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Aristocracias burocráticas y democracias en desgracia (página 2)

Enviado por Jorge Majfud


Partes: 1, 2

¿Qué aportan actualmente los "piqueteros" a la sociedad argentina? Me temo que poco. Por no decir nada. Sólo practican la perpetuación de una práctica estéril que bien usada, de forma excepcional, debería servir para detener los abusos y la decadencia de una sociedad antes que impedirle el paso a aquellos otros que día a día buscan una forma de sobrevivencia. Por otra parte, los encendidos discursos de algunos sindicalistas no se diferencian en nada de los discursos caudillezcos de los políticos tradicionales que se pretenden denunciar. En ningún caso cuestiono las buenas intenciones de nadie; cuestiono una "lucha" estéril, un discurso más autocomplaciente que revolucionario.

Empecemos, mejor, por dentro. No esperemos nada de afuera, ya que de afuera " según la tradición" llegan más problemas que soluciones. Empecemos por democratizar en serio nuestras sociedades. Pero ¿qué significa "democratizar"? Muchas cosas, pero así como nos referimos a la anacrónica organización social en el sentido «arriba-abajo» " orden propio de la más antigua Iglesia Católica y de todos los ejércitos del mundo" , comencemos por ver un orden inverso: un orden social «abajo-arriba». Es decir, una mayor democratización de nuestras sociedades se logrará cuando la base social sea prioritaria, cuando el poder proceda de abajo y no de arriba, cuando la libertad la organicen los pueblos y no sus dirigentes, cuando la economía de un país dependa más de sus ciudadanos y menos de sus gobernantes o de su aristocracia. El gran derrotado, el Gral. José Artigas, hace casi dos siglos sintetizó esta idea «de abajo-hacia-arriba», tan repetida y menospreciada en la práctica. Cualquier niño de escuela en Uruguay lo recuerda, aunque con una gramática improbable: «Mi autoridad emana de vosotros y ella cesa ante vuestra presencia soberana»

En tiempos de Artigas no se hablaba de izquierda o de derecha, pero igual se le hubiese puesto precio a su cabeza por «comunista» o por «pro-yanqui». Ahora, ¿qué importa si nuestros países poseen un gobierno capitalista o socialista, si cada uno de nosotros percibe que es inútil usar nuestra imaginación y nuestra natural libertad porque cada uno de nuestros proyectos, como individuos y como sociedad, están destinados al fracaso, tal como lo perciben hoy en día la amplísima mayoría de los latinoamericanos, sin importar qué tipo de gobierno se encuentre en el poder político?

Con frecuencia, el discurso del liberalismo latinoamericano se asienta en la "libertad de la iniciativa privada". Pero la práctica " la larga práctica vernácula" ha demostrado que en nuestro contexto cultural esto no ha funcionado más allá del discurso, que más que servir para estimular la libertad de la gran mayoría del pueblo ha servido para beneficiar la libertad de los mismos pocos de siempre. La práctica ha mostrado y demostrado que de esta "libertad" se han beneficiado los sectores más fuertes de la sociedad, aquellos que poseen el mayor " y casi siempre el único" crédito para emprender empresas; aquellos que, contradiciendo el mismo principio capitalista, arriesgaban menos en cada inversión que aquel modesto empresario que cuando arriesgaba no arriesgaba un millón de dólares sino su propia casa; aquellos que, contradiciendo la misma «ley sagrada del capitalismo», arriesgaban menos y obtenían los mayores beneficios; aquellos que estaban resguardados por un gran poder económico y, no por casualidad, también por el poder político.

Por el otro lado, los gobiernos de izquierda " mayoritariamente municipales" han puesto todas sus cartas " o casi todas" en los sectores más bajos de la sociedad, en los sectores más débiles. O por lo menos de eso nos habla su discurso. ¿Y qué ha ocurrido? La mayoría de las veces han cosechado frustraciones. Gran parte de estos sectores marginados por la dirigencia tradicional o por los beneficios de las grandes empresas suelen adoptar una actitud pasiva, de espera. El gobierno es bueno si y sólo si le sube los salarios, si es capaz de sacarlos de la marginación que el sistema capitalista los arrojó, construyéndole nuevas casas, modestas pero más habitables, y poca cosa más. El objetivo es votar a aquel que luego en el poder le solucione los problemas que tal vez podrían solucionar ellos mismos. Pero como esta es una tarea imposible, la disconformidad y el conflicto persisten. Cuando no se agrava. ¿No es esta una actitud semejante a la que ha tenido siempre nuestra aristocracia? Así, ricos y pobres comparten una misma mentalidad, una mentalidad que sólo con mucha imaginación podríamos llamar "democrática" pero que merecería ser llamada "caníbal" o "autodestructiva". Es una mentalidad corporativa, partidaria, de tribu.

¿Qué haría nuestra aristocracia " terrateniente, especulativa y política" si no tuviese a la "chusma" izquierdista para echarle la culpa de que sus países no se desarrollan como en Europa o en Estados Unidos? ¿Qué harían los sectores más pasivos, aquellos que van de comité en comité político buscando arrimarse a algún señor «influyente», que piden más de lo que ofrecen, si no tuviesen esa misma dirigencia corrupta para echarle la culpa de todos sus males?

Un fenómeno típico de nuestras sociedades pobres es el comercio informal. En todos los países de América Latina ésta es una práctica eminentemente capitalista. Es el más puro modelo de capitalismo liberalista en nuestra cultura. Es decir, en América Latina los miembros más pobres de nuestras "sociedades anónimas" son ejemplos de ultracapitalismo. Se compra y se vende según la ley de la oferta y la demanda, siempre procurando deprimir los precios de consumo y, a la larga, los salarios también. El comercio informal busca siempre invertir sus capitales de la forma que le generen el mayor beneficio posible sin importar si lo hace al margen de la ley o no, sin importar si con su práctica beneficia o perjudica a otros sectores de la sociedad. Ahora, cuál es la diferencia entre estos "capitalistas de raza" y aquellos otros que operan en los extractos más altos de la sociedad? No necesito decirlo: hay sólo una diferencia de escala y de discurso; cualquier miembro de los de abajo haría lo mismo si estuviese arriba y viceversa. Cambiando el discurso, claro. O adaptándolo a las circunstancias, porque pragmáticos nunca faltan.

El problema aquí no es, entonces, ideológico sino práctico y moral: todo se justifica si partimos de una situación social de necesidad y de injusticia. Unos luchan por la sobrevivencia biológica y otros luchan por la sobrevivencia de su avaricia. La avaricia no se practica, por supuesto, sólo en los sectores más ricos. Pero ambos " y aún más los comerciantes informales, los contrabandistas y los traficantes ilegales" ejercitan el más puro principio del capitalismo liberal. Los más pobres podrían argüir que la sociedad capitalista los ha llevado a esa práctica, que no hay razones para respetar aquello que los ha marginado: quien a hierro mata a hierro muere. Bien, es totalmente comprensible, considerando algunos casos límites. Pero eso sería como justificar a un violador por su triste infancia. Además, no deja de resultar curioso que se repita una retórica y se practique otra, con más placer que necesidad, con más visión de lucro que de altruismo social. Por otro lado, todos sabemos que nadie es lo suficientemente pobre como para no tener algo que dar. Eso me lo demostraron los niños que en algunas aldeas africanas se acercaban para regalarnos maníes sin querer recibir nada a cambio.

En definitiva, siempre encontraremos justificaciones para no hacernos responsables de nuestra propia libertad. Siempre encontraremos razones para justificar cualquier contradicción y poner en resguardo nuestros propios intereses. Y en ese arte va toda una cultura, una forma de ser de un pueblo. Y hasta que no sea consciente de ello todo seguirá igual.

Ahora, la pregunta más difícil: ¿Cómo se sale de ese círculo perverso? ¿Cómo seremos capaces de lograr una mayor, y de una buena vez por todas "creíble", democracia en nuestros países? Porque no basta con votar y cambiar presidentes cada cuatro o cinco años.

No quiero pensar que "la solución y el futuro están en nuestros hijos", como se dice siempre. Si esperamos por ellos probablemente dentro de una generación se estén haciendo las mismas preguntas que nos hacemos ahora. Además, como todos, yo me voy a morir y quiero que resolvamos esto lo antes posible. No podrá hacerlo uno ni un millón. Deberemos hacerlo todos, si llegamos a un acuerdo. Deberemos cambiarnos a nosotros mismos. Deberemos superar nuestros traumas históricos como un niño supera la idea de los Reyes Magos. Deberemos asumir la responsabilidad de democratizar nuestra sociedad democratizando nuestra forma de pensar: exigir derechos y cumplir obligaciones, abandonar mentalidades mendicantes y aristocráticas, construir desde abajo la verdadera libertad: económica, jurídica, moral y espiritual " criticar sin miedo y dejar de enfurecernos con quienes nos critican.

En mi país, en Uruguay, sería un error histórico que este año (2004) volviese a ganar la derecha tradicional. Como lo he dicho antes, no porque la izquierda que ascienda al poder sea la solución sino porque es urgente y necesaria esa etapa en el "proceso de maduración" de nuestra sociedad. Una vez en el poder, la izquierda gozará del crédito que extiende la esperanza de un pueblo diezmado por años agotadores de inmovilidad social, económica y política. Pero el ensueño no durará más de dos o tres años. ¿Por qué? Porque la solución no radica, principalmente en un mejor o un peor gobierno. Por supuesto que lo mejor es mejor y lo peor es peor. Pero entre esta clase de "peor" y de "mejor" no radica la diferencia fundamental de un cambio social que promueva un desarrollo económico y moral.

La ventaja de un cambio político radica en la inmediatez de los cambios, pero no en su profundidad. La profundidad de los cambios depende, en orden creciente, de la educación de los pueblos y de la respuesta cultural que les da cada uno a sus propios problemas. Y ésta no se cambia con un gobierno ni de un año para el otro. Es un trabajo faraónico que no hay más remedio que emprenderlo algún día, superando lo que nos enferma y conservando lo que nos mantiene vivos.

Para finalizar este breve ensayo, apuntaré rápidamente dos puntos que aún quedan pendientes:

(1) Es necesario reconocer en toda América Latina el genocidio de la conquista y de la expropiación. El oro ya no importa. Sirvió para hundir más rápido a España. Lo peor que hizo España al continente no fue robarle el oro y la plata sino dejarnos su mentalidad aristocrática y terrateniente, ya obsoleta en el siglo XVIII y, sobre todo, contribuir, junto con los criollos, a un genocidio de dimensiones incalculables. Pese a lo cual no existen «memoriales del holocausto indígena». En Uruguay no hay importantes monumentos recordatorios a la matanza que terminó con los charrúas, sino monumentos de dudosos líderes responsables de las mismas matanzas. La misma amnesia oficial y colectiva ha borrado años, fechas, cuestionamientos.

(2) No será posible el desarrollo y la independencia económica hasta que nuestros países no se independicen de su economía basada en la exportación de materias primas. Mientras tanto, sobreviviremos agónicamente, como hasta ahora, desde hace dos siglos, con momentos de crisis interminables y euforias pasajeras. Cada vez que se planifiquen nuestros países para la explotación de recursos naturales estaremos planificando alivios y perpetuando agonías.

(3) No existe mejor «know-how» que aquel que se produce en el interior del problema. Razón por la cual antes que su «importación» se debería proteger y estimular la creatividad y la experiencia propia. Es falso, como dicen nuestros gobernantes, que es más barato «comprar conocimiento» que producirlo. Etcétera.

Debo reconocer que me une a América Latina un sentimiento dionisiaco de romanticismo y frustración. Entiendo que es natural que algunos elijan una posición política de izquierda mientras otros eligen una posición política de derecha. Sin entrar a analizar el vasto conjunto de contradicciones que pueden caber en cada una de esas palabras. Pero el mal mayor, a mi entender, consiste en limitarnos a esa inútilmente sanguínea y apasionada perspectiva monodimensional " izquierda-derecha" , a ese religioso pacto de fe que define cobardes lealtades y falsas traiciones. También deberíamos poder elegir entre arriba y abajo, entre atrás o adelante.

 [1] Recordar la revolución inglesa de 1688 y la revolución norteamericana de 1776 en cuya concepción democrática se inspiró José Artigas, el frustrado y solitario Artigas.

 

 

 

 

Autor:

Jorge Majfud

The University of Georgia

23 de junio de 2004

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