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Cimientos de una nación: El siglo XVIII en Cuba (página 2)


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Al crecimiento demográfico por el auge económico y la "legalización" de la trata, se sumó la introducción del café como nueva y productiva rama. Por otro lado, bajo la fórmula de la plantación esclavista, la economía cubana enrumba hacia una creciente especialización productiva que definirá estructuras de muy prolongada vigencia histórica.[4]

La prosperidad en las potencias europeas hizo que, a diferencia de la estancada metrópoli, los terratenientes de la colonia se erigieran como impulsores de las transformaciones técnicas y comerciales necesarias para desarrollar la economía.

El avance que trae consigo el cultivo del azúcar y el tabaco demuestra su superioridad respecto a la ganadería, porque necesitan menos tierras que esta y aportaban iguales o mayores dividendos. Gracias al avance de estos dos renglones, sobre todo el azúcar, se transforma la antigua estructura agraria. Aprovechar más la tierra no significa solo usurpar gradualmente las áreas ganaderas, sino también talar bosques, crear una red de pueblos y villas y legalizar la producción sobre los hombros esclavos. El azúcar es quien va configurando una economía nacional y, como lógica consecuencia, un interés nacional. [5]

Ya el censo de 1774 arrojaba la existencia de unos 500 ingenios y una producción de más de medio millón de arrobas. A tono con los cambios en Europa, la influencia del Iluminismo y el efectivo crecimiento económico, surgieron leyes más consecuentes de la metrópoli como el Reglamento de 1778, que liberaba más el comercio de las colonias y suprimía onerosos derechos aduanales. También el Decreto de Libertad de Comercio de Esclavos de febrero de 1789 estuvo enfilado a favorecer a los grandes terratenientes criollos, los principales inversionistas. Permitió por dos años la libre introducción de esclavos y a cualquiera, incluido extranjeros, interesado en ejercer la trata.

El sistema de plantación, en fin, tenía como característica en este siglo la explotación intensiva de la tierra, se basa en las ganancias obtenidas, es productora de materias de alta demanda y estas van enfiladas mayoritariamente a la exportación. De ahí que ya se pudiera hablar de una nítida burguesía esclavista cubana, donde el capital invertido provenía de los propios hacendados y comerciantes establecidos en la Isla. Además, los propietarios van a desarrollar tanto las plantaciones de tipo esclavistas como la explotación del campesinado común.

En cuanto al tabaco, tampoco decreció su rentabilidad y junto al azúcar, el café, el añil y el cacao, se convirtió en uno de los renglones más cotizados. Acontecimientos internacionales como las guerras europeas, la revolución de Haití, el crecimiento sin par de los Estados Unidos y el desarrollo en general de las ciudades mantuvieron la estabilidad de la Isla. Sobre todo la cercanía del vecino del Norte, y las etapas de aceptación y prohibición de comerciar con él, determinaron el auge o depresión de la economía en el país.

Con un comercio interno general, a finales del siglo XVIII ya el cubano tenía la completa convicción de lo imprescindible de la tierra. Se había superado uno de los errores de la conquista. Al decir de Francisco de Arango y Parreño ya nadie niega ni duda que la verdadera riqueza consiste en la agricultura, (…), y que si la América ha sido una de las causas de nuestra decadencia, fue por el desprecio que hicimos del cultivo de sus feraces terrenos…[6]

Sin embargo, este mismo personaje advierte de las deficiencias de la industria azucarera nacional y su dificultosa competencia con la de los demás países europeos. Ello también señalaba otra distinción de la economía cubana que la caracterizaría en los próximos dos siglos: su carácter monoproductor, motivado por la ambición sin límites de sus beneficiarios y sus funestas decisiones de dejar por falta de interés a las demás ramas en estado artesanal.

Pese a estas limitaciones, la isla fue, sobre todo en la segunda mitad de este siglo, una de los países más importantes en el mundo del comercio, y La Habana como ciudad portuaria compitió con las costas más legendarias de Europa y América. Y de esta forma quedaría en la memoria de sus hombres más ilustres: La Isla de Cuba ha sido rica por su situación geográfica, sus excelentes puertos, sus fértiles terrenos, la naturaleza de sus frutos, que por muchos años casi no han sido rivalizados, o por lo menos no lo han sido en términos de impedir su venta con ventajas considerables.[7]

La sociedad del siglo XVIII

A mediados del siglo XVIII, la sociedad criolla había logrado consolidarse. Estaban sentadas las bases para el desarrollo productivo de sus renglones fundamentales. En sus ciudades había un activo artesanado y numerosos trabajadores calificados. Los criollos habían logrado más: resistir con éxito las medidas restrictivas del poder colonial y evitar que la Isla fuese dominada por potencias que impondrían otra cultura. Habían aprendido a defender su patria y esto era su orgullo[8]

En la primera mitad del siglo, la población cubana estaba formada en su mayoría por dos grandes grupos: los blancos y los negros, entre los cuales por su condición quedaron los últimos indígenas.

El segundo grupo estaban divididos en libres y esclavos. Los libres, ante la abstención de los blancos, asumieron las tareas manuales (zapatería, sastrería, albañilería, carpintería) casi por completo en las ciudades. Los esclavos se subdividían en los que trabajaban en el campo de caña, los de otras labores agrícolas y los denominados domésticos. Poco a poco, surgió una sección trabajadora calificada que operaba en las ciudades y conformaría a finales del siglo XIX las primeras agrupaciones obreras cubanas.

A la par surgió un grupo de trabajadores rurales, engrosado por los inmigrantes peninsulares y que sería la génesis del campesinado cubano. Estos españoles pobres, llegados al Caribe como parte de la inmigración que se promovía para contrarrestar la población africana y crear cultivos alternativos a la caña, introdujeron nuevas técnicas en el café y el cacao e impactaron asimismo en la cultura.

También entre los blancos existieron diferencias. Los peninsulares y naturales beneficiados por la opulencia gozaron además de títulos nobiliarios conseguidos con oro, privilegios feudales y el favor de obispos. Contaban con las mismas facilidades del clero. Este grupo de la sociedad vivía en amplias viviendas, que incluían las habitaciones para la servidumbre. Europa imponía la moda en el vestir y en el decorado de las casas. Los matrimonios se hacían entre las mismas familias de renombre.

Diferente y semejante a los anteriores, surge el criollo. El historiador Torres Cuevas se refiere a él como resultado de la mezcla, selección y creación de los elementos humanos y culturales que convergen en la Isla (…). Nacidos en Cuba, no tienen memoria histórica ni nexo emocional con el lugar de origen de sus progenitores. Gustos, costumbres, tradiciones, hábitos, modos de pensar y actuar responden a sus necesidades espirituales y a los intereses específicos surgidos de su medio social y cultural. [9]

Aunque esta clase sería el punto de partida para la configuración del cubano, el primer concepto de patriotismo tuvo límites regionales. El amor a la tierra, a lo conocido, aún no comprendía la unidad territorial. Además, se mantendría por mucho tiempo la diferenciación por estamentos debido a la rígida frontera racial. En este siglo culmina el proceso de acriollamiento y comienza la etapa de racionalidad.

Numerosos acontecimientos como la Revolución Francesa y la guerra de independencia de las Trece Colonias de Norteamérica matizaron el pensar de notables figuras de la isla. El presbítero Félix Varela y el poeta José María Heredia, con sus nuevas concepciones acerca de la patria y de la existencia de un sentimiento ajeno a la "madre España", conformaron el ideal de independencia que años después retomarían los gestores de la revolución de 1868. Varela específicamente demostró en sus escritos cómo los conceptos de libertad, igualdad y fraternidad no se correspondían con la sociedad esclavista cubana. A diferencia del sacerdote, otros pensadores como Luz y Caballero, Saco y Del Monte, abrigaban ideas más elitistas sobre la nacionalidad, que solo incluían en ella a los habitantes blancos y nacidos en la Isla.

A pesar de esto, resultó evidente la evolución científico-cultural del país acorde con el Iluminismo. Dan fe consagrados del pensamiento como Francisco de Arango y Parreño y de la ciencia como Tomás Romay, descubridor de la vacuna antivariólica. El hacendado Joaquín de Santa Cruz propugnaba el fomento agrícola y fue el primero en introducir la máquina de vapor en el archipiélago. De las instituciones más relevantes fundadas para contribuir a la educación e incentivar la cultura estaban el Colegio Jesuita de San José (1720), la Real y Pontificia Universidad de San Gerónimo de La Habana (1728) y el Seminario de San Carlos y San Ambrosio (1773).

Los otros sucesos también trascendentales en la evolución espiritual del cubano fueron la salida al aire de obras con atisbos criollos pero aún europeizantes como "El Príncipe Jardinero y Fingido Cloridano" del sargento Santiago Pita y Borroto, la fundación del Papel Periódico de La Habana y de la Sociedad Económica de Amigos del País. Esta institución, aunque constituida por representantes de la clase dominante, impulsó todos los proyectos culturales, científicos y educativos trazados para el progreso de la nación.

También surgieron en este siglo, otras manifestaciones literarias más representativas del criollismo en ciernes como "Oda a la piña", de Manuel de Zequeira y Arango, "Las frutas de Cuba", de Manuel Justo Ruvalcaba, "Teatro histórico, jurídico y político militar de la isla Fernandina de Cuba y principalmente de su capital", de Ignacio José Urrutia y Montoya y "Espejo de paciencia", del eternamente misterioso Silvestre de Balboa. En cuanto al Papel Periódico de La Habana, se limitó en sus primeras ediciones a consignar asuntos comerciales de compra y venta tanto de esclavos como de mercancías traídas por los barcos, obras líricas más entusiastas que literarias, así como las primeras críticas costumbristas al caótico estado de la capital. Estado que a pesar su deplorable higiene tenía en su haber construcciones que cada vez más fueron identificando la ciudad con sus pobladores, pues les brindaba instituciones artísticas y edificaciones modernas semejantes a las comodidades europeas. Se alzaron los primeros paseos, el de la Alameda de Paula y el del Prado. Se inició además la construcción del teatro El Principal, el Palacio de los Capitanes Generales y en proyecto la Plaza de Armas. Otras medidas que contribuyeron al sentimiento cosmopolita fueron la pavimentación, alumbrado de las calles y la creación de un novedoso sistema de correo.

Asimismo, la Iglesia Católica asumía todo lo referido a la vida espiritual, educacional, de salud, así como la regulación de la ética oficial, y se convirtió en una de las más importantes fuerzas socioeconómicas de la isla.[10] Se atribuía de forma absoluta la práctica de la religión en el territorio (al igual que en las demás posesiones de España en América), considerando como prácticas no cristianas y por tanto heréticas, la fe de los esclavos africanos o de otros países.

La misma población que disfrutaba de los primeros teatros y leía bisoños periódicos, también estaba influenciada por la plantación esclavista y veía, por tanto, como natural este régimen. No podían pensar aún de otro sistema de vida diferente a aquel que les garantizaba su existencia. Así lo criticaba con tristeza el padre Varela: Es preciso no perder de vista que en la Isla de Cuba no hay opinión política, no hay otra opinión que la mercantil. En los muelles y almacenes se resuelven todas las cuestiones del Estado. (…) Es preciso no equivocarse. En la Isla de Cuba no hay amor a España, ni a Colombia ni a México, ni a nadie más que a las cajas de azúcar y los sacos de café.[11].

Sin embargo, ya existía un sentimiento de apego a la tierra y un afán por emular las ideas revolucionarias europeas. Aún no se vislumbraba entre la mayoría de la intelectualidad un destino que no fuera el de satélite de España, pero ya todas las bases estaban creadas para encender la chispa. La situación general de los criollos debía volverse intolerable para que decidieran lanzarse a la lucha por la liberación definitiva. Y para ello debían antes todo, superar las barreras raciales y sociales que no les permitían tener una visión en conjunto de sus necesidades como nación independiente.

Siglo de los llamados padres fundadores de la nacionalidad cubana por adoptar con formas propias los conceptos de la Ilustración. Época de increíble fomento de la producción azucarera y el comercio en general. La etapa definitiva de un pensamiento propio que, aunque minado por criterios economicistas, ya podía imaginar un futuro sin las trabas de la metrópoli española.

Bibliografía empleada

García, Gloria. El auge de la sociedad esclavista en Cuba, en La neocolonia. De los orígenes hasta 1867. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2002.

Pichardo, Hortensia. Documentos para la historia de Cuba. Editorial Ciencias Sociales, La Habana, 1973.

Portuondo, Fernando. Historia de Cuba. 1492-1898. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 1965.

Torres Cuevas, Eduardo. Historia de Cuba. 1492-1898. Formación y liberación de la nación. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2001.

Torres Cuevas, Eduardo. La sociedad esclavista y sus contradicciones, en La neocolonia. De los orígenes hasta 1867. Editorial Pueblo y Educación, La Habana, 2002.

 

 

 

 

 

 

Autor:

Mailén Aguilera Rivas

[1] Torres Cuevas, Eduardo. Historia de Cuba. 1492-1898. Formación y liberación de la nación, pág 73.

[2] Portuondo, Fernando. Historia de Cuba. 1492-1898, pág 184.

[3] Torres Cuevas, Eduardo. Obra citada, pág. 94.

[4] García, Gloria. El auge de la sociedad esclavista en Cuba, pág 225.

[5] Torres Cuevas, Eduardo. Obra citada, pág. 108.

[6] Arango y Parreño, Francisco. Discurso sobre la agricultura de La Habana y medios para fomentarla, en Documentos para la historia de Cuba, Tomo I, pág 164.

[7] Varela, Félix. Consideraciones sobre el estado actual de la Isla de Cuba, en Documentos para la Historia de Cuba. Tomo I, pág 294.

[8] Torres Cuevas, Eduardo. Obra citada, pág. 97.

[9] Torres Cuevas, Eduardo. Obra citada, pág. 83.

[10] Torres Cuevas, Eduardo. La sociedad esclavista y sus contradicciones, pág. 288.

[11] Varela, Félix. Consideraciones sobre el estado actual de la Isla de Cuba, en Documentos para la Historia de Cuba. Tomo I, pág 295.

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