Aproximaciones sobre los nuevos movimientos sociales. Hacia una nueva configuración de identidad (página 2)
Enviado por Romina Soledad Bada
En tal sentido, entendemos relaciones de poder y no ya de poder sino de "poderes", puesto que tampoco el poder es sustancia, ya que el mismo no es de carácter estático, sino que atraviesa el todo de las relaciones sociales.
Desde esta concepción foucoltiana de la construcción del sujeto, podemos sostener que los "actores sociales", así como la identidad de los mismos no tienen una esencia preexistente, sino que son constituidos en relación a las diferentes prácticas sociales que asumen.
Por lo tanto sería interesante replantearnos y repensar a cerca del conocimiento mismo en términos de construcción social, es decir, que la verdad o la realidad misma sea parte de tal construcción de identidades que se actualizan y reactualizan en las prácticas de la vida cotidiana.
Con lo cual los enunciados que instalan al actor social como unidad empírica unitaria no abarcaría en su totalidad la complejidad de las acciones colectivas como así tampoco la realidad de los actores sociales, pues las prácticas sociales, parafraseando a Foucault, pueden llegar a engendrar dominios de saber que no sólo hacen que aparezcan nuevos objetos, conceptos y técnicas, sino que hacen nacer, además formas totalmente nuevas de sujetos y sujetos de conocimiento.
En tal sentido, la "acción colectiva" resulta construida mediante representaciones en torno de lo que hay que ser, hacer y tener, para ser reconocido en la propia identidad, para ser reconocido ante la mirada del otro y por ende el "nosotros" del "ser".
Lo que queremos mostrar con esto es que, no son las representaciones mentales en tanto que estáticas, las que generan las prácticas sociales colectivas, sino a la inversa, es decir, no es el pensamiento el que determina el gesto, sino a la inversa. De allí la importancia de cuestionar la posición del "actor social" desde una perspectiva identitaria.
Es necesario entonces, tener en cuenta el proceso y el resultado de la acción colectiva, ya que el resultado de tal proceso puede de algún modo ser observado como unidad empírica, pero siempre desde una perspectiva dialéctica en relación actor social-realidad.
Lo que nos conduce a tomar la ‘acción colectiva’ en tanto ‘unidad empírica, como un dato inicial, en el sentido de punto de partida y no como resultado, ya que los individuos que actúan colectivamente construyen y definen su acción en el campo de posibilidades y límites que perciben de manera cognitiva con el fin de poner en marcha relaciones que permitan una carga de sentido a ese "estar juntos".
Así los actores "producen" la acción colectiva porque son capaces de definirse a sí mismos y definir sus relaciones con el ambiente, de este modo se construye una forma de estar en el mundo mediante la formación de un nosotros atravesado por un sistema de acción multipolar. Con lo cual dicha manera de estar en el mundo está en continuo funcionamiento en tanto que acción colectiva.
Dicha construcción colectiva deberá entonces, ser abordada reconstructivamente mediante una pluralidad de dimensiones analíticas, pues no estamos hablando de una sumatoria de individuos, sino de sujetos que se construyen compartiendo un mismo tiempo y espacio, como así también comportamientos comunes dotados de un sentido de colectividad mediante la reconstrucción de prácticas que trascienden los reduccionismos políticos e ideológicos, sino más bien reconstruyendo una nueva forma de ser y hacer en el mundo.
Teniendo en cuenta lo hasta aquí desarrollado, la problemática epistemológica a cerca del abordaje del "actor social" dentro de la "acción colectiva", pone en cuestión el tema de los "Nuevos Movimientos Sociales", en tanto que categoría diferente de lo que en su momento fueron los "Movimientos Sociales"; ya que el paradigma clásico en relación a dichos actores y la acción colectiva colocaba el acento en la dimensión estructural, es decir en base al predominio de la estructura sobre el actor, constituyendo de este modo el principio de donde emergería la acción colectiva.
Tal paradigma parece no dar respuesta a la realidad actual, ya que presenciamos en nuestros tiempos profundas transformaciones, ya sean estructurales, como culturales que nos enfrentan a un modelo societal diferente que renueva permanentemente tanto a los actores sociales como a sus formas de acción colectivas.
Esto nos conduce a pensar en una primera instancia que el término "Nuevo Movimiento Social", a fin de no caer en equívocos debería ser reemplazado de manera
enunciativa, para brindar claridad sobre los nuevos fenómenos sociales colectivos, en procura de una redefinición que permita dar especificidad a los contenidos teórico-prácticos que abordan esta nueva problemática, permitiendo deslindar pertinentemente el paradigma clásico de lo que fueran los "Movimientos Sociales" de las nuevas maneras de ser de los "Nuevos Movimientos Sociales". Y en una segunda instancia, ir más allá del determinismo estructural de tipo universal, y superar la visión escencialista y abstracta, de cultura, política y sociedad.
Como se puede evidenciar, un nuevo paradigma de análisis de las acciones colectivas aparece con el enfoque analítico de los nuevos movimientos sociales. Evidentemente el carácter novedoso de estos movimientos será definido en contraposición a los movimientos sociales tradicionales, tales como el movimiento obrero.
La originalidad de estas acciones colectivas debe subrayarse en por lo menos tres aspectos:
1) En los actores sociales considerados la base social de los nuevos movimientos.
2) En el contexto social del cual surgen estos movimientos sociales, originado por las modificaciones que ha sufrido la sociedad moderna con respecto al Estado de Bienestar (contexto social en el que se desarrolló el movimiento obrero).
3) En los objetivos que persiguen estos movimientos que, de manera general, parecen ser orientados menos hacia la obtención de bienes materiales y más hacia metas culturales.
Alain Touraine (1997), con respecto a esto sostiene que los nuevos movimientos sociales no apuntan directamente al sistema político, más bien intentan constituir una identidad que les permita actuar sobre sí mismos (producirse a sí mismos) y sobre la sociedad (producir la sociedad) (Touraine, A; 1997). Esto significa que la búsqueda de identidad, tan característica dichos movimientos, implica que la meta principal de éstos sea la de dotar de un sentido a las relaciones sociales que forman la sociedad, de ahí la importancia de las dimensiones simbólicas de los nuevos movimientos sociales.
Por su parte, Alberto Melucci (1996) construye su análisis a partir de una crítica de las diversas teorías que se han elaborado acerca de las acciones colectivas. En su opinión ellas adolecen de la capacidad de explicar los fenómenos de la sociedad contemporánea, la cual es una sociedad compleja en la que los movimientos sociales desplazan sus objetivos de lo político hacia las necesidades de autorrealización de los actores en su vida cotidiana.
Desde el punto de vista de este autor, lo que caracteriza a las sociedades complejas es la existencia de nuevas prácticas y tipos de acción en donde el manejo de información es central para su estructuración. El dominio en las sociedades complejas descansa en un constante flujo de información. La acción colectiva se ubica en el ámbito cultural y en un mundo regido por el dominio de la información, los movimientos sociales tienden a cumplir la función de signos que tornan visible la existencia de problemas en ciertas áreas de la sociedad y cuestionan los códigos simbólicos dominantes introduciendo nuevos significados sociales (Melucci, A; 1996). De ahí que los nuevos movimientos sociales puedan convertirse en significados alternativos a los códigos simbólicos dominantes.
De todas maneras, hay que tener en cuenta que la originalidad de conceptos como el de nuevos movimientos sociales se localiza tanto en el hecho de que dan cuenta del nacimiento de nuevos fenómenos y sujetos sociales, como en el hecho de que plantean una crítica al marxismo reduccionista, que tiende a analizar los conflictos exclusivamente en relación con los intereses de clases e identidades de clases. Los teóricos dedicados a su estudio destacan la novedad de estos movimientos en contraste con los del socialismo clásico y los ubican en el campo de la sociedad civil más que en el de las relaciones de propiedad.
La teoría de los nuevos movimientos sociales surge como una respuesta ante la incapacidad del marxismo tradicional para explicar la naturaleza de acciones colectivas tales como la del movimiento estudiantil del sesenta y ocho (Mayo Francés).
De acuerdo con el marxismo la única acción política significativa es aquella que surge de la lógica de la base económica, es decir de las relaciones de producción capitalistas en donde se generan las contradicciones de clases antagónicas. Como consecuencia de la tesis anterior, se sostiene que las únicas identidades políticas significativas son aquéllas que se forman a partir de las relaciones de producción capitalistas, es decir, las identidades de clases surgidas entre proletarios y burgueses.
Ante las limitaciones de esta premisa, los teóricos de los nuevos movimientos sociales responden con dos criterios analíticos. La acción colectiva puede surgir a partir de una lógica distinta a la de la estructura económica: por ejemplo la política, la cultural, la de las relaciones étnicas, la de las relaciones entre géneros o la de las relaciones con la naturaleza. En consecuencia, las fuentes de identidad colectiva se pueden formar sobre una base diferente a la de pertenencia de clase.
De ahí la importancia que los teóricos de los nuevos movimientos sociales le atribuyen a aspectos tales como: (a) la acción simbólica en la esfera cultural con respecto a la acción instrumental en la esfera política; (b) a los procesos y estrategias dirigidas a promover la autonomía de los actores, en relación con las estrategias dirigidas a maximizar el poder del movimiento social; (c) a un cambio de valores que sustituyen la orientación de los actores desde los recursos materiales; (d) a las identidades colectivas observadas como el resultado de procesos de construcción, en lugar de considerar que los actores colectivos y sus intereses se determinan estructuralmente (Giménez, G; 1994).
Lo importante de ambos sociólogos (Touraine y Melucci) es que para ellos los nuevos movimientos sociales deben ser analizados como generadores de nuevas identidades y estilos de vida.
Con la categoría de nuevo movimiento social intentamos describir y analizar al conjunto de redes de interacción informales establecidas por una pluralidad de individuos, grupos y organizaciones, involucrados en torno a conflictos culturales o políticos, sobre la base de identidades colectivas compartidas (Diani, M; 1992).
A las características señaladas podemos agregar otras que distinguen a los nuevos movimientos sociales de los movimientos tradicionales de la sociedad industrial.
En principio, sus metas se encuentran orientadas a los temas de la calidad de vida y la defensa de estilos de vida particulares, más que a la redistribución económica de los recursos. De ahí que los valores que enarbolan los nuevos movimientos sociales se vinculen estrechamente con la defensa de identidades particulares.
A diferencia de los movimientos industriales, los nuevos movimientos construyen estrategias de acción en las que prefieren actuar al margen de los canales políticos normales e institucionalizados, movilizando a la opinión pública (existen algunos movimientos sociales que se han institucionalizado integrándose al sistema de partidos, tal y como lo es el caso de los movimientos verdes en Europa). De manera frecuente se expresan en manifestaciones dramáticas en las que recurren a representaciones simbólicas.
Como estructura organizativa, los nuevos movimientos sociales tienden a asumir una postura antiinstitucional y antiburocrática, evitando así los riesgos de jerarquización frecuentes en los movimientos sociales del capitalismo industrial.
En vista de lo anterior, los nuevos movimientos sociales se caracterizan ante todo por ser movimientos identitarios, es decir, fundados en la construcción simbólica de identidades. Los estudiosos de los movimientos sociales han analizado particularmente aquellos movimientos orientados estratégicamente, es decir aquéllos que persiguen objetivos políticos tales como el incidir sobre el aparato político, y en los cuales la acción colectiva es vista de manera instrumental, como un medio para conseguir ciertos objetivos. En cambio, se han analizado poco los movimientos identitarios, que son aquéllos para los cuales la misma acción colectiva se convierte en la realización de una finalidad: mantener y expresar una identidad. De ahí que también se designen como acciones expresivas y dramáticas las formas de acción colectiva que asumen. Nuestro punto de vista radica en que el estudio de los nuevos movimientos sociales debe combinar el análisis de ambas dimensiones.
En los procesos de acciones colectivas la identidad se convierte en una meta para lograr fuerza en el movimiento. La identidad como meta significa que la acción colectiva está orientada a desafiar identidades que han sido estigmatizadas, o bien a destruir identidades establecidas (y con ello los valores culturales que las sustentan). De esta manera la identidad se despliega adquiriendo una dimensión estratégica.
Fredrik Barth (1978) ofrece un modelo que permite concebir a las identidades sociales como un fenómeno fluido y sujeto a una permanente negociación. Las identidades se encuentran y negocian en sus fronteras; de manera que la identidad de un grupo se construye a través de la constitución de la frontera del grupo en su interacción con otros grupos. Así pues, las fronteras son permeables y la identidad se configura a través de las transacciones que ocurren en las fronteras (Barth, F; 1978).
Nuestro punto de vista es el del análisis de la identidad como un proceso de construcción de la concepción que tienen los actores sociales respecto al lugar que ocupan en un determinado campo social.
Para la sociología, la identidad colectiva se configura en una pluralidad de individuos que se ven a sí mismos como similares o que tiene conductas similares. La identidad de grupo es el producto de una definición colectiva interna. Pero al mismo tiempo que se crea una identidad de grupo se crea un proceso de identificación de los que no pertenecen al grupo. La identidad colectiva es una autodefinición compartida de un grupo derivada de intereses, experiencias y solidaridad común. Los individuos se identifican como parte de un grupo cuando alguna característica que poseen en común con otros actores es definida como importante y sobresaliente; es decir, un grupo adquiere una identidad colectiva mediante esquemas cognitivos que definen sus metas, medios y el ambiente en el que se desarrolla el grupo.
En este proceso de construcción de la identidad, los grupos establecen fronteras que demarcan territorios sociales entre los distintos grupos. Estas fronteras se crean poniendo en relieve las diferencias entre el mundo propio y el ajeno. Normalmente son los grupos sociales dominantes los que crean fronteras que los distinguen de los grupos dominados. No obstante, en respuesta, los grupos subalternos empiezan a construir sus propias fronteras, oponiéndose a las categorías con que la clase dominante los ha estigmatizado. La construcción de una identidad entre los grupos dominados conduce a la tendencia a distanciarse de los valores y estructuras de significado de la cultura dominante, afirmando valores y estructuras alternativas.
Reflexiones Finales
Como consecuencia de lo desarrollado hasta aquí, podríamos decir que, si algo es claro, es el hecho de que se ha producido una transformación en los principios de la acción tanto individual como colectiva y es evidente un corrimiento de cuestiones que podían ser comprendidas a nivel político-ideológico a favor de nuevas conquistas de orden ético-cultural, es decir, la conquista de una "nueva manera de habitar este mundo", pues los temas que hoy se instalan para la reflexión de la acción colectiva se refieren a la vida cotidiana, a las relaciones interpersonales, logros personales y de grupo, es decir, temas propios del "mundo de la vida". De modo que, cualquier abordaje ontologisante, ya sea a nivel de la constitución del "actor social" en tanto individuo, tanto la "acción colectiva" como algo emergente de las estructuras clásicas, serán categorías insuficientes para abordar a este nuevo sujeto que se jerge sobre toda oposición o antagonismo -como sucedía con las clásicas luchas de clases- propendiendo a la cooperación, a la configuración de nuevos y diversos modos de subjetividad, orientados entre otras cosas, hacia demandas de inclusión y búsqueda de sentido.
Con respecto al planteamiento de los teóricos de los nuevos movimientos sociales, está centrado en la crítica hacia la premisa marxista de la existencia de un sujeto histórico central quien es el que realiza la lucha anticapitalista. Esta concepción se basa en la existencia de una lógica de las relaciones sociales fundada en la estructura económica que dotaba de sentido las conductas de los actores sociales en los demás campos de actividad. En consecuencia, el actor social fundamental se ubicaba únicamente en la esfera de la producción. Los teóricos de los nuevos movimientos crean un paradigma que toma como punto de partida el hecho de que la sociedad capitalista contemporánea da lugar a la autonomía de los distintos campos de actividad social, en el sentido de que la lógica propia de un campo no actúa de manera directa y determinante sobre otro campo de actividad social. Cada campo social conserva una lógica autónoma. Esta característica da inicio a una creciente politización de lo social y a una multiplicación de los conflictos sociales, al igual que de los campos de actividad social autónomos (en la medida en que los conflictos no pueden reducirse a una causa única y se desarrollan en el interior de los campos en los que aparecen). Partiendo de esta premisa, en las sociedades capitalistas contemporáneas no existe un sujeto único sino una multiplicidad de sujetos colectivos.
La pesquisa sobre los movimientos sociales contemporáneos tiene que hacer frente a la novedad que éstos presentan con respecto a otros tipos históricos de acción colectiva. De acuerdo con Melucci, la característica más sobresaliente es el cambio de su terreno de acción: del terreno más propiamente político al terreno cultural. Existe un tipo de movimiento social orientado a la acción política cuyas metas apuntan a modificar la sociedad, intentando lograr ciertas modificaciones en relación con el ejercicio del poder político a través de acciones instrumentales. Por otro lado, existe un tipo de movimiento social cuyas actividades se desarrollan en el terreno cultural y buscan cambiar la mentalidad y el comportamiento de los individuos.
El sentido de la frase: los movimientos sociales contemporáneos tienen una orientación más cultural que política, nos indica que la orientación cultural de los movimientos sociales contemporáneos, por las características de las sociedades complejas, tiende a presentarse como un desafío político. Cuando hacemos referencia a las dimensiones culturales enfatizamos los procesos en los que los actores sociales construyen los significados mediante los cuales intervienen en las relaciones sociales. El término de identidad colectiva en el estudio de los movimientos sociales trata de interrogar sobre los aspectos procesuales mediante los cuales llega a constituirse un movimiento social y su permanencia en el tiempo.
Así también, la reflexión sobre los movimientos sociales contemporáneos debe estar vinculada con el contexto social del que emergen, es decir, debe ir acompañada de un intento por establecer las características de las sociedades complejas de las cuales surgen, o bien, contestar el interrogante: ¿a qué problemas estructurales responden estos movimientos sociales contemporáneos?
Referencias Bibliográficas
- BARTH, F. 1978: Los grupos étnicos y sus fronteras. Fondo de Cultura Económica, México.
- DIANI, M. 1992: The Concept of Social Movement. En Sociological-Review, vol. 40, N°1, 12-18.
- FERRATER MORA. J. 2002: Diccionario de Filosofía. Editorial Ariel, Barcelona.
- FOUCAULT, M. 1981: La verdad y las formas jurídicas. Gedisa, Barcelona.
- FOUCAULT, M. 1968: Las palabras y las cosas. Siglo XXI, México.
- FOUCAULT, M. 1991: Microfísica del poder. Ed. La Piqueta, Madrid.
- GIMÉNEZ, G. 1994: Los movimientos sociales. Problemas teórico-metodológicos. En Revista Mexicana de Sociología, Instituto de Investigaciones Sociales-Universidad Nacional Autónoma de México, año LVI/N° II. 15-21.
- MELUCCI, A. 1996: Challenging codes: Collective action in the information age. Cambridge University Press.
- …………………1990: La acción colectiva como construcción social. En Estudios Sociológicos, vol. 9, N° 26, mayo-agosto. 10-14.
- TOURAINE, A. 1995: Producción de la sociedad. Instituto de Investigaciones Sociales-Universidad Nacional Autónoma de México/IFAL/Embajada de Francia.
- ………………….1997: ¿Podremos vivir juntos?. La discusión pendiente: el destino del hombre en la aldea global. Fondo de Cultura Económica, Buenos Aires.
Prof. Bada, Romina Soledad *
Lic. Fernández, Laura **
* Profesora en Historia – Adscripta a la cátedra Historia Americana Actual. Facultad de Ciencias Humanas. Universidad Nacional de Río Cuarto.
** Licenciada en Filosofía. Docente del Instituto Superior Cervantes.
Universidad Nacional de Río Cuarto, Ruta 36, Km. 601 – Instituto Superior Cervantes
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