Qué mujer con qué hombre se ha de casar para que pueda concebir
Enviado por Ing.+ Licdo. Yunior Andrés Castillo Silverio
En la mujer que no pare estando casada, manda hacer Hipócrates dos diligencias para conocer si es por falta suya o porque la simiente de su marido es inhábil para engendrar. La primera es sahumarse con encienso o estoraque, ciñiéndose bien la ropa y que las sayas arrastren por el suelo, de manera que ningún vapor ni humo pueda salir; y si dende a un rato sintiese el sabor del encienso en la boca, es cierta señal que no es por falta suya el no parir, pues el humo halló los caminos del útero abiertos, por donde penetró hasta las narices y la boca. La otra es tomar una cabeza de ajos mondada hasta lo vivo y ponerla dentro del útero al tiempo que la mujer se quiere dormir; y si otro día sintiere en la boca el sabor de los ajos, ella es fecunda sin falta ninguna. Pero estas dos pruebas, puesto caso que hiciesen el efecto que dice Hipócrates, que es penetrar el vapor por la parte de dentro hasta la boca, no arguye esterilidad absoluta del marido ni fecundidad entera de la mujer, sino mala correspondencia de ambos a dos. Y, así, tan estéril es ella para él como él para ella; lo cual vemos cada día por experiencia, que, casándose él con otra, viene a tener hijos. Y lo que más espanta a los que no saben esta filosofía natural es que, apartándose dos con título de impotencia, y casándose él con otra y ella con otro, han venido ambos a tener generación. Y es la causa que hay hombres cuya facultad generativa es inhábil y no alterable para una mujer, y para otra es potente y prolífica; como lo vemos por experiencia en el estómago, que para un alimento tiene el hombre grande apetito, y para otro, aunque sea mejor, está como muerto.
Cuál sea la correspondencia que han de tener el hombre y la mujer para que haya generación, dícelo Hipócrates de esta manera: nisi calidum frigido et siccum humido, modo et aequabilitate respondeat nihil generabitur; como si dijera: «si no se juntaren dos simientes en el útero de la mujer, la una caliente y la otra fría, o la una húmida y la otra seca, en igual grado de intensión, ninguna cosa se engendrará». Porque una obra tan maravillosa como es la formación del hombre, ha menester una templanza, donde el calor no exceda a la frialdad, ni la humidad a la sequedad; por donde, siendo la simiente del varón caliente y también la de la mujer, no se hará generación.
Supuesta esta doctrina, concertemos ahora, por vía de ejemplo, a la mujer fría y húmida en el primer grado, cuyas señales dijimos que eran ser avisada, de mala condición, con voz abultada, de pocas carnes, verdinegra, vellosa y fea. Ésta se empreñará fácilmente de un hombre nescio, bien acondicionado, que tuviere la voz blanda y melosa, muchas carnes, blancas y blandas, con poco vello, y fuere rubio y hermoso de rostro. Ésta también se puede casar con un hombre templado, cuya simiente dijimos, de opinión de Galeno, que es fecundísima y correspondiente a cualquier mujer; entiéndese estando sana, y de edad conviniente. Pero, con todo eso, es muy mala de empreñar; y si concibe, dice Hipócrates que dentro de dos meses viene a mover, por no tener sangre con que mantenerse a ella y a la criatura nueve meses. Aunque esto se puede remediar fácilmente bañándose la mujer muchas veces antes que se allegue al acto de la generación; y ha de ser el baño de agua dulce y caliente, del cual dice Hipócrates que hace la verdadera temperatura de la mujer relajándose las carnes y humedeciéndolas (que es la templanza que ha de tener la tierra para que el grano de trigo eche raíces y se trabe); y hace otro efecto mayor, que es aumentar la gana de comer; y prohíbe la resolución y hace que el calor natural sea en mayor cantidad; por donde se adquiere gran copia de sangre flemática con que pueda mantener nueve meses la criatura.
De la mujer que es fría y húmida en el tercer grado son sus señales ser boba, bien acondicionada; tiene la voz muy delicada; muchas carnes, blandas y blancas; no tiene vello ni bozo, ni es muy hermosa. Ésta se ha de casar con un hombre caliente y seco en el tercer grado, porque su simiente es de tanta furia y hervor, que ha menester caer en un lugar de mucha frialdad y humidad para que prenda y eche raíces: ésta tiene la calidad de los berros, que si no es dentro en el agua no pueden nacer. Y si tuviere menos calor y sequedad, no sería más caer en este útero tan frío y húmido, que sembrar trigo en una laguna. Tal mujer como ésta, aconseja Hipócrates, que la adelgacen y gasten las carnes y pringue antes que se case. Pero entonces no conviene juntarla con hombre tan caliente y seco, porque no hará buena templanza ni se empreñará.
La mujer que fuere fría y húmida en el segundo grado tiene moderación en la señales que hemos dicho, salvo en la hermosura, que es por extremo. Y, así, es evidente indicio de ser fecunda y paridera salir de buena gracia y donaire. Ésta responde en proporción a casi todos los hombres: primeramente al caliente y seco en el segundo grado, y después al templado, y tras él al caliente y húmido.
De todas estas combinaciones y juntas de hombres y mujeres que hemos dicho pueden salir los hijos sabios, pero de la primera son más ordinarios. Porque, puesto caso que la simiente del varón inclina a frialdad y humidad, pero la continua sequedad de la madre y darle tan poco alimento corrige y enmienda la falta del padre.
Por no haber salido a luz esta manera de filosofar, no han podido todos los filósofos naturales responder a este problema que dice: cur plerique stulti liberos prudentissimos procrearunt? Como si dijera: «¿qué es la causa que los más de los hombres nescios engendran hijos sapientísimos?». A lo cual responden que los hombres nescios se aplican muy de veras en el acto carnal y no se distraen a otra ninguna contemplación; lo contrario de lo cual hacen los hombres muy sabios, que aun en el acto carnal se ponen a imaginar cosas ajenas de lo que están haciendo, por donde debilitan la simiente y hacen los hijos faltos, así en las potencias racionales como en las naturales. Pero esta respuesta es de hombres que saben poca filosofía natural. En las demás juntas, es menester aguardar que la mujer se enjugue y deseque con la perfecta edad, y no casarla muchacha. Porque en esto está salir los hijos necios y de poco saber: la simiente de los padres muy mozos es humidísima por haber poco que nacieron; y haciéndose el hombre de materia que tiene humidad excesiva, por fuerza ha de salir torpe de ingenio.
[Parte II] [XX de 1594] Qué diligencias se han de hacer para que salgan varones y no hembras Los padres que quisiesen gozar de hijos sabios y que tengan habilidad para letras han de procurar que nazcan varones; porque las hembras, por razón de la frialdad y humidad de su sexo, no pueden alcanzar ingenio profundo. Sólo vemos que hablan con alguna apariencia de habilidad en materias livianas y fáciles, con términos comunes y muy estudiados; pero, metidas en letras, no pueden aprender más que un poco latín, y esto por ser obra de la memoria. De la cual rudeza no tienen ellas la culpa; sino que la frialdad y humidad que las hizo hembras, esas mesmas calidades hemos probado atrás que contradicen al ingenio y habilidad.
Considerando Salomón la gran falta que hay de hombres prudentes, y cómo ninguna mujer nace con ingenio y saber, dijo de esta manera: virum unum de mille reperi, mulierem ex omnibus non inveni; como si dijera: «entre mil varones hallé uno que fuese prudente, pero de todas las mujeres ninguna me ocurrió con sabiduría». Por tanto, se debe huir deste sexo y procurar que el hijo nazca varón, pues en él solo se halla el ingenio que requieren las letras. Para lo cual, es menester considerar primero qué instrumentos ordenó Naturaleza en el cuerpo humano a este propósito, y qué orden de causas se han de guardar para que se pueda conseguir el fin que llevamos.
Y, así, es de saber que entre muchos excrementos y humores que hay en el cuerpo humano, de sólo uno dice Galeno que se aprovecha Naturaleza para hacer que el linaje de los hombres no se acabe. Éste es cierto excremento que se llama suero o sangre serosa, cuya generación se hace en el hígado y venas, al tiempo que los cuatro humores (sangre, flema, cólera y melancolía) alcanzan la forma y sustancia que han de tener. De tal licor como éste usa Naturaleza para desleír el alimento y hacerle que pase por las venas y caminos angostos para llevar el sustento a todas las partes del cuerpo. Cuya obra acabada, proveyó la mesma Naturaleza de dos riñones cuyo oficio no fuese otro más que traer a sí este suero y echarlo por sus caminos a la vejiga y de allí fuera del cuerpo, y esto para librar al hombre de la ofensa que tal excremento le podía causar. Pero, viendo que tenía ciertas calidades convenientes a la generación, proveyó de dos venas que llevasen parte de él a los testículos y vasos seminarios, con algún poco de sangre de la cual se hiciese la simiente tal cual convenía a la especie humana. Y, así, plantó una vena en el riñón derecho, y de ella mesma se hace el vaso seminario derecho. La otra vena sale del riñón izquierdo y se remata en el testículo izquierdo, y de manera se hace el vaso seminario izquierdo.
Qué calidades tenga este excremento, por las cuales sea conveniente a la generación de la simiente, dice el mesmo Galeno que son cierta acrimonia y mordacidad que nace de ser salado, con las cuales irrita los vasos seminarios y mueve al animal para que procure la generación y no se descuide; por donde los hombres muy lujuriosos se llaman en lengua latina salaces, que quiere decir hombres que tienen mucha sal en la simiente.
Con esto, hizo Naturaleza otra cosa digna de gran consideración; y es que al riñón derecho y al testículo derecho les dio mucho calor y sequedad, y al riñón izquierdo y al testículo izquierdo mucha frialdad y humidad. Por donde la simiente que se labra en el testículo derecho sale caliente y seca, y la del testículo izquierdo fría y húmida.
Qué pretenda Naturaleza con esta variedad de temperamento, así en los riñones como en los testículos y vasos seminarios, es cosa muy clara sabiendo por historias muy verdaderas que al principio del mundo, y muchos años después, parían siempre las mujeres dos hijos de un vientre, y el uno nacía varón y el otro hembra; cuyo fin era que para cada hombre hubiese su mujer y para cada mujer su varón, para aumentar presto la especie humana. Por tanto, proveyó que el riñón derecho diese materia caliente y seca al testículo derecho, y que éste, con su gran calor y sequedad, hiciese la simiente caliente y seca para la generación del varón. Lo contrario de esto ordenó para la formación de la hembra, que el riñón izquierdo enviase el suero frío y húmido al testículo izquierdo, y que éste, con su frialdad y humidad, hiciese la simiente fría y húmida, de la cual forzosamente se ha de engendrar hembra y no varón.
Pero, después que la tierra se ha llenado de hombres, parece que se ha desbaratado este orden y concierto de naturaleza y desdoblado la generación; y lo que peor es, que para un varón que se engendra nacen ordinariamente seis o siete mujeres. Por donde se entiende, o que Naturaleza está ya cansada, o que hay algún error de por medio que le estorba el obrar como quería. Cuál sea éste, un poco adelante lo diremos, trayendo las condiciones que se han de guardar para que sin errar el hijo nazca varón.
Y, así, digo que se han de hacer seis diligencias con mucho cuidado si los padres quieren conseguir este fin. Una de las cuales es comer alimentos calientes y secos; la segunda, procurar que se cuezgan bien en el estómago; la tercera, hacer mucho ejercicio; la cuarta, no llegarse al acto de la generación hasta que la simiente esté cocida y bien sazonada; la quinta, tener cuenta con su mujer cuatro o cinco días antes que le venga la regla; la sexta, procurar que la simiente caiga en el lado derecho del útero. Las cuales guardadas como diremos, es imposible engendrarse mujer.
Cuanto a la primera condición, es de saber que, puesto caso que el buen estómago cuece y altera el manjar y le desnuda de las cualidades que antes tenía, pero jamás le priva totalmente de ellas. Porque si comemos lechugas, cuyas calidades son frialdad y humidad, la sangre que de ellas se engendrase será fría y húmida, y el suero frío y húmido, y la simiente fría y húmida; y si es miel, cuyas cualidades son calor y sequedad, la sangre que de ella se hiciere será caliente y seca, y el suero caliente y seco, y la simiente caliente y seca; porque es imposible, dice Galeno, dejar de saber los humores al modo de sustancia y calidades que el manjar tenía antes que se comiese. Luego, si es verdad que el sexo viril consiste en que la simiente sea caliente y seca al tiempo de la formación, cierto es que conviene usar los padres de manjares calientes y secos para hacer el hijo varón.
Verdad es que hay un peligro muy grande en esta manera de generación; y es que, siendo la simiente muy caliente y seca, hemos dicho muchas veces atrás que por fuerza se ha de engendrar un varón maligno, astuto, caviloso y con inclinación a muchos vicios y males. Y tales hombres como éstos, si no se van a la mano, son peligrosos en la república; y, por tanto, sería mejor que no se formasen. Pero, con todo eso, no faltarán padres que digan «nazca mi hijo varón y sea ladrón»; porque melior est iniquitas viri quam mulier bene faciens. Aunque esto se puede remediar fácilmente usando de alimentos templados y que declinen un poco a calor y sequedad, o por la preparación o añadiéndoles algunas especias. Estos dice Galeno que son gallinas, perdices, tórtolas, francolines, palomas, zorzales, mérulas y cabrito; los cuales dice Hipócrates que se han de comer asados para calentar y desecar la simiente. El pan con que se comiere ha de ser candial, hecho de la flor de la harina, masado con sal y anís; porque el rubial es frío y húmido, como adelante probaremos, y para el ingenio muy perjudicial. La bebida ha de ser vino blanco, aguado en la proporción que el estómago lo aprobare; y el agua con que se ha de templar, conviene que sea dulce y muy delicada.
La segunda diligencia que dijimos era comer estos manjares en tan moderada cantidad, que el estómago los pudiese vencer. Porque, aunque los alimentos sean calientes y secos de su propia naturaleza, se hacen fríos y húmidos si el calor natural no los puede cocer; por donde, aunque los padres coman miel y beban vino blanco, harán la simiente fría de estos manjares, y de ella se engendrará hembra y no varón.
Por esta razón, la mayor parte de la gente noble y rica padece este trabajo de tener muchas más hijas que los hombres; porque comen y beben lo que su estómago no puede gastar, y aunque los manjares sean calientes y secos, cargados de especias, azúcar y miel, por ser en mucha cuantidad los encrudecen y no los pueden vencer. Pero la crudeza que más daño hace a la generación es la del vino, porque este licor, por ser tan vaporable y sutil, hace que él y los demás alimentos vayan crudos a los vasos seminarios y que la simiente irrite falsamente al hombre sin estar cocida y sazonada. Y, por tanto, loa Platón una ley que halló en la república de los cartaginenses por la cual prohibían que el hombre casado, ni su mujer, no bebiesen vino el día que se pensaban llegar al acto de la generación, entendiendo que este licor hacía mucho daño a la salud corporal del niño y que era bastante causa para que saliese vicioso y de malas costumbres. Pero si se bebe con moderación, de ningún manjar se hace tan buena simiente (para el fin que llevamos) como del vino blanco, especialmente para dar ingenio y habilidad, que es lo que más pretendemos.
La tercera diligencia que dijimos era hacer ejercicio más que moderado; porque éste gasta y consume la demasiada humidad de la simiente, y la calienta y deseca. Por esta razón se hace el hombre fecundísimo y potente para engendrar; y por lo contrario, el holgar y no ejercitar las carnes es una de las cosas que más enfría y humedece la simiente. Por donde la gente rica y holgada cargan de más hijas que los pobres trabajadores.
Y, así, cuenta Hipócrates que los hombres principales de Escitia eran muy muy afeminados, mujeriles, mariosos, inclinados a hacer obras de mujeres como son barrer, fregar y amasar. Y, con esto, eran impotentes para engendrar; y si algún hijo varón les nacía, o salía eunuco o hermafrodita. De lo cual corridos y afrentados, determinaron hacer a Dios grandes sacrificios y ofrecerle muchos dones, suplicándole que no los tratase así, o que les remediase aquella falta, pues podría. Pero Hipócrates se burlaba de ellos, diciendo que ningún efeto acontesce que no sea maravilloso y divino si por aquella vía se ha de considerar; porque, reduciendo cualquiera de ellos en sus causas naturales, últimamente venimos a parar en Dios, en cuya virtud obran todos los agentes del mundo; pero hay efetos que inmediatamente se han de reducir a Dios (que son aquellos que van fuera de la orden natural) y otros mediatamente, contando primero las causas intermedias que están ordenadas para aquel fin. La región que los escitas habitaban dice Hipócrates que está debajo del Septentrión, fría y húmida sobremanera, donde, por las muchas nieblas, por maravilla se descubre el sol. Andan los hombres ricos siempre a caballo, no hacen ejercicio ninguno, comen y beben más de lo que su calor natural puede gastar; todo lo cual hace la simiente fría y húmida. Y por esta razón, engendraban muchas hembras. Y si algún varón les nacía, salía de la condición que habemos dicho. «El remedio (les dijo Hipócrates) sabed que no es hacer a Dios sacrificios y no más, sino juntamente con esto andar a pie, comer poco y beber menos, y no estar siempre holgando. Y, para que lo entendáis claramente, tened cuenta con la gente pobre de esta región y con vuestros proprios esclavos, los cuales, no solamente no hacen a Dios sacrificios ni le ofrecen dones por no tener de qué, pero blasfeman su nombre bendito y le dicen infinitas injurias porque les dio tan baja fortuna. Y, con ser tan malos y blasfemos, son potentísimos para engendrar; y de sus hijos, los más salen varones y robustos, no mariosos, eunucos ni hermafroditas como los vuestros. Y es la causa que comen poco, y hacen mucho ejercicio, y no andan a caballo como vosotros, por las cuales razones hacen la simiente caliente y seca, y de esta tal se engendrará varón y no hembra».
Esta filosofía no entendió Faraón, ni los de su Consejo; pues dijo de esta manera: venite, sapienter opprimamus eum ne forte multiplicetur, et si ingruerit contra nos bellum, addatur inimicis nostris. Y el remedio que tomó para prohibir que el pueblo de Israel no creciese tanto, o a lo menos que no naciesen muchos varones que era lo que él más temía, fue oprimirle con muchos trabajos corporales, y darles a comer puerros, ajos y cebollas; con el cual remedio le iba tan mal, que dice el Texto divino: quantoque opprimebant eos tanto magis multiplicabantur et crescebant. Y tornándole a parecer que éste era el mejor remedio que se podía hallar, les vino a doblar el trabajo corporal; y aprovechábale tan poco, como si para matar un gran fuego echara en él mucho aceite o manteca. Pero si él supiera filosofía natural, o alguno de los de su Consejo, les había de dar a comer pan de cebada, lechugas, melones, calabazas y pepinos, y tenerlos en grande ociosidad bien comidos y bebidos, y no dejarlos trabajar. Porque desta manera hicieran la simiente fría y húmida, y della se engendraran más hembras que varones, y en poco tiempo les abreviara la vida si quisiera. Pero dándoles a comer mucha carne cocida con muchos ajos, puerros y cebollas, y haciéndoles trabajar de aquella manera, hacían la simiente caliente y seca, con las cuales dos calidades se irritaban más a la generación y siempre engendraban varones.
En confirmación de esta verdad, hace Aristóteles un problema preguntando: cur genitura in somnis iis profluere solet qui aut labore lassescunt aut tabe consummuntur? Como si dijera: «¿qué es la causa que los trabajadores y los hécticos padecen durmiendo muchas poluciones?». Al cual problema, cierto, no sabe responder, porque dice muchas cosas y ninguna de ellas da en el blanco. La razón es que el trabajo corporal y la calentura héctica calientan y desecan la simiente, y estas dos calidades la hacen acre y mordaz; y como en el sueño se fortifican todas las obras naturales, acontesce lo que dice el problema. Cuán fecunda y mordaz sea la simiente caliente y seca, nótalo Galeno diciendo: et fecundissima est, ac celeriter ab initio protinus ad coitum excitat animal: petulca est et ad libidinem prona.
La cuarta condición era no llegar al acto de la generación hasta que la simiente esté reposada, cocida y bien sazonada. Porque, aunque hayan precedido las tres diligencias pasadas, aún no sabemos si ha venido a la perfección que ha de tener; mayormente, que conviene usar primero, siete u ocho días arreo, de los manjares que dijimos, para que haya lugar que los testículos gasten en su nutrición la simiente que hasta allí se había hecho de otros alimentos, y suceda lo que vamos calificando.
Las mesmas diligencias se han de hacer con la simiente humana, para que sea fecunda y prolífica, que hacen los hortelanos con las semillas que quieren guardar: que esperan que se maduren y se enjuguen y desequen, porque si las quitan del árbol antes que tengan la sazón y punto que conviene, echándolas otro año en la tierra no pueden fructificar. Por esta razón, tengo notado que en los lugares donde se usa mucho el acto carnal, hay menos generación que donde hay más continencia; y las mujeres públicas, por no aguardar que su simiente se cueza y madure, jamás se hacen preñadas. Luego, conviene aguardar algunos días que la simiente se repose, se cueza y madure y tenga buena razón; porque antes gana por esta vía calor y sequedad y buena sustancia, que la pierde. Pero ¿cómo sabremos que la simiente está tal cual conviene, pues es cosa que tanto importa? Esto se deja entender fácilmente: habiendo días que el hombre no tuvo cuenta con su mujer, y por la continua irritación y gran deseo que tiene del acto carnal; todo lo cual nace de estar ya la simiente fecunda y prolífica.
La quinta condición fue llegarse el hombre al acto carnal seis o siete días antes que a la mujer la venga la regla, porque el varón ha menester luego mucho alimento para nutrirse. Y es la razón que el calor y sequedad de su temperamento gasta y consume, no solamente la buena sangre de la madre, pero también los excrementos; y, así, dice Hipócrates «que la mujer que ha concebido varón está de buen color y hermosa»; y es que el niño con su mucho calor le come todos aquellos excrementos que suelen afear el rostro y llenarlo de paño. Y por ser tan voraz, es bien que haya aquella represa de sangre con que se pueda nutrir. Lo cual muestra claramente la experiencia: que por maravilla se engendra varón que no sea a los postreros días del mes.
Al revés acontesce siendo el preñado de hembra, que, por la mucha frialdad y humidad de su sexo, come muy poco y hace muchos excrementos. Y, así, la mujer que ha concebido hembra está fea y pañosa, y se le antojan mil suciedades, y en el parto ha de gastar doblados días en mundificarse, que si pariera varón. En la cual naturaleza se fundó Dios cuando mandó a Moisén: «que la mujer que pariese varón fuese sanguinolenta una semana y no entrase en el templo hasta pasados treinta y tres días, y pariendo hembra fuese inmunda dos semanas y no entrase en el templo hasta que se cumpliesen sesenta y seis días»; de manera que dobló el tiempo de la purgación siendo el parto de hembra. Y es la causa que, en nueve meses que estuvo en el vientre, por la mucha frialdad y humidad de su temperamento, hizo doblados excrementos que el varón y de muy maligna sustancia y calidades; y, así, nota Hipócrates por cosa muy peligrosa detenerse la purgación a la mujer que ha parido hembra.
Todo esto he dicho a propósito de que conviene mucho aguardar a los postreros días del mes, para que la simiente halle mucho alimento que comer; porque, si el acto de la generación se hace luego en acabando la purgación, por falta de sangre no asirá. Pero han de estar advertidos los padres que, si no se juntan ambas simientes (la del varón y la de la hembra) en un mesmo tiempo, ninguna generación (dice Galeno) se hará, aunque la del marido sea muy prolífica. La razón desto daremos después a otro propósito. Y, así, es cierto que todas las diligencias que hemos contado las ha de hacer también la mujer, so pena que su simiente, mal labrada, desbaratará la generación. Por donde conviene que el uno al otro se vayan aguardando para que en un mesmo acto se junten ambas simientes. Y esto importa mucho la primera vez, porque el testículo derecho y su vaso seminario, dice Galeno que se irrita primero y da la simiente antes que el izquierdo; y si de la primera vez no se hace la generación, en la segunda está ya el peligro en la mano de engendrarse hembra y no varón. Conócense estas dos simientes: lo uno en el calor y frialdad; y lo otro en la cantidad, de ser mucha o poca; y lo tercero en salir presto o tarde. La simiente del testículo derecho sale hirviendo, y tan caliente, que abrasa el útero de la mujer, no es mucha la cantidad y desciende presto. Por el contrario, la simiente del izquierdo sale más templada, mucha en cantidad, y por ser fría y gruesa tarda mucho en salir.
La última condición fue procurar que ambas simientes, la del marido y la de la mujer, caigan en el lado derecho del útero. Porque en aquel lugar dice Hipócrates que se hacen los varones, y en el izquierdo las hembras. La razón trae Galeno diciendo que el lado derecho del útero es muy caliente por la vecindad que tiene con el hígado y con el riñón derecho y con el vaso seminario derecho, de los cuales miembros hemos dicho y probado que son calidísimos. Y pues toda la razón de salir el hijo varón consiste en que haya mucho calor al tiempo de la formación, cierto es que importa mucho poner la simiente en este lugar. Lo cual hará la mujer fácilmente recostándose sobre el lado derecho después de pasado el acto de la generación, la cabeza baja y los pies puestos en alto. Pero ha de estar un día o dos en la cama; porque el útero no luego abraza la simiente, hasta pasadas algunas horas.
Las señales con que se conocerá si la mujer queda preñada o no, son a todos muy manifiestas y claras. Porque si, puesta en pie, cayere luego la simiente, es cierto (dice Galeno) que no ha concebido. Aunque en esto hay una cosa que considerar: que no toda la simiente es fecunda y prolífica. Porque hay una parte de ella que es muy aguanosa, cuyo oficio es adelgazar la simiente principal para que pueda pasar por los caminos angostos; y ésta expele Naturaleza y se queda con la parte prolífica cuando ha concebido. Conócese en que es como agua y poca en cantidad. El ponerse luego en pie la mujer, pasado el acto de la generación, es muy peligroso; y, así, aconseja Aristóteles que haga primero evacuación de los excrementos y urina, porque no haya ocasión de levantarse.
La segunda señal en que se conoce es que luego a otro día siente la mujer el vientre vacío, especialmente en derredor del ombligo. Y es la razón que el útero, cuando desea concebir, está muy ancho y dilatado, porque realmente padece la mesma hinchazón y tumiscencia que el miembro viril, y estando de esta manera ocupa mucho lugar; pero en el punto que concibe dice Hipócrates que luego se encoge y se hace un ovillo para recoger la simiente y no dejarla salir, y así deja muchos lugares vacíos. Lo cual explican las mujeres diciendo «que no les han quedado tripas», según se han puesto cenceñas.
Juntamente con esto, aborrescen luego el acto carnal y las blanduras del marido, por tener ya el útero lo que quería. Pero la señal más cierta dice Hipócrates que es no acudirles la regla, y crecerles los pechos, y tener hastío de los manjares.
http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01371741544583735212257/p0000005.htm – I_40_#I_40_http://www.cervantesvirtual.com/servlet/SirveObras/01371741544583735212257/p0000005.htm – I_42_#I_42_[Parte III] [XXI de 1594] Qué diligencias se han de hacer para que los hijos salgan ingeniosos y sabios Si no se sabe primero la razón y causa de donde proviene engendrarse un hombre de grande ingenio y habilidad, es imposible poderse hacer arte para ello, porque de juntar y ordenar sus principios y causas se viene a conseguir este fin, y no de otra manera.
Los astrólogos tienen entendido que por nacer el muchacho debajo de tal influencia de estrellas viene a ser discreto, ingenioso, de buenas o malas costumbres, dichosos, y con otras condiciones y propriedades que vemos y consideramos cada día en los hombres. Lo cual, si fuera verdad, no era posible constituirse arte ninguna; porque esto fuera caso fortuito y no puesto en elección de los hombres. Los filósofos naturales, como son Hipócrates, Platón, Aristóteles y Galeno, tienen entendido que al tiempo de la formación recibe el hombre las costumbres del ánima, y no al punto que viene a nacer. Porque entonces alteran las estrellas superficialmente al niño, dándole calor, frialdad, humidad y sequedad, pero no sustancia en que restriben toda la vida, como lo hacen los cuatro elementos, fuego, tierra, aire y agua; los cuales no solamente dan al compuesto calor, frialdad, humidad y sequedad, pero también sustancia que le guarde y conserve estas mesmas calidades todo el discurso de la vida. Y, así, lo que más importa en la generación de los niños es procurar que los elementos de que se componen tengan las calidades que se requieren para el ingenio; porque éstos, en el peso y medida que entraren en la composición, en esa mesma han de durar para siempre en el mixto; y no las alteraciones del cielo.
Qué elementos sean éstos y de qué manera entren en el útero de la mujer a formar la criatura dice Galeno que son los mesmos que componen las demás cosas naturales; pero que la tierra viene disimulada en los manjares sólidos que comemos (como son el pan, la carne, los pescados y frutas); el agua en los licores que bebemos; el aire y fuego dice que andan mezclados por orden de naturaleza y que entran en el cuerpo por el pulso y la respiración. De estos cuatro elementos, mezclados y cocidos con nuestro calor natural, se hacen los dos principios necesarios de la generación del niño, que son simiente y sangre menstrua. Pero de los que más caudal se ha de hacer, para el fin que llevamos, es de los manjares sólidos que comemos; porque éstos encierran en sí todos los cuatro elementos, y de éstos toma la simiente más corpulencia y calidades que del agua que bebemos y del fuego y aire que respiramos.
Y, así, dijo Galeno que los padres que quieren engendrar hijos sabios, que leyesen tres libros que escribió de alimentorum facultatibus, que allí hallarían manjares con que lo pudiesen hacer; y no hizo mención de las aguas ni de los demás elementos, como materiales de poco momento. Pero no tuvo razón, porque el agua altera mucho más el cuerpo que el aire, y muy poco menos que los manjares sólidos que comemos; y para lo que toca a la generación de la simiente es tan importante como todos juntos los demás elementos. La razón es (como lo dice el mesmo Galeno) que los testículos traen de las venas para su nutrición la parte serosa de la sangre, y la mayor parte del suero la reciben las venas del agua que bebemos. Y que el agua haga mayor alteración en el cuerpo que el aire, pruébalo Aristóteles preguntando «qué es la causa que mudar las aguas hace en la salud tanta alteración, y si respiramos aires contrarios no lo sentimos tanto». A lo cual responde que el agua da alimento al cuerpo, y el aire no. Pero no tuvo razón en responder de esta manera; porque el aire, en opinión de Hipócrates, también da alimento y sustancia como el agua. Y, así, buscó Aristóteles otra respuesta mejor diciendo que ningún lugar ni región tiene aire propio. Porque el que está hoy en Flandes, corriendo Cierzo, en dos o tres días pasa en África; y el que está en África, corriendo Mediodía, lo vuelve al Septentrión; y el que está hoy en Jerusalén, corriendo Levante, lo echa en las Indias de Poniente. Lo cual no puede acontescer en las aguas por no salir de un mesmo territorio, y así cada pueblo tiene su agua particular conforme al minero de tierra de donde nace y por donde pasa. Y, estando el hombre acostumbrado a una manera de agua, bebiendo otra se altera más que con nuevos manjares ni aires. De suerte que los padres que quisieren engendrar hijos muy sabios han de beber aguas delicadas, dulces y de buen temperamento, so pena que errarán la generación.
Del Ábrego dice Aristóteles que nos guardemos al tiempo de la generación, porque es grueso y humedece mucho la simiente, y hace que se engendre hembra y no varón. Pero el Poniente nunca acaba de loarle y ponerle nombres y epítetos honrosos; llámale «templado», «empreñador de la tierra» y «que viene de los Campos Elíseos». Pero, aunque es verdad que importa mucho respirar aires muy delicados y de buen temperamento, y beber aguas tales, pero mucho más hace al caso usar de manjares sutiles y de la temperatura que requiere el ingenio; porque destos se engendra la sangre, y de la sangre la simiente, y de la simiente la criatura. Y si los alimentos son delicados y de buen temperamento, tal se hace la sangre, y de tal sangre, tal simiente, y de tal simiente, tal celebro. Y siendo este miembro templado y compuesto de sustancia sutil y delicada, el ingenio dice Galeno que será tal; porque nuestra ánima racional, aunque es incorruptible, anda siempre asida de las disposiciones del celebro, las cuales, si no son tales cuales son menester para discurrir y filosofar, dice y hace mil disparates.
Los manjares, pues, que los padres han de comer para engendrar hijos de grande entendimiento (que es el ingenio más ordinario en España) son, lo primero, el pan candial, hecho de la flor de la harina y masado con sal: éste es frío y seco, y de partes sutiles y muy delicadas. Otro se hace (dice Galeno) de trigo rubial o trujillo, el cual, aunque mantiene mucho y hace a los hombres membrudos y de muchas fuerzas corporales, pero por ser húmido y de partes muy gruesas echa a perder el entendimiento. Dije masado con sal, porque ningún alimento de cuantos usan los hombres hace tan buen entendimiento como este mineral. Él es frío y con la mayor sequedad que hay en las cosas; y si nos acordamos de la sentencia de Heráclito, dijo de esta manera: splendor siccus, animus sapientissimus; por la cual nos quiso dar a entender que la sequedad del cuerpo hace al ánima sapientísima. Y pues la sal tiene tanta sequedad y es tan apropriada para el ingenio, con razón la divina Escritura la llama con este nombre de «prudencia» y «sabiduría».
Las perdices y francolines tienen las mesma sustancia y temperamento que el pan candial, el cabrito y el vino moscatel; de los cuales manjares usando los padres (de la manera que atrás dejamos notado) harán los hijos de grande entendimiento.
Y si quisieren tener algún hijo de grande memoria, coman, ocho o nueve días antes de que se lleguen al acto de la generación, truchas, salmones, lampreas, besugos y anguilas; de los cuales manjares harán la simiente húmida y muy glutinosa. Estas dos calidades dijimos atrás que hacían la memoria fácil para recebir, y muy tenaz para conservar la figura mucho tiempo.
De palomas, cabrito, ajos, cebollas, puerros, rábanos, pimienta, vinagre, vino blanco, miel, y de todo género de especias, se hace la simiente caliente y seca y de partes muy delicadas. El hijo que de estos alimentos se engendrase será de grande imaginativa; pero falto de entendimiento, por el mucho calor, y falto de memoria, por la mucha sequedad. Éstos suelen ser muy perjudiciales a la república, porque el calor los inclina a muchos vicios y males, y les da ingenio y ánimo para poderlo ejecutar; aunque, si se van a la mano, más servicios recibe de la imaginativa de éstos que del entendimiento y memoria.
Las gallinas, capones, ternera, carnero castrado de España, son de moderada sustancia; porque ni son manjares delicados ni gruesos. Dije carnero castrado de España, porque Galeno, sin hacer distinción, dice que es de mala y gruesa sustancia; y no tiene razón. Porque, puesto caso que en Italia, donde él escribió, es la más ruin carne de todas, pero en esta nuestra región, por la bondad de los pastos, se ha de contar entre los manjares de moderada sustancia. Los hijos que destos alimentos se engendraren tendrán razonable entendimiento, razonable memoria y razonable imaginativa; por donde no ahondarán mucho en las ciencias ni inventarán cosa de nuevo. De éstos dijimos atrás que eran blandos y fáciles de imprimir en ellos todas las reglas y consideraciones del arte, claras, oscuras, fáciles y dificultosas; pero la doctrina, el argumento, la respuesta, la duda y distinción, todo se lo han de dar hecho y levantado.
De vaca, macho, tocino, migas, pan trujillo, queso, aceitunas, vino tinto y agua salobre, se hará una simiente gruesa y de mal temperamento. El hijo que desta se engendrare terná tantas fuerzas como un toro, pero será furioso y de ingenio bestial. De aquí proviene que entre los hombres del campo por maravilla salen hijos agudos ni con habilidad para las letras: todos nacen torpes y rudos por haberse hecho de alimentos de gruesa sustancia. Lo cual acontece al revés entre los ciudadanos, cuyos hijos vemos que tienen más ingenio y habilidad.
Pero si los padres quisiesen de veras engendrar un hijo gentil hombre, sabio y de buenas costumbres, han de comer, seis días antes de la generación, mucha leche de cabras; porque este alimento, en opinión de todos los médicos, es el mejor y más delicado de cuantos usan los hombres; entiéndese, estando sanos y que les responda en proporción. Pero dice Galeno que se ha de comer cocida con miel, sin la cual es peligrosa y fácil de corromper. La razón dello es que la leche no tiene más que tres elementos en su composición: queso, suero y manteca. El queso responde a la tierra, el suero al agua, y la manteca al aire. El fuego que mezclaba los demás elementos y los conservaba en la mixtión, en saliendo de las tetas, se exhaló, por ser muy delicado. Pero añadiéndole un poco de miel, que es caliente y seca como el fuego, queda la leche con cuatro elementos, los cuales mezclados y cocidos con la obra de nuestro calor natural, se hace una simiente muy delicada y de buen temperamento. El hijo que de ella se engendrare será, por lo menos, de grande entendimiento, y no falto de memoria ni de imaginativa.
Por no estar Aristóteles en esta doctrina, no respondió a un problema que hace preguntando: «¿qué es la causa que los hijos de los brutos animales (por la mayor parte) sacan las propriedades y condiciones de sus padres, y los hijos del hombre no?». Lo cual vemos por experiencia ser así; porque de padres sabios salen hijos muy nescios, y de padres nescios, hijos muy avisados; y de padres virtuosos, hijos malos y viciosos; y de padres viciosos, hijos virtuosos; y de padres feos, hijos hermosos; y de padres hermosos, hijos feos; y de padres blancos, hijos morenos; y de padres morenos, hijos blancos y colorados. Y entre los hijos de un mesmo padre y de una mesma madre, uno sale nescio y otro avisado, uno feo y otro hermoso, uno de buena condición y otro de mala, uno virtuoso y otro vicioso. Y si a una buena yegua de casta le echan un caballo tal, el potro que nace parece a sus padres, así en la figura y color como en las costumbres del ánimo.
A este problema respondió Aristóteles muy mal, diciendo que el hombre tiene varias imaginaciones en el acto carnal, y que de aquí proviene salir sus hijos tan desbaratados; pero los brutos animales, como no se distraen al tiempo de engendrar, ni tienen tan fuerte imaginativa como el hombre, sacan siempre los hijos de una mesma manera y semejantes a sí. Esta respuesta ha contentado siempre a los filósofos vulgares, y en su confirmación traen la historia de Jacob; la cual refiere que, poniendo ciertas varas pintadas en los abrevaderos de los ganados, salieron los corderos manchados. Pero poco les aprovecha acogerse a sagrado, porque esta historia cuenta un hecho milagroso que Dios hizo para encerrar en él algún sacramento, y la respuesta de Aristóteles es un gran disparate; y si no, prueben los pastores ahora a hacer este ensayo y verán que no es cosa natural.
También se cuenta por ahí que una señora parió un hijo más moreno de lo que convenía por estar imaginando en un rostro negro que estaba en un guadamecil, lo cual tengo por gran burla; y si por ventura fue verdad que lo parió, yo digo que el padre que lo engendró tenía el mesmo color que la figura del guadamecil.
Y para que conste más de veras cuán mala filosofía es la que trae Aristóteles y los que lo siguen es menester saber por cosa notoria que la obra del engendrar pertenece al ánima vegetativa, y no a la sensitiva ni racional; porque el caballo engendra sin la racional, y la planta sin la sensitiva. Y si miramos un árbol cargado de fruta, hallaremos en él mayor variedad que en los hijos de los hombres: una manzana verde y otra colorada, una pequeña y otra grande, una redonda y otra mal figurada, una sana y otra podrida, una dulce y otra amarga; y si cotejamos la fruta de este año con la del pasado, es la una de la otra muy diferente y contraria. Lo cual no se puede atribuir a la variedad de la imaginativa, pues las plantas carecen desta potencia.
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