Los movimientos sociales de resistencia al neoliberalismo en América Latina
Enviado por María Gabriela Armida
- Introducción
- I. Consideraciones en torno al concepto de "movimientos sociales"
- II. Características de los movimientos sociales latinoamericanos
- Autoorganización y autonomía
- Cuestionamiento al sistema de representación
- Territorialización
- Construcción de la identidad
Así como en la década del ´70 se abrió un ciclo de instauración de dictaduras militares en gran parte de América Latina y en la del ´80 se produjo el retorno a la democracia como sistema de gobierno -aunque sosteniendo el régimen de acumulación capitalista implantado bajo aquellas dictaduras- desde los albores de los ´90 se inició el período de consolidación y profundización, "en democracia" del esquema de despojo económico, social y cultural más grande operado en el continente desde la época de la conquista.
Un nuevo escenario se abre hacia fines de los ´90 y principios del nuevo milenio con la aparición, al decir de algunos la "visibilización", de diferentes acciones colectivas de resistencia y lucha contra lo que en forma genérica se conoce como "neoliberalismo", inscribiéndose éstas en diversos movimientos sociales contenidos en un amplio espectro que recorre desde la experiencia del zapatismo, pasando por el MST de Brasil, hasta los casos de Bolivia, Ecuador y Argentina incluyendo también, sin pretender en esta sucinta enumeración agotar las innumerables experiencias en desarrollo, la particular situación venezolana.
No es ocioso destacar que este es apenas un trabajo preliminar que de ninguna manera pretender realizar un análisis exhaustivo de los distintos movimientos sociales, sino que intenta simplemente relevar algunos rasgos y problemáticas comunes que permitan establecer las conexiones entre los procesos y las tendencias en que los mismos se inscriben, así como su viabilidad y sus límites.
I. Consideraciones en torno al concepto de "movimientos sociales"
Debido a que habitualmente suele inscribirse estas experiencias en el marco de lo que se denomina "movimientos sociales", parece pertinente que en la primera parte de este trabajo realicemos un sucinto recorrido por los orígenes y el desarrollo de este concepto intentando precisar sus alcances así como la pertinencia de su aplicación para los casos que nos ocupan.
Si bien el término "movimiento social", en singular, surge en el ámbito de las ciencias sociales durante el s. XIX para referirse exclusivamente al movimiento obrero durante su etapa de consolidación como protagonista principal de las luchas al interior de las sociedades con mayor desarrollo capitalista, es hacia la década de los ´60 del siglo XX, como consecuencia de la aparición en la escena política de nuevos actores sociales con sus particulares reivindicaciones y formas de organización principalmente en Europa y Estados Unidos, que el concepto adquirirá una nueva centralidad en el marco de los estudios sobre los procesos de movilización política y social.
Los presupuestos teóricos que se aplicaban al análisis tanto de la clase obrera como del campesinado, dos de los actores "tradicionales" del mundo capitalista, dejaban zonas grises a la hora de abordar los nuevos procesos abiertos hacia mediados del s. XX, caracterizados por la movilización de actores político-sociales que no pueden definirse por una homogénea pertenencia de clase: minorías sexuales, mujeres, homosexuales y estudiantes, entre otros.
De esta manera, si el análisis del "viejo" movimiento social, cuyo actor fundamental, el proletariado, con su impronta de sujeto histórico de la revolución fue uno de las preocupaciones centrales de la teoría marxista, el abordaje inicial de los "nuevos" movimientos sociales será promovido por otras corrientes, principalmente adscriptas a la sociología norteamericana y europea, que –con distintos enfoques- emprenderán la búsqueda de las herramientas teóricas adecuadas para el análisis.
Existen notables diferencias de abordajes y perspectivas entre estas dos vertientes que se abocarán al estudio de los "movimientos sociales". Por una parte, la sociología norteamericana adscribe a un análisis estructural-funcionalista que incorpora conceptos tales como "movilización de recursos" y "estructura de oportunidad política", entre otros mientras que la vertiente europea que inaugura la denominada "teoría de los Nuevos Movimientos Sociales" cuestionará que el análisis del conflicto social sea reducido sólo al enfrentamiento de clases, abriendo así una perspectiva más amplia que incorpora la consideración de otros elementos tales como la construcción de las identidades colectivas. (1)
A pesar de estas diferencias sin embargo, ambas perspectivas reflejan la necesidad de encontrar herramientas teóricas que permitan dar cuenta de los procesos surgidos al calor de la consolidación de la sociedad industrial de masas, específicamente al protagonismo social adquirido por las capas medias, extendidas y fortalecidas bajo las condiciones favorables del Estado de Bienestar y que será el sector que conformará la base social de muchos de los nuevos movimientos de protesta.
A partir de la última década del s. XX, como consecuencia de las transformaciones sociales provocadas por el proceso de globalización y la definitiva derrota del socialismo real, mientras que en los países centrales surgen nuevos y se radicalizan anteriores colectivos organizados en forma de redes laxas que, integradas en su mayoría por jóvenes, confluirán en lo que se conoce genéricamente como "movimiento antiglobalización", en América Latina emergen o consolidan sus organizaciones, nuevos actores que protagonizarán los procesos de luchas sociales, tales como el zapatismo en México, el MST en Brasil, comunidades indígenas de varios países y piqueteros en Argentina, por citar sólo algunos.
Esta situación propone nuevos desafíos a la hora diseñar bosquejos explicativos y uno de ellos es precisamente determinar si las herramientas teóricas construidas para el análisis de movimientos y organizaciones surgidos al calor de las transformaciones del capitalismo de mediados del s. XX en los países industrializados son válidas también para ser aplicadas a la realidad latinoamericana de fines del s. XX y principios del XXI.
Más específicamente: ¿es pertinente la utilización del concepto "movimientos sociales" para analizar las experiencias "antineoliberales" en América Latina?
Nuestra hipótesis es que la utilización del concepto "movimientos sociales" para abordar la investigación sobre estas experiencias intenta, al igual que algunas vertientes de la sociología de los países centrales en los ´60, llenar un vacío teórico.
La diferencia reside sin embargo, en que allí lo novedoso se produjo a partir del surgimiento de nuevos actores pertenecientes a las capas medias de la población que expresaban demandas y conformaban organizaciones muy diferentes a las que décadas anteriores había detentado la clase obrera, aunque esta última todavía conservaba una considerable vitalidad y protagonismo económico, político y social.
En el caso que nos ocupa, la necesidad de incorporar nuevas herramientas teóricas para analizar los movimientos emergentes en Latinoamérica puede rastrearse en un tiempo más cercano: la última década del siglo XX, a partir básicamente de la pérdida de centralidad del movimiento obrero "clásico" y el (re)surgimiento de otros actores que serán los que con mayor vehemencia cuestionarán las medidas neoliberales implementadas en nuestros países: principalmente sectores campesinos, muchos de ellos íntegramente indígenas.
Si bien el campesinado como clase ha sido ampliamente analizado en relación a su participación en diversos procesos en el curso de la historia latinoamericana del siglo XX, especialmente aquellos relacionados con experiencias de reforma agraria, en los albores del nuevo milenio se están produciendo nuevas configuraciones en sus formas de movilización, organización y articulación con otros sectores de clase que quedan fuera de los alcances de los análisis tradicionales, particularmente del marco teórico que más se ocupó de ellos: el marxismo clásico y sus derivaciones.
De esta manera y frente a la "nebulosa" que en la teoría representaba la irrupción estos "nuevos" actores (que en su mayoría lejos de ser nuevos son portadores de una historia ancestral), comienza a utilizarse el término "movimientos sociales" para designarlos en forma genérica.
Creemos asimismo importante destacar que una de las novedades de las distintas experiencias latinoamericanas se encuentra en el hecho de que los actores sociales que con mayor fuerza y grado de coherencia resisten al neoliberalismo no son aquellos surgidos al calor de la "modernidad" (como el movimiento obrero industrial) sino aquellos otros que en gran parte pertenecen a un mundo que podría calificarse de "premoderno", y en este sentido, las formas de resistencia que realizan al capitalismo de fines del s. XX y principios del s. XXI se articula en torno una combinación de estrategias, unas rescatadas de la configuración tradicional de las comunidades y otras tomadas de formas de lucha más modernas.
Estos sectores, a diferencia del proletariado industrial, no se configuran como tales a partir de la consolidación de los Estados Nación a fines del s. XIX sino que, por el contrario, en este período sufrieron -en realidad continuaron sufriendo- los embates del avance de la modernidad, proceso abierto a partir de la colonización.
Hechas estas consideraciones conceptuales, abordaremos el análisis de algunos rasgos comunes presentes en la mayoría de estas experiencias latinoamericanas.
II. Características de los movimientos sociales latinoamericanos
Resistencia y formas de lucha:
Si consideramos que el neoliberalismo es la forma de dominación asumida por el capitalismo a partir del último cuarto del siglo XX (2), convendremos en aceptar que las consecuencias de su ejercicio para la mayoría de la humanidad son de tal magnitud que lejos están de compensar la legitimación que encuentra por parte de los sectores menos afectados (regional y socialmente) a partir de la promesa del consumo permanente.
La globalización (3) y las políticas neo-liberales se construyen sobre las desigualdades existentes, pero elevándolas a niveles exponenciales, así, frente a las devastadoras consecuencias provocadas por la aplicación de medidas que a grandes rasgos implicaron: cifras nunca antes conocidas de desocupación, deterioro de los salarios, flexibilización y precarización laboral y aumento de los índices de pobreza, se producirá la conformación de un creciente sector de población excluida del acceso al empleo y al consumo, el debilitamiento de la capacidad de movilización del movimiento obrero pero paralelamente el surgimiento de nuevas formas de organización y lucha.
Podría decirse que a partir del levantamiento del 1º de enero de 1994 en Chiapas, el zapatismo cumplirá un doble rol: ser, por un lado la primera expresión organizada de impugnación contra el orden globalizado encarnado en el neoliberalismo y por el otro, actuar como inspiración e influencia tanto en el movimiento antiglobalización desarrollado en los países centrales como en otras organizaciones latinoamericanas, de allí la trascendencia de un movimiento que planteará un desafío no sólo político sino también teórico.
Si en los centros de poder mundial se pregonaba la buena nueva de la inevitable eternidad del capitalismo y el fin de la historia, desde la profundidad de la selva un grupo de campesinos indígenas se levantaba en armas poniendo frente al mundo otra realidad que articulaba una cultura de la resistencia (4) construida durante más de 500 años con estrategias defensivas surgidas para dar respuesta a la forma de dominación neoliberal: "… una resistencia tan antigua como la dominación pero tan moderna como la integración teleinformática de los procesos mundiales". (5)
La irrupción del zapatismo será emblemática entonces, por cuanto significa la posibilidad y viabilidad de construcción de la resistencia, representando en la escena política internacional el punto de inflexión entre la aceptación de la "cultura de la derrota" -abonada por el descenso de las luchas en el seno del movimiento obrero, el fulminante desplome de la URSS y sus satélites (y no precisamente, como muchas corrientes dentro de la izquierda pregonaban por una revolución democrática al interior de sus sociedades) y reforzada por el discurso único de los voceros del poder capitalista mundial- y la puesta en conocimiento de la sobrevivencia de esta otra cultura, la de la resistencia.
"Frente al proceso de globalización neoliberal capitalista, se desarrolló la otra globalización: la de la Rebeldía, la Resistencia, la de la Revolución o la de la revolución, el nombre es lo de menos." (6)
En ese contexto, comenzaron a "visibilizarse" otros movimientos sociales que venían recorriendo caminos similares aunque con dinámicas propias, abriendo un proceso que incidió no sólo a nivel de las luchas sino también de las elaboraciones teóricas acerca de estas formas de organización y sus alcances y posibilidades en cuanto a una viabilidad –por cierto diferente a aquellas diseñadas a partir de la centralidad de la clase obrera- de un cambio social.
Es en este sentido que caracterizamos a estas experiencias como movimientos de resistencia ya que no se presentan como portadores de proyectos históricos previamente delineados sino que fueron configurándose en torno a realidades concretas, locales.
Ahora bien, surgidos y constituidos de esa manera, el gran desafío con que se enfrentan es la posibilidad de superación de esa etapa de resistencia a partir principalmente de la articulación con otros sectores sociales que también resisten.
Esta situación de resistencia lleva aparejada también la emergencia de formas particulares de prácticas confrontativas y en ese sentido Raúl Zibechi (7), para quien el análisis de los cambios en las formas de acción colectiva puede arrojar pistas para la comprensión de estos nuevos movimientos, diferencia entre métodos de lucha instrumentales y métodos autoafirmativos. Los primeros son aquéllos que se llevan adelante sólo en tanto que medio para el logro de determinados fines y aunque, claramente presentes en las organizaciones leninistas, se extendió hacia todo el sindicalismo de masas no importa cuáles fueran sus adscripciones ideológicas y políticas. Los aspectos claves de esta concepción se estructuran en torno a las nociones de organización, dirección y planificación. Esta priorización de los fines por sobre los medios llevaría a una "objetivación" de los sujetos y a una "subjetivación" de las organizaciones: el partido o el sindicato, lo que inevitablemente conduce a la burocratización y permite la subordinación de los sujetos a una lógica externa a ellos, la lógica del Estado.
En oposición a esta dinámica que ha guiado las luchas durante la mayor parte del siglo XX, Zibechi encuentra en los nuevos movimientos sociales el predominio de una forma de acción colectiva diferente. Conformados por actores sociales tales como mujeres, indígenas, minorías sexuales o desocupados, lo que estos sectores tienen en común es el desprecio y la humillación a la que son sometidos por el poder así como la exclusión y la invisibilidad a la que se les pretende condenar, de allí que su lucha sea autoafirmativa y pase en primer lugar por mostrarse, por expresar su existencia frente a toda la sociedad, por hacerse "visibles" destacando todo aquello que constituye su identidad.
En este contexto, la autonomía y la autoorganización, como planteamos en el apartado siguiente, son dos de las condiciones para llevar adelante la resistencia pero la imbricación con sectores de la sociedad civil es vital para no caer en el aislamiento. Es desde esta perspectiva que podemos entender la reciente y última Declaración de los zapatistas (8) así como la última Marcha Nacional por la Reforma Agraria organizada por el MST que reunió a casi 12 mil trabajadores y trabajadoras rurales y cuyo objetivo principal fue, como en marchas anteriores, llamar la atención de la sociedad brasileña sobre la apremiante situación de los sin tierra (9).
Se encuentra presente en la mayoría de estos movimientos sociales una invocación a la autoorganización y la autonomía, lo que generó el desarrollo de encendidos debates teórico-políticos.
Sin pretender dar cuenta aquí de los principales lineamientos de estos debates ni de abordar el recorrido histórico del concepto de autonomía que largamente excedería los límites de este trabajo, podríamos destacar que el mismo lleva implícita la idea de la autoorganización de los propios sujetos implicados en las luchas, motivo por el cual lo hemos planteado como dupla ya que en general así aparecen expresados en los documentos, comunicados y fuentes propias de los movimientos mismos.
Bajo la concepción de "autonomía" en general subyace la idea de organizaciones en forma de red que funcionan descentralizadamente en base a acuerdos logrados por consenso, la priorización de formas de discusión y resolución asamblearia con énfasis en los mecanismos de democracia directa y la asignación de tareas rotativas con cargos revocables.
En el caso del zapatismo, luego del rechazo de la reforma de la Constitución sancionada en de 2001, por considerarla totalmente apartada del espíritu de los Acuerdos de San Andrés, en agosto de 2003 se anuncia el surgimiento de los denominados Caracoles y sus correspondientes Juntas de Buen Gobierno en el marco de un proceso tendiente al afianzamiento de uno de los principios postulados desde los inicios de la insurgencia: la construcción de la autonomía en los "territorios rebeldes".
Estas Juntas, cinco en total que articulan alrededor de 30 municipios, tienen como funciones dirimir problemas de propiedad de la tierra, recaudar impuestos, organizar la salud y la educación y regir las relaciones de los municipios zapatistas entre sí y de éstos con otros municipios ajenos al movimiento.
Así, frente al desconocimiento de sus demandas por parte del Estado, se opta por la alternativa de seguir construyendo autonomía, impulsando y fortaleciendo el autogobierno y la autogestión.
Más allá de las diferencias subyacentes en cuanto a los objetivos inmediatos y el contexto en que se desarrollan, no es tarea fácil la implementación de las prácticas y formas organizativas acordes con el desarrollo de estas distintas experiencias con fuerte énfasis en la autonomía. Combinar adecuadamente las decisiones tomadas democráticamente y la asignación no jerárquica de responsabilidades con la eficacia en cuanto a la concreción de lo consensuado, representa habitualmente una difícil tarea.
En una reflexión en torno a estos temas, Guillermo Cieza expresa: "Si analizamos los movimientos normalmente considerados como referencia (el zapatismo, los Sin Tierra) nos vamos a encontrar con la coexistencia y el delicado equilibrio entre dos estructuras que garantizan por un lado la democracia y la horizontalidad y por otro la eficacia. En el caso de los Sin Tierra, la Dirección Nacional (que se renueva solo por tercios) y las direcciones regionales garantizan ordenar esfuerzos en base a líneas políticas previamente discutidas por la base del movimiento. En el caso de los zapatistas, el EZLN, subordinado políticamente a decisión de las comunidades, constituye una fuerza vertebrada que garantiza la ejecución de múltiples tareas" (10).
Este señalamiento sobre la coexistencia de dos niveles con lógicas articuladas puede ser uno de los elementos que ayuden a explicar la cohesión y perduración de los movimientos y no es precisamente la que caracterizó al las asambleas barriales que surgieron al calor de la rebelión argentina de diciembre de 2001.
Estos organismos, que cobraron gran protagonismo hasta mediados del 2002 y luego fueron decayendo hasta su casi extinción en la actualidad, se constituyeron como espacios de experimentación de formas de gestión autónomas en las que cobró especial relevancia la construcción de una trama social y la reconstrucción de redes de solidaridades que, unificadas bajo la consigna del "Que Se Vayan Todos", comenzó a tomar en sus manos tareas antes delegadas a la esfera de lo estatal. De esa manera, ante el abandono del Estado respecto de sus funciones y el agotamiento de las formas organizativo-institucionales tradicionales –partidos políticos, sindicatos, vecinales, etc.- empezaron a experimentarse nuevas formas de organización que dieran respuestas –tanto a corto como a largo plazo- a las urgencias planteadas por la aguda crisis económica, social y política (11).
Todavía no hay un profundo análisis de las circunstancias que llevaron al rápido agotamiento de estos organismos que con tanta fuerza pero tan brevemente irrumpieron en la escena nacional argentina, aunque algunos autores, como Claudio Katz (12), atribuyen su fugacidad precisamente a los mismos elementos que posibilitaron su surgimiento: su carácter defensivo, autoconvocado, inorgánico y profundamente antiinstitucional.
Cuestionamiento al sistema de representación
Otra de las características presentes en estos movimientos sociales es la impugnación que los mismos hacen del rol de los mecanismos tradicionales de representación y mediación entre la sociedad civil y el Estado, especialmente los partidos políticos y los sindicatos. Encontramos aquí otra implicancia de la autonomía ya que, al proponer la autoorganización, rechaza las mediaciones externas, principalmente aquella expresada en los partidos políticos.
Esta situación se expresó de modo más dramático en los casos de Argentina en 2001 y Ecuador en 2005, donde se produce es un desborde de las instituciones de la democracia burguesa que hacía tiempo venían demostrando su ineficacia a la hora de dar respuesta a las demandas sociales; muchos de quienes no se sentían ya representados en ellas confluyeron en las calles espontáneamente.
"Y se encendió la chispa que empezó a concentrar a miles y miles de personas, ahora si, autoconvocadas, sin los dirigentes y los partidos que desde hace más de 25 años vienen secuestrando sus derechos políticos. Llegaban con globos, banderas, cacerolas, música y humor. La gente empezó a gritar: ¡Fuera Lucio!, ¡Que se vayan todos! La noche se caracterizó por una movilización que se generalizaba, la gente tocaba cacerolas, tablas, las bocinas de los autos y los gritos replicaban: ¡Fuera Lucio! !Que se vayan todos! Los políticos y dirigentes empresariales que quisieron participar para apropiarse de protagonismo y de la manifestación popular absolutamente independiente de ellos y en contra de ellos, fueron tratados con desprecio e indiferencia, cuando no se les obligo a que guarden las banderas de la ID o a que se vayan. Esta es una manifestación del pueblo no de los políticos, de sus partidos ni de los oligarcas, insistía la gente" (13)
Pueden apreciarse las similitudes de la experiencia relatadas en esta crónica con los sucesos producidos en Argentina en diciembre de 2001.
Las recurrentes crisis vividas por Bolivia en los últimos años plantean una situación un poco diferente. Durante los dos grandes levantamientos populares (octubre de 2003 y mayo/junio de 2005) que derivaron en la caída de los presidentes Sánchez de Losada y Mesa respectivamente, la movilización que presionaba por las destituciones presidenciales y sus variantes de llamado a Convención Constituyente, no fue tan "inorgánica" como en las dos situaciones anteriores, sino que se encontraba enmarcada en organizaciones como el MAS y la COB (con su formato tradicional de partido político con representación parlamentaria y central sindical respectivamente) por un lado y la Coordinadora del Agua de Cochabamba y las Juntas Vecinales del Alto, por el otro, con un importante desarrollo de la autonomía local de base en estas últimas.
Ahora bien, frente a esta modalidad de intervención política que encarnan una dramática impugnación de las formas tradicionales de representación ¿cómo se entiende la relativamente rápida recomposición institucional, como en el caso argentino o, como en el boliviano, la recurrencia de caídas y reconstrucciones?
En respuesta a esta circunstancia, Claudio Katz (14), encuentra que la principal limitación de los movimientos sociales se inscribe precisamente en la insuficiencia que demuestran para impedir la reconstitución del sistema de representación y la institucionalidad burguesa. Desde esta perspectiva, este límite estaría dado por las dificultades que enfrentan estos movimientos a la hora de proyectarse al plano político, o sea, de disputar el poder (o cuotas de él) en la arena donde se dirimen los conflictos y se expresan las demandas populares, es decir, el Estado y sus instituciones y esto sólo puede llevarse a cabo a partir de la elaboración de un proyecto político propio.
El agotamiento y desgaste de los mecanismos institucionales del régimen son también claramente observables, aunque con implicancias diferentes, en otros movimientos sociales:
"… en nuestro país, la clase política mexicana (donde se incluyen todos los partidos políiticos con registro y los tres órdenes de la unión) traicionó la esperanza de millones de mexicanos, y de miles de personas de otros países, de ver reconocidos constitucionalmente los derechos y la cultura de los pueblos indios de México … frente a todo esto, el EZLN decidió suspender totalmente cualquier contacto con el gobierno federal mexicano y los partidos políticos; y los pueblos zapatistas ratificaron hacer de la resistencia su principal forma de lucha". (15)
Si bien la territorialización alude a la cuestión espacial, tanto en lo que refiere a la recuperación de tierras usurpadas en el caso de algunas comunidades indígenas como a la ocupación y posterior asentamiento en territorios improductivos llevada adelante por movimientos como el MST de Brasil, no se limita sólo a este aspecto. El compartir un mismo territorio implica también la posibilidad de construir una nueva sociabilidad en torno a la práctica de las acciones cotidianas y la integración en proyectos comunitarios, referidos tanto a las actividades productivas como a las tareas de salud y educación.
En el caso del MST de Brasil la territorialización es asimilada al proceso de conquista de la tierra misma y es concebida como una de las herramientas que posibilitará la implementación de la reforma agraria pero que no se limita sólo a ella sino que abarca y es la condición de posibilidad de desarrollo no sólo de otras dimensiones como la educación, la salud, la vivienda, el crédito agrícola y la cooperación agropecuaria, sino también de la articulación expansiva del proceso mismo.
Ellos lo expresan de esta manera: "A luta pela terra leva à territorializaçao porque com a conquista de um assentamento abrem-se as perspectivas para a conquista de um novo assentamento. Cada assentamento é uma fraçao do territorio conquistada e a esse conjunto de conquistas chamamos territorializaçao. Assim, a cada assentamento que o MST conquista, ele se territorializa. E é exatamente isto que diferenciao MST dos outros movimentos sociais. Quando a luta acaba na conquista da terra, nao existe territorializaçao" (16).
La diferenciación con otros movimientos a las que se alude en esta cita, hace referencia a otras organizaciones también constituidas en torno a la demanda de reforma agraria, pero cuyo objetivo último es solamente el logro del acceso a la tierra.
La territorialización no está limitada a las experiencias de índole rural sino que es también un elemento presente en movimientos de raigambre urbana, como algunos grupos piqueteros en Argentina, particularmente el MTD de Solano (17).
Aunque en algunos casos la realidad espacial sea preexistente a las constitución de los movimientos (como en las comunidades zapatistas o en las barriadas donde se constituyen algunos de los sectores piqueteros) y en otras ésta se logre a partir de la reapropiación u ocupación de tierras (como en algunas comunidades indígenas o el MST), en ambas situaciones la territorialización implica la construcción, en un determinado territorio y a partir de la lucha, la experiencia y los proyectos compartidos por sus habitantes, de un espacio alternativo que necesariamente implicará el fortalecimiento de los lazos de solidaridad y el delineamiento de una nueva sociabilidad, elementos ambos que confluyen, como más abajo veremos, en el proceso de conformación de las identidades colectivas.
Ahora bien ¿cuáles son los límites de la territorialización? O para expresarlo de otro modo: ¿hasta dónde es posible la profundización de este proceso en el marco de una sociedad capitalista sin quedar atrapados en "islotes" de autoproducción y consumo?(18).
Hemos visto como el proceso de territorialización, en tanto que forjado en el marco de un colectivo que al compartir experiencias y proyectos comienza a concebirse como comunidad en un contexto de resistencia a las adversidades impuestas por el sistema, necesariamente configurará identidades contrahegemónicas, cuyos componentes tienden a autopercibirse de forma diferente a la establecida en la concepción de "individuos" o "ciudadanos" inherente a la sociedad capitalista.
Al interior de este tipo de movimientos se desarrolla un proceso de construcción de un imaginario social o colectivo, operándose la configuración de una representación de la realidad social, como conjunto de ideas-imágenes a través de las cuales estos grupos sociales construyen su identidad y avalan su legitimidad. (19).
El zapatismo es aquí un ejemplo insoslayable de este proceso de construcción de identidad, con la particularidad que el mismo está acompañado por una creativa estrategia discursiva y mediática. Hay en esta configuración identitaria una inversión de la lógica del pensamiento dominante, que, estructurada en construcciones semánticas tales como "un mundo donde quepan muchos mundos", "caminar al ritmo del más lento" o "mandar obedeciendo" (por citar sólo alguna de las más conocidas), produce una fisura en el sentido común.
Estos imaginarios sociales son inescindibles de las prácticas que el movimiento social lleva adelante y ambos aspectos, junto con las adscripciones ideológicas, políticas y teóricas a las que se apela o en el marco de las cuales se elaboran las políticas y los proyectos, son los que conforman la identidad.
Si en las organizaciones que lideraron los movimientos de cambio social hasta mediados del s. XX, como los partidos políticos y los sindicatos, había una clara prioridad otorgada a la esfera política, ideológica y teórica, en los "nuevos" movimientos sociales encontramos una percepción más clara de la presencia de esa otra esfera, más lábil y por lo tanto más difícil de ser conceptualizada, pero tal vez de raigambre más profunda.
Como lo expresan los integrantes del Movimiento de Trabajadores Desocupados de Solano: "Los elementos de una nueva sociabilidad no son creados por nadie en particular. Emergen: son creados por los pueblos en sus luchas… Se trata de la aparición histórica de una nueva subjetividad, de nuevas formas de pensar, planear y solucionar los problemas de la existencia." (20)
Es en este sentido que debe entenderse también la importancia otorgada a lo por los integrantes del MST a la "mística", que, definida en tanto que práctica social heredada de la teología de la liberación y la religiosidad popular, es considerada por sus militantes como uno de los elementos de cohesión, unidad e identificación al que igualan en importancia con los principios organizativos del movimiento.
Nuestra intención en este trabajo fue realizar un abordaje de los movimientos sociales latinoamericanos a partir de los rasgos que éstos tienen en común ya que si bien existe una extensa y en muchos casos calificada producción tanto en lo referido a los análisis de caso (sobre todo en relación al zapatismo) como a las teorizaciones y debates que el surgimiento de estas experiencias produjeron al interior de las ciencias sociales (y también aquí es insoslayable el rol de "musa inspiradora" jugado por el zapatismo) nuestro interés se centra principalmente en efectuar una mirada de conjunto sobre los procesos latinoamericanos contemporáneos.
Desde esta perspectiva, cabe preguntarse acerca de la significación del establecimiento de gobiernos que genéricamente se inscriben en el marco del "progresismo" (y a los que algunos analistas prefieren denominar "nacionalistas" o de "centro-izquierda"): Kirchner, Lula, Tabaré Vázquez, que si bien no implican cambios en lo estructural, en lo discursivo y en algunas de sus medidas cuestionan el discurso y las políticas neoliberales aplicada en los ´90.
¿Implica esto el cierre de la crisis de legitimidad de los regímenes que llevó a situaciones tales como las de Argentina en 2001 y la apertura de una nueva coyuntura en la que el capital cambia su forma de dominación apelando más a una políticas en algunos casos populistas que al salvajismo de las medidas neoliberales?.
¿Estarían estas experiencias de Argentina, Ecuador y Bolivia indicando que no basta con la movilización masiva de la población dispuesta a derribar gobiernos y que las instituciones, contrariamente a lo que pudiera parecer, están en nuestros países lo suficientemente arraigadas y fortalecidas como para viabilizar, en tiempos asombrosamente cortos, exitosas salidas a las crisis?
Como se podrá observar, hemos dejado deliberadamente fuera de este análisis el caso venezolano, debido a que creemos que contiene aristas particulares, especialmente en lo referido a la movilización popular estimulada desde las estructuras del gobierno, a la amenaza constante del imperialismo aliado a los sectores de la oposición y a la profunda polarización social que este escenario plantea.
En este contexto, un ejercicio necesario tal vez sea discernir en el escenario político, entre la agenda de los gobiernos (Lula, Kirchner, Tabaré Vázquez) y la confrontación llevada adelante por los movimientos sociales.
En este sentido, algunos analistas destacan que la movilización social protagonizada por estos movimientos con claras dinámicas autónomas, han permitido una serie de modificaciones en la correlación de fuerzas (21).
Una última acotación merece el abordaje sobre estas perspectivas realizados por distintas corrientes teóricas y los debates que en torno a ellas se vienen sucintando, particularmente las referidas a la aparición de lógicas de organización, acción y relación respecto del Estado, sensiblemente distintas de las tradiciones sindicales y los partidos de izquierda.
Las prolíficas discusiones que se vienen desarrollando alrededor de tópicos como autonomía, horizontalidad, democracia directa así como de las vías para la realización del cambio social (posibilidad o no de hacer la revolución sin tomar el poder) no sólo son estimulantes sino que hacen necesario, más allá de lo real, lo ilusorio y lo deseable, la profundización del análisis acerca de las condiciones de posibilidad de un cambio social a partir de estas premisas, o por lo menos, de la viabilidad de la consecución de procesos que sobrepasen los marcos de la resistencia pudiendo ser portadores de una construcción alternativa futura, aunque sea a larguísimo plazo.
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- Para un análisis detallado, ver: VIANO, María Cristina: "Movimientos Sociales: en plural y sin adjetivos. Revisando teoría(s) desde América Latina", Rosario, 2004. Papeles de Trabajo del Centro de Estudios de Historia Obrera (CEHO), Facultad de Humanidades y Artes, UNR.
- GILLY, Adolfo, "Dominación y Resistencia, Incógnitas ante el FZLN", Revista Viento del Sur, nº 7, año 1996.
- A pesar de los debates acerca del término, utilizamos aquí "globalización" entendiéndolo como un proceso de gran internacionalización, trasnacionalización e interdependencia en el marco del capitalismo, abierto hacia el último cuarto del s. XX caracterizado por una gran expansión transnacional de las empresas; la proliferación de las tecnologías que posibilitan profundas modificaciones a nivel de la organización del trabajo y de los modelos de gestión empresarial y la expansión y relativa autonomización de los flujos financieros.
- BÁRCENA, Iñaki; IBARRA, Pedro y SUBYAGA, Mario: "Movimientos Sociales y Democracia en Euskadi" pág. 51 en: IBARRA, Pedro y TEJERINA, Benjamín (editores): "Los Movimientos Sociales. Transformaciones Políticas y Cambio Cultural". Editorial Trotta, Valladolid, 1998.
- CECEÑA, Ana Esther, "El zapatismo. De la inclusión en la nación al mundo en que quepan todos los mundos", en GÓMEZ, José María (compilador): "América Latina y el (des) orden global neoliberal: Hegemonía, Contrahegemonía, Perspectivas", CLACSO, Buenos Aires, 2004. pág. 302.
- RODRÍGUEZ LASCANO, Sergio, "¿Puede ser verde la teoría? Sí, siempre y cuando la vida no sea gris" en Revista Rebeldía nº 8, Junio 2003
- ZIBECHI, Raúl: "Genealogía de la Revuelta. Argentina: La Sociedad en Movimiento", Editorial Letra Libre, Buenos Aires, 2003.
- Sexta Declaración de la Selva Lacandona, publicada en www.fzln.org.mx, julio de 2005.
- Marcha realizada el 2 de mayo de 2005, ver: "Lo que es necesario hacer para cambiar la vida del pueblo brasileño", Secretaría Nacional del MST, MST Informa, Año IV, nº 89 www.movimientos.org/cloc/mst.br
- CIEZA, Guillermo, "Ideas para el debate sobre los nuevos movimientos sociales autónomos", en Boletín La Fogata digital (www.lafogata.org), 26/08/02.
- ARMIDA, Marisa: "Algunos apuntes en torno a las asambleas barriales" en Cuadernos de Filosofía y política Nº 5, Foro sobre Problemas Contemporáneos en América Latina, Escuela de Filosofía, Facultad de Humanidades y Artes, UNR, Primavera 2003.
- KATZ, Claudio, "Los problemas del autonomismo" en Revista Socialismo o Barbarie, www.socialismo-o-barbarie.org, 01/05/05
- LARREA, Marcelo: "Ecuador: ¿Fin del Protectorado? La ira popular derrota a Lucio" en Boletín La Fogata digital (www.lafogata.org), 23/04/05.
- Katz, Claudio: "Los problemas del autonomismo", ob. cit.
- Comunicado del EZLN, 19 de julio de 2003, citado en: RAMÍREZ MUÑOZ, Gloria: "El Fuego y la Palabra", Editorial Tinta Limón, Buenos Aires, 2004, pág. 259
- Stedile, Joao Pedro y Mançano Fernández, Bernardo: "Brava Gente. A Trajetória do MST e a Luta pela Terra noBrasil", Editora Fundaçao Perseu Abramo, Sao Paulo, 1999, pág. 78.
- MTD Solano, Revista Situaciones nº 4, Buenos Aires, Diciembre de 2001.
- "Ellos (MST) se territorializan pero no emiten moneda, no controlan el valor del crédito, ni de los precios. El crecimiento de su capital fijo está ligado al esfuerzo de la agro-industria que opera aportando productos al mercado …. Esto (su fracaso) podría verificarse si no logra niveles de productividad cuyos valores aseguren la reproducción y crecimiento (educativo, moral, social) de sus miembros" en: ROCCHIETTI, Ana María, "Movimiento de los Sin Tierra: poder, cultura y verdad", Seminario de Integración de Ciencias Sociales, dictado durante el 2001 y 2002 Departamento de Historia, Facultad de Ciencias Humanas, Universidad Nacional de Río Cuarto.
- BACZKO, Bronislaw, "Los imaginarios sociales. Memorias y esperanzas colectivas". Nueva Visión, Buenos Aires, 1994.
- MTD Solano, Revista Situaciones nº 4, Buenos Aires, Diciembre de 2001.
- Ver: RODRÍGUEZ LASCANO, Sergio, Boletín La Fogata digital (www.lafogata.org) 04/07/05.
Marisa Gabriela Armida