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De la guerra Fría a la paz Caliente (página 2)

Enviado por Estuardo Meneses


Partes: 1, 2

La decisión política se convierte aquí en un arte, donde influyen el conocimiento de la realidad sobre la que se actúa, otros ejemplos históricos que ejercen de precedentes y, sobre todo, la intuición que aporta la experiencia. Nada queda del argumento de necesidad como una ley objetiva y externa a los agentes.

Kenneth Waltz en su libro clásico sostiene, que toda la reflexión occidental sobre las causas de la guerra y su inevitabilidad se pueden situar en una de las siguientes tres imágenes: en el comportamiento humano (Imagen I); en la estructura interna de los Estados (Imagen II); o, por último, en la estructura anárquica y competitiva del sistema internacional mismo (Imagen III)[6].

Nos advierte que los grandes pensadores que han reflexionado sobre la guerra no han situado sus causas, clara e inequívocamente, en una sola de estas tres imágenes. Por el contrario han rastreado un gran número de registros en el amplio arco de reflexión que va desde una concepción antropológica del hombre y de su agresividad, avaricia y egoísmo o, por el contrario su bondad, hasta la historia y estructura del sistema europeo de Estados; es decir, de lo que hasta prácticamente los años cincuenta del siglo pasado ha sido considerado por nuestra tradición occidental como el sistema internacional.

Pero aun advertidos y conscientes de que no se puede encerrar tan rica reflexión en casilleros estancos, sí podemos delimitar dos grandes líneas de pensamiento: aquéllos que han situado el origen del conflicto internacional – y de su expresión más terrible, la guerra – en la estructura interna de los Estados, en su organización social política y económica; y aquéllos que sitúan ese origen en la misma anarquía internacional, en la interacción de unidades discretas y codiciosas que son los Estados.

En la primera corriente se sitúan todos aquellos pensadores de la Ilustración que veían en las ambiciones de los monarcas europeos, en su uso y abuso de la razón de Estado, en la diplomacia oculta y sin escrúpulos, y en la idea del equilibrio de poder, las causas de la guerras que año tras año, siglo tras siglo, asolaban a Europa[7]

La segunda corriente es la de la tradición de Maquiavelo y Hobbes, la de los pensadores del derecho internacional y de la guerra justa como Grocio y Vattel[8], y los pensadores realistas de nuestros días. Los primeros consideran que la guerra no es inevitable, pues un cambio en la estructura interna de los Estados, cambio deseable y posible, haría desaparecer las causas de la guerra. Los segundos sostienen que la ausencia de una autoridad superior a la de los Estados, en un mundo de recursos escasos y de constante inseguridad, hace históricamente inevitable el conflicto internacional.

Estas dos líneas de pensamiento, estas dos imágenes sobre dónde situar las causas de la guerra – en el carácter interno de los Estados, en su régimen político, social, etc., o en la estructura del sistema internacional – están presentes en toda la reflexión sobre las relaciones internacionales.

Lo que se ha producido con el fin de la Guerra Fría es una renovación de la importancia de la Imagen II. Es decir, los aspectos internos de los Estados entran cada vez más en la reflexión de la disciplina. El Estado, como acabamos de ver, no puede seguir siendo concebido como una realidad cerrada, un actor unitario, una totalidad que actúa con una sola voz en el escenario internacional.

Hay que distinguir entre Estado, gobierno, sociedad, pueblos, naciones, elites, clases, etc. Y aunque el Estado, como totalidad, sigue teniendo intereses nacionales, debemos empezar a distinguir entre intereses de esas distintas instancias y en sus relaciones mutuas. De la misma forma, la soberanía ha dejado de ser un escudo impenetrable, garantía de la independencia y unidad de esa totalidad nacional territorial.

Pero aunque esta renovada importancia de la Imagen II, puede ser un fenómeno relativamente nuevo en la disciplina, hay que advertir que un examen somero de la historia de las relaciones internacionales apunta a que el carácter de los regímenes, los distintos principios de legitimidad, las diferencias culturales y civilizatorias han jugado un papel importante en las relaciones entre Estados y pueblos.

En este sentido cabe una distinción. El reconocimiento de que la heterogeneidad de los sistemas era un elemento de conflicto en las relaciones internacionales no fue del todo olvidado durante la Guerra Fría. Como tal, aparece centralmente en los análisis de Raymond Aron[9].

Su concepción es una aceptación parcial de la Imagen II, pues la heterogeneidad del sistema, es decir, el tener en cuenta los diferentes principios de legitimidad, o las diferentes ideologías, o las diferentes formas de organizar la vida política, social o económica y sus efectos conflictuales, no implica necesariamente situar las causas de la guerra en las características internas de este o aquel sistema, ni necesariamente supone que, a efectos de análisis no se consideraran los distintos Estados como totalidades nacionales territoriales.

La heterogeneidad del sistema de los bloques, y el hecho de que estuvieran encabezados por las grandes potencias que aireaban ideologías expansionistas, no implicaba que éstas no funcionaran en el sistema internacional como bolas de billar[10]

Tampoco la consideración de determinadas crisis en el sistema de Estados como guerras civiles europeas [11]supone una aceptación total de esta imagen. La guerra civil europea entre el liberalismo y el Antiguo Régimen en el período de 1789 a 1848, o entre liberalismo, comunismo y fascismo en el período de 1917 a 1939, o la consideración de la Guerra Fría como constituida, en parte, por elementos de guerra civil europea, no suponen, en principio, situar las causas de la guerra en el carácter de tal o cual régimen.

Sin embargo, aunque las apreciaciones anteriores – la consideración de los elementos de heterogeneidad del sistema y las crisis en el sistema europeo de Estados al enfrentarse diferentes principios de legitimidad – no suponen  situarse inequívocamente en la Imagen II, sí nos acercan a una visión de las relaciones internacionales donde los factores sistémicos entran en el análisis.

La renovada importancia de la Imagen II viene de la mano de la tesis de la paz democrática: los regímenes democráticos establecen entre sí relaciones pacíficas, aunque no necesariamente establecen relaciones de este tipo con los regímenes no liberales. Esta tesis se vincula con la línea de pensamiento de la Ilustración, sobre todo de I. Kant,  de la que hablábamos al comienzo de este apartado. La consideración de que eran las elites aristocráticas y la monarquías autoritarias las causantes de la guerra, que estaba presente en el pensamiento de los ilustrados, se transformó a principios de nuestro siglo en la idea de que los imperios autocráticos y plurinacionales habían sido los culpables de la Primera Guerra Mundial.

Se puede afirmar que con el fin de la Guerra Fría y la crisis de la hegemonía de la visión realista de las relaciones internacionales, se está produciendo una saludable revitalización de los enfoques normativos en los textos de las relaciones internacionales[12].

Cuando hablamos de revitalización no ignoramos la cantidad y calidad de innumerables trabajos que discuten un horizonte normativo para el mundo de las relaciones entre los Estados[13], sino que señalamos que, en su mayoría, estos trabajos no formaban parte de los cánones de las enseñanzas de la Relaciones Internacionales y que, incluso, su lugar de publicación – allí donde eran discutidas y criticadas – era distinto de donde se publicaban y discutían los textos que han conformado la disciplina de las Relaciones Internacionales en estas últimas décadas. Ch. Beitz señalaba hace ya años la fragmentación entre las disciplinas y detectaba una división del trabajo entre la Filosofía Moral y las Ciencias Sociales. Mientras que las Ciencias Sociales se tecnificaban y se hacían cada vez más instrumentales, los problemas normativos quedaban para los filósofos[14]

Esta división era tanto más arbitraria cuanto que la teoría de las Relaciones Internacionales, incluso en su versión más positivista, tiene un alto contenido normativo: asume el Estado como forma de organización de las comunidades políticas diferenciadas, como un hecho incontrovertible, como el valor fundacional de la disciplina. Como ya hemos visto, todo el análisis y la misma constitución de las relaciones internacionales como una disciplina diferenciada se basa en la inclusión-exclusión, dentro-fuera, cuya demarcación es la soberanía territorial.

La concepción del Estado habitual en nuestra teoría es de clara consistencia jurista y está plagada de principios de alto contenido valorativo, sin embargo, el profundo contenido normativo de los fundamentos de la disciplina de las Relaciones Internacionales – su enorme herencia de la tradición clásica de la filosofía y la teoría política – permanece oculto en el discurso por un movimiento donde el olvido del origen crea el hábito de vivir sin cuestionar el fundamento mismo de la reflexión[15]la prioridad absoluta, ética, política y práctica, de la seguridad y el bienestar de una determinada comunidad y del instrumento que las garantiza, el Estado.

M. Walzer, en la ya glosada lectura del diálogo tucididiano de Melos, nos recuerda que los juicios de necesidad son cosa de los historiadores y no de los agentes históricos, y que siempre cabe preguntarse, en primer lugar, si lo que se presenta como necesitado de defensa y da lugar al juicio de necesidad – el imperio ateniense, en el caso del diálogo de Melos, la seguridad y el bienestar del Estado en nuestro caso – es a su vez ético. De la misma manera, la disciplina podría preguntarse si su fundamento mismo no debe ser objeto de debate moral[16].Por el contrario, estas preguntas básicas han quedado enterradas por los análisis positivistas dominantes. El positivismo dominante en la teoría de la política mundial entendido como la existencia de leyes objetivas y atemporales, y la necesaria exclusión de consideraciones normativas[17]- puede deberse a razones que tienen que ver tanto con la coyuntura científica como con la histórico-política.

Nos referimos, en primer lugar, al famoso complejo de las Ciencias Sociales frente a las Ciencias Naturales y a los consiguientes intentos de imitación. En segundo lugar, al miedo a caer en el error de las relaciones internacionales de entreguerras: el olvido de las realidades del poder, en la conocida formulación de E. H. Carr [18]. En tercer lugar, ese positivismo se manifiesta en la determinada financiación de los estudios orientados hacia la formulación de políticas concretas.

Este último aspecto, que vincula la elaboración teórica a la coyuntura política, tiene especial importancia, en la medida en que esa revitalización del enfoque normativo antes señalado puede ser interpretada como síntoma de una nueva forma de entender las identidades y los intereses de los Estados.

En estos últimos años, en primer lugar, aparecen cada vez más trabajos en esta línea y, a menudo, son publicados en revistas que habitualmente no daban cabida a la discusión ético filosófico. Dos ejemplos[19]de este reencuentro en la teoría política y el mundo de las relaciones internacionales, pudieran ser la reciente publicación por parte de John Rawls de una extensión de su teoría de la justicia a la escena internacional[20]y la publicación por parte de M. Walzer de un texto que extiende la discusión moral dentro y fuera[21].

Este renacer del debate normativo que, aun partiendo en estos casos de la teoría política, empieza a generalizarse en la disciplina de relaciones internacionales, abre nuevas perspectivas a una renovación de las Relaciones Internacionales.

De esta manera, este debate no sólo es necesario para intervenir en el diseño de ese nuevo orden mundial, sino que empieza a construir una parte cada vez más considerable de la reflexión sobre relaciones internacionales.

Parece conveniente hacer una breve referencia a lo que en la literatura de Relaciones Internacionales se conoce como constructivismo. Aunque dentro de esta corriente hay diversas visiones[22], su popularidad en la disciplina ha venido sobre todo de la mano de los trabajos de A. Wendt.

Este autor define el constructivismo como una teoría estructural de la política internacional construida sobre tres puntos:

(1) los Estados son los principales actores del sistema;

(2) las estructuras del sistema son intersubjetivas más que materiales (3) los intereses e identidades de los Estados están condicionados por esa estructura social, más que dados exógenamente por la naturaleza humana o por la política interna [23].

Distingue en la política internacional entre estructura – anarquía y distribución del poder – y proceso, que es interacción y aprendizaje. En la teoría clásica de las Relaciones Internacionales, según nuestro autor, los comportamientos cambian pero no así las identidades e intereses que permanecen constantes, previos y no afectados por la acción. Sin embargo, debemos considerar que identidades e intereses no son exógenos a la acción, sino endógenos, son parte de la acción, inscritos en ella y transformados por ella[24]. A su vez los intereses son dependientes de las identidades[25]

Distingue entre la que denomina identidad corporativa y la identidad social. La identidad corporativa designa las cualidades intrínsecas y auto-organizadoras que constituyen la individualidad de un actor. Si hablamos de organizaciones, tales cualidades son los individuos que las constituyen, sus recursos físicos, sus creencias e instituciones compartidas, en función de las cuales los individuos funcionan como un "nosotros". La identidad corporativa del Estado genera cuatro intereses o apetitos básicos:

  • 1. la seguridad física, incluyendo la diferenciación con otros actores;

  • 2. la seguridad ontológica, es decir, la estabilidad de la propia identidad en relación con otras identidades y la predictibilidad en sus relaciones con el mundo;

  • 3. el reconocimiento por parte de otros actores, por encima y más allá de la pura supervivencia; y

  • 4. el desarrollo, en el sentido del cumplimiento de las aspiraciones humanas a una vida mejor, cuya dimensión colectiva es depositada en los Estados. Estos intereses corporativos mueven a los Estados a la interacción. Pero la forma en que el Estado satisface sus intereses corporativos depende de cómo se define en relación con el otro, lo que a su vez es una función de la identidad social.

Ésta es el haz de significados que el actor se atribuye a sí mismo cuando se pone en la perspectiva de los otros[26]. Las identidades e intereses sociales están siempre en proceso durante la acción. Puede que sean relativamente estables en un determinado período de tiempo o situación, pero sería un error tratarlas como dadas, pues son prácticas que expresan una relación entre el "self" (el uno) y el otro, no un dato fáctico del mundo[27].

La teoría de las Relaciones Internacionales ha deificado la estructura del sistema, en palabras de Berger y Luckman[28]convirtiendo un opus propium en opus alienum. La anarquía y la distribución del poder sólo tienen sentido para el Estado en virtud de su forma de entenderlas y de sus expectativas, que constituyen sus identidades y sus intereses institucionalizados: la anarquía es lo que los Estados han hecho de ella. Las amenazas son, asimismo, construcciones y no productos naturales[29]. Los estímulos ínter subjetivos dan significado a los estímulos materiales: las armas nucleares británicas no tienen para Estados Unidos, por ejemplo, el mismo significado que las armas nucleares rusas.

J. G. Ruggie, en la obra citada, ha sintetizado lo que para él son las grandes diferencias entre los relatos neo utilitaristas – realismo estructural  e institucionalismo liberal – frente a la lectura constructivista del mundo. Para nuestro autor aquéllos "comparten una visión utilitarista del mundo de las relaciones internacionales: un universo atomístico de unidades autocentradas cuya identidad está dada y fijada, y que son responsables de la consecución  de los intereses materiales estipulados en sus asunciones de partida"[30] .

Estos corpus teóricos difieren entre sí, pero incluso las instituciones propias de los análisis de los segundos son descritas en términos instrumentales cara a la búsqueda del beneficio material individual o colectivo. Por el contrario, el constructivismo en su versión más básica intenta explicar lo que los neo utilitaristas dan por supuesto: las identidades e intereses de los actores. El constructivismo parte de una "ontología relacional" y atribuye a los factores ideacionales, incluyendo cultura, normas e ideas una eficacia social por encima de la de la utilidad funcional que puedan tener: un papel en la forma en que los actores definen sus identidades e intereses[31].

Los neo utilitaristas han podido converger porque comparten los mismo fundamentos analíticos: ambos presuponen la existencia de una anarquía internacional; ambos creen que los Estados son los principales actores en las relaciones internacionales; ambos creen que las identidades y los intereses de esos Estados son fijos y exógenos a la acción; y que éstos son actores racionales que intentan maximizar sus utilidades definidas en término materiales como poder, seguridad y bienestar.

Ruggie realiza tres críticas fundamentales a las escuelas neo utilitaristas:

  • 1. no dan  repuesta a la cuestión fundacional de cómo los actores, es decir los Estados, llegan a asumir las identidades e intereses que marcarán sus políticas;

  • 2. aunque es indudable que los Estados territoriales tienen identidades e intereses específicos, estas escuelas no tiene instrumentos analíticos para explicar por qué las identidades específicas conforman lo que son percibidos como sus intereses y, por tanto, los modelos de acción internacional; y

  • 3. hay una creciente evidencia empírica de que los intereses de los Estados están conformados no sólo por sus identidades sino por factores normativos cuyo origen puede situarse en el ámbito de lo internacional o de lo doméstico[32]

Cabría añadir que el olvido de los procesos de relaciones donde las identidades e intereses se construyen socialmente y considerarlos exógenos a la acción dan lugar a serias distorsiones y omisiones.

Por el contrario, el rasgo más importante que diferencia el constructivismo de otras lecturas del mundo es que éste postula que las creencias no son simples añadidos teóricos que se pueden utilizar para completar los análisis instrumentalistas, sino que en determinadas circunstancias fuerzan a los Estados a redefinir sus intereses, y su misma visión de sí mismos[33]

La idea de que la política era y es cosa de seres humanos y de que quien intente comprenderla debe interpretar el significado, que para los protagonistas tienen la elección y la acción políticas, estaba presente en algunas de las aportaciones clásicas de la literatura de la Relaciones Internacionales antes de que el positivismo se tornara  dominante.

M. Wight propone en un esclarecedor pasaje la consideración del estudio de las relaciones internacionales como un ejercicio cercano a la crítica literaria, un ejercicio de hermenéutica: "los estadistas actúan bajo diversas presiones, y apelan, con diversos grados de sinceridad, a principios morales. Es cosa de los que estudian las relaciones internacionales el juzgar sus acciones, lo que implica juzgar la validez de sus principios éticos. Éste no es un proceso de análisis científico; está más cercano a la crítica literaria. Necesita del desarrollo de una sensibilidad para estar atento a la dificultad de todas las situaciones políticas y a las encrucijadas morales en las que opera la acción del Estado"[34] .

Sin embargo, la teoría de las Relaciones Internacionales, como el resto de las llamadas Ciencias Sociales, ha seguido mayoritariamente un camino diferente: no ha intentado comprender las acciones y relaciones humanas, sino explicarlas.

Estas dos vías de acercamiento a la realidad son planteadas explícitamente por M. Hollis y S. Smith en una obra conjunta titulada Explaining and Understanding International Relations[35]

Sostienen estos autores que las Ciencias Sociales beben de dos tradiciones diferentes. La primera es heredera directa del auge de las Ciencias Naturales en los siglos XVI y XVII, que plantea una observación desde fuera y, a la manera de un científico natural, intenta explicar el funcionamiento de la naturaleza, incluyendo dentro de ella a los seres humanos, sus acciones y sus relaciones.

La segunda es heredera de las ideas historiográficas del siglo XIX, que abogaban por una comprensión de los acontecimientos desde dentro, buscando el significado de unos hechos – los hechos humanos – que no responden a leyes de la naturaleza[36]

La primera de estas aproximaciones busca deducir de los hechos una secuencia causal, y de esta secuencia extraer las leyes naturales, que son efectivas en circunstancias similares y que gobiernan los acontecimientos. En su versión más extrema, esta aproximación no considera relevante lo que los actores, en nuestro caso en la arena internacional, piensen o sientan, pues su comportamiento está gobernado por un sistema de fuerzas y estructuras, que podemos conocer mediante la observación. De esta manera, si nuestro conocimiento es apropiado podremos predecir los acontecimientos futuros.

La segunda aproximación pretende, fundamentalmente, comprender; pues, a diferencia de otros elementos de la naturaleza, los seres humanos atribuyen sentido a sus acciones. El mundo social es una construcción de reglas y significados: "el mundo social debe ser visto a través de los ojos de los actores porque (ese mundo social) depende de cómo sea visto por los actores, y su funcionamiento depende de cómo sean ejercidas las capacidades sociales de aquéllos"[37] .

Señalan cuatro razones por las cuales el mundo social tiene significado para los actores:

  • 1. los seres humanos encuentran significado en su experiencia y este significado depende de símbolos y sólo puede tener una expresión simbólica;

  • 2. dado que el lenguaje es el vehículo de la expresión humana, el significado lingüístico es un componente esencial de la vida social, así las palabras tienen significados públicos regidos por reglas y, al mismo tiempo, los seres humanos tienen intenciones y motivos cuando las usan;

  • 3. las acciones se producen en contextos y estos contextos no pueden separarse de la forma en que son entendidos por los actores; y;

  • 4. los actores tienen ideas sobre el mundo social y sobre su funcionamiento, y se crean expectativas sobre el comportamiento de otros actores[38].

Esta segunda aproximación apunta a una segunda diferencia entre el estudio de la naturaleza y el estudio de las acciones y relaciones humanas: "… la aplicación al estudio del comportamiento humano de los medios de las Ciencias Naturales tiene un límite muy claro, ya que el objeto de nuestro estudio es también un sujeto con capacidad cognitiva y, por lo tanto, capaz de aprender y de cambiar de conducta, a diferencia del carácter repetitivo del comportamiento en el mundo natural"[39] .

Concluyen Hollis y Smith que siempre habrán dos historias que contar de las relaciones internacionales. Una, que explique estructuras y procesos, y otra que comprenda las acciones de los individuos y de los agregados sociales[40]. Pero lo que me interesa resaltar aquí es que ha sido la primera de estas historias la que ha dominado la disciplina, olvidando los significados que las relaciones internacionales tienen para los Estados y para otros actores de la política mundial.

 

 

 

 

Autor:

Dr.C. Estuardo Meneses

[1] Walt, S.M., The Origins of Alliances, Cornell University Press, Ithaca, 1987.

[2] Sobre la idea clásica de equilibrio de poder ver, Wight, M., "The Balance of Power and International Order" en James. A., (ed.), The Bases of International Order, Oxford University Press, Oxford, 1973; Butterfiled, H., "The Balance of Power" y Wight, M., "The Balance of Power" en Butterfiled, H., y Wight, M., (eds.), Diplomatic Investigations, Allen and Unwin, Londres, 1966; Claude, I.L., Power and International Relations, Random House, Nueva York, 1962 y Gulick, E.V., Europe's Classical Balance of Power, Norton, Nueva York, 1955.

[3] Walt, S.M., op. cit., p. 265.

[4] Tucídides nos cuenta la reunión entre los generales atenienses Cleomoedes y Tsias y los magistrados de Melos que, aun siendo una colonia de Esparta, se habían mantenido neutrales en la guerra. En este diálogo los generales griegos argumentan que la sumisión de Melos es una necesidad para el mantenimiento del imperio ateniense, y aunque Atenas no haya sido agredida por Melos, la supervivencia de ésta última supondría un mal ejemplo para el resto de las ciudades sometidas a Atenas. Historia de la guerra del Peloponesio, a cargo de Romero Cruz, A., editada en Madrid por Cátedra, 1998.

[5] Walzer, M., Just and Unjust Wars…, op. cit., p. 8.

[6] Waltz, K., Man, the State and War, Columbia University Press,  Nueva York, 1959.

[7] Ver Hazard, P., El pensamiento europeo en el siglo XVIII, Alianza, Madrid, 1985, especialmente el cap. 5: "El Gobierno" y Cassels, A., op. cit., Ideology and International Relations…, cap. 1: "Raison d'état meets the Enlightenment".

[8] Para un interesante discusión sobre Vatel en relación con Kant, ver Gallie, W.B., Philosophers of war and Peace,  Cambridge University Press, Cambridge, 1978, pp. 26 y ss.

[9] Ver Paz y Guerra…, op. cit., cap. IV, epígrafe 1: "Sistemas homogéneos y heterogéneos", pp. 140 y ss.

[10] Ver Halliday, F., Rethinking International Relations, Macmillan, Londres, 1994, cap. 8: "Inter-systemic Conflict: The Case of the Cold War".

[11] Ver Preston, P., "La guerra civil europea" en  Claves de Razón Práctica, núm. 53, 1995.

[12] Aguirre, I.,"La teoría normativa de las relaciones internacionales hoy" en Cursos de Derecho Internacional de Vitoria-Gasteiz, Tecnos, Madrid,  1996.

[13] Ver: Thomson, K.W., The Moral Issue in Statecraft, Louisiana State University, 1966; Beitz, C., Political Theory and International Relations, Pricenton University Press, Princeton, 1979; Hoffmann, S., Duties Beyond Borders, Syracuse University Press, Syracuse, N. Y., 1981; Nardin, T., Law, Morality and the Relations of States, Pricenton University Press, Princeton, 1983, VV.AA., Ethics and International Relations, Fulbright Papers II, , Manchester, Manchester University Press, 1986; Frost, M., Toward a Normative Theory of International Relations, Cambridge University Press, Cambridge, 1986; Pogge, T.W., Realizing Rawls, Cornell University Press, Ithaca, N. J., 1989 y la polémica desarrollada en Philosphy and Public Affairs recogida en Beitz, C., Cohen, M., Scalon, T. y Simmons, J., (eds.), International Ethics, Pricenton University Press, Princeton, 1985.

[14] Beitz, Ch., "Bounded Morality: justice and the state in world politics" en International Organization, vol, 33, núm. 3, 1979, p. 424

[15] Ruby, C., en su Historia de la filosofía, Talasa, Madrid, 1994, p. 41, nos remite al análisis de Foulcault y nos recuerda como el Estado ordena las relaciones sociales por el poder y la conquista, y se asienta sobre el olvido del origen y el hábito de la opresión.

[16] Walzer, M.,  Just and Unjust Wars…, op. cit., p. 8

[17] Hollis, M. y Smith, S., Explaining and Understanding International Relations, Clarendon Press, Oxford, 1990, p. 46

[18] Carr, E.H., The Twenty Years' Crisis, 1919-1939, Harper and Row, Nueva York, 1964 (1a. ed. en inglés, 1939)

[19] Elegimos estos dos ejemplos por su particular significación. Estos autores son dos clásicos de la filosofía política cuyas incursiones en el campo de la relaciones internacionales han sido escasas -una sucinta mención en su A Theory of Justice en el caso de J. Rawls- o de hace tiempo, caso de M. Walzer que publicó su Just and Unjust Wars en los años setenta. Cabría mencionar otros dos buenos trabajos al respecto con sólo dar una idea más amplia de esa revitalización mencionada: Brown, Ch., International Relations Theory. New Normative Approaches, Hemel Hemsptead, Herts., Harvester Wheatsheaf, 1992 y Nardin, T. y Mapel., D.R., (eds.), Traditions in International Ethics, Cambridge University Press, Cambridege, 1992.

[20] Rawls, J., "The Law of the Peoples" en Critical Inquire, vol. 20, núm. 1, 1993.

[21] Walzer, M., Thick and Thin. A Moral Argument at Home and Abroad, University of Notre Dame Press, Notre Dame, 1994, traducción española a cargo de Rafael del Águila, Alianza, Madrid, de próxima aparición.

[22] Por ejemplo, Onuf, N.G., A world of our making. Rules and Rule in Social Theory and International Relations, University of South Carolina Press, Columbia, S. C., 1989 y Kratochwill, F., Rules, Norms and Decisions, Cambridge University Press, Cambridge, 1989.

[23] Wendt, A., "Identity and Structural Change in International Politics" en Lapid, Y. y Kratochwil, F., (eds.), The Return of Culture and Identity in IR Theory, Lynne Rienner, Boulder Co., 1996.

[24]   Wendt, A., "Anarchy is what the states make of it" en International Organization, vol. 46, núm. 2, 1992, pp. 398 y ss.

[25] Wendt, A., "Collective Indentity Formation and the International State" en American Political Science Review, vol. 88, núm. 2, 1994, p. 385.

[26] Wendt, A., "Anarchy is what the states make of it" en International Organization, vol. 46, núm. 2, 1992, pp. 398 y ss.

[27] Wendt, A., "Collective Indentity Formation and the International State" en American Political Science Review, vol. 88, núm. 2, 1994, p. 385.

[28] Una crítica interesante al planteamiento de Wendt es la realizada por Chakarbarti, S., "Culturing International Relations Theory: A Call for Extension" en Lapid, Y. y Kratochwil, F.,  (eds.), op. cit., p. 100, que propone considerar la civilización como identidad colectiva, que se constituye en el contacto con el otro. Las ideas de los Estados están definidas por las ideas del sistema o de la civilización donde se inscriben. Propone una sugerente analogía: los miembros de una familia no sólo están definidos por su papel en el seno de esa familia, por sus interacción, sino también y de forma fundamental por su idea de lo que es una familia.

[29] Wendt, A., “Collective Identity…", op. cit., pp. 385 y 386.

[30] Berger, P. y Luckman, T., La construcción social de la realidad, Amorrortu, Buenos Aires, 1991, décima ed.

[31] "Anarchy…", op. cit., p. 405.

[32] Ibíd., pp. 14 y 15.

[33] Ibíd., p. 19.

[34] Wight, M., International Theory. The Three Traditions, Leicester University Press, Leicester, 1991, p. 258.

[35] Clarendon, Oxford, 1990.

[36] Ibid., p. 1.

[37] Ibíd., p. 6.

[38] Ibíd, pp. 68-70.

[39] Rodrigo, F., La teoría de las Relaciones Internacionales y el fin de la Guerra Fría: algunas consideraciones metodológicas, mímeo, UAM, 1995, p. 6.

[40] op. cit., p. 211.

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