Por el contrario, si supusiéramos que los acontecimientos futuros son contingentes, esto es, que no están determinados de antemano, podríamos preguntarnos: Entonces, ¿cómo entender el futuro?, ¿es en todos los casos lo que llamamos "futuro" una mera creación de nuestra imaginación?, ¿ó, a lo sumo, una proyección de nuestras experiencias pasadas?, ¿ó, bien, un horizonte preñado de posibilidades que esperan ser actualizadas mediante nuestro esfuerzo y empeño?
En suma, respecto del futuro: ¿hay contingencia ó necesidad? Para responder taxativamente a esta disyuntiva tendríamos que poder estar más allá del tiempo y del devenir, tendríamos que –por decirlo de alguna manera– estar en la "mente divina", esto es: salir de la dimensión espacio-temporal en la que estamos insertos y situarnos en un lugar de observación trascendental, fuera del antes y del después, en un hipotético presente absoluto que –siguiendo a la tradición filosófica– podríamos denominar "eternidad".
Dicho de otra manera, en tanto "somos en el tiempo" no podemos saber de un modo absoluto si lo que llamamos futuro es algo necesario ó contingente, o mejor, si los "futuros" son siempre y en todos los casos posibles ó necesarios.
Ante tal imposibilidad epistemológica, nos queda –empero– la "posibilidad" –ó al menos la ilusión de la posibilidad– de optar por creer que los acontecimientos futuros no están determinados, ó que sí lo están. En ambos casos se trata siempre de una hipótesis que sirve al hombre en el plano de la praxis cotidiana.
Es así que, por ejemplo, podríamos toparnos con alguien que nos dice con toda sinceridad: "Yo juego a menudo a la lotería, pero juego porque quiero [contingencia], ¡no soy un adicto al juego!; de todas maneras, si es el destino que gane un día, así será, si no, es porque no llegó mi hora [necesidad]". Lo cierto es que ambas hipótesis, la que sostiene la contingencia y apuesta a la libertad –al menos en el campo de las decisiones humanas–, y su contraria, la que sostiene la necesidad y el destino, ambas suelen ser utilizadas como complementarias en la praxis de la vida cotidiana.
En lo que sigue, intentaré ampliar el análisis y la problematización del tema desde cuatro puntos de vista distintos aunque no excluyentes entre sí, sino complementarios:
Perspectiva lógico-metafísica: "realidad física".
Perspectiva psicológica: "realidad psíquica individual".
Perspectiva holística: "sincronicidad".
Perspectiva trascendente: "providencia".
En la primera perspectiva, tomaré como referente a Aristóteles; en la segunda al Psicoanálisis; en la tercera a C. G. Jung; y en la última, a Tomás de Aquino.
Finalmente, propondré algunos corolarios.
Perspectiva lógico-metafísica: "realidad física" según Aristóteles
Como dije, cuando hablamos de futuros contingentes hablamos de realidades, acontecimientos ó sucesos que ahora mismo no son, pero que pueden ser ó no ser.
Es curioso que Aristóteles, comúnmente considerado el Padre del empirismo de corte metafísico y del realismo, contrariamente a lo que podríamos esperar, trate con cierta extensión el tema de los futuros contingentes no en la Física, ni siguiera en la Metafísica, sino en su tratado Sobre la Interpretación (Perí Hermeneias). Y esto se justifica por el hecho de que hablar de futuros contingentes implica necesariamente hacer un salto desde el logos –el pensamiento y la palabra– hacia la fysis –el mundo material–; un salto desde el mundo de lo "posible" (lo mental) al mundo de lo fáctico (los hechos). Distinto es hablar del presente y del pasado, ya que no son posibilidades —como lo es el futuro contingente—, sino "hechos", respecto de los cuales, por tanto, podemos afirmar algo con certeza fáctica:
En las cosas que son y que fueron es necesario que la afirmación ó la negación sea verdadera ó falsa.[4]
Es decir, cuando se trata de hechos, ya presentes, ya pasados, no hay probabilidades ni posibilidades (como ocurre respecto del futuro) sino que hay adecuación ó no entre lo que afirmamos y los hechos. Dicha "adecuación" ó correspondencia es lo que Aristóteles entiende por "verdad". Por ejemplo, si está lloviendo en este momento, el juicio "Está lloviendo" será verdadero ó "adecuado" a la realidad del hecho. Si no se adecua a los hechos, será falso. En cambio, respecto de los futuros contingentes, tanto la afirmación como la negación pueden ser verdaderas, aunque –por supuesto– no al mismo tiempo respecto del mismo sujeto:
Con los singulares futuros no ocurre igual. Pues si toda afirmación ó negación fuera verdadera ó falsa, también necesariamente todo lo afirmado ó negado habría de darse ó no darse [lo cual sabemos por experiencia que no es así].[5]
El plano lógico, cualquiera de las partes de una disyunción puede ser verdadera ó falsa, lo único necesario es que la disyunción sea verdadera en cuanto disyunción. Llevado al plano de los futuros contingentes, lo único necesario –con necesidad de hecho– es que sean contingentes.
Digo, por ejemplo, que necesariamente mañana habrá ó no habrá una batalla naval (…) Empero, es necesario que se produzca ó no se produzca (…) Necesariamente ha de ser verdadera ó falsa una u otra parte de la contradicción, pero no ésta ó esa sino cualquiera al azar; y puede ser verdadera una más bien que la otra, pero no verdadera ó falsa ya.[6]
Pero aunque dentro del ámbito de lo contingente no hay certezas absolutas, no se descartan las probabilidades. La regularidad que observamos en el mundo físico sentó las bases de la confianza en las predicciones estadísticas. Éstas nos pueden inclinar a esperar algo más que su contrario. De allí que Aristóteles llame a una hipótesis "más verdadera" que su contraria.
Es así que, no obstante la "contingencia" de los futuros, observamos en la naturaleza ciertas regularidades. Algunas más estables que otras. Cuanto más estable es una regularidad, tanto más estamos inclinamos a pensar en algo "necesario". Sin embargo, lo "necesario" (en tanto que por definición "no puede no ser"), parece darse en el plano de la lógica, no así en el mundo físico. Sin embargo, apoyados en regularidades marcadamente estables hay quienes hablan, un tanto impropiamente, de "necesidad de naturaleza". Por ejemplo, es para el sentido común algo obvio esperar que un manzano produzca una manzana y no un pomelo. Sin embargo, la regularidad que observamos en la naturaleza muchas veces se ve alterada por diversos factores; y así, aunque comúnmente no es esperado, una serpiente, por ejemplo, puede en raras ocasiones parir una cría con dos cabezas, tal como la que se conserva en algunos museos de rarezas naturales.
Es así que en el mundo físico, las regularidades parecen tener excepciones. Y dentro de los futuros contingentes, a pesar de las probabilidades basadas en regularidades, hay sucesos totalmente no previsibles, ó azarosos, particularmente en campo de las decisiones humanas, ya individuales, ya colectivas. Esto nos enfrenta con la hipótesis de la libertad humana, tema en el que no podré entrar dados los límites de este ensayo. Sin embargo, si la tomamos como una hipótesis: la libertad de las decisiones individuales y colectivas ó concensuadas no hace sino reafirmar la "contingencia" de todas aquellas posibilidades que caen dentro de lo futuro:
Lo que llega a ser cualquier cosa al azar no tiene ni tendrá por qué ser así ó no ser así.[7]
Pero si consideramos que aquello que "no tiene ni tendrá que ser así" está en el plano de la lógica, de la no contradicción, y de lo "posible" –que es un ente de razón–, estaríamos tentados de adjudicar a Aristóteles un idealismo de tipo meta-lógico, lingüístico y construccionista. Pero Aristóteles no subordina la realidad al pensar, sino todo lo contrario. Para él, la realidad existe como no-contradictoria en sí misma, independientemente del pensamiento racional y su lógica. Los futuros contingentes en tanto "posibilidades" están en el plano del pensamiento, pero no necesariamente por ser pensados habrán de concretarse en la realidad. En todos los casos es el pensamiento el que depende de la realidad y no a la inversa:
En efecto, las cosas ó serán ó no serán no por afirmarlas ó negarlas, ni dentro de diez mil años más que dentro de cualquier otro tiempo.[8]
Tal es así, que la relativa certeza, incluyendo el cálculo de probabilidades, que nuestro pensamiento puede adquirir respecto de la realidad témporo-espacial, no le viene totalmente de sí mismo sino que parte y se fundamenta en la observación y estudio de aquella.
En suma, el mundo de los futuros contingentes es una "puerta abierta a la posibilidad de lo posible", esto es, a la posibilidad de que llegue a darse en la existencia algo que "puede ser" concebido en el plano de la mente, esto es, algo que no es en sí mismo contradictorio (=imposible):
Pues, en general, en las cosas que no siempre se realizan [=lo contingente] existe la posibilidad de que sean y de que no sean, de modo que también puede que lleguen ó que no lleguen a ser.[9]
Perspectiva psicológica: "realidad psíquica individual" según el Psicoanálisis
Es parte de la experiencia humana "ser en el tiempo", "ser en la historia" ó mejor, "ir haciéndose en la historia". El "hoy" de cada individuo y su configuración psíquica peculiar no surgieron de la nada ni se dan en abstracto, sino que son el producto de la interacción de las circunstancias presentes, del pasado –es decir, la historia evolutiva de cada individuo–, y de las fantasías y proyectos respecto del futuro. Es así que los futuros contingentes, según la perspectiva psicológica que seguiremos, están intrínsecamente vinculados tanto al presente como al pasado de cada individuo.
Las distintas escuelas y orientaciones de la psicología contemporánea ponen el acento ya en una, ya en otra de las dimensiones temporales de la existencia. En general, las corrientes de base existencialista y las conductuales – cognitivas, se centran en el presente del individuo, y al futuro lo ven como una posible construcción a partir siempre del presente del sujeto y las potencialidades de que dispone.
El psicoanálisis, en cambio, tradicionalmente ha puesto el acento en el pasado del sujeto. De tal manera que las primeras vivencias infantiles –particularmente en relación al Complejo de Edipo– asentarían desde lo inconsciente las bases de la orientación actual del sujeto y su proyección de futuro. En casos patológicos, el sujeto podría dejar de percibir el futuro como contingente, y experimentarlo de alguna manera como una fuerza inexorable y perversa. Esto es lo que en la literatura psicoanalítica se conoce como "compulsión de destino" ó menos precisa pero más extendidamente como "neurosis de destino". Al respecto dice Freud:
[Algunos sujetos] dan la impresión de un destino que los persigue, de una orientación demoníaca de su existencia.[10]
Se trata de sujetos que, como se dice popularmente, "tropiezan siempre con la misma piedra", y que además experimentan: ó bien que hay una "fuerza" desconocida y negativa en su propio interior que los impulsa a repetir casi mecánicamente patrones de conducta ("compulsión a la repetición") que consideran perniciosos para sí mismos y, en mayor ó menor medida, también para los demás; ó bien, experimentan que esa fuerza desconocida no está dentro de ellos mismos, sino fuera, en el mundo, como "ley del destino" que frustra constantemente todo intento de cambio, generándoles además de angustia, impotencia y hasta desesperación. Dice Freud:
Se trata de individuos que [paradójicamente] fracasan ante el éxito.[11]
En esta misma línea, el psicoanalista René Laforgue habla de "neurosis de fracaso". Expresión amplia con la que designa un modo deficitario de funcionamiento psicológico por el cual el superyó de ciertos individuos sería el responsable último de una serie de mecanismos inconscientes de autocastigo que desembocarían en el fracaso, particularmente en esferas afectivas y sociales.[12]
Los seguidores de Freud, en general, destacan las "improntas" irreversibles que –para bien ó para mal– quedan grabadas en el psiquismo del hombre y la mujer adultos. Esas improntas pertenecen al pasado, pero se reactualizan constantemente en el presente del individuo, y se proyectan inconscientemente en su visión del futuro, tiñéndolo de pesimismo ó de optimismo, según que las primeras experiencias infantiles hayan sido favorables para la adquisición de una "confianza básica" ó, por el contrario, desfavorables y causantes de traumas.
Dado los límites de este trabajo, señalaré sólo algunos de los que considero aportes fundamentales de tres autores escogidos: Mahler, Bion y Adler.
Margaret Mahler, por su parte, subrayará la gran importancia que tiene para todo el devenir psíquico una adecuada "ruptura del cascarón" en el niño. Denomina así al proceso vital que tiene lugar entre el 5º y el 8º mes. En dicha fase, el niño ha de adquirir progresivamente la posición erecta y aprenderá a dar primeros pasos, tomando distancia de la madre, pero teniéndola a la vista, logrando así el inicio de un proceso psicoafectivo de "separación e individuación", de capital importancia para la configuración del psiquismo. Una mala resolución de esta fase ocasionaría a una amplia gama de características neuróticas e incluso una posible patología borderline. [13]
Wilfred Bion, por su parte, subrayará la importancia del "reverie" materno. Éste consiste en una función protectora y contenedora de la madre respecto del niño, que haría las veces de filtro de las emociones demasiado intensas provenientes del medio que el frágil psiquismo del niño sería incapaz de procesar y tramitar por sí mismo. En caso de fallar el reverie materno, el niño quedaría expuesto a experiencias emocionales traumáticas graves –lo que Bion denominó "terror sin nombre", dado que el psiquismo del niño pequeño aún no puede asignar "palabra" a las emociones–, de posibles consecuencias psicotizantes.[14]
Alfred Adler, considera que la preocupación excesiva y desconfiada respecto del futuro es propia del hombre neurótico. Difiriendo de Freud, Adler no admite la etiología sexual de las neurosis. Afirma, por su parte, que toda neurosis se origina en lo que él denomina "sentimiento de inferioridad". Éste consistiría –tomando una expresión de Janet– en cierto "sentimiento de incompletud", originado en la infancia, cuando el niño, al compararse con sus padres ó con otros adultos, habría experimentado una sensación de inferioridad. La cual, operaría desde lo inconsciente como núcleo patógeno responsable de todo futuro desánimo neurótico, pesimismo y desconfianza exagerados, merma en el rendimiento y todo tipo de desajustes con el ambiente.[15]
En suma, para el psicoanálisis el futuro –ya visto como contingente, ya como destino necesario e inexorable– no sería otra cosa que producto de las proyecciones de contenidos inconscientes originados en las experiencias vitales del pasado. Y los recursos de los que dispone el Yo del sujeto para hacer frente a los requerimientos actuales de cara al futuro, estarían en gran medida determinados por las experiencias del pasado y por lo que el sujeto "hizo" ó fue capaz de hacer con ello.
Perspectiva holística: "sincronicidad" según C. G. Jung
Dentro de los futuros contingentes solemos incluir lo que denominamos azar. Es decir, hechos que ocurren sin que podamos predecirlos por vía causal, y que parecerían carecer de sentido ó significación en sí mismos tomados de modo aislado: por ejemplo, una mosca que vuela; una hoja que cae; el número ganador de la lotería. Pero la distinción entre causal y casual no agota la realidad, ya que hay un tercer grupo de fenómenos que no son ni causales ni meramente azarosos ó casuales: se trata de acontecimientos independientes entre sí pero que coinciden a nivel significativo. Tal es el caso de lo que Jung denominó fenómenos de sincronicidad.
Para entender estos fenómenos debemos adoptar una perspectiva amplia e integradora. Por eso a esta tercera perspectiva la llamé "holística" (de la raíz griega hólos = totalidad), porque no se centra sólo, como la primera, en lo objetivo –lógico metafísico–; ni sólo, como la segunda, en lo subjetivo –psicológico–; sino que incluye ambas dimensiones como un todo inseparable que da cuenta de la riqueza y complejidad de la realidad:
Con la sincronicidad como punto de partida, es posible empezar la construcción de un puente que atraviese los mundos de la mente y de la materia, de la física y de la psique.[16]
Jung define la sincronicidad como:
Coincidencia significativa. [17]
Conexión transversal significativa. [18]
Coincidencia temporal de dos ó más acontecimientos, no relacionados entre sí causalmente, cuyo contenido significativo es idéntico ó semejante.[19]
Simultaneidad de un estado psíquico con uno ó varios acontecimientos externos que parecen como paralelos significativos en el momentáneo estado subjetivo.[20]
Para explicar estas nociones considero útil recurrir a un par de ejemplos referidos por el mismo Jung. El primero:
Una joven paciente tuvo en un momento decisivo del tratamiento un sueño durante el cual se le regalaba un escarabajo de oro. Mientras me relataba el sueño, estaba yo sentado de espaldas contra la ventana cerrada. De repente percibí detrás de mí un ruido, como si algo golpeara suavemente contra la ventana. Volviéndome advertí que un insecto había chocado contra la ventana desde afuera. Abrí la ventana y lo cacé al vuelo. Era la analogía más próxima a un escarabajo de oro que cabe encontrar en nuestras latitudes, un «scarabeide cetonia aurata », la «cetonia común de la rosa», que evidentemente se había sentido impulsado, en contra de sus hábitos comunes, a penetrar en una habitación oscura en ese preciso momento.[21]
El segundo:
La esposa de un paciente mío, cincuentón, me refirió de pasada, durante una conversación, que a la muerte de su madre y de su abuela habíase reunido delante de las ventanas de la cámara mortuoria gran número de pájaros . Su narración era similar a las que ya había yo escuchado de otras personas. Al acercarse a su fin el tratamiento de su marido, habiéndose curado su neurosis, se manifestaron ciertos síntomas, bastante innocuos en apariencia, que atribuí a una enfermedad cardíaca. Lo remití a un especialista, el cual, empero, no pudo encontrar nada de cuidado en la primera auscultación, como me lo comunicó por escrito. Al regresar de la consulta a su casa (con el informe médico en el bolsillo), mi paciente se desplomó repentinamente en la calle. Mientras se lo conducía moribundo a su casa, su mujer se hallaba ya muy angustiada, porque poco después de haber salido su marido una bandada de pájaros había descendido sobre el techo de la casa.[22]
Vemos en ambos casos, una coincidencia a nivel simbólico ó de significado, entre un acontecimiento externo y un contenido subjetivo. En ambos casos la coincidencia no puede explicarse de modo causal: no podríamos decir de modo científicamente fundamentado que el relato del escarabajo causó ó produjo la aparición en ese momento de aquella cetonia; tampoco podríamos afirmar que la aparición de una bandada de pájaros produjo aquella afección letal al paciente de Jung. En todos los casos cada acontecimiento aislado tiene su propia explicación causal; pero no es posible explicar causalmente la coincidencia a nivel de significado que es lo propio del fenómeno de sincronicidad.
Explica Jung que recién a partir del sueño del escarabajo aquella paciente pudo hacer progresos reales en su tratamiento, ya que desde hacía un tiempo el progreso terapéutico parecía haberse estancado. Esto está relacionado con la función simbólica del inconsciente. Y no sólo el inconsciente personal, sino también el inconsciente colectivo. Porque la paciente no tenía conciencia de lo que para culturas antiguas (para los Egipcios) significaba el escarabajo: renacimiento [23]renovación, resurgimiento. Y dado que, como bien dice Jung: "Lo inconsciente con frecuencia sabe más que lo consciente" [24]el inconsciente personal de aquella mujer bien podría haber recibido esa información de un sustrato más profundo, el inconsciente colectivo, y anunciar así, con la producción de ese sueño, un cambio de etapa en el proceso terapéutico, seguido de avances ó progresos interiores. Ahora bien, el sueño se produjo el día anterior a la aparición real de aquel escarabajo con alas doradas. No obstante hubo aquí una auténtica sincronicidad, es decir, una coincidencia significativa, entre el sentido simbólico del sueño y la aparición del insecto en el momento de relatar el sueño al día siguiente.
En el segundo ejemplo, la esposa del paciente de Jung pudo haber asociado la primera aparición de la banda de pájaros con la muerte de su madre, y temer por la vida de su esposo a partir de la segunda aparición de pájaros, pero todo esto de modo intuitivo e inconsciente, ya que ella desconocía conscientemente, por ejemplo, el significado simbólico que muchas culturas antiguas asocian a los pájaros [25]viaje hacia el más allá; tránsito de las almas; etc.
Ahora bien, respecto de los futuros contingentes, ambos ejemplos nos llevan a pensar que la sincronicidad operaría de alguna manera como un puente entre la psique y el mundo témporo – espacial. En el primer caso, se vinculan el pasado (momento en que la paciente tuvo el sueño) y el futuro (la aparición del escarabajo al día siguiente), en el presente de la sesión, durante la cual Jung puede advertir el fenómeno de sincronicidad. Lo mismo ocurre en segundo ejemplo en el que están vinculados pasado, futuro y presente: las apariciones de la bandada de pájaros en dos oportunidades, la muerte de la madre (pasado) y la muerte del esposo posterior a la aparición de los pájaros (futuro), y Jung que recuerda el relato de la esposa de su paciente, advirtiendo la vinculación significativas de los acontecimientos (presente).
Antes de concluir esta sección, quisiera hacer algunas aclaraciones.
Primero, la coincidencia meramente azarosa de dos ó más acontecimientos en el tiempo no sería sincronicidad sino "sincronismo".[26] Lo que diferencia la sincronicidad del azar es la vinculación de dos ó más hechos entre sí por medio de un significado en común. Podríamos decir que en los fenómenos de sincronicidad hay un núcleo simbólico que oficia de nexo de unión de dos ó más hechos que coinciden en el tiempo. Pero esa coincidencia en el tiempo en ocasiones va más allá del instante en que se produce el fenómeno, incluyendo una vinculación de pasado, futuro y presente, como en los dos casos mencionados.
Segundo, cuando Jung llama acausal a la sincronicidad, ni niega ni afirma la posibilidad de una causalidad metafísica. Sino que, cuando se refiere a la sincronicidad la contrapone al principio explicativo utilizado por la ciencia empírica moderna basado en la regularidad observable y estadísticamente comprobable, por eso se refiere a la causalidad como "Una verdad meramente estadística y no absoluta"[27], "Una verdad relativa… válida donde se trata de magnitudes macrofísicas… por cuanto las magnitudes ínfimas [piénsese en la física cuántica] no se conducen conforme a las leyes naturales conocidas".[28]
[El principio de causalidad de la ciencia empírica moderna] constituye una suerte de hipótesis de trabajo acerca de la forma en que los hechos se desarrollan uno a partir de otro, en tanto que la sincronicidad considera que la coincidencia de los hechos en el espacio y en el tiempo significa algo más que un mero azar, vale decir, una peculiar interdependencia de hechos objetivos, tanto entre sí, como entre ellos y los estados subjetivos –psíquicos– del observador ó los observadores.[29]
Tercero, el azar no sería sino algo posible que se constituye en "Una excepción a la regla" [30]es decir, a lo estadísticamente esperable.
Cuarto, lo que diferencia la sincronicidad de la superstición es que esta última se basa en una solapada causalidad de tipo "mágico". Así, por ejemplo, pasar por debajo de una escalera causaría mala suerte; ó romper un espero traería a quien lo hiciere siete años de mala suerte. La sincronicidad, por su parte, no se basa en una explicación causal, como he mostrado, sino que se fundamenta en un plus de sentido que pueden ser advertidos en la coincidencia de ciertos acontecimientos, aunque ello no pueda ser explicado a partir de las leyes naturales.
Hechas estas aclaraciones, podríamos decir, en suma, que el fenómeno de la sincronicidad respecto de los futuros contingentes se constituye en una puerta abierta a una forma de ver el mundo que no busca tanto explicar el por qué suceden las cosas, sino el sentido que tiene para nosotros y en cada caso que sucedan determinadas coincidencias, que de otro modo desecharíamos como mero azar.
Perspectiva trascendente: "providencia" según Tomás de Aquino
Si decimos que los acontecimientos tienen un "sentido" en el tiempo, estamos admitiendo que en la realidad hay alguna forma de orden. Pero, ¿de dónde viene el orden del mundo?
Los griegos pensaban que el mundo era eterno y desde siempre ordenado, por eso lo llamaban kósmos (= orden). No pensaban en la necesidad de un principio creador, pero sí en la necesidad de un principio ordenador. Platón, en el Timeo, por ejemplo, apeló a la metáfora del Demiurgo que habría modelado la materia acorde teniendo como modelo las ideas eternas. Aristóteles, por su parte, en su Metafísica, establece como principio del orden universal al Primer Motor que, en cuanto causa final, atrae todas las cosas "como el amado a la amante". Para Plotino el orden del mundo está establecido por la jerarquía de los seres que emanan de Lo Uno como de una cascada.
En general los pensadores cristianos, incluido Tomás de Aquino, consideran que no sólo el orden del mundo tiene un principio ordenador, sino que el mundo mismo tiene un principio por el cual existe, es decir, que el mundo fue creado por Dios a partir de la nada, ex níhilo; y junto con la existencia, Dios le otorgó un orden, lo que implica una ordenación inteligente hacia un fin. Según Tomás, la providencia es el atributo divino que implica el conocimiento y el gobierno que Dios tiene respecto de todas las cosas que ha creado.[31] El mismo ordenamiento que observamos en el mundo es un indicador, ó como dice el Aquinate, una de las "vías" (la 5º) para llegar a conocer que Dios "es":
Es imposible que cosas contrarias y disonantes concuerden hacia un mismo orden siempre ó varias veces si no hay algún tipo de gobierno a partir del cual todas y cada una tiendan a cierto fin. Pero vemos en el mundo que cosas de diversa naturaleza concuerdan hacia un mismo orden, no como algo raro y casual, sino siempre ó la mayor parte de las veces. Es necesario, por tanto, que haya alguien cuya providencia gobierne el mundo.
Para la tradición teológico-patrística cristiana, el mundo ha sido creado por Dios, y no ha sido creado caótico, sino ordenado por el mismo Dios hacia un fin que es Él mismo. Lo que varía entre las creaturas es el modo en que cada una puede llegar a alcanzar dicho fin. Y el hombre, por haber sido creado a imagen y semejanza de Dios goza de inteligencia y voluntad libre, participa de la providencia del mundo, y es responsable directo de la providencia de su propia vida, cuyo fin último es trascendente:
Cuanto más cercano es algo al primer principio, tanto más noble es el orden en que es colocado bajo la providencia. Ahora bien, entre todas las cosas, las substancias espirituales son las que más se aproximan al primer Principio, por lo cual también se dice que son signadas por su imagen. Y por eso, se sigue que no sólo caen bajo la providencia, sino que son providentes. Y esta es la causa por la que dichas substancias tienen elección de sus actos, y no las demás creaturas que sólo caen bajo la providencia, mas no son providentes (…) Entre dichas creaturas está el hombre, porque su forma, es decir, su alma es una creatura espiritual, en la cual está la raíz de los actos humanos [es decir, libres] y por la cual también el cuerpo del hombre se ordena a la inmortalidad [= el fin escalológico de la resurrección] .[32]
Ahora bien, ¿cómo se vincula todo esto con los futuros contingentes? La clave parece estar en el uso que el hombre hace de su propia libertad. De tal manera que, aunque como parte de la creación está destinado por Dios a un fin trascendente —en el caso de las criaturas racionales: la felicidad eterna [33]no por eso se elimina la libertad que el hombre ejerce sobre sus actos particulares.
Dios encomendó al hombre en manos de su propio consejo en cuanto lo constituyó providente de sus propios actos. Sin embargo, la providencia del hombre respecto de sus actos no excluye la providencia divina respecto de los mismos, así como tampoco las potencias activas de las creaturas excluyen la potencia activa divina.[34]
En síntesis: la providencia no impone una necesidad estricta en el mundo. De tal manera que conjuntamente con un orden universal trascendente, pueden existir los futuros contingentes, en especial los que implican las decisiones libres del hombre.
* * *
Algunos corolarios finales
Según la última perspectiva, el hombre, aunque inserto dentro de un plan universal providente, sigue siendo responsable de su propio destino, al menos en cuanto a sus decisiones libres, entre las que se incluyen tanto el "hacer", como el "omitir", y el "aceptar".
Pero nadie puede negar que hay algunas cosas sobre las cuales no podemos decidir. Esto tiene que ver con los "límites" de aquello cae bajo nuestro arbitrio. Uno de esos límites, quizás el que más impotencia pueda causarnos es el pasado. No podemos decidir que el pasado sea distinto de cómo fue. Otro límite son las circunstancias del presente. Aunque, según los casos, podemos modificarlas, cuanto menos en parte. Otro límite son los productos de nuestra imaginación, muchas veces teñidos de experiencias pasadas proyectadas como posibilidades futuras (segunda perspectiva).
No podemos decidir acerca de lo contradictorio e imposible (por ejemplo: un círculo cuadrado no existe ni podrá hacerlo!). Pero sí podemos decidir aceptar los límites de lo imposible, y hacer empero lo posible que esté a nuestro alcance.
No podemos decidir acerca de las sincronicidades. Lo que sí podemos decidir es prestarles la atención que se merecen y aprovechar el mensaje que nos transmiten.
Es así que, desde las cuatro perspectivas mencionadas en este ensayo, podemos ver los futuros contingentes como puertas abiertas al misterio de las posibilidades, respecto de las cuales nunca podemos permanecer neutrales. Pretender dejar de lado nuestra libertad y resignarnos a una idea de "destino" cerrado, es ya una decisión, y como tal traerá consigo sus consecuencias.
Marcelo Aguirre,
Septiembre 2009.
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LAPLANCE, J. – PONTALIS, J., Diccionario de psicoanálisis, Paidós, Buenos Aires, 2006.
PEAT, F. David, Sincronicidad. Puente entre la mente y la materia, Kairós, Madrid, 1996.
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