La descolonización: Discusión bibliográfica sobre el fin del Imperialismo (siglo XX) (página 2)
Enviado por skylan_mont
La descolonización, refiere Miège, llevó a disputas políticas dentro de las metrópolis, que repercutieron más que las implicancias económicas europeas, dado que "en todos los países, la descolonización provocó divisiones en los grupos políticos. La brecha abierta entre partidarios y adversarios –con todos los matices de una a otra posición según los argumentos de doctrina, de oportunidad, de método– no se produjo entre "izquierda anticolonialista" y "derecha colonialista". La descolonización se convirtió muchas veces en la máscara del neocolonialismo económico".[7]
Aparte de las disputas políticas y sobre qué tipo de medidas tomar para no perjudicar a los estados ni a los privados en términos económicos, el problema más grave en Europa lo constituyó, según Miège, el regreso de los colonos instalados en territorios de ultramar a la metrópoli. Esta repatriación, se realizó de diferentes maneras, según el país, y en todas partes contó con el apoyo gubernamental, lo que implicó gastos fiscales. Además de las implicancias económicas, el elemento cultural y psicológico, generarían repercusiones, tanto en colonos como colonizados, a través de los años siguientes.
En este sentido, el autor afirma que "la expansión colonial había sido la afirmación de los valores europeos. No es muy seguro que la descolonización, en su primera fase, sirviera, en la opinión de la antigua metrópoli, para descubrir los valores del "otro"".[8] Ciertamente, el abandono de los imperios coloniales por parte de las potencias europeas, debilitadas por las guerras, fue un proceso que abarcó tanto la experiencia de las colonias como la de las metrópolis. Sin embargo, fue una carrera necesaria dado el contexto internacional que se fraguaba, y no pudo ser contenido, pese a las resistencias de ciertos países que veían perjudicial el abandono de sus colonias.
Dado su sentido de proceso global, para José U. Martínez Carreras, la descolonización "constituye uno de los fenómenos más importantes y trascendentes de la historia de nuestro tiempo"[9]. No obstante, su prioridad en el análisis radica en las consecuencias para los territorios fuera de los límites de Europa, ya que la descolonización trajo consigo, incluso hasta la actualidad, consecuencias a largo plazo para el Tercer Mundo, integrado por todas las regiones que alguna vez fueron colonias. Este largo proceso, según el autor, se gatilló por el "declive" de Europa, sumado a una serie de procesos históricos más complejos y de carácter tanto local como global. Lo principal, sin embargo para él, no son tanto las consecuencias directas, como los resultados de largo alcance, que devinieron del proceso de independencias –más o menos violentos-. Los estudios necesarios de plantear al respecto –según Martínez Carreras-, y que son imprescindibles de desarrollar, deben realizarse bajo una perspectiva que abarque el Tercer Mundo junto a su proceso de emancipación cultural, el cual no se logró, ciertamente, con la emancipación política. Según este autor "las ideologías están, en los países del Tercer Mundo, aún en proceso de elaboración y formulación, y la emancipación cultural depende ante todo de la voluntad política en desmarcarse del modelo".[10] Por lo tanto, podríamos decir que sus ideas se fundamentan en la noción de la descolonización como proceso principalmente político que generó estados soberanos, los cuales, no obstante, continúan hasta hoy sus procesos de autodeterminación. Y en este movimiento de independencia, el declive de Europa fue fundamental.
Norman Lowe, así como Miége, plantea que el avance de las aspiraciones nacionales habría sido acelerado por la Segunda Guerra Mundial, esto a razón de la depresión en el "prestigio" que otrora gozaba Europa. En palabras de Lowe, "el prestigio de Europa se encontraba gravemente afectado por su fracaso en la defensa de sus posesiones asiáticas contra los japoneses y el mito de la invencibilidad de Europa había sido destruido; los asiáticos de regiones tales como las Indias Neerlandesas Orientales, la Indochina francesa y los territorios británicos de Birmania y Malaya no abrigaban ningún deseo de regresar al status quo de la preguerra, tras haber resistido tenazmente la ocupación japonesa"[11]. No obstante, este prestigio perdido actuaba como estimulante para el alzamiento ideológico o físico de las colonias, y no tan sólo como un elemento que influenciaba a las propias metrópolis a repensar sus imperios coloniales. Junto a esta decadencia de la imagen y poderío potencial de Europa, se unía la participación que los colonizados tuvieron en la guerra, situación que generó una idea de lo que significaba estar fuera de la colonia. "Numerosos africanos que habían dejado su tierra por primera vez, para pelear en la guerra, se sentían impresionados por el contraste entre las primitivas condiciones de la vida en África y la existencia relativamente cómoda que habían conocido en las fuerzas armadas. Los nacionalistas eran azuzados también por los rusos, quienes constantemente denunciaban al "imperialismo"."[12]
En relación a las consecuencias para los países europeos generadas durante el transcurso de la emancipación de las colonias, Lowe reconoce que los problemas que involucraba el proceso descolonizador eran de suma complejidad. Los factores religiosos, de diferencia racial –propiciados en muchos casos por las propias metrópolis- y, sin lugar a dudas, los intereses económicos de Europa, conllevaron a la aplicación de diferentes políticas, tendientes a no romper los lazos de manera definitiva o total. Para el caso de Gran Bretaña, hacia 1964, la mayor parte de su imperio se había tornado independiente, no obstante la mayoría de los nuevos estados mantuvieron vínculos con la metrópoli permaneciendo en la Commonwealth. En relación al caso francés, el autor reconoce que "estaban decididos a conservar su imperio, pero la fuerte resistencia nacionalista en Indochina y Argelia los obligó a cambiar de actitud".[13] Se terminarían retirando de Indochina en 1954, de Marruecos y Túnez en 1956. Abandonado ya para 1962, todas sus otras posesiones africanas, incluidas el África Ecuatorial y la Occidental.
Con respecto a la descolonización del Sahara Occidental, Jesús María Martínez Milán nos dice que fue un proceso de varios años, desde la entrada de España a la Organización de las Naciones Unidas en 1956, y hasta 1976, cuando finalmente evacúa el territorio. La ONU, en su prédica hacia una política de descolonización, sugirió a España liberar sus colonias saharianas, a lo que el Estado español respondió que sus tierras en el África no eran colonias, sino "Provincias Africanas".[14] Durante los últimos años de Franco, la política exterior española carecía, sin embargo, de una conducción coherente, según el autor, lo que llevó a España a una paradoja respecto de sus colonias. Puesto que desde el ministerio de relaciones exteriores se aseguraba que el Sahara Occidental era colonia de España, la Presidencia seguía argumentando la existencia de Provincias. "A partir de ese momento [1960] comenzaron las grandes contradicciones de la política española en lo que al tema de la descolonización se refiere, ya que por un lado, Presidencia del Gobierno se aferraba a la provincialización y, por el otro, el Ministerio de Asuntos Exteriores se comprometía con los organismos onusinos en un proceso de descolonización."[15]
Pese a la resistencia, Marruecos logró finalmente probar internacionalmente su posesión tradicional de aquellos territorios, y pese a que Mauritania también tenía parte en el litigio, no logró establecer una ocupación en el Sahara occidental. Lo importante para el autor es, sin duda, las estrategias que la presidencia mantenía para de alguna u otra manera seguir defendiendo su presencia en África, donde los intereses económicos eran esenciales: eran un punto estratégico hacia Las Canarias, además del valor de sus ricas aguas, y la potencialidad del suelo (por la posible presencia de petróleo y fosfatos). Nos obstante, Martínez Milán reconoce que la presión exterior finalmente gestionó la resolución de la entrega de tierras y los tratados tripartitos entre España, Marruecos y Mauritania. Por lo tanto, podemos ver que el autor privilegia la posición de los países europeos como propicios o no a una descolonización, una visión que limita a la colonia a una función principalmente circunstancial. En otras palabras, el abandono de las colonias era una decisión del gobierno imperialista, o de las presiones internacionales, y no tanto de las facciones rebeldes que surgían en una zona determinada.
Según Heffer y Launay, en cierta coincidencia con los anteriores autores –excepto en relación a Martínez Milán-, aunque con una visión tendiente más a lo político y social en términos de la participación de las colonias, al final de la Segunda Guerra Mundial las grandes potencias colonizadoras de Europa se encontraban debilitadas o veían con mayor recurrencia socavados sus dominios coloniales. Junto con esto, en el transcurso mismo del conflicto mundial, se habían realizado promesas de emancipación a algunos pueblos como la India, y los mandatos franceses en Siria y el Líbano. Así mismo, los japoneses habrían favorecido los movimientos de independencia de Asia del Sudeste. Los mismos autores, además, refieren que las fuerzas anticolonialistas –en marcha desde los años veinte- se habrían reforzado por la lucha contra los totalitarismos, lo que habría, a su vez, acelerado aún más el advenimiento de la descolonización y la formación de una importante parte del denominado "Tercer Mundo".
Heffer y Launay, por otra parte, ya sistematizando lo expuesto por otros autores, establecen para el desarrollo de la descolonización causas internas y externas. Siguiendo su examen, el debilitamiento de las metrópolis sería uno de los factores internos que favorecería la rapidez del proceso de descolonización. Las consecuencias devastadoras económicamente de la Segunda Guerra Mundial sobre las potencias, marcarían dicho debilitamiento, viéndose cómo "la victoria deja extenuadas las economías nacionales, absorbidas prioritariamente por las tareas de reconstrucción; las expediciones emprendidas para restablecer la autoridad metropolitana parecen siempre un pesado fardo".[16]
Los autores nos plantean cómo los nacionalistas se benefician de las tensiones y problemas internos de las colonias, así como la debilidad de las propias metrópolis, para exaltar movimientos en pro de afirmar su propia identidad, definida bajo los criterios nacionalistas europeos del siglo XIX –el pasado, la historia o la cultura, con preeminencia en las colonias francesas-. Siendo así es como "la oposición a la fuerza colonial les permite obtener una cohesión nacional que moviliza grandes masas en favor de la emancipación".[17]
Las enseñanzas e ideales europeos llegarán a las colonias, también, por medio de la enseñanza recibida por las elites locales en los colegios y universidades, inglesas y francesas, principalmente. "Esta pequeña minoría toma conciencia del pasado nacional cuanto que el país presenta un nivel de civilización avanzado (India, Birmania, Indochina)"[18]. Se sumaría a lo anterior, la necesidad de un jefe carismático que encarnaría la voluntad de emancipación; las masas populares serían "arrastradas por fuertes personalidades penetradas de cultura occidental y profundamente integradas en sus naciones respectivas"[19], lo que chocaba con algunos procesos descolonizadores, como el de Vietnam y Ho Chi Minh.
Dentro de las causas externas Heffer y Launay reconocen, principalmente, la presencia de los grandes bloques de la Guerra fría, así como la presencia e influencia de la ONU. Es así como la irrupción de la Guerra fría y la bipolaridad, capitalismo versus comunismo, también advierten su presencia en los procesos descolonizadores. Según los autores, EEUU en tanto recuerda su pasado colonial apoya los procesos descolonizadores, no obstante se debe advertir que, en suma, los intereses de apertura a nuevos mercados que abastecer, resulta ser un importante motivo del por qué de su respaldo. Sin embargo, el propio EEUU muestra, respecto de Indochina, una posición contraria, apoyando la presencia colonial francesa, puesto que la guerra originada adquiere ribetes de lucha contra el comunismo. La URSS, por su parte, resuelve tomar posición anticolonialista, apoyando movimientos nacionalistas, como los de Vietnam y otros –no necesariamente de inspiración marxista-. Su respaldo se concretiza en armas, principalmente. Lo anterior formaría parte, sin embargo, de la estrategia anti-occidental que la URSS llevaría a cabo durante la Guerra fría[20]
Según los autores, la posición que adoptaría la ONU sería de vital importancia, como planteaba Martínez Milán para el caso del Sahara español, puesto que "su carta condenaría el sometimiento de los pueblos. Los antiguos mandatos de la Sociedad de Naciones o las colonias perdidas por Italia (Somalia, Libia) pasan al control del Consejo de tutela".[21] Es así como el ingreso del llamado Tercer Mundo en la ONU, torna "a la Asamblea General en una fuerza militante de la lucha anticolonialista. La dominación de las metrópolis se somete en cada sesión al fuego de la crítica más viva. Así, la descolonización se acelera desde 1955 (año de la conferencia de Bandung), y 1960 es llamado el "Año de la descolonización", alcanzando entonces su máximo, ya fuera aceptada por las metrópolis o conseguida de forma violenta".[22]
Ana Pastor, por su parte, recalca la idea de la importancia cultural y económica que implicó la presencia de las naciones europeas en África y Asia, y las transformaciones que sus poblaciones indígenas sufrieron, tanto en pos de su subdesarrollo como en el surgimiento de una mentalidad nacionalista que posibilitaría el nacimiento de una resistencia al colonialismo y las eventuales revoluciones e independencias. Sin embargo, según Pastor y concordando con Lowe y Martínez Carreras, estas independencias –proceso que será llamado "la" descolonización pese a no ser un proceso original-, no se alcanzarían en "muchos países de una forma completa, pues aunque la mayoría consigue su soberanía política, los lazos que les unen al pasado colonial quedan profundamente estrechados, manteniendo desde entonces una dependencia social, económica y cultural que condicionan su desarrollo posterior y les hace caer en una nueva modalidad de colonialismo"[23].
El desequilibrio demográfico que produjo la invasión europea, asimismo económico, que promovió la producción a gran escala de productos exportables en desmedro de las actividades locales y tradicionales de las diferentes áreas colonizadas, obligaría a crear masas de gentes dependientes y bajo un régimen, en reiteradas ocasiones, de trabajos forzados, a saber, una esclavitud oculta en muchos lugares. Con todo, se vería el surgimiento de una élite burguesa local, afianzada y educada al modo europeo, que aprendería las ideologías y las costumbres de los invasores, y que ya para la época de la Primera Guerra, iniciaría –de manera diferenciada y con intensidades diferentes en cada colonia- un proceso de emancipación.
Pese a este intento europeo, que se vería manifestado desde inicios del siglo XX, de educar y civilizar a una parte, aunque pequeña, de las poblaciones subyugadas, subsistía un convencimiento fehaciente sobre la superioridad del "blanco". Las ideas racistas, que estaban avaladas "científicamente", generarían un desprecio por las colonias al tiempo que en algunas de ellas las metrópolis utilizarán medidas paternalistas, sobre todo tras la Primera Guerra, de manera de afianzar el dominio.
La autora reconoce el influjo determinante de la influencia europea en el modo de conducción de las independencias. Las herramientas aportadas por la colonización generarían el ambiente ideológico propicio para la emancipación. Junto con esto, Pastor reconoce la incidencia de las Guerras Mundiales en el proceso. Según la autora, "el desencadenamiento de las dos guerras que asolaron, tan sólo en treinta años, una gran parte del mundo, tuvo enormes consecuencias para las colonias, la imagen que hubieran deseado transmitir los colonizadores de una Europa próspera en la que se desarrollaba felizmente el acceso a las libertades, se vería empañada por la destrucción, el miedo y la crisis en todo orden de valores."[24] Esta noción de la decadencia de Europa la vemos ya en los autores anteriores, sin embargo, para la autora, el movimiento constante y creciente de los nacionalismos y los procesos propios e internos de las colonias en términos culturales y económicos, fueron los que permitieron a la coyuntura de la guerra generar el contexto de las independencias coloniales.
Junto a ello, la emergencia de las dos potencias que se enfrentarían en la llamada Guerra Fría, sería el contexto político y económico internacional que generaría el desarrollo paulatino y en poco más de veinte años, del abandono político de las colonias. Pastor no se refiere, sin embargo, al proceso como descolonización, sino más bien nos habla de independencias o revoluciones. Por tanto, ella le confiere un papel central al debilitamiento de Europa como potencia colonizadora y a la emergencia de un pensamiento y una acción propia del Asia y del África, heredada del pensamiento europeo, pero conjugada con las propias experiencias y necesidades locales. La pérdida de primacía de Europa y el anticolonialismo del que "hacían gala los EEUU se unía, por otro lado, el de la Unión Soviética"[25], generaba un ambiente favorable, por lo demás, a la generación de espacios de relativas libertades para las colonias, alentándose a la emancipación.
Así como otros autores, Pastor reconoce que el proceso de "independencias" de las colonias Afro-asiáticas, fue un proceso que abarcó, en la práctica, un conjunto de situaciones que se fueron dando desde los años "20, y principalmente tras la Segunda Guerra, y hasta la década de los setenta. Fue un proceso en ocasiones y ciertos lugares, violento, sin embargo en otros se dio con formas revolucionarias pacíficas de transición.
Con un énfasis diferente a la autora anterior, según la interpretación de Eric Hobsbawm, el proceso de descolonización así como de conformación de los nuevos estados independientes, habría sido conducido por la elite preparada en Occidente, dando lugar a su vez, a la adopción de las formas, modelos e ideologías del mismo Occidente, y no la generación de procesos políticos e ideológicos característicos de los propios pueblos que accedían a su independencia o autonomía. El historiador refiere que "las ideologías, los programas e incluso los métodos y las formas de organización política en que se inspiraron los países dependientes para superar la situación de dependencia y los países atrasados para superar el atraso: eran occidentales: liberales, socialistas, comunistas y/o nacionalistas; laicos y recelosos del clericalismo; utilizando los medios desarrollados para los fines de la vida pública en las sociedades burguesas (…) Esto supone que la historia de quienes han transformado el tercer mundo en este siglo es la historia de minorías de elite, muy reducidas en algunas ocasiones, porque –aparte de que casi en ningún sitio existían instituciones políticas democráticas- sólo un pequeño estrato poseía los conocimientos, la educación e incluso la instrucción elemental requeridos".[26]
Lo anterior, según Hobsbawm, no nos debe hacer creer que las élites occidentalizadas aceptaran todos los valores de los estados y culturas que tomaban como modelo, más bien "sus opiniones personales podían oscilar entre la actitud asimilacionista al ciento por ciento y una profunda desconfianza hacia Occidente, combinadas con la convicción de que sólo adoptando las innovaciones sería posible preservar o restablecer los valores de la civilización autóctona".[27]
La adopción, por el denominado "Tercer Mundo", de las ideologías y programas occidentales, respondían –según Hobsbawm- a lo que subyacía en ellos, no tanto como ideología en sí, sino como mecanismo de lograr un equilibrio propio en sus países mediante la adopción de programas emancipadores. La adopción del socialismo soviético, no respondía a la posición antiimperialista que había esgrimido desde siempre la URSS, sino que "también porque veían en la URSS el modelo para superar el atraso mediante la industrialización planificada".[28]
Un elemento central en las ideologías operativizadas por las colonias en proceso de emancipación, para el autor, es la noción de oposición a la modernización occidental, tanto como forma de organización estatal así como de principios morales y costumbres. Sin embargo, no todos se oponían a esta idea de desarrollo occidental. Puesto que "la principal tarea que debían afrontar los movimientos nacionalistas vinculados a las clases medias era la de conseguir el apoyo de las masas, amantes de la tradición y opuestas a lo moderno, sin poner el peligro sus propios proyectos de modernización."[29]
Hobsbawm, ve que la acción principal en esta emancipación viene por parte de Occidente. Su influencia es decisiva, como poder expansivo de tendencias económicas y culturales. Las ideologías europeas, como se dijo antes, y su cultura en general, junto con los intereses económicos de los países industrializados, dieron paso o permitieron este proceso de liberación de las colonias, que devino en una situación de mantenimiento del control occidental dentro, sin embargo, de otros contextos. Según este autor, el proceso de descolonización de las décadas posteriores a la Segunda Guerra, no fue antecedido por movimientos sistemáticos de independencias décadas anteriores, pues aunque estas ideas se presentaron en algunas zonas del imperio británico, especialmente la India, no lo fue en la generalidad de los territorios de ultramar. Por tanto, Hobsbawm asegura que fueron las circunstancias europeas la que abrieron paso a un replanteamiento por parte de las mismas metrópolis de su posición colonialista. Estas circunstancias se dejaron ver esencialmente desde la depresión de los "30.
El autor plantea que antes de esa fecha la idea de un abandono del imperialismo era impensable, no obstante luego de la Gran Depresión, "chocaron por primera vez de manera patente los intereses de la economía de la metrópoli y los de las economías dependientes, sobre todo porque los precios de los productos primarios, de los que dependía en tercer mundo, se hundieron mucho más que los de los productos manufacturados que se compraban a Occidente. Por primera vez, el colonialismo y la dependencia comenzaron a ser rechazados como inaceptables incluso por quienes hasta entonces se habían beneficiado de ellos."[30]
A diferencia de los autores anteriores, y desde una perspectiva más teórica y escencialista, el texto de Frantz Fanon, expone que la descolonización es un proceso histórico que descansaría capitalmente, en la dialéctica o confrontación violenta de los colonizados frente a los elementos extranjeros. En su propia definición: "La descolonización, como se sabe, es un proceso histórico: es decir, que no puede ser comprendida, que no resulta inteligible, traslúcida a sí misma, sino en la medida exacta en que se discierne el movimiento historizante que le da forma y contenido. La descolonización es el encuentro de dos fuerzas congénitamente antagónicas que extraen precisamente su originalidad de esa especie de sustanciación que segrega y alimenta la situación colonial".[31]
Fanon resalta el factor de la violencia, expresada en la explotación hacia el colonizado por el colono. Además su examen al respecto nos advierte de qué modo la descolonización se convierte en un haz que redime a los colonizados, resulta ser la creación de hombres nuevos, volviéndolos realmente sujetos históricos, en hombre libres, pues "la descolonización no pasa jamás inadvertida puesto que afecta al ser, modifica fundamentalmente al ser, transforma a los espectadores aplastados por la falta de esencia en actores privilegiados, recogidos de manera casi grandiosa por la hoz de la historia. Introduce en el ser un ritmo propio, aportado por los nuevos hombres, un nuevo lenguaje, una nueva humanidad. La descolonización realmente es creación de hombres nuevos. Pero esta creación no recibe su legitimidad de ninguna potencia sobrenatural: la "cosa" colonizada se convierte en hombre en el proceso mismo por el cual se libera."[32]
La descolonización para el autor radicará en el enfrentamiento con el otro, el blanco, el extraño, el que ha ocupado lo ajeno, y ha sometido violentamente a los colonizados. Que los ha deshumanizado, desarrollando estructuras maniqueístas que encasillan al elemento autóctono en los criterios negativos por excelencia contemplados en el Occidente.
Fanon concibe a la Europa en crisis, próxima a un abismo del que las colonias debían alejarse. Debían abandonar a una Europa que poseía un discurso contradictorio, que por un lado "no deja hablar del hombre al mismo tiempo que lo asesina por dondequiera que lo encuentra (…) Hace siglos (…) que en nombre de una pretendida aventura espiritual ahoga a casi toda la humanidad".[33]
Este autor, claramente desarrolla un análisis de los procesos a través de la significación contenida, más allá de los acontecimientos históricos, planteando que el advenimiento de la emancipación de las colonias es casi una transformación. Esta aseveración contradice lo argumentado por autores como Hobsbawm, quien plantea que la descolonización, pese a tener un sustrato nacionalista, se articuló principalmente desde y hacia occidente, o lo planteado por Lowe, Pastor o Martínez Carreras, quienes argumentan que pese a esta independencia política, las antiguas colonias siguieron, de una u otra manera, vinculadas al sistema capitalista mundial, tanto en términos económicos como culturales.
Conclusión
El proceso de descolonización o de emancipación de las colonias africanas, asiáticas y del Pacífico, de las metrópolis europeas, descrito y analizado por los autores precedentes, dan cuenta de un fenómeno que puede periodizarse en unos 30 años –poco más o menos- desde el fin de la Segunda Guerra. No obstante, algunos argumentan la generación de ciertas tendencias nacionalistas previas, desde principios del siglo XX, que serían el antecedente dentro de las colonias para su desenlace final en independencia, iniciado durante la coyuntura del período entre guerras –la Gran Depresión- y sobre todo la Segunda Guerra Mundial. Esta coyuntura habría sido el trasfondo y el empuje esencial para un avance descolonizador, a raíz de la decadencia de Europa y la emergencia de las potencias anticolonialistas, EEUU y la URSS, y organismos internacionales que avalaban la descolonización, como lo fue la ONU.
Los historiadores coinciden en el factor de convergencia de circunstancias económicas y políticas en el concierto de las potencias europeas, como lo fueron los procesos dados desde 1930, y especialmente entre 1939-1945, que hicieron tambalear las firmes estructuras en las que se sustentaba el imperialismo colonial. En general, se desconoce la trascendencia de los movimientos nacionalistas como factor determinante de las independencias, nos obstante ser un elemento que dio un cariz diferenciador a ciertas emancipaciones o carreras descolonizadoras, como el caso emblemático de la India, corazón, a su vez, del Imperio Británico. Lo principal, que vemos en los trabajos precedentes, respecto de las ideas nacionalistas propias de las colonias, es que éstas no fueron una creación original, sino más bien una utilización adaptada a las realidades particulares, de las ideologías y formas políticas de Occidente. Por lo tanto, estas fuerzas internas no habrían poseído el ímpetu de un movimiento autónomo en propiedad, al tiempo que seguían dependiendo de Europa como modelo modernizador. Ciertos autores, pese a reconocer esta situación no desconocen, sin embargo, la fuerza interna de algunos movimientos que tuvieron un carácter más tradicionalista, y que, especialmente desde la independencia política oficial, actuaron como organizadores de los nuevos estados, rivalizando, tal vez, con el pensamiento más occidentalizado. Sea como sea, las dinámicas entre ideologías más o menos penetradas por lo occidental, son particularidades que no se han tocado en el presente análisis. Por tanto, queda por decir, que la norma general es visualizar la descolonización como un movimiento internacionalista, motivado por coyunturas dentro del capitalismo imperialista que se estaba transformando, tal vez no tanto en su fondo, como en su forma. El dominio del mundo estaría, tras la Segunda Guerra Mundial, liderado por dos potencias que lucharon por la hegemonía ideológica, económica y política, sin embargo, sobre un millar de naciones denominadas soberanas.
El único autor –de los analizados– que expresará la descolonización como un cambio trascendental para la dinámica en torno a la opresión colonial, será Frantz Fanon, el cual claramente antepone una visión teórica por sobre los acontecimientos y dinámicas propias del proceso emancipador. Haciendo hincapié en la voluntad de liberación de los colonizados, Fanon nos abre el tema que vemos tratado por Pastor y por Martínez Carreras, en tanto que el proceso de descolonización, el cual se podría limitar a la declaración de independencia de las diferentes naciones no es, sin embargo, un proceso acabado. Las consecuencias del retiro del dominio imperial serían más trascendentes sobre el denominado "Tercer Mundo", que lo que se produciría en Europa. En última instancia, las consecuencias acarreadas a la mayor parte del mundo otrora colonias de Europa, tras la emancipación, convergerían como un reflejo de los problemas del Tercer Mundo hacia las potencias occidentales y se traducirían, finalmente, en políticas internacionales.
Bibliografía
Fanon, Frantz, Los Condenados de la Tierra, México, FCE, 1983.
Heffer, Jean y Michel Launay, La Guerra Fría, Madrid, Ediciones Akal, 1992.
Hobsbawm, Eric, Historia del siglo XX, Buenos Aires, Editorial Crítica, 1998.
Lowe, Norman, Guía Ilustrada de la Historia Moderna, México, FCE, 1989.
Martínez Carreras, José U., "La descolonización según la reciente bibliografía", Cuadernos de Historia Moderna y Contemporánea, nº 8, Madrid, Ediciones Universidad Complutense, 1987, pp. 259-267.
Martínez Milán, Jesús María, "La descolonización del Sahara occidental", Espacio, Tiempo y Forma, S. V., Historia Contemporánea, t. IV, 1991, pp. 191-200.
Miège, Jean-Louis, Expansión europea y descolonización de 1870 a nuestros días, Barcelona, Editorial Labor, 1975.
Pastor, Ana, La Descolonización: el Tercer Mundo, Madrid, Ediciones Akal, 1995.
Autora:
Lic. Montserrat Nicole Arre Marfull
2008
Universidad de Chile
[1] Jean-Louis Miège, Expansión europea y descolonización de 1870 a nuestros días, Barcelona, Editorial Labor, 1975, p. 160.
[2] Ibid.
[3] Ibid.
[4] Ibid., p. 161.
[5] Ibid., p. 168.
[6] Ibid., p. 169.
[7] Ibid.
[8] Ibid., p. 170.
[9] José U. Martínez Carreras, "La descolonización según la reciente bibliografía", Cuadernos de Historia Moderna y Contemporánea, nº 8, Madrid, Ediciones Universidad Complutense, 1987, p. 259.
[10] Ibid., p. 267.
[11] Norman Lowe, Guía Ilustrada de la Historia Moderna, México, FCE, 1989, p. 463.
[12] Ibid.
[13] Ibid., p. 464.
[14] Jesús María Martínez Milán, "La descolonización del Sahara occidental", Espacio, Tiempo y Forma, S. V., Historia Contemporánea, Tomo IV, 1991, p. 192.
[15] Ibid., p. 193.
[16] Jean Heffer y Michel Launay, La Guerra Fría, Madrid, Ediciones Akal, 1992, p. 156.
[17] Ibíd.
[18] Ibid., p. 157.
[19] Ibíd.
[20] Ibíd.
[21] Ibíd.
[22] Ibíd.
[23] Ana Pastor, La Descolonización: el Tercer Mundo, Madrid, Ediciones Akal, 1995, p. 7.
[24] Ibid., p. 19.
[25] Ibid., p. 20.
[26] Eric Hobsbawm, Historia del siglo XX, Buenos Aires, Editorial Crítica, 1998, p. 206.
[27] Ibid., p. 207.
[28] Ibíd.
[29] Ibid., p. 211.
[30] Ibid., p. 217.
[31] Frantz Fanon, Los Condenados de la Tierra, México, FCE, 1983, p. 20.
[32] Ibid., p. 21.
[33] Ibid., p. 7.
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