No todo era trabajo para los inmigrantes y sus descendientes. También tenían sus entretenimientos, a los que se dedicaban en compañía de coterráneos y argentinos, o en la soledad propicia a la lectura y a la música.
A los inmigrantes les gustaba reunirse. En sus ratos libres se encontraban para comer, conversar, bailar y recordar la tierra que dejaron. En el Hotel de Inmigrantes, los hombres se entretenían con diversos juegos. Escribe María Teresa Andruetto: "Por la tarde, después de comer y limpiar, después de averiguar en la Oficina de Trabajo el modo de conseguir algo, los hombres se encuentran con sus mujeres. Un momento nomás, para contarles si han conseguido algo. Después se entretienen jugando a la mura, a los dados o a las bochas" (52).
Los italianos jugaban a los naipes. Recuerda Fernando Sorrentino que "Juan Carlos Rizzo, entonces niño de nueve o diez años, testimonia el uso, hacia 1940,del cocoliche (no literario sino espontáneo) por parte de los italianos ( los tanos) que jugaban a los naipes en el comercio de su padre. (Los criollos) jugaban al truco, al mus y al tres siete mezclándose con los tanos. Era gracioso escucharlos cuando imitaban los dichos de los gringos tratando de traducirlos… O cuando, a la inversa, eran ellos los que, acriollándose en una imitación muy graciosa del decir de nuestros paisanos, improvisaban sus versos. Muchas veces mi padre me llamó para que los escuchara Io sono un criocho italiano/ que parla mal la castilla./ ¡Non se caiga de la silla,/ que tengue flor nella mano !". En seguida seguía el divertido contrapunto, que terminaba por transformarlos en auténticos payadores: "Y yo soy criollo, no gringo,/ y atajate, que te bocho:/ ¿cómo se dice en tu lengua/ contraflor con treinta y ocho?". Terminada esa partida, o la siguiente (porque el orden no viene al caso), uno de los truqueadores gringos respondía en tono de milonga pampeana: "Aquí me pongo a cantare/ co la guetarra a la mano/ e le canto ¡contraflore!/ Angárresela, paisano" " (53).
En el Chaco, el cine era un entretenimiento para los descendientes de italianos. Escribe Giardinelli: "Papi y mami hacían además una vida social muy intensa, esteee, muy linda. Salían casi todas las noches, especialmente en verano. El más amigo de papi era Américo Ferrachia, el oculista. Siempre iban al cine juntos. Al Terraza Chaco iban, esteee, que se llamaba así porque era un cine al aire libre que ocupaba media manzana en pleno centro. Iban con Margarita y con mami y llevaban espirales contra los mosquitos que se ponían entre las piernas, esteee, y también abanicos para apantallarse y a veces hasta sangüichitos. Y Américo que era bastante extravagante solía incluso llevar su termo con agua caliente y el mate preparado. De manera que ir al cine para ellos era como hacer un picnic nocturno" (54).
Los italianos escuchaban la radio. Uno de los personajes de Giardinelli relata: "a la noche cuando éramos más chicas, cuando todavía estaba mi mamá, nosotras nos quedábamos en la casa tejiendo y escuchando "Chispazos de tradición" que era un programa gauchesco. Y vieras cuando empezaba como todas hacíamos silencio. También pasaban programas de teatro, directamente desde el Cervantes, el París y otras salas que ya no están. Entonces escuchar la radio era algo muy serio, muy importante" (55).
En La Pampa, "Juancito Vairoleto iba a menudo al pueblo, donde había funciones de circo o de teatro, proyectaban películas mudas o venían a actuar diversos conjuntos musicales. Entre las anécdotas de ese tiempo, nunca olvidaría la vez que llegó Carlos Gardel en gira artística, interpretando aquellos primeros tangos que lo fascinaron, a él y a otros amigos con quienes después aprendió a bailar sus compases con cortes y quebradas. El artista se presentó en el teatro-cine Colón, y aunque todavía no era tan famoso, el recuerdo de su visita se iría agigantando con los años" (56).
Javier Villafañe evoca los teatros de tìteres a los que asistìan los italianos de La Boca: "Teníamos entre diecisiete y diecinueve años y descubrimos los títeres de La Boca, con Wernicke, José P. Correch y José Luis Lanuza. Era un teatro estable con muñecos de origen italiano –"los pupi"- que hablaban y decían los textos en genovés… A ese ámbito llegué por primera vez a los diecisiete años. ¡Qué impresión, quedé maravillado! Estos marionetistas representaban episodios de obras que duraban hasta un año. En estos espectáculos de los títeres de San Carlino, las marionetas pesaban entre 20 y 30 kilos y eran manipuladas por una barra. Este descubrimiento de los títeres de La Boca, tal vez, selló mi camino. Desde ese momento visité reiteradamente a don Bastián de Terranova y a su mujer doña Carolina Ligotti –eran una pareja muy hermosa-, descendientes de antiguas familias marionetistas –titiriteros sus abuelos y sus padres-, quienes tenían en Sicilia uno de los más famosos teatros de marionetas. Representaban obras clásicas: Ariosto, de Torcuato Tasso, episodios de las aventuras de Orlando y Rinaldo, que duraban en episodios un año entero, y casi siempre, era su público –el mismo público- viejos italianos, nostálgicos marineros, obreros del puerto de La Boca y algunos curiosos como yo y como Raúl González Tuñón, que me había dedicado su libro El violín del diablo, en plena calle y con quien desde ese entonces, además de frecuentar el teatro de San Carlino, nos hicimos muy amigos".
Recuerda la relación que lo unió a los titiriteros: "Estos viejos titiriteros de La Boca se convirtieron en grandes amigos míos. Los frecuentaba, y fui testigo de cómo, al igual que sus abuelos y padres, envejecieron y murieron al lado de sus marionetas. Conservo aún fresco en mi memoria el recuerdo imborrable de estos dos pioneros inmigrantes que despertaron en mí la pasión más perdurable por el teatro de muñecos. Desde ese instante y hasta hoy, con 80 años, sigo firme y fiel a ese mandato de la historia en constituirme en un humilde difusor de este arte milenario que es el títere".
"También por esos años –relata Pablo Medina- descubrió (Villafañe) el teatro de Vito Cantone, de Catania, Italia, que se instaló en La Boca, en la calle Necochea 1339, sobre el "camino viejo". Ahí estaba el Teatro Sicilia: teatro de títeres, seres de ficción construidos en madera, vestidos y ornamentados con terciopelo, seda y otras telas de múltiples colores. Cantone provenía de una dinastía aggiornada y muy antigua de la historia de los títeres sicilianos. Llegó a la Argentina con la gran inmigración de 1895" (57).
***
La ética, la solidaridad, el amor por los más pequeños, el respeto por los mayores, el recuerdo de quienes quedaron en la tierra natal,, son las constantes en las costumbres inmigrantes, que aún perviven en los descendientes americanos. Las respetaban aún cuando se entretenían ellos y sus hijos en la nueva tierra, en los momentos en que descansaban de esa dura tarea de "hacer la América".
Notas
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ibidem
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Más allá de los logros obtenidos en la nueva tierra, la nostalgia acompaña siempre a quien deja la suya. En el hospital del Hotel de Inmigrantes –afirma Horacio Di Stéfano-, los médicos se enfrentaban a un mal incurable: "lo irremediable era la tan común patología de los "enfermos de añoranza", lejos de sus raíces, con la hermosa y triste vista al río que los envolvía desde los ventanales" (1).
Il paese
La evocación de la tierra natal se asocia, generalmente, a la de la infancia, en la que quien emigró se sentía protegido, a pesar de la pobreza o las guerras que pudieran apenarle. La nostalgia por el país de origen se trasunta en relatos, canciones, comidas típicas, costumbres, tradiciones que se heredan imbuidas por ese sentimiento.
A la nostalgia se refirió Ernesto Sábato, en "La memoria de la tierra", discurso pronunciado al recibir en 1999 la ciudadanía italiana y la Medalla de Oro a la Cultura Italiana en la Argentina. Dijo en esa oportunidad: "Yo fui el décimo hijo de una familia de once varones a quienes, junto con el sentido del deber y el amor a estas pampas que los habían cobijado, nuestros padres nos transmitieron la nostalgia de su tierra lejana".
El sentimiento se transforma en literatura: "Ese desgarro, esa nostalgia del inmigrante le he volcado en un personaje de Sobre héroes y tumbas, el viejo D"Arcángelo, que extrañaba su viejo terruño, sus costumbres milenarias, sus leyendas, sus navidades junto al fuego". Y se asocia a una etapa de la vida: "¿Cómo no comprender la nostalgia del viejo D"Arcángelo? A medida que nos acercamos a la muerte nos acercamos también a la tierra, pero no a la tierra en general sino a aquel ínfimo pedazo de tierra en que transcurrió nuestra infancia. Así también mi padre, descendiente de esos montañeses italianos acostumbrados a las asperezas de la vida, en sus años finales, para defenderse de lo irremediable con el humilde recurso del recuerdo, evocaba la Paola de su infancia. Aquella misma Paola de San Francesco, donde un día se enamoró de mi madre" (2).
Rigueto, un personaje de José Luis Cassini, también se enamoró en Italia, y a causa de ese amor, decidió emigrar. "Es un viejito dulcemente flaco y de una mirada insostenible; un océano de tristeza se adivina queriendo salírsele por los ojos. Cuando el sol declina, afila su guadaña a golpe de martillo, como le enseñaron los piamonteses en la guerra. Ya nadie lo sabe; él mismo ha olvidado que es el dueño del conventillo y de la primera usina eléctrica del pueblo. Pero a veces toma unos vinos en los que remoja tiras de pan y recuerda lejanos ensueños: Casuchas al pie de una montaña; el tallercito de su padre, el sastre; la tarde en que Blanca dijo que sí, que correspondía a su amor adolescente y aceptaba casarse" (3).
En el tango "La Violeta", de Nicolás Olivari, también es el vino el compañero en la nostalgia. Dice del inmigrante: "Con el codo en la mesa mugrienta/ y la vista clavada en un sueño,/ piensa el tano Domingo Polenta/ en el drama de su inmigración. Y en la sucia cantina que canta/ la nostalgia del viejo paese/ desafina su ronca garganta/ ya curtida de vino carlon" (4). El investigador Sergio Pujol analiza ese sentimiento en los tangos: "se ha insistido en que ese aire quejumbroso del tango-canción no es ajeno a los italianos nostálgicos, tan afines a la cultura operística y a las canzonettas" (5).
La ginebra consuela a un siciliano. Don Pico Sanzone, personaje de Gabriel Báñez, salía de noche con un vagón negro; "lo que en verdad ocurría era que Sanzone sacaba el fúnebre para emborracharse y terminar descarrilado en alguna curva. Mataba la nostalgia de Sicilia con ginebra y manivela, y terminaba llorando como un chico hasta que los compañeros lo sacaban de la cabina y se lo llevaban a dormir la mona "Su la vía sento macanudo", gemía mientras era arrastrado" (6).
La nostalgia aparece asimismo en el poema del marplatense Eduardo Martín La Rosa, "El sueño de don Juan (un inmigrante)", atenuada por el reencuentro con su familia: "Te cautivó esta ciudad virgen./ El sol dibujando caminos de plata/ sobre el mar./ Sus campos y montañas tapizados de pino./ El desarraigo fue menos doloroso!. (…) Mirabas el mar… Siempre… el mar./ Hasta que una inolvidable noche/ desembarcaron los tuyos (7)".
Un inmigrante echa de menos su pueblo: "¡Bagnasco! Nunca hubiera creìdo que extrañarìa tanto ese pueblo contra el que tanto habìa despotricado, las tardes con Franco y Luigi mojando los anzuelos en el Tanaro mientras soñaban con tierras lejanas, aventuras, ciudades, fortunas" (8).
Juan Caferra deja Chieti en 1897. Trae una higuera: "Entre sus ropas, Juan traía una plantita, con sus rapices apretujadas por un puñado de tierra fuerte y gentil. Era una higuera muy pequeña, que en la despedida la recibió Juan de manos de su hermano, plántala allá en la Argentina, crecerá tanto hasta alcanzar el amor fraterno que por ti siento, le dijo. Juan le prometió cumplir con ello. Por eso en el viaje la protegió, la regó varias veces, algunas hasta con lágrimas de duda" (9).
Una italiana trae un puñado de tierra de su patria; es la madre de Antonio Dal Masetto (10).
Doménico, un campesino italiano herido durante una huelga en Buenos Aires, en 1919, siente nostalgia de su país. El personaje creado por María del Carmen García "Se quedó pensando en su casa de Pescara, la casa de sus padres, las paredes amarillas, las viejas tejas rotas, descoloridas, que cobijaban en una cocina y en una sola habitación a una numerosa familia de doce almas. Su casa estaba entre colinas, de forma que desde allí no podía ver el mar, pero bastaba con que subiera hasta una cumbre vecina para que apareciera, como en una visión divina, el brillo enceguecedoramente azul de las aguas del golfo, la alta y diáfana línea del horizonte, tan alta que daba la impresión de un mar suspendido en el aire. Y los barcos de todos los calados y los veleros con una fiesta de velas al viento que semejaban una eterna despedida. (…) Esa tarde de verano, agobiante y triste, en que se sentía tan solo y tan dolorido, el recuerdo de su "paese" lo envolvía en una nube dulce de nostalgia" (11).
Los amores
Mempo Giardinelli fue distinguido con el Premio Rómulo Gallegos en 1993, por Santo Oficio de la Memoria (Buenos Aires, Seix Barral, 1991), novela a la que Carlos Fuentes se refiere como a una "saga migratoria tan hermosa, tan conmovedora, tan importante para estos tiempos de odio, racismo y xenofobia".
La obra cuenta un siglo de historia privada, argentina y mundial, desde la llegada a nuestro país de Antonio Domeniconelle, su esposa y su primogénito, a fines del siglo XIX, quienes emigran porque eran "muy pobres. Muy pobres. Más pobres que toda la pobreza que hayas visto". En esas páginas, la nostalgia no está referida a un lugar, sino a los hijos pequeños que una madre debió dejar.
Narra el hijo mayor, refiriéndose al padre: "Llegaron casados, ya. Conmigo. El decidió que Vincenzo y Nicola se quedaran allá. Luego los buscaría, dijo. No atendió el llanto de Angela. No escuchó las razones de nadie. Nunca. (…) El sabía cuanto sufría ella por los hijos que dejaron en Italia, pero jamás hizo nada por traerlos. Cómo un hombre puede ser así, es algo que yo no me explico. Fue terrible, eso". Otro personaje relata que el hombre también pensaba en i bambini: soñaba que en la nueva casa "habría rosas en los floreros y comerían bien, tres veces al día, o cuatro, con todos los chicos, porque iban a traer a Vincenzo y a Nicola de Italia. El país progresaba a pesar de todo, y él también" (12).
En la novela En la sangre de Cambaceres, la inmigrante siente más apego por el hijo argentino que nostalgia por la familia dejada en la tierra natal: "-¿A Italia yo… dejarte a ti, mi hijito, irme tan lejos enferma y sola… estás loco, muchacho… y si me muero y si no te vuelvo a ver?…" (13).
***
"Regresar, sin embargo, no redime de la nostalgia", afirma Mónica López Ocón en "Interior italiano", uno de los textos ganadores en el certamen convocado por la Asociación Premio Grinzane Cavour y los diarios Clarín y La Repubblica. ""La nostalgia no se cura porque sólo se curan los males –continúa- y mi nostalgia figura en el inventario de los bienes heredados. A su vez, alguien la heredará de mí" (14).
La nostalgia los embargaba; canta Cristina Assenato en "País de inmigrante": "-porque comimos el pan triste/ y la sal quemó ciertas noches/ porque tu hijo y el mío/ caben en el proyecto del pájaro/ y están allí reunidos/ en la curva del trigo,/ en el signo abierto de la gran ciudad" (15). Aún así, contribuyeron al engrandecimiento de la nación que los recibió.
Notas
(1) Di Stéfano, Horacio: en TANGOshow
(2) Sábato, Ernesto: "La memoria de la tierra", en La Nación, 5 de diciembre de 1999.
(3) Cassini, José Luis: "El mar en los ojos", en Rotary Club de Ramos Mejía. Comisión de Cultura. 1994.
(4) Olivari, Nicolás: "La violeta", citado por Cirigliano, Gustavo, en "Disquisiciones tangueras", El Tiempo, Azul, 30 de septiembre de 2001.
(5) Pujol, Sergio A.: "Diáspora y bandoneón", en Clarín, Buenos Aires, 29 de noviembre de 1998.
(6) Báñez Gabriel: Virgen. Barcelona, Sudamericana, 1998.
(7) La Rosa, Eduardo Martín: "El sueño de don Juan (un inmigrante)", en La Capital, Mar del Plata, 10 de septiembre de 2000.
(8) Ayala; Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.
(9) Blanco, Antonio: "Crónica de mi abuelo inmigrante", en Escritores de Ensenada..
(10) Dal Masetto, Antonio: Oscuramente fuerte es la vida. Buenos Aires, Sudamericana, 2003.
(11) García, María del Carmen: "Cuentos de gringos", en Cuentos de criollos y de gringos, en colaboración con Fanny Fasola Castaño. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
(12) Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix-Barral, 1991.
(13) Cambaceres, Eugenio: En la sangre. Buenos Aires, Plus Ultra, 1968.
(14) López Ocón, Mónica: "Interior italiano", en Clarín, Buenos Aires, 8 de septiembre de 2001.
(15) Assenato, Cristina: "País de inmigrante", en El Tiempo, Azul, 21 de febrero de 1999.
Gran parte de los italianos que se establecieron en nuestro país, sólo pensó en hacerlo por un tiempo. Como relata Roberto Cossa en Gris de Ausencia, la idea era más o menos ésta: "E el barco se movía e il mio hermano Anyelito mi dicheva: "A la Aryentina vamo a fare plata… mucha plata… E dopo volvemo a Italia" (1).
En su libro Los Lombardos, José Oscar Frigerio afirma que "Los regresos de la inmigración italiana en Argentina a su lugar de origen fueron notables durante la crisis de 1890 y muy elevados en los años anteriores a la primera Guerra Mundial, fenómeno que impactó especialmente las regiones del norte y centro. Obtenidas ciertas ventajas económicas y reunidos algunos ahorros, muchos inmigrantes prefirieron regresar por cuanto en la península las condiciones de vida habían mejorado considerablemente, y en Argentina el acceso a la propiedad de la tierra se había cerrado después de los años "80" (2). A la cabeza de los retornos se encuentra Liguria, seguida por Lombardía, Piamonte, Véneto y Emilia –señala-.
Pero no siempre será fácil regresar. Un inmigrante –el abuelo de la escritora Laura Pariani- deja su tierra temporariamente y no puede volver a ella. Cuando le es dado regresar, ya no lo hace (3). Hay quienes, como la calabresa Adelina C. Cela, abrigan durante todas sus vidas el deseo de regresar al país de origen, aunque más no sea, en el más allá. En el poema "Madre Patria", expresa la italiana: "Por eso quiero pedirte/ que mis cenizas, un día/ descansen en tus raíces/ ¡las que me dieron la vida!" (4).
Algunos emigrantes regresan espiritualmente a su tierra natal por medio de su obra, como el italiano Tomás Ditaranto, quien emigró en 1904, a los cuatro años, fue aprendiz de herrero a los ocho, y llegó a ilustrar la edición polilingüe del Martín Fierro. Por iniciativa de su hijo, Hugo, surgió en 1983 el Museo Epeo, en Nocara, Italia, que consta de tres salas en las que se exhiben setenta obras. "No fue fácil lograr ese objetivo. Hugo se conectó con parientes de Tomás que habitaban el pueblo donde nació el artista, Montescaglioso, con la idea de armar el museo allí, pero se enteró de que en una ocasión la mafia robó un cuadro de su padre de la Basilicata, entonces, por razones de seguridad y hasta contar con las medidas correspondientes para una exposición permanente, no consideraron oportuno recibir la donación de las ciento cincuenta obras de Ditaranto prometidas por Hugo. Actualmente, se está reconstruyendo la Abadía Benedictina –sumamente importante en Italia- donde es probable que puedan dedicar una sala a las obras de Don Tomás (5).
Una breve estadía
Otros sí regresan, aunque temporariamente. En 1899, María Giacoboni vuelve a su tierra. La acompañan dos de sus hijos; uno de ellos es Lino Enea Spilimbergo. Van al Piamonte, a visitar parientes en la Roverazza y San Sebastiano Cerone. Retornan a la Argentina en 1902 (6).
El recuerdo de la guerra el que motivó a viajar a un italiano, deseoso de recorrer los lugares en los que había luchado. En El laúd y la guerra, se narra el viaje de Luigi Gusberti, quien vuelve a Italia a los ochenta y ocho años, acompañado por su hija y su yerno. Escribe Martina Gusberti: "Después de varios viajes a su itálico terruño, cuando todos creíamos que había sentado cabeza, manifestó su deseo de reincidir. Era éste el proyecto más acariciado por mi padre, quizás el último y el de más difícil solución, por su avanzada edad". A pesar de la negativa familiar, el anciano insistía: ""¡Qué bello volver a Italia, visitar los lugares donde luché en la primera guerra mundial, recorrerlos paso a paso, ver cómo estarán hoy…!" (7).
Milena Gastaldo Brac, sicóloga social, explica el efecto que el viaje tuvo en su espíritu: "ese barco que una vez me trajo de Italia estaba siempre ahí y aparecía ante cualquier anécdota como si fuera un hueco sin tapar. Tenía una enorme sensación de orfandad, de carencia". Hasta que viajó y "el milagro sucedió en la iglesia, con la nieve cayendo sobre el pueblo: ya no sentí más el vacío en el pecho, ni la necesidad de Italia; la había aprehendido. La pude juntar, tomar y metérmela en el alma, en el gran cofre de los dulces recuerdos junto a los villancicos navideños. En ese mismo momento sólo ansié volver a Buenos Aires, al calor de mi país nuevo y de mi familia nueva, de hijos y nietos argentinos" (8).
El actor triestino Rodolfo Ranni emigró a los diez años. Cuarenta y siete años después, volvió a su casa. Tardó tanto porque "Creía que el día que volviera se me iban a terminar los recuerdos. Pero ahora es peor: recuerdo más que antes, y me gusta vivir con esos recuerdos. Aunque algunas cosas me desilusionaron bastante: Italia y los italianos no son como hace 50 años. Es un golpe para uno, porque, por ejemplo, no nacen chicos; de seguir así desaparecerá la población italiana. Han perdido la tradición, las canciones. Los italianos de verdad viven fuera de Italia. Todo lo que la gente piensa e imagina de Italia, está fuera de allí" (9).
El empresario fasanès Valentìn Bianchi encontrò la muerte en una ruta de su pueblo: "A medida que avanzaba, una sensación extraña lo llevó a recordar, como nunca, su niñez. Sentía que retrocedía en el tiempo, y por su mente desfilaban aquellos domingos felices, cuando iba al mar en busca de los escurridizos pulpitos. Una sublime serenidad embargaba su ser, era como si su alma vagara en el espacio. El pequeño auto poco a poco se deslizaba a mayor velocidad, como si deseara ávidamente llegar. La mirada de Valentín se perdía en el horizonte, donde el mar y el cielo se unían en el infinito. De pronto, en una curva de la ruta, el suave bramido del motor cesa, y el auto, en una alocada carrera, se lanza por la rocosa pendiente del camino, bordeado por los centenarios olivares de Fasano. Luego de unos violentos tumbos, el ímpetu del vuelco arroja con fuerza a Valentín fuera del vehículo. Su cuerpo queda tendido para siempre en la gris tierra natal" (10).
El escultor Antonio Pujía manifiesta: "Yo vine de chico, y siempre tengo in mente, siempre con emoción, mis recuerdos infantiles. He vuelto también muchas veces a Calabria. No hay vez, al estar allí, que no sienta profundas emociones. Y luego: lo que me traigo, que aparece de una manera casi constante, no digo diaria, porque sería exagerado de mi parte, pero sí muy a menudo" (11).
Medio siglo tarda en volver a su tierra la artista visual Ida De Vincenzo, miembro del Consejo Directivo de la Asoc. Calabresa de Buenos Aires, Miembro de la Liga de Mujeres Calabresas, Nominada Embajadora de la Cultura de Cropalati, y de la Cultura Calabresa en el Mundo, Mujer Calabresa 2014. Ella afirma: "Tengo una historia parecida a muchas mujeres inmigrantes calabresas. Nací en Cropalati, Calabria.-Italia, en un pueblito arriba de la montaña, que parece sacado de algún cuento, desde cualquier lugar se pueden ver hermosos paisajes.Nací cuando ya había pasado la segunda guerra mundial, mi papa había estado combatiendo y habíamos sufrido las consecuencias, por eso emigramos, yo tenía dos años. Aunque los años pasaban, en la casa de mis padres, siempre se hablaba de lo mismo: de la tierra lejana, de la nostalgia , de la familia y de cosas inherentes a la familia calabresa, por eso la cultura y la lengua italiana cobraron suma importancia en mi vida, siempre estuve en contacto con mis raíces. Después de cincuenta años pude regresar, conocer y recibir el cariño de mi familia lejana, quedé conmovida por el esplendor de los paisajes de un mundo que ahora reconozco como propio, nací de nuevo, pude unir el ayer y el hoy. Es mi segunda casa , como me gusta llamarla, ya que en mi corazón esta Italia y Argentina por igual…" (12).
Los descendientes
A veces, son los descendientes los que regresan, en busca del paisaje añorado por sus mayores. Acerca de esta clase de travesía, dice Juan Bedoian: "Quizás ese viaje es como mirarse al espejo por primera vez, recuperar una parte nuestra que nunca puede desaparecer: las semillas de lo previo. Y es también el viaje más importante que uno puede hacer porque es un viaje que nos nombra, un viaje que no cesa en el tiempo ya que siempre estuvo en nuestros sueños y quedará allí para siempre, sin adioses, intocado como el relato de un viejo que cuenta cómo era su casa en su aldea de Italia, qué hacía en el campo, cuándo y con quién llegó a la Argentina" (13).
El viaje se relaciona en algunas oportunidades con la creación literaria, a la que precede o de la cual es consecuencia. En un reportaje, afirma Roberto Raschella, autor de Si hubiéramos vivido aquí: "Viajé a Italia, el pueblo de mis antepasados, y al volver empecé a escribir la que fue mi segunda novela. La época anterior y posterior al viaje va a ser la base de mi tercera novela" (14).
En La tierra incomparable, el italiano Dal Masetto narra la visita de una emigrante a su pueblo, cuarenta años después. En una entrevista, aclara quién viajó: "En realidad, fui yo el que regresó. Allí se dio algo interesante desde el punto de vista del oficio: me propuse contarlo desde la visión de Agata y mi esfuerzo fue tratar de ver todo con los ojos de ella. Ese cambio de personalidad me obligaba a cierto tipo de asombro. Mi mamá -por ejemplo- nunca subió a un avión" (15).
Griselda Gambaro también escribió remitiéndose a sus vivencias. Para El mar que nos trajo, "En lo que respecta a Italia, acudí a mis propios recuerdos de los lugares que se mencionan: (…) Recordaba particularmente la isla de Elba, donde sucede el relato cuando se traslada a Italia. La había visitado hacía muchos años, conocido a los descendientes de Agostino, quienes me acompañaron al pueblo bajo cercano a la playa y al alto, sobre la cumbre de una colina, a "la playa de arena y piedras romas"" (16).
A Italia viaja Atilio Betti en 1967. También lo hace el protagonista de La noche lombarda, su novela, premiado por el Gobierno de la península. El personaje vive su premio como una revancha: "Mi padre me había negado la educación. Me había condenado, por no querer trabajar bajo su mando, en su fabrica, a una juventud de lucha. A defenderme a puñetazos por las calles y las oficinas, con tal de salir con la mía. Y ahora me hallaba allí, en viaje hacia Italia, en calidad de invitado y futuro huésped de su patria. Libre y solo. Solo, sí, pero libre y triunfante" (17).
Recuerda a su padre Alberto Perrone, cuando llega a la casa europea del inmigrante: "Padre hoy conocí tu tierra de vides y olivos./ Conocí a tu hermana y encontré tu joven retrato/ que aún preside allá, la casa" (18).
Volver puede ser el tema de un texto premiado. Sobre su viaje a Prepezzano, "un pueblito de la provincia de Salerno que no figura en ningún mapa", escribe Mónica López Ocón su "Interior italiano". En esas páginas expresa: "Mi viaje era en realidad un regreso. El pueblo que me mostraron era una réplica del que yo llevaba dentro. Paradójicamente, era el pueblo el que me habitaba desde mucho antes de que pudiera habitarlo yo. Por eso, reconocí de inmediato el olor, el sabor y la textura de las uvas negras que Alfredo cortó del huerto. Bajo su piel enlutada guardaban un sol escandaloso. Parecían arrancadas de la sombra por el luminoso pincel de Caravaggio y tenían el sabor indescriptible que sólo pueden tener las uvas que se añoran" (19).
En el pueblo del que partieron los ancestros, se encuentran latentes las raíces. A Ottobiano, "un pueblito de Lombardía que ni siquiera puede dar pruebas de su existencia: no hay trenes que pasen por ahí y fue olvidado hasta por los cartógrafos", viajó Miguel Frías. De allí partió su abuelo en 1913, a los doce años. El nieto se aproxima al pueblo: ""Verlo acercarse por fin en una mañana de bruma, entre árboles sin hojas y campos labrados por fantasmas, no lo hace más real: la cúpula de la iglesia está a salvo de la niebla, pero el resto tiene el contorno de un sueño. Acabamos de recorrer el breve paraíso de mis cuentos infantiles" (20).
En 1991, Gabriel Corrado viajó a Italia para grabar en Roma y Sicilia. Años más tarde, expresa lo que sintió cuando una pareja lo reconoció en la Vía Condotti: "Se me vino encima el abuelo, que había hecho el camino inverso, los doce mil kilómetros, Zamudio 4230…" (21). Por una circunstancia fortuita, se reencontró espiritualmente con su antepasado.
La nueva inmigración
El viaje permite, en algunas oportunidades, vivir de cerca la dura vida que se llevaba antes de emigrar. Y, en los tiempos que corren, significa la posibilidad de empezar de nuevo, porque, como escribe el nicaragüense Sergio Ramírez, "Ahora que tantos argentinos descuajados de la normalidad de sus vidas se quieren subir a los viejos barcos en que sus antepasados llegaron desde Calabria, o desde Marsella, o desde Vigo, a buscar un refugio quizás imposible frente a la catástrofe que la repetida corrupción ha traido sobre la Argentina, el rollo de la película es echado a andar, pero hacia atrás" (22). "La tierra generosa se ha vuelto marchita –escribe Héctor Gambini. Y la nueva inmigración se está volviendo. Y muchos de los hijos de la vieja inmigración también se quieren ir. A la aventura de cruzar el océano al revés que los abuelos" (23).
***
Sea cual fuere la motivación y los posteriores efectos en el espíritu del que lo realiza, los testimonios acerca de la vuelta a la tierra de origen o a la de los mayores se suman día a día, hablándonos de una nostalgia y de una inquietud que pervive en el tiempo.
Notas
(1) Cossa, Roberto: Gris de ausencia. Citado en "Bajaron de los barcos", Colegio Schönthal. www.monografias.com
(2) Frigerio, José Oscar: Los Lombardos. Italianos en la Argentina. Buenos Aires, Asociación Dante Alighieri, 1999.
(3) Patat, Alejandro: "El país de los sueños perdidos", en La Nación, 28 de abril de 2002.
(4) Cela, Adelina C.: "Madre Patria", en La Capital, Mar del Plata, 5 de septiembre de 1999.
(5) Alfie, Sol: "Tomás Ditaranto. Un homenaje merecido", en Magazine Actual, Año 3, N° 12, Diciembre de 1998.
(6) Spilimbergo.
(7) Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
(8) Moreno, Liliana: "El regreso a la tierra de uno", en Clarín, 17 de octubre de 1999.
(9) Gaffoglio, Loreley: "El teatro me contuvo", en La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1998.
(10) Bianchi, Alcides J.: Valentìn el inmigrante. Santiago de Chile, Ediciòn del autor, 1987.
(11) María, Irene B. y Abásolo, Jorge: A partir de Calabria. Buenos Aires, Calabria / Cultura, 1994.
(12) De Vincenzo, Ida: Cropalati. Mi país, mi nostalgia. Buenos Aires, Editorial El Escriba, 2011.
(13) Bedoian, Juan: "El viaje sentimental", en Clarín, 17 de octubre de 1999.
(14) Ingberg, Pablo: "El amor a los vencidos", en La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.
(15) Roca, Agustina: "Historia de vida", en La Nación, Buenos Aires, 12 de julio de 1998.
(16) Gambaro, Griselda: "Crónica de una familia", en Clarín, Buenos Aires, 25 de febrero de 2001
(17) Betti, Atilio: La noche lombarda. Buenos Aires, Plus Ultra, 1974.
(18) Perrone, Alberto: "Amores por la vuelta. El que una vez partió", en Hotel de Inmigrantes, 2002.
(19) López Ocón, Mónica: "Interior italiano", en Clarín, 8 de diciembre de 2001.
(20) Frías, Miguel: "Noticias del mundo", en Clarín, 3 de septiembre de 2000.
(21) Baduel, Graciela: "Por la vuelta", en Clarín, 24 de octubre de 2000.
(22) Ramírez, Sergio: "Yo quería ser argentino", en El Tiempo, Azul, 15 de septiembre de 2002.
(23) Gambini, Héctor: "Cuando la historia se muerde la cola", en Clarín, Buenos Aires, 16 de mayo
Este libro, publicado originariamente en Monografias.com, surge del deslumbramiento ante los textos de Ernesto Sábato, Leopoldo Marechal, Syria Poletti y tantos otros autores que nos contaron sus experiencias o las ajenas. Surge, asimismo, de todo lo escuchado en reuniones familiares y en más de treinta años de periodismo.
Por supuesto, no reúne todo el material literario que se ha escrito. Intenta ser un punto de partida para el italiano, para los docentes, para el público interesado en el cómo y el por qué de un movimiento social y cultural enorme, que nos ha dejado, además de valores morales, bellísimas obras de arte y destacados pensadores.
Espero que sirva para que cada uno de ustedes recopile lo que tenga a su alcance. No deben perderse estas historias, como la de mi familia lombarda que dejó su tierra para afincarse en Tandil. Son un ejemplo para todos nosotros.
María González Rouco desciende de gallegos y de lombardos. Licenciada y Prof. en Letras UNBA. Periodista. Escribió en medios de la Argentina y el exterior. Actualmente colabora con L' Albidonese, que dirige el Cav. Michele Munno.
Autora Destacada en edu.red, sitio en el que están publicados sus libros Volver a Galicia (2014 y 2009), Inmigración y Literatura (2006), Visiones del inmigrante (2003), Inmigrantes y Exiliados Destacados (2003), Colectividades Argentinas (2003) y El Hotel de Inmigrantes (2002).
Fue distinguida con el Reconocimiento de la Federación Argentina de Colectividades (2015) y el Diploma de Honor y Medalla de Oro en el Concurso Literario convocado por la Federación de Sociedades Españolas de la Argentina y la Asociación Patriótica y Cultural Española (2010), entre otros.
Creó y administra el blog y la página web Colectividades Argentinas, on line desde 2006.
Comentarios
Hubiéramos necesitado a alguien como tú en los años de fervor inmigratorio, sentíamos la necesidad de contarnos y en cambio los pocos que llegaban de nuestros países no tenían ningunas ganas de escuchar, venian a abrir nuevos mercados y a "colonizarnos" culturalmente.
( ) Te agradezco por lo que haces en nombre de todos los tanos.
Nisa Forti Glori
Buenos Aires
fue una alegrìa encontrar tu correo y pensar (ay!) que el hambre de mis abuelos y tambièn el de mi padre durante la guerra (…) vuelvan a mí desde vos, desde una página.
Marìa Teresa Andruetto
Córdoba
María no resisti el deseo de escribirte y contarte la emoción que me provocó leer tu trabajo sobre la comida de los inmigrantes en Argentina,yo que busco por años algo sobre la vida de mi bisabuelo italiano sin hallar nada en mi país Chile, sentí que vivía un poco tal vez la vida que él y su familia vivió. Te felicito.
Sonia Palestro C
Fundación Palestro
Chile
A mi familia lombarda,
que dejó su tierra para afincarse en Tandil
Autor:
María González Rouco
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