Tras la crisis de 1973 los países del Tercer Mundo se industrializan gracias a la política de desconcentración productiva de las grandes multinacionales; que buscan en los países y los trabajadores del Tercer Mundo condiciones más ventajosas: para las empresas, de contratación de la fuerza de trabajo, impuestos, etc. Esto implica la total desarticulación de la economía tradicional, ya que las nuevas industrias atraen a parte de la población activa y la convierte en proletariado industrial, ajeno y desvinculado de la economía tradicional del país.
Otra, es el intercambio desigual de las mercancías. Ellos producen materias primas y compran productos elaborados de alto valor añadido. Esta situación está cambiando con la nueva industrialización de los países del Tercer Mundo, aunque no son ellos quienes se llevan los beneficios.
Según esto, existen unas características tópicas de lo que es un país subdesarrollado: insuficiencia alimentaria,déficit social, analfabetismo, recursos desatendidos o derrochados, elevado porcentaje de agricultores, escasez de clase media consumista, incompetencia industrial, hipertrofia del sector terciario, bajo PIB, desempleo, subempleo y trabajo infantil, subordinación económica, desigualdades sociales internas acusadas, crecimiento demográfico, persistencia de la miseria, etc. Todas estas características son valoradas comparativamente con los países desarrollados. Pero esta concepción de lo que es un país subdesarrollado ha quedado desfasada, ya que se han desarrollado unos procesos de industrialización, alfabetización, caída del crecimiento demográfico de la población, y de descenso de la producción y la productividad agrícola, que hacen temblar estos criterios.
En realidad, estas características de los países subdesarrollados son los efectos que una economía subdesarrollada produce en una población, no las causas. Son fruto de la desigualdad intrínseca que introduce el sistema capitalista, que tiende a acumular capital en unos países detrayéndolos de otros.
Si analizamos atentamente las sociedades de los países capitalistas podemos encontrar grupos de población que tienen las mismas características que las de los países subdesarrollados, es el llamado cuarto mundo, la única diferencia es que en los países del Tercer Mundo esta población adquiere el carácter de endémica, ya que están alejados del centro capitalista, y que tienen unos canales de distribución de la riqueza malos y escasos.
Principales países subdesarrollados
Los principales países subdesarrollados se hallan localizados en su gran mayoría en África, como Chad, Eritrea, Etiopía, Mauritania, Mali, Níger, Sudán, Somalia, Senegal, Gambia, Guinea Bissau, Guinea Conakry, Sierra Leona, Liberia, Costa de Marfil, Burkina Faso, Ghana, Togo, Benín, Nigeria, Camerún, República Centroafricana, Congo, República Democrática del Congo, Uganda, Kenia, Ruanda, Burundi, Tanzania, Malawi, Zambia, Angola, Zimbabue, Mozambique y Madagascar.
También lo hay en otros continentes. En América Central destacan Belice, Guatemala, Honduras, El Salvador, Nicaragua, Jamaica, Haití y República Dominicana; en Sudamérica, Bolivia, Paraguay y las Guayanas; en Asia, Irak, Kazajistán, Kirguistán, Uzbekistán, Turkmenistán, Afganistán, Pakistán, India, Nepal, Mongolia, China, Bangladesh, Bhután, Myanmar (antigua Birmania), Laos, Vietnam, Indonesia, Corea del Norte; así como en Oceanía, Papúa Nueva Guinea e Islas Salomón; entre algunos otros países.
Tras la crisis de 1929 aumentan las rentas familiares, ya que la forma de salir de la crisis se hace aumentando el gasto, tanto público como privado. El aumento del gasto hace crecer el mercado y el consumo de bienes, los cuales se diversifican cada vez más y son más numerosos. Los productos deben aparecer y desaparecer rápidamente del mercado, y ser perecederos. El consumo es el factor fundamental de crecimiento.
También se desarrollan espectacularmente las actividades de servicios. Es la forma que tiene el sistema capitalista de repartir las rentas, y que la mayoría la población no se dedique a la producción de artículos.
El transporte individual, la información, la comunicación y el ocio consumista son las señas de identidad de esta etapa.
El gran impulsor de este tipo de economía de consumo de masas es la clase media, con rentas que les permiten adquirir bienes, pero no acumular capital.
El Estado tiende a cubrir muchas necesidades que poco a poco se van haciendo básicas, como la educación o la salud. Es lo que se conoce como Estado del bienestar.
Esto implica un cambio en el concepto de pobreza, que ya no se mide por las rentas sino por la capacidad de consumo. Los pobres se recluyen en guetos, en un proceso de segregación espacial y marginación. No obstante, en los países desarrollados todas las personas se pueden alimentar y tener las necesidades básicas cubiertas, cosa que no ocurre en el Tercer Mundo, donde el hambre es un mal endémico y las políticas económicas aplicadas impiden la ayuda y la distribución de la riqueza.
Sin embargo, en la sociedad actual de los países ricos no basta tener las necesidades básicas cubiertas; la sanidad, la educación y la cultura son necesidades que nadie, en los países desarrollados, puede renunciar y a las que tienen derecho.
La vida urbana crea nuevas necesidades: de vivienda, equipamiento, transporte, vestido, etc. creadas, en su mayor parte, por la publicidad. Muchas de estas necesidades suponen un aumento del consumo de energía.
El crecimiento de la población agrava coyunturalmente los problemas, ya que amplía el número de gente que debe cubrir esas exigencias.
En el Tercer Mundo no existen los mecanismos necesarios para que la población acceda a los niveles de consumo que se les ofrece.
La publicidad es el gran creador de necesidades, las cuales aumentan en la medida que esta es capaz de lanzar nuevos artículos al mercado.
El crecimiento demográfico
Con la revolución industrial, y el crecimiento de la productividad, aumenta, también, la población, en el proceso de transición demográfica. Las tasas más altas se alcanzan cuando desciende la mortalidad y se mantiene natalidad, alcanzando el máximo poco antes de que comience a descender la natalidad.
A diferencia de lo que pasa en los países desarrollados, que la transición demográfica dura entre 120 y 90 años y su crecimiento anual máximo nunca supera el 2%, en los subdesarrollados la transición demográfica se supone que debe ser mucho más corta y los crecimientos anuales máximos superan en 2%. Esto implica un exceso de población en el momento crítico del desarrollo económico; y que además no tiene alternativas, como las tuvo Europa con la emigración a los países nuevos y las colonias.
Los países desarrollados resolvieron este problema introduciendo prácticas de control de natalidad, más eficaces cuanto mayor era el nivel cultural y el desarrollo económico, además de recurrir a la emigración. No obstante, siempre estuvo presente el desempleo y el subempleo, ya que el sector productivo siempre oferta menos empleos de los que se demandan.
Agricultura y desarrollo
Desde los tiempos del sistema colonial data la dedicación de ciertas zonas del mundo a la agricultura y a la extracción materiales y materias primas, gracias a un sistema de especialización productiva que buscaba ventajas comparativas. Este sistema implicaba una red de interdependencias entre la metrópoli y la colonia. Desde el comienzo de la revolución industrial, la técnica y la ciencia han proporcionado a la agricultura métodos y técnicas de cultivo que aumentaban la productividad de la tierra, pero será a partir de 1944 cuando este proceso adquiera dimensiones de revolución. Este progreso era necesario para asegurar el aporte alimenticio a todo el mundo, pero ha incurrido en muchos errores.
La introducción de la nueva economía colonial capitalista suponía la destrucción de la economía tradicional de subsistencia y de los modos de producción de las civilizaciones indígenas. El modelo agrícola que se establece es la economía de plantación especulativa, que funciona como una empresa de producción, con trabajadores asalariados y utilizando todas las ventajas de la tecnología y la ciencia. Se crea un proletariado rural indígena desvinculado de las tradiciones de su civilización: aculturado. Este tipo de economía es muy inestable, ya que el régimen de monocultivo y, la dedicación de la producción al mercado internacional, hace depender su prosperidad de los precios internacionales de los bienes.
La revolución verde permitió a los países desarrollados, tras la descolonización, producir todo el alimento que era necesario para las demandas alimenticias de su población. Esto supuso una caída de los precios internacionales, y una descapitalización en los países con economía de plantación. La descapitalización de las plantaciones significó la imposibilidad de introducir mejoras e insumos que permitieran aumentar la productividad. En estos países se da una dualidad en el régimen de tenencias de tierras; por un lado está la gran propiedad y el latifundio, dedicado al monocultivo de plantación y desvinculado de la agricultura tradicional (aunque cada vez más está en manos autóctonas, sin embargo, no son ellos los que ponen los productos en el mercado); y por otro lado está la pequeña propiedad, en la agricultura tradicional de subsistencia, donde predomina el minifundio y las tierras comunales, de las que frecuentemente se ven privadas, por las plantaciones.
Las plantaciones son las grandes beneficiarias de las inversiones en el Tercer Mundo y de los planes de desarrollo. Las infraestructuras de regadío, los abonos a precios bajos, las subvenciones para la modernización de las explotaciones, etc., sólo pueden ser aprovechadas con ventaja por las plantaciones que disponen de capital suficiente para introducir mejoras, y no se pueden beneficiar de ellas los que viven de la agricultura tradicional, que son los desfavorecidos del Tercer Mundo.
En estos países la reforma agraria es una cuestión permanente. Pero la reforma que se plantea no afecta al régimen de tenencia de tierras, sino que es una reforma técnica y tecnológica de tipo liberal, con lo que se consigue introducir la propiedad privada donde existe, o donde predomina, la propiedad comunal. Este estado de cosas beneficia, sobre todo, a los países ricos, ya que se crean latifundios, y se arriendan las tierras en las peores condiciones para los más débiles.
Cuando un país se industrializa sus ciudades crecen espectacularmente, y con ellas el sector terciario y de servicios, que es indispensable para poder vivir en una ciudad.
El éxodo rural aparece con la industrialización para concentrar en un punto mano de obra y trabajo, por un lado, población y mercado por otro. La desvinculación entre la tierra y la población crea un proletariado industrial que sólo tiene para sobrevivir su fuerza de trabajo. Sin embargo, una vez terminado el éxodo rural la ciudad se sigue desarrollando por crecimiento vegetativo endógeno, debido a la transición demográfica.
No todo el proletariado tiene la oportunidad de trabajar, puesto que la oferta de puestos de trabajo siempre es menor que la demanda, creándose así desempleo, subempleo y economía sumergida. Aparecen, también, los servicios personales en el nivel más bajo.
Pero no sólo emigran a las ciudades trabajadores del campo, sino, también, los terratenientes, que no tienen que vivir en el campo para mantener sus tierras en producción. Además, emigran los pequeños propietarios que malviven con sus tierras. Con este proceso se descapitaliza el campo en favor de la industria y los servicios. Los capitales liberados son absorbidos por los servicios financieros y la búsqueda de operaciones especulativas.
En la ciudad los símbolos de la modernidad son los rascacielos del centro comercial y las viviendas en altura para las clases medias, así como las chavolas marginales en las orillas de las ciudades, para los pobres recién llegados, muy visibles en los países subdesarrollados.
El funcionamiento de una ciudad es imposible sin el sector servicios: los mercados, los transportes, la cultura, la enseñanza, la salud y las finanzas, que en buena medida son responsables del crecimiento de la ciudad.
El rápido desarrollo de una ciudad implica una rápida construcción de edificios en altura, con los que se especula por el precio del suelo. Esta especulación satisface las necesidades de la oligarquía, que gestiona las ayudas y los recursos que ofrecen las multinacionales y los aparatos estatales.
Para mantener este estado de cosas, la burguesía acude al Estado, a través del ejército, en caso de peligro, formando dictaduras militares de corte fascista.
El crecimiento de los servicios en el Tercer Mundo, al revés que en los países ricos, se ha desarrollado antes que la industria. Además, está compuesto, mayoritariamente, por servicios personales.
La industrialización de los países subdesarrollados
La industrialización del Tercer Mundo es un hecho reciente, que se debe a la política de desconcentración productiva de las multinacionales, y que buscan en los países pobres mejores condiciones de contratación de la mano de obra, incluso llegan a emplear fuerza de trabajo infantil en condiciones de semiesclavitud; y otras ventajas fiscales.
La producción de estas industrias no va dirigida al aumento del consumo interno, sino a la exportación, con lo cual los beneficios de la fabricación también se exportan. La OMC es la institución internacional que vela por la libertad de comercio, con lo que permite a las grandes multinacionales esta búsqueda de fuerza de trabajo barata y esas mejoras fiscales en los países del Tercer Mundo.
Las condiciones en las que trabaja un obrero del Tercer Mundo son mucho peores que las de cualquier trabajador en el mundo desarrollado. Peor seguridad e higiene en el trabajo, poco respeto al medio natural, menos controles de calidad, etc., son las constantes en este tipo de producción. La llegada de las grandes multinacionales hace desaparecer la industria autóctona en escasa medida, ya que esta no era capaz de introducirse en los circuitos internacionales y continúa dedicándose al mercado nacional. Además, fabrica productos de consumo interno, mientras que las multinacionales obtienen mercancías que nada tienen que ver con la industria autóctona. Sin embargo, algunas empresas comienzan a fabricar componentes para las multinacionales y terminan dependiendo de ellas, en exclusiva. Son empresas subsidiarias autóctonas.
Estos procesos han tenido lugar en todos los países del Tercer Mundo, pero ha sido más espectacular en los países asiáticos, por el empuje de la economía japonesa, en México y en Brasil, por su buena posición en las rutas del comercio internacional.
Los beneficios de esta industrialización terminan en manos extranjeras o en la oligarquía autóctona, lo que explica porqué los países siguen subdesarrollados, a pesar de sus altos índices del crecimiento. Faltan los canales de distribución de la riqueza, lo que implica que existan grandes diferencias sociales.
La crisis de 1973 fue el detonante de esta industrialización del Tercer Mundo, ya que en los países desarrollados la energía era muy cara y el proletariado había conseguido unas condiciones de alquiler de la fuerza de trabajo más favorables. Además, la tecnología permitía aumentar la productividad empleando poca mano de obra, aunque muy especializada. Al Tercer Mundo se fueron aquellos procesos productivos que necesitaban mucha mano de obra.
Perspectiva
La situación de los países del Tercer Mundo no es estática, ni está bloqueada, sino que goza de un gran dinamismo, pero los cambios no suelen estar dirigidos, y por lo general son negativos, ya que no hay mecanismos de protección ante los abusos del capital.
En todo el mundo crecen las necesidades que se consideran básicas, gracias a la publicidad, sin embargo no aumenta en la misma proporción la renta ni los recursos disponibles para hacerlas frente y satisfacer tales necesidades.
El paro es un mal endémico y estructural, que detrae rentas de los que ganan algo y alimenta el subempleo o la delincuencia.
Las ayudas financieras al Tercer Mundo no sirven de mucho, porque no hay canales adecuados de distribución de los capitales invertidos. De la obra pública se beneficia el que dispone de capital para aprovecharla con ventaja, es un recurso utópico que permite al Banco Mundial y al Fondo Monetario Internacional controlar la política económica de los países del Tercer Mundo a través de la deuda exterior, imponiendo políticas liberales que aseguran el cobro del préstamo, pero que no garantizan el desarrollo económico del país. Otra cosa es la ayuda solidaria, y la llegada de los ahorros de los emigrantes, dirigida a comunidades muy concretas, aunque no es un factor de desarrollo integral de un país.
Los países del Tercer Mundo dependen de la tecnología y de los capitales de los países desarrollados, principalmente de las inversiones de las multinacionales que pueden tomar la decisión de marcharse y dejar el país en la ruina y sin recursos.
Lo más característico de los países del Tercer Mundo son los diferentes grados de desarrollo dentro de una misma región, que se manifiestan geográfica y socialmente entre zonas ricas y pobres, y clases ricas y pobres. Las rondas de los países más poderosos para tratar sobre la globalización han supuesto la liberalización del comercio internacional de productos agrícolas, ya estaba liberalizada la industria, lo que significa que la posibilidad de vender estos productos en el mercado internacional está en manos de las compañías de transporte. Por otro lado, los países desarrollados tiene excedentes de todo, y pueden colocar sus productos en el mercado de los países subdesarrollados a precios más bajos que el coste de los autóctonos, e incluso a menor precio que la producción de subsistencia, con lo que saldría más caro producir que comprar.
El sistema capitalista es, por excelencia, depredador de materias primas y contaminante. Cree en el crecimiento ilimitado, habrá crecimiento siempre que exista consumo, indefinidamente.
Se hace imprescindible adecuar los ritmos de explotación y de recuperación de los recursos, para evitar que se agoten. Esto supone que el desarrollo económico capitalista, para un determinado nivel tecnológico, tiene un límite, que es aquel que le impone la disponibilidad del factor tierra y las condiciones ecológicas que lo sustentan. Se hace necesario el desarrollo sostenible.
La solución de los problemas de desarrollo de los países del Tercer Mundo pasa por el desarrollo local, es decir, la creación de circuitos de producción y consumo en mercados de ámbito local, que permitan la creación de capitales autóctonos, bien distribuidos entre todas las clases sociales. Esto implica que la economía debe producir primero para el consumo interno, y no para exportar los recursos que se pueden vender en el mercado internacional de manera especulativa. Este es el modelo de crecimiento que llevó a Japón a ser la segunda potencia del mundo capitalista, basada en el impulso del crecimiento de la demanda interna, y sólo una vez satisfecha esta se dedica parte de la producción a la exportación.
La alta tasa de emigración que han tenido los países del Tercer Mundo desde la década de 1990 ha supuesto la llegada de importantes remesas de dinero a familias concretas que han podido crear pequeños negocios y prosperar dentro de su comunidad atendiendo a las necesidades de sus vecinos. Este proceso ha sido particularmente importante en América Latina, lo que, unido a la estabilidad política, ha permitido un desarrollo económico muy importante de la región, y alguno de los países, como Chile, Argentina, Venezuela, Brasil o México, han conseguido niveles de desarrollo muy cercanos a los de los países ricos. En otros, aunque aún no han alcanzado estos niveles, el cambio ha sido realmente tan espectacular que apenas se reconocen a sí mismos.
Autor:
Carmen E. Páez González
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