Espacio, género y colonialismo en Pancracio, el huraño (1856) de Gottfried Keller (página 2)
Enviado por César Agustín Flores
La segunda acción de Lidia en el jardín tiene lugar después de más de seis meses en los que Pancracio anda "como un noctámbulo, cargado de sueños como un manzano de sus frutos, y todo sin dar un solo paso hacia [ella]" (ibíd.: 34). Finalmente, ha tomado la resolución de abandonar la casa del gobernador para unirse nuevamente a la compañía militar inglesa (ibíd.: 35). La noche antes de partir, Pancracio sale al jardín a explicarle algunas cosas al jardinero que lo va a reemplazar. "Nos detuvimos en un vergel de esbeltas rosas, que yo había cuidado. [ ] Mientras daba mis indicaciones al muchacho se aproximó Lidia, y lo despachó con cualquier pretexto" (ibíd.: 36). A esto se siguen unos instantes de gran tensión, "hasta que llegamos a un sitio en que había una o dos docenas de naranjos, que saturaban el aire con su aroma" (ibíd.: 37). Ella se sienta en un banco bajo los naranjos "y hundió su her- mosa cabeza entre las manos" (ibíd.: 37). A continuación tiene lugar la declaración de amor.
Lidia responde a esta con frialdad ("[su] tranquila manera de hablar cayó en mi sangre ardiente como un trozo de hielo" [ibíd.: 38], acota, al respecto, Pancracio). Ella le dice: "le advierto que no siento afecto por usted, o al menos tanto como por cualquier otra persona" (íd.), y da cuenta de una egoísta satisfacción. Es significativo el cambio que se opera, entonces, en el joven héroe:
ante la mujer que suponía buena y afectuosa, mi corazón había temblado, mas ante la fiera de este falso y peligroso egoísmo no temblaba ya, como no lo hacía ante tigres y serpientes [ ]. [M]e sentí de improviso tan frío y sensato como sólo puede estarlo [ ] un cazador [ ]. Por cierto que era una sensación rara, lúgubre, debía dejar allí la belleza que resplandecía ante mis ojos, [ ] el siniestro misterio de la belleza. (ibíd.: 38)
No es menos significativo lo que Lidia replica: "¿Parece un poco disgustado, vanidoso señor, de comprobar que no es objeto de una pasión femenina, abnegada y sin límites, de que yo, pobre de mí, no sea el corderito [ ] que usted imaginaba, para su satisfacción?" (ibíd.: 39). Están en juego aquí dos representaciones antagónicas de lo masculino y lo femenino, y de la relación entre ambos. Lidia agrega algo más: "yo sé ahora que le agrado y que vivo en su sangre [ ]. Lo demás me resulta indiferente" (ibíd.: 39 y s.). Esta escena es índice de la independencia de Lidia respecto del joven militar y los hombres en general. Lectora de Shakespeare, es una mujer autónoma, "no es sino una de esas naves de femineidad, firme, suntuosa y de derrotero recto que sabe bien lo que quiere" (ibíd.: 34). Hay un antagonismo entre la madre y la hermana de Pancracio, de un lado, y Lidia, de otro (un dato del abismo que se- para a Ester de la hija del gobernador es que la primera es una figura que vive a la sombra de su madre, mientras que Lidia prefiere abandonar a la suya en la torre en Irlanda y vivir junto a su padre, pues "la diferencia de sexo" con él la hacía sentir mejor [ibíd.: 25]). Esta oposición se refleja espacialmente en las diferencias semánticas entre la casa materna y los jardines. Estrechez y apertura, ascetismo y sensualidad (los olores naturales de, por ejemplo, los naranjales), domesticidad esclavizante y libertad, ignorancia cultural y erudición son los pares de opuestos que definen, respectivamente, esos dos espacios, esos dos tipos de mujer.
Acerca de esta idea comenta Pancracio: "se me ocurrió de forma tan inesperada que, consumi- do por la ira, disparé sobre un enorme jabalí que acababa de irrumpir [ ], alojándose mi bala en el cerebro del animal casi al mismo tiempo y de forma igualmente imprevista como aquel abominable pensamiento en el mío, y ya me parecía que la fiera merecía mi envidia por su adquisición, en com- paración con la mía" (ibíd.: 30).
El discurso colonialista: el Otro de los europeos
Pancracio se convierte en explícito agente del colonialismo en tres ocasiones distintas.
En primer lugar, en el buque mercante inglés que lo lleva a Nueva York, el héroe del relato ayuda al capitán a fabricar y restaurar "toda clase de armas de fuego y pistolas" (Keller, cit.: 23). Es aquí que aprende a manejarlas. Se lee, además, que "cuando una de esas piezas de armería tenía apenas la cohesión necesaria se la probaba con una fuerte detonación, mas nunca se la sometía a una segunda prueba, que se confiaba al piel roja o al negro de lejanas islas que compraba el arma". A cambio, estos habitantes de las colonias les daban "valiosas mercancías de paz y tiernos productos de la naturaleza" (ibíd.: 23). No se puede decir que Pancracio apruebe o desapruebe esta actividad colonialista. En todo caso, se encuentra allí de casualidad, porque es eso lo que ha encontrado como medio provisorio de subsistencia.
En segundo lugar hay que señalar su incorporación al regimiento inglés en la India. Su actividad colonialista más importante tiene lugar cuando, después del desplante amoroso de Lidia, se une a una compañía que va a combatir contra "las salvajes tribus de las montañas en la frontera más avanzada del Imperio Indobritánico" (ibíd.: 41). Al cabo de sanguinarios combates, se convierte en capitán de la compañía (ibíd.: 42), con lo que se vuelve, durante dos años, "la autoridad suprema en aquella selva pagana" (íd.). "Mi tarea principal", relata, "consistía en ser una avanzada del cristianismo y ofrecer a los misioneros de nuestra religión una protección enérgica para que pudieran llevar a cabo su obra sin peligros". "Pero más que nada", concede, finalmente, "tenía que impedir la cremación de mujeres hindúes a la muerte de sus maridos [ ] en honor de la fidelidad conyugal" (ibíd.: 42). Luego se vanagloria de cómo, en una ocasión, logra salvar de la cremación a una joven y hermosa mujer "proporcionándole [ ] una dote y casándola con un hindú a nuestro servicio, convertido al cristianismo" (íd). Más allá de todo esto, Pancracio no parece estar muy convencido de su misión geopolítico-religiosa: de pronto se vuelve a acordar de Lidia, y decide dejarlo todo para ir nuevamente en su búsqueda. Tras el fracaso de esta tentativa, se lee, "de nuevo fui hosco e impaciente, y un buen día dejé el servicio en el ejército indobritánico para largarme, repatriarme y olvidar a la mujer desalmada" (ibíd.: 44).
Mencionamos, finalmente, su misión como miembro del ejército francés en África del norte, al que se alista en París. Las razones por las cuales lo hace no obedecen a una mentalidad colonialista: comenta que en París "anduvo de teatro en teatro, y por cuanto sitio de reuniones femeninas hubiere, haciéndome presentar también en varias casas y tertulias distinguidas", mas "todo lo que veía no me servía de más que para hacer comparaciones con Lidia y redundaba a favor de ella. [ ] En una palabra, enfermé de nuevo" (ibíd.: 44). Es por ello que decide abandonar esta ciudad y regresar al ámbito de la violenta camaradería masculina en el que ha tenido tantos éxitos. En Argelia, vuelve a mostrarse, como en aquella "selva pagana" en la India, en extremo violento: cuenta que su misión era "derribarles a los beduinos de amplio manto sus ridículos sombreros de paja, de forma de torre, [y] cruzarles a golpes la cabeza, cosas que cumplí con un afán tan furioso que también ascendí entre los franceses y llegué a coronel" (ibíd.: 45). La escasa convicción con que Pancracio desempeña sus tareas en el desierto argelino queda de manifiesto en el hecho de que, tras su encuentro decisivo con el león (ibíd.: 47 y s.), presenta su dimisión, olvidándose en el acto de toda tentativa colonialista, y vuelve al hogar.
3.2. Genderización del discurso colonialista
No hay, ni en el relato ni en la psicología de Pancracio, un interés por cuestiones de índole geopolítica. El héroe no ha internalizado el discurso colonialista, sino que, a pesar de todos sus actos de violencia, se mantiene a cierta distancia de los acontecimientos. Esto obedece, podemos postular, al hecho de que el discurso colonialista está genderizado: está en función de una representación específica de la relación entre lo masculino y lo femenino. La genderización del discurso colonialista se manifiesta de dos formas en la novela corta: como domesticación de lo femenino por el sujeto colonialista (por el hombre), de un lado, y como aniquilamiento del deseo sexual, de lo instintivo en el hombre, en el sujeto colonialista mismo, de otro. Es decir que aquella funciona, desde la perspectiva del protagonista de Pancracio, el huraño, como una doble violencia: hacia la mujer (hacia fuera) y hacia su propia sensualidad humano-animal (hacia dentro).
Domesticación de lo femenino
Best da cuenta de una tradición arraigada en el pensamiento occidental, que consiste en la "transferencia de los atributos de la mujer al espacio", lo cual, a su vez, es concomitante de la identificación de los atributos masculinos con los del tiempo (Best, 2002: 185). La masculinización del tiempo (esto puede ponerse en relación con el instinto formativo que, en la novela corta, es un atributo exclusivamente masculino) y la feminización del espacio implican que este último, como la naturaleza y el cuerpo femenino, desde esta perspectiva, se constituyen en elementos susceptibles de ser dominados y domesticados por el hombre (ibíd.: 187). Si en términos geopolíticos no puede decirse que Pancracio sea un sujeto colonialista, esto sí puede aplicarse a su visión de lo femenino y de su "misión" en relación con ello.
La domesticación extrema de lo femenino por lo masculino (por Pancracio) está representada por aquella mujer hindú que salva de las llamas. El héroe comenta que, al hacerlo, ella "se portó como una posesa y quería a todo trance quemarse con el viejo rancio [i.e. su marido muerto], de modo que tuve gran trabajo para dominarla y apaciguarla" (ibíd.: 42).
Al parecer, tiene éxito en este cometido: la casa con un hindú cristianizado por el cual ella "llegó a sentir mucho cariño" (íd.) (la pasividad extrema de esta mujer remite a la madre y la hermana de Pancracio,15 en términos de mujeres ideales para el varón). Después de este episodio, el héroe queda admirado de la "fidelidad conyugal" de estas mujeres, con lo cual se despierta en él "el deseo de disfrutar de semejante fidelidad incondicional" (íd.). Es esta la razón que lo lleva de nuevo a casa del gobernador.
En el camino, fantasea acerca de la posibilidad de domesticar a Lidia ("me figuré una vida en la que un marido prudente y hábil supiera transformar día a día y hora a hora las perversidades y las deficiencias de una consorte" [ibíd.: 43]). Concibe el proyecto de desposarla y volverla aquel "corderito" del que esta se mofaba. El joven revela estar poseído por esta "idea fija" (íd.) (nótese el contraste con la poca convicción con la que emprende las empresas coloniales propiamente dichas). Mas, a diferencia del éxito que tiene en sus misiones militares, con Lidia fracasa rotundamente. De nuevo prevalece la doble razón que hemos comentado más arriba: de un lado la independencia indomable de Lidia, de otro, los sentimientos de minusvalía del héroe. Se revela finalmente que Lidia "sentía el amor a sí misma con tanto vigor como si fuese el amor hacia un hombre" (ibíd.: 37): Pancracio la reencuentra rodeada de pretendientes a los que ella desestima, al mismo tiempo que se siente alagada en una "morbosa exaltación" (ibíd.: 43). Lidia resulta inalcanzable en su independencia femenina autoconsciente; por otro lado, la presencia de otros pretendientes constituye un obstáculo insuperable para el héroe, en vista de sus no superados sentimientos de minusvalía.
Lidia no puede ser subyugada "pacíficamente", por la vía del matrimonio, a la manera de aquella mujer hindú. Es incolonizable. Tiene lugar, en vista de esto, un doble proceso: por un lado, de animalización de la hija del gobernador y, por otro, de sublimación, por parte de Pancracio, de su deseo no consumado, en la forma de una violencia contra los sujetos subalternos de las colonias y, simbólicamente, el león. La domesticación imposible de Lidia encuentra su solución en su muerte simbólica. Fracasada la vía "pacífica" de domesticación, en efecto, la relación entre aquel y el objeto de su amor adopta la forma de la del cazador y la presa. Al final de la disputa que sigue a la declaración de amor de Pancracio, Lidia deviene "fiera" (ibíd.: 39); él la llama "burra" y "gansa", y menciona que "su boca, tan hermosa otrora, [estaba] desfigurada ahora por un gesto torcido y fiero" (ibíd.: 40). Entiende lo que le sucede con Lidia en los términos de la caza, y que su "salvación" reside en la adopción de la frialdad del cazador (dice sentirse "como [ ] un cazador que de súbito se ve enfrentado a una jabalina cuando esperaba una corsa noble y tímida"). Luego reprime un deseo irracional (¿de poseerla por la fuerza, de matarla?) ("la situación era extremadamente tensa, al punto que advertí que yo estaba a punto de cometer una tontería o una insensatez, cosas en las cuales estaba resuelto a no incurrir" [ibíd.: 36]). Ante la imposibilidad de satisfacerlo en el cuerpo de Lidia, aquel se manifiesta, primero, como violencia colonialista (en la selva "pagana" y más tarde en el desierto argelino, como ya mostramos), y luego, como la violencia de un cazador contra un león.
Cf. Spivak: "Si en el contexto de la producción colonial el individuo subalterno no tiene historia y no puede hablar, cuando ese individuo subalterno es una mujer su destino se encuentra todavía más profundamente a oscuras" (1998: 199).
El león, en cierta medida, además de símbolo del sujeto subalterno de las colonias, es Lidia y, con ella, lo femenino no domesticado (no sólo el león, también el jabalí al que Pancracio mata luego del episodio en el que se enamora de Lidia). Esto queda claro al estudiar el proceso de animalización de la hija del gobernador, y más aun si se tiene en cuenta el paralelismo existente entre la escena de la declaración de amor y la del encuentro con el león:16 así como el "peligroso egoísmo" de Lidia lo encuentra "desarmado" ("esperaba una corsa" y dio con una "jabalina" [ibíd.: 38]), la aparición de la fiera tiene lugar en un momento en el cual el joven militar deja su escopeta para bajar a beber agua en una cañada y lo asalta, por otro lado, el recuerdo de Lidia (ibíd: 46) (para este paralelismo estructural, v. Kaiser, 1981: 290). Es en este preciso instante de debilidad que aparece el león, la "fiera", ¿Lidia? (íd.). La bestia salta sobre la escopeta de Pancracio, que este ha dejado olvidada al bajar al arroyo a beber agua. El arma de fuego, símbolo de su virilidad masculina (que conocemos ya desde el buque que lo ha llevado a Nueva York), ha quedado bajo el león, "bajo su abdomen", más precisamente. Las connotaciones sexuales de esta escena, si bien sutiles, están presentes. El episodio concluye con la aparición de dos soldados franceses con cuya ayuda el héroe da muerte a la fiera. La matan con brutalidad excesiva: Pancracio le dispara dos veces en una oreja y, además, junto a sus compañeros, dice, "tuvimos que hacer pedazos las culatas de nuestras armas en [su] cuerpo" (Keller, 1978: 48). Pocos días después, mágicamente curado de su hurañía, vuelve al hogar materno, llevándose de recuerdo la piel del león.17 Hay otro hecho que sirve para pensar en la "muerte" (o el asesinato) de Lidia: cuando Pancracio les relata a su madre y hermana la parte de su historia en la que tiene lugar su relación con Lidia, las mujeres se quedan dormidas. A la mañana siguiente, le piden al coronel que les cuente de nuevo su historia de amor, pero este les responde que "la había contado una sola vez y que no volvería a hacerlo jamás; que aquella había sido la primera y la última oportunidad en que con alguien se acordara de la malhadada intriga amorosa, y punto final" (ibíd.: 48). Entonces ellas le proponen que aunque sea les diga su nombre. Él les responde: "¡Jamás volveré a pronunciar ese nombre!". Y el narrador asegura finalmente que "cumplió con su palabra, pues nadie volvió jamás a oírlo de sus labios, y al final parecía como si él mismo lo hubiese olvidado" (ibíd.: 48).
Autocolonización masculina
Ahora bien: constituye también un hecho constatable que el proceso formativo de Pancracio es, en realidad, un proceso de militarización e institucionalización y de represión de sus instintos sexuales, del deseo (Kaiser, 1981: 286). El aniquilamiento violento del león puede ser entendido, en este sentido, ya no como un asesinato simbólico de Lidia, sino como destrucción del deseo (esta lectura puede confirmarse mediante un cotejo entre el episodio del león en Pancracio, el huraño y los episodios del tigre y, de nuevo, el león, en el relato Novela corta [Novelle] (1828), de J. W. Goethe, que constituye uno de sus intertextos).18 De modo que el proceso de humanización, de Bildung de Pancracio (recordemos que la novela corta de Keller se inscribe en la tradición de las Bildungsnovellen y del Bildungsroman) concluye no en la adquisición de una personalidad omnilateral, sino en un baño de sangre (en el asesinato del león, en el aniquilamiento de una dimensión de lo humano: el erotismo) (Kaiser, 1981: 294).
También se podría tener en cuenta el modo en que Lidia y Pancracio se acercan y se alejan, es decir, la coreografía de su relación, con la manera en que este último sigue el rastro del león: se ha- bla de una "fiera", de un "sujeto muy ladino", y el narrador comenta que "anduvimos durante varios días, uno en pos del otro, como dos gatos que quieren zamarrearse, yo mudo como una tumba y él rugiendo estruendosamente de tanto en tanto" (ibíd.: 45 y s.).
Es llamativo el modo en que la ya avejentada Estercita reacciona al verla: "cogió la piel de león por la majestuosa y larga cola, la arrastró por el suelo, muerta de risa y exclamando una y otra vez: "¿Pero qué piel es esta? ¿Qué monstruo es este"" (ibíd.: 18).
En Novelle, Honorio mata al tigre con un disparo en la cabeza, queriendo, al mismo tiempo, ani- quilar su inclinación por una princesa ya comprometida. La piel de la fiera, piensa, ha de lucirse en el trineo de esta última, como símbolo, a decir verdad, de una renuncia a la princesa, ya desposada y, por lo tanto, prohibida (Goethe, 1992: 25). Este gesto, que simboliza el aniquilamiento de la pasión por la razón, con todo, es mostrado como erróneo y perjudicial por los propios sucesos del relato.
Pancracio decide regresar, entonces, a su casa, curado de su hurañía, esto es, dispuesto a convertirse en un hombre sociable y trabajador, a hacer que "la vida fuese lo más agradable posible para mí y para los demás" (ibíd.: 47). Sabemos, con todo, que ha abandonado sus posibilidades de ser feliz: "por fin, me di vuelta para alejarme, sin volver a mirarla, pero con la sensación de que en ese momento dejaba a mis espaldas para siempre todo lo que en esta vida me pudo haber correspondido de dicha íntegra" (ibíd.: 41), se lee en ocasión de la última vez que ve a Lidia. Pancracio paga un precio muy alto por su inserción social, por su madurez. Al final, ya convertido en un hombre formado, él se animaliza también (como Lidia). La mañana en que regresa a casa tras quince años de ausencia, sucede otra cosa fuera de lo común: tiene lugar, antes de la llegada del coronel, un desfile circense que atrae a los chicos del pueblo. Entre otras cosas maravillosas, "conducido por su nariguera, apareció un gran oso; dos o tres hombres conducían la caravana". No sólo el hecho de que el oso se enfade como lo hacía Pancracio en la casa materna ("el oso ejecutó sus danzas y demostró sus habilidades chuscas, a la par que, a veces, gruñía malhumorado"), también que su madre lo identifique con este animal ("el oso malo le inspiraba lástima, y de nuevo se acordaba del desaparecido" [ibíd.: 16]) revela que la aparición, pocos minutos después, de Pancracio mismo, debe ser entendida en el sentido de que este regresa a casa encadenado, disminuido en su libertad como esa bestia circense. La aniquilación de su instinto animal lo ha convertido en un animal encadenado.
En Pancracio, el huraño el espacio natural de la mujer es el ámbito doméstico; su actitud, la pasividad y fidelidad al varón (representada ejemplarmente en la joven mujer hindú, de un lado, y en la madre y la hermana de Pancracio, que lo esperan fielmente durante quince años, de otro). Las mujeres independientes (Lidia), que no aceptan esa restricción, se vuelven bestiales, representan una femineidad excesiva y peligrosa para el hombre. Este, por su parte, es, por naturaleza, activo, y posee un instinto formativo que lo impulsa a viajar (a volverse un homeless [Heynen]) y progresar, adquirir una personalidad independiente). El héroe del relato, en efecto, viaja y se forma, pero en su constitución psíquica hay elementos disruptivos: su hurañía infantil, reprimida en un proceso de institucionalización y militarización que se inicia tras su huida del hogar, se manifiesta más tarde en la forma de un poco masculino complejo de inferioridad, que le imposibilita encauzar maduramente su deseo sexual hacia la mujer de la que se enamora. Lidia, una mujer-bestia, independiente, se convierte en una amenaza, por su independencia misma, y porque en ella se encarna su deseo masculino, que él mismo concibe como un peligro en su maduración personal, entendida estrictamente en términos de utilidad social. Lidia (demasiado emancipada) y Pancracio (que se siente inferior a los demás y no sabe cómo conciliar su deseo con el mandato social) simbolizan, en este sentido, la imposibilidad del entendimiento mutuo entre los géneros ("hay épocas nefastas en las que los sexos intercambian sus enfermedades y uno participa de las flaquezas del otro", afirma al respecto el héroe del relato [1978: 28]). El casamiento artificial con su madre y su hermana, al final de la narración, es un irónico happy end que constata esto mismo.
En fin: hay, por otro lado, se puede pensar, una crítica al proceso civilizatorio europeo y su dominio del mundo por la fuerza, que es explicado en términos psicologistas como mecanismo de compensación en un sentido doble: reacción del hombre ante la emancipación de la mujer (animalización de Lidia) y sublimación del deseo antisocial (temor ante la propia animalización). La economía colonialista es descripta en el relato, en primer término, como un proceso que supuestamente lleva la destrucción a las colonias y la paz y el bienestar a la metrópoli.19 Pancracio, el huraño delata, con todo, que este intercambio no es gratuito para el sujeto colonialista europeo. El símbolo central en este punto es el león: su destrucción no implica sólo el asesinato simbólico de Lidia, sino también la represión de la dimensión erótica de la propia individualidad. Más aun, el león argelino es encarnación del sujeto sub- alterno mismo (del hindú, del beduino): esto habilita a pensar en una relación de solidaridad entre las nociones de violencia de género, colonialismo e integración social vía represión del deseo. No es más que la ambigua variante kelleriana –misógina (ya que la liberación femenina es vista como un mal) pero anticolonialista– de una preocupación recurrente en la época del Realismo poético alemán (piénsese sobre todo en la crítica antiimperialista a la prusianización de Alemania en la obra tardía de Theodor Storm).
19. Recordemos que, en el buque que lo lleva a Nueva York, el héroe repara y confecciona armas de fuego "para trocarlas, cuando llegaba la oportunidad, en las costas habitadas por los salvajes, por valiosas mercancías de paz y tiernos productos de la naturaleza" (ibíd.: 23).
Baydar, Gülsüm. 2005. "Figures of wo/man in Contemporary Architectural Dis- course". En Heynen, Hilde y Gülsüm Baydar (eds.), Negotiating Domesticity: Spatial Productions of Gender in Modern Architecture. Routledge: Londres/Nue- va York, pp. 30-45.
Benjamin, Walter. 1991. "Gottfried Keller. Zu Ehren einer kritischen Gesamtaus- gabe seiner Werke". En Tiedemann, Rolf (ed.), Gesammelte Schriften. Vol. II/3. Fráncfort d. M.: Suhrkamp, pp. 283-295.
Best, Sue. 2002. "Sexualizing Space". En Grosz, Elizabeth y Elspeth Probyn (eds.),
The Strange Carnalities of Feminism. London: Routledge, pp. 181-194.
Bondi, Liz y Joyce Davidson. 2003. "Trobling the Place of Genre". En Anderson, K., et al. (eds.), Handbook of Cultural Geography. Sage: London/New Delhi, pp. 325-343.
Böning, Thomas y Gerhard Kaiser. 1985. "Kommentar". En Keller, Gottfried,
Sämtliche Werke. Vol. 2. Fráncfort d. M.: Deutscher Klassiker, pp. 899-1387.
Breitenbruch, Bernd. 1968. Gottfried Keller in Selbstzeugnissen und Bilddokumen- ten. Hamburgo: Rowohlt.
Ermatinger, Emil. 1990. Gottfried Keller. Eine Biographie. Zurich: Diogenes. Foucault, Michel. 2010. "Espacios diferentes". En El cuerpo utópico. Las heteroto-
pías. Buenos Aires: Nueva Visión, pp. 63-81. Trad. de Víctor Goldstein.
García Ramón, Maria Dolors. 2006. "Geografía del género". En Lindón, Alicia y Daniel Hiernaux (dirs.), Tratado de geografía humana. Universidad Autónoma Metropolitana: Anthropos, pp. 337-355.
Goethe, Johann W. 1992. "Relato". En Hofmannsthal, Hugo (comp.), Cuentos ro- mánticos alemanes. Madrid: Siruela, pp. 17-32. Trad. de Seijo Castroviejo, María Antonia y Begoña Llover.
Gsell, Hanspeter. 1996. Einsamkeit, Idyll und Utopie. Studien zum Problem von Einsamkeit und Bindung in Gottfried Kellers Romanen und Novellen. Fráncfort d. M.: Peter Lang.
Hernández, Isabel. 1996. Introducción. En Keller, Gottfried. La gente de Seld- wyla (ed. de Isabel Hernández). Madrid: Cátedra, pp. 9-98. Trad. de Gonzalo Tamames.
Heynen, Hilde. 2005. "Modernity and domesticity. Tensions and contradictions".
En Baydar, Gülsüm, cit., pp. 3-29.
Kaiser, Gerhard. 1981. "Die Leute von Seldwyla oder Poesie und Kapitalismus".
Gottfried Keller. Das gedichtete Leben. Fráncfort d. M.: Insel, pp. 270-393.
Keller, Gottfried. 1953. "Pankraz, der Schmoller". En Sämtliche Werke in zwei Bänden. Vol. 1. Múnich: Droemer, pp. 612-650.
. 1978. Pancracio, el huraño. En La gente de Seldwyla. CEAL: Buenos Aires, pp. 11-48. Trad. de Pedro von Haselberg.
Pollock, Griselda. 1988. "Modernity and the Spaces of Femininity". En Vision and Difference. Femininity, Feminism, and the Histories of Art. Routledge: Londres/ Nueva York, pp. 50-90.
Said, Edward W. 1990. Introducción. En Orientalismo. Madrid: Libertarias, pp. 19-
49. Trad. de María Luisa Fuentes.
Spivak, Gayatri. 1998. "¿Puede hablar el sujeto subalterno?". Orbis Tertius 6, pp. 175-235.
Titzmann, Michael. 2002. "Natur vs Kultur: Kellers Romeo und Julia auf dem Dorfe im Kontext der Konstituierung des frühen Realismus". En Titzmann, M. (ed.), Zwischen Goethezeit und Realismus. Wandel und Spezifik in der Phase des Biedermeier. Tübingen: Niemeyer, pp. 441-480.
Vedda, Miguel. 2001. "Elementos formales de la novela corta". En Antología de la novela corta alemana. De Goethe a Kafka. Buenos Aires: Colihue, pp. 5-24. Es- tudios preliminares, traducción y notas de Fernanda Aren, Silvina Rotemberg y Miguel Vedda.
Autor:
Martín Koval
Licenciado en Letras y doctorando en la Universidad de Buenos. Auxiliar docente de la cátedra Li- teratura Alemana (FFyL, UBA) y becario de doctorado (UBA, 2009-2012, y de Conicet a partir de 2012). Sus especialidades son la novela de formación y el Realismo poético (Gottfried Keller, Adalbert Stifter et al.). ?
Revista del Departamento de Letras
www.letras.filo.uba.ar/exlibris
Enviado por:
César Agustín Flores
Página anterior | Volver al principio del trabajo | Página siguiente |