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El núcleo estratégico de la producción y las relaciones estado-mercado (página 2)


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B. En el caso de los países subdesarrollados, subordinados dentro del proceso mundial de valorización, los estados que en otro momento fueron fundamentales para la promoción de las bases de despliegue del capital (nacional y extranjero), han dejado de ser capaces de cubrir las nuevas necesidades de enlace, infraestructura y regulación de los sujetos productivos. La internacionalización de los procesos productivos y de las redes de enlace y comunicación entre los mismos ha vuelto insuficiente la capacidad regulatoria de los estados particulares y se maneja desde los países desarrollados (sea directamente por las empresas o por instituciones protoestatales). La reproducción de la fuerza de trabajo, su calidad y movilidad, sí requieren la intervención de estos estados. La fijación salarial, la educación y la salud, así como la acción desmanteladora de sus organizaciones sigue siendo objeto de la gestión de estos estados.

Esta es la base de la proliferación de los argumentos liberales o neoliberales en el tercer mundo mientras en el primero se refuerza el papel del estado y su relación con el mercado, en la medida en que éste conquista el espacio mundial. El estado en el caso de los países desarrollados se ha convertido cada vez más en un promotor descarado de los intereses de sus capitales en el exterior, en un negociador de reglas para evitar la competencia nociva, en el agente de ampliación del territorio real de su nación y en copartícipe y defensor de las ventajas tecnológicas de sus capitales.

Para cumplir esta función, y restringiéndonos al campo de lo económico, la interpelación del mercado ha implicado una acción en los espacios de definición fundamental de la reproducción global. De acuerdo con el esquema técnico del sistema de máquinas, compuesto por máquina herramienta, máquina motor y mecanismo de transmisión, nosotros ubicamos tres tipos de espacios, a saber, la producción de equipo automatizado, los energéticos y materias primas estratégicas y las comunicaciones y transportes. Asimismo, atendiendo a la escisión sujeto objeto dentro de la producción y al carácter de origen o fuente del valor que porta la fuerza de trabajo, es obvio que es esta la condición esencial de la reproducción, no sólo económica sino social.

Mediante su regulación en estos campos el estado garantiza la generación del plusvalor extraordinario, el establecimiento de un auténtico mercado mundial de fuerza de trabajo (ver EIR) y la apropiación al máximo de los recursos mundiales.

Por razones de espacio dejaremos fuera la problemática de los recursos energéticos y minerales estratégicos. Baste mencionar la esencialidad que reviste la intervención del estado en este campo que está marcado por una sujeción al territorio. El acaparamiento de los recursos de esta naturaleza, su apropiación, y la desposesión simultánea que ello conlleva para el resto del mundo, son elementos sustanciales para la definicion de la vulnerabilidad o fortaleza de cada nación. La apropiación de ellos, por la subdivisión planetaria en naciones, forma parte de la validación colectiva de los capitales de vanguardia y de la sumisión integral al mercado mundial. Este es un terreno, por excelencia, del estado[3].

3. La gestión del plusvalor extraordinario

El afán incesante del capital por extender los campos de valorización y el grado de expropiación social, así como su particular manera de desarrollar las fuerzas productivas, conduce al perfeccionamiento tendencial de la automatización no sólo de los procesos de trabajo sino del de reproducción en conjunto.

Esta, que es la manera capitalista de impulsar el proceso de dominio sobre la naturaleza y de multiplicar la potencia del trabajo es, a la vez, el modo de acrecentar la extracción del plusvalor y la objetivación de saberes y destrezas, es el medio de control de la ciencia y la causa de la relativa superfluosidad de la fuerza viva de trabajo. Pero, simultáneamente, es el sendero de construcción, ampliación y profundización del mercado.

Del mismo modo como, con la creación de la máquina herramienta, el capital logró despojar al obrero de su destreza y habilidades y objetivar así las condiciones de la producción, la complejización de los procesos productivos que requiere de forma creciente el recurso de las capacidades intelectuales de la fuerza de trabajo[4], ha puesto a las potencias del trabajo bajo el mando capitalista al servicio de la expropiación de estas capacidades, mediante la creación de máquinas que pretenden sustituir ya no sólo la destreza física del obrero sino su destreza mental.

Si la interposición de la máquina herramienta entre el obrero y su objeto de trabajo eliminó el principio subjetivo de la división del trabajo heredado de la manufactura y sentó las bases para el empleo indiferenciado de la capacidad de trabajo física, es decir, fue incorporando en la máquina todas las disposiciones específicas del proceso concreto de trabajo para suprimir diferencias y homogeneizar capacidades, con la introducción de la microelectrónica y la informática se establece la posibilidad de objetivación de los principios básicos del razonamiento lógico y de su articulación con el proceso de producción.

El capital avanza, por este camino, en el cumplimiento de su misión histórica. En su afán por acrecentar al máximo la extracción del plusvalor promueve, sin proponérselo, el desarrollo incesante de las fuerzas productivas materiales de la sociedad aunque, por supuesto, bajo su forma capitalista, esto es, en tanto que fuerzas productivas del capital.

Así, el esfuerzo por automatizar el proceso de trabajo es, dentro del capitalismo, punto de definición de los alcances y límites de la subsunción pero también, en el ámbito de la competencia, lo es de la superioridad o vanguardia productiva. Este espacio estratégico desde la perspectiva del mercado es asumido con la mayor responsabilidad por el estado convirtiéndolo en asunto de seguridad nacional. Así el estado, en la medida de su fuerza, socializa e internacionaliza los costos del progreso técnico o supremacía tecnológica de sus capitales. El estado se encuentra así en el núcleo problemático del mercado, poniendo en funcionamiento una mano que es completamente visible[5].

La profundización del dominio capitalista sobre el proceso de trabajo permitida por la electroinformática se manifiesta desarrollando la máquina herramienta en dos vertientes distintas pero confluyentes: avanza apropiándose del proceso de trabajo intelectual, mediante la objetivación de sus herramientas básicas (en la computadora) y desarrolla la máquina herramienta apropiadora del saber de la mano al convertirla en un brazo mecánico (en robot). Los robots de la última generación, sin embargo, ya contemplan la inclusión de programas de autoregulación, que responden a estímulos mediante la elección de alternativas. En este caso, la confluencia de movimientos y de instrucciones de opción múltiple es lo que permite la sustitución eficaz del obrero en una variedad de puestos de trabajo. El robot no es una persona, ni piensa, ni razona, ni es siquiera como el famosísimo C3PO de la Guerra de las Galaxias, pero es la máquina herramienta más perfeccionada y completa, con la que además de imitar los movimientos del trabajador, se empieza a intentar imitar o reproducir algunas de las operaciones lógicas de su mente.

Al considerar el impacto de la electrónica en la automatización industrial, la computadora, como unidad mínima de control automático programable, constituye el elemento definitorio o esencial de la transformación. La computadora es la unidad más simple de representación de la capacidad de controlar el conjunto productivo y sus especificaciones particulares desde su interior, es decir, automáticamente. En el desarrollo tecnológico de este sistema y en su amplia difusión ha sido fundamental la tecnología de los circuitos integrados o microelectrónica. En este sentido, se tiene una relación de interdependencia entre la tecnología de la computadora o informática[6] y la microelectrónica, dando como resultado lo que consideramos como el motor del cambio tecnológico actual y que llamaremos electroinformática[7].

La enorme importancia del desarrollo de la electroinformática está relacionada con la reorganización general de la reproducción capitalista y con su versatilidad. El abaratamiento de costos, motivo conciente[8] del capital, conduce a la apropiación universal de las condiciones de reproducción y, con ello, a la expansión de los medios de control y a la integración de los medios de extracción de plusvalor. La electroinformática constituye una base técnica que contribuye simultáneamente a la desvalorización de los elementos del capital constante, a la sustitución de fuerza de trabajo y al abaratamiento de su saber mediante su expropiación objetiva, así como a la reducción del tiempo de circulación del capital mediante la aproximación de los mercados proveedores (fuerza de trabajo y materias primas) y realizadores, pero también mediante la adecuación programada de las diferentes fases de la producción entre sí y de la producción con el mercado.

Como parte de este proceso de electroinformatización general y del desarrollo de nuevos materiales vinculado con el mismo y, de manera muy cercana con la industria militar, es decir, directamente bajo el impulso y financiamiento del estado, en los últimos años las telecomunicaciones han sido objeto de un gran desarrollo técnico y de una ampliación de su injerencia en el desarrollo de las actividades productivas, comerciales o financieras de las empresas y de las naciones. Asimismo, la utilización cada vez más intensiva y extendida de los servicios de telecomunicaciones y, sobre todo, el perfeccionamiento y diversificación de los mecanismos o servicios de transmisión, propician un mayor grado de desarrollo técnico de los procesos productivos, expresado, por ejemplo, en la desagregación espacial de las distintas fases del proceso de trabajo o en la mayor flexibilidad para la organización de la fábrica y para el enfrentamiento de conflictos laborales o de administración de fuerzas de trabajo con distintas cualidades o calificaciones[9]. En este terreno, la dinámica expansiva de la producción, en términos geográficos, requiere de nuevos sistemas de comunicación que se adecúen a las necesidades globales de los agentes productivos (las empresas).

El desarrollo tecnológico en las telecomunicaciones, por tratarse de una fuerza productiva básica de uso generalizado, impulsa o limita el desarrollo global de las fuerzas productivas, pero también, por la misma ocasión, incide en su distribución o acaparamiento mundial y en la determinación de condiciones de vanguardia o privilegio para el establecimiento de patrones tecnológicos y de relaciones económicas de dominación.

El problema de las telecomunicaciones no parece provenir por el momento de insuficiencias técnicas sino de restricciones propiamente económicas. La interconexión total de las redes es técnicamente posible en la actualidad mediante la adopción de un protocolo o lenguaje universal y de la adecuación del equipo para su adopción, no obstante, éste, el del software, es justamente uno de los terrenos fundamentales de la disputa entre naciones, entre empresas, entre empresas y naciones, etc. y es uno de los espacios privilegiados de gestión de los estados.

Esta restricción, empero, ni es la única ni quizá la más importante. La universalización del código o protocolo, que finalmente es también una mercancía capitalista, supone la capacidad para determinar y controlar las comunicaciones mundiales y otorga una ventaja competitiva que trasciende el propio sector de telecomunicaciones por el grado de penetración social de las mismas. La lucha por imponer un protocolo es, simultáneamente, la validación de un liderazgo y en ello se juegan mancomunadamente estados y empresas, es decir las personificaciones individual y colectiva del capital. Nuevamente el estado es aval y punta de lanza de sus capitales.

4. Ejército industrial de reserva y fuerza de trabajo

Las dos mercancías fundamentales, premisas de las relaciones sociales capitalistas son los medios de producción y subsistencia concentrados y la fuerza de trabajo.

La inmanencia de la fuerza de trabajo, originada por su carácter de fuente del valor, al tiempo que constituye el elemento de negación o ruptura, ha llevado al capital a la búsqueda por objetivar sus facultades como ya veíamos y por expropiar su capacidad de control sobre el proceso de trabajo. Este afán se cristaliza dinámicamente en el carácter de la tecnología y en la ampliación de su ámbito de aplicación. Sin embargo, la incapacidad de separar a la fuerza de trabajo de su portador, obliga a ocuparse de otros dos problemas: su reproducción y su subordinación.

En estos dos aspectos la organicidad de la relación estado-mercado es fundamental. Ellos suponen la gestión de los recursos alimenticios y del ejército industrial de reserva mundiales. Una empresa de esta envergadura sólo puede ser asumida por el estado, en el entendido de que empleará en ella todos los recursos, es decir, políticos, militares, económicos y culturales de los que el capital, como sociedad, dispone.

Esto no implica que sea el estado el artífice de la construcción del mercado mundial de fuerza de trabajo. El desarrollo de las fuerzas productivas materiales, generado en la búsqueda del plusvalor extraordinario, provoca simultáneamente efectos contrarios de concentración-desposesión, sobre los cuales se asienta su poder. Mientras más se impulsa la automatización, más accesible se vuelve la fuerza de trabajo en virtud de la menor especificación concreta de la acción del trabajador dentro del proceso de trabajo (o, si se quiere, de su mayor alejamiento del objeto de trabajo). La gran concentración del capital que suponen estos procesos dan la medida, por oposición, de la escala de desposesión a que es sometida la población del mundo. Asimismo, y como manifestación del mismo proceso, la internacionalización y movilidad del capital se corresponde con la extensión del espacio de definición del ejército proletario y, por tanto, del ejército industrial de reserva. De esta manera se crean, como resultado contradictorio de un mismo proceso, condiciones de valorización más adecuadas o maduras (superiores) en los dos elementos que conforman la relación capitalista: la objetivación de saberes y destrezas multiplica el rendimiento de la capacidad viva de trabajo y reduce su cantidad, y, el mercado de trabajo se extiende y profundiza aumentando el peso relativo y absoluto del ejército industrial de reserva y, adicionalmente, incrementando la gama de diferencias entre sus miembros, lo que agudiza su atomización interna y fortalece la posición del capital.

Asimismo, este afán por incrementar el plusvalor extraordinario conlleva una desvalorización en los bienes de consumo necesario y, combinado con una política de confrontación interna del contingente obrero y de extensión (incluidas migraciones) del ejército industrial de reserva, una desvalorización también de la fuerza de trabajo.

La heterogeneidad y polarización del desarrollo capitalista da lugar a una gran diversidad de situaciones productivas y de calidades[10] y disciplinas[11] de trabajo que el capital desarrolla y confronta en su beneficio. Los sistemas de producción más automatizados, que expresan la mayor apropiación material alcanzada del conocimiento humano, apelan a la intervención de una fuerza de trabajo de mayor operatividad intelectual que manual. Las operaciones estrictamente manuales, más fácilmente mecanizables, han sido desde hace tiempo paulatinamente incorporadas en el sistema de máquinas, mientras que las operaciones intelectuales, que requieren no sólo de conocimientos sino, sobre todo, de capacidad para discernir, apenas empiezan a ser aprehendidas en los llamados sistemas inteligentes[12]. La coexistencia de estas tecnologías límite o de punta con sistemas manufactureros, domiciliarios o hasta precapitalistas, todas articuladas al proceso de valorización bajo el liderazgo del capital de vanguardia, requieren de un ejército obrero igualmente variado y con la suficiente flexibilidad y amplitud como para soportar los cambios en la estructura tecnológica de la producción y en los ritmos de la acumulación. Esto sólo es posible mediante la mundialización del ejército industrial de reserva, en correspondencia con la internacionalización del proceso de valorización.

La heterogeneidad tecnológica de la producción y la alta estratificación del proletariado, tienden a agudizarse de acuerdo a dos tipos de problemáticas. Primero, la búsqueda incesante del plusvalor extraordinario que multiplica las innovaciones y sus campos específicos de aplicación, provoca una heterogeneidad no sólo vertical (relativa a la jerarquización interna de las ramas de producción) sino horizontal (referida a la diferencia de condiciones tecnológicas dentro de una misma rama) de los procesos técnicos de producción y de su instrumentación social, y, segundo, el acercamiento real de la geografía planetaria que vincula las situaciones más diversas mediante la insoslayable penetración del mercado mundial en todos los ámbitos geográficos y productivos, confronta, asimila y saca partido de las contradicciones entre los diferentes espacios tecnológicos y culturales. Y en este terreno nuevamente la intervención del estado es fundamental en la regulación de las cantidades y calidades de la fuerza de trabajo mediante políticas de atracción y repulsión específicas y diferenciadas de acuerdo al ciclo de la acumulación y a las características técnicas de los procesos de trabajo, y mediante la tolerancia o incluso promoción de la xenofobia e ilegalidad, y de los conflictos entre minorías étnicas.

La construcción del mercado mundial o, de otra manera, la dominación capitalista sobre la producción y reproducción del mundo, marca el límite de la subsunción de la fuerza de trabajo, de la conversión de la población mundial en clase obrera. La profundidad y duración de la desposesión y, con ello, la organicidad alcanzada por la producción capitalista en cada espacio, indican el grado de la estratificación o las diferentes disciplinas impuestas a la fuerza de trabajo y su articulación específica con el proceso de construcción del mercado mundial de fuerza de trabajo.

El sustento o base de este proceso debe ser encontrado en el carácter desestructurador o universalizador del modo de producción del capital y en la polaridad o contradictoriedad con que éste se abre paso en el mundo poniendo y rompiendo fronteras[13], en ocasiones lidereado por sus capitales de mayor envergadura, en ocasiones por su representación global.

En su proceso de universalización, el capital se apodera de territorios entendidos en el sentido integral: con sus recursos naturales, su población, sus conocimientos, su cultura. Se apropia y subsume y, por tanto, dispone e incorpora. Estas poblaciones son convertidas en fuerza de trabajo o, mejor, en ejército industrial de reserva, pero conservando tradiciones culturales (religión, creencias, costumbres, es decir, su concepción del mundo), si bien en pugna con nuevos elementos de la realidad que muchas veces son asimilados sólo mecánicamente, pues no encuentran cabida ni explicación adecuada dentro de los sistemas autóctonos de reconstrucción cultural[14]. Esta especificidad cultural, si bien en el interior del proceso de trabajo tiende a ser soslayada, es reproducida en el terreno social (por el estado e instituciones protoestatales) porque forma parte de la riqueza global de la fuerza de trabajo pero, sobre todo, porque es el elemento central de sustentación de la discriminación, tan rentable económicamente.

La polarización mundial del desarrollo capitalista, la concentración del poder y la riqueza, se acompañan también de una concentración de la miseria y la depauperación, esto es, la polarización caracteriza tanto al desarrollo de las fuerzas productivas y a la apropiación del producto social como a las condiciones de reproducción humana. El capital como tal se reproduce atendiendo a una disposición jerárquica y polar pero universalizando correlativamente las condiciones de producción capitalistas y extendiendo con ello el ámbito del ejército industrial de reserva al terreno mundial. Esta disparidad, producto del desarrollo económico mundial pero fomentada por los estados tipo A y agudizada por las oligarquías locales (estados tipo B), es el vehículo de las migraciones internacionales de fuerza de trabajo.

La reproducción ampliada del capital no depende de su capacidad para adecuar la reposición intergeneracional de la fuerza de trabajo sino de su capacidad para crearla a partir de la población mundial en su conjunto. Así, es posible sortear en conjunto, o garantizar en el nivel del capital social general lo que el capital individual y sometido a los ciclos y la competencia destruye, reprime o incentiva, de conformidad con sus requerimientos inmediatos. Es aquí donde se ubica la verdadera importancia de esta fuerza productiva itinerante y del ejército proletario mundial como ejército industrial de reserva. Es aquí donde la regulación del estado es indispensable para garantizar una de las condiciones generales de la valorización.

5. Las nuevas formas de gestión colectiva del capital. Supranacionalidad del mercado y del estado

La internacionalización de los procesos productivos, si bien fortalece -y depende de- la capacidad hegemónica de algunos estados, cuestiona su propia vigencia. La competencia ya en estos niveles de fuerzas productivas ha tenido que suspenderse relativamente en algunos espacios, notablemente en los de investigación básica o en investigación tecnológica precisa. Ya ni el estado puede socializar adecuadamente los costos del avance tecnológico y ha sido necesario establecer convenios entre capitales competidores de nacionalidades distintas y estados. Qué tanto el capital se está convirtiendo con esto efectivamente en multinacional todavía no puede decirse pero seguramente el gran número de acuerdos y la calidad de la investigación (o producción) que se está realizando sobre estas nuevas bases pone en cuestión la circunscripción nacional de los estados.

La regulación de las condiciones generales del proceso de valorización implica una escala cada vez más amplia y ha requerido de la sumisión mayor o menor de los estados tipo B y de una especie de encadenamiento en el que éstos se han convertido en estaciones repetidoras o reproductoras de los intereses de la clase dominante de los países tipo A, la que por supuesto está presente también en el juego de fuerzas interno. Sin embargo, cada vez más el estado tipo A, adecuando su gestión a un mercado ampliado de sus capitales, requiere imponer directamente sus directrices sobre las economías subordinadas y por ello se ha promovido, la mayoría de las veces a través de instituciones supranacionales como el FMI y equivalentes, el desmantelamiento de los estados y la ubicación de los recursos estratégicos en la posición más débil, es decir, en manos de la oligarquía local y no ya de la nación. La relación de estos estados (tipo B) con el mercado, entonces, no corresponde a la promoción de los intereses nacionales sino a la medida de su subordinación. Los "intereses nacionales" que encarna la clase dominante de estos países son de entrada expresión de su articulación subordinada con el mercado mundial o con las economías líderes.

Dentro de nuestro horizonte conceptual son las características y tamaño del mercado las que definen el ámbito y alcances del estado y su gestión. Así, la trasnacionalización de la producción y la posible multinacionalización de los capitales estaría abriendo el espacio para la supranacionalización de algunos estados, al tiempo que plantea la conversión de otros en oficinas de trámites y contención de los conflictos de clase. Es decir, la ampliación de la soberanía de los líderes implica un vaciamiento de la soberanía del resto.

Pero estas no son todavía más que especulaciones trazadas desde la perspectiva del capital internacionalizado, del capital y los estados líderes. No es este sin embargo el único ángulo del análisis. La lucha de clases, en este caso trasladada violentamente al plano mundial, tendrá que marcar los límites de este proceso. Será necesario observar, en América Latina, la evolución de los movimientos democratizadores y sus productos sociales, ya que éstos representan, en el momento presente, la expresión más organizada de recuperación de la soberanía y redefinición de los intereses de la nación.

 

 

 

 

Autor:

Ana Esther Ceceña

Economista.

Investigadora en el Instituto de Investigaciones Económicas de la Universidad Nacional Autónoma de México.

Miembro del Grupo de Trabajo Economía Internacional (CLACSO)

[1] Nuestro punto de vista a propósito del mercado, de su estructuración y de la ubicación de sus elementos definitorios esenciales, así como un abordaje detallado de cada uno de ellos se encuentra en el libro Producción estratégica y hegemonía mundial, coordinado por la autora y Andrés Barreda, de próxima aparición en Siglo XXI Editores, S.A.

[2] Por razones de espacio no podemos detenernos mucho en este punto así que esta delimitación resultará inevitablemente esquemática.

[3] Un planteamiento amplio y muy documentado sobre este punto se incluye en el libro Producción estratégica y hegemonía mundial, op. cit.

[4] La complejización del proceso de valorización del capital que se apodera de nuevas esferas, reestructura las ya conocidas y profundiza la desposesión general lleva aparejada una ampliación de la escala de la proletarización y del espectro proletario.

[5] Estamos refiriéndonos aquí obviamente a la situación de los países del tipo A.

[6] Vocablo francés que se forma a partir de la unión de dos palabras: información y automática.

[7] En un primer momento, la computadora, por sus grandes dimensiones y altos costos de producción, sólo está presente como instrumento de cálculo en los laboratorios, procesando información en instituciones gubernamentales o coordinando equipo militar. Sus dos vertientes básicas, la microelectrónica y la informática, fueron producto de investigaciones realizadas bajo los auspicios del estado para mantener la vanguardia internacional en la tecnología de guerra. Es ya en el momento en que se logra la miniaturización, cuando se crean máquinas pequeñas, muy potentes, capaces de funcionar como las primeras computadoras (los llamados microcomputadores), que esta tecnología puede difundirse y diversificar sus aplicaciones en la industria civil. A partir de este momento se convertirá en el elemento determinante del nuevo patrón tecnológico.

[8] Karl Marx, El capital, T. I, vol. 2, México, Siglo XXI Ed., 1977, p. 465.

[9] "La tendencia en la producción manufacturera hacia la automatización y la interconexión entre sistemas automatizados en el piso de la fábrica y entre plantas, está jugando un papel cada vez más importante en términos de la futura competitividad industrial". OCDE; The telecommunications industry. The challenges of structural change; París; OCDE; 1988; p. 16.

[10] Por calidad de la fuerza de trabajo entendemos todo el conjunto de características físicas y culturales del trabajador que se expresan en el consumo productivo de su fuerza de trabajo. Entre ellas se cuentan los hábitos alimenticios, higiénicos y de cuidado del cuerpo, así como las convicciones y costumbres religiosas y morales, la educación y conocimiento del mundo, el cosmopolitismo y las tradiciones relativas a las experiencias de trabajo y de subsistencia.

[11] Por disciplina de trabajo enunciamos la adecuación o sometimiento del trabajador al trabajo industrial en general pero atendiendo a sus características históricas específicas, es decir, a las determinaciones técnicas del proceso de trabajo y a las determinaciones sociales de explotación de la fuerza de trabajo.

[12] Se llama sistemas inteligentes a los sistemas computarizados facultados para descomponer los problemas de acuerdo a una secuencia de operaciones lógicas y tomar opciones en su resolución.

[13] No nos referimos aquí estrictamente a las fronteras políticas sino a las económicas y culturales también.

[14] Este es un aspecto que debe ser ampliamente documentado para evaluar la fuerza del capital (o su incapacidad relativa) para romper o transformar las estructuras conceptuales a partir de las modificaciones en el modo de asegurar la subsistencia y en las relaciones de trabajo. Asimismo, es necesario evaluar las bases de estas estructuras (sobre las que se asienta la resistencia identitaria), para confrontarlas con las exigencias disciplinarias capitalistas sea en el propio terreno, sea en realidades distintas tecnológica y culturalmente.

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