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Razón y fe en el mundo (página 2)

Enviado por OSCAR ALBERTO


Partes: 1, 2

Una dificultad se plantea, sin embargo, con los que ignoran invenciblemente, sin culpa, el Evangelio, porque a ellos no ha llegado la predicación o por otras razones. Estos, ¿necesitan también la fe para salvarse? Ciertamente; lo que ocurre es que no hay que identificar la necesidad de la fe con la necesidad de aceptar explícitamente todo el Evangelio. Este tema ha sido afrontado repetidas veces por el Magisterio, y resuelto: cfr. Dz 1645-1647; Dz-Sch 2865-2867; 2915-2917. El Concilio Vaticano II ha recogido claramente la doctrina sobre este punto (Lumen gentium, nn. 14-16; Ad gentes, n. 7).

Supuesta la necesidad de la fe, la Moral se ha preguntado cuáles son las verdades que se deben creer, como absolutamente indispensables, para la salvación. Explícitamente, hay que creer, al menos que Dios existe y es remunerador (cfr. Heb 11,v.6) y a esas verdades se añaden, para los que quieren ser admitidos en el cristianismo, la fe en la Trinidad y en la Encarnación de Cristo (cfr. Simbolo Quicumque: Dz-Sch 75-76; 2164; 2380-81). Aunque esta segunda parte ha sido ocasión de disputas teológicas, es obvio que tratándose de temas tan importantes en los que está en juego la propia salvación, hay que estar por la opción más segura.

Pero aparte de las verdades necesarias mínimas, el cristiano tiene el grave deber de conocer todas las verdades reveladas por Cristo y propuestas por la Iglesia; ésta, desde el principio, procuró expresar en conceptos el contenido de la fe y así surgieron los Símbolos. Se considera deber grave el conocimiento del Credo, del Decálogo, Sacramentos y oración dominical. Pero, implícitamente, se debe creer toda la Revelación, es decir, lo que Dios ha manifestado a los hombres y ha sido propuesto por la Iglesia para creer: "Deben creerse con fe divina y católica todas aquellas cosas que se contienen en la palabra de Dios escrita o tradicional y son propuestas por la Iglesia para ser creídas como divinamente reveladas, ora por solemne juicio, ora por su ordinario y universal Magisterio" (Dz-Sch 3011).

La fe, además de la actitud personal de entrega a Dios, tiene un contenido objetivo, que reúne un conjunto de verdades, que el hombre debe aceptar: es un cuerpo de doctrina (verdades sobrenaturales e incluso naturales), que se deben conocer y vivir. Es lógico que el grado de conocimiento venga determinado por la capacidad de cada cristiano, aunque la Iglesia, como se ha visto, considera necesarias un mínimo de verdades, que deben conocerse para poder salvarse. Los laicos necesitan, dice el Concilio Vaticano II, "una sólida preparación doctrinal, teológica, moral, filosófica, según la diversidad de edad, condición y talento" (Apostolicam actuositatem, 29).

Pues bien, el cristiano, una vez aceptado globalmente todo el contenido de la fe, ha de procurar conocer y estudiar, a la luz de la razón ilustrada por esa misma fe, lo que Dios ha revelado. De acuerdo con su edad, nivel cultural, etc., tiene el deber de adquirir una sólida formación doctrinal-religiosa, de llegar a un conocimiento cada vez más serio y hondo de las verdades de la fe.

ACTOS DE FE

El acto de fe es el asentimiento de la mente a lo que Dios ha revelado. Un acto de fe sobrenatural requiere gracia divina. Se da bajo la influencia de la voluntad la cual requiere la ayuda de la gracia. Si el acto de fe se hace en estado de gracia, es meritorio ante Dios. Actos explícitos de fe son necesarios, por ejemplo, cuando la virtud de la fe está siendo probada por la tentación o cuando nuestra fe es retada o cuando estamos ante actitudes mundanas contrarias a la fe. Estas situaciones debilitarían nuestra fe si no recurrimos a un acto de fe. Un ejemplo de acto de fe: "Dios mío, yo creo en Ti y todo lo que nos enseñas en Tu Iglesia, porque Tu los has dicho y tu palabra es veraz". El acto de fe no siempre se vocaliza. En muchas situaciones lo hacemos y está siempre latente en nuestro corazón.

La fe inicia nuestra relación personal con Dios. Concilio Vaticano I: Por la fe quedamos habilitados para confiar todo nuestro ser a Dios, le ofrecemos el homenaje total de nuestro entendimiento y voluntad y asentimos libremente a lo que Dios revela. La fe es un don permanente los que la han recibido bajo el magisterio de la Iglesia no pueden tener jamás causa justa de cambiar o poner en duda esa fe. Debemos:

Tener una fe informada. Para ello es necesario estudiar lo que nuestra fe enseña.

Retener la Palabra de Dios en su pureza. (sin comprometerla o apartarse de ella)

Ser testigos incansables de la verdad que Dios nos ha revelado.

Defender la fe con valentía, especialmente cuando esta puesta en duda o cuando callar seria un escándalo. (Declaración sobre la libertad religiosa Dignitatis Humanae).

Creer todo cuanto Dios enseña por medio de la Iglesia (No escoger según nos guste).

¿Tienen fe los cristianos que no están en comunión con la Iglesia? Sí, tienen fe en Dios y conocen muchas de las verdades que El nos ha revelado. Pero no tienen fe en todo lo que El ha revelado.

Es muy fácil decir "Creo"; pero nuestras obras deben ser la prueba irrebatible de la fortaleza de nuestra fe. Convenzámonos de una vez que la ley de Dios no se compone de arbitrarios "haz esto" y "no hagas aquello", con el objeto de fastidiarnos. La ley de Dios es expresión de su sabiduría y su amor infinitos dirigidos al hombre para que éste alcance su fin y su perfección. Cuando adquirimos un aparato doméstico del tipo que sea, si tenemos sentido común lo utilizaremos según las instrucciones de su fabricante. Damos por supuesto que quien lo hizo sabe mejor cómo usarlo para que funcione bien y dure. También, si tenemos sentido común, confiaremos en que Dios conoce mejor qué es lo más apropiado para nuestra felicidad personal y la de la humanidad.

LA RAZÓN

El Logos o razonamiento es considerado no como un instrumento, sino como una realidad que se impone a la mente y la arrastra. El razonamiento es un sentido, una realidad autónoma, superior al que razona, el cual sólo mediante el razonamiento se pone en contacto con un mundo más alto. Sócrates siente que posee en su interior una fuente de revelación, una llave, que le abre las puertas de un mundo superior donde las cosas ya no son medianas, como el mundo de la realidad.

Ya que lo que esta revelación interior nos entrega es la verdad misma, la verdad única, que se opone terminantemente a la verdad múltiple, personal y caprichosa de los sofistas, y también a la realidad fluyente de Heráclito. No es fácil comprender el asombro, el entusiasmo, el deslumbramiento que en las gentes del siglo V a. C. despertaba el uso de la razón. En ese entonces, conversar con Sócrates era como asistir a una fiesta o fantasmagoría, a un teatro extraordinario que nunca había sido contemplado hasta ahora por el ser humano.

Definiciones kantianas

Según Kant, en un sentido general, la razón es la facultad formuladora de principios. La divide en Razón Teórica y Razón Práctica, no tratándose éstas de dos razones distintas, sino de dos usos distintos de la misma y única razón. Cuando dichos principios se refieren a la realidad de las cosas, es decir, si usamos la Razón para el conocimiento de la realidad, estamos ante el uso teórico de la Razón (Razón Teórica). Cuando dichos principios tienen como fin la dirección de la conducta, le estamos dando a la razón un uso práctico (Razón Práctica). En su uso teórico la Razón genera juicios y en su uso práctico imperativos o mandatos. En un sentido más restringido y en el contexto de la "Crítica de la razón pura", la razón es la facultad de las argumentaciones, la facultad que nos permite fundamentar unos juicios en otros, y que junto con la sensibilidad y el entendimiento componen las tres facultades cognoscitivas principales que Kant estudió.

Marcando la proporcionalidad de las ideas de Aristóteles con las ideas del razonamiento expuesto por Kant, se podría inferir un uso de la razón lógica en aquellos procesos del conocimiento.

LA RAZÓN EN LA FILOSOFÍA ACTUAL

El pensamiento del siglo XIX había tomado como modelo intelectual la ciencia explicativa, cuya función es recurrir de lo "dado", que se presenta, efectivamente, como un dato inmediato, a lo mediato y latente, implícito y que, por tanto, se puede explicitar o explicar. Esta forma de intelección consiste, pues, en una reducción, que en su modo más pleno va de los efectos a las causas. El saber aparece así como ciencia de la explicación causal, y se cree haber entendido la cosa cuando se la ha reducido a otra su causa, que aparece como conocida y funciona así como "principio de explicación.

Son notorias las limitaciones de este tipo de saber: la explicación, por verdadera que sea, deja fuera la cosa misma, y se atiene a una mera interpretación de ella; es decir, la reducción lleva a algo que tiene indudables conexiones con la realidad "reducida", pero que no la agota en modo alguno, y esto en tres sentidos; en cuanto a su contenido, que rebasa siempre la dimensión parcial en «pie es explicado; en su concreción individual, a la que no alcanza el esquema explicativo genérico, y en su circunstancialidad o contexto. £1 que se tomase como modelo esta forma de conocimiento, revela que su pretensión no era tanto el conocimiento de la realidad misma como su manejo mental, con frecuencia simplemente técnico, para lo cual basta con una esquemática correspondencia que se da, en efecto, entre la cosa y el principio explicativo a que se la reduce, por ejemplo, entre la luz y las vibraciones electromagnéticas.

Pero las cosas cambian tan pronto como lo que interesa es lo real en lo que de tal tiene, justamente en lo que es irreductible, en su íntegra realidad circunstancial y concreta. El descubrimiento de una realidad en la que esto es lo decisivo, a saber, la vida humana y la historia, determinó, como es bien sabido, la apelación a otro modo de saber de las cosas, previo al explicativo, que se atiene a ellas y no las suplanta con nada distinto, y que llamamos descripción. Esta actitud, preparada en la filosofía francesa de la primera mitad del siglo XK, adquiere plena conciencia en Dilthey y Brentano y, por influjo de éste, en la fenomenología y en todo el pensamiento actual que se deriva de ella.

Las consecuencias no se hicieron esperar. La vida y la historia son inexplicables, en el doble sentido de que no se las puede reducir a un principio explicativo que permita su manejo intelectual el viejo tema de la imposibilidad de las "leyes históricas", etc., y que, además, todo intento de ello las despoja de su peculiaridad y las desvirtúa esencialmente. Sólo se las puede describir o narrar. Y como por razón se entendía la razón explicativa, pura o abstracta, que tenía como modelo precisamente la ciencia físico-matemática, fundada en la idea de naturaleza como principio de realidad y de intelección, la imposibilidad de aplicarla a estas nuevas realidades llevó a una actitud metódica irracionalista. La inteligencia,dice Bergson, tiene como objeto principal lo sólido inorganizado, lo discontinuo, la inmovilidad. "La inteligencia,concluye, se caracteriza por una incomprensión natural de la vida". Unamuno, aún con más energía, escribe por las mismas fechas: "Es una cosa terrible la inteligencia.

Tiende a la muerte como a la estabilidad la memoria. Lo vivo, lo que es absolutamente inestable, lo absolutamente individual, es, en rigor, ininteligible". "La identidad, que es la muerte, es la aspiración del intelecto. La mente busca lo muerto, pues lo vivo se le escapa; quiere cuajar en témpanos la corriente fugitiva, quiere fijarla".

"¿Cómo, pues, va a abrirse la razón a la revelación de la vida?".

Poco después, Spengler acomete su ingente interpretación de la historia, y ras afirmar que "la ley, lo estatuido, es antihistórico", que "la posibilidad de llegar en la historia a resultados científicos se basa justamente en lo que la historia contiene aún de producto, es decir, en un defecto", y que, por tanto, "querer tratar la historia científicamente es, en última instancia, una contradicción", llega a una conclusión extrema, coincidente casi hasta en las palabras con la de Unamuno: "Sólo lo que carece de vida,o lo vivo, si se prescinde de su vida, puede ser contado, medido, analizado. El puro devenir, la vida, es, en este sentido, ilimitada, y trasciende del nexo causal.

"El intelecto, el sistema, el concepto, matan cuando "conocen". Hacen de lo conocido un objeto rígido que puede medirse y dividirse". La incapacidad de la ciencia explicativa es para estos hombres, sin más, la incapacidad de la razón. Hay que aceptar el irracionalismo, con todas sus consecuencias. En ellas estamos actualmente, no sólo por lo que se refiere al pensamiento, sino en la vida histórica. Pero el que no sean enteramente gratas no nos debe hacer inferir, con evidente apresuramiento, que esos pensadores estaban en un error, y con ellos la innumerable legión de sus continuadores presentes. Hay que decir que tenían razón en invalidar la explicación abstracta, sobre todo causal y legal, como método de comprensión de la realidad viviente; estaban en lo cierto al reivindicar enérgicamente sus derechos y no aceptar que fuese suplantada por esquemas. No cabe, pues, apoyarse en ciertas enojosas consecuencias de su actitud para volver a instalarse en el modo de pensar anterior, porque su eliminación no podía ser más justificada, y los errores del irracionalismo empiezan más allá.

Pero, en cambio, hay que preguntarse si es posible atenerse a la mera descripción. Para el hombre, en efecto, vivir es actuar en vista de las realidades de su mundo; dicho con otras palabras, el hombre, a quien es dada su vida, tiene que hacerla con las cosas, poseyendo ya en cierto modo la realidad que todavía no es, a esto he llamado el apriorismo de la vida humana; por tanto, la vida es proyecto o futurición, según la expresión de Ortega, y es menester pre vivirla imaginativamente. Esto quiere decir que la vida humana sólo es posible en un horizonte de posibilidades, como repertorio de ingredientes reales, con sus virtualidades respectivas, con una consistencia que me permite contar con ese mundo para hacer mi vida en vista de él, en cada situación.

Por esto, ni la percepción ni la descripción son suficientes, porque sólo en un contexto que las excede tienen realidad sus contenidos. La mera percepción nunca me permitiría saber a qué atenerme, y por tanto hacerme cargo de la situación para vivir, y correlativamente la mera descripción es impotente para comprender la vida. La explicación la reducía a algo distinto de ella y ajeno a su modo de ser; pero la descripción, si bien la mantiene presente y desnuda de interpretaciones, la disuelve en "momentos" o "notas" y deja escapar su realidad, aquella de la que son esos momentos y notas a los que se esfuerza vanamente por ser fiel.

La vida misma postula, pues, otro modo de saber. Entiéndase bien, no sólo se trata de un saber científico acerca de la vida, sino de que ésta, para existir, requiere ese saber de distinta índole y más complejo que es "saber a qué atenerse". Ahora bien, ¿no es ése el sentido más profundo y radical de la palabra razón, cuando funciona en expresiones como "dar razón de algo" Xóyov 8i8óvai, como decían Herodoto y Platón? ¿No ha sido apresurada la identificación de la razón con el proceso explicativo, hecha por los racionalistas y aceptada ,lo que es más grave, por los irracionalistas? Cabe pensar que eso sea sólo uno de los procedimientos de la razón, tal vez uno de los secundarios y derivados.

Pro y contras

La filosofía ha recorrido un largo camino desde su inicio. Fueron los padres de esta filosofía, quienes encontraron el vínculo entre la razón y la religión.

Dirigiendo la mirada hacia los principios universales, no se contentaron con los mitos antiguos, sino que dieron fundamento racional a la creencia en la divinidad. Las supersticiones fueron reconocidas como tales y la religión se purificó, al menos en parte, mediante el análisis racional.

Sobre esta base, los padres de la Iglesia comenzaron un dialogo fecundo con los filósofos antiguos, abriendo el camino al anuncio y comprensión del Dios de Jesucristo.

Siendo el acceso a la verdad un bien, que permite llegar a Dios, todos deben recorrer ese camino. Las vías para lograrlo son muchas, sin embargo, como la verdad cristiana tiene un valor salvífico, cualquiera de esas vías puede seguirse con tal que conduzcan a la meta final, es decir a la revelación de Jesucristo.

Se confirma una vez más la armonía fundamental del conocimiento filosófico y el de la fe. La fe requiere que su objeto sea comprendido con la ayuda de la razón. La razón, en el culmen de su búsqueda admite como necesario, lo que la fe presenta.

Santo Tomás argumentaba que la luz de la razón y de la fe, proceden ambas de Dios, y reconoce que la naturaleza, objeto propio de la filosofía, puede contribuir a la comprensión de la revelación divina.

Así la fe, supone y perfecciona a la razón. Esta última iluminada por la fe, es liberada de la fragilidad y de los límites que derivan de la desobediencia y del pecado, y encuentra la fuerza necesaria para elevarse al conocimiento del misterio de Dios.

Con la aparición en Europa de las primeras Universidades, la filosofía se confronta con otras formas del saber científico.

La teología y la filosofía fueron las primeras dos disciplinas que reconocieron la necesaria autonomía que la filosofía y las ciencias necesitaban para dedicarse efectivamente a sus campos de investigación.

Sin embargo, a partir de la baja edad media, la legítima distinción entre los dos saberes, se transformó progresivamente en una nefasta separación.

Debido al excesivo espíritu racionalista de algunos pensadores, se radicalizaron las posturas, llegándose a un hecho de una filosofía separada ( de la Iglesia ), y absolutamente autónoma en cuanto a los contenidos de la fe.

En resumen, lo que el pensamiento patrístico y medieval había concebido y realizado como unidad profunda, generadora de un conocimiento capaz de llegar a las formas mas altas de especulación, fue destruido de hecho por los sistemas que asumieron la posición de un conocimiento racional separado de la fe, o alternativo a ella.

En el ámbito de la investigación científica, se ha ido imponiendo una mentalidad positivista que se ha alejado del a visión cristiana del mundo y ha olvidado toda relación con la visión metafísica y moral.

Además, como consecuencia de la crisis de racionalismo, ha cobrado entidad el Nihilismo. Como filosofía de la nada.

Sus proponentes teorizan que la investigación es un fin en si misma, sin esperanza de alcanzar la meta de la verdad.. El nihilismo está en la difundida mentalidad, de que no se debe asumir ningún compromiso definitivo, ya que todo es fugaz y provisional.

En la línea de estas transformaciones culturales, algunos filósofos, han abandonado la búsqueda de la verdad por si misma, adoptando como único objetivo la certeza subjetiva o la utilidad práctica.

En este último período de la historia de la filosofía se constata pues, una progresiva separación entre la fe y la razón filosófica….La razón, privada de la aportación de la revelación, ha recorrido caminos secundarios que tienen en peligro hacerla perder de vista su meta final. La fe, privada de la razón corre el riesgo de dejar de ser una propuesta universal. Es ilusorio pensar que la fe, ante una razón débil, tenga mayor incisividad. Al contrario, cae en el peligro de ser reducida a mito o superstición.

Estatus

Una de las adquisiciones más apreciables de la filosofía contemporánea consiste en haber demostrado que el hombre es un ser en situación, es decir, que vive dentro de un marco histórico preciso y definido que lo limita y condiciona. En este sentido, HEIDEGGER ha dicho que el hombre es un ser en el mundo, uniendo con un guión los términos para hacer resaltar que el mundo y el hombre no constituyen dos sustancias aisladas, sino que se compenetran e interfieren recíprocamente.

Y así como MARCEL ha afirmado que el hombre es un ser encarnado, incomprensible sin un determinado cuerpo que lo sitúa en el espacio y el tiempo, ORTEGA Y GASSET ha sostenido igualmente, en una conocida fórmula, que el hombre no puede desvincularse de su circunstancia.

Tales afirmaciones coinciden, por ende, en reconocer que la ubicación concreta de un hombre particular incide, de alguna manera en su concepción del mundo. Religión, familia, educación, amistades, etc., resultan ingredientes que condicionan la personalidad del individuo y aunque ello, por otra parte, no implique un determinismo absoluto, dado que la libertad humana puede modificar y alterar los factores de su situación, no se puede desconocer la gravitación de ésta. Por tal motivo, la ambición de lograr un pensador neutral que estuviese como en el centro del universo sin padecer ninguna influencia, resulta una utopía, pues un hombre sin situación, es un hombre sin aquí ni ahora y, en consecuencia, un ser imposible.

La filosofía cristiana, cuya noción y realidad ha promovido una serie de interesantes discusiones traduce, de algún modo, ia problemática del ser en situación. El filósofo, si es cristiano, se encuentra situado justamente en su fe y poseyendo una visión del universo clara y definida. Por tal motivo, no puede filosofar independientemente de su fe, porque ello equivaldría a ignorar su cosmovisión fundamental. Dado que el hombre entero es quien cree y filosofa, el cristiano no puede desdoblarse, como si una parte creyera y la otra filosofase a su modo en forma autónoma. El hombre no puede, por lo tanto, dividirse en compartimientos estancos, sin conexiones e interferencias entre sí.

Ello no implica, sin embargo, que la religión se confunda con la filosofía, ni que la fe no se distinga de la razón. Queremos simplemente hacer notar que la fe, en el caso que analizamos, sitúa al hombre dentro de un ámbito específico de ideas, cuya vigencia resulta innegable.

El cristiano que filosofa, por ende, en tanto que inscripto en una fe libremente asumida por él, no puede negar la influencia de las verdades capitales de su religión. Pero el problema reside en determinar el carácter y el alcance mismo de esa influencia.

Si recurrimos a la historia del pensamiento, la actitud de Santo TOMÁS DE AQUINO, tal como la presenta E. GILSON, nos servirá para establecer correctamente la relación precisa que existe entre la fe y la razón en el seno mismo del quehacer especulativo.

Santo TOMÁS fue fundamentalmente un teólogo cristiano preocupado, antes que nada, por comprender la palabra de Dios y los misterios por El revelados. Pero en su esfuerzo por conquistar el entendimiento de la Sagrada Escritura y aquí reside el corazón mismo de la filosofía cristiana logró alcanzar verdades de naturaleza estrictamente racional que, sin la fe, no hubiese podido conseguir.

Al respecto, su inteligencia se ejerció sobre un famoso texto del Éxodo, en el que Moisés le pregunta a Dios su nombre, recibiendo como respuesta: «Yahweh», o sea, «Yo soy». Y mientras que San AGUSTÍN concluye de aquí que Dios es el Ser supremo, algo inmutable y permanente, Santo TOMÁS, superando audazmente esa interpretación, afirma que Dios no es algo, es decir, no es un ente, por sublime y excelso que éste sea, sino el Acto puro de ser. Dios es real, pero sin ser algo, ya que su naturaleza propia consiste simplemente en ser.

Y mientras que Dios es el Ser mismo en estado puro, las cosas no son el ser, sino que lo asumen según su esencia y lo poseen por participación de Quien únicamente lo puede brindar. Por ello, en todo ente creado, la esencia (esseniia) se distingue del ser (essé). He aquí la famosa distinción real entre la esencia y el ser, pieza vertebral de la metafísica tomista, cuyo conocimiento se debe, en última instancia, al texto bíblico. En este sentido, cabe decir que Santo TOMÁS ha definido y explicitado la estructura ontológica de las cosas gracias a su intuición fundamental del Ego sum como Acto puro de ser (ipsum purum Esse).

Apoyándose en su fe, Santo TOMÁS ha podido obtener verdades de orden puramente natural que, sin el concurso de la Revelación, habría sido muy difícil o quizás imposible alcanzar. Tal postura indica el espíritu mismo que anima a la filosofía cristiana considerada como aquel esfuerzo netamente racional, iluminado por la fe cristiana, para inteligibilizar el universo. Por ello, ha dicho GILSON, uno de los líderes de la idea que estamos exponiendo, que «la inteligencia del ser se beneficia con la inteligencia de la fe» La fe resulta entonces una ayuda inestimable para la razón que el cristiano, en tanto que filósofo, no puede ni debe desaprovechar.

Se objetará quizás que tal actitud no es filosóficamente genuina, por cuanto la filosofía constituye la obra propia y perfecta de la razón. La filosofía es indudablemente la obra propia de la razón y no dejará de serlo, aunque ella reconozca la importancia de la Revelación, pues la fe no desnaturaliza la reflexión filosófica, sino que la hace avanzar en su propio terreno, es decir, en el orden estrictamente natural y racional. He aquí el nervio mismo de este modo de filosofar que considera a la fe como guía luminosa y he aquí también la notable ventaja de quien filosofa nutriéndose de ella. En este sentido, cabe decir que la fe promueve a la filosofía misma en tanto que filosofía, o sea, a la filosofía entendida como un saber racional acerca de todo lo que es, pues le permite progresar en su ámbito peculiar y sin alterar su propio método.

Conclusiones

Para San Agustín, la fe es el presupuesto de la razón. Su fórmula dice "Creo para comprender". La fe es la base a partir de la cual se puede llegar a comprender algunas de las verdades últimas, dentro de los límites de la finitud humana.

La lectura de la encíclica: "Fides et ratio", pone en manifiesto una actitud mas tolerante de la Iglesia católica, hacia las disciplinas de la razón, que la que existía en la edad media.

Sin embargo, la posición de la Iglesia católica, con respecto a la filosofía y la ciencia se mantiene inalterada desde la época patrística.

Además, el Papa Juan Pablo ll, manifiesta una queja: que la teología ha sido abandonada por su compañera de viaje, "La filosofía."

También hace una reprimenda a los pensadores racionalistas, por el hecho de haber bajado la mira y haber dejado de lado los temas trascendentes ( El final de la vida, la vida futura, la existencia de Dios, etc.) Temas que son atribución de la metafísica. Para tocar ahora asuntos más inmediatos.

Menciona el Pontífice de algunos filósofos que: " Con falsa modestia, se conforman con verdades provisionales, sin hacer preguntas radicales sobre el sentido y el fundamento último de la vida humana, personal y social. Ha decaído en definitiva, la esperanza de poder recibir de la filosofía, respuestas a tales preguntas."

Además como menciona en el cap. 47, el Papa manifiesta su preocupación de la separación de la ciencia y la fe, y menciona:

" La razón, privada de la aportación de la revelación, ha recorrido caminos secundarios que la hacen perder de vista su meta final. La fe, privada de la razón, ha subrayado el sentimiento y la experiencia, corriendo riesgo de dejar de ser una respuesta universal.

Es ilusorio pensar que la fe, sin apoyo de la razón tenga mayor incisividad. Al contrario, cae en el grave riesgo de ser reducida a mito o superstición."

Debemos considerar adicionalmente, que los temas trascendentes a los que se hace referencia en esta encíclica, sin mencionarlos directamente, son los siguientes:

1. Dios existe.

2. Existe la vida del mundo futuro.

3. El hombre tiene alma inmortal.

4. El mundo fue creado por Dios, es finito y tendrá un final.

Referencias bibliográficas

  • Cf. ARISTÓTELES, Metafísica, libro XII, cap. 9, 1074b-1075a.

  • [6] CLAUDE BRUAIRE, Le droit de Dieu, París, Aubier, 1974.

  • J. MARITAIN, La philosophie morale. I. Examen historique des granas systémes, París, Gallimard, 1960 pp. 111-114.

  • MAURICE CLAVEL, Ce que je crois, París, Grasset, 1975

  • ANDRÉ LÉONARD, La structure du systéme hégélien, «Revue philosophique de Louvain», tomo 69, 1971, pp. 495-524.

 

 

Autor:

Oscar Alberto

 

Partes: 1, 2
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