de música no ha merecido la suficiente atención. El musicólogo, pensamos, podría ayudar a compositores e intérpretes a analizar esa relación. Las consecuencias de este nuevo ejercicio de retroalimentación, por ahora, resultan impredecibles.
En el momento de redactar esta ponencia, y debido a la heterogeneidad de sus primeros destinatarios (y la del propio contexto en que se presenta), pareció más oportuno tratar problemas generales de la investigación musicológica actual, en alguna medida sentidos e incluso compartidos por algunos colegas, antes que las particularidades propias de una investigación concreta. Sin embargo, quizás ahora valga la pena mostrar cómo se manifiestan algunas de estas dificultades en el contexto de un trabajo específico.
Mi investigación actual, aún en un estado embrionario, trata la relación de la voz y la electrónica desde el punto de vista musical. Varias dificultades, conectadas con los planteamientos hasta ahora presentados, surgen al abordar este estudio. Por una parte, las obras que combinan la voz y la electrónica en términos que podríamos denominar musicales presentan frecuentemente elementos propios del estudio de otras disciplinas. En segundo lugar, gran parte de estas obras han surgido en contextos ajenos al de la creación estrictamente musical. Finalmente, la presencia combinada de voz y música electrónica ha sido y es muy frecuente en el ámbito de músicas en principio no conectadas con la tradición "culta" del pensamiento musical occidental.
El primer problema, si se considera apropiadamente, no es tal. Si la utilización de la voz en determinadas obras plantea cuestiones estudiadas por la lingüística o la filosofía del lenguaje, el musicólogo no tendrá otro remedio que manejar las técnicas propias de esas disciplinas, al nivel que le resulte necesario, para realizar satisfactoriamente su trabajo. Este no es, en absoluto, un problema nuevo, pues las exigencias que plantea no son diferentes de, por ejemplo, el conocimiento de los medios electroacústicos necesario para llevar a cabo una investigación sobre música concreta o el de latín para analizar el repertorio gregoriano.
Sin embargo, mencionábamos como segunda dificultad en nuestro estudio el hecho de que numerosas obras que entendemos trascendentales en el análisis de la relación de la voz con la electrónica se han originado en ámbitos diferentes al de la creación musical. Más allá incluso, muchos de estos trabajos nunca se han planteado siquiera como musicales. Este hecho sí nos obliga a replantear cuestiones fundamentales de nuestra labor como musicólogos, pues pone en cuestión el objeto mismo de nuestro trabajo. Si la nuestra se define como la ciencia de la música, ¿tiene sentido estudiar lo que, desde su nacimiento, nunca fue considerado musical?
Nos estamos refiriendo, por ejemplo, a algunos planteamientos estéticos en el ámbito de la poesía fonética, como los audio-poemas de Henri Chopin, en los que se utilizan, desde los años 50 del siglo pasado, micrófonos de alta sensibilidad para captar sonidos vocales apenas audibles. También podríamos hablar de los experimentos acústicos de William Burroughs con la denominada cut up technique, es decir, la fragmentación de un material narrativo (como grabaciones de su propia voz) mediante cortes en la cinta magnética que después se reordenan arbitrariamente. Mediante estas técnicas, Burroughs consiguió expresar musicalmente algunas de las ideas que conocemos mejor a través de su obra narrativa. ¿Se pueden analizar musicalmente los trabajos de ambos, igual que se analizan los estudios de Schaeffer o Mikrophonie de Stockhausen?
Aún más allá, acudiendo a un periodo anterior incluso a las posibilidades de manipulación electroacústica, podríamos extender nuestra visión musical hacia las aportaciones de las primeras vanguardias del siglo XX, principalmente Futuristas y Dadaístas. Al utilizar determinados ingenios que permitían el registro y la manipulación del sonido, estos artistas inauguraron algunos caminos en la conjunción de la voz y la tecnología que quizá prefigurasen el desarrollo posterior del medio. Artistas como Kurt Schwitters o Marinetti pueden ser contemplados, desde una perspectiva actual, como verdaderos músicos cuyo trabajo pionero quizás no haya sido del todo valorado.
Desplazando nuestra atención hacia otros ámbitos, también en la escultura podemos encontrar planteamientos artísticos que se articulan combinando voz y electrónica. Robert Morris, en su obra Voice, de 1974, combina, en palabras de Javier Ariza,
"dos prismas, uno de ellos tumbado horizontalmente y el otro alzado en vertical. Mientras que el primer prisma cumple la función de asiento para el público el segundo representa la ausencia de un ser que se manifiesta a través de unas voces que emiten textos suyos [Robert Morris] y de Samuel Beckett".
Siendo, en esta obra, la voz emitida a través de los altavoces un elemento esencial del discurso, parece interesante estudiar qué papel desempeña el sonido y cómo lo hace. De nuevo, un análisis musical permitiría desde vislumbrar la idoneidad y coherencia de los medios sonoros utilizados, hasta comparar el uso de los textos de Beckett con los trabajos que, con textos del mismo autor, realizaron compositores como Charles Dodge o Luciano Berio.
Los ejemplos podrían extenderse al ámbito del arte radiofónico o al net-art, con idénticas consecuencias: proyectar una perspectiva musicológica hasta donde nuestro concepto de música lo permita.
Y lo mismo puede aplicarse a la tercera dificultad antes planteada. Será nuestra idea de música la que, observando el uso del vocoder sobre la voz de Cher en la canción Believe (1998), las palabras distorsionadas del 21st Century Schizoid Man (1969) de King Crimson, o la voz de Elvis Presley en Heartbreak Hotel (1956), determine si todos, alguno o ninguno de estos ejemplos merece ser considerado dentro de nuestra investigación.
Esta ponencia se presentaba con el título "Investigación musicológica y creación musical contemporánea: posibilidades de retroalimentación". Por habernos concentrado en algunas de las dificultades que se oponen a un posible diálogo entre creadores musicales y musicólogos, quizá hubiese sido preferible titular "(im) posibilidades de retroalimentación". Sin embargo, quisiéramos retomar ahora el tono optimista del maestro Ángel Medina. Aunque aquí se han destacado algunos impedimentos, también se ha puesto de manifiesto el atractivo de una comunicación fluida entre los diversos grupos profesionales del ámbito musical. En definitiva, compositores, intérpretes y musicólogos compartimos una misma aspiración: ampliar los límites de la música.
Autor:
Miguel Álvarez Fernández
Universidad de Oviedo
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