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Qué mujer con qué hombre se ha de casar para que pueda concebir (página 2)


Partes: 1, 2, 3

El error de Aristóteles es muy notorio en su propria doctrina. Porque él dice que la simiente del varón es la que hace la generación, y no la de la mujer; y en el acto carnal no hay otra obra de varón más que derramar la simiente sin forma ni figura, como el labrador echa el trigo en la tierra. Y así como el grano de trigo no luego echa raíces, ni forma las hojas y caña hasta pasados algunos días, de la mesma manera dice Galeno que no luego en cayendo la simiente viril en el útero está ya formada la criatura, antes dice que son menester treinta y cuarenta días para acabarse. Lo cual siendo así, ¿qué hace al caso estar el padre imaginando varias cosas en el acto carnal, si no se comienza la formación hasta pasados algunos días? Mayormente que quien hace la formación no es el ánima del padre ni de la madre, sino otra tercera que está en la mesma simiente; y ésta, por ser vegetativa y no más, no es capaz de imaginativa: sólo sigue los movimientos naturales del temperamento y no hace otra cosa. Para mí, no es más que los hijos del hombre nazcan de tantas figuras por la varia imaginación de los padres, que decir que los trigos unos nacen grandes y otros pequeños porque el labrador, cuando los sembraba, estaba divertido en varias imaginaciones.

Desta mala opinión de Aristóteles infieren algunos curiosos que los hijos del adúltero parecen al marido de la mujer adúltera, no siendo suyos. Y es su razón manifiesta; porque en el acto carnal están los adúlteros imaginando en el marido, con temor no venga y los halle en el hurto. Por el mesmo argumento infieren que los hijos del marido sacan el rostro del adúltero, aunque no sean suyos; porque la mujer adúltera, estando en el acto carnal con su marido, siempre está contemplando en la figura de su amigo. Y los que confiesan que la otra mujer parió un hijo negro por estar imaginando en la figura negra del guadamecil, también han de admitir lo que estos curiosos han dicho y probado, porque todo tiene la mesma cuenta y razón. Ello para mí es gran burla y mentira, pero muy bien se infiere de la mala opinión de Aristóteles.

Mejor respondió Hipócrates al problema diciendo que los escitas todos tienen unas mesmas costumbres y figura de rostro; y dando la razón de esta similitud, dice que todos comen unos mesmos manjares, y beben unas mesmas aguas, y andan de una mesma manera vestidos, y guardan un mesmo orden de vivir. Los brutos animales, por esta mesma razón, engendran los hijos a su semejanza y a su figura particular, porque siempre usan de un mesmo pasto y hacen la simiente uniforme. Por lo contrario, el hombre, por comer diversos manjares cada día, hace diferente simiente, así en sustancia como en temperamento. Lo cual aprueban los filósofos naturales respondiendo a un problema que dice: «¿qué es la causa que los excrementos de los brutos animales no tienen tan mal olor como los del hombre?». Y dicen que los brutos animales usan siempre de unos mesmos alimentos y hacen mucho ejercicio; y el hombre come tantos manjares y de tan varia sustancia, que no los puede vencer, por donde se vienen a corromper. La simiente humana y brutal tienen la mesma cuenta y razón, por ser ambas excrementos de la tercera concocción. La variedad de manjares de que usa el hombre no se puede negar, ni tampoco dejar de confesar que de cada alimento se haga simiente diferente y particular. Y, así, es cierto que el día que come el hombre vaca o morcilla hace la simiente gruesa y de mal temperamento, por donde el hijo que de ella se engendrare saldrá feo, nescio, negro y de mala condición; y si comiere una pechuga de capón o gallina, hará la simiente blanca, delicada y de buen temperamento; por donde el hijo que de ella se engendrare será gentil hombre, sabio y de condición muy afable.

De donde colijo que ningún hijo nace que no saque las calidades y temperamento del manjar que sus padres comieron un día antes que lo engendrasen. Y si cada uno quisiere saber de qué manjar se formó, no tiene más que hacer de considerar con qué alimento tiene su estómago más familiaridad y aquél es sin falta ninguna.

También preguntan los filósofos naturales: «¿qué es la razón que los hijos de los hombres sabios ordinariamente salen nescios y faltos de ingenio?». Al cual problema responden muy mal diciendo que los hombres sabios son muy honestos y vergonzosos, por la cual razón se abstienen en el acto carnal de algunas diligencias que son necesarias para que el hijo salga con la perfección que ha de tener. Y pruébanlo con los padres torpes y nescios, que, por poner todas sus fuerzas y conato al tiempo de engendrar, salen todos sus hijos ingeniosos y sabios. Pero ésta es respuesta de hombres que saben poca filosofía natural. Verdad es que para responder como conviene es menester presuponer y probar algunas cosas primero; una de las cuales es que la facultad racional es contraria de la irascible y concupiscible, de tal manera que si un hombre es muy sabio, no puede ser animoso, de grandes fuerzas corporales, gran comedor ni potente para engendrar; porque las disposiciones naturales que son necesarias para que la facultad racional pueda obrar son totalmente contrarias de las que pide la irascible y concupiscible.

El ánimo y valentía natural dice Aristóteles, y así es verdad, que consiste en calor; y la prudencia y sabiduría, en frialdad y sequedad. Y así lo vemos claramente por experiencia: que los muy animosos son faltos de razones, tienen pocas palabras, no sufren burlas y se corren muy presto, para cuyo remedio ponen luego mano a la espada por no tener otra respuesta que dar. Pero los que alcanzan ingenio tienen muchas razones y agudas respuestas Y motes, con los cuales se entretienen por no venir a las manos. Desta manera de ingenio notó Salustio a Cicerón, diciéndole que tenía mucha lengua y los pies muy ligeros; lo cual tuvo razón, porque tanta sabiduría no podía parar sino en cobardía para las armas. De donde tuvo origen una manera de motejar que dice «es valiente como un Cicerón y sabio como un Héctor», para notar a un hombre de nescio y cobarde.

No menos contradice la facultad animal al entendimiento. Porque, en siendo un hombre de muchas fuerzas corporales, no puede tener delicado ingenio; y es la razón que la fuerza de los brazos y las piernas nace de ser el celebro duro y terrestre. Y aunque es verdad que por la frialdad y sequedad de la tierra podía tener buen entendimiento, pero por ser de gruesa sustancia lo echa a perder. Y hace otro daño de camino: que por la frialdad se pierde el ánimo y valentía; y, así, algunos hombres de grandes fuerzas los hemos visto ser muy cobardes.

La contrariedad que tiene el ánima vegetativa con la racional es más notoria que todas. Porque sus obras, que son nutrir y engendrar, se hacen mejor con calor y humidad, que con calidades contrarias; lo cual muestra claramente la experiencia considerando cuán fuerte es en la edad de los niños y cuán floja y remisa en la vejez. Y en la puericia no puede obrar el ánima racional, y en la postrera edad, donde no hay calor ni humidad, hace maravillosamente sus obras. De manera que cuanto un hombre fuere más poderoso para engendrar y cocer mucho manjar, tanto pierde de la facultad racional.

A esto alude lo que dice Platón, que no hay humor en el hombre que tanto desbarate la facultad racional como la simiente fecunda; sólo dice que ayuda al arte de metrificar. Lo cual vemos por experiencia cada día: que en comenzando un hombre a tratar amores, luego se torna poeta; y si antes era sucio y desaliñado, luego se ofende con las rugas de las calzas y con los pelillos de la capa. Y es la razón que estas obras pertenecen a la imaginativa, la cual crece y sube de punto con el mucho calor que ha causado la pasión del amor. Y que el amor sea alteración caliente vese claramente por el ánimo y valentía que causa en el enamorado, y porque le quita la gana de comer y no le deja dormir. Si en estas señales advirtiese la república, desterraría de las Universidades los estudiantes valientes y amigos de armas, a los enamorados, a los poetas y a los muy polidos y aseados; porque para ningún género de letras tienen ingenio ni habilidad. Desta regla saca Aristóteles los melancólicos por adustión, cuya simiente, aunque es fecunda, no quita el ingenio.

Finalmente, todas las facultades que gobiernan al hombre, si son muy fuertes, desbaratan la facultad racional. Y de aquí nace que, en siendo un hombre muy sabio, luego es cobarde, de pocas fuerzas corporales, ruin comedor y no potente para engendrar. Y es la causa que las calidades que le hacen sabio, que son frialdad y sequedad, esas mesmas debilitan las otras potencias; como parece en los hombres viejos, que, si no es para consejo y prudencia, no tienen fuerza ni valor para más.

Supuesta esta doctrina, es opinión de Galeno que para que haya efecto la generación de cualquier animal perfecto son necesarias dos simientes, una que sea el agente y formador, y la otra que sirva de alimento. Porque una cosa tan delicada como es la genitura no luego puede vencer un manjar tan grueso como es la sangre hasta que el efecto sea mayor; y que la simiente sea el verdadero alimento de los miembros seminales es cosa muy recebida de Hipócrates, Platón y Galeno; porque, según su opinión, si la sangre no se convierte en simiente, es imposible que los nervios, las venas y arterias se puedan mantener. Y, así, dice Galeno que la diferencia que va de las venas a los testículos es que los testículos hacen de presto mucha simiente, y las venas poca y a espacio. De manera que proveyó Naturaleza de alimento tan semejante, que con liviana alteración y sin hacer excrementos pudiese mantener a la otra simiente; lo cual no pudiera acontescer si su nutrición se hubiera de hacer de la sangre. La mesma provisión dice Galeno que hizo Naturaleza en la generación del hombres que para formar el pollo y las demás aves que salen de los huevos; en los cuales vemos que hay dos sustancias, clara y yema, la una de que se haga el pollo y la otra de que se mantenga todo el tiempo que durare la formación. Por la mesma razón son necesarias dos simientes en la generación del hombre, la una de que se haga la criatura y la otra de que mantenga todo el tiempo que durare su formación.

Pero dice Hipócrates una cosa digna de gran consideración; y es «que no está determinado por Naturaleza cuál de las dos simientes ha de ser el agente y formador, ni cuál ha de servir de alimento». Porque muchas veces la simiente de la mujer es de mayor eficacia que la del varón; y cuando acontesce así, hace ella la generación y la del marido sirve de alimento. Otras veces la del varón es más potente y prolífica, y la de la mujer no hace más que nutrir. Esta doctrina no alcanzó Aristóteles, ni pudo entender de qué servía la simiente de la mujer; y, así dijo de ella mil disparates: «que era como un poco de agua sin virtud ni fuerzas para engendrar». Lo cual si fuera así, era imposible que la mujer consintiera la conversación del varón, ni jamás le apeteciera, antes huyera del acto carnal por ser ella tan honesta y la obra tan sucia y torpe; por donde en pocos días se acabara la especie humana y el mundo quedara privado del más hermoso animal de cuantos Naturaleza crió.

Y así pregunta Aristóteles qué es la razón que el acto carnal es la cosa más sabrosa de cuantas ordenó Naturaleza para recreación de los animales. Al cual problema responde que, como Naturaleza procurase tanto la perpetuidad de los hombres, puso tanta delectación en aquellas obras porque, movidos con tal interés, se llegasen de buena gana al acto de la generación; y si faltaran tales estímulos no hubiera hombre ni mujer que se quisiera casar, no interesando más la mujer de traer nueve meses el hijo en el vientre con tanta pesadumbre y dolores, y al tiempo de parirlo ponerse en riesgo de perder la vida; por donde fuera necesario que la república forzara a las mujeres a que se casasen, con miedo no se acabase la generación humana.

Pero como Naturaleza hace las cosas con suavidad, dio a la mujer todos los instrumentos que eran necesarios para hacer simiente irritadora y prolífica, con la cual apeteciese al varón y se holgase con su conversación. Y siendo de las calidades que dice Aristóteles, antes le aborresciera y huyera de él, que le amara. Esto prueba Galeno ejemplificando con los brutos animales; y, así, dice que si una puerca está castrada jamás apetece el verraco ni le consiente cuando se le llega. Lo mesmo pasa claramente en una mujer cuyo temperamento es más frío de lo que conviene: que si le pedimos que se case, no hay cosa más aborrescible a sus oídos. Y al varón frío acontece otro tanto, todo por carecer de simiente fecunda.

También si la simiente de la mujer fuera de la manera que dice Aristóteles, no podía se proprio alimento. Porque para alcanzar las calidades últimas de nutrimento actual se requiere total semejanza con el que se ha de nutrir. Y si ella no viniera ya labrada y asimilada, después no se podía adquirir, porque la simiente del varón carece de instrumentos y oficinas (como son el estómagos, el hígado y los testículos) donde la pudiese cocer y asimilar. Por donde proveyó Naturaleza que hubiese dos simientes en la generación del animal; las cuales mezcladas, la que fuese más potente hiciese la formación y la otra sirviese de mantenimiento. Y que esto sea verdad parece claramente ser así; porque si un negro empreña una mujer blanca, y un hombre blanco a una mujer negra, de ambas maneras sale la criatura mulata.

Desta doctrina se colige ser verdad lo que muchas historias auténticas afirman: que un perro, tiniendo cuenta con una mujer, la empreñó; y lo mesmo hizo un oso con una doncella que halló sola en el campo; y de un jimio que tuvo dos hijos en otra mujer; y de otra que andándose paseando por la ribera del mar, salió un pescado del agua y la empreñó. Lo que se le hace dificultoso al vulgo es cómo pudo acontescer parir estas mujeres hombres perfectos y con uso de la razón, siendo los padres que los engendraron animales. A esto se responde que la simiente de cualquiera mujer de aquéllas era el agente y formador de la criatura, por ser más potente, y así la figuraba con los accidentes de la especie humana; y la simiente del bruto animal, por no tener tanta fuerza, servía de alimento y no más. Y que la simiente de estas bestias irracionales pudiese dar alimento a la simiente humana, es cosa que se deja entender. Porque si cualquiera mujer de aquéllas comiera un pedazo de oso o de perro, cocido o asado, se sustentara con él, aunque no tan bien como si comiera carnero o perdices. Lo mesmo acontece a la simiente humana, que su verdadero nutrimento en la formación de la criatura es otra simiente humana; pero, faltando ésta, bien puede suplir sus veces la simiente brutal. Pero lo que notan aquellas historias es que los niños que nacieron de estos tales ayuntamientos daban muestra, en sus costumbres y condiciones, no haber sido natural su generación.

De todo lo dicho (aunque nos hemos algo tardado) podremos ya sacar respuesta para el problema principal. Y es que los hijos de los hombres sabios casi siempre se hacen de la simiente de sus madres, porque la de los padres, por las razones que hemos dicho, es infecunda para engendrar y no sirve en la generación más que de alimento. Y el hombre que se hace de simiente de mujer no puede ser ingenioso ni tener habilidad por la mucha frialdad y humidad de este sexo. Por donde es cierto que, en saliendo el hijo discreto y avisado, es indicio infalible de haberse hecho de la simiente de su padre; y si es torpe y nescio se colige haberse formado de la simiente de su madre. A lo cual aludió el sabio diciendo: filius sapiens laetificat patrem, filius vero stultus maestitia est matris suae.

También puede acontescer (por alguna ocasión) que la simiente del hombre sabio sea el agente y formador, y la de su mujer sirva de alimento. Pero el hijo que de ella se engendrare saldrá de poco saber; porque, puesto caso que la frialdad y sequedad son dos calidades que ha menester el entendimiento, pero han de tener cierta medida y cantidad; de la cual pasando, antes hace daño que aprovecho, como parece en los hombres muy viejos que por la mucha frialdad y sequedad los vemos caducar y decir mil disparates. Pues pongamos caso que al hombre sabio le restaban de vivir diez años de conveniente frialdad y sequedad para caducar. Si de la simiente deste se engendrase un hijo, sería hasta los diez años de grande habilidad por gozar de la frialdad y sequedad conveniente de su padre, pero a los once comenzaría luego a caducar por haber pasado del punto que estas dos calidades han de tener. Lo cual vemos cada día por experiencia en los hijos habidos en la vejez: que, siendo niños, son muy avisados, y después son hombres muy nescios y de muy corta vida; y es la razón que se hicieron de simiente fría y seca, la cual había pasado ya la mitad del curso de la vida.

También si el padre es sabio en la obras de la imaginativa, y sea casado por su mucho calor y sequedad con mujer fría y húmida en el tercer grado, el hijo de que esta junta se engendrare será nescísimo si se forma de la simiente de su padre, por haber estado en un vientre tan frío y húmido y haberse mantenido de sangre tan destemplada.

Al revés acontesce siendo el padre nescio, cuya simiente ordinariamente tiene calor y humidad demasiada. El hijo que de ella se engendrase será bobillo hasta quince anos por alcanzar parte de la humidad superflua del padre, pero gastada con el discurso de la edad de consistencia donde la simiente del hombre nescio está más templada y con menos humidad. Ayúdale también al ingenio haber andado nueve meses en un vientre de tan poca frialdad y humanidad como es el de la mujer fría y húmida en el primer grado, donde padeció tanta hambre y penuria de alimento.

Todo esto acontesce ordinariamente por las razones que hemos dicho. Pero hay cierto linaje de hombres cuyos miembros genitales son de tanta fuerza y vigor, que desnudan totalmente a los miembros de sus buenas calidades y los convierten en su mala y gruesa sustancia; por donde todos los hijos que engendran, aunque hayan comido manjares delicados, salen rudos y torpes. Otros hay, por lo contrario, que usando de alimentos gruesos y de mal temperamento, son tan poderosos en vencerlos que, comiendo macho y tocino, hacen hijos de ingenio muy delicado. Y, así, es cierto que hay linaje de hombres nescios y casta de hombres sabios. Y otros que ordinariamente nacen locos y faltos de juicio.

Algunas dudas se ofrecen a los que tratan de entender muy de raíz esta materia, la respuesta de las cuales es muy fácil en la doctrina pasada. La primera es: ¿de dónde nace que los hijos bastardos parecen ordinariamente a sus padres, y de cien legítimos los noventa sacan la figura y costumbres de las madres? La segunda: ¿por qué los hijos bastardos salen ordinariamente gentiles hombres, animosos y muy avisados? La tercera: ¿qué es la causa que si una mala mujer se empreña, aunque tome bebidas ponzoñosas para mover y se sangre muchas veces, jamás echa la criatura; y si la mujer casada está preñada de su marido, con livianas causas viene a mover? A la primera duda responde Platón diciendo que ninguno es malo de su propia y agradable voluntad, sin ser irritado primero del vicio de su temperamento; y pone ejemplo en los hombres lujuriosos, los cuales, por tener mucha simiente fecunda, padecen grandes ilusiones y muchos dolores, por donde, molestados de aquella pasión, buscan mujeres para echarla de sí. Destos dice Galeno que tienen los instrumentos de la generación muy calientes y secos, por la cual razón hacen la simiente mordacísima y poderosa para engendrar. Luego, el hombre que va a buscar la mujer que no es suya, ya va lleno de aquella simiente fecunda, cocida y bien sazonada; de la cual forzosamente se ha de hacer la generación, porque, en paridad, siempre la simiente del varón es de mayor eficacia; y si el hijo se hace de la simiente del padre, forzosamente le ha de parecer.

Al revés acontesce en los hijos legítimos, que, por tener hombres casado la mujer siempre al lado, nunca aguardan a madurar la simiente ni que se haga prolífica, antes con liviana irritación la echa de sí, haciendo gran violencia y conmoción; y como las mujeres están quietas en el acto carnal, nunca sus vasos seminarios dan la simiente, sino cuando está cocida y bien sazonada y hay mucha en cantidad. Por donde las mujeres casadas hacen siempre la generación y la simiente de sus maridos sirve de alimento. Pero algunas veces vienen ambas simientes a tener igual perfección, y pelean de tal manera que ni la una ni la otra salen con la formación, antes se figura el hijo que ni parece al padre ni a la madre. Otras veces parece que se conciertan y parten la similitud: la simiente del padre hace las narices y ojos, y la de la madre la boca y la frente. Y, lo que más es de admirar, que ha acontecido muchas veces sacar el hijo la una oreja del padre y la otra de la madre, y partir los ojos también. Pero si la simiente del padre vence del todo, saca el hijo su figura y costumbres; y cuando la simiente de la madre es más poderosa, corre la mesma razón. Por donde el padre que quisiere que su hijo se haga de su propia simiente, se ha de ausentar algunos días de su mujer y aguardar que se cueza y madure, y entonces es cierto que él hará la generación y la simiente de su mujer servirá de alimento.

La segunda duda tiene por lo dicho poca dificultad. Porque los hijos bastardos ordinariamente se hacen de simiente caliente y seca, y de esta temperatura hemos probado muchas veces atrás que nace el ánimo y valentía y la buena imaginativa, a la cual pertenece la prudencia de este siglo. Y por estar la simiente cocida y bien sazonada, hace Naturaleza de ella todo lo que quiere, y los pinta con un pincel.

A la tercera duda, se responde que el preñado de las malas mujeres casi siempre se hace de la simiente del varón, y como es enjuta y muy prolífica trábase en el útero con fuertes raíces. Pero el preñado de las casadas, como se hace de su propia simiente, deslízase la criatura con gran facilidad, por ser húmida y aguanosa, o como dice Hipócrates: plena mucoris.

http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01371741544583735212257/p0000005.htm – I_41_#I_41_http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01371741544583735212257/p0000005.htm – I_43_#I_43_[Parte IV] [XXII de 1594] Qué diligencias se han de hacer para conservar el ingenio a los niños después de estar formados y nacidos Es tan alterable la materia de que el hombre está compuesto y tan sujeta a corrupción, que, en el punto que se comienza a formar, en ese mesmo se viene a deshacer y alterar sin poderlo resistir; por donde se dijo: nos nati continuo desinimus esse. Y, así, proveyó Naturaleza que hubiese en el cuerpo humano cuatro facultades naturales, tractriz, retentriz, concotriz y expultriz; las cuales, cociendo y alterando los alimentos que comemos, vuelven a reparar la sustancia perdida, sucediendo otra en su lugar. De donde se entiende que aprovechara poco haberse hecho el hijo de simiente delicada si no se tuviera cuenta con los manjares que le habían de suceder; porque, acabada la formación, no le ha quedado a la criatura ninguna parte de la sustancia seminal de que al principio se compuso. Verdad es que la simiente primera, si fue bien cocida y sazonada, es de tanta fuerza y vigor, que cociendo y alterando los manjares los hace venir, aunque sean malos y gruesos, a su buen temperamento y sustancia; pero tanto se podría usar de alimentos contrarios, que viniese a perder la criatura las buenas calidades que recibió de la simiente de que se hizo.

Y, así, dijo Platón que una de la cosas que más echaba a perder el ingenio del hombre y sus buenas costumbres era la mala educación en el comer y beber. Por tanto, aconseja que a los niños les demos alimentos y bebidas delicadas y de buen temperamento, para, cuando mayores, sepan reprobar lo malo y eligir lo bueno. La razón desto está muy clara. Porque si el celebro se hizo al principio de simiente delicada, y este miembro se va cada día gastando y consumiendo y se ha de reparar con los manjares que comemos, cierto es que, si éstos son gruesos y de mala templanza, que, usando mucho días de ellos, se ha de hacer el celebro de su mesma naturaleza. Y, así, no basta que el niño se haya hecho de buena simiente, sino que los alimentos que comiere después de formado y nacido tengan las mesmas calidades. Cuáles sean éstas no será dificultoso averiguarlo, supuesto que los griegos fueron los hombres más discretos que ha habido en el mundo, y que, buscando alimentos y comidas para hacer a sus hijos ingeniosos y sabios, cierto es que toparían con los mejores y más apropriados; porque si el ingenio sutil y delicado consiste que el celebro esté compuesto de partes sutiles y de buena templanza, el alimento que tuviere sobre los demás estas dos calidades será del que conviene usar para conseguir el fin que llevamos.

De la leche de cabras cocida con miel dijo Galeno que en opinión de todos los médicos griegos era el mejor alimento de cuantos comen los hombres; porque, fuera de tener la sustancia muy moderada, el calor en ella no excede a la frialdad, ni la humidad a la sequedad. Por donde dijimos pocos renglones atrás que los padres que de veras quisiesen engendrar un hijo sabio, gentil hombre y de buenas costumbres, que comiesen, seis o siete días antes de la generación, mucha leche de cabras cocida con miel. Pero, puesto caso que este alimento es tan bueno como dice Galeno, mucho más hace al ingenio ser de partes sutiles el manjar que de moderada sustancia; porque, cuanto más se adelgaza la materia en la nutrición del celebro, tanto se hace el ingenio más perspicaz. Por donde los griegos sacaban el queso y suero a la leche (que son los dos elementos gruesos de su composición) y dejaban la parte butirosa, que es de naturaleza de aire. Esta daban a comer a los niños, mezclada con miel, con intento de hacerlos ingeniosos y sabios. Y que esto sea verdad, parece claramente por lo que cuenta Homero. Fuera deste alimento, comerán los niños sopas hechas de pan candial, de agua muy delicada, con miel y un poco de sal. Pero, en lugar de aceite (por ser muy malo y nocivo al entendimiento), echarán manteca de leche de cabras, cuyo temperamento y sustancia es apropriado para el ingenio.

Pero en este regimiento hay un inconveniente muy grande. Y es que, usando los niños de manjares tan delicados, no ternán mucha fuerza para resistir a las injurias del aire, ni se podrán defender de los demás achaques que los suelen hacer enfermar. Y, así, por sacarlos sabios, se criarán con poca salud y no vivirán muchos años.

Esta dificultad nos pide cómo se podrán criar los niños ingeniosos y sabios, y que esta arte no contradiga a su salud. Lo cual será fácil concertar si los padres se atrevieren a poner en práctica algunas reglas y preceptos que aquí diré. Y porque la gente regalada está engañada en criar sus hijos, y ella es la que trata siempre de esta materia, quiéroles primero dar la razón y causa por qué a sus hijos, aunque tengan ayos y maestros y trabajen con mucho cuidado en las letras, se les pegan tan mal las ciencias, y cómo se podrá remediar sin que por ello abrevien la vida ni menoscaben su salud.

Ocho cosas dice Hipócrates que humedecen las carnes del hombres y las engordan. La primera es el holgar y vivir en grande ociosidad; la segunda, dormir mucho; la tercera, acostarse en cama blanda; la cuarta, el buen comer y beber; la quinta, estar muy abrigados y bien vestidos; la sexta, andar siempre a caballo; la séptima, hacer su voluntad; la octava, ocuparse en juegos y pasatiempos y cosas que les den contento y placer. Todo lo cual es tan manifiesta verdad, que, aunque no lo hubiera dicho Hipócrates, ninguno lo pudiera negar.

Sólo se podría dudar si la gente regalada guarda siempre esta manera de vivir; pero si es verdad que lo hace, bien podemos inferir que su simiente es humidísima y que los hijos que della se engendraren han de salir por fuerza con humidad superflua y demasiada; la cual es menester gastar y consumir, lo uno porque esta calidad echa a perder las obras del ánima racional, y lo otro (dicen los médicos) que hace vivir al hombre pocos días y con falta de salud. Según esto, el buen ingenio y la firme sanidad corporal ambas piden un mesma calidad, que es la sequedad; por donde los preceptos y reglas que trujimos para hacer los niños sabios, esos mesmos servirán para darles mucha salud y que vivan largo tiempo.

Conviene, pues, luego en naciendo el hijo de padres holgados (atento que sus carnes tiene más frialdad y humidad de la que conviene a la puericia), lavarlo con agua salada caliente; la cual, en opinión de todos los médicos, deseca y enjuga las carnes, y pone firmes los nervios, y hace al niño robusto y varonil, y por la humidad superflua del celebro le hace ingenioso y le libra de muchas enfermedades capitales. Por lo contrario, siendo el baño de agua dulce y caliente, por cuanto humedece las carnes, dice Hipócrates que hace cinco daños: carnis effaeminationem, nervorum imbecillitatem, mentis torporem, profluvia sanguinis, animi deffectionem; como dijera: «el agua dulce y caliente hace al hombre mujeril, con flaqueza de nervios, nescio, aparejado para flujo de sangre y desmayos». Pero si el niño sale con demasiada sequedad del vientre de su madre, conviene mucho lavarle con agua caliente dulce; y, así, dice Hipócrates: infantes diu sunt calide lavandi, quo minus tentent convulsiones, ipsique crecant et melioris coloris fiant; por la cual sentencia mandaba lavar con agua caliente muchas veces a los niños, porque no se vengan a espasmar y crezcan con más facilidad y se hagan de buen color. Esto cierto es que se entiende de los niños que salen secos del vientre de sus madres y a los cuales conviene enmendarles su mala temperatura aplicándoles las calidades contrarias.

Los alemanes, dice Galeno, tenían por costumbre lavar sus niños en el río luego en naciendo, pareciéndoles que, así como el hierro que sale ardiendo de la fragua se hace más fuerte metiéndolo en el agua fría, de la mesma manera, sacando al niño ardiendo del vientre de su madre, se hacía de mayor fuerza y vigor lavándolo con agua tan fría. Esto condena Galeno por gran bestialidad, y tiene mucha razón; porque, puesto caso que por esta vía se haría el cuero duro y cerrado y no fácil de alterar de las injurias del aire, pero ofenderseía de los excrementos que se engendran dentro del cuerpo, por no estar patente y abierto por donde poder exhalar y salir. Mejor remedio y más seguro es lavar a los niños que tienen humidad superflua con agua caliente y salada; porque, gastándoles humidad demasiada, quedan muy propincuos a la salud, y cerrándoles las vías del cuero no se ofenden con cualquiera ocasión, ni los excrementos de dentro quedan tan cerrados que no les resten caminos abiertos por donde salir. Y Naturaleza es tan poderosa, que si le han quitado una vía pública busca otra acomodada, y si todos le faltan, sabe hacer caminos de nuevo por donde expeler lo que le daña. Y, así, de dos extremos, más conviene a la salud tener duro y algo cerrado el cuero que blando y abierto.

Lo segundo que conviene es que en naciendo el niño le hagamos amigo con los vientos y con las alteraciones del aire y no le tengamos siempre en abrigo, porque se hará flojo, mujeril, nescio, de pocas fuerzas, y en tres días se morirá. Ninguna cosa dice Hipócrates que tanto debilita las carnes como estar siempre en lugares tépidos, guardados del frío y calor. Ni hay mayor remedio para la salud que hacer el cuerpo a todos los vientos, calientes, fríos, húmidos y secos; y, así, pregunta Aristóteles qué es la causa que los que viven en las galeras están más sanos y tienen mejor color, que los que viven en tierra paludosa. Y crece más la dificultad considerando la mala vida que pasan, durmiendo en el suelo vestidos, al sereno, al sol, al frío y al agua, comiendo y bebiendo tan mal. Los mesmo se podrá preguntar de los pastores, cuya sanidad es la más firme que tienen los hombres. Y es la causa que han hecho ya amistad con todas las calidades del aire, y no se espanta Naturaleza de nada. Por el contrario, vemos claramente que, tratando un hombre de regalarse y procurar que no le dé el sol, el frío, el sereno ni el viento, en tres días es acabado, por el cual se podría decir: qui diligit animam suam in hoc mundo perdet eam. Porque de las alteraciones del aire nadie se puede guardar; y, así, es mejor acostumbrarse a todo, para que el hombre se pueda descuidar y no viva siempre con recato. El error de la gente vulgar está en pensar que el niño nace tan tierno y delicado, que no sufrirá pasar del vientre de su madre (donde hay tanto calor) a la región del aire frío sin que le haga mucho daño. Y, realmente, están engañados, porque con ser Alemania tan fría, metían los niños hirviendo en el río; y con ser un hecho tan bestial, no se les hacía de mal ni se morían.

Lo tercero que conviene es buscar un ama moza, de temperamento caliente o seca, o (según nuestra doctrina) fría y húmida en el primer grado, criada a mala ventura, acostumbrada a dormir en el suelo, a poco comer y mal vestida, hecha a andar al sereno, al frío y al calor. Esta tal hará la leche muy firme y usada a las alteraciones del aire, de la cual manteniéndose muchos días los miembros del niño, vernán a tener mucha firmeza. Y si es discreta y avisada, le hará mucho provecho al ingenio; porque la leche de ésta es muy enjuta, caliente y seca, con las cuales dos calidades se corregirá la mucha frialdad y humidad que el niño sacó del vientre de su madre. Cuánto importe a las fuerzas de la criatura mamar leche ejercitada, pruébase claramente en los caballos, que, siendo hijos de yeguas trabajadas en arar y trillar, salen muy grandes corredores y duran mucho en el trabajo; y si las madres están siempre holgando y paciendo en el prado, a la primera carrera no se pueden tener. El orden, pues, que se ha de tener con el ama es traerla a casa cuatro o cinco meses antes del parto y darle a comer los mesmos manjares de que usa la preñada; para que tenga lugar de gastar la sangre y los demás humores que ella tenía hechos de los malos alimentos que antes había comido, y para que el niño, luego en naciendo, mame la mesma leche de que se mantuvo en el vientre de su madre, a lo menos hecha de los mesmos manjares.

Lo cuarto es no acostumbrar el niño a dormir en cama blanda, ni traerlo muy arropado, ni darle mucho a comer; porque todas estas tres cosas dice Hipócrates que enjugan y desecan las carnes, y las contrarias las engordan y ensanchan. Y haciendo esto, se criará el niño de grande ingenio y vivirá muchos días por razón de la sequedad. Y de lo contrario, verná a ponerse hermoso, gordo, lleno de sangre, y bobo; el cual hábito llama Hipócrates atlético, y lo tiene por muy peligroso.

Con esta mesma receta y orden de vivir se crió el hombre más sabio que ha habido en el mundo, que fue Cristo nuestro redentor, en cuanto hombre; salvo que por nacer fuera de Nazaret, por ventura no tuvo su madre a mano agua salada con que lavarlo. Pero ello era costumbre judaica y de toda el Asia, introducida por algunos médicos sabios para dar salud a los niños; y, así, dice el profeta: Et quanto nata es in die ortus tui, non est praecisus umbilicus tuus, et aqua non es lota in salutem, nec sale salita, nec involuta pannis. Pero, en lo demás, luego en naciendo comenzó a hacer amistad con el frío y con las otras alteraciones del aire. Y su primera cama fue en el suelo y mal vestido, como si quisiera guardar la receta de Hipócrates. A pocos días caminaron con él a Egipto, lugar de mucho calor, donde estuvo todo el tiempo que Herodes vivió. Andando su madre de esta manera, cierto es que le daría la leche bien ejercitada y hecha a las alteraciones del aire.

Lo que le daba a comer fue el manjar que los griegos hallaron para dar ingenio y sabiduría a sus hijos. Éste dijimos atrás que era la parte butirosa de la leche comida con miel. Y, así, dijo Isaías: Butyrum et mel comedet, ut sciat reprobare malum et eligere bonum. Por las cuales palabras parece que quiso el profeta dar a entender que, aunque era Dios verdadero, había de ser juntamente hombre perfecto, y que para adquirir sabiduría natural había de hacer las mesmas diligencias que los otros hijos de los hombres. Aunque esto parece dificultoso de entender, y aun es disparate pensar que, porque Cristo nuestro redentor comiese manteca y miel siendo niño, había de saber reprobar lo malo y eligir lo bueno cuando mayor, siendo Dios como era, de infinita sabiduría y habiéndole dado en cuanto hombre toda la ciencia infusa que podía recibir según su capacidad natural. Por donde es cierto que sabía tanto en el vientre de su madre como cuando había treinta y tres años, sin comer manteca ni miel, ni aprovecharse de otros medios naturales que requiere la sabiduría humana.

Pero, con todo eso, hace gran fuerza que el profeta haya señalado el mesmo manjar que los troyanos y griegos acostumbraban dar a sus hijos para hacerlos ingeniosos y sabios, y que diga ut sciat reprobare malum et eligere bonum… para entender que, por razón de aquellos alimentos, adquiriese Cristo nuestro redentor (en cuanto hombre) más sabiduría adquisita de la que alcanzara si usara de otros manjares contrarios; o es menester explicar aquella partícula ut para saber qué es lo que quiso decir hablando por tales términos.

Y, así, hemos de suponer que en Cristo nuestro redentor había dos naturalezas, como es verdad y así nos lo muestra la fe: la una divina, en cuanto era Dios verdadero; y la otra humana, compuesta de ánima racional y cuerpo elementado, dispuesto y organizado como lo tienen los otros hijos de los hombres.

Cuanto a la primera naturaleza, no hay que tratar de la sabiduría de Cristo nuestro redentor, porque era infinita, sin aumento ni disminución, ni depender de otra cosa ninguna más de que, por ser de Dios, era tan sabio en el vientre de su madre como lo era siendo de treinta y tres años, y lo era ab aeterno.

Pero, en lo que toca a la segunda naturaleza, es de saber que el ánima de Cristo, dende el punto que Dios la crió, fue bienaventurada y gloriosa, como lo está el día de hoy; y pues gozaba de Dios y de su sabiduría, cierto es que no ternía ignorancia de nada, sino que tuvo tanta ciencia infusa, cuanta cabía en su capacidad natural. Pero, con esto, es cierto que, así como la gloria no se comunicaba a los instrumentos del cuerpo (por la razón de la redención del género humano), tampoco la sabiduría infusa, por no estar el celebro dispuesto ni organizado con la calidades y sustancia que son necesarias para que el ánima con tal instrumento pudiese discurrir y filosofar. Porque si nos acordamos de lo que en el principio desta obra dijimos, las gracias gratis datas que Dios reparte entre los hombres piden ordinariamente que el instrumento con que se han de ejercitar y el sujeto en que se han de recebir tengan las calidades naturales que cada don ha menester. Y es la causa ser el ánima racional acto del cuerpo, y no obrar sin aprovecharse de sus instrumentos corporales.

El celebro de Cristo nuestro redentor (siendo niño y recién nacido) tenía mucha humidad, porque en tal edad es así conveniente y cosa natural; pero, por ser tanta en cantidad, no podía su ánima racional discurrir naturalmente ni filosofar con tal instrumento; y, así, la ciencia infusa no pasaba a la memoria corporal ni a la imaginativa ni al entendimiento por ser estas tres potencias orgánicas (como ya lo dejamos probado) y no estar con la perfección que habían de tener. Pero, yéndose el celebro desecando con el tiempo y con la mayor edad, iba el ánima racional manifestando cada día más la sabiduría infusa que tenía y comunicándola a sus potencias corporales.

Y, fuera desta ciencia sobrenatural, tenía otra que se toma de las cosa que oyen los niños, de lo que ven, de lo que huelen, gustan y palpan; y ésta, es cierto, la adquiría Cristo nuestro redentor como los otros hijos de los hombres. Y así como para ver bien las cosas tenía necesidad de buenos ojos y para oír los sonidos de buenos oídos, por la mesma razón tenía necesidad de buen celebro para juzgar entre lo bueno y lo malo. Y, así, es cierto que por comer aquellos manjares tan delicados se iba organizando cada día mejor su cabeza y adquiriendo más sabiduría; de tal manera, que si Dios le quitara la ciencia infusa tres veces en el discurso de su vida para ver lo que había adquirido, halláramos que de diez años sabía más que de cinco, y de vientre más que de diez, y de treinta y tres más que de veinte.

Y que esta doctrina sea verdadera y católica, pruébalo el Texto evangélico a la letra diciendo: Et Jesus proficiebat sapientia et aetate et gratia apud Deum et homines. De muchos sentidos católicos que la Escritura divina puede recebir, yo siempre tengo por mejor el que mete la letra que el que quita a los términos y vocablos su natural significación.

Qué calidades sean las que ha de tener el celebro y qué sustancia, ya dijimos, de opinión de Heráclito, que la sequedad hacía al ánima sapientísima; y de sentencia de Galeno probamos que, estando el celebro compuesto de sustancia muy delicada, hace el ingenio sutil. La sequedad iba adquiriendo Cristo nuestro redentor con la edad, porque dende que nacemos hasta que morimos nos vamos desecando y enjugando las carnes, y sabiendo más. Las partes sutiles y delicadas del celebro se le iban rehaciendo comiendo aquellos manjares que dijo el profeta Isaías; porque si cada momento se había menester nutrir y reparar la sustancia que se exhalaba, y esto se había de hacer con manjares y no con otra materia ninguna, cierto es que si comiera siempre vaca o tocino que en pocos días hiciera un celebro grueso y de mal temperamento, con el cual no pudiera su ánima racional reprobar lo malo y eligir lo bueno si no fuera por vía de milagro y usando de su divinidad. Pero, llevándolo Dios por los medios naturales, mandó que usase de aquellos manjares tan delicados, de los cuales manteniéndose el celebro, se haría un instrumento tan bien organizado, que, aun sin usar de la ciencia ni infusa, pudiera naturalmente reprobar lo malo y eligir lo bueno, como los otros hijos de los hombres.

LAUDETUR CHRISTUS IN ÆTERNUM http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01371741544583735212257/p0000006.htm – I_44_#I_44_http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01371741544583735212257/p0000006.htm – I_46_#I_46_[Digresión sobre el fuego] « Pero esto de entrar el fuego por el pulso y la respiración para reparar el fuego perdido que estaba en nuestra composición, no es cosa que se deja entender, ni la experiencia nos lo muestra. Ni tampoco pudo Galeno atinar cómo estando el fuego en el cóncavo de la Luna, según la opinión de los peripatéticos, podía bajar a la generación y conservación de los mixtos, estando muchos de ellos no solamente en la superficie de la tierra, pero en el profundo del mar, y otros en las muy cavidades de la tierra; mayormente siendo su apetito natural subir a lo alto por ser más liviano que el aire, y nunca descender si no es haciéndole alguna gran violencia. Y, así, fingió que el fuego estaba partido en minutísimas partes, a manera de átomos, y trabado con el aire con una liviana mixtión para socorrer a la conservación y generación de las cosas naturales.

Pero realmente la opinión de Galeno es falsa, y mucho más la de Aristóteles en poner la esfera del fuego en el cóncavo de la Luna. Porque es cierto que Dios y Naturaleza nunca hacen cosa baldía y sin fin. Estando el fuego en el cóncavo de la Luna, no sirve de nada. Luego Dios no lo crió, y si lo crió no lo puso en tal lugar. Y que no sirva de nada estando allí, es cosa muy clara discurriendo por todos los aprovechamientos que del fuego se pueden tener.

Lo primero, no alumbra ni calienta ni humea, que son los indicios propios con que se da a conocer doquiera que está, y sin ellos vanamente y de gracia se afirma haber fuego en ningún lugar. Ni dél se componen los mixtos, que es el fin principal para que Dios los crió. Y si no, díganme los peripatéticos: cuando el hombre se engendra en el vientre de su madre, y el pez en lo profundo del mar, y la planta debajo la tierra ¿cómo conoce el tiempo y el lugar donde ha de acudir, y cómo desciende contra su inclinación natural, y sin matarle tanta cantidad de agua como hay en el mar? Paréceme que si no es dándole al fuego un grande entendimiento que le rija y gobierne, que de otra manera no se puede hacer ni entender. Este argumento convenció grandemente a Galeno, y mucho más a Hipócrates, pues llanamente dijo: omne enim quod inter caelum et terram est, spiritu repletum est. Porque le pareció opinión fuera de toda razón y sentido poner fuego encima del aire, viendo que la generación y conservación de los animales y plantas no se puede hacer sin que el fuego se halle presente. Y espántome yo de Galeno, que dijese en medicina y en filosofía natural una cosa tan ajena del sentido y no menos de la razón, y contra lo que dijo Hipócrates, siendo tan su amigo.

El segundo argumento restriba en aquel verdadero dicho de Aristóteles que dice: inter corpora simplicia solus ignis nutritur. La cual nutrición no ha menester la tierra, ni el agua, ni el aire; porque ellos solos por sí se conservan sin ayuda de nadie. Pero si el fuego no está gastando y consumiendo alguna materia, luego se apaga; porque, como dijo Aristóteles, no es otra cosa sino humo encendido, y donde no hay humo no puede haber llama. Porque el humo es de naturaleza de aire, y de este elemento (dijo Hipócrates) se mantiene el fuego doquiera que está, y así dijo: spiritus nutrimentum praebet igni, quo si ignis privetur, vivere non possit. Y así es verdad; porque los mixtos donde predomina el aire son los que sustentan al fuego, como son pez, resina, aceite, sebo, manteca, cera y leña; y donde es superior el agua y la tierra, le matan. Lo cual siendo así ¿qué materia es la que conserva tanta cantidad de fuego como hay en el cóncavo de la Luna? Porque, siendo un agente tan feroz y activo, en seis mil años que ha su creación ya hubiera gastado y consumido toda la esfera del aire, tierra y agua, sin poderse retratar.

A esto podrían responder los peripatéticos (según su opinión) que el fuego en su esfera no tiene actividad, ni calienta ni alumbra ni humea ni gasta materia alguna en su nutrición, y que lo que dijo Aristóteles se entiende del fuego elementado que acá tenemos. En la cual respuesta entiendo que el argumento tiene fuerza, pues les hace responder una cosa que ni el sentido ni el entendimiento les ayuda a su defensa; antes los condena claramente, porque de lo que dicen jamás han tenido experiencia, ni le han visto ni tocado si quema o no, y faltando el sentido en filosofía natural, luego cesan los buenos discursos del entendimiento y en su lugar entra la imaginativa fingiendo montes de oro y bueyes volando. Si preguntamos a los peripatéticos por qué causa la media región del aire es frigidísima, todos responden que, huyendo el frío del gran calor del fuego, se junta y condensa en aquel lugar por vía de antiparistasis. Luego, según esta respuesta, el fuego calienta estando en su esfera, pues el frío huye de su calor. También es común lenguaje de los peripatéticos que de aire fácilmente se hace fuego y de fuego aire. Y preguntándoles la causa, dicen que el fuego conviene con el aire en el calor y es contrario en la humidad, y que el fuego, corrompiendo con su sequedad la humidad del aire, fácilmente le convierte en sí. Lo cual no acontesce haciéndose de agua fuego; porque es necesario corromper primero dos calidades contrarias (que son frialdad y humidad) antes que introduzca su forma, y en esto forzosamente se ha de tardar. También, si los puros elementos no tuviesen actividad en su esfera, es imposible que los mixtos se pudiesen engendrar. Porque juntándose en la mixtión, ninguno perdería sus fuerzas, pues es cierto que cada elemento las ha de perder con la actividad de su contrario; y si ninguno tiene actividad siendo puro, luego cesaría la mixtión, que es mixcibilium alteratorum unio. Y si venidos los puros elementos a la mixtión, tienen actividad ¿cómo sabes que en su esfera no la tenían? También dices falsamente que aquella sentencia de Aristóteles que dice inter corpora simplicia solus ignis nutritur, se entiende del fuego elementado que acá tenemos. Pues es cierto que los libros De generatione et corruptione, donde él puso esta proposición, están dedicados para los movimientos y alteraciones de los cuatro elementos puros, y no a los mixtos. Y si no, díganme los peripatéticos por qué causa quema, alumbra y humea y se nutre el fuego que acá tenemos, y el puro no. Pues es cierto que los mixtos siguen el movimiento y calidades del elemento que predomina en la mixtión; y si él no las tuviera, tampoco se hallaran en los mixtos.

El tercer argumento está fundado en que es imposible haber llama de fuego si no hay humo. Porque el ser y naturaleza suya, dijo Aristóteles, era fumus incensus. Y el humo tiene esta calidad: que si no tiene chimenea y respiraderos por donde salir, él propio ahoga y mata la llama; como parece en el fuego que se enciende dentro de la ventosa, que por faltarle el respiradero en un momento se apaga. Luego si la esfera de fuego no es otra cosa sino humo encendido ¿cómo es posible que se pueda conservar en el cóncavo de la Luna no teniendo respiraderos? Mayormente que el humo no es otra cosa (dice Aristóteles) sino lo térreo y aéreo de la cosa que se quema.

El cuarto argumento restriba en un dicho muy celebrado de Aristóteles y muy verdadero: que este mundo interior se gobierna por los movimientos y alteraciones de las estrellas y cielos, especialmente de la Luna y el Sol, sin los cuales era imposible pasar, ni la tierra fructificar. Y si la esfera de fuego estuviera entre el cielo y el aire, naturalmente no se podía hacer; porque las influencias frías y húmidas del invierno no podían pasar ni alterar estos inferiores, porque primero habían de enfriar y humedecer al fuego, y el fuego al aire, y el aire a la tierra. Pues decir que el fuego puede a tanta frialdad y humidad que enfríe y no caliente, y que humedezca y no deseque, quedándose fuego, yo no creo que habrá filósofo en el mundo que tal ose afirmar. Porque, según la opinión de Aristóteles, todos los demás elementos se pueden extrañar y perder sus calidades primeras y adquirir las contrarias, sin corromperse, si no es el fuego. Y así dice que todos se pueden podrir, y él no, porque no puede recebir humidad, ni hay otro agente en el mundo que sea más caliente que él. La tierra, aunque es fría y seca, se puede calentar y humedecer quedándose tierra; y el agua, aunque es fría y húmida, puede concebir tanto calor, que queme y abrase, sin perder su naturaleza; y el aire vemos que recibe en sí todas las alteraciones del cielo quedándose cielo. Sólo el fuego no lo puede hacer sin apagarse, o vencer al que le altera. La mesma dificultad tienen las influencias calientes y secas, que, para pasar a nosotros, han de calentar primero y desecar al fuego más de lo que él estaba, y el fuego al aire, y el aire a nosotros. Pues decir que el fuego, estando puro y en su lugar natural, se puede calentar y desecar más que lo sumo en que está, es desatino muy grande; pero para adquirir un grado de calor se ha de perder otro de frialdad, y si el fuego estaba caliente en sumo, ningún grado de frialdad tenía consigo cuando las influencias calientes pasaron por él. Sólo podrían decir los peripatéticos que las influencias alteran al aire y no al fuego, que es peor que podían imaginar.

Pero ya que hemos comenzado a tratar de esta materia del fuego, será bien acabarla y desengañar a los filósofos naturales de otros muchos errores que de este elemento hasta aquí han concebido. Uno de los cuales es pensar que el fuego es la cosa más liviana que hay en el mundo; y de ahí les nació el ponerlo encima del aire. Y si lo consideramos bien, hallaremos claramente que el fuego es la cosa más pesada que hay o por lo menos es causa que las cosas sean pesadas, gastándoles en su nutrición el aire que las hacía livianas y porosas, y que apetece el descender y no subir.

La primera razón en que me fundo es ver por experiencia que la llama de cualquier fuego tiene dos movimientos naturales, sin los cuales no puede vivir un momento: el uno es lo alto, con el cual expele de sí los excrementos que hace en su nutrición; y el segundo a lo bajo, para tomar el alimento que es necesario para su nutrición. Este movimiento ningún filósofo natural lo puede negar; porque si tomamos dos candiles, el uno muerto y humeando, y el otro encendido puesto en lo alto, veremos claramente que baja la llama dende el candil vivo por el humo adelante hasta pegarse con la mecha del muerto. Y si Dios pusiese una vela encendida desde el cóncavo de la Luna hasta el centro de la Tierra, bajaría la llama por toda esta distancia sin violencia ninguna. El movimiento a lo alto, aunque Galeno y los filósofos naturales dicen que es el más natural, están muy engañados, porque aquella elevación que hace pirámide a lo alto es propia del humo, donde la llama está sujetada por ser livianísima. Lo cual se prueba claramente viendo que, como se va perdiendo el humo, se va bajando la llama y consumiendo.

El segundo argumento se colige en ver por experiencia que todos cuantos mixtos hay donde el fuego es superior a los demás elementos son gravísimos y pesan mucho más que los térreos. Y si no, discurran los peripatéticos por todos los minerales y fuegos potenciales que llaman los médicos; y hallarán que queman como fuego, y en pequeña cantidad pesan mucho. Y si el fuego fuera tan liviano como dicen, cierto es que los mixtos donde él es superior lo fueran también. Lo cual no se puede negar, porque los mixtos donde el aire es superior, por ser liviano, nadan sobre el agua; y trae Aristóteles por ejemplo los árboles, y de ellos se saca el ébano negro que, por faltarle el aire y tener mucho de tierra, se sume en el agua. Pues ¿qué razón hay que siendo el fuego más liviano que el aire, los mixtos ígneos se hundan tan presto en el agua, y no los aéreos? El tercer argumento es ver y considerar con cuánta presteza sube a lo alto una exhalación caliente y seca, como es el humo, y con cuánta violencia torna a bajar si se enciende y se hace fuego. Y si no, díganme los peripatéticos de qué manera y de qué causa material se hace el rayo, y veremos claramente cómo el fuego es más grave que liviano. La causa material de que se hace el rayo (dice Aristóteles) es una exhalación caliente y seca de naturaleza de humo, la cual por ser liviana subió a lo alto, y, mezclándose con las nubes por vía de antiparistasis y con el movimiento, se convirtió en fuego. Siendo esto así ¿cómo es posible que la exhalación que por ser liviana subió a lo alto, después de encendida y hecha fuego baje, y con tanta furia y velocidad que parta una torre por medio, habiendo dos causas para subir a lo alto y ninguna de bajar? A esto podrían responder los peripatéticos (aunque mal) que aquel descender del rayo es violento y causado por la expulsión de la nube donde estaba encerrado. Pero esto no lo pueden decir. Porque antes la nube no le deja salir, y por estar tan cerrado, el propio rayo rompe la nube y se sale. Pero si es verdad que, la exhalación hecha, es tan liviana ¿por qué causa no rompe la nube por lo alto de ella, siendo aquél su lugar natural? Yo, cierto, no puedo alcanzar con mi entendimiento que la nube, siendo un vapor tan blando, dé un golpe con tanta furia en la exhalación encendida, que le haga bajar y entrar debajo la tierra siete estados. Porque, así como lo grave no tiene ni puede tener de suyo más que un ímpetu, y éste al centro de la tierra, así lo que es liviano impide a lo alto y no puede rempujar a nadie hacia lo bajo.

De manera que, para subir el rayo a lo alto, hay tres causas: la primera, la exhalación; la segunda, el fuego; y la tercera, la nube; y ninguna hay para bajar. Por donde estoy persuadido (hasta que haya quien me desengañe) que el fuego es muy más pesado que la tierra, y que su lugar natural es el que dirá el capítulo que se sigue.

Cuanto al tercer punto, que era decir y firmar que la esfera del fuego naturalmente estaba en el centro de la tierra, se infiere muy bien de haber probado que el fuego es la cosa más pesada del mundo. Mayormente viendo y considerando cuán bien consuenan las cosas poniendo al fuego en este lugar, y cuántos inconvenientes han nacido de ponerlo en el cóncavo de la Luna. La nutrición del fuego, la expulsión del humo, y la generación de los ímpetus, se hace sin ninguna contradicción. Porque el fuego tiene virtud de atraer a sí todas las cosas y las cavidades de la tierra están llenas de aire y de agua. Teniendo junto consigo estos tres elementos (tierra, agua y aire), fácilmente los mezcla, los cuece y altera, y de ellos hace alimento para mantenerse (como es el alcrebite y salitre), y tiene grandes caminos y respiraderos por donde despedir el humo y ventilarse. De lo cual es evidente argumento las Herrerías de Vulcano en Puzol, junto a Nápoles, donde aparecen lagos y montañas de fuego dende que Dios crió el mundo. Y de la manera que se ven éstas habrá otras muchas más por el redondez de la Tierra, donde el fuego se mantiene con mil géneros de minerales acomodados a su nutrición. Y de la manera que este fuego se nutre y mantiene acá en lo exterior, entenderemos fácilmente lo que pasa allá en el centro de la Tierra, porque yo no dudo sino que estas montañas y lagos de fuego son del mismo género, y por ventura respiraderos suyos.

El segundo argumento que me convida, y aun me fuerza, a poner la esfera del fuego en el centro de la Tierra es ver la buena consonancia que hace con esta opinión todo lo que la Iglesia católica nos enseña del fuego infernal. Del cual afirman todos los teólogos que es del mismo género y tiene las mismas calidades que este que acá tenemos, y que Jesucristo descendió a los infiernos donde estaba este fuego. Y no es de creer que, habiéndole Dios hecho livianísimo (porque aquella era su naturaleza), le hiciese aquella violencia de tenerlo en el centro de la Tierra, siendo su lugar natural el cóncavo de la Luna, donde Dios pudiera atormentar la ánimas y demonios con la misma facilidad que en el centro de la Tierra; especialmente habiéndolo criado desde el primer día de la constitución del mundo, donde a cada elemento dio su lugar natural sin hacer violencia a nadie.

Y que Dios criase esfera de fuego luego que formó esta máquina que vemos del mundo es cosa que no se puede negar, conforme aquello: ite, maledicti in ignem aeternum qui paratus est diabolo et angelis ejus ab origine mundi. También nos enseña la fe que el mundo se ha de acabar por fuego, conforme aquello: qui venturus… Y se sigue claramente de los fundamentos de esta opinión, porque siendo la Tierra finita (y los demás elementos), y el actividad del fuego infinita, y gastando de ellos siempre en su nutrición sin poderse reparar, forzosamente se ha de venir a consumir, conforme aquello: omne finitum per ablationem finiti tandem consumitur. Dije que la actividad del fuego era infinita, porque siempre le van añadiendo combustibles: sin cesar durará siempre jamás, que es lo que dijo el sabio: ignis vero nunquam dicit: 'sufficit'.

Estando en que Dios crió esfera de fuego y que la puso en el centro de la Tierra y que tiene necesidad de nutrición, se saca respuesta clara y verdadera a un problema harto vulgar, al cual ningún médico ni filósofo natural ha podido responder hasta aquí, aunque de propósito lo han procurado. Y es por qué causa los pozos están fríos de verano y calientes de ibierno.

Aristóteles con todos sus secuaces dicen y afirman que el frío huye en el estío del mucho calor del sol, y por estar más seguro se mete en lo pozos y cuevas, donde topando el agua la enfría; y lo mesmo hace el calor huyendo en el ibierno de su contrario. Esta respuesta no solamente es falsa, pero contradice totalmente a la doctrina del mismo Aristóteles; y espántome yo de Galeno porque, explicando aquel aforismo de Hipócrates ventres hieme et natura calidissimi sunt, le citase en comprobación admitiendo aquella respuesta por muy verdadera. Y así es de saber que, entre los cinco sentidos exteriores, el tacto (dice Aristóteles) es necesario a la vida del hombre y de los demás animales, y los otros cuatro sirven de ornato y perfección; porque sin gusto, olfato, vista y oído vemos que puede vivir el hombre, pero no sin tacto, cuyo oficio (dice Aristóteles) es conocer lo que es nocivo para huirlo y lo que es amigable para seguirlo. Todo lo cual me parece que hace el frío y el calor, sin tener tacto ni conocimiento animal. Lo segundo contradice a otro principio de Aristóteles muy celebrado de los peripatéticos; y es que el accidente no puede pasar de un sujeto a otro sin corromperse. Y la respuesta suya admite que el frío, conociendo que viene en el estío su contrario el calor, va huyendo por el aire adelante hasta entrar en el pozo, y dende allí al agua por tener más seguridad. Lo tercero contradice a un principio de filosofía: que juntando dos contrarios en su sujeto, el uno al otro se remite. Y en la opinión de Aristóteles por fuerza se ha de admitir que el calor o frío se hace más intenso sobreviniéndose su contrario y sin que preceda antiparistasis.

Galeno probó también a responder al problema, descontento de la doctrina de Aristóteles; y así dijo que el agua de los pozos es siempre de una mesma temperatura, pero por tocarla nosotros con diferente tacto, en el ibierno nos parece caliente, y fría en el estío. Y pruébalo con un ejemplo harto acomodado, diciendo que si el hombre se orina dentro en el baño, su propia orina lo enfría, y fuera lo calienta. Pero esta respuesta contradice a su propia doctrina; porque, explicando aquel aforismo ventres hieme et vere calidissimi sunt, dice que realmente tenemos más calor en el invierno que en el estío, y así lo dice el mesmo aforismo. Y las buenas fuentes (dice Hipócrates) han de estar frías en el estío y calientes en el ibierno; y las malas andan con el tiempo, calientes en el estío y frías en el ibierno. Lo cual nos muestra claramente la experiencia haciendo la prueba con la mesma mano en dos pozos, el uno profundo y el otro somero; y hallaremos claramente que el agua del pozo profundo está más fría en el estío, y la del somero caliente. Y lo que muestra la experiencia no admite razones.

Hipócrates respondió al problema mejor que Galeno, y anduvo más cerca de la verdadera solución diciendo que en el estío está muy abierta la tierra y esponjada con el mucho calor del sol; el cual trae y llama para sí el aire que está metido en las cavidades de la tierra, y al tiempo del salir enfría con el movimiento al agua como si la ventilasen con un paño. En el ibierno acontesce al revés; porque con la mucha frialdad del tiempo se cierran los poros de la tierra, y el aire se queda dentro, quieto y sin menearse. Cuánto importe menear el agua y el aire para enfriar, y estar quietos para calentar, pruébalo el mesmo Hipócrates haciendo experiencia en dos pozos de igual profundidad; y así dice que el pozo muy usado tiene el agua fría, y el no usado, caliente.

Pero la verdadera respuesta del problema es que de la nutrición del fuego que está en el centro de la tierra se levantan muchas exhalaciones y humos calientes y secos, los cuales en el estío, por estar la tierra abierta, como dijo Hipócrates, salen fuera sin detenerse en las cavidades de la tierra; y el agua, como es fría de su propia naturaleza, conserva su frialdad, no habiendo quien la caliente. En el ibierno acontesce al revés: que, por estar la tierra cerrada por la mucha frialdad del tiempo, detiene los humos en los huecos y cavidades de la tierra donde está el agua, y así la calientan; como vemos que, cerrado el cañón de la chimenea, se hinche toda la casa de humo y calor, y abierto se torna a enfriar.

El cuarto punto principal era que el fuego se halla en la generación y conservación del hombre sin bajar del cóncavo de la Luna, ni subir del centro de la Tierra, ni entrar por el pulso y la respiración como dijo Galeno. Para lo cual es de saber que el calor natural del hombre no es accidente de los que se ponen en el predicamento qualitatis; sino una llama de fuego formal de la mesma suerte y manera que es la llama de un candil o de una hacha o vela encendida.

Porque las mesmas diligencias se han de hacer para conservar la vida del hombre, que para tener encendida una vela sin que se muera. La vela, si bien lo consideramos, ha menester cuatro cosas: la primera, sebo o cera para mantenerse; lo segundo, tener respiradero para expeler los humos; lo tercero, que entre aire frío y sople con moderación; lo cuarto, que el aire no corra con vehemencia. Cualquiera de estas cosas que falte, luego se apaga la llama. Esto mesmo, sin quitar ni poner, ha menester nuestro calor natural. Del cual dijo Galeno que se conserva con dos movimientos, uno a lo bajo para tornar alimento, y otro a lo alto para echar de sí los humos y excrementos que nacen de su nutrición. Y que entre aire frío que recoja la llama, y que sople con moderación porque no la disipe, esto no era menester que lo dijese Galeno; porque la experiencia nos muestra que faltando sangre se muere el calor natural; y atapando la boca al hombre se ahoga; y puesto en un baño muy caliente, por falta de aire frío viene a perecer; y con el mucho ejercicio y ventilación se disipa.

Dije mucha ventilación, porque la moderada enciende nuestro calor natural; y así Aristóteles, aunque no era médico, dice que el que tiene calentura no se ponga adonde corra aire, porque se enciende más la calentura: aeger febricitans jacere debet inmotus quoad maxime fieri potest, et quiescere; nam certum est ignem marcescere ubi a nullo movetur. Ne adversus flatui cubet; quoniam flatus excitat ignem, et ignis ex parvo margnus assurgit. Obvelandus aeger operiendusque propterea est, quia si nuIlum igni concedatur spiraculum extinguetur. Nec veste quidam exui debet donec sudari caeperit.

Todo esto que dice Aristóteles, y lo que Galeno ha dicho de nuestro calor natural, presupone que es llama como la del candil, y no calor accidente. Porque éste no ha menester nutrirse; ni tiene dos movimientos sursum y deorsum ni necesidad de ventilarse con aire frío, porque antes le mataría, y cuanto más le cubriesen y atapasen, tanto mejor se conservaría. Pero por ser llama, en quitándole los respiraderos y que no entre y salga el aire frío, luego se muere. Y, así, Galeno, necesitado con esta experiencia, hizo un candil dentro de nuestro cuerpo, con su mecha y aceite ardiendo como lo vemos acá en lo exterior; y así dijo: cor ut funiculus est, sanguis ut oleum, pulmo ut organum ir quo est oleum.

De paso no puedo dejar de condenar a Galeno porque, siendo opinión de Platón, Hipócrates y Aristóteles que esta llama que está dentro de nosotros gasta y consume en su nutrición nuestra propia sustancia y húmido radical, dijo que todos tres se engañaban, movido con dos o tres razones indignas de tanto ingenio. La primera es diciendo que el calor natural de cualquiera cosa conserva, mantiene, aumenta y perficiona el sujeto donde está; luego no le gasta y consume, porque esto es de calor extraño y no natural. La segunda certifica que si los miembros de nuestro cuerpo no los disipase el ambiente, y el calor natural guardase el punto que había de tener, aunque el hombre estuviese toda la vida sin comer ni beber no se disminuiría. La tercera, si el calor natural nos gastase el húmido radical en su nutrición, seguirseía que cuanto fuese más copioso, tanto más nos gastaría; lo cual no acontece así, porque en el ibierno es muy copioso y nos gasta menos. La cuarta razón es contra aquellos que dicen que nuestro calor natural de per accidens nos consume y de per se nos conserva; lo cual no se puede afirmar, porque ningún agente hace algo de per accidens sin hacer otra cosa de per se; y si no es calentar, ninguna otra cosa puede hacer, y esto es imposible porque ningún calor puede calentar su propia materia.

A la primera razón respondemos que las cuatro facultades naturales son las que nos conservan, mantienen, aumentan y perficionan aprovechándose de aquella llama encendida, con la cual hacen quilo en el ventrículo y sangre en el hígado y leche en los pechos y médula en los huesos y simiente en los vasos seminarios; la cual variedad no pudiera hacer el calor natural, siendo en todas partes uno. Esta llama encendida es proprísimo instrumento para las facultades naturales, porque trae, retiene, expele y aparta; con las cuales obras hacen ellas lo que quieren modificándolo. Y quejarse de que entretanto gasta y consume el húmido radical es como si el cocinero que hace muy buenos guisos con el fuego se querellase de él porque le gasta y consume la leña. La consecuencia de Galeno, cierto, no es buena; porque de los alimentos que comemos se hace lo mesmo que de nuestro calor natural, y ellos mesmos nos matan y echan a perder el húmido radical. La segunda razón presupone un falso notorio. Porque nuestro calor natural tiene dos movimientos en toda la templanza del mundo, el uno deorsum para tomar alimento, y el otro sursum para expeler los fuligines. Y si toma alimento, forzosamente los ha de gastar. El tercer argumento tiene muy pocas fuerzas. Porque el calor del ibierno, aunque es mucho, es muy templado y remiso; y los cocimientos se hacen muy bien con moderación y mal con intensión, como parece en los febricitantes; y siendo el calor templado, forzosamente ha de gastar poco y reparar mucho. A la cuarta razón respondemos que la obra que el calor natural hace de per se en nuestro cuerpo es nutrirse a él y gastar el húmido radical en su nutrición, como todos los fuegos del mundo; y lo que obra de per accidens es ser instrumento de las facultades naturales. Como el fuego de la cocina tiene por intento principal gastar y consumir en su nutrición leña y carbón, y de per accidens hace los guisados, modificados con la industria del cocinero.

Volviendo, pues, al punto principal, decimos que los animados tienen fuego formalmente en su composición, y así no tienen necesidad que entre de fuera por el pulso y la respiración como dijo Galeno. Y poniendo el fuego en el centro de la Tierra, se engendran los mixtos inanimados con gran facilidad, porque donde no alcanza el fuego, alcanza su calor, y donde no llega el calor, alcanza el humo; el cual, detenido en las cavidades de la tierra, fácilmente se convierte en fuego como cuando se encierra en las nubes. Y, así, no falta el fuego cuando es menester.

En las cosas animadas era dificultoso de dar a entender el cómo y cuándo entran los cuatro elementos en su composición; porque la experiencia nos muestra que el hombre se hace inmediatamente de simiente y que en el vientre de su madre jamás entró tierra, agua, aire ni fuego. Y si queremos saber la generación y principio de la simiente humana, ella cierto se hizo de sangre, y la sangre de quilo, el quilo del pan y carne que comemos. Y si queremos averiguar la compostura del pan, hallaremos que se hizo de harina de trigo, y el trigo de la caña, y la caña de otro grano de trigo que se sembró. Y aunque demos mil vueltas en la generación y nutrición de los mixtos animados, siempre hemos de comenzar y acabar en simiente, y no en los cuatro elementos. Que es la a letra lo que dijo la divina Escritura: germinet terra herbam virentem et facientem semen, et lignum pomiferum faciens fructum juxta genus suum cujus semen in semetipso sit super terram.

A esta dificultad responde Galeno que las plantas se mantienen inmediatamente de los cuatro elementos, tierra, agua, aire y fuego, porque tienen fuertes estómagos para alterarlos y cocerlos, y así preparados los dan a comer a los animales perfectos, como quien cuece y asa la carne para que nuestro estómago la pueda cocer. Pero porque las plantas no tienen pulso ni respiración, no pudo atinar cómo el fuego se hallase en la nutrición y generación de las plantas y de su simiente.

Y mayor dificultad le hicieron los mixtos inanimados. Para declaración de lo cual es de saber que el medio que Naturaleza tiene para juntar los cuatro elementos en la generación de todos los mixtos, inanimados y animados, y engendrar fuego normal sin que baje del cóncavo de la Luna ni suba del centro del Tierra, es la putrefacción que padecen las cosas antes que se corrompan, con la cual se suelta la mixtión de los cuatro elementos y queda cada uno por sí. Esto, sin controversia, lo admiten los médicos y filósofos naturales; porque por la putrefacción pierden las cosas que se pudren el modo de sustancia que antes tenían, y de secas (dice Aristóteles) se hacen húmidas, y de frías, calientes. La manera como se pudren las cosas, dice Aristóteles, es y acontesce cuando el calor del ambiente es mayor que el calor natural de la cosa que se pudre: entonces le trae para sí y le saca del sujeto donde está; cuyo oficio era tener abrazados los demás elementos en la mixtión. De esta alteración luego se levanta calor y más calor, hasta que se forma llama de fuego, que quema y abrasa como si bajara del cielo; lo cual prueba Galeno por muchos ejemplos. Especialmente cuenta que un montón de estiércol de palomas se pudrió por darle muchos días el sol, y vino a arder en vivas llamas y quemó la casa donde estaba.

Es tan necesaria la putrefacción para las obras de Naturaleza, que, si no precede, es imposible que se engendre nada de nuevo ni se nutra ni aumente. Si la simiente humana (y cualquiera otra de animales y plantas) está mil días en el vientre de la mujer sin podrirse, ninguna cosa se engendrará; porque el modo de sustancia que es bueno para la simiente es malo para los huesos y carne del hombre, y tomar esta manera de sustancia sin desatar primero los elementos que estaban en la simiente y tornarlos a mezclar y cocer es cosa que no puede ser.

A la cual filosofía aludiendo el Evangelio, dijo: nisi granum frumenti cadens in terram mortuum fuerit, ipsum solum manet. Cuando Dios crió el mundo (dice el Texto divino) cubrió la tierra con agua, y después de bien recalada la descubrió para que el sol la pudriese con su calor y de la putrefacción resultase un vapor hecho fuego, de que se compuso el hombre y los demás animales y plantas; y así limus, que fue la materia de que se compuso Adán, querrá decir «tierra mojada con agua, y podrida». Cuán fecunda se haga la tierra cubriéndola primero con agua, y luego descubrirla y aguardar que se pudra con el calor del sol antes que se siembre, nótalo Platón considerando la fecundidad de Egipto con las inundaciones del Nilo.

La mesma fecundidad tenía el Paraíso terrenal, porque a ciertos tiempos salían de madre aquellos cuatro ríos y cubrían la tierra, y vueltos a su corriente, se podría con el calor del sol y así se hacía fecunda.

En la nutrición del estómago se echa más claro de ver, que en la generación de los animales y plantas. Y, así, es cierto que para que la carne que comemos pueda nutrir y ser verdadero alimento, conviene que se pudra primero y pierda su calor natural, y se desbarate la unión de sus elementos y adquiera, por la obra del estómago, otro modo de sustancia conveniente a la sustancia del que se ha de nutrir. De lo cual es evidente argumento ver que la carne manida se cuece más presto, en la olla y en el estómago, que la que es recién muerta; y manirse la carne ninguna otra cosa es sino podrirse y apartarse los elementos de la mixtión y composición. De lo cual es indicio manifiesto ver que, en matando la carne, luego cobra un poco de mal olor, y éste va creciendo por horas y días hasta que ya no se puede sufrir; y, con esto, cierta flojedad que enseña la separación de sus partes.

No menos lo demuestran los regüeldos que salen del estómago a una o dos horas después de haber comido, cuyo mal olor no se puede sufrir; y pasado más tiempo salen de mejor sabor y olor. Del cual efeto, supuesta la doctrina que vamos probando, es clara su razón; porque cuando huelen mal, están los manjares en el término de la putrefacción, y cuando bien, han salido ya de la putrefacción y pasado a la concocción, con la cual alteración (dice Hipócrates) las cosas podridas pierden su mal olor. Las heces y excrementos del hombre sano y templado huelen mal por esta mesma razón. Porque en el término de la putrefacción sacó Naturaleza de los manjares lo que era hábil para nutrir, y esto coció y alteró; y los excrementos, por ser inhábiles para cocerse, se los dejó en el término de la putrefacción con una liviana concocción, la cual por su imperfección no los pudo librar del mal olor. Por donde se entiende claramente que la primera obra del buen estómago (después de la fusión) es podrir los manjares y sacarles afuera su calor natural (como ambiente más poderoso), y luego mezclarlos y cocerlos conforme al modo de sustancia que él ha menester. Todo lo cual admite de buena gana la filosofía natural, porque pasar las cosas naturales de una especie a otra sin que preceda corrupción, es cosa imposible.

Con esto hemos cumplido con el cuarto punto principal; pues es cierto que la cosa que se pudre levanta fuego y calor para que otra se engendre, sin que venga de la esfera inferior ni superior. Pero, antes que vengamos al último punto, no puedo dejar de condenar una sentencia de Aristóteles por ser contra la doctrina que hemos traído y fuera de toda razón y experiencia. Él dice que los manjares que se cuecen en el estómago, que se cuecen en su proprio calor natural y no con el calor del estómago; y según lo que hemos dicho, lo primero que hace el estómago con los manjares es podrirlos y quitarles su calor natural. La razón en que se funda Aristóteles es ver por experiencia que las frutas que se cogen de los árboles por madurar se cuecen y maduran con su propio calor y no con el árbol de donde se quitaron; y el mosto hierve y se cuece con su proprio calor, y no con el calor de la tinaja; y la simiente en el útero se cuece y de ella se hacen las partes seminales, y no con el calor del útero. Y pues la razón formal de la concocción es que se haga de su proprio calor natural y no del ajeno, luego a todo género de concocción se ha de extender.

A esto se responde por aquel principio del mesmo Aristóteles que dice: omne quod movetur ab alio debet moversi. El hervir el mosto y el aceite, y madurarse las frutas cogidas del árbol, cierto es que hierven y se maduran con la virtud y calor del árbol donde primero estuvieron. Porque el ánima vegetativa y sus virtudes naturales son muy partibles, y duran cortadas del árbol muchos días sin perderse. Y la uva lleva consigo el hollejo, la simiente y el escobajo, y con ello su calor natural; todo lo cual, o tiene ánima vegetativa, o virtud impresa de la vid; y con ésta hierve el mosto, como la saeta se mueve con la virtud que la ballesta le imprimió y no con la suya. Esto saben muy bien los que hacen vino: que echando en la tinaja casca mal pisada o medio entera, hierve el mosto con mayor furor.

Los manjares se cuecen en el estómago con aquella llama de fuego que dijimos, la cual está colgada de la sustancia del estómago como la llama del candil de la mecha. Ésta, entremetida con los manjares, los licúa, los corta, los adelgaza, los mezcla y cuece, ayudada y modificada con la industria de las cuatro facultades naturales. Y, así, decimos que la razón formal de la concocción no es que se cueza la cosa con su calor natural, sino con el ajeno moderado y templado; lo cual se prueba claramente discurriendo por todas las especies de concocción, que son: maturitas, elixatio et assatio. Quien madura las frutas es el calor del árbol y del sol; quien cuece la carne en la olla son tres calores, uno que está en el fuego, otro en el barro de la olla, y otro tercero que está en el agua que inmediatamente toca en la carne; quien asa la carne es el calor del carbón. Quien cuece los manjares en el estómago es el propio calor natural del estómago.

Lo que forzó a Aristóteles a decir que las cosas se cuecen con su calor natural fue ver hervir el mosto en la tinaja y hacerse vino apartado de la vid. Y si él advirtiera que en las venas se hace sangre con la virtud enviada del hígado, aunque está apartado, entendiera que el mosto hierve en la tinaja con la virtud concoctriz de la vid y con su calor natural, todo lo cual trujo consigo cuando lo quitaron de la vid; porque omne quod movetur ab alio debet moveri. De la cual proposición y verdadero principio forzado Aristóteles, vino a confesar lo que yo tengo probado; y así dijo: nam et cibi in corpore concoctio elixationi similis est: etenim a corporis calore in humido et caldo fit.

Cuanto al quinto punto principal, dice santo Tomás que ni del aire ni del fuego se hizo expresa mención, tratando de creación de las cosas, porque aquello escribió Moisés a un pueblo rudo y sensual, y estos dos elementos no se perciben de la gente ruda; y por la mesma razón no hizo expresa mención de los ángeles en todos aquellos capítulos. Platón, como lo refiere san Agustín, por aquella dicción caelum entendió el fuego, porque él tuvo por opinión que el cielo era de fuego. Rabí Moisés dice que por aquella dicción tenebris se entiende el fuego, el cual en su propria esfera no da luz. Cayetano responde que por el abismo, que dice Moisés, entendió el fuego y el aire, que son cuerpos diáfanos, y con la luz son transparentes y sin ella oscuros; y por razón de la obscuridad los llamó abismos.

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