Descargar

La promoción social del erotismo: una revisión crítica

Enviado por Francisco Munguia


    La promoción social del erotismo: una revisión críticaMonografias.com

    La sexualidad, punto crítico del género humano. Uno de los ejes más intensos que mueven la conducta humana y que constituye la motivación más completa de los individuos, sea por negación, o por la adicción y el encantamiento que genera. Disparador de la política de roles sociales y explicación de la reproducción de la especie. La razón de ser de los individuos en todo conglomerado; tema de prohibiciones y exaltaciones que han ido, desde su identificación como gran pecado e indicio de toda maldad -como lo tiene asentado desde su origen nuestro cristianismo occidental y su "código" dictatorial- hasta su ponderación como ejecución sacra en honor de dioses o diosas para la realización humana, como lo evaluaban las primigenias religiones pre-cristianas hasta Roma inclusive, y para lo cual se había instituido un ritual de "ofrenda de iniciación" que comprometía a todas las jóvenes núbiles para "sacrificio" en los templos de los dioses mandatarios de este aspecto de la vida . De modo que el sexo ha venido a ser una función que nunca ha permanecido al margen de la actividad y la consideración de las gentes. Para bien o para mal, siempre ha sido el gran dilema de Ser. Y en general, hasta motivo de interpretación legal por los Estados de las civilizaciones que históricamente han sido, y que ordinariamente conjuntaron la óptica religiosa de sus pueblos con la calidad de su Derecho civil aunque no llegaron, como en el régimen victoriano y las legislaciones posteriores de sus émulos europeos, inclusive los "liberales", a incluir en su Derecho Civil el cartabón moral del código cristiano.

    ¿Cómo ha asumido La humanidad la cuestión sexual? La humanidad siempre ha tenido la sensación de que se trata de una "fuerza misteriosa", una función que adviene como dádiva gratuita de los dioses que se manifiesta como reclamo natural pero que implica un "élan" que trasciende la simple corporalidad en función del "Alma" humana… Es decir: se hizo abstracción del tema respecto de los animales -a los que se les negó "el Alma" para magnificar al Hombre a término de casi un dios- y se elaboró con ello todo un estamento que aludía a condición privilegiada… Se hizo con y por ello del sexo y la sexualidad toda una significación: la sensibilidad erótica, la sicalipsis -preeminentemente femenina- terminó por adoptar todo un valor implícito en el cual, según el cual, la sexualidad es una prenda que conduce a la "realización", de modo que por ello mismo, era toda una expresión de vida en que la mujer era su símbolo, llamada a consumar el hecho, el cual reportaba, como consecuencia, la procreación en la mayor parte de los casos, lo cual asentó el status que estipulaba, por lo mismo, la exclusividad recíproca, principalmente de ella. Las mujeres estériles, de acuerdo a esto, eran poco estimadas, pero no su promoción erótica, vista por lo general como expresión ostensible del juego sexual humano, expresión del "derecho divino" de Ser, que trasciende la simple corporalidad…

    En todo esto, los judíos del post-exilio, testigos a plenitud de aquellas costumbres, miraron esto con horror, en grado de "inequívoca malversación" de las disposiciones divinas. Y esta precisa actitud la heredó el cristianismo desde el mismísimo siglo I d.C. al tiempo que desarrollaba toda una mística particular alusiva al sexo, en que terminó por ser identificado como, precisamente, el "pecado original". Por tal motivo se planta a Dios restringiendo violentamente todo ejercicio sexual. Y resulta correcto, en principio: entendiendo que Dios lo dijese, su prohibición equivalía a la reprobación de aquellas prácticas en tanto que ejercicios rituales de sacralización, tanto de la función propiamente sexual como de su significado. El sexo no era, como no es, ninguna "instancia de trascendencia" y por tanto ninguna función de realización humana. Como consecuencia, se decidió que la función sexual era una ejecución insolente atada a la presencia del Mal, por lo que había que colocar esta energía y su necesidad en el rincón de lo inmanejable. La satanización del sexo cobró fuerza inusitada a despecho de las permisibilidades en épocas anteriores, y se asentó como pilar doctrinario no solo del cristianismo, sino del Islam también, poco después. Se tiene así a las religiones Reveladas, las "religiones de libro" como exponentes de una misma irracionalidad, contrasentido que prevaleció intensamente afincado en el seno de las sociedades occidentales durante los dos mil años que van.

    Pero aparte de las negaciones, restricciones y racionalizaciones conocidas en ambas confesiones que condicionaron todas las áreas de la vida, ¿qué se encuentra en la práctica cotidiana en el mundo real actual?

    En cualquier entorno principalmente citadino en nuestro hemisferio occidental, los atuendos, en su mayoría femeninos, que ostentan la calidad corporal de las ciudadanas como "objetos de valor deseable". Pero los promocionales también publicitan cualquier cosa con recurso a la aparición de jóvenes sugerentes; y los programas televisivos, de los cuales son rehenes la generalidad de los pueblos, se encuentran también saturados de alternativas "liberales" en competencia para sobresalir cada uno como "el más atrevido". Esto, sin contar con las ediciones gráficas y las funciones de entretenimiento, que fundan su oferta mayoritariamente en imágenes de sexo explícito o más o menos expuesto. Y la moral actuativa del medio social, que predica la libertad de práctica "amatoria" que incluye, en el ámbito cotidiano, la determinación por ejercer el derecho a la libre disposición de las opciones sexuales sin referencia a ética ni a estética alguna.

    La sexualidad, pues, como una moda. Una moda mórbida pero negada con recurso a la desinhibición y la libertad desenfadada de una sociedad "que ya no cree en tabúes" y se propone, en consonancia, expresarse "con naturalidad"… Y bueno: ¿qué es toda esa voluptuosidad socialmente observada como una obsesión, como recurrencia casi obligada? El hecho de bautizar con eufemismos ese ejercicio antes restringido no cancela la realidad de que todos, de un modo o de otro, estamos inmersos en un juego abierto de promoción… ¿Qué está pasando, entonces? ¿Estamos regresando al estatus pre-cristiano? ¿O es una nueva modalidad?

    La pertenencia del espectro sexual al confín humano de lo irremediable e irreductiblemente material lo hemos vuelto evidencia contante, a la par que es "algo" que quisiéramos no ser o no tener pero a lo cual de ningún modo estamos dispuestos a renunciar, de manera que su realidad nos centra en el hecho de ser definitivamente seres sexuados. Y su promoción deja constancia de nuestra dependencia formal de este aspecto de la vida y a la vez, de nuestra inquieta emoción gratificante. Puede ocurrir, incluso, que se trate de una percepción desatendida conscientemente, lo cual inscribe el detalle en tono atentatorio, porque se refugia en el nivel subliminal. Así, aparece como problema, porque pontifica, o la represión injusta e inexplicada que se ha hecho del eros tradicionalmente, o el abuso repentino a que se asiste en la sociedad moderna y que llega hasta el asedio, en ambos casos, con evidente desequilibrio.

    Con cualquier otra cosa, con cualquier otro aspecto, sentiríamos cansancio y luego desinterés, hartazgo. ¿Por qué con esto no? Si para entender racionalmente ponemos el juicio crítico al centro, quizá podamos captar el sentido que la lógica deja cuando uno revisa conscientemente el tema: como seres racionales, nos sabemos finitos, limitados y cabalmente materiales. Y en tal condición, seres sujetos -aunque sea eventualmente- a las dependencias. Y se piensa que el exceso de cualquier cosa, continuado y frecuente, produce adicción. En la práctica al menos, la apariencia presenta las cosas como tal. De modo que, en realidad, ¿qué pasa?

    Deberíamos poder acceder sin prejuicios a la noción de que la presencia de cualquier adicción, más que dependencia pura o principalmente orgánica, acusa la existencia de un problema o desbalance de carácter neurótico no resuelto que se palía a través de la recurrencia al agente distorsionador. Y aunque esta recurrencia (percibida empíricamente como "vicio", adicción o "hábito desafortunado") quiera entendérsela como una enfermedad, resulta cierto que no llena las características que lo definirían como tal: la propia sociedad se conduele y se auto-exonera benevolentemente de ello trasladando al efecto o síntoma la calidad de padecimiento o causa.

    Todas las necesidades -y aficiones- humanas caen en este cuadro: alimentos, alcohol, drogas, emociones, trabajo… Y sexo. Todas, bajo determinados parámetros, pueden llegar a ser manifestaciones de una conducta no acabada, dependiente, depresiva, auto-evasiva, auto-complaciente, auto-culpabilizante o auto-redimidora, efecto o resultado de algún o algunos conflicto(s) sin resolución síquica permanente y, en muchos casos, hasta de crisis aguda, estatus que genera la necesidad de recurrencia al "fármaco" correspondiente para librarse de -o aligerar- la presión interna en una sucesión sin fin.

    Sin embargo, para el Ser humano cabal ningún exceso sería viable porque no entraría en las posibilidades de su conducta: su auto-conciencia no le permitiría de manera natural llegar a extremos compulsivos, solapados y procurados. Mucho menos al auto-engaño. Y el problema central está en que el Ser humano promedio actual no es un humano auténtico: es un Ser formado socialmente a capricho y conveniencia de un "Orden establecido", por una sociedad interesada en determinados "valores" y no precisamente los más genuinos. El Hombre moderno es así representante y expresión del Orden a que pertenece, deudor de su "Orden", de su sistema, con el agravante de padecer una conciencia personal enana y condicionada, referida del todo a su ámbito sociocultural que lo justifica: el Hombre actual es más expresión de su propio orden y de su sistema que de sí mismo.

    Esto puede explicarnos la promoción sexual de la sociedad moderna y la respuesta observada, que en general no es lo que se apreciaba en las sociedades "paganas" anteriores al cristianismo: como pretensión "de volver al origen natural" con todas las consistencias de éste, y (y esto es lo grave) al hacerse cargo de lo natural-amoral-inmanente de la caracterización humana, se pontifica la primacía del Hombre pero se utiliza como recurso de presión los elementos constitutivos de la psiquis y las exigencias orgánicas de las personas para canalizar el fuerte de la potencialidad relacional de los individuos a una ejecución que está bajo el control del propio sistema, que es quien en el fondo promueve esta conducta, ejecución que acaba en sí misma y que resulta envolvente y comprometedora para efectos de crecimiento interior desde que obnubila el juicio crítico en favor de la dependencia emocional de cada individualidad, que termina así por ser esclava de los dictámenes de la "orden del día" del sistema: productividad y consumo. Se dispone para esto de la condición natural de todos los miembros de la sociedad como recurso, además, inagotable y de fuerte presión existencial, con lo que, a dosis adecuadas, se genera un "fármaco" que la neurosis colectiva no podrá evadir, menos aún si se lo inyecta de manera inadvertida, como ocurre hoy día con la manipulación comercial subliminal.

    Por lo tanto, ¿cuál es el modo de entender esto? ¿Cómo asumir la realidad inevitablemente presente a diario? Porque por la vía del acriticismo y la indolencia, solo se es llevado por el torrente como parte de él… Y, por principio, hay que hacerse cargo de una realidad no siempre emergente en la conciencia: La sexualidad aparece inicialmente en el Hombre como una necesidad orgánica, genital, parecida -no igual- al hambre o a la necesidad de cubrirse. Y la presencia de un reclamo material cualquiera implica la necesidad de su satisfacción so pena de consecuencias más o menos dolorosas que se extienden hasta nivel vital. Pero: todas ellas tienen un horizonte de completación, como en los animales, de índole natural, como "objetivo límite". Sin embargo, en el Ser humano esto varía: en uso de su poder discrecional, el Hombre puede "mover" ese horizonte. Y es con esto que empiezan los problemas, entendiendo que se "mueve" ese horizonte natural en función de posibilidades alternas, sea de "distancia", de cantidad, de objetivo o de intensidad: la diversificación de satisfactores -por ejemplo- pone al Hombre a asociar el binomio con un esquema de valor relacional que le imprime "sentido jerárquico" a aquella totalidad como priorización al margen de su contenido original. Y en este embalamiento, el individuo ejerce su condición electiva, con un elemento significante más: en tanto que las restantes necesidades básicas conservan el sustrato animal en última instancia, la sexualidad no, porque se le ha vestido de un disfraz metafísico que difícilmente se contenta con su funcionalidad puramente orgánica, de modo que su realización reclama una "toma de posición" del individuo respecto del resto de sus semejantes y de su entorno social de tal modo que, al cumplimentar su ejecución, ejerce un prolegómeno de "derecho" inscrito en el marco de opciones sociales posibles y "convenientes" que se justiprecia en el "roll social" del individuo. Se asiste así a la promoción indiscriminada del placer por su sola degustación con sus consecuencias bien visibles: el enanismo interior de los individuos que padecen insatisfacción permanente, búsqueda frenética sin objetivos, apego a idolizaciones irracionales, hipertrofia de una valoración fantasiosa, consumismo fetichista… La propia visión interna del individuo, de sí mismo y de los demás, se reduce a interdicto irresuelto y alienado en el que, al final, todos son prescindibles y su "valor" aparece como función de las posibilidades de su "consumibilidad"…

    Si fuese posible ilustrar lo anterior con un ejemplo tosco, podría decirse que sexo y hambre son lo mismo: un gourmet, en este caso y siempre, come por hambre. Pero aparejada, está la decisión pensada, acicalada y privilegiada de "degustar": hedonismo. Un bulímico come también por hambre. Pero impensadamente, subliminalmente, ha asociado al comer la necesidad o exigencia de una satisfacción existencial ajena a la satisfacción o a la necesidad famínica… su glotonería se traduce entonces como una evidente presión neurótica: el sexo en el mundo moderno se parece a una condición dual así, más que a la sacralización originaria en los tiempos anteriores, o a la "Aphrodisia" greco-romana.

    El problema para el Hombre es que la anterior direccionalidad no solo es aprendida, ni solo factor cultural. Hay una parte inscrita, implícita en cada parte sexuada de la humanidad (hombre y mujer), que podríamos denominar "vocación por el otro", en donde ésta contraparte vital, este complemento, se transforma -o puede transformarse- en "satisfactor aleatorio" por su no correspondencia con los valores determinantes de vida para cada actor, y tiende a volverse así un "satisfactor desechable"…

    Esto ilustra de un modo quizá caprichoso ese traslado de la frontera natural de la necesidad y su satisfacción a una demarcación que podríamos llamar extrema: en el límite de la resistencia síquica, halada hasta no embonar con las posibilidades materiales, a las cuales desestima. En esto radica el desfasamiento de las neurosis. De no ser así, la correspondencia sería sincrónica y se tendría entonces la plena congruencia racional. En el plano sexual hay, por supuesto, una bipolaridad característica: la exigencia material directa por un lado, y su anclaje mental por otro, asociado al cual va un sentimiento afectivo, que hacen del Eros humano una manifestación sui generis, desde que genera, en el entorno emocional, una empatía específica con la pareja sexual que, hasta donde se sabe, no ocurre en los animales. Al menos, no se tiene certificado que, tras aparearse, los caballos o los perros tiendan a sentir "amor" por su pareja, amén de que muchas especies establecen lazos de monogamia…

    La ejemplificación que se da al educando en su etapa formativa, y la escala de valores referida a "su mundo" como la única entidad que justiprecia su Ser, encadena sus elecciones afectivas posteriores a la referencia de una realidad deformada cuyo acento está puesto en el consumo. Y la vocación originaria, auténtica del Ser vivo, que es un delicado equilibrio asentado en su estructura mental natural, puede ser rota por múltiples factores, rotura formativa que puede ser -y es, en el caso de la modernidad– multifacética, ganando en cada caso un recuadro preeminente de expresión, lo cual explica la diversidad de respuestas de los individuos desde su calidad interior. De hecho y por lo mismo, aparecen las "alternativas", como una explosión no controlada de las preferencias sexuales -de ritmo y/o de objetivo- al lado de la propia y natural empatía. De facto y como consecuencia de la disformidad, la respuesta sexual humana es aceptada -y hoy día, justificada y promovida- como "de derecho propio" para cada individuo sin mayor trasfondo ético, centrándolo todo en el interés de la gente como actitud lúdica natural digna de toda promoción a mayor y mejor escala en el más exagerado hedonismo. ¿Por qué así? Porque el sistema no produce, no puede producir, en este ámbito y dada su condición, "satisfactores éticos"; si acaso, solo condicionantes de atemperamiento moral, entendiendo por esto la normalización y la recurrencia consuetudinaria como validadora del uso.

    El problema con esto es que, al despojar a las presiones existenciales humanas de su íntimo significado para conferirles solo una lógica de "reacciones personales independientes", no solo se las devalúa, sino que se las explica como respuesta asociada a la robotización. Y peor aún porque el Hombre, en posesión de Razón, necesita colocar sus irreductibilidades materiales en el plano básico que les corresponde e interpretar y comprender desde ahí su sentido, hacerse cargo de su limitación y asumir su significado de objetivo y frontera. Y es a esto a lo que no accede, por más que el atemperamiento social le indique que es "asequible"… De este modo, lo mismo se ha pretendido estatuir como válida la fruición sexual femenina como contrapartida de la masculina, que las electividades homosexuales de todo tipo. Y para ello, se cuenta con la complicidad intelectual de la sicología, que en vez de entender al Hombre en su naturaleza particular, se ha dedicado a buscar subterfugios que justifiquen la deformación social.

    ¿Por qué al Hombre contemporáneo le está pasando esto? Por la sola razón terminal de estar deshumanizado. Ni siquiera controla a su propio sistema: antes bien, éste se ha alzado contra y sobre su creador para dictarle procedimientos que el Ser humano debe acatar comedidamente, comedimiento que más que condescendencia es complicidad y sumisión… Ocurre como al invitado a una fiesta, quien llega cuando la fiesta ya empezó, y recibe halagos a la entrada para, una vez conocido el intríngulis de la festividad, asuma que debe comportarse a la altura de lo que se le reclama, de lo que se espera de él porque ha decidido que sí quiere participar… En este entorno ni iniciado ni terminado para cada uno de nosotros, se reciben indicaciones sobre qué considerar estético y cómo tal que estándares en que personas y cosas por igual han de resultar dignas de aprecio o han de ser consideradas deleznables, todo en función de su apariencia. Es decir: de acuerdo a características básicamente fisiológicas está el valor de las personas como materialización de lo decidido como estético o valioso. Una pócima cultural que cosifica al Ser humano para imbuirlo en el océano de mercaderías "disponibles"… ¡Todo un atentado a la dignidad humana! El sistema como un monstruo que se ha posesionado del Hombre…

    Esto parecería una exageración o una broma. Pero no lo es: la aparición de reacciones de nivel trágico nos coloca en la perspectiva real de la monstruosidad. Hoy día, las categorizaciones de competencia presionan de tal modo y en tal dirección, que vivencialmente los miembros de la sociedad se ven constreñidos al desenvolvimiento discriminativo de la pasarela en que los individuos se ven propuestos para la elección mercadológica… O ellos mismos se colocan en la vitrina, en un ejercicio degradante en que se secuestra su intimidad, presentada como deseable, para "ser consumidos" -ser "socialmente aceptados", dirían los corifeos del sistema- en un juego donde los elementos psico-vivenciales son sobreseídos y por lo tanto, no compensados: el desequilibrio se instala como permanente y se vuelve compulsivo. Así, todos los miembros de la sociedad, juez y parte, se atacan y destruyen mutuamente sin asumir responsabilidad alguna por la violencia subyacente. Quien se exhibe, retiene también el derecho a elegir en función de sus "credenciales de valor". Todo, como teatro recurrente o reiterativo, porque la psiquis basal es desconsiderada, y todo valor neurótico necesita perpetuar la confirmación para sentirse "adecuado", vigente, válido. Continúa así con su función destructiva.

    La única alternativa viable en semejante situación es que el Ser humano se retire del juego poniéndose al margen de las calificaciones para erigir su Ethos racional como guía: "salir de Babilonia", clamaban los antiguos Profetas como solución…

    Con todo esto presente, se puede llegar sin dificultad al hecho de que, como consecuencia, la expresión humana es un derecho natural. Pero la adscripción al libre juego abre la puerta a la posibilidad implícita de convertir al Hombre en objeto enajenado, cuya conducta se vuelva expresión ajena, expresión de un desiderátum socio-cultural en que se vuelve víctima más que protagonista: ¡esto es lo que está ocurriendo!

    El "retirarse del juego" es válido para quien usa su razón crítica a la hora de las priorizaciones éticas. Pero deja en pendiente qué y cómo hacer con las exigencias naturales, porque estas están allí y seguirán allí… Las "exigencias" como tales, en su libre correr, llegan hasta los extremos más estremecedores -como se conocen las depravaciones y los abusos de que se tiene noticia- y que están llegando a ser también asequibles en el "mercado social de destinos" (en algunos casos, con ciertas objeciones o limitantes parciales de juridicidad formal, como en el caso de las parafilias, los homosexualismos, y las conductas "trans"), lo que nos ilustra a las claras el horizonte corrido hasta su dimensión limítrofe. Lo que se puede asumir es que hay un profundo desacierto en cuanto a las funciones humanas se refiere, y que se ha hecho abstracción de ello para concluir en el abuso como válido si no conlleva daños a terceros. Pero si nos avenimos a la racionalidad, podemos acceder al punto de la presencia en el Hombre de reclamos materiales al margen de las condicionantes deformantes, reclamos que deben tener desempeño prudente a la medida del objetivo original y que, al expresarse, no nieguen su dimensión natural. En el tema sexual, ¿cuál puede ser éste? Porque la negación o la represión, soluciones ordinariamente propuestas por algunos, solo desembocan en frustración, neurosis o desequilibrios que van a parar al final en explosiones apoteóticas reivindicativas… O en actitudes hipócritas de doble moral individual, como también sabemos que ocurre con frecuencia.

    El miedo -social o individual- a la presencia sexual radica de inicio en la deformación que se ha hecho de ello, deformación que afecta su propio contenido hasta terminar mirándolo como "sustituible" o marginal. Desde que en los animales este reclamo es cíclico, su central aparece como manejable y sin consecuencias dramáticas. Pero, ¿en el Hombre, de permanencia continua y ligado a una necesidad síquica…? Retirarse del juego social, vale. Bien. Pero: ¿qué hacer con el sustrato? ¿Conferirle un significado excéntrico -como "principio de divinidad" o "materia de tentaciones"?

    Mientras el Hombre se siga considerando, expresa o subliminalmente, como Ente espiritual enfundado en un "traje estrecho" que es su Ser material, no va a acertar. Y mientras se considere un Ser accidental de reacciones bioquímicas primarias, tampoco. ¿Qué se tiene entonces? Se tiene al Hombre como un ser parcial, un Ser dividido en dos instancias materiales concretas cuyas preeminencias orgánicas tienen, por su propia naturaleza, el prurito de expresión necesaria que cada individuo ha de comprender y asumir para entender y atender su reclamo en la justa medida de su dimensión. Y se impone terminar por aceptar que la asignación primaria, básica y original de la sexualidad es la reproducción. A partir de allí se da el nexo sicológico de "vocación por el otro" en que la exhibición es un atentado porque implica una propuesta cosificadora y hace del erotismo un juego sucio de provocación terminal que solo va a la manipulación. De ahí que quien acepta el juego se traiciona, y esta práctica masiva e indiscriminada es solo la cumplimentación de "apropiaciones continuas" que significan, ni más ni menos, que despojo mutuo, una carrera sin salida en la que todos pierden porque se trata de un caleidoscopio. Y la fantasía no compensa, no cumple. Nunca.

    La actividad sexual pues: una expresión de energía vital que compromete al Hombre en su totalidad; y cuando decide administrar esos flujos en parámetros racionales, sin fantasía, es causa de crecimiento interior de proporciones notables. Visto esto convencionalmente, parecería una propuesta de "gente bien", tendiente a producir especímenes que sin sonrojo podría calificarse como "buenos muchachos", reducidos a un comportamiento "ejemplar", conforme con los paradigmas de bienestar que las comunidades idealizan… Y no: renunciar al juego implica retirarse de la sociedad fundada en relaciones interpersonales de base sexual para asumir el imperativo categórico personalísimo en última instancia de cada depositario particular… Después de una estricta introspección, puede saberse -para cada individuo en lo particular- que su respuesta sexual no se ha de orientar de acuerdo al manejo externo de la misma, sino en concordancia con el "Ego Sum" irreductible del individuo que extraña todos los condicionantes y deformaciones que solo son alcahuetería, pretextos para acceder, por la vía del menor esfuerzo, al muelle espacio del hedonismo comunal que no detenta ningún "deber ser" sino tan solo un "quiero" local a partir de trastocar la coherencia de la vida interior que nos explica como Seres pensantes, sin lo cual la vida se vuelve una entidad ininteligible, sin dirección ni valor .

     

    BIBLIOGRAFÍA.

    SEXO Y CARÁCTER.- por Erich Fromm. Antigua Casa Editorial Cuervo. Buenos Aires, 1976, vol. 10.

    USO Y ABUSO DE LA PORNOGRAFÍA.- Por H. J. Eysenck. Alianza Editorial. Madrid, 1979.

    HISTORIA DE LA SEXUALIDAD.- Por Michel Foucault. Siglo XXI Editores. México, 2003, 15° ed.

    SICOSOMÁTICA.- Por Howard & Martha Lewis. Org. Ed. Novaro, México, 1975.

    NACIONALISMO Y CULTURA.- Rudolf Rocker. Ed. Debrije, col. Reconstruir, México, 1989.

    TUS ZONAS ERRÓNEAS.- Wayne W. Dyer. Ed. Grijalbo, México, 1976.

    EL YO SATURADO.- Kenneth J. Gergen. Ed. Paidós, 1997

    EL HOMBRE TEATRAL.- A. Delhumeau. Plaza & Janes Eds. México, 1984.

     

     

     

    Autor:

    Francisco Munguia