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Ervin Goffman: Descalificación de la Inocencia

Enviado por j.gonzalez16


    Las carencias y los límites del modelo sociológico goffmaniano son relativamente fáciles de descubrir y quizá este mismo hecho a llevado ha llevado a entender mal el trabajo de Goffman. Achacarle que se quiere presentar como ideológicamente neutral, que no toma explícitamente posición, es correcto desde un punto de vista político, pero es también el modo más rápido para evitar afrontarlo, asumiendo su complejidad, que en cada caso no es eliminable con el pretexto de una condena ideológica. Este tipo de lectura aparece, por ejemplo, en el análisis que los Basaglia hacen brevemente en la introducción al comportamiento en público, donde parecen identificar el fin del análisis goffmaniano con sacar a la luz la naturaleza convencional y relativa de los valores normalmente aceptados como absolutos. Esta interpretación destroza la peculiaridad del trabajo de Goffman bajo una común y difundida asunción socioantropológica de la relatividad cultural: si realmente cientos y cientos de páginas, de no fácil lectura muchas veces, nos llevasen finalmente a este resultado, sería derrochar papel. Y curiosamente, al mismo tiempo otros achacan a Goffman que presenta sus descripciones en términos poco históricos, no suficientemente individualizados, que universaliza, en fin, los resultados de su análisis.

    El interés de sus análisis no está en esclarecer la relatividad cultural de los valores y de los modelos de comportamiento sino en poner en evidencia la naturaleza profunda y constitutivamente social de una esfera generalmente suprimida del análisis sociológico y dejada en libre propiedad a la subjetividad, a la espontaneidad y la eventualidad. Ello explica la constante reivindicación –por parte de Goffman- no solo de la legitimidad de su tipo de análisis, sino también de las unidades de análisis que él emplea, extrañas también por lo general a la mirada sociológica. Además en este tipo de sociologías desempeñan un papel bastante relevante las observaciones sobre los funcionamientos lingüísticos y comunicativos. Cuando en la citada introducción de Basaglia se observa que "el autor puede imputar la deshumanización del hombre a la falta de identificación con los roles que el mismo –por otra parte- critica", hay que observar dos cosas: ante todo. La imputación de la deshumanización es un reflejo de una visión de la sociedad basagliana, y no de Goffman. Para este autor no hay ningún Edén perdido o por conquistar, ninguna isla feliz donde en otro tiempo se daban las interacciones entre sujetos perfectos, reales, y no ya entre representaciones. El estado actual quizá se observa con una falsa neutralidad pero desde luego las épocas pasadas o futuras no están mitificadas. En segundo lugar, el problema de una falta de identificación con los roles sociales es poco pertinente para el modelo sociológico de este autor, como igualmente está ausente en general la dimensión psicológica. El rol social tiene ciertamente una fachada que el individuo encuentra ya hecha, pero también es algo que se representa, que se basa en una parte expresiva susceptible de ser negociadas en las interacciones. Es, en fin, un espacio en el que se ejercita una competencia, un medio para el individuo de afirmar sus cualidades de persona social, no la evidencia de su naturaleza humana. La distancia del rol de Goffman no equivale al anonimato o a la despersonalización, sino más bien a un elemento vital inserto en el juego de las representaciones, de las definiciones de la situación, en la competencia misma del sujeto como actor social: la imagen del individuo que Goffman nos presenta es la de "un prestidigitador, de alguien que sabe adaptarse y conciliar, que cumple una función mientras aparentemente está ocupado en otra.

    Una de las críticas más frecuentes a la obra goffmaniana es que su análisis pretende ser descriptivo, y no expresa por este motivo ningún juicio de valor sobre el tipo de sociedad estudiada. A esta observación se une la crítica sobre la ausencia de la dimensión de poder: dado que precisamente las relaciones estructurales no entran en lo que él estudia y en el punto de vista que adopta, se tiene la impresión de que la sociedad de que habla es una sociedad sin diferencias de poder. La interpretación, justa en cuanto a la constatación de los límites del modelo goffmaniano, descuida, en cambio, algunos de sus elementos internos: acostumbrados a pensar en un determinado tipo de poder, estamos menos dispuestos a ver que, por ejemplo, al definir una situación, la cuestión de la realidad social y de su "normalidad" se plantea en los términos de aquel que posee el poder de establecer tal definición. Si dentro de la competencia comunicativa y semiótica se valora también el componente comunicativa y semiótica se valora también el componente relativo al hacer-hacer, si dentro del lenguaje se acepta también el aspecto crucial de la acción encaminada a modificar al destinatario, de nuevo nos encontramos con algo que no sería impropio definir como poder. No es el Poder que trama conjuraciones o planes destructivos; es, más cotidianamente, el poder de las pequeñas persuasiones que se necesitan para producir las interacciones. De forma coherente, pues, con las unidades de análisis empleadas, existe, en el modelo goffmaniano, la dimensión de una capacidad coercitiva, que, por otra parte, es totalmente congruente con su forma de esclarecer el componente conflictivo, polémico, de la interacción y de la comunicación.

    Hay otra crítica de importancia que se refiere al hecho de que «la teoría sociológica de este autor está a caballo entre una descripción de procesos psico-sociológicos en términos ahistóricos y una crítica histórico-sociológica de una sociedad específica» (Izzo 1977, 350). La ausencia programática de cualquier base psicológica ha sido ya subrayada; lo que me parece coincidir sólo parcialmente con el planteamiento goffmaniano es su pretendida ahistoricidad (sostenida también por Jameson, como se ha visto). Son frecuentes las señales de tiempo y espacio que él pone como límites a la validez y extensión de sus observaciones: se afirma explícitamente que se trata de análisis sobre la sociedad americana contemporánea y especialmente de su clase medio-burguesa. Cuando los comportamientos que nos encontramos se comparan con otras épocas (sucede con frecuencia, dado el tipo de material que utiliza), no es para extender o generalizar los modelos de comportamiento, sino más bien para evidenciar las modificaciones estructurales. Desde este punto de vista en Goffman la relatividad de los modelos culturales no resulta un supuesto abstracto, sino que encuentra frecuentes e interesantes ejemplificaciones.

    Más interesantes son las observaciones críticas que se refieren en cambio al interior de su modelo sociológico, explicitando sus carencias y contradicciones: además de la irrelevancia psicológica ya citada, por la cual los factores psicológicos son considerados ad hoc para introducir variables contingentes que resuelven problemas de análisis, Giglioli (1971), propósito de la naturaleza del sí mismo, observa que no se entiende bien qué es lo que determina por parte del actor la elección de un self en vez de otro. La respuesta en términos del estudio goffmaniano no puede ser dada desde luego en la clave de los tipos de personalidad, sino más bien referida en parte a las representaciones que el actor tiene a su disposición, y en parte a la situación objetiva en la cual se encuentra el sujeto para negociar una definición de cuanto está sucediendo, en parte a los «marcos» aplicados y en parte a la coherencia que el actor logra mantener en las propias representaciones. La respuesta, insatisfactoria e incompleta, deriva de haber enfocado el análisis hacia las reglas que normalizan la presencia recíproca de los actores.

    Todas las propiedades explicitadas por la sociología goffmaniana son propiedades situacionales, no de los sujetos, y todo lo que se atribuye a los individuos es en última instancia propio de las reglas que estructuran los encuentros. «Las reglas y la etiqueta de cualquier juego pueden ser consideradas como un medio a través del cual se celebran 1as reglas y la etiqueta del juego» (1967, 14). Este insistente acento puesto sobre la omnipresente normatividad de la vida social comporta una infravaloración (o una no-valoración) de otros elementos, como la dimensión temporal relativa a 1os cambios macroestructurales, el desarrollo de la socialización: Goffman, de hecho, describe más los componentes de la competencia de la persona adiestrada socialmente que las fases sucesivas de tal competencia («los límites estructurales dentro de los cuales un 'modelo goffmaniano' de interacción social puede ser vital [son los de] sociedades estructuradas de modo que los elementos decisivos de la realidad objetiva son interiorizados en los procesos de socialización secundaria»; Berger-Lukmann 1966, 197) . En definitiva, según Giglio1i, además de una constante carencia de sistematización en las observaciones profusas, la sociología de Goffman aparece sustancialmente como «una sociología del make-believe» que, aportando un interesante modelo cognoscitivo, presenta sobre todo un análisis sociológico de la clase media americana. E indudablemente es cierto que el elemento de la representación, si se quiere de la ficción, ocupa un puesto relevante en la exposición goffmaniana; pero a mi entender, no está ligado tanto al tipo de objetos que analiza o a la sociedad que observa cuanto al concepto de regla que pone como fundamento de los funcionamientos sociales. Es ella la que pone la primera ficción operativa, la representación de la que descienden las otras. Y por algo la insistencia de Goffman, al estudiar la naturaleza reglamentada de las interacciones sociales, incluso mínimas, no puede hacer más que reproducir el rol estratégico de las ficciones operativas. Pero estas últimas no coinciden con la adulteración de los valores sociales: por el contrario, esclarecen cómo éstos pueden funcionar incluso en ausencia de un estado de comunidad integral, real, profunda entre los sujetos (caso claramente ideal y utópico, situación límite, abstracción).

    Una última observación se refiere al modo de proceder la exposición teórica de este autor: según algunos críticos se parece a una especie de patch-work intelectual en el que se encajan conjuntos de conceptos rodeados por multitud de ejemplos. Goffman toma cualquier término que generalmente no se aplica a las cosas que él está estudiando – si bien la metáfora teatral no es nueva y el concepto de frame lo utiliza Bateson precisamente en relación con el comportamiento y la comunicación – y hace ver que con alguna modificación o multiplicando las ilustraciones, se pueden acomodar y adaptar. De est- modo Goffman «no parece dispuesto a asumir los desafíos que su mismo trabajo plantea» (Sharrock), y por otra parte, al limitarse a la «descripción de la experiencia y al tratar de tal descripción como si constituyese toda una generalización justificable» (Douglas 1970, 21), representa muy bien lo que se puede llamar sociología naturalista en la cual los aspectos estructurales no van más allá del primer capítulo, para luego ser fatalmente sumergidos en un mar de detalles naturalistas a propósito de situaciones sociales. Observaciones de este estilo – fácilmente integrables en el modelo goffmaniano – son difíciles de rebatir y confrontar.

    Son más interesantes las reservas que hace Cicourel cuando observa que «los supuestos de Goffman sobre las condiciones de los encuentros sociales adolecen de falta de categorías analíticas explícitas que describan cómo la perspectiva del actor difiere de la del observador y cómo ambas pueden ser colocadas en el mismo frame conceptual (…). [Además] el modelo del actor de Goffman no revela cómo el actor (o el observador como actor) negocia las escenas actuales» (Cicourel 1972, 23-24). En efecto, si es verdad que alcanzar un punto de negociación es un acto social que genera acontecimientos sociales, por otra parte, sin embargo, no es casi nunca el fin de una interacción, no constituye su finalidad, sino solamente un requisito previo. En estos términos, los límites de la negociación actuable en una situación específica están contenidos dentro del frame empleado y se refieren esencialmente a la definición del propio sí-mismo y del sí-mismo del interlocutor, además del «juego de cara» que ayudan a mantener.

    En fin, según mi opinión, lo que se presta a discusión es el acercamiento que Goffman hace de su modelo sociológico a aquellos desarrollos de la lingüística, como son el problema de los actos lingüísticos, que ponen en evidencia principalmente la intencionalidad del sujeto locutor y su subjetividad". Quizás se dibuja desde este punto de vista una in- compatibilidad entre la marginalidad del individuo en la interacción (con respecto al personaje) y la plenitud, la importancia de la intencionalidad del Sujeto en los modelos lingüísticos a los que el mismo Goffman se refiere para subrayar la dimensión de acción del lenguaje en los encuentros sociales.

    HAROLD GARFINKEL, O LA EVIDENCIA NO SE CUESTIONA.

    Este epígrafe ilustra las críticas y observaciones más importantes dirigidas al estudio etnometodológico. Con algunas excepciones, normalmente el contraste entre sociología «tradicional» y etnometodología es más bien candente y reñido, dado que esta última se plantea como alternativa radical, fundamentalmente heterogénea, distinta, respecto al razonamiento sociológico dominante.

    Las críticas más serias (o menos agresivas) a esta corriente ponen de relieve sobre todo algunas carencias consideradas decisivas, en particular el problema de la relación entre vida cotidiana e instituciones sociales, es decir, el problema del poder, aparte del que se refiere a las reglas que se relacionan con la especificidad de los contextos (en términos etnometodológicos, la cuestión de la indexicalidad).

    Ciertamente la tentación de liquidar en primer lugar el estilo «germinante» (una profusión en cascada de términos a menudo creados por semejanza), y en segundo lugar todo el aparato conceptual etnometodológico, es fuerte, dada también la ausencia en él de temáticas conocidas y debatidas, y un cierto aire de banalidad que lo recorre. El estilo es sin duda repulsivo (bien mirado, su estructura está representada por una serie de aforismos) y la banalidad puede también relacionarse con el hecho de que lo que se estudia es precisamente lo que cada individuo sabe en cuanto miembro socialmente competente: las descripciones etnometodológicas son descripciones «desde el seno» del saber-hacer necesario en las interacciones cotidianas. Además, a menudo se tiene la impresión de que el final de los libros de etnometodología llegue siempre demasiado tarde (desde el punto de vista del esfuerzo de lectura que requieren) y demasiado pronto (como si el nudo del tema tratado hubiera sido sólo apenas esbozado).

    Se les imputa a los trabajos etnometodológicos un exceso de atención por los aspectos contextuales, indexicales, de las situaciones sociales, con la consiguiente ausencia de las dimensiones «reales», institucionales, históricas, de la vida cotidiana. La atención en la irreparable contextualidad de las interacciones termina por esconder que operan aspectos y variables ampliamente independientes de las situaciones específicas. No se trata evidentemente de un «olvido» casual, sino más bien de la orientación teórica general de esta perspectiva sociológica.

    Y, sin embargo, antes de tirar todo por la borda, se deberían adoptar algunas cautelas. Una cosa es el problema del poder y de su dimensión a nivel macrosociológico y microsociológico, y otra distinta es el problema de la indexicalidad de las acciones, de los resúmenes y de las explicaciones del sujeto; otra cosa también distinta es el punto de vista que el individuo tiene sobre la realidad social. Confundir estos tres problemas distintos(que sin embargo están relacionados) conduce a algún equívoco. Por ejemplo, no es cierto que según la perspectiva etnometodológica «el sujeto es un dios cultural que crea ex nihilo la realidad socia1. y saca significados del vacío de una interacción no estructurada» (Mc Sweeney, 1973, 153). Esta imagen de un sujeto «omnipotente» olvida que la etnometodología se presenta precisamente como análisis de la «actitud natural» del individuo frente a la realidad social, y que uno de los caracteres peculiares de tal estudio es la elección de esta actitud natural como objeto de estudio totalmente digno de sí, explicitando su composición y funcionamiento («normalmente se dejan sin explicar los métodos usados por los sujetos para analizar, dar cuenta, encontrar los hechos y demás; en pocas palabras, todo aquello que produce para la sociología sus campos de datos», Zimmerman-Pollner, en Douglas, 1970, 83). Desde el punto de vista del sujeto, la realidad social de la vida cotidiana no parece desarrollarse «libremente como una serie de contratos negociados por los individuos» (Bauman, 1973, 21). Más bien se presenta a los individuos que interactúan en ella como una realidad dada objetivamente, conocible en común con los demás y junto a los demás dada-por-descontado. La formación de una conciencia de sentido común está constituida por los métodos usados por los sujetos para describir, dar cuenta, cuantificar, construir el sentido de sus acciones, discursos, acontecimientos: el proyecto etnometodológico es un intento de describir (en clave sociológica) los niveles fundamentales de la competencia comunicativa y social necesaria para toda interacción. La objeción que respecto a este punto plantea Giddens (uno de los críticos más atentos al trabajo de Garfinkel) es que (a causa de una insuficiente elaboración del concepto de indexicalidad) el estudio etnometodológico permanece vinculado a una concepción "de la acción como significado más que de la acción como praxis, esto es, del compromiso de los agentes en la satisfacción práctica de los intereses, incluida la transformación material de la naturaleza por medio de la actividad humana"

    La objeción está fundada y trae a la luz cuanto menos la ausencia de este tema en el estudio etnometodológico.

    No está muy claro por qué la identificación de la racionalidad con la resumibilidad elimina el análisis de los comportamientos finalizados, en términos de metas de la acción (que más bien tendrían la función de proporcionar uno de los criterios de explicación, de resumen y por tanto de racionalidad); además, la relación que la etnometodología delinea entre la acción, su racionalidad y su resumibilidad entra de nuevo en el problema del cómo los miembros sociales (que significa, no lo olvidemos, sujetos lingüísticamente, comunicativamente competentes) se hacen mutuamente accesible el sentir de un curso ordenado de las cosas, de una realidad cognoscible en común para todos los fines prácticos que la vida cotidiana social impone y presenta. La «racionalidad» para todos los fines prácticos – distinta de la del razonamiento científico, o generalizando en términos de Schutz, distinta de la específica de otras «provincias de realidad» – que se explicita en los métodos de explicación y de resumen de las actividades cotidianas, instituye la posibilidad de conocer-en-común estas mismas actividades y realidades, permitiendo formar un vasto almacén de sentido común – la parte enciclopédica de la competencia social de cada sujeto – que se puede invocar para cada fin práctico y cada situación específica.

    Por tanto, cuando los etnometodólogos afirman que las actividades que producen los escenarios de la vida cotidiana son idénticas a los métodos empleados por los sujetos para hacer inteligibles, explicables, observables tales escenarios, se debe entender en primer lugar que la cognoscibilidad de la realidad social perseguida por la sociología pasa (necesariamente) por los procedimientos de sentido común con los cuales los miembros sociales explican y dan cuenta de sus acciones e interacciones.

    Si esto es verdad, la «insostenibilidad» de algunas conclusiones etnometodológicas, «en particular aquella por la cual los fenómenos sociales 'existen' sólo en la medida en que el hombre de la calle los clasifica o los identifica como 'existentes'» (Giddens, 1976,52), va en cierto modo pareja a la naturaleza paradójica de este tipo de conclusiones ". El ejemplo del trabajo de Sudnow debiera ayudar a comprender el problema: este autor de hecho no niega la dimensión biológica, fisiológica de la muerte, sino que analiza más bien otra dimensión de este fenómeno, la dimensión social o, mejor, microsocial (relativa a una institución específica con prácticas, procedimientos y métodos de rutina peculiares, que forman el sentido-común de aquel ambiente) a través de la cual se obtiene la reconocibilidad, la descriptibilidad y la existencia (social) del fenómeno mismo.

    Cuando por ejemplo se habla de muerte, todos pensamos que sabemos (y sabemos) de qué estamos hablando y de qué se trata: sin embargo, ello es necesario porque para todo escenario estable, rutinario, formal, de organización e interacción social, tal conocimiento (dado-por-descontado) y tal reconocibilidad es el resultado de conjuntos de métodos y prácticas llevados a cabo por los sujetos. Y esto es precisamente lo que (en relación con escenarios particulares, es decir, indexicables, de acción) se propone estudiar la etnometodología.

    El marco en que se puede situar el estudio etnometodológico no es el de una negación de la realidad social o de una reducción suya a la subjetividad, sino más bien el que plantea como objetos necesarios de indagación los modos en que se construye socialmente el sentido de la realidad social que los sujetos usan y se solicitan recíprocamente interactuando.

    La pregunta que la etnometodología plantea no es «¿existe el mundo?», sino «¿cómo puedo saber que existe un mundo social compartido con y por los demás'?» (Skidmore, 1975). El problema de la dimensión del poder se presenta así como un aspecto distinto (cuya ausencia es imputable a la etnometodología) que no ha de confundirse con cuanto se ha dicho hasta aquí. Es absolutamente cierto que la centralidad del poder no es examinada, que el trabajo de «construcción de la realidad social» no se puede entender como una cooperación entre iguales: pero también este hecho ha de verse a la luz del distinto tipo de interrogante planteado por la etnometodología: no «¿por qué existe un orden social y por qué los sujetos se adaptan a él?», sino «¿de qué forma los sujetos se hacen mutuamente reconocible, descriptible, la existencia de un orden social?».

    Problema central de la macrosociología cierta mente, pero quizá no tan central para un estudio que es sustancialmente microsociológico. A menudo muchas críticas fundadas sobre la ausencia del problema del poder en los dos estudios sociológicos presentados hasta ahora valoran la microsociología por su descuido respecto a alguna problemática macrosociológica, es decir, identifican las carencias de aquella en la pertinencia de ésta (que resulta obviamente ausente). Este pequeño inconveniente establece una suerte de incomunicabilidad y de rechazo recíprocos que perpetúa el jeu de massacre c impide esclarecer las cosas (sin que con esto se quieran disminuir las profundas diferencias existentes).

    Otra serie de objeciones dirigidas a la etnometodología se refiere al tratamiento del problema de las reglas: se ha visto como éstas en las situaciones sociales contingentes son aplicadas mediante un trabajo de, interpretación, adaptación, reconstrucción, alineamiento, etc. El uso de procedimientos interpretativos, reglas «ad hoc», procedimiento del etcétera, es la condición normal de todo comportamiento reglado; la insistencia en el aspecto contingente y negociado del orden social es decididamente asimilada, por algunas críticas, a la negación de toda posibilidad normativa por encima del contexto actual de interacción social.

    Aquí parece proponerse de nuevo el equívoco acerca del objeto real del análisis etnometodológico: éste no discute la existencia o no de las reglas, da las expectativas normativas, etc.; quiere mostrar, en cambio, que, al contrario del paradigma teórico da la sociología normativa, las definiciones de la situación y de las acciones no pueden asumirse como determinadas de una vez por todas a través de la aplicación literal (no problemática, transparente, clara para todos) de sistemas de valores, símbolos culturales preexistentes. La etnometodología muestra que esta «claridad-para-todos» no es un dato, sino el resultado de métodos y procedimientos que loa sujetos realizan: «la etnometodología subraya el trabajo interpretativo requerido para reconocer la existencia de una regla abstracta que puede adaptarse a una ocasión específica».

    El sujeto (como es representado por la etnometodología) puede aparecer sub-socializado sólo a los ojos de una teoría que hace de la socialización un mecanismo capaz de explicar autónomamente el comportamiento regulado, y que implica un acuerdo cognoscitivo sustancial entre los actores, no susceptible de choques. Respecto al problema del funcionamiento de las reglas sociales, la pregunta que la etnometodología se plantea no es cómo los sujetos aprenden las normas y de qué forma están motivados para seguirlas, sino más bien de qué forma los actores llegan a reconocer la relevancia de las reglas respecto a las situaciones concretas, a fin de que éstas se puedan utilizar para describir la racionalidad, la adaptación y el orden de los comportamientos seguidos (Skidmore, 197S) '4. No se trata por tanto de la negación de los límites institucionales q la actuación de los sujetos, sino más bien del intento de comprender el funcionamiento, en situaciones sociales específicas, de conjuntos de reglas y normas que tendrían que definir el orden de la situación misma. La etnometodología no niega la socialización (la deja a un lado), se concentra sobre la microsocialización, es decir, aquella que es contingente, suplementaria, necesaria para invocar ampliamente la aplicabilidad de reglas en cada acción.

    Desde este punto de vista, la naturaleza regulada de los comportamientos sociales es una realización práctica que se hace reconocible, que se hace momento a momento, y no la aplicación automática de programas de acción.

    En la etnometodología faltan los problemas de la transformación histórica e institucional en la sociedad.

    La observación general identifica una problemática indispensable en el estudio de la sociedad: la imagen de lo social que la microsociología presenta es una imagen bloqueada, centrada en el tiempo de la interacción, no en lo histórico. Y, sin embargo, la observación confunde algunos términos: el planteamiento etnometodológico a propósito de las normas no es un discurso sobre la diversidad de interpretaciones de que éstas son susceptibles, según la situación de clase de los individuos. Desde esta perspectiva la microsociología no dice (y no puede decir) muchas cosas interesantes; lo que la etnometodología hace es mostrar un elemento constitutivo del orden social en las interacciones cotidianas viene dado por un hacer interpretativo de los sujetos y que el sentido de un curso ordenado de acciones es el resultado, el efecto de tal hacer interpretativo.

    Para valorar correctamente la importancia y el interés de esta microsociología es necesario no pretender de ella respuestas a problemas que son de la competencia de la macrosociología: la etnometodología se propone estudiar la vida cotidiana a partir de los métodos de sentido común que en ella se ejercitan. Sin embargo, incluso si se acepta este objeto de indagación y el punto de vista elegido para estudiarlo, si se acepta, esto es, la pertinencia que la etnometodología propone, se puede observar en ella una suerte de circularidad: si es cierto que a causa de la reflexividad y de la indexicalidad, la coherencia y la racionalidad de la realidad social son el resultado de los métodos, de las prácticas que los sujetos emplean para resumir, ilustrar, describir tal realidad social, entonces ¿cómo y dónde está fundada la coherencia del trabajo etnometodológico? ¿Tratar las prácticas las sociales cotidianas como "antropológicamente extrañas", puede a su vez ser tratado como "antropológicamente extraño"? ¿Se puede hacer una etnometodología de la etnometodología? ¿Sobre qué se fundan las propiedades formales de las prácticas etnometodológicas?. Se injerta así un trayecto en espiral en los presupuestos teóricos de este estudio, que en cierta forma anula su programa de análisis del mundo de sentido común. Tal "anclaje" de hecho queda en un segundo plano respecto a este núcleo interno irresuelto. Según que se acentúe uno u otro de estos dos elementos, la etnometodología puede, bien "escaparse de las manos" porque se sitúa en una circularidad sin fin, o bien funcionar sólo parcialmente como si se dedicara sólo al estudio de temáticas específicas (por ejemplo, la importancia y el papel de la interacción verbal en la actuación social; el funcionamiento real de las normas sociales; etc…) Es aquí donde la etnometodología presenta un gran interés y merece ser conocida.

    HARVEY SACKS, EMANUEL SCHEGLOFF, GAIL JEFFERSON, O EL HABLAR DESCOMPUESTO.

    El enfoque de los conversacionalistas es sólo uno de los posibles modos de estudiar las interacciones verbales que son un objeto interdisciplinario por excelencia. No describen las reglas de buena educación que un conversador cortés debe conocer: no hacen tampoco un análisis lingüístico filosófico pragmático de la estructura de la interacción. El estudio de los conversacionalistas es un estudio microsociológico que se inspira directamente en el paradigma teórico de los etnometodólogos y de Goffman: el objetivo es explicitar los procedimientos, reglas y métodos con los cuales los locutores ordenan, construyen su propia actividad conversacional mientras la desarrollan. Todos los procedimientos conversacionales descritos corresponden a los métodos, a las orientaciones que los participantes exhiben, usan, manifiestan al producir secuencias de conversación comprensible, ordenada, etc…

    En este sentido, la competencia conversacional que los sujetos adquieren con el tiempo comprende el conjunto de procedimientos, reglas y métodos para sostener las interacciones verbales. Tales procedimientos conversacionales son negociables y negociados: el mecanismo del turno, por ejemplo, es realizado local e interaccionalmente, es decir, empleado por los participantes sobre una base de turno por turno, en el cual cada locutor elige de modo negociable con las opciones disponibles para el interlocutor. En otros términos, si ha quedado la impresión de una serie de macanismos conversacionales rígidos, aplicables automáticamente, que vinculan a los locutores a la pasividad total de ejecución, no es así. Se trata por el contrario de métodos y procedimientos que los sujetos coordinan y aplican cooperativamente.

    Por otra parte se subraya la estrecha relación existente entre el planteamiento teórico general de esta microsociología y el estudio de las conversaciones; hacer este último no significa recortar un espacio del tamaño de un sello de correos en el amplio campo de la problemática sociológica. La motivación teórica fundamental de por qué estudiar las conversaciones está en la proposición según la cual "los fenómenos sociales son del mismo orden que los fenómenos lingüísticos". A través de la adquisición y del uso de la competencia comunicativa y lingüística, los sujetos construyen el sentido de la realidad social. Analizar las práctica conversacionales significa estudiar cómo los individuos se manifiestan recíprocamente el ordenamiento y el sentido de la sociedad en que viven. O, dicho de otra manera, "el estudio de las conversaciones nos está absorbiendo porque todos nosotros estamos participando en esta misma práctica. Para bien o para mal, la conversación es el modo que los hombres tienen para ocuparse de los hombres y encontramos en ella una expresión fundamental de nuestra humanidad".

     

     

    Autor:

    Carlos González