Civilizar, siguiendo a Elias, es un proceso de contención de la violencia generalizada, de represión de los instintos personales, para armonizar la individualidad con las exigencias de la vida en sociedad. En el proceso juega un papel singular el monopolio de la violencia que se ejerce normativamente a través del aparato del Estado. El efecto coactivo normativo en el proceso de civilización del individuo "se encuentra en íntima relación con la constitución de institutos de monopolio de la violencia física" (Elias, 1998; 453); de ahí el papel asignado a través del orden a la elite que ejerce el poder. Aprovechando que su objetivo inevitablemente sólo es posible desde el lenguaje de la violencia, las distintas elites históricas han hecho de ella una cuestión de privilegio personal derivada del ejercicio del poder. Pero prescindiendo de algo fundamental, y es que, como se viene diciendo, mientras que la civilización afecta a las masas no sucede lo mismo con las elites La práctica institucionalizada de la violencia en cualquiera de sus formas deja de ser violencia en cuanto se etiqueta como legal. Lo que permite sustraerse a ella amparándose en el Derecho. Así pues, el papel civilizador de la violencia institucionalizada, reconocible en cuanto a las masas, por otro lado no afecta a las elites, en virtud del principio de legitimidad, que pasa a ser patente de legalidad en cuanto permite elaborar las leyes en situación de exclusividad. Consecuentemente la civilización desde este planteamiento es posible que alcance a las masas, pero nunca en el fondo a las elites, porque sobre el sentido de racionalidad que conlleva siempre se impone el interés del que ejerce el poder.
Hoy la violencia física tradicional ha experimentado sensibles mutaciones y se ejerce en nombre una idea. Con lo que la ideología política ha tomado el relevo a la barbarie como método para legitimar la violencia. A través de aquella se acude para justificar esta última a argumentos racionales como puede ser el mantenimiento del orden desde el imperio de la ley. Igualmente se invoca el interés general. Pero no sucede así con la ideología misma, porque está sujeta a un proyecto de grupo y no a la mayoría. Si el valor de la democracia reside en ser un método de gobierno aceptable, precisamente porque es la voluntad de la mayoría la que establece lo que debe pasar por racionalidad política en una colectividad, al permitir la síntesis de pluralidad de intereses individuales, la democracia llama al valor de conjunto y no de una parte. La ideología grupista mira a la imposición de la voluntad de una minoría al todo social y lo hace de manera excluyente. Asimismo, tiende a hacerse única combatiendo cualquier alternativa, al objeto de imponer su doctrina de manera oficial sobre las masas [10]Y el asalto al poder desde la legitimidad permite construirla, porque "la ideología dominante se realiza en los aparatos ideológicos del estado" (Althusser, 2005;118). De manera que quien no se encuentra dentro de la ideología dominante es objeto de algún tipo de violencia, casi siempre legal, ya sea para doblegar su voluntad o para excluirla, puesto que resulta imprescindible para mantener la hegemonía como método de dirección colectiva del grupo dominante.
Modernamente, el Derecho positivo es el instrumento clave tanto para justificar el ejercicio del poder como para hacerlo efectivo, porque se rige por el principio de racionalidad en la teoría y en la praxis. No obstante el componente de racionalidad absoluta, "las normas de Derecho se relacionan entre sí conforme a los principio de la Lógica; les son aplicable el principio de no contradicción y la regla de inferencia; los juristas aceptan esto como algo obvio. Pero no es tan obvio porque los dos principios lógicos son sólo aplicables a enunciados como actos de pensamiento, verdaderos o falsos; las normas son el sentido de actos de voluntad, y no son ni verdaderas ni falsas" (Kelsen y Klug, 1988; 92-93). Lo que permite hacerle utilizable para quienes ejercen el poder, no es tanto desde su componente lógico como por su eficacia, avalada por un principio de razón. Sin embargo la efectividad que le caracteriza permanece indisolublemente unida al poder, ya que no se entiende sin contar con el respaldo de la fuerza necesaria para alcanzarla. De ahí que haya que tomar con cautela cualquier garantía frente a la norma jurídica, incluso, por ejemplo, si se rigen por las reglas de reconocimiento y modificación de Hart. Casi siempre hay un lado oculto en la norma sujeto a intereses particulares que, aunque no ataque a la forma, desvirtúa el fondo. Su dependencia de los que ejercen el poder es una carga difícilmente superable en interés de la objetividad y el verdadero interés general,o sea, aquel no condicionado por intereses particulares.
Tolerada la violencia legal del grupo gobernante, que practica en términos oficiales el poder visible en cualquier sociedad avanzada, precisa de asistencia en la tarea dogmática de formación de la mentalidad individual con proyección masiva. A tal fin está asistido por la hegemonía, entendida en el sentido gramsciano de dirección política, intelectual y moral de la clase dominante en cuanto guía de la voluntad general. Se trata de un complemento de la dominación real de una minoría, puesta de manifiesto en el control del aparato estatal. Hoy se ha ido completando a través de la pretensión ambiciosa asumida por la ideología capitalista, llevada a la práctica desde el entramado empresarial, hasta pasar a ser total. En este panorama, el empresariado pasa a ser el verdadero grupo dominante visible y la elite que lo dirige se convierte en el usuario del poder oculto tras la mampara de la democracia representativa; devaluada en las distintas sociedades por la emergencia de la evidencia, que no se puede disimular en el juicio que impone el pensamiento individual, pero sí en el reino de la apariencia. La colaboración esencial que para el despliegue de la hegemonía ejercen la publicidad y la propaganda como vías de transmisión de la doctrina del poder económico y del político a través de los medios de comunicación, hacen posible sostener la doctrina de las clases dominantes y de la elite del poder.
Consiguientemente el proceso de legitimidad del poder alienado, en cuanto ha salido fuera de lo que determina la voluntad general, está dirigido a ejercer el poder exclusivamente como violencia, sea cual sea su forma, porque no hay otra opción, ya que, en definitiva, se trata de imponer la creencia de que lo común debe someterse políticamente a lo selecto. El aval de la tesis ha venido sustentándose en la creencia de que para completar la labor de la sociedad en la domesticación de los instintos primitivos del ser humano sólo cabe el orden impuesto. Pero se parte de un presupuesto manipulado a conveniencia del elitismo, y es que el orden para desarrollar el proceso de civilización solamente es posible desde las minorías, dada la tendencia al desorden de las mayorías. Ignorando que la anarquía irrumpe cuando las masas son conducidas por elites que aspiran a reemplazar a las que en ese momento ejercen el poder.
Actualmente, la ideología dominante, el Derecho del poder y la hegemonía son las nuevas formas suaves de aquella fuerza mecánica de los primeros tiempos sociales, domesticada desde la emergencia del poder, primero personalizado y luego institucionalizado -simple vestimenta para ocultar el fondo personal-. Efectivamente en este punto sería de apreciar cierta civilización de forma en el ejercicio del poder. Pero, pese a su apariencia de racionalidad no puede ocultar el fondo violento de todo poder elitista, que emerge a la luz pública en cuanto resulta cuestionado. Con lo que sus distintos modelos históricos de orden, justificados en su condición de garantes del avance de la civilización, ya no son válidos por su artificialidad. Se observa que en cuanto cambian las elites, al entrar en combates entre ellas o entre las de distintos países o cuando quiebran los cánones del orden ficticio y estalla la violencia abierta, los individuos civilizados retornan a su estado primitivo y los ejercientes del poder hacen lo mismo, porque el progreso de la civilización no deja de ser un asunto cuestionable. Asistimos al fracaso del modelo de orden elitista. La alternativa de un orden perdurable y eficaz pudiera estar en la construcción del proceso civilizador directamente desde las masas, realizado por ellas mismas, a fin de darle consistencia, puesto que son a las que corresponde el ejercicio del poder y la legitimidad natural.
Tal y como viene siendo enfocado, el poder político es un instrumento de opresión dirigido desde la minoría que domina una sociedad sobre la base de utilizar la fuerza colectiva desviándola de sus fines naturales para imponer sus intereses de grupo dominante. Es lo que puede entenderse como la construcción artificial del poder desde la idea de orden social, como presupuesto para el avance de la civilización, cumpliendo con la premisa de progresiva erradicación de la violencia individual.
En cuanto a la legitimidad no pasa de ser sino un método falaz de justificación para ocultar la evidencia del poder alienado, cuyo ejercicio asume la elite en abierta oposición a las masas. Desde Hobbes, buscando el apoyo del principio de legalidad manipulada, invocando una figura jurídica, se construye el mito intelectual del contrato particularizado, ante el que solamente cabe la adhesión. Tesis que, con las variantes que aporta la democracia representativa, se mantiene vigente. De manera que la legitimidad es un asunto de elites para justificar su particular toma del poder impuesta desde la violencia, que recurre a fórmulas avanzadas más sutiles, utilizando el aparato del Estado. Sosteniéndose en la violencia legal institucionalizada, la elite del poder conduce a las masas apoyándose en el presupuesto social de un orden particular y exportando la idea de civilización de la que se autoexcluye. El sentido de civilización como proceso de suavización de la violencia individual en el marco social deja pendiente la cuestión de la civilización del ejercicio del propio poder dominante. Con lo que resulta incompleta, tal como queda de manifiesto en las explosiones violentas derivadas no del enfrentamiento entre masas, sino entre las distintas elites nacionales e internacionales
Los esfuerzos elitistas por alejar el ejercicio del poder de las masas tropieza con que, pese al control ejercido a todos los niveles de la sociedad y el supercontrol del poder último, el progreso y la racionalidad común invitan a reflexionar. La propuesta consistente pudiera ser el retorno a lo común, dispuesto para arrollar lo selecto, no ya desde la incoherencia como adelantaba Ortega, sino desde la racionalidad de una existencia dominada por el sentido de utilidad que mira hacia el bienestar en una escala de progreso en la calidad de vida. Tal propuesta, en orden a su realización, no puede dejarse a voluntad de una minoría, sino que sólo cabe sujetarla a la determinación de la mayoría, practicada directamente, sin acudir a la representación, porque hoy existen medios y capacidad para ponerla en práctica.
En el terreno de la realidad nos encontramos con dos hechos determinantes: el consumo y la democracia. El consumo, en principio concebido como método de sumisión de las masas dominadas por la cultura del consumismo, desde la dirección marcada por las modas que dictan las empresas imponiendo las reglas del juego, se encuentra con el consumidor pensante que ya no se guía por la simple acumulación de objetos para revalidar su estatus de ficción, puesto que en gran medida ha pasado a ser racional y utilitarista. En definitiva, el consumidor cuenta no solamente en la escena social y económica, sino en la política. Por lo que hay que adaptarla a sus demandas.
Asimismo, la democracia representativa, en principio como proceso controlado desde el capital, se encuentra con nuevos obstáculos para los dirigentes, los electores rompen con las previsiones. Piensan políticamente en términos de calidad de la representación (Morlino, 2005; 314) y del grado de bienestar que aporta, superando las ficciones ideológicas que esgrimen los partidos, con lo que hay que vender realidades acordes con necesidades. De manera que es obligado hacer concesiones o el sistema deja de funcionar.
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Autor:
Antonio Lorca Siero.
Doctor en Derecho.
Septiembre de 2016
[1] Easton, D., ?Pol?tica moderna?, Mexico, 1968, se?ala que poder no es algo que se posea, sino una relaci?n en la que cierta persona o grupo puede determinar las acciones de otro u otros para atender a satisfacer sus propios intereses . ( p. 149).
[2] Freud, S., ?Psicolog?a de las masas y el an?lisis del yo?, Madrid, 2010, dice que, en su forma elemental la sociedad humana habr?a sido una horda sujeta al control absoluto de un poderoso macho que somet?a a los dem?s por medio de la violencia (p. 45)..
[3] En el plano emp?rico buena parte de las caracter?sticas de una nueva elite del poder han sido recogidas por Wright Mills,C., ?La elite del poder?, M?xico, 1987 -aunque referidas al modelo USA, pueden ser parcialmente extrapolable a cualquier sociedad avanzada occidental-. Dice:?La idea de una ?lite del poder se funda en y explica: 1) las tendencias institucionales decisivas que caracterizan la estructura de nuestra ?poca, en particular, el ascendiente militar en una econom?a organizada en empresas privadas, y, en sentido m?s amplio, las diversas coincidencias de intereses objetivos entre las instituciones econ?micas, militares y pol?ticas; 2) las similitudes sociales y las afinidades psicol?gicas de los hombres que ocupan los puestos de mando en dichas estructuras, y especialmente el aumento de intercambio de los primeros puestos en cada una de ellas y el creciente movimiento entre unas y otras observado en las carreras de los hombres de poder; 3) las ramificaciones, hasta el grado de una totalizaci?n virtual, de las decisiones que se toman en la cima, y el ascenso al poder de una serie de hombres que, por educaci?n e inclinaci?n, son organizadores profesionales de gran fuerza y que desconocen las restricciones del adiestramiento de los partidos democr?ticos. Negativamente, la formaci?n de la ?lite del poder se funda en: 1) El relegamiento del pol?tico profesional y de partido a los niveles medios del poder; 2) el empate semiorganizado de los intereses de las localidades soberanas, en que ha ca?do la funci?n legislativa; 3) la ausencia casi total de un servicio civil que constituya una fuente pol?ticamente neutral, pero adecuada y precisa de experiencia intelectual y ejecutiva, y 4) el secreto oficial cada vez m?s grande que oculta las decisiones trascendentes, sin someterlas al debate de la opini?n p?blica, ni incluso a los debates parlamentarios. En consecuencia, el directorio pol?tico, los ricos de las corporaciones, y la influencia militar se han unido en la ?lite del poder, y las jerarqu?as ampliadas y centralizadas que encabezan, han usurpado los viejos equilibrios releg?ndolos a los niveles medios del poder. ? (p.276).
[4] La apariencia domina el panorama legaliforme de las sociedades avanzadas y resulta ser m?s perceptible en aspectos puntuales. En un sistema elitista hay que jugar a destensar la cuerda para dar libertad de opini?n a la ciudadan?a, sin embargo las determinaciones las adoptan las respectivas elites sectoriales -pol?ticas, judiciales, universitarias, culturales o econ?micas-. Con lo que quedan definitivamente impuestas las tesis de las elites, a la sombra de aquellas otras que invocan las masas.
[5] En este punto Kelsen, H.,"Teor?a pura del Derecho", M?xico, 1981, afirma que: ?Un orden jur?dico aunque de ninguna manera todas sus normas estatuyen actos coactivos, puede con todo ser caracterizado como un orden coactivo, en cuanto todas las normas que de por s? instituyen actos coactivos, y que, por tanto, no imponen obligaciones, sino que s?lo facultan o permiten positivamente la producci?n de normas no independientes que s?lo valen en conexi?n con una norma que estatuye un acto coactivo? (p. 70).
[6] Arenth, H., ?Sobre la violencia?, Madrid, 2006, considera que ?el poder no necesita justificaci?n, siendo como es inherente a la verdadera existencia de las comunidades pol?ticas; lo que necesita es legitimidad.( ?). La legitimidad, cuando se ve desafiada se basa en una apelaci?n al pasado mientras que la justificaci?n se refiere a un fin que se encuentra en el futuro? (p 71).
[7] Puede v?ase sobre este punto a Hegel, en la tesis del amo y el esclavo en la ?Fenomenolog?a del Esp?ritu? y posteriormente Koj?ve, Honneth, Ricoeur o Fukuyima.
[8] ?La democracia -como dice Schumpeter, J., ?Capitalismo, socialismo y democracia?, M?xico, 1967- es un m?todo pol?tico, vale decir, un cierto tipo de ordenamiento institucional para alcanzar (…) decisiones pol?ticas, y, por ende, no puede ser un fin en si mismo, con independencia de las decisiones que genere en determinadas condiciones hist?ricas? ( p. 242).
[9] Se?ala Sorel, G., ?Reflexiones sobre la violencia?, Madrid, 1976, que los ?c?digos toman tantas precauciones sobre la violencia, y la educaci?n est? orientada a atenuar tanto la violencia, que por instinto nos vemos llevados a pensar que todo acto de violencia es la manifestaci?n de un retroceso hacia la barbarie.? (p. 251)
[10] El car?cter excluyente de la ideolog?a es destacado por Therborn, G., ??C?mo domina la clase dominante??, M?xico, 1979, al se?alar que la ideolog?a dice a los individuos quienes son ellos, lo que existe, lo que es posible, lo que es justo e injusto y lo que es bueno y lo malo (pp. 206-207).
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