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La godzilización de King Kong y la isla de la calavera


  1. Introducción
  2. Cuando el tamaño importa
  3. Islas, paraísos e infiernos perdidos
  4. Palabras finales

Gigantismo y aislamiento

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Introducción

La restauración de King Kong[1]en la gran pantalla de los cines del mundo me pone, una vez más, ante los numerosos tics que el film sintetiza del prolongado y rico imaginario occidental de los últimos dos mil años. Y aunque debo confesar que la película me pareció flaca en más de un aspecto ?especialmente el guión y el tratamiento que hicieron de los personajes humanos?, no es menos cierto que en ella nos reencontramos con un Kong bestial, agresivo, animalizado y descomunalmente grande. Un rey despiadado capaz de enfrentarse a cualquiera con tal de no ver sus dominios invadidos, tanto por extraños de afuera como de "adentro".

Esta vez, en 2017, el romance que se advierte en las tres primera películas sobre el personaje desaparece, descartando de lleno la impensable ?pero siempre sugerida? zoofilia y convirtiendo al gorila en un guardián irascible, ajeno a los retorcidos apetitos sexuales en los que se concentró ?especialmente? la remake del año 1976.[2]

En Kong: Isla de la Calavera (2017), el monarca insular irrumpe en la pantalla sin demasiados preámbulos, exhibiendo un gigantismo fuera de lo normal (¡cómo si existieran cosas normales en sus películas!) e inclinando su apariencia hacia el universo de esos ogros y cíclopes, de mitos y leyendas, capaces de devorar un rebaño de ovejas como si éstas fueran confites.

El gigantismo exacerbado es su nuevo sello distintivo, característica básica de la monstruosidad y principal signo de alteridad en todo el film (no sólo en Kong, sino también en los búfalos, arañas, insectos y criaturas subterráneas de las que se hace gala). El gorila es morrocotudamente enorme. Pantagruélico. Literalmente tan grande como una montaña.

Pero el cine, a lo largo del tiempo ?desde la década de 1930? lo dotó de estaturas variables. Tantas, que hubo muchos críticos que llegaron a decir que eran diferentes Kongs (especies distintas en islas también distintas).[3]

Para su creador en 1933, Merian C. Cooper, y Dino de Laurentis, su repositor del año 1976, Kong alcanzaba una altura que varió de los 15 a los 17 metros. Una mole de carne y huesos lo suficientemente impactante como para que las protagonistas femeninas se pasaran buena parte del film gritando descontroladamente ante su presencia.[4]

Claro que para verlo tan descomunalmente grande como ahora (2017) ?aunque con un aspecto grotesco que por fortuna perdió? deberíamos volver a observar las dos versiones niponas del personaje: King Kong contra Godzilla (1962) y King Kong se escapa (1967), producidas por los ya míticos Estudios Toho de Japón y dirigidos por Ishiró Honda (1911-1993), uno de los realizadores más famosos del cine fantástico oriental.

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Las dos versiones japonesas de Kong

Carteleras de la época (1962 y 1967)

En esos dos filmes (estrenados en Argentina recién en la primera mitad de la década de 1970) el gorila pegó el primer estirón considerable.

En 1962, al momento de enfrentarse al monstruo más querido de Japón, Kong quintuplicó su tamaño alcanzando los 60 metros de altura; para volver a encogerse en 1967 hasta los 20 metros y así poder luchar contra una maravilla del diseño cinematográfico de la época, el Mechanikong. Un robokong metálico construido por una malvada organización criminal (tipo la Spectre de los filmes de James Bond)[5] que ?ese sí? nos dejó mudos a todos los que teníamos por entonces unos 13 años de edad.

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El Mechanikong de 1967

Hoy, y tras la versión de Peter Jackson (King Kong, 2005) en la que se mantuvieron los 15 metros originales, el monito regresa godzilizado, topándonos con un Kong de casi 100 metros de altura.

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El Kong actual (2017)

Una maravilla biológica de la ficción que no sólo anuncia un nuevo intercambio de guantes con el dinosaurio mutante japonés (esperado para el año 2020, según dicen), sino una renovada mirada a la Isla de la Calavera y, concomitantemente, una vuelta al imaginario que nos acompaña desde hace siglos cada vez que salimos de casa y nos internamos en otros mundos (imaginarios y reales).

Sobre estos últimos aspectos tratará el artículo que sigue a continuación.

Buenos Aires, marzo de 2017

PARTE 1

Cuando el tamaño importa

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Gigantes monstruosos

Los significados de las palabras también tienen su historia. Se modifican con el tiempo. Cambian sus sentidos. Incluso, de acuerdo con diversos autores (autorictas,) el origen etimológico puede ser controvertido. Evidentemente, somos una especie a la que nos cuesta mucho ponernos de acuerdo.

De todos modos, más allá de las variaciones existentes, podemos encontrar ciertas constantes interpretativas que nos permiten establecer relaciones eclécticas, uniendo distintos sentidos y hallando en un término el significado único y abarcativo que buscamos y necesitamos.

Es lo que sucede con la palabra que se usa para designar a King Kong: "monstruo". Porque si hay algo en lo que todos coincidimos es que Kong es un monstruo. El rey de todos ellos. El más grande (al menos en el marco de la cultura pop occidental).

Si nos atenemos a los diccionarios de etimología, el término deriva del latín "monstrum" y tiene un significado polisémico con el que identificamos tanto "un hecho prodigioso/maravilloso", como una "advertencia divina". Es decir, algo que se sale de los parámetros profanos, alejándose de la naturaleza normal de las cosas por su desproporción y sobrecogedora exageración. También por el horror que produce.

El célebre jurista, Marco Tulio Cicerón (106 a.C.-43 a.C.), decía que la palabra "monstruo" derivaba ?de un modo mucho más sencillo que la etimología anterior? de "monstro", es decir, "mostrar", "indicar", "enseñar"; y, aunque el romano se aleja un tanto de la propuesta por Marco Terencio Varrón (116 a.C.- 27 a.C.) ?según el cual derivaba de "moneo" (advertencia)? en todos los casos la idea remanente es que los monstruos, por su origen y aspecto, representan el lado contrario de la belleza, la proporción y la armonía. Por ende, las criaturas que nos convocan son en esencia anormales; tal como lo sindica el término griego "terac", raíz de la palabra teratología, rama del conocimiento orientada al estudio de seres extraños; los cuales, husmeando en el pasado, son tan viejos como nuestra propia especie.

En síntesis, un monstruo es algo que se muestra ?se ve?, enseñando anormalidades que nos advierten sobre peligros devenidos de algo que no es natural y que podríamos asociar con lo numinoso y lo divino.

En mi opinión, todas ya cada una de estas características son notables en Kong. ¡Cómo para no serlo con semejante estatura!

Esto me da pie para referirme a ella brevemente.

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Desde los textos bíblicos los gigantes han venido recorriendo nuestro imaginario

Desde la antigüedad clásica ?siglo V a.C.?, los griegos impusieron un axioma antropocéntrico que ?con sus idas y vueltas? perdura hasta hoy, convirtiéndose en una de las varas con las cuales construimos y establecemos nuestra idea de normalidad: "El hombre es la medida de todas las cosas", sentenció Protágoras (485-411 a.C.) y parece que la idea germinó con fuerza. Mil años más tarde, Isidoro de Sevilla (599-636 d.C.) la seguía repitiendo al indicar que el cuerpo humano era, en cuestiones de fisonomía, proporciones y funcionamiento, el modelo de normalidad natural que fijaba la frontera con lo monstruoso. Es decir que, cuanto menos humano, más anormal se era. Y así, el tamaño se convirtió en la primera y más evidente muestra de ello.

Cuenta la Biblia que "había gigantes en la tierra en aquellos días" (Génesis 6:4) y, como era de esperarse, "producían mucho miedo entre los hombres" (Deuteronomio 1:28) al punto de que fue necesario hacerles la guerra y eliminarlos. No voy a detenerme aquí a analizar el gigantismo bíblico, ni el modo en el que algunos antropólogos del siglo XIX justificaron su existencia al excavar fósiles de animales prehistóricos, desconocidos por entonces. Sólo quedémonos con la idea de que causaban pavor y la necesidad de erradicarlos. Porque ése es (o debería ser) ?desde antaño? el destino de todo monstruo.[6]

Desproporcionado, inarmónico, tremendamente enorme, Kong ?como todo gigante? muestra (muestrifica) su monstruosidad, convirtiéndose en un perfecto símbolo de "lo Otro". Una criatura de frontera que sigue rompiendo con las exigencias de la razón y nos traslada (hoy en el cine) al mas puro universo de la alteridad. Aún así, King Kong, al ser un primate y estar evolutivamente emparentado con el hombre, se nos aparece como menos monstruoso que muchas otras bestias (arañas, hormigas, escarabajos, gusanos, iguanas, etc.).[7]

Lo semejante, incluso en condiciones extraordinarias, sigue siendo bueno.

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El monstruo (mucho más el monstruo gigante) define límites, fascina, genera curiosidad,

morbo, horror y placer al mismo tiempo. Son la alteridad en su máxima expresión.

PARTE 2

Islas, paraísos e infiernos perdidos

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Cuando Merian C. Cooper imaginó la Isla de la Calavera como escenario para su película de 1933 ?King Kong? no incurrió en ningún acto de originalidad creativa. Ya todo estaba inventado. Las islas, desde hacía siglos, venían siendo el espacio idóneo para el despliegue de situaciones y realidades insólitas. Un caldero magnífico para el imaginario y sus riquísimas derivaciones.

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Tanto en la literatura de ficción como en los textos de grandes viajeros, historiadores y geógrafos, las islas han estado asociadas con lo misterioso, lo exótico, lo primitivo e inexplorado. Incluso han llegado a convertirse en símbolos de todo ello.

Encarnación misma del aislamiento, la isla se transforma en el escenario ideal de la alteridad, en donde todas las normas pueden trastocarse y ser violadas. Una representación en miniatura del Caos y, por ende, de la ruptura con el Cosmos ?orden? cotidiano. Constituyen una figura básica del imaginario, tanto en occidente como en oriente; y el hecho de que siempre estén lejos ?más allá de las fronteras? invitan a la fantasía. En ellas el primitivismo cobra fuerza. Se instala y, como el propio Kong, se agiganta hasta límites indecibles. La insularidad ?concepto utilizado por el historiador rumano Lucien Boia? recrea la realidad a su antojo, imaginando paraísos e infiernos, siempre aislados, remotos; separados y ajenos al resto del mundo. Fuera del alcance del poder de los Estados y sus leyes.[8]

Con las islas la posibilidad de "los muchos mundos existentes" se volvió algo concreto. Sólo después, con el paso del tiempo y las exploraciones científicas de los siglos XVIII y XIX, se descartó toda la imaginería que circulaba como producto de la fantasía y falta de datos. Pero, aún así, el hombre sintió la necesidad de trasladar esos "mundos extraños" más allá de las fronteras terrestres, poblando el espacio exterior con los mismos monstruos que antes había ubicado en ínsulas misteriosas. Primero fue la Luna. Más tarde, Marte y Venus. Hoy, el inmenso océano galáctico que se expande más allá del sistema solar.

Todas las islas, especialmente las inexploradas o poco conocidas, son de alguna forma "Mundos Perdidos"; buscados e imaginados por generaciones de navegantes que, imbuidos por la curiosidad, la fascinación y el asombro, salieron en pos de ellos con la esperanza de hallar riquezas, prestigio y reconocimiento. Una buena parte de la historia de la exploración ultramarina se debió, justamente, a búsquedas de ese tipo. Los antiguos portulanos y cartas de navegación que los cartógrafos elaboraban, contribuyeron a exacerbar las fantasías, al dibujar en ellas islas imaginarias, rodeadas de bestias y monstruos imposibles. Igualmente los libros de viajes y los tratados de intrépidos exploradores favorecieron la difusión de esas ideas, tanto en la Edad Media como en la Edad Moderna.[9]

Un antiguo tratado árabe, escrito hacia el 956 d.C. por el capitán y mercader persa Buzurg Ibn Shahriyar, titulado Libro de las Maravillas de la India ?en el que se relatan los muchos viajes que los árabes realizaban por el océano Índico desde el siglo VIII d.C.? hace temprana referencia a las maravillas que podían encontrarse en islas misteriosas, perdidas en el medio del mar.

En esta obra, Ibn Shahriyar nos habla de la Isla de las Mujeres Insaciables, un paraíso de desenfreno sexual en el que las aisladas féminas, tras secuestrar marineros y náufragos, los sometían a un agotador tour de force genital que terminaba, muchas veces, con la muerte. También pobló las islas del Índico con hombres salvajes y monos inteligentes, aunque malignos y crueles, habitantes de la evanescente Isla de los Monos.

Un poco más cercano en el tiempo, El Libro de las Maravillas del Mundo, escrito por John Mandeville entre 1365 y 1371 ?que tanto influyera en Cristóbal Colón?, es otra de las tantísimas obras que ensancharon las fantasías en torno a las islas y sus monstruos.[10]

Por su parte, la literatura y el cine de ficción siguió alimentando la curiosidad y el morbo de millones de lectores, instalando en islas remotas y desconocidas ("que no aparecen en los mapas") no sólo gorilas gigantescos como Kong, sino también, apariciones, encantamientos, tesoros, maldiciones, monstruos y peligros sin igual.

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Psicólogos y especialistas en símbolos tampoco dejaron a un lado la posibilidad de analizar el tema de la insularidad.

Para Carl Jung (1875-1961) ?según Juan E. Cirlot, influido por Heinrich Zimmer y el hinduismo, para quienes el océano representa "la inmensa fuerza de lo ilógico"? las islas no serían otra cosa que una zona-refugio contra el amenazador asalto del inconciente, simbolizado por las indomables olas del mar.[11] En este sentido, las islas ?alejándonos de las interpretaciones anteriores, que veían en ellas espacios de irracionalismo, comportamientos salvajes y primitivos, por el sólo hecho de estar aisladas y lejos del mundo[12]serían la representación simbólica de la conciencia y la voluntad.

Por lo tanto, la ambivalencia simbólica (siempre presente en estos casos) convierte a las islas en miniaturas contradictorias en el que los opuestos entran en juego. De otro modo no se entiende porqué, desde hace siglos, han tenido ?también? un claro carácter funerario, oscuro; asociado al peligro y la muerte (no en vano las deidades isleñas en la mitología suelen estar relacionadas con el ritual de paso al Más Allá[13]

Pero es lógico que para un navío en problemas ?o un náufrago? la isla haya sido siempre sinónimo de salvación. Aunque, claro está, esto se dé sólo al principio, ya que la literatura ?en especial la del siglo XVIII? explotó al máximo que en definitiva era un espejismo; puesto que, a poco de arribar a sus playas, empezaban los verdaderos problemas.

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Esperanza y sorpresas isleñas

Buenas y malas; malditas y bienaventuradas; reales o ficticias, las islas se abren a lecturas de todo tipo y cada época supo cargar las tintas (hacia un lado u otro) en función de sus propios problemas e intereses. El positivismo (de base racionalista) y el romanticismo (en esencia inclinado hacia lo contrario) así lo hicieron, aún conviviendo en la misma centuria (siglo XIX).

Hambre y abundancia. Vida y muerte. Paraíso e infierno. Vacaciones y exilio. Salvación y penitencia (limbo). Por lo que se puede ver, no hay dudas de que ?al menos en el cine y la cultura popular? las segundas opciones (las negativas) son las que prevalecieron a lo largo de todo el siglo XX y lo que llevamos del siglo XXI. Las islas son arquetipos que se adaptan a cada época. Y la nuestra tiene una clara inclinación hacia un neo-romanticismo con claras inclinaciones irracionales (observables en la temática de las carteleras adjuntas en la página 10).

Lugares privilegiados para lo diferente, universos cerrados y laboratorios para las experiencias extraordinarias, las islas ?como la de Kong? son el terreno propicio para los Mundos Perdidos del estilo imaginado por Arthur Conan Doyle.[14]

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Islas perdidas, mundos perdidos

Palabras finales

Las islas incursionan en el imaginario desde que nos lanzamos al mar.

Al margen del mundo y de la historia, las fantasías las volvieron impermeables a la corrupción del tiempo, manteniendo ?según los casos? un halo de virginidad y armonía que las acercaron al tan buscado Paraíso Terrenal. En otras oportunidades, especialmente desde fines del siglo XIX y principios del XX, el temor generado históricamente por el mar se trasladó al interior de las islas, y el aislamiento, lejos de recrear una perdida Edad de Oro, generó infiernos tropicales, verdes y montañosos, en los que monstruos prehistóricos sobrevivían, alentando a que científicos y aventureros (reales y ficticios) revelaran sus secretos. La leudante burguesía occidental, devenida en exploradora del mundo en épocas del imperialismo, no escatimó sus esfuerzos a la hora de resaltar su rol social y alimentar así el marcado individualismo que la caracterizaba.

Aún hoy en día muchos aspectos de esa forma de pensar e imaginar a las islas sobreviven. La mirada romántica ?aunque desacralizada? perdura especialmente en el mundo del turismo. Y, desprovistos de misticismo ?secularizados? los paraísos polinesios se siguen promocionando, resaltando sus vetas virginales, producto del aislamiento.

El viaje sigue siendo una búsqueda de lo extraordinario. Las mirabilias (maravillas) medievales, recreadas actualmente con computadoras y muñecos animatrónicos, se esfuerzan por seguir asombrándonos, recreando mundos distantes de plástico, cartón pintado y tecnología digital, reconociendo en el intento que la cruda realidad es siempre menos seductora que el mito.

En tanto las islas ofrezcan ?en el cine, la literatura, los parques temáticos y el turismo? universos extraños, novedades que faciliten la huída de la aburrida rutina, marcando contrastes y diferencias, seguirán estando presentes en nuestros sueños y pesadillas.

FJSR

Notas:

[1] Kong: La Isla de la Calavera (2017).

[2] Podríamos decir que es entendible: la sensualidad de Brie Larson (actriz del último film) no se asemeja en nada a la siempre sugerente y atractivamente sexy Jessica Lange (aún con los añitos que carga sobre el lomo).

[3] Los distintos nombres de la isla de Kong son: Isla de Mondo en los mares de Java (en King Kong se escapa), Isla Calavera e Isla de la Calavera.

[4] Lo que permitió con el tiempo que a los directores los tildaran de machistas.

[5] Era la época en la que Sean Connery fascina a todos encarando a 007.

[6] Todo esto no es óbice para que, aún hoy en día, proyectos (programas de televisión) sensacionalistas, mantengan en la actualidad la bizarra idea de la existencia de gigantes, acudiendo al fraude y a la ignorancia. Los gigantes siguen “vendiendo bien” después de tantos siglos. Lo supo Irving Allen en la década de 1960 cuando produjo y dirigió la exitosa serie de TV Tierra de Gigantes. Lo sabe hoy el History Channel al difundir el mismo delirio en su serie-documental (sic) Buscando Gigante. Véase al respecto: http://ar.tuhistory.com/noticias/encuentran-esqueletos-gigantes-en-una-tumba-milenaria

[7] Las mismas que hicieron furor en los filmes del cine estadounidense en la década de 1950.

[8] Véase: Boia, Lucien, Entre el ángel y la bestia, editorial Andrés Bello, España, 1995. Nota: es un trabajo excelente que debería ser leído por todo aquel interesado en la temática de la alteridad y el imaginario. Está disponible en Web: https://es.scribd.com/doc/98559753/Lucian-Boia-Entre-el-Angel-y-la-Bestia

[9] Véase: José García Mercadal, España vista por los extranjeros. Vol. 1. Relaciones de viajeros desde la edad más remota hasta el siglo XVI; Vol. 2. Relaciones de viajeros y embajadores (siglo XVI); Vol. 3. Relaciones de viajeros y embajadores siglo XVII, Madrid: Biblioteca Nueva, 1919; 2.ª edición, Viajes de extranjeros por España y Portugal (3 Vols.) Tomo I Siglo XVI: Desde los tiempos más remotos, hasta fines del Siglo XVI (1952); Tomo II: Siglo XVII (1959) Tomo III: Siglo XVIII (1962). Madrid: Aguilar, 1952, 1959 y 1962.

[10] Véase: Castro Hernández, Pablo, “Enciclopedia de monstruos y prodigios. Una aproximación al libro de viajes de John Mandeville como catálogo de las maravillas del mundo a fines de la Edad Media”, en Monstruos y monstruosidades. Del imaginario fantástico medieval a los x-men, Sans Solei Ediciones, Buenos Aires, 2016.

[11] Cirlot. Juan Eduardo, Diccionario de Símbolos, Editorial Labor, Barcelona, 1981, pp.254-255.

[12] Esta mirada se detiene, y ajusta su atención, únicamente en el mar (o la tierra firme). No es una mirada isleña.

[13] Ejemplo: Calipso, hija de Atlas y reina de la isla de Ogigia.

[14] Véase del autor: Aproximación al imaginario del explorador en tiempos del imperialismo (1870-1914) a partir de la novela El Mundo Perdido de Arthur Conan Doyle. Disponible en Web: http://letras-uruguay.espaciolatino.com/aaa/soto_fernando/aproximacion_al_imaginario.htm

 

 

 

Autor:

Fernando Jorge Soto Roland.

Profesor en Historia por la Facultad de Humanidades de la UNMdP (Argentina).