- Introducción
- El Sol y las Santas Escrituras
- Participación humana original
- Participación humana actual
- Participación humana futura
- Conclusión
Este artículo pretende contestar lo más eficaz y sencillamente posible la siguiente pregunta, basada en los estudios del Génesis: ¿Qué futuro le espera al Sol?
Introducción.
Después de muchos años y muchísimas observaciones, la astronomía actual parece estar en condiciones de ofrecer algunos modelos teóricos fiables con respecto a la evolución de las estrellas, entre las que figura nuestro Sol. Las estrellas como el Sol suelen permanecer en una fase llamada "protoestelar" por algunos millones de años, durante la cual su temperatura es insuficiente para encender las reacciones nucleares en el centro, hasta que, por fin, comienzan dichas reacciones nucleares. Luego alcanzan la denominada "secuencia principal", donde comienzan a quemar hidrógeno. Los cálculos más recientes indican que en el Sol se encuentra en esta última fase (secuencia principal) desde hace aproximadamente 4 500 millones de años, y en ella permanecerá durante los próximos 5 000 millones de años. Una vez que agote el suplemento de hidrógeno, el núcleo solar contendrá sólo helio y el astro rey iniciará una lenta agonía, con fatales consecuencias para la Tierra desde prácticamente el primer síntoma de tal desenlace.
A partir del momento en que el hidrógeno empiece a escasear en el interior del Sol, se sucederán una serie de acontecimientos que precederán a la muerte de la estrella. Cuando sólo se disponga de helio, conservado en el centro como núcleo del astro, éste quedará rodeado por las capas más externas, que aún contendrán hidrógeno. Pero pese a que la estrella tenderá a enfriarse, al no acontecer ya las reacciones nucleares que mantenían el centro a una temperatura de 20 millones de grados, el enfriamiento generará contracción y consecuentemente la estrella volverá a calentarse, con lo que algunas de las capas de hidrógeno situadas en torno a él alcanzarán el punto de las reacciones nucleares. Ahora sobrevendrá lo siguiente, en palabras de Carl Sagan: "una estrella es un fénix destinado a levantarse durante un tiempo de sus cenizas". ¿Qué quiere decir esto? Pues que, en ese momento, el Sol sufrirá un cambio espectacular en su fisonomía: se hinchará.
Esto será debido a que la enorme liberación de energía en las zonas que rodean al núcleo obligará a las capas más externas a expandirse. Esta etapa del final de la vida del Sol se denomina "gigante roja", y llegará cuando el astro cumpla alrededor de 10 000 millones de años (es decir, dentro de unos 5 mil millones de años). En su expansión, el Sol alcanzará la órbita de Mercurio, Venus y posiblemente también de la Tierra. Si esto llega a suceder, la vida en la Tierra desaparecerá, dado que no habrá aire ni agua para sustentarla (de hecho, todos los océanos habrán hervido hasta evaporarse). Las temperaturas terrestres serán elevadísimas y ni siquiera se mantendrá a salvo la vida subterránea, por muy elemental que sea.
A continuación, al no disponer ya de suficiente hidrógeno, utilizará el helio (que comprende el 20 % de los átomos que lo forman, el segundo elemento más abundante) para mantener las reacciones nucleares. El helio se convertirá entonces en carbono, pero este proceso, aunque válido para mantener las reacciones nucleares y además generar una nueva expansión, apenas aportará calor a la estrella. Entonces, ya casi sin helio, el astro padecerá repentinas expansiones y contracciones, como si luchara por mantenerse vivo aun a costa de no poseer ya la suficiente energía. Oscilando sin parar, mutará grotescamente, inflándose y encogiéndose continuamente y sin control, en lo que constituirán los últimos estertores del Sol, dentro de unos 6 000 millones de años.
Sin embargo, la estrella no dejará de existir tan fácilmente. Tras el agotamiento total del helio, cuando ya no quede en su núcleo prácticamente nada que quemar para obtener energía, el astro se verá obligado a dejar ir, de una vez por todas, el material gaseoso que lo constituye. En los momentos precedentes, la "hinchazón" de la estrella no era nada más que su atmósfera externa expandiéndose, pero ahora no habrá nada que impida que ésta aumente gigantescamente su tamaño. El resultado será uno de los objetos astronómicos más bellos y majestuosos que el Universo puede ofrecernos: una nebulosa planetaria.
Como la atmósfera protectora queda al descubierto, el núcleo desnudo de la estrella emite unas poderosas radiaciones ultravioletas que excitan el gas circundante, coloreando fantasmagóricamente el anillo de material y volviéndolo visible. El gas desatado, en su trayecto hacia las afueras del Sistema Solar, iluminará por última vez el cielo de la desolada Tierra, llenando el espacio interplanetario con una fluorescencia azulada o rojiza.
El Sol y las Santas Escrituras.
Según G035 (Cuarto Día Creativo), páginas 7 y 8: «En las Santas Escrituras se puede leer: "[Dios] ha fundado la tierra sobre sus lugares establecidos; no se le hará tambalear hasta tiempo indefinido, ni para siempre" (Salmo 104: 5). Aparentemente, esto significa que nuestro planeta fue hecho por el Creador para que durara eternamente. También se lee, en el relato que habla de los días inmediatamente posteriores al Diluvio:
Con eso salió Noé, y con él también sus hijos y su esposa y las esposas de sus hijos. Toda criatura viviente, todo animal moviente y toda criatura voladora, todo lo que se mueve sobre la tierra, según sus familias salieron del arca. Y Noé empezó a edificar un altar a Jehová y a tomar algunas de todas las bestias limpias y de todas las criaturas voladoras limpias y a ofrecer ofrendas quemadas sobre el altar.
Y Jehová empezó a oler un olor conducente a descanso, de modo que dijo Jehová en su corazón: "Nunca más invocaré el mal sobre el suelo a causa del hombre, porque la inclinación del corazón del hombre es mala desde su juventud; y nunca más asestaré un golpe a toda cosa viviente tal como he hecho. Durante todos los días que continúe la tierra, nunca cesarán siembra y cosecha, y frío y calor, y verano e invierno, y día y noche" (Génesis 8: 1822).
Si resaltamos el último versículo citado, donde dice: "Durante todos los días que continúe la tierra, nunca cesarán siembra y cosecha, y frío y calor, y verano e invierno, y día y noche" (Génesis 8: 22), da la impresión de que el pensamiento que se destaca es que el día solar y la noche solar se perpetuarán por los siglos de los siglos, esto es, eternamente. En efecto, pues el Salmo 104: 5 afirma que la Tierra nunca perecerá ("perecer" es un resultado más grave que "tambalear"). En consecuencia, se infiere que el Sol permanecerá para siempre igualmente, dando lugar a los días y las noches de nuestro planeta».
Sin embargo, las Santas Escrituras recogen las siguientes palabras del salmista: "Hace mucho tú [(es decir, el Creador)] colocaste los fundamentos de la tierra misma, y los cielos son la obra de tus manos. Ellos mismos perecerán, pero tú mismo quedarás en pie; e igual que una prenda de vestir todos ellos se gastarán. Igual que ropa los reemplazarás, y ellos terminarán su turno. Pero tú eres el mismo, y tus propios años no se completarán" (Salmos 102: 25-27). Esto significa que la Sagrada Escritura reconoce el carácter perecedero de los cielos y la tierra, a saber: los astros del universo y quizás el universo material mismo. ¿No parece existir aquí una contradicción? ¿No es ésta una incongruencia, una incoherencia encontrada en el mismo libro sagrado de los Salmos? ¿Cómo se puede aceptar, al mismo tiempo, lo que dice el Salmo 102: 25-27 y lo que afirma el Salmo 104: 5?
La revista LA ATALAYA del 1-4-2008, páginas 10 a 12, editada por la Watchtower Bible And Tract Society, dice, en parte: «Algunos científicos […] sostienen que la Tierra y la vida que hay en ella pueden estar amenazadas por el impacto de un gran meteorito, por la explosión de una estrella o porque se agote el hidrógeno —el combustible— del Sol… Hay científicos que creen que la Tierra perderá gradualmente —quizás a lo largo de miles de millones de años— su capacidad para sostener la vida. La Encyclopædia Britannica describe este proceso como "la irreversible tendencia al desorden".
Jehová Dios jamás quiso que la Tierra se maltratara y se contaminara, como ocurre en la actualidad. Más bien, cuando creó a Adán y Eva, la primera pareja humana, les dio un bonito jardín donde vivir. Por supuesto, el Paraíso, su hogar, no se habría mantenido hermoso por sí solo. Dios les encargó que "lo cultivaran y lo cuidaran" (Génesis 2: 8, 9, 15). Ese fue el agradable y satisfactorio trabajo que recibieron nuestros primeros padres cuando aún eran perfectos…
Mucho antes de que los científicos reconocieran la "tendencia al desorden" en el mundo físico, un salmista escribió refiriéndose a Dios: "Tú colocaste los fundamentos de la tierra misma, y los cielos son la obra de tus manos. Ellos mismos perecerán, pero tú mismo quedarás en pie; e igual que una prenda de vestir todos ellos se gastarán. Igual que ropa los reemplazarás, y ellos terminarán su turno. Pero tú eres el mismo, y tus propios años no se completarán" (Salmo 102: 25-27).
Con estas palabras, el salmista no desmintió el propósito eterno de Dios para la Tierra [(a saber: que ésta dure para siempre jamás)]. Más bien, estaba contrastando la existencia eterna de Dios con el carácter perecedero de toda la materia creada por él. Si no fuera por el poder eterno y renovador de Dios, el universo —lo que incluye el sistema solar del que depende nuestro planeta para tener luz, energía y estabilidad orbital— se sumiría en un caos absoluto que lo conduciría a su destrucción. Así que, por sí sola, la Tierra se "gastaría", es decir, llegaría a su fin».
Así, pues, todo parece indicar que el Salmo 102: 25-27 reconoce que las estructuras materiales de los cuerpos que pueblan nuestro universo visible son, en sí mismas, caducas o finitas. Pero, a pesar de ello, el Salmo 104: 5 asegura que el Creador impedirá de algún modo que desaparezcan en el futuro nuestro hermoso hogar terrestre y las lumbreras mayor (Sol) y menor (Luna) que adornan su cielo.
Participación humana original.
El Génesis informa que después que Dios hizo el jardín de Edén, creó a la primera pareja humana y le encomendó el cuidado y la expansión de aquel deleitable paraíso hasta los confines de la Tierra. Pero, lamentablemente, la pareja humana se rebeló contra Dios y no pudo cumplir con la tarea asignada por Él. Como consecuencia, el hermoso paraíso se deterioró progresivamente y finalmente desapareció bajo las aguas del Diluvio en los días del patriarca Noé.
Del relato del Génesis se infiere que el paraíso edénico requería el cuidado humano adecuado, el cual por sí mismo, sin la guía y la bendición divinas, era insuficiente para alcanzar el éxito. Las Sagradas Escrituras contienen muchos ejemplos de personas fieles a Dios que tenían muy claro en el pensamiento que sin la bendición del Todopoderoso quedaban expuestas al fracaso, sin importar lo buena y correcta que fuera la tarea que estuvieran haciendo: en el mejor de los casos conseguirían un éxito aparente o transitorio por sus propias fuerzas o destrezas, pero el resultado final o de conjunto sería indeseable o contraproducente. Nada más pensemos, por ejemplo, en el espectacular avance de la ciencia y la tecnología humanas en las últimas décadas, y su impotencia para librar a la humanidad de la calamitosa tela de araña en la que encuentra atrapada; antes bien, los adelantos tecnológicos se están usando desatinadamente de una manera irresponsable, y, caídos en manos de muchos individuos sin escrúpulos, son más bien un arma autodestructiva de gran eficacia.
Es por esto que Adán y Eva en el paraíso, además de su estado de perfección antes del pecado, necesitaban la guía divina para poder llevar a cabo la misión de mantener el jardín con su belleza original y extenderlo más allá del Edén. Era una completa insensatez prescindir de Dios en este sentido, ya que la realidad visible del mundo natural circundante evidenciaba una extrema complejidad creativa y ellos tenían facultades mentales suficientemente potentes para ir percibiendo esto poco a poco. Sin embargo, como sabemos, se interpusieron reclamos emotivos de independencia y egoísmo que nublaron la razón de la primera pareja humana; y el resultado fue devastador.
Ya fuera del paraíso edénico, no había forma humana de recrear ese hermosísimo lugar. Había que esperar al tiempo apropiado de Dios para restaurar lo perdido, y ese tiempo no ha llegado todavía.
NOTA:
La revista LA ATALAYA del 15-11-2003, páginas 2 a 7, dice en parte, bajo el tema "¿Es razonable creer en una Tierra paradisíaca?":
«Pocas personas creen que la Tierra se convertirá alguna vez en un paraíso. Un buen número incluso piensa que desaparecerá. En su libro "The Sacred Earth" (La sagrada Tierra), Brian Leigh Molyneaux afirma que este planeta se formó a partir de una inmensa explosión cósmica hace millones de años. Aun si el propio ser humano no destruye la Tierra, muchos creen que nuestro planeta y todo el universo tal vez acaben convirtiéndose en "una bola de fuego que implosione".
El poeta inglés del siglo XVII John Milton no era tan pesimista. Como se refleja en su poema épico "El Paraíso perdido", él pensaba que Dios había creado la Tierra para ser el hogar paradisíaco de la familia humana. Si bien este Paraíso original se perdió, Milton creía que sería restaurado y que algún día Jesucristo en calidad de redentor recompensaría "a los fieles recibiéndolos en su bienaventuranza […] así en el cielo como en la tierra". Y expresó esta convicción: "Porque toda la tierra será entonces Paraíso".
Muchas personas religiosas comparten el punto de vista de Milton de que algún día se les compensará por los horrores y el dolor que han tenido que soportar en la Tierra. Pero ¿dónde disfrutarán de esa recompensa? ¿Será en el cielo o en la Tierra? Algunos ni siquiera consideran que esta última sea una opción. Aseguran que los humanos sólo alcanzarán tal "bienaventuranza", o dicha, cuando dejen la Tierra y vivan en el cielo como espíritus.
Colleen McDannell y Bernhard Lang explican en su libro "Historia del Cielo" que Ireneo, teólogo del siglo II, pensaba que la vida en un paraíso restaurado "tendría lugar no en un lejano plano de existencia celestial, sino en la tierra". Este mismo libro señala que, aunque líderes religiosos como Calvino y Lutero esperaban ir al cielo, también sostenían que "Dios renovaría la tierra". Miembros de otras confesiones han profesado creencias similares. Algunos judíos, según los mismos autores, creían que al debido tiempo de Dios se desvanecerían "todas las penalidades sufridas" por los seres humanos, a quienes se les permitiría entonces "disfrutar de una existencia plena en la tierra". "The Encyclopaedia of Middle Eastern Mythology and Religion" (Enciclopedia de la mitología y la religión de Oriente Medio) comenta que, de acuerdo con una antigua creencia persa, "el estado original de la Tierra sería restaurado y la gente viviría de nuevo en paz".
¿Qué ocurrió, entonces, con la esperanza de un paraíso en la Tierra? ¿Será nuestra vida en este planeta tan sólo una fase pasajera, únicamente "un episodio breve y, a menudo, desafortunado" en el viaje hacia una existencia espiritual, como se cree que pensaba Filón, filósofo judío del siglo primero? ¿O tenía Dios otro propósito cuando creó la Tierra y puso a los seres humanos en ella en condiciones paradisíacas? ¿Puede el hombre hallar verdadera dicha y satisfacción espiritual aquí en la Tierra?…
A lo largo de la historia, millones de personas han creído que después de morir irían al cielo. Algunas han afirmado que el Creador nunca quiso hacer de la Tierra nuestra morada permanente. Los ascetas han ido incluso más lejos. Para muchos de ellos, la Tierra y todo lo material son intrínsecamente malos y un obstáculo para alcanzar auténtica satisfacción espiritual e intimidad con Dios.
Quienes elaboraron tales ideas, o bien no sabían lo que Dios dijo acerca de una Tierra paradisíaca, o bien decidieron pasarlo por alto. De hecho, en la actualidad, muchos no muestran ningún interés en analizar lo que hombres inspirados por Dios dejaron registrado sobre este asunto en Su Palabra, la Biblia. Ahora bien, ¿no es juicioso confiar en la Palabra de Dios en lugar de adoptar teorías humanas? Es más, es imperioso que lo hagamos, pues la Biblia advierte que una poderosa, aunque invisible, criatura maligna ha cegado a las personas en sentido espiritual y ahora "está extraviando a toda la tierra habitada" (Apocalipsis 12: 9; 2 Corintios 4: 4).
La confusión que predomina en cuanto al propósito de Dios para la Tierra se debe a las ideas contradictorias que existen acerca del alma. Mucha gente cree que poseemos un alma inmortal: algo separado del cuerpo humano que sobrevive a la muerte. Otros piensan que el alma existía antes de crearse el cuerpo humano. Según cierta obra de consulta, el filósofo griego Platón opinaba que el alma "está encerrada en el cuerpo como castigo por los pecados que cometió mientras estuvo en el cielo". Del mismo modo, Orígenes, teólogo del siglo tercero, sostenía que "las almas pecaron [en el cielo] antes de que se las uniera a un cuerpo" y "se las encerró [en ese cuerpo en la Tierra] para castigarlas por sus pecados". Además, millones de personas creen que nuestro planeta es sencillamente una especie de terreno de pruebas en el viaje del hombre hacia el cielo.
Asimismo, se dan diversas explicaciones sobre lo que le ocurre al alma cuando morimos. Según la obra "Historia de la filosofía occidental", el punto de vista de los egipcios era que "las almas de los muertos descendían a un infierno". Filósofos posteriores argumentaron que éstas no descendían a un infierno tenebroso, sino que, en realidad, ascendían a un mundo espiritual. Dicen que el filósofo griego Sócrates creía que al morir, el alma "se va hacia […] lo invisible […] para pasar de verdad el resto del tiempo en compañía de los dioses". ¿Qué dice la Biblia?
En ningún lugar de la Palabra inspirada de Dios, la Biblia, se dice que los seres humanos tengan un alma inmortal. Lea por sí mismo el relato de Génesis 2:7, donde dice: "Jehová Dios procedió a formar al hombre del polvo del suelo y a soplar en sus narices el aliento de vida, y el hombre vino a ser alma viviente". Estas palabras no dejan lugar a dudas: cuando Dios creó al primer hombre, Adán, no puso ningún tipo de principio inmaterial en su interior, pues la Biblia dice que "el hombre vino a ser alma viviente". El hombre no albergaba un alma, sino que era un alma.
Al crear la Tierra y a la humanidad, Jehová nunca se propuso que los seres humanos murieran; más bien, su deseo era que vivieran para siempre en una Tierra en condiciones paradisíacas. Adán murió porque desobedeció la ley de Dios. ¿Pasó el primer hombre a un mundo espiritual al morir? De ningún modo. Él —su persona, su alma— regresó al polvo inanimado del que fue creado (Génesis 3: 17-19).
Todos hemos heredado el pecado y la muerte de nuestro antepasado Adán (Romanos 5: 12). Nuestra muerte, al igual que la de Adán, supone dejar de existir (Salmo 146: 3, 4). De hecho, en ninguno de los 66 libros de la Biblia, los términos inmortal o eterna califican a la palabra "alma". Todo lo contrario, las Escrituras indican con claridad que el alma —la persona— es mortal. Por tanto, el alma perece (Eclesiastés 9: 5, 10; Ezequiel 18: 4).
¿Qué se puede decir de la idea de que todo lo material, incluida la Tierra, es malo? Esta opinión la sostenían los adeptos del maniqueísmo, movimiento religioso fundado en Persia durante el siglo tercero de nuestra era por un individuo llamado Mani. "The New Encyclopædia Britannica" explica: "El maniqueísmo surgió a partir de la angustia inherente a la naturaleza humana". Mani creía que ser humano era "antinatural, insoportable y completamente malo". También afirmaba que el único medio de liberarse de tal "angustia" era separando el alma del cuerpo, dejando de vivir en la Tierra y alcanzando la existencia en un mundo espiritual.
Por el contrario, la Biblia nos enseña que, a la vista de Dios, "todo lo que había hecho" al crear la Tierra y al hombre era "muy bueno" (Génesis 1: 31). En aquel entonces no existía ningún obstáculo entre los seres humanos y Dios. Adán y Eva gozaban de una estrecha relación con Jehová, tal como el hombre perfecto, Jesucristo, disfrutó de un trato íntimo con su Padre celestial (Mateo 3: 17).
Si nuestros primeros padres, Adán y Eva, no hubieran pecado, habrían disfrutado de una estrecha y eterna amistad con Jehová Dios en un paraíso terrestre. Las Escrituras muestran que sus vidas comenzaron en el Paraíso: "Jehová Dios plantó un jardín en Edén, hacia el este, y allí puso al hombre que había formado" (Génesis 2: 8). Eva fue creada en ese jardín paradisíaco. Si la primera pareja no hubiera pecado, ellos y su descendencia perfecta habrían trabajado juntos en felicidad hasta convertir toda la Tierra en un paraíso (Génesis 2: 21; 3: 23, 24). El Paraíso terrestre habría sido eternamente el hogar de la humanidad.
"Pero —tal vez diga usted— ¿no es cierto que la Biblia habla de personas que van al cielo?" Así es. Tras pecar Adán, Jehová se propuso establecer un Reino celestial en el cual algunos de los descendientes de Adán habrían de "reinar sobre la tierra" junto con Jesucristo (Revelación 5: 10; Romanos 8: 17). Éstos, cuyo número asciende a 144.000, serían resucitados y recibirían vida inmortal en el cielo. Los primeros integrantes de este grupo fueron los fieles discípulos de Jesús del siglo primero (Lucas 12: 32; 1 Corintios 15: 42-44; Revelación 14: 1-5).
Sin embargo, el propósito original de Dios para los seres humanos rectos no era que dejaran de vivir en la Tierra y fueran al cielo. De hecho, cuando Jesús estuvo en la Tierra, declaró: "Ningún hombre ha ascendido al cielo sino el que descendió del cielo, el Hijo del hombre" (Juan 3: 13). Mediante Jesucristo, "el Hijo del hombre", Dios proveyó un rescate que pone la vida eterna al alcance de las personas que ejerzan fe en el sacrificio de Jesús (Romanos 5: 8). Ahora bien, ¿dónde vivirán para siempre esos millones de seres humanos?
Aunque Dios se propuso escoger algunos miembros de la familia humana para que gobiernen con Jesucristo en el Reino celestial, este hecho no implica que todas las personas buenas vayan al cielo. Jehová creó la Tierra para que fuera la morada paradisíaca de la humanidad. Dentro de muy poco, Dios llevará a término dicho propósito original (Mateo 6: 9, 10).
Bajo el gobierno de Jesucristo y sus corregentes celestiales, la paz y la felicidad reinarán en todo el planeta (Salmo 37: 9-11). Los que estén en la memoria de Dios serán resucitados y gozarán de una salud perfecta (Hechos 24: 15). La humanidad obediente recibirá por su fidelidad a Dios lo que nuestros primeros padres perdieron: vida eterna en perfección en un paraíso en la Tierra (Revelación 21: 3, 4).
Jehová Dios siempre lleva a cabo lo que se propone. Mediante su profeta Isaías, declaró: "Tal como la lluvia fuerte desciende, y la nieve, desde los cielos, y no vuelve a ese lugar, a menos que realmente sature la tierra y la haga producir y brotar, y realmente se dé semilla al sembrador y pan al que come, así resultará ser mi palabra que sale de mi boca. No volverá a mí sin resultados, sino que ciertamente hará aquello en que me he deleitado, y tendrá éxito seguro en aquello para lo cual la he enviado" (Isaías 55: 10, 11).
En el libro bíblico de Isaías encontramos un anticipo de cómo será la vida cuando la Tierra sea un paraíso. Ninguno de sus habitantes dirá: "Estoy enfermo" (Isaías 33: 24). Los animales no supondrán peligro alguno para el hombre (Isaías 11: 6-9). Las personas edificarán preciosas casas y las habitarán, cultivarán su alimento y comerán hasta quedar satisfechas (Isaías 65: 21-25). Es más, Dios "realmente se tragará a la muerte para siempre, y el Señor Soberano Jehová ciertamente limpiará las lágrimas de todo rostro" (Isaías 25: 8).
Dentro de poco, la humanidad obediente vivirá en estas magníficas condiciones. "Será libertada de la esclavitud a la corrupción y tendrá la gloriosa libertad de los hijos de Dios." (Romanos 8: 21.) ¡Qué maravilloso será vivir para siempre en el prometido Paraíso terrestre! (Lucas 23: 43.) Usted puede estar allí si actúa de acuerdo con el conocimiento exacto de las [Santas] Escrituras… Puede estar seguro de que no es absurdo creer en una Tierra paradisíaca».
Participación humana actual.
Hoy día no existe ninguna participación humana en hacer de la Tierra un paraíso en armonía con la voluntad del Creador, pues persiste el alejamiento de Dios en la sociedad del hombre y relativamente pocas personas están alcanzando la reconciliación con el Supremo Hacedor, a pesar de los medios misericordiosos que el Todopoderoso ha dispuesto para la salvación de ellas. Según las Santas Escrituras, la prioridad actual consiste en dejar constancia inequívoca de las excelencias del Creador y entresacar de la humanidad la máxima cantidad posible de individuos de buena voluntad que anhelarían vivir pacíficamente bajo la guía divina, en un paraíso futuro restaurado.
El porvenir inmediato para esta Tierra consiste, según las profecías sagradas, en una purga global y selectiva de toda la población humana que la habita, llevada a cabo por el Creador, pero con la intención de dejar sobrevivientes aptos para la vida en un pacífico nuevo mundo terrenal. El Evangelio y el Apocalipsis indican que va a venir sobre este mundo una "grande tribulación, como la cual nunca ha sucedido una de semejante tamaño en este planeta, y nunca jamás volverá a suceder otra similar". Será un tiempo terrible, el cual desembocará en el llamado "Armagedón".
NOTA:
La revista LA ATALAYA del 1-12-2005, páginas 4-7, bajo el título "Armagedón: un feliz comienzo" dice, en parte:
«La palabra "Armagedón" proviene de la expresión hebrea "Har–Magedón", o "Montaña de Meguidó", y se halla en Apocalipsis 16:16, que dice: "Los reunieron en el lugar que en hebreo se llama Har-Magedón". ¿A quiénes se reúne en Armagedón, y con qué objetivo? Dos versículos antes, en Revelación 16:14, leemos que "los reyes de toda la tierra habitada" son reunidos para "la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso". Lógicamente, tales declaraciones hacen surgir otras preguntas intrigantes, como: ¿Dónde pelean estos "reyes"? ¿Por qué combaten, y contra quién lo hacen? ¿Emplearán armas de destrucción masiva, como creen muchos? ¿Habrá sobrevivientes? Dejemos que la Biblia responda.
¿Significa la referencia a la "Montaña de Meguidó" que la batalla de Armagedón se desarrollará en una montaña determinada de Oriente Medio? No. En primer lugar, no existe tal montaña. En el emplazamiento de la antigua Meguidó solo hay un montículo que se eleva unos 20 metros sobre el nivel de la llanura adyacente; además, los alrededores no podrían contener a todos "los reyes de la tierra y a sus ejércitos" (Apocalipsis 19:19). Ahora bien, Meguidó fue el escenario de algunas de las batallas más encarnizadas y decisivas de la historia de Oriente Medio; por eso, el nombre Armagedón se usa como símbolo de un conflicto decisivo, en el que sólo hay un vencedor.
El Armagedón no puede ser sencillamente un conflicto entre las naciones de la Tierra, pues Apocalipsis 16:14 dice que "los reyes de toda la tierra habitada" forman un frente unido en "la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso". En su profecía inspirada, Jeremías anunció que "los muertos por Jehová" estarían dispersos "desde un extremo de la tierra hasta el mismísimo otro extremo de la tierra" (Jeremías 25:33). Por lo tanto, el Armagedón no es una guerra humana que se libre en un lugar específico de Oriente Medio, sino que es la guerra de Jehová, y abarca todo el planeta.
Observe, sin embargo, que en Revelación 16:16 se llama al Armagedón un "lugar". En la Biblia, "lugar" puede significar condición o situación; en este caso designa la situación en la que el mundo se une para oponerse a Jehová (Revelación 12:6,14)…
¿Y qué hay de la afirmación de que el Armagedón será un holocausto en el que se utilizarán armas de destrucción masiva o un choque con un cuerpo celeste? ¿Permitirá un Dios amoroso que la humanidad y su hogar, la Tierra, tengan un final tan terrible? No. Él dice con claridad que no creó la Tierra "sencillamente para nada", sino que "la formó aun para ser habitada" (Isaías 45:18; Salmo 96:10). En el Armagedón, Jehová no acabará con nuestro planeta mediante una explosión catastrófica; al contrario: "causar[á] la ruina de los que están arruinando la tierra" (Apocalipsis 11:18).
"¿Cuándo vendrá el Armagedón?" Esta ha sido una pregunta persistente que ha causado mucha especulación a lo largo de los siglos. Un examen del libro de Apocalipsis a la luz de otras partes de la Biblia nos ayudará a determinar cuándo ocurrirá esta crucial batalla. Apocalipsis 16:15 vincula el Armagedón con la venida de Jesús como un ladrón. Jesús utilizó esa misma imagen al describir su venida para ejecutar la sentencia contra el presente sistema de cosas (Mateo 24:43,44; 1 Tesalonicenses 5:2).
El cumplimiento de las profecías bíblicas demuestra que hemos estado viviendo en los últimos días de este sistema de cosas desde 1914. La parte final de los últimos días estará señalada por un período al que Jesús llamó la "gran tribulación". La Biblia no dice cuánto durará, pero las calamidades que sobrevendrán durante dicho período serán las peores que el mundo haya experimentado jamás. Esa gran tribulación culminará en el Armagedón (Mateo 24:21,29).
Dado que el Armagedón es "la guerra del gran día de Dios el Todopoderoso", los humanos no pueden hacer nada para aplazarla. Jehová le ha fijado un "tiempo señalado", y "no llegará tarde" (Habacuc 2:3).
¿Por qué entablaría Dios una guerra mundial? El Armagedón está estrechamente relacionado con una de las principales cualidades de Dios: la justicia. La Biblia afirma: "Jehová es amador de la justicia" (Salmo 37:28). Él ha visto todas las injusticias que se han cometido a lo largo de la historia humana, lo que naturalmente provoca su legítima indignación; por eso, ha nombrado a su Hijo para que entable una guerra justa a fin de aniquilar completamente a este sistema malo.
Solo Jehová es capaz de librar una guerra verdaderamente justa y selectiva en la que, prescindiendo de dónde se hallen, se conserve con vida a las personas de corazón recto (Mateo 24:40,41; Revelación 7:9, 10, 13,14). Y solo él tiene el derecho de imponer su soberanía en toda la Tierra, pues esta es su creación (Apocalipsis 4:11).
¿Qué fuerzas empleará Jehová contra sus enemigos? No lo sabemos, pero lo que sí sabemos es que tiene a su disposición los medios para destruir por completo a las naciones malvadas (Job 38:22,23; Sofonías 1: 15-18). Sin embargo, los adoradores terrestres de Dios no participarán en esta guerra. La visión registrada en el capítulo 19 de Apocalipsis indica que únicamente los ejércitos celestiales acompañarán a Jesucristo en el guerrear. Ningún siervo cristiano de Jehová en la Tierra tendrá parte en la batalla (2 Crónicas 20: 15,17).
¿Habrá sobrevivientes? En realidad, nadie tiene por qué morir en Armagedón. El apóstol Pedro dijo: "Jehová […] no desea que ninguno sea destruido; más bien, desea que todos alcancen el arrepentimiento" (2 Pedro 3:9). Y el apóstol Pablo declaró que la "voluntad [de Dios] es que hombres de toda clase se salven y lleguen a un conocimiento exacto de la verdad" (1 Timoteo 2:4).
Por eso, Jehová en su sabiduría se ha asegurado de que las "buenas nuevas del reino" se proclamen por todo el mundo y en cientos de idiomas. Se está dando a la gente en todas partes la oportunidad de salvarse (Mateo 24:14; Salmo 37:34; Filipenses 2:12). Quienes respondan favorablemente a las buenas nuevas podrán sobrevivir al Armagedón y vivir para siempre en perfección en la Tierra (Ezequiel 18:23,32; Sofonías 2:3; Romanos 10:13). ¿No es esto lo que se esperaría de un Dios que es amor? (1 Juan 4:8.)
No obstante, muchos se preguntan cómo es posible que un Dios que es la personificación del amor mate y destruya a gran parte de la humanidad. La situación pudiera compararse a la de una casa invadida por una plaga. ¿No es cierto que el dueño de casa concienzudo debería proteger la salud y el bienestar de su familia exterminando la plaga?
De igual manera, es debido al profundo cariño que Jehová siente por los seres humanos que el Armagedón tiene que venir. El propósito de Dios es convertir la Tierra en un paraíso y conceder perfección y paz a sus habitantes, sin que "nadie […] los haga temblar" (Miqueas 4:3,4; Revelación 21:4). ¿Qué debe hacerse, entonces, con los que ponen en peligro la paz y seguridad del prójimo? Dios eliminará tal "plaga" —los malvados incorregibles— por el bien de los justos (2 Tesalonicenses 1:8,9; Revelación 21:8).
La intervención activa de Jehová en el Armagedón será para el beneficio de la humanidad. Al ver las condiciones cada vez peores del mundo, es obvio que sólo la gobernación perfecta de Dios satisfará por completo las necesidades humanas. La verdadera paz y seguridad se dará únicamente bajo el Reino de Dios.
¿Cómo serían las condiciones mundiales si Dios optara por nunca intervenir en los asuntos del género humano? ¿Verdad que el odio, la violencia y las guerras seguirían plagando a la humanidad como lo han hecho durante siglos bajo la gobernación del hombre? La realidad es que el Armagedón es una de las mejores cosas que pudiera suceder para nuestro beneficio (Lucas 18:7,8; 2 Pedro 3:13).
El Armagedón logrará lo que ninguna otra guerra ha logrado: poner fin a las guerras. ¿Quién no anhela el día en que la guerra sea algo del pasado? No obstante, el hombre no ha sido capaz de erradicarla. Sus repetidos fracasos a este respecto sencillamente comprueban la veracidad de las palabras de Jeremías: "Bien sé yo, oh Jehová, que al hombre terrestre no le pertenece su camino. No pertenece al hombre que está andando siquiera dirigir su paso" (Jeremías 10:23). En cuanto a lo que Jehová logrará, la Biblia promete: "Hace cesar las guerras hasta la extremidad de la tierra. Quiebra el arco y verdaderamente corta en pedazos la lanza; quema los carruajes en el fuego" (Salmo 46:8,9).
De modo que el Armagedón no es algo que deban temer las personas amantes de la justicia; antes bien, suministra una base para tener esperanza. Esta guerra limpiará la Tierra de toda corrupción y maldad, y abrirá el camino para un justo nuevo sistema de cosas bajo el Reino mesiánico de Dios (Isaías 11:4,5). En vez de ser un fin catastrófico y espantoso, el Armagedón marcará un feliz comienzo para los justos que vivirán para siempre en una Tierra paradisíaca (Salmo 37:29).
Participación humana futura.
Según los actuales cálculos científicos, tenemos unos mil millones de años hacia el futuro en los cuales el Sol permanecerá estable y muy similar a su estado actual; pero después de esto iniciará un periodo de calentamiento progresivo que durará 3 o 4 mil millones de años, hasta que, finalmente, sobrevengan los primeros síntomas violentos de su muerte inminente. Hay teóricos que opinan que esos mil millones de años de gracia solar a favor de los habitantes de la Tierra constituyen un lapso de tiempo más que suficiente para que los humanos alcancen cotas inimaginables de avanzada tecnología, con un dominio sobre el entorno natural galáctico de proporciones descomunales. La pregunta pertinente es, entonces: ¿Hasta qué punto dispondrán los seres humanos del futuro de herramientas tecnológicas capaces de controlar eficazmente los fenómenos que tienen lugar en nuestro sistema solar, y más allá?
El Génesis indica que la primera ocupación dada por el Creador a los seres humanos fue la de cuidar el planeta Tierra, y poco a poco convertirlo en un hermoso paraíso. De no haber sido por la rebelión edénica, probablemente nuestro mundo planetario ya estaría transformado globalmente en un inmenso jardín de placer, tal como era (y sigue siendo) el propósito divino respecto al mismo. No obstante, las Santas Escrituras indican que hay un milenio en el futuro inmediato, el cual comenzará a contar a partir del cese de la tormenta de Armagedón, y durante éste nuestro planeta será plenamente convertido en el anhelado paraíso; todo ello bajo la guía amorosa y la bendición de nuestro Creador. La pregunta ahora es: ¿Después de mil o dos mil años, o diez mil años, qué nueva encomienda dará el Sumo Hacedor a su criatura humana? ¿Cuidar del Sistema Solar? ¿Y luego? ¿Cuidar de la galaxia, la Vía Láctea?
No sabemos lo que Dios asignará a los seres humanos del futuro, ya seleccionados éstos y ya, todos ellos, en estado de perfección y cabalmente reconciliados con su Hacedor. Pero quizás no sea muy descabellada la idea de que al hombre del lejano mañana le aguardan grandes aventuras científicas y similares desafíos de carácter técnico, a saber, entre otros (pero en todo caso contando con la ayuda del Creador): Coadyuvar en el cumplimiento de las profecías relativas a la permanencia eterna del Sol y evitar, pues, que el astro rey chamusque a nuestro planeta y desaparezca como tal de la escena cósmica, dejando de suministrar la energía que la Tierra necesita para el sustento de la vida paradisíaca sobre ella.
Conclusión.
¿Qué futuro le espera al Sol? Ésta es una pregunta que puede considerarse contestada más o menos exactamente por los cosmólogos teóricos contemporáneos, quienes postulan un desenlace futuro lejano en forma de nebulosa planetaria solar; y quizás no anden muy errados, en vista de lo que dice el Salmo 102: 25-27, pero siempre en el supuesto de que ninguna fuerza inteligente suficientemente poderosa actúe eficazmente para contrarrestar dicho destino fatal. Sin embargo, teniendo en cuenta el Salmo 104: 5, cabe sospechar que de algún modo llegará a haber una fuerza inteligente en ese lejano futuro que evite la inflación solar, la cual, de manera natural, vendría a estar vinculada con la muerte de nuestra estrella.
Autor:
Jesús Castro