Descargar

El ministerio de música desde una perspectiva bíblica (página 2)


Partes: 1, 2

El mensaje que un M.D.M. da, tanto a los cristianos como a "los de fuera", depende, en gran parte, de su expresividad, es decir, de la manera en la que sus miembros manifiestan su autenticidad de oración y de vida, en como viven el canto y lo expresan con su cara, sus gestos, con toda su actitud corporal.

Un M. D. M. tiene que transmitir la Verdad. Por ello, cada nuevo canto ha de ser meditado. hecho de cada uno, orado para luego ser cantado por todos con plena convicción.

Un punto fundamental es velar por la unidad interior del M. D. M…

La verdadera unidad, la comunión profunda, no es automática. Es un regalo de Dios que debe ser preservado contra los ataques del Enemigo.

No hay nada más natural – o sea, propio de nuestra naturaleza pecadora- que las rivalidades, los celos, los resentimientos que surgen porque no hemos sido valorados como nos merecemos, porque nuestra opinión no ha sido tenida en cuenta , porque no se consideran nuestros dones y cualidades…

Después se canta como si nada hubiera pasado, como si formásemos el ministerio más unido como en forma secular.

Pero la corriente de Gracia no pasa.

El Espíritu Santo no puede usar libremente un ministerio de música si hay barreras entre las personas que lo forman.

Llegado el caso, si hay un conflicto latente que no ha sido resuelto, es mejor dedicarse a orar en lugar de ensayar, cantar y tocar.

Cuando hayamos confesado nuestros fallos, pedido perdón y perdonado, recuperando la comunión en Jesús, cantaremos y tocaremos con verdadero gozo en el Espíritu Santo, Espíritu de Amor, de Unidad y de Perdón.

La riqueza de este Espíritu es infinita.

El es el siempre nuevo, el que "hace nuevas todas las cosas".

Sus manifestaciones son multiformes, sorprendentes, y no las podemos reducir a nuestros esquemas y clasificaciones.

Podríamos hablar de un don de música en sentido general, como el don de experimentar y transmitir por medio de canto y la música la acción de Espíritu.

Pero si profundizamos más, vemos que Aquel que es Señor y dador de

Vida capacita a un M.D.M. con herramientas muy variadas, todas necesarias y complementarias.

Unas son cualidades o facultades naturales potenciadas y transformadas por su acción, y otras son… toda una sorpresa.

Por eso es mejor hablar – en plural – de dones para la música y el canto.

"Hay diversidad de dones, pero un mismo Espíritu" (1ªCor 12, 4).

"A cada uno se le da la manifestación de¡Espíritu para el bien común" (1ªCor 12, 7).

"Si el cuerpo fuera un solo miembro, ¿dónde estaría el cuerpo?" (1ª Cor 12, 19)

A cada miembro de un M.D.M. se le da la manifestación del Espíritu para el bien común. Y así, por obra del mismo y único Espíritu, uno recibe el don de exhortar y animar; otro el don de profecía y palabra inspirada a través del canto.

Éste recibe el don de discernir; aquél el de interceder. A unos, este mismo Espíritu les da don de salmodiar y cantar bajo su inspiración.

Otro recibe del Espíritu el don de dirigir.

El que discierne no puede decir al que salmodia: No te necesito.

El que dirige no puede decir al que profetiza a través del canto : No me haces falta.

Un M.D.M. no es un coro que se valore por el número de voces, ni un conjunto musical que se mida por la variedad de sus instrumentos.

Son los carismas los que marcan la diferencia: Estas herramientas santas que Dios

pone en nuestras manos (débiles y pecadoras) son con lo que verdaderamente el Señor "construye la casa" y "guarda la ciudad".

La música y el canto están al servicio de la oración. El M.D.M. está al servicio del cuerpo, de la comunidad y, por tanto, unido a la cabeza y sometido a aquellos que el Señor ha puesto como pastores y ministros en el nombre de Jesús de Nazaret POR MEDIO DEL ESPIRITU SANTO

El M.D.M. está siempre bajo la autoridad de quien lleva la oración de la asamblea.

Y desde esa unidad con los que dirigen, guía a la comunidad con el canto. De ahí la importancia de que M.D.M y dirigentes oren juntos antes, de que los responsables ejerzan sin temor su ministerio y de que el M.D.M. obedezca con amor.

Para que un M.D.M. pueda ser canal del Espíritu tiene que estar desatascado y limpio.

Cada uno de sus miembros tiene que llevar una vida digna del llamamiento que ha recibido. Vida de oración diaria, de lectura de la Palabra de Dios que es la Biblia meditación en la misma hacer actividades para el Señor Jehová y tener fe en todas las actitudes que se tienen para servir con fe y devoción … ¡Vivir en la Gracia de Dios para ser canales que la dejen correr!

Es, por tanto, fundamental, que todo M.D.M. ore con verdadera humildad fe y esperanza así como con intercesión para que sean tocados los congregantes y solo sea de honra y gloria para Nuestro Omnipotente Dios antes de servir; y esta oración debe de ser conforme al servicio que se va a prestar.

Orar con corazón contrito y humillado, sometiendo al Señorío de Jesús todo pecado, herida, problema o división.

Adorar y entregarse: dejar a Dios ser Dios. Y los angeles serán parte de nosotros y podemos fluir con gozo y gratitud

La Iglesia debe orar para que Dios conceda sus dones para la música y el canto y suscite muchos M.D.M. dispuestos a servirle más.

Si el Señor nos regala Ministerios /de Música ungidos no es para que el resto de la asamblea se calle.

La música es algo de todos; nada puede sustituir al canto en común. Mientras toda esta renovación de la música y el canto – por muchas y buenas que sean sus aportaciones y novedades se quede al margen de la vida normal de los grupos y comunidades, de asambleas y celebraciones, no conseguirá su verdadero propósito.

El propósito de Dios es siempre el Cuerpo de Cristo, la Iglesia, su edificación y su expresión.

Sólo el Cuerpo de Cristo da sentido a un M.D.M… Un cuerpo resucitado que por ahora esta a la diestra del padre estará prontamente cantando el cántico nuevo delante del trono y del Cordero (Apocalipsis 5, 8).

2.4 Grito de guerra.

"Hijos de Dios, aclamad al Señor, aclamad la Gloria y el poder del Señor, aclamad la Gloria de Jehová " (Sal 28)

"Dios asciende entre aclamaciones; el Señor, al son de trompetas. Tocad para Dios, tocad; tocad para nuestro Rey; tocad porque Dios es el Rey del mundo. Tocad con maestría". (Sal 46)

Israel era el pueblo de Dios. De forma natural, los israelitas cantaban para el Señor Jehová y el primer objetivo de su música era aclamarlo y glorificarlo.

De las más de quinientas citas en las que se menciona la música en el

Antiguo Testamento, nueve de cada diez se refieren a cantar o tocar para Dios dándole Gloria.

Y el Señor se atreve a decir: " ¡Dichoso el pueblo que la aclamación conoce!".

¿Formas tú parte de ése pueblo dichoso? ¿Conoces la aclamación?.¿Por qué "cantamos" en lugar de "decirle" a Dios nuestros sentimientos de regocijo y agradecimiento? Cuando hablo, esencialmente es mi inteligencia la que funciona. Con mi razón puedo identificarme con las palabras de un salmo, e incluso repetirlas, porque reflejan mi forma de pensar.

Pero cuando las canto, una parte más profunda de mi personalidad entra en juego: mis sentimientos, mi cuerpo, todo mi ser… se involucra en la aclamación a Dios.

La música subraya cada una de las palabras, las amplifica, las graba en

nuestros corazones y mueve nuestras zonas más profundas, impulsándolas hacia Dios. La música moviliza tanto nuestro subconsciente como nuestro cuerpo.

Si un cristiano real nunca tiene deseos de cantar, ni siquiera "en su corazón" ,¿no es esto una señal de que algo no va bien en su vida? Pablo señala el canto como una primera manifestación de la plenitud del Espíritu y, al mismo tiempo, como un medio para aumentar esa llenumbre de Dios (Efesios 5:1-9).

Decía Jesús: "De la abundancia del corazón habla la boca" (Mateo 12,34). Si no tenemos nunca un canto en nuestra boca, es que hay un vacío en el corazón.

De lo contrario, ¿cómo no aclamar a nuestro Dios, cómo no gritarle alguna vez la alegría que sentimos al pertenecerle?.

Si hay cantos en abundancia, cantar a Dios tiene una facultad maravillosa de llenar aún más nuestro corazón. En palabras de San. Agustín: "cuando seguimos a Dios, no hay lugar para las palabras; sólo para los Aleluyas, los glorias a Dios Todopoderoso"

"¡Aclamad, justos al Señor!" (Sal 32) – en otras traducciones "¡Gritad de júbilo, justos, al Señor!"

¿Qué es "aclamar"?.

¿cómo hemos de aclamar a Dios? ¿Veis cómo reaccionan, como actúan los hinchas de un equipo ante la fugaz victoria de sus ídolos, de sus pequeños dioses?

La victoria de Jesucristo, único Dios vivo y verdadero, debe ser aclamada más que todas las victorias de los hombres.

Así nos lo dice la Palabra:"Pueblos todos : ¡batid palmas, aclamad a Dios con gritos de júbilo! ""¡Tocad la mejor música de aclamación!" (Sal 33,2).En medio de nosotros, el Señor también juega un partido definitivo.

Sabemos quién es su enemigo.

Y conocemos de quién es la victoria. El triunfador, el goleador victorioso, ¡es el Cordero degollado!

Nuestras asambleas, todas nuestras reuniones – seamos cinco, cincuenta o cinco mil harán bien en asemejarse más a un estadio de fútbol donde se juega la final. En realidad, es bien sencillo; sólo hemos de alterar el orden de las letras en la palabra y, en lugar de i G – O – L! , gritar i G – L – O – R – I – A! con entusiasmo desbordante,

con todo el ser, a pleno pulmón-corazón-estómago-brazos y piernas… ¡hasta que se caigan los techos! Y con los

techos, nuestras barreras: indiferencia, orgullo, complejos, apariencias e intelectualismos.

Que nadie crea que esto son modernidades carismáticas. La aclamación al Señor era una realidad constante en las celebraciones del pueblo de Israel. Con toda normalidad, el Señor era aclamado cómo "Héroe Victorioso". El Salmo 28, después de exhortar a los hijos de Dios a aclamar su gloria y su poder, nos describe la respuesta del pueblo : "En su templo un grito unánime : ¡GLORIA!". Dice "TEMPLO", no estadio o cancha de baloncesto.

Hemos de reforzar estructuras y techumbres de nuestras Iglesias y oratorios… a fin de que resistan las vibraciones y estruendos que han de venir. Ente nosotros, los católicos, la aclamación ha quedado "normalizada" o reducida a fórmulas como el "amén" o el " aleluya". Aunque en realidad son gritos de júbilo, la manera de entonarlas en muchas asambleas las convierte en un eco apagado. En relación a esto afirma Max Thurian, teólogo católico de Taizé : " Estas aclamaciones sencillas deben ser el estallido de la espontaneidad del Espíritu que habla en la Iglesia".

La aclamación entra plenamente dentro de la tradición cristiana. San Agustín, San Jerónimo, San Juan Crisóstomo, San Gregorio Magno…. etc, nos hablan de ella. Viajemos con Agustín hasta Hipona, siglo V, y veamos. El hijo de Santa Mónica nos cuenta – en latín- cómo dos hermanos enfermos, un hombre y una mujer, habían acudido a Hipona a pedir oración por su salud. El hombre obtuvo la sanación y dio el correspondiente testimonio. San Agustín comenzó entonces a hablar, explicando a la asamblea como Dios puede sanar si todos unidos

intercedemos por alguien, cuando un tumulto interrumpió sus palabras. Gritos gozosos resonaban por el templo:

¡Gracias a Dios, alabanzas a Cristo! Y es que, mientras el obispo predicaba, la mujer también había sido sanada. Y el

texto termina: " ALIQUANDIU CLAMOREM PROTRAXIT ", o sea que por un tiempo el clamor siguió oyéndose. Hay una cierta semejanza con la final del Zaragoza. Pero es mucho mayor su parecido con lo que, actualmente, sucede en los grupos carismáticos.

La Iglesia, nuevo Israel, debe aclamar a Yavhé con gritos de júbilo e invitar a todos los pueblos a dar palmas en su honor. Igual que el antiguo pueblo de Dios, debe invocar el Nombre del Señor, lanzando el grito de guerra con que el pueblo escogido te imploraba su protección en las batallas. Hemos de aclamar a Aquel que "marcha delante de nuestras tropas ". Aquel que nos ha sacado de la esclavitud del opresor. Aquel que ha trabado en el mar carros y caballos, y que ha sido levantado por el Padre de entre los muertos y hecho Señor del Universo.

En palabras de Diego Jaramillo: "Cuando el cristiano contempla la Resurrección de Jesucristo, se siente llevado por el Espíritu a reconocer su Señorío y a expresar su admiración en palabras, en cantos, en risas, en sílabas entrecortadas, en aplausos, en gritos, en silencios, en lágrimas… según Dios da a cada uno. Lo básico no es lo que se dice, sino el amor y la adoración que brotan del corazón":

Las únicas palabras que pronuncia el Pastor, el amigo de la sulamita, que podría representar a Dios en el Cantar de los Cantares, son : "Mis compañeros escuchan, iHazme oír tu voz!" (Cant 8, 13) Dios mismo invita a la Iglesia a aclamarlo. Los compañeros que escuchan son los ángeles que rodean a Jesucristo, sentado a la derecha del Padre, que participan de nuestra aclamación y son especialmente sensibles a ella. Si hemos de aclamar al Señor – con sus ángeles y sus santos – por toda una eternidad, ¿por qué no empezar a practicar ya ahora?.

2.5 Eliseo, "el enterao".

"Josafat, rey de Judá, dijo: ¿No hay aquí algún profeta de Yahveh para que consultemos a Yahveh por su medio?. Respondió uno de los servidores del rey de Israel y dijo: "Está aquí Eliseo, hijo de Safat, el que vertía el agua en manos de Elías". Dijo Josafat : "Con el está la palabra dél Señor', Y bajaron donde él el rey de Israel, el rey de Edón

y Josafat. Dijo Elíseo: Traedme, pues, un tañedor de arpa. Y sucedió que, mientras tocaba el tañedor, vino sobre él la mano de Yahveh" (2ªRe 3,11-15).

La música no ocupa el lugar que le corresponde ni en las celebraciones ni en la vida de la Iglesia fundamentalmente por una razón: falta verdadero discernimiento espiritual. Todas las personas que han sido puestas por el Señor para pastorear en su nombre, tienen una misión muy concreta: conocer los caminos del Espíritu, en cada momento y situación, y guiarnos por ellos. A esto se le llama visión. Los obispos, los párrocos, los superiores, los dirigentes de un grupo o comunidad, los miembros de una coordinadora regional o nacional, han de ser – ante todo – hombres y mujeres de visión.

Para ser hombres y mujeres de visión se necesita, en primer lugar, que el Señor regale el don de discernimiento. Además tenemos que conocer la acción del Espíritu a través de los carismas. Esto significa formación -por un lado- y conocimiento espiritual y experiencia pastoral -por otro -. Pues bien, hermano/a responsable, ¿tienes formación suficiente sobre el ministerio de música? ¿tienes. como Elíseo, conocimiento espiritual y experiencia pastoral en éste ámbito?. Nunca se nos ha enseñado el valor de la música en la Biblia, ni

tampoco su función en la vida del cristiano y en la vida de la Iglesia. Normalmente, los responsables – que tienen otras muchas cosas importantes de las que ocuparse – no ven por qué razón deberían perder su tiempo en una cosa tan accesoria como la música.

Desde la perspectiva de la palabra de Dios y de la Tradición de la Iglesia debemos cambiar nuestros esquemas, desterrar muchas concepciones falsas y empezar a conocer lo que verdaderamente es y no es la música ungida por el Espíritu Santo.

a) El canto y la música no son tapagujeros ni elementos de animación. Son oración, puente, manifestación de Dios.

b) No es cierta la igualdad música = jóvenes. Los dones para la música y el canto son dones del Espíritu, que los derrama "sobre toda carne". Dios da lo que quiere, a quien quiere y como quiere.

c) Tocar instrumentos, tener buena voz o saber música no significan más que una predisposición. No cualifican de por sí para este ministerio. Como en cualquier otro ministerio, lo fundamental es la llamada del Señor y nuestra respuesta de conversión y entrega. La unción no es un elemento estético sino espiritual. No puede aprenderse en ningún conservatorio. Los que cantan y tocan para el Señor, deben -primero- escucharlo mucho, adorarlo en su Cuerpo y su Sangre, ayunar y vivir en humildad.

d) La música no debe ser el rótulo luminoso de una oración o el fuego de artificio de una liturgia, sino el abono que poco a poco va aumentando el fruto de la comunidad. Igual que todo don o carisma, no es plenamente verdadero hasta que no es humillado y purificado. Por ello, es inútil – cuando no peligroso consentir y mimar a los "músicos" y "cantantes" para que no se vayan de la Iglesia o del grupo. El sometimiento es la clave del crecimiento.

e) El canto es algo consagrado a Dios. Podemos -a menudo lo hacemos- profanar un canto. ¿Cómo? Cantando al Señor por el simple placer de cantar, por desahogarnos, cantando mecánicamente, sin pensar en la letra… es decir cantando un canto a Dios como un canto profano. Algunas personas incluso, son capaces de charlar con las de al lado mientras la asamblea canta. ¿Se atreverían a hacerlo cuando alguien está orando?. Los cantos son oraciones cantadas, palabras realzadas por una melodía. A fuerza de cantarlos muchas veces pueden perder poco a poco su significado. Por eso es bueno, en ocasiones, no cantar.- escuchar e interiorizar el texto en silencio, revivirlo.

f) "La Palabra hecha canto nos da la capacidad de retener las verdades santas" (S. Agustín). Toda la inspiración melódica cristiana – inspiración del Espíritu Santo – se pone al servicio de la Palabra. Y cantando con la unción del Espíritu un texto del Evangelio, un himno de San Pablo, un Salmo o un cántico de Isaías, el Señor actúa con poder y su Palabra hace lo que dice: convierte, libera, transforma, sana. La música pone alas a la Palabra y se convierte en un arma de luz y verdad que vence toda tiniebla.

Mediante la palabra hecha canto, el poder del Espíritu Santo se abre camino para actuar en el corazón que le necesita y le busca. Así se refuerza el poder evangelizador de la palabra. Y el canto, como dice S. Agustín "se vuelve instrumento de justicia, vínculo de corazones, reunión de almas divididas, reconciliación de discordias, calma de los resentimientos e himno de la concordia".

g) La música y el canto actúan como lo que podríamos llamar un "catalizador espiritual". En química, un catalizador es una sustancia en presencia de la cual otras reaccionan, es decir, se combinan con mayor facilidad y rapidez. De modo semejante, la música ungida por el Espíritu potencia otras manifestaciones del mismo y único Espíritu, como la profecía, la palabra inspirada, la sanación o la curación interior. Unas veces el canto prepara, limpia, crea un silencio profundo en la asamblea para que el Señor pueda ser escuchado – otras es el mismo canto el que contiene el mensaje profético, la – Palabra del Señor. El canto también es usado por el Señor para tocar nuestros corazones, para derramar su amor en heridas que, a

veces , ni siquiera conocemos pero que nos atenazan interiormente. Y así el Espíritu entra en lo más profundo de nosotros y nos sana interiormente, utilizando la música para llevarnos a la conversión, la reconciliación, a la paz.

Quien no haya vivido todo esto no podrá apreciar como es debido los dones y carismas del espíritu. Sólo cuando se tiene experiencia del modo como el Espíritu Santo actúa en muchas ocasiones, se puede empezar a reconocerlo y apreciarlo. Domingo Bertrand, jesuita francés, dice: "El Espíritu Santo es desconcertante. Tan desconcertante que quien no se haya desconcertado frente a su acción, es porque no lo conoce".

Los pastores, los responsables, deben conocer y discernir la acción del Espíritu y de todas sus manifestaciones carismáticas, De modo que en la comunidad "cada cual ponga al servicio de los demás el carisma que ha recibido" (1ª Pe 4,1)¿. De lo contrario, como dice Monseñor Uribe Jaramillo, "La Iglesia estará sentada y pobre sobre una riquísima mina de carismas que desconoce por completo. Y si en una iglesia o comunidad sólo actuamos los dirigentes y no todos los miembros, habrá que preguntarse seriamente si, al renunciar a los carismas, no se ha renunciado también al Espíritu".

h) En cada comunidad o grupo de oración ha de haber hermanos y hermanas que sirvan a los demás a través de la música y el canto. Para ello no es estrictamente necesario que toquen la guitarra o sepan música. Sí es necesario que hayan recibido del Señor el don y, con docilidad, lo pongan a funcionar. Para que este don crezca y madure ha de ser pastoreado. Por eso el ministerio de música ha de tener un responsable. Si este responsable es profundo en su relación personal con Dios transmitirá al ministerio la visión del Señor y, sometido a los dirigentes, crecerá y hará crecer a sus hermanos en humildad y servicio.

Aprenderá a no apagar el Espíritu, siendo instrumento de El.

i) "El canto que los cristianos elevan para expresar su fe en el Señor todos han de comprenderlo, sentirlo y ser capaces de aprenderlo, identificándose con él. El canto se convierte en símbolo de la Iglesia porque todos participan en él y este símbolo de unidad debe cuidarse prioritariamente a otras cosas. Si se convierte en motivo de la más sutil división, puede perder su fuerza como testimonio de fe y de amor" (S. Juan Crisóstomo).

El don supremo es el amor. Y todo don es para la unidad del cuerpo de Cristo. La música y el canto son servidores y constructores de unidad o no son nada. Es una gran responsabilidad de los pastores velar porque " todo sirva para la edificación". El ministerio de música está al servicio de la asamblea ; guía a la asamblea con el canto. Pero si la asamblea no canta, si no, se mete en el río de la música y se empapa bien, el ministerio no está cumpliendo su función. Como todo ministerio, ha de morir para dar vida. Evitemos dar privilegios a un determinado estilo de música. Si somos capaces de alternar y armonizar lo "clásico" con lo "moderno", los distintos miembros de la asamblea podrán expresarse e integrarse mejor en el canto. Sin que se den cuenta, irán ampliando sus horizontes, su sensibilidad musical. Y empezarán a apreciar lo bueno, lo "tocado por el Espíritu", independientemente de que sea nuevo o antiguo. En este sentido, el responsable de la música se parece al padre de familia del cual nos había Jesús "que saca de su tesoro cosas nuevas y cosas viejas". (Mt 13,52).

j) En toda reunión de oración ha de existir un equilibrio entre la palabra, el canto y el silencio. De este último dice Fernando Palacios, un gran pedagogo musical: "En música, él es el rey; todos acatan su ley". Es verdad, el silencio da sentido y valor al canto y a la palabra. El silencio es, por un lado, un momento específico de la celebración. Pero, por otro, es también una cualidad de la celebración, una realidad espiritual en donde la – palabra y la música encuentran un ambiente propicio y eficaz. Dice L. Deiss: "El silencio no hace ni crea una celebración litúrgica. Los cristianos no nos reunimos para saborear juntos un silencio comunitario logrado a la perfección. Sin embargo, toda celebración debe dar lugar al silencio y se trata de un elemento de primera importancia".

De la misma manera que el silencio marca el ritmo de la música y hace brotar un nuevo movimiento, así en la oración comunitaria el silencio es como un regulador que aparece como fruto de la palabra y el canto. Un silencio ha de valorarse más por su intensidad que por su duración.

¡Cuidado, pues, con usar el canto como una respiración asistida, como un llenasilencios! Avivar artificialmente una asamblea a la que el Señor llama a la escucha, es una decisión equivocada, guiada por inclinaciones humanas, no por verdadero discernimiento espiritual. Hay momentos en los que el canto sí debe irrumpir con decisión en un grupo centrado en sí mismo o disperso, para disparar y sostener la alabanza. Hay momentos de verdadera exultación, de aclamar, gritar al Señor, bailar para Él… Y la música ha de estar ahí "hasta que se caigan los techos" (V. Borragán). Pero hay otros momentos en los que guitarras y voces deben callar. La música prepara el silencio en el que Dios habla y actúa. Y toca escuchar, imitando a Aquella que "guardaba todo y lo meditaba en su corazón".

Quienes han recibido de Dios el encargo de pastorear a otros no deben permanecer en la ignorancia o la verdad a medias, A ellos, antes que a nadie, les dice S. Pablo -. "No quiero hermanos que ignoréis lo tocante a los dones espirituales" (1ªCor 12, 1). Refiriéndonos a la música y el canto, podemos decir que la variedad de dones y la abundancia con que el Espíritu Santo los está comunicando en todas partes, nos muestra que son importantes para el crecimiento de la Iglesia y que no podemos mirarlos con indiferencia. Necesitamos conocer su significado y sus fines, para no caer en exageraciones y saber usarlos y discernir su autenticidad.

El Señor nos ha hecho "colaboradores suyos" (1ª Cor 3,9). Como dice Monseñor Uribe Jaramillo. "Dios salva en la Iglesia y por la Iglesia. Como instrumentos tenemos que aportar algo, y en la medida que nos capacitemos mayor será nuestra colaboración con Dios. Esto nos debe servir para recibir los carismas con gratitud, pero también para ver cómo respondemos con el fin de que crezca su eficacia en nosotros… El plan de Dios es que todo crezca en nosotros. Cuando termina el crecimiento, empieza a obrar la muerte. También lo carismas deben crecer mediante nuestra colaboración. Un carisma es siempre perfecto en si, pero su mayor o menor manifestación depende de nuestra correspondencia".

Y una última cosa, querido Eliseo (o Elisea). Te sonará -quizá- a juego infantil Pero te pedimos: ¡ábrete al Señor, ábrete a la novedad del Espíritu! Ya que la música es un don de Dios, ¿por qué reservar a unos pocos privilegiados el improvisar y componer cantos para el Señor.?. No se trata de componer cantos para otros, sino, en 21 primer lugar, de cantar en tu corazón para Dios y después -¿por qué no?- a pleno pulmón en medio del campo o mientras vas conduciendo.

Todos podemos improvisar una melodía para ofrecérsela a Dios. Empieza partiendo de como te encuentres, del sentimiento que tengas : admiración, gozo tristeza, alabanza, angustia, paz… Expresar un sentimiento lo potencia, lo afina. En algunas ocasiones, al expresarlo nos liberamos de ese sentimiento. Toma como modelo a los salmistas, que decían a Dios todo lo que les agitaba interiormente. Tanto si era la amargura, como la rebeldía o incomprensión, se liberaban de ellas cuando las expresaban. ¡Déjate llevar por esta necesidad de expresarlo y encuentra en ti mismo las notas que mejor correspondan a lo que llena tu corazón!

Si desafinas, no te preocupes. Tampoco si la canción tiene reminiscencias de otras melodías: estás cantando en comunión con la Iglesia Universal. No importa que lo que acabas de cantar pronto se te olvide: Dios no lo olvidará nunca; El lo ha registrado. Todo esto se va desarrollando y cultivando Si superas la primera duda y dejas que tu corazón se lance a cantar, irás descubriendo como – en muchos momentos – la música puede expresar lo que hay en tu interior. En la libertad del Espíritu…¡al corazón de Dios!

2.6 Se va el Diablo con dolor de panza.

¡Aclamad a Dios con tambores, elevad cantos al Señor con cítaras, ofrecedle los acordes de un salmo de alabanza" (Jdt 16,2)

" Entonaron un cántico nuevo"(Ap 5, 9)

Francisco de Asís dice: "¡Que toda nuestra vida sea siempre una canción!". Y canta, salta y baila para Dios, proclamando ¡"El sentido de la vida es cantarte y alabarte!". Lo mismo Ignacio de Loyola. Para él, el principio y fundamento de toda acción de un cristiano, de toda actividad espiritual, de cualquier discernimiento, es alabar, bendecir y rendir homenaje al Señor. La música cristiana tiene un único sentido: ser A-LA-BANZA de la Gloria de Dios.

Dios nos dice que hemos sido creados para su alabanza y que el pueblo queEl ha formado proclamará sus alabanzas (ls 43, 7. ls 43, 21. Efe 1. 1-14). Alabar es lo que haremos durante toda la eternidad (Ap.5, 9-13). Dice Alfred Hüen, teólogo y musicólogo evangélico: "La música es el único arte que se practicará en el Cielo. Pero no tenemos necesidad de esperar al más allá: aquí y ahora, la Iglesia anticipa su vocación futura y eterna cantando alabanzas a Dios. ¡Que el Señor nos enseñe a cantar sus alabanzas sobre la tierra hasta que las cantemos en el Cielo!".

El canto implica a todo nuestro ser (Espíritu, Alma y Cuerpo) en la alabanza. Es un medio excepcional para desconectamos de nuestro propio mundo (nuestros pensamientos y preocupaciones) y centrarnos sólo en el Señor. Con frecuencia somos egocéntricos incluso en nuestras oraciones; volvemos a lo nuestro una y otra vez. El verdadero canto de alabanza dirige nuestra atención sólo hacia Dios,- a condición, claro, de que vivamos el canto, de que cantemos con toda la mente y todo el corazón.

En Pentecostés los Apóstoles "proclamaban las maravillas de Dios"(Hech 2,11) magnificaban a Dios, o sea hacían grande su nombre, como María en su canto. Llena del Espíritu Santo, la primitiva Iglesia prorrumpía en himnos y cánticos inspirados. Como dice Fray Luis de Granada. "Fue tan grande la claridad y el amor, y la suavidad y el conocimiento que allí recibieron de Dios, que no se pudieron contener sin decir a grandes voces las grandezas y maravillas de Él. Parece que, si en aquel momento no dieran estas voces, que reventaran y se hicieran pedazos como las tinajas nuevas cuando hierven con el nuevo mosto".

Este cantar alabanzas a Dios y proclamar su gloria que comienza en Pentecostés, es "heredado" por la liturgia de la Iglesia, conservado especialmente en sus doxologías y es sólo un anticipo de lo que ya vive la Iglesia triunfante (Ap. 14,3).

Alabar a Dios es más una actividad del corazón que de los labios. Las palabras que utilizamos para alabar al Señor en realidad son parecidas a las que se usan en los anuncios publicitarios: "Bueno, excelente, maravilloso, extraordinario…". Y es que las palabras que podamos pronunciar los hombres no son nada ante la inmensidad del Creador. Cualquier lenguaje humano es incapaz de expresar al Dios infinito: "no sabemos qué es, sólo afirmamos que Es" (Diego Jaramillo).

San Gregorio Nacianceno nos muestra cuál es la esencia, la raíz espiritual de todo canto de alabanza:

Oh Tú, "el más allá de todo".

¿Cómo llamarte con otro nombre?

¿Qué himno te puede cantar?

Ninguna palabra te expresa.

¿Qué espíritu puede comprenderte?

Ninguna inteligencia te entiende.

Sólo Tu eres inefable:

Cuanto se dice ha salido de Ti.

SóIo Tu eres incognoscible:

Cuanto se piensa ha brotado de Ti.

Todos los seres te alaban

los que hablan y los que guardan silencio.

Todos te rinden pleitesía,

los que piensan y los que no lo hacen

El universal deseo, el gemido de todos

tiende a Ti.

Cuanto existe te suplica

y quien contempla el universo

te eleva un himno en su silencio

Únicamente en Ti permanece todo

y de Ti, con un mismo impulso, todo procede.

Tú eres el fin de todo.

Tú eres el único.

Tú eres cada uno y no eres ninguno.

No eres un sólo ser;

no eres el conjunto de todo

Tú concentras todos los nombres,

¿Cómo podría yo nombrarte?

Tú eres el único que no se puede nombrar

Ten piedad, Oh Tú, "el más allá de todo".

Ante nuestra incapacidad de expresar a Dios, nos entregamos con e! canto, como si fuésemos flautas que suenan sólo cuando pasa por ellas el viento del Espíritu. El Espíritu Santo es quien alaba en nosotros al Eterno, al Soberano de todo, al Padre, al Cordero. "Es el Espíritu Santo (decía Adán de San Víctor, un cristiano de la Edad Media) quien dispone nuestros corazones para la alabanza; el forma en nuestras lenguas los sonidos del canto sagrado". Este es el misterio del canto de alabanza: el espíritu del hombre animado, tocado, soplado por el Espíritu de Dios. Nuestra música de alabanza y adoración se asemejará así a un iceberg; lo que aparece sobre el agua (lo que se oye), ha de ser sólo la octava parte de lo que está sumergido (lo que vibra en el corazón).

El Señor se complace en la alabanza de su pueblo. Y la voz de su esposa, la Iglesia, le parece dulce como "un panal de miel" (Cant. 4,11). Nuestra voz ha de subir a Él como incienso (Sal. 141 , 2), que brota a medida que el Espíritu de amor mueve el incensario que es nuestro corazón. ¡Ofrezcamos a Dios el sacrificio de alabanza, el fruto de los labios que confiesan su nombre (Heb. 13,15)! ¡Alabemos al Señor con todas las lenguas del mundo, con todos los instrumentos de la orquesta, con todas las voces de la creación, con todos los afectos del corazón!

"¿Preguntáis qué alabanzas debéis cantar? Resuene su alabanza en la asamblea de los fieles. La alabanza del canto reside en el mismo cantor. ¿Queréis rendir alabanzas a Dios? Sed vosotros mismos el canto que vais a cantar. Vosotros mismos seréis su alabanza, si vivís santamente". (S.Agustín. Oficio de lectura, martes III de Pascua)

Y se irá el diablo con dolor de panza… ¡porque no resiste esta alabanza!

La danza

En el salmo 149-150 y vario más, dice que alabemos su nombre con danzas e instrumentos y que seamos fieles a su palabra. El ministerio de la danza es muy antiguo en además es parte del hombre mismo. La biblia nos cuenta que Miriam en el mar rojo, de la batalla de Jericó, en Rey Saúl, el rey David y de varios sucesores mas danzaron con toda su fuerza, vigor, gozo y alegría delante de Jehová, Jesús y el Espíritu Santo. Porque para ellos son la victoria, la exaltación gloria y alabanza, regocijo, gratitud majestuosidad y amor. Además de la adoración que se desborda y a Nuestro Rey el que todo se merece. Cuando se danza, hay liberación, ministración, profecía amor alabanza y adoración a Adonay, Hashem, el Shadai etcétera, que su nombre es Jehová de los ejércitos.

Cabe destacar que nuestros ministerios, no son nuestros, no son del ser humano son del Señor Eterno Todopoderoso.

Es correcto hacerlo y nos inquieta en realidad profundizar en la biblia más y mas

Recordemos que dios está restaurando las cosas en su iglesia y la adoración es lo primero ya que a través de ella es que reconocemos que solo hay un Dios, que es el Rey y Señor y que todas las cosas son de El

 

 

Autor:

David Daniel Damian Ponce de León Fuerte y Flores/Martinez

 

Partes: 1, 2
 Página anterior Volver al principio del trabajoPágina siguiente