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Aristocracias burocráticas y democracias en desgracia

Enviado por Jorge Majfud

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    Nunca hubo en América Latina un país capitalista como nunca hubo un país socialista tal como lo entienden las retóricas tradicionales " no, al menos, uno que se haya consolidado culturalmente, que se haya salvado de un permanente estado de "crisis"" . Hasta ahora hemos tenido obsesiones propias de nuestras esperanzas y frustraciones, una forma propia y sospechosa de pensar y de hacer las cosas, una sensación permanente de fracaso, de angustia, de insatisfacción y de disconformidad. Y no es para menos: América Latina posee la mayor diversidad geográfica y los recursos naturales más ricos de Occidente, al tiempo que es el espacio geográfico más conflictivo y pobre de éste mismo. También poseemos la mayor diversidad étnica de esta región del mundo, groseramente simplificada en el Norte bajo el calificativo racial " y a veces racista" de "hispano". En cierta forma, África es coherente; América Latina es contradictoria.

    La derecha pregonó y puso en práctica una idea muy latinoamericana, nacida y gastada desde los años de la colonización española: el progreso económico de las clases altas, de su dirigencia, de sus terratenientes, llevará inevitablemente al posterior progreso de las clases bajas. Es decir, la excesiva acumulación arriba provocaría un desborde hacia las clases bajas: «la virtud procede desde arriba hacia abajo», como el poder de Dios, según la doctrina católica y de todas las dictaduras que aniquilaron personas y libertades en nombre de la libertad, la humanidad, el orden y la moral. Sabemos que las clases altas latinoamericanas han tenido una capacidad infinita de acumulación y, por lo tanto, este "desborde" nunca se produjo. Por otra parte, esta mentalidad vertical " de arriba hacia abajo" nunca permitió el desarrollo económico suficiente para que ese desborde tuviese alguna posibilidad de producirse.

    Por el otro lado, la aparente alternativa «estatista» nunca propuso algo muy distinto a este orden vertical. Tanto el socialismo como el capitalismo latinoamericano se basaron siempre en la misma concepción de-arriba-a-abajo de la sociedad, heredada de los tiempos monopólicos de la Corona española. Para unos " para la izquierda tradicional" , era necesario organizar un Estado fuerte y próspero para luego atender a las clases más bajas; para los otros " para la derecha tradicional" , esta fortaleza y prosperidad debía estar en las clases más altas, que era la única con la preparación y conocimientos suficientes de "cómo funcionan las cosas". Ambas suponían, desde un punto de vista platónico, que la mejor educación y preparación de unos pocos con poder asegurarían la posterior prosperidad del resto de la población, incapaz de asumir su propio destino.

    Sin embargo, todos sabemos que ni los burócratas ni la aristocracia se caracterizaron jamás por su prolífica imaginación y creatividad. Todos conocemos el mayor nivel de corrupción de los dirigentes encaramados en el gobierno, en los mejores puestos del Estado y en la clase de los superpoderosos gerentes que, según la ideología neoliberal criolla, son los únicos capaces de hacer negocios y, por ende, de beneficiar a un país.

    Ambos, izquierda y derecha latinoamericana no se distinguieron una de otra más que por sus discursos y sus violentas discusiones. Las diferencias han sido únicamente coyunturales además de discursivas, y para lo que han servido fue para mantener una misma tradición de agonía e insatisfacción permanente. La evasión de las responsabilidades consistía en que los de abajo le echaran la culpa a los de arriba mientas los de arriba hacían lo mismo con los de abajo. Y como para todos estábamos en una situación de profunda injusticia, cualquier tipo de corrupción egoísta y autodestructiva, llegado el momento, debía estar moralmente justificada.

    ¿Por qué el liberalismo, en sus orígenes europeos y en sus principios filosóficos defensor de las libertades individuales, ha tenido efectos contradictorios y trágicos en América Latina? Simplemente porque si trasportamos un modelo económico nacido en una sociedad cuya concepción del poder es «de abajo hacia arriba»[1] y la trasportamos a otra sociedad cuya concepción es «de arriba hacia abajo» " denunciada por Abul Walid Muhammad ibn Rushd, Averroes, en la Edad Media" , los resultados serán necesariamente los opuestos a los originales: no tuvimos democratización de la libertad sino todo lo contrario. En nuestros países del Sur, la liberalización económica, de mercados, fue explotada sin conciencia democrática por los más poderosos " los de arriba, los del poder" agravando la situación económica de los de abajo y, por ende, disminuyendo su libertad.

    Por esta razón, no es posible imponer ningún cambio político exitoso sin una previa democratización de toda la sociedad. Nuestras sociedades son, en el fondo, autoritarias. En el fondo, el autoritarismo lo ejerce una minoría tradicional, pero sobrevive en el inconsciente de gran parte de la población como alternativa al "caos" o a la desesperanza.

    A mi entender, ningún país de América Latina progresará mucho sosteniendo esta misma mentalidad. No importa si sus ciudadanos eligen desesperadamente o con entusiasmo a un gobierno ultraliberalista o ultrasocialista. El problema no radica en si un país tiene un gobierno de izquierda o de derecha, fundamentalmente, sino en el grado de democracia que sea capaz de alcanzar. Muchos identifican al gobierno de Colombia como un gobierno "de derecha" y a su vecina Venezuela con uno "de izquierda". Ambos tienen graves problemas sociales disimulados por los problemas políticos que éstos acarrean. Muchos, sino todos, argumentan que los problemas de ambos países son impuestos por el gobierno de Estados Unidos, lo cual, aún sin pruebas de mi parte, no me resulta nada difícil de imaginar. Pero aún aceptando ese argumento deberíamos preguntarnos, bien, ¿y qué hacemos nosotros para resolver nuestros problemas? La idea de que "no podemos liberarnos porque no nos dejan" pertenece a la eterna excusa que sólo sirve para remover los ánimos callejeros, pero no para liberarnos.

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