- Constitución formal
- Constitución conceptual
- Constitución funcional
- Conclusión
- Bibliografía Consultada
La novela argentina constituye un producto doblemente social. En primera instancia, lo es a partir de las condiciones propias del medio que implica la categoría literatura, como instancia donde interactúan sujetos caracterizados genéricamente como escritores, es decir, productores de ciertos objetos particulares con arreglo a un requerimiento cultural específico, una realidad ficticia, que se inscribe en el proceso social de intercambio integrado por productores y receptores de un mensaje escrito.
En segundo lugar, es social porque, en su proceso de elaboración, se inscriben las marcas del su-jeto productor bajo la forma de objetivación de ciertos fenómenos o sucesos que constituyen la realidad objetiva donde tiene lugar el acto productivo y, en virtud de ello, se construyen como manifestación de un sujeto adscrito a un modelo hermenéutico particular, determinado por su posición dentro del medio productivo en que tiene lugar su arte.
Por estas consideraciones, la Literatura Argentina constituye un espacio productivo indisolublemente vinculado a las condiciones de producción y sus sujetos se inscriben en el complejo dialéctico de relaciones en las que se manifiestan las posiciones sociales de cada uno de sus productores.
Es decir, el espacio específicamente definido por su producción en formato gráfico conforma un medio en el que se manifiestan las posiciones políticas de sus sujetos por medio de sus interpretaciones de los fenómenos y sucesos que constituyen su realidad material y social.
En este sentido, Operación Masacre resulta un producto histórico inscripto en una tradición que reconoce en Facundo, de Domingo Faustino Sarmiento, el antecedente primario de la relación existente entre las coyunturas del medio y el proceso de producción textual. El mantenimiento de la dicotomía sarmientina civilización – barbarie circula en la historia de la Literatura Argentina, exponiendo un modelo funcional aplicado al texto y que opera instrumentalmente en los diversos sujetos productores. De estas deducciones es posible establecer que Operación Masacre retoma la tradición de la escritura estética de las condiciones políticas de la sociedad argentina.
Dadas las características de la novela y el tópico de define su producción, su análisis debe inscribirse dentro de la lógica particular que rige su desarrollo, la dialéctica materialista, en la medida en que el objeto da cuenta de un suceso histórico reconocido, aunque no explicitado, y un proceso indagatorio por el cual se elucida el con-junto de fenómenos causales que lo movilizan, a la vez que habilitan una instancia valorativa que trasciende al propio texto para instalarse en el propio receptor.
En este sentido, se hace necesario proceder al estudio de la constitución formal del objeto, su contenido y su función respecto del universo social donde tiene lugar su emergencia.
Este trabajo aspira a exponer un análisis que esclarezca algunos aspectos de la elaboración de la novela y su inserción dentro del momento histórico en el que tiene lugar su producción, dentro del marco que caracteriza a la novela argentina.
El desarrollo de Operación Masacre está ligado indefectiblemente a una finalidad concreta: establecer un juicio público sobre el accionar de los mecanismos represivos de Argentina. En efecto, se entiende por tales a los mecanismos culturales comprendidos en la producción y operación de justicia y, específicamente, a los factores constitutivos del Poder Judicial, la policía y los tribunales, instancias comprendidas dentro de la articulación del Estado republicano como instancias jerarquizadas dentro de un todo autónomo y significativo incluido dentro de la categoría Poder Judicial.
Esta determinación hace posible que el texto disponga de una forma particular de exposición, la cual resulta solidaria de las que se desarrollan dentro de la producción discursiva propia del ámbito judicial. Efectivamente, la organización de Operación Masacre no resulta de una necesidad que subordina el tema y la finalidad a la forma, sino, al revés, ésta se subordina a la finalidad, porque el tópico es un dato conocido, cuya existencia es ob-jetivamente probable y subsistente en la memoria popular por la cercanía de los hechos ocurridos en los basurales de José León Suárez, provincia de Buenos Aires, el 9 de junio de 1956. Para más precisión, a seis meses del inicio de la investigación de Rodolfo Walsh.
De acuerdo con lo expuesto, el objeto resulta una construcción subjetiva cuyo tó-pico resulta conocido, aunque no tienen la misma cualidad los protagonistas, la mecánica de los hechos y el objeto de los mismos. Esta cantidad de incógnitas constituyen los objetos de indagación dentro del texto, razón la cual, la producción se articula con arreglo a la clarificación de los elementos inciertos del suceso.
En este sentido, la textualidad adquiere una forma expositiva – argumentativa regida por una lógica propia de la narración policial, en la cual R. Walsh ya tiene probada maestría.
Esta cualidad formal se funda en una lógica abductiva, es decir, en la aplicación solidaria y sequenciada de los mecanismos inferenciales de deducción e inducción. Para ser más explícitos, la exposición – argumentación posee dos partes: una, en la cual se adicionan un conjunto de variables constitutivas del objeto, de cuya sumatoria se deduce sintéticamente una categoría particular derivada del conjunto de elementos que constituyen la generalidad.
A continuación, se generalizan al conjunto de fenómenos similares los resultados de la deducción.
En esta mecánica radica la organización del texto de Walsh, donde se recrean las condiciones en las que tiene lugar el suceso que se pretende explicar, a la luz de las investigaciones del autor, periodista y fiscal que asume la enunciación del texto.
Para que se cumpla esta disposición, se debe organizar el objeto partiendo de las condiciones en las que tiene lugar la emergencia del fenómeno de la supervivencia de uno de los fusilados aquel 9 de junio. Este fenómeno es el que desencadena la investigación y puesta en evidencia de la que da cuenta el texto y se ubica en el Prologo, donde relatará las condiciones en las cuales se desarrolla la vida del investigador y la sociedad en la que desarrolla su existencia, así como los primeros pasos de su investigación.
Como puede verse, el desarrollo de la pesquisa ni el arribo a la argu-mentación final no resultan por generación espontánea, sino que se desarrollan a partir de un hecho que se erige como problemático, la existencia de un sobreviviente, porque resulta una paradoja dentro de la narración histórica oficial, dónde no sólo se elide el tratamiento del tema, sino que también se niega la existencia de sujetos que hayan superado la pena.
En su condición paradójica radica la cualidad del hecho que motiva la investigación, que, en principio, será asumida por un periodista que, con el correr de la pesquisa, irá mutando de condición para constituirse finalmente en fiscal respecto al accionar de los mecanismos del Poder Legislativo.
A partir de la enunciación del medio en que se producen los sucesos históricos y la emergencia de la paradoja, se abre una nueva instancia dentro del cuerpo general del enunciado. Si en la primera parte expone las condiciones en las que tiene lugar la génesis de la investigación, en esta parte, la voz de un narrador que da cuenta del presente de enunciación asume las características de un fiscal que organiza la exposición de las víctimas, los hechos que dan origen a un juicio y los hechos que prueban la existencia objetiva de un crimen y de una organización que lo ejecuta y encubre.
En el apartado Los personajes, el narrador fiscal da cuenta de las cualidades investigativas que rige el trabajo que, en principio, ha desarrollado el periodista partiendo de la primicia de un sobreviviente. La exposición resulta la construcción de las biografías de los fusilados, en la que queda expuesta la cualidad general del grupo: todos corresponden a obreros del conurbano bonaerense.
Tales biografías se constituyen en mecanismos por medio de los cuales se da cuenta de la improbable vinculación con el alzamiento del general Juan José Valle, aquel 6 de junio. Pero, también conlleva otra intención: la construcción de las víctimas como sujetos de conocimientos. En efecto, el silencio que envuelve a los sucesos históricos funciona como una mordaza que impide la emergencia de otras voces que se le contrapongan.
La emergencia de los sobrevivientes, a través de su producción significativa, pone en evidencia que "…el testimonio es la producción de un sujeto, un ejercicio retórico que exige la presencia de otros sujetos y sus modos de percepción, con los cuales interactuar en una campo jurídico donde la Verdad es el objeto contencioso, cuya posesión alberga una posible capacidad legitimadora de un tipo particular de articulación social…" De este modo, la escritura de R. Walsh pone en evidencia un individuo investido de conocimiento, es decir, un nuevo sujeto, cuya verdad habrá de constituirse en una "verdad otra" sobre los hechos históricos, contrapuesta a la que oficialmente se da.
Los hechos dan cuenta de las acciones que se desarrollan el 6 de junio de 1956 y, en su desarrollo, se articula de manera paralela la secuencia que corresponde al crimen con las condiciones históricas del levantamiento de Valle. Es decir, lo que sucede entre quienes se habían reunido para escuchar la pelea, y lo que ocurre, al mismo tiempo, en los altos mandos, anunciado desde la radio.
El proceso de verosimilización alcanza un alto grado por el desplazamiento de la voz desde el narrador a la voz de la radio, en la manipulación de la verdad. En Campo de mayo, el levantamiento ocurre a las 21.30; la pelea de Lausse termina a las 23 y la radio no trasmite todavía ninguna noticia. Mientras tanto la policía cree que en ese departamento la gente está conectada con el general Tanco, supuesto ideólogo de la causa de Valle, razón por la cual ha enviado dos inspectores hasta la casa de Torres.
Sigue el relato minucioso de los hechos de la masacre, de los tiros de gracia. Relata las condiciones de los que se salvaron, de los que murieron y cómo. El investigador se dedica a seguir los hechos relatados por el sobreviviente Livraga, ya que los otros que sobrevivieron están alojados en Embajadas, o están locos. La odisea del sobreviviente se reconstruye no sólo por su testimonio, sino también por la documentación que obra en su poder y que puede ser constatada en los registros de las instituciones a las que recala, luego de haber sido sometido al fusilamiento.
La evidencia constituye un conjunto de maniobras que tienden a cristalizar en "la verdad" de los sucesos, por medio de la acumulación de argumentos constitutivos del Expediente Livraga y de algunos otras víctimas, poniendo en evidencia las maniobras incoherentes que escamotean las causales y los ejecutores del crimen, tal como lo escribe Walsh: "Pero lo que a mi juicio simboliza mejor que nada la irresponsabilidad, la ceguera, el oprobio de la Operación Masacre es un pedacito de papel.
Un rectángulo de papel oficial de 25 cms de alto por 15 de ancho. Tiene fecha varios meses posteriores al 9 de junio de 1956 y está expedido, después del trámite previo en todas las policías provinciales, incluso la bonaerense, a nombre de Miguel Angel Giunta, el fusilado sobreviviente.
Sobre el fondo de un escudo celeste y blanco, constan su nombre y el número de su cédula de identidad. Arriba dice: República Argentina–Ministerio del Interior–Policía Federal. Y luego, en letras más grandes, cuatro palabras: ‘Certificado de Buena Conducta’…"
En esta instancia, la acumulación opera sobre el juicio del lector, porque las sucesión de elementos probatorios llevan a que la valoración torne negativa respecto del accionar de los medios de la justicia, tal como lo expresa Walsh en el Epílogo: "Se trataba de presentar a la Revolución Libertadora y sus herederos hasta hoy, el caso límite de una atrocidad injustificada, y preguntarles si la reconocían como suya, o si expresamente la desautorizaban. La desautorización no podía revestir otras formas que el castigo de los culpables y la reparación moral y material de sus víctimas.
Tres ediciones de este libro, alrededor de cuarenta artículos publicados, un proyecto presentado al Congreso e innumerables alternativas menores, han servido durante do-ce años para plantear esa pregunta a cinco gobiernos sucesivos. La respuesta fue siempre el silencio. La clase que esos gobiernos representan se solidariza con aquel asesinato, lo acepta como hechura suya y no lo castiga simplemente porque no está dispuesta a castigarse a sí misma."
La organización textual pone en evidencia los condicionantes causales que sostienen el tipo particular que define al texto respecto de otros. Efectivamente, si el enunciado de Operación Masacre operara solamente con relación a los hechos históricos, los aspectos se circunscribirían a los concernientes a la justicia, dejando de lado los aspectos políticos contenidos en las acciones involucradas en los fusilamientos, así como en las de silenciamiento que se exponen a lo largo del texto.
En el complejo implicado en la escritura se definen dos campos solidariamente vinculados: uno, que se define como urdimbre y que corresponde a lo evidente, es decir, a lo que se accede en la superficie textual; y, otro, que soporta la construcción superficial y que da cuenta de los elementos que comprometen la coherencia, la trama.
De esta manera es que la organización del texto expone la acumulación de elementos que se sostienen sobre la base de organizadores textuales. En el caso de Operación Masacre, la trama argumen-tativa determina la forma expositiva en la que se organiza el texto, donde la forma se subordina al contenido y ambos a la función.
De acuerdo con ello, el texto de Rodolfo Walsh se define por una exposición fundada en una intención argumentativa, donde, alternativamente, da paso a la multiplicidad de voces y documentos con el objeto de crear un efecto de veracidad respecto a un objetivo político, la cristalización de un juicio al Poder Legislativo.
Cada uno de los pasos expositivos está destinado a convencer al lector que, en el concierto general de la relación social establecida entre el narrador – fiscal y el lector – jurado, opera por una acumulación de datos, de cuya sumatoria extrae una deducción, un fallo respecto de las operaciones de ejecución y encubrimiento realizados por los componentes del poder judicial respecto del crimen colectivo de José León Suárez.
En ese sentido, los conceptos de Eduardo Véliz alcanzan funcionalidad analítica, particularmente en lo que respecta no sólo en los hechos narrados por las víctimas, sino en la construcción de una verdad que da cuenta de otras interpretaciones y que, por ello, pone en evidencia el carácter político que entraña el texto de Walsh.
El sujeto que enuncia no posee las características de quien, simplemente, se ubica en el plano de la exposición periodística de un hecho histórico, sino de alguien que, conforme se desarrolla la investigación, va sufriendo una transmutación cuyo resultado final se manifiesta en la función denunciante que define el sentido de la escritura.
De este modo, el texto abandona el sentido de la novela policial, más no su lógica deductiva, porque la valoración de los hechos presentados no se resuelve dentro de texto mismo, sino que lo trasciende para realizarse con la participación del lector, objetivo estratégico de la escritura walshiana. Según estos criterios, la red conceptual del texto se define por su función estratégica respecto a las condiciones en las que tiene su emergencia, es decir, con relación a las relaciones sociales que entablan los sujetos implicados en el espacio social reconocido como "literatura", dentro del cual se definen posiciones de acuerdo a la ubicación de cada uno con relación al proceso productivo implicado en el mismo.
Por ello mismo, la producción de Walsh y su condición de fiscal definen una adscripción social específica con relación a otras, cuyas producciones soslayan hechos como los expuestos en su texto.
La red conceptual se organiza en torno a elementos básicos: legitimación de los sujetos testimoniantes, recreación de los hechos históricos, acumulación de factores causales, los cuales definen el sentido jurídico de la totalidad del enunciado por medio de dos aspectos: uno, destinado a relatar los sucesos, y en el que se encuentra implicada la objetividad en la exposición de los hechos; y, otro, orientado a persuadir mediante la demostración del régimen causal que moviliza la realización de la masacre.
De este modo, Los hechos resulta la exposición del objeto criminal, mientras La evidencia y Los Personajes conforman medidas tácticas apuntadas a persuadir. Como puede verse, la legitimación de los testimoniantes y la acumulación de factores causales dan cuenta de la victimización de un sujeto social constitutivo de un statu quo dado, dentro del cual poseen ciertos derechos legítimos derivados del contrato social del cual es parte; mientras que la recreación de los hechos históricos pone en evidencia la violación de tales derechos por parte de la entidad supraindividual – el Estado– encargada de preservarlos.
En este sentido, la función valorativa asignada al lector pone en evidencia la presencia de un modelo jurídico ajeno al argentino, el common law, es decir, el derecho común practicado por los países angloparlantes, donde el fallo judicial recae en la comunidad representada en el jurado, poniendo en evidencia no sólo la parcialidad social del accionar jurídico argentino, sino también la impertinencia del mismo para garantizar objetivamente justicia sobre ciertos actos en los que se halla implicado el Estado.
De lo expresado, se deduce la función que comporta el texto: acusar a un sujeto determinado, el Estado y su accionar terrorista. En este sentido, resulta solidario de las condiciones históricas en las que tiene lugar su elaboración y emergencia. La publicación de la primera edición en el periódico Mayoría, vinculado a actividad sindical, pone en evidencia el valor de uso que adquiere Operación Masacre en la coyuntura histórica argentina.
La aparición del texto de R. Walsh marca la emergencia de un quiebre en el espacio social de la literatura, aun cuando falta un tiempo considerable para su adscripción al peronismo revolucionario, y pone en evidencia las maniobras que definen las adscripciones que se producen dentro del medio social implicado en la literatura y la correspondiente contracción de este espacio social respecto de lo hechos narrados.
Esta certeza moviliza la escritura walshania como un objeto particular que se resiste al régimen de catalogaciones del mercado literario por medio de la subordinación de la estética a la finalidad, de lo que se deriva el uso de la forma literaria burguesa por excelencia, la novela, para apelar a un sujeto social concreto, en cuya formación cultural el comic y la historieta constituían las formas básicas por donde se manifestaba la narración novelesca, en un proceso de enjuiciamiento socialmente determi-nado.
Esta utilización particular de la forma define a la novela como un objeto decadente dentro de su situación en el campo social de la literatura y habilita su definición como elemento referido a una posición social específica, destinada a desvelar las condiciones operativas por las que se expresa el aspecto funcional del terrorismo de Estado, respecto del mantenimiento de un statu quo. "La novela era, para Walsh, algo así como la representación de los hechos. ‘Yo prefiero su simple presentación… Eso quiere decir que la novela es lo difícil de decir, lo que se resiste a ser dicho? Lo que me compromete más a fondo? Otra variante que he pensado es que la novela es la última forma del arte burgués, y por eso ya no me satisface.’"
Más que apartarse de la literatura, Walsh parece alejarse de las formas legitimadas de su interpretación, ya sea entendidas como discurso oficial, prensa orgánica o dogma literario. El autor abandona sistemática y paulatinamente los espacios comunes para explorar lo que está negado y oculto. Su prosa avanza sobre lo elidido.
Si el problema es cómo contar la realidad, todas las formas existentes adolecen de lo mismo: son objetos de lectura que sólo pueden capturar aquello previsto con anterioridad, dentro de la forma y la tópica legítima.
Las agencias de noticias, los medios organizados, los grandes diarios y revistas, el género ficcional ya no pueden informar, ya no pueden dar cuenta de las cosas porque están precisamente determinados por las condiciones objetivas y subjetivas a las que responden en cuanto mecanismos socialmente definidos; en ese marco, el texto de R. Walsh no sólo pone en evidencia la función del Estado dentro de una coyuntura histórica, sino también pone los mecanismos de solidaridad y coerción social tanto material, como simbólica, en la que el lugar común funciona como un a priori que garantiza una autorización relativa.
Por lo que, si el material de trabajo es lo oculto y negado, lo que hay que desentrañar, mal puede dar cuenta de él un sistema ya establecido, que opera funcionalmente respecto de los sujetos involucrados en la cosa negada y, por lo tanto, su propio actividad conforma el objeto de la investigación.
Por lo mismo, la novela, como género, no es nada más que una forma y un contenido que no expresa más que la imagen velada de un sujeto social que se manifiesta por la negación de su autoría intelectual de los hechos narrados.
En Operación Masacre, el testimonio de las víctimas, los documentos, organizados tópica y cronológicamente, la reconstrucción deductiva de los hechos se articulan en torno a la ficción de verdad y, mediante su encadenamiento, bloquean la manipulación conspirativa en torno a la posesión legítima de la verdad.
La búsqueda sistemática de los detalles escondidos y la lógica que los vincula en el relato, son los que esquivarán, por azarosos, cualquier ordenamiento apriorístico, de acuerdo a un canon.
La forma y el contenido aparecen subordinados a la función socialmente significativa que el autor le asigna a su obra no sólo con relación a los hechos históricos tratados, sino a la totalidad sistémica involucrada en las maniobras de ocultamiento.
Laura Martín define que "… en momentos no democráticos, el poder político como campo externo al campo intelectual, infiere en él imponiendo lo aceptable y lo no, lo que se puede y no se puede decir. Fundamentalmente, el periodismo es esencial para la reproducción y la legitimación de la realidad social, realidad que viene dada desde la clase hegemónica, clase que detenta el poder político y económico, y que en años dictatoriales su poder ha sido sostenido gracias a tener el monopolio de la fuerza física y simbólica. El uso que ha hecho el poder del periodismo es funcional para crear una cultura hegemónica. Las formas que adquirió el periodismo en esas épocas han sido, desde ya, diversas, y la fuerza del periodista depende del lugar que ocupe dentro del campo periodístico, pero también del contexto histórico en el que se plantee."
De conformidad con esto, la verdad es, en Operación Masacre, lo que se construye en la pluralidad de voces que constituyen el murmullo de los que no tienen me-dios para expresarla. Al extraer la verdad de lo que pasó aquel 9 de junio de 1956, Walsh interviene la realidad y reescribe la historia de todo un pueblo, de una época y de una posición política.
Estas afirmaciones definen la posición que el sujeto escritor asume tanto respecto de la las condiciones históricas en las que tiene lugar la producción literaria, como de los objetos elaborados con relación a la función de la social de la novela.
En una entrevista posterior, R. Walsh afirmaba: "Mi relación con la literatura se da en dos etapas: de sobrevaloración y mitificación hasta 1967, cuando ya tengo publicados dos libros de cuentos y empezada una novela; de desvalorización y paulatino rechazo a partir de 1968, cuando la tarea política se vuelve una alternativa… La desvalorización de la literatura tenía elementos sumamente positivos: no era posible seguir escribiendo obras altamente refinadas que únicamente podía consumir la intelligentzia burguesa, cuando el país empezaba a sacudirse por todas partes".
Una vez acuñada esa visión de la literatura, la elección de Walsh fue volcarse al periodismo como arma de conocimiento y combate."
El análisis de la obra ha permitido comprobar la hipótesis que moviliza este trabajo. Más allá de ello, también pone en evidencia por la escritura la intrincada red de silencios y omisiones que entraña la producción de ciertos espacios de la producción cultural.
El cambio de posicionamientos que se observa en el texto da cuenta no sólo de una mutación expositiva propiciada por la propia lógica de la elaboración textual, sino también la del propio sujeto que, conforme se va desarrollando el relato, va asumiendo posiciones que lo alejan de la tradicional investidura del periodista para posicionarlo como fiscal dentro de un juicio colectivo de las acciones del terrorismo de Estado.
La palabra asume una expresión por la que se objetiva el universo silenciado de los sectores sociales sometidos por el terror de la "revolución libertadora", como factor victimizado dentro de las relaciones hegemónicas que se desarrollan en el país.
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Eduardo Daniel