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Trabajar o no… pero vivir

Enviado por Daniel Raventós


     

     

    "El derecho de cada uno a un mínimo de existencia no parece precisar de otro título que la simple cualidad de miembro de la sociedad" (René Passet).

    Las dimensiones del paro son espectaculares. La lacra del paro produce otras. La pobreza es una de ellas, quizás la más importante. En una economía en donde el único trabajo reconocido es el que produce ingresos, no podía ser de otra forma.

    Una de las propuestas tradicionales de la izquierda -en el sentido más laxo que pueda caber- para hacer frente al paro ha sido la reducción de jornada. Se trataba de repartir el trabajo entre toda la masa laboral disponible o, en forma más breve y afortunada, "trabajar menos para trabajar todos". Esto era, con el añadido de "no perder derechos y condiciones laborales adquiridos", algo que apenas nadie discutía dentro de la izquierda. Era bueno y por tanto deseable. Ahora, a principios de 1994, hay una tasa de paro en el Estado español de casi el 25%. En estas condiciones tan especiales, ¿la reducción de jornada cumpliría el mismo papel que tan indiscutidamente se le asignaba hace 5, 10 o 15 años? Tenemos muchas dudas. Antes, pero, para evitar posibles discusiones donde no las hay (al menos con nosotros) queremos diferenciar dos niveles de tratamiento al abordar la reducción de jornada: a) la bondad en sí de la medida, y b) la efectividad de la medida contra el paro y para la creación de puestos de trabajo. En lo que respecta a a) poca discusión puede haber entre personas de la izquierda: con igualdad de todas las otras condiciones es mucho mejor trabajar de forma obligada 35 horas que 40, 30 que 35 y 5 que 10. La polémica está en b) y a ello vamos.

    En un reciente artículo firmado por P. Montes y J. Albarracín /1 se afirma: "… porque hay que dar por sentado que ni en el mejor de los casos, esto es, si se produce una reactivación de las economías, podrán absorberse significativamente las actuales cotas de desempleo…" (p. 107). Y más adelante: "… una reducción intensa y general de la jornada laboral, del orden del 20% indicado, tendría unos efectos muy amortiguados sobre el empleo, que difícilmente llegaría a crecer más de un 3 o un 4%, o entre 300.000 o 400.000 nuevos puestos de trabajo en el caso de la economía española." (p. 112). Así pues tenemos que, por una parte, una reducción del 20% (o con la existencia legal generalizada de una jornada máxima de 32 horas semanales que es prácticamente lo mismo) sólo podría aumentar un 3 o un 4% el nivel de empleo /2; y por otra, con incrementos del PIB significativos, y muy alejados de la actualidad, no se podría lograr una absorción aproximada del paro no ya del espacio económico español sino europeo /3 (recordemos que el artículo de PM y JA dice: "ni en el mejor de los casos"). Es como decir: ni en la reducción de jornada ni en el incremento del PIB /4 hay que buscar la absorción del paro. ¿Dónde hay que buscarla pues?

     

    Las ideas reformadoras espectaculares: una consideración

    Antes de entrar de lleno a la exposición del Subsidio Universal Garantizado (SUG a partir de ahora) quizás no resulte del todo superfluo hacer un comentario referido a lo que quizás con mucha frivolidad se ha calificado de "propuestas visionarias". Hay un hecho, que cada cual valorará como le plazca: muchas buenas (posiblemente) propuestas reformadoras han merecido rápidamente la desconsideración por el simple hecho de evaluarlas como demasiado estrambóticas. Antes incluso de entrar a considerar su deseabilidad. Toda esta parrafada viene a cuento por la convicción de que la izquierda no estamos, en general, por lo que hace referencia al paro, muy sobrados de razones (a no ser que se considere que es una "razón" la creencia de que sólo una revolución socialista podría acabar con el capitalismo y, en consecuencia, con el paro /5) para mostrarnos excesivamente despreciativos /6. Se corre el riesgo, es verdad, de perder el tiempo con algunas propuestas delirantes. Hay un costo mayor: el de no tener en cuenta propuestas muy interesantes.

    Algo más aún antes de entrar en materia. Lo que es económica o políticamente viable depende en parte (desgraciadamente sólo en parte) de lo que es éticamente deseable. El SUG creemos que supera este importante escollo. No lo superaría, por ejemplo, un proyecto éticamente deplorable del tipo: "Los hombres de 25 a 50 años tendrán el trabajo asegurado y cobrarán más que cualquier otro segmento de la población." Pero quizás nos estamos avanzando demasiado.

     

    El subsidio universal garantizado

    Seguiremos este esquema. Primero definiremos el SUG y comentaremos algunos componentes que entran en la definición. A continuación haremos alguna distinción del SUG con respecto a otros subsidios. Después pasaremos revista a algunas objeciones: ¿quién trabajaría en una sociedad en donde estuviera vigente el SUG?, ¿Se puede hablar seriamente de su viabilidad económica?, ¿y de la viabilidad política? Finalmente nos detendremos en algunas consideraciones sobre la justicia del SUG y, más en general, sobre el concepto de trabajo; así como sus relaciones con otros temas como la inmigración y la división sexual del trabajo.

    En nuestra nación y en el resto del Estado español el tema no ha sido debatido más allá de círculos muy reducidos. En otros lugares no es así. Hay quien remonta los orígenes de una renta de existencia garantizada al año 1902, con la pequeña obra de Emile Pacault titulada La fin de chômage par le partage du travail /7. Pero es en los últimos años cuando la cuestión ha sido considerada de forma amplia. Como decíamos al principio, el aumento espectacular del paro y de la pobreza ha sido una de las causas. Hay que dejar también claro que propuestas de SUG o similares, aunque mayoritariamente provenientes de la izquierda, pueden ser lanzadas del lado derecho. Si acaso, las propuestas de este lado han quedado reducidas a sectores intelectuales y académicos /8, a diferencia de las propuestas de la izquierda que han trascendido en algunos Estados al pequeño círculo. Las motivaciones, superfluo es apuntarlo, se diferencian notablemente según el lado geográfico de la propuesta. Con todo esto queremos bien claro que lo que sigue es, a lo sumo, una particular manera de enfocar el SUG; pero en donde no se dice nada de interés que no haya sido escrito previamente por otros /9.

    El SUG es una renta que recibe toda la población /10 independientemente de toda otra consideración que no sea la de la edad (es decir, hasta 18 años, por ejemplo, x, a partir de esta edad x + y, siendo y una cantidad no muy diferente de x), renta que permite cubrir las necesidades básicas. Es decir, lo recibe quien tiene trabajo y quien no, quien tiene medios de producción y quien no, quien es hombre y quien es mujer… Es decir, toda la población, con la única consideración ya apuntada de la edad. Aquí hay muchos aspectos que precisan algunos comentarios.

    "Necesidades básicas" es un concepto escurridizo. Tiene un componente fijo y otro variable (otros preferirían decir "natural" e "histórico", respectivamente). Sin entrar en complicaciones: hay necesidades que son fijas o ahistóricas /11 (el alimento, el refugio, la vestimenta…), hay otras que son variables o históricas (electrodomésticos, hábitos culturales…). Para lo que aquí interesa, con necesidades básicas queremos comprender, dando una oportunidad a la intuición: comer tres veces al día, tener un techo, desplazarse por la ciudad o comarca con transporte público, una pequeña cantidad de bienes de ocio (libros, cine…).

    "Lo recibe toda la población". Esto parece algo contraintuitivo. Recordemos que estamos hablando de un subsidio universal. Hay otros subsidios selectivos: según los niveles de renta, la situación laboral… Son subsidios que acostumbran a englobarse dentro de la consideración según la cual para tener acceso a ellos se "han de cumplir ciertos requisitos económicos". La experiencia cercana a estos tipos de subsidios -implantados en algunas comunidades autónomas- permite un balance muy crítico. Sin ánimo de ser exhaustivos, puesto que hay estudios muy serios al respecto /12, se puede afirmar que algunos de los defectos de esta experiencia son: 1) el control hacia los posibles beneficiarios es muy grande, lo cual tiene como efecto colateral el que alguna gente susceptible de acceder a la Renta Mínima se retraiga; 2) complejidad burocrática; 3) substitución de otros procedimientos más tradicionales de beneficencia.

    Quien trabaja cobra además del importe del SUG el salario correspondiente a la actividad laboral de que se trate. Y con esto entramos de lleno en una problemática que merece un tratamiento especial.

     

    ¿Quién trabajará con el SUG?

    Una objeción frecuente a la implantación del SUG es la de que sería un gran desincentivador del trabajo. Poca gente querría trabajar si tuviera la oportunidad de vivir, estrechamente es cierto, sin necesidad de tenerlo que hacer. Consideremos de cerca el asunto. De una manera muy general esta argumentación, "la implantación del SUG es inviable porque acabaría con la motivación para el trabajo", entra dentro del grup al que Albert Hirschman llama tesis del riesgo /13. En nuestro caso, podríamos argumentar como sigue. El SUG no es que sea una reforma no deseable, pero perdemos algo más preciado que lo que ganamos (la táctica de "un paso adelante y dos atrás"): y esto es lo que ocurriría con la pérdida del incentivo para que la gente trabajase. Mostrar que el argumento de que la implantación del SUG acarrearía una desincentivación del trabajo entra dentro del esquema argumental de la tesis del riesgo es sólo mostrar eso, no demostrar la falsedad del argumento.

    Pero hay más. Para justificar de forma mínimamente convincente el argumento que para simplificar llamaremos "SUG versus trabajo" habría también que demostrarse que todo el mundo tiene unas preferencias iguales o muy similares. Extremo que es lo mismo que demostrar que todo el mundo (es decir, todo el conjunto de la población afectado por una posible implantación del SUG) valora de forma igual el trabajo, el tiempo libre y el consumo. Demostración que nadie, hasta donde nos llega la información, ha osado intentar. Es más razonable (y, si se nos apura, más empíricamente contrastable) suponer que hay colectivos que valoran más el consumo, otros el tiempo libre y otros el trabajo. Por lo tanto, no es muy especulativo suponer que habría gente que preferiría sacrificar unas horas al día de ocio para trabajar a cambio de más poder adquisitivo (lo que a su vez le permitiría un mayor consumo y el acceso, antes cerrado, a otro conjunto de posibilidades de ocio). ¿No es eso lo que ocurre, al menos parcialmente, con las horas extras? Hay gente que las hace no por estar pasando unas estrecheces económicas especiales (aunque también puede ser el caso) sino para poder adquirir determinados bienes que con su solo salario no sería posible. Con el pluriempleo pasó en su momento algo similar.

     

    La viabilidad del SUG

    Quien no comparte los criterios económicos y sociales dominantes y vigentes, puede caer en el error que, a nuestro parecer, significa el pertrechamiento en el mundo de los valores. Los valores no se demuestran. Pueden ser, en consecuencia, fácil pasto de la comodidad intelectual. Dicho lo cual, discutible como casi todo, será fácil convenir que si a unos buenos valores les añadimos unas razones bien fundamentadas, todo el conjunto sale ganando: valores y razones. Todo ello quiere decir aquí que aunque no sería suficiente la demostración de la inviabilidad práctica del SUG para renunciar a su defensa, si además se pueden alegar razones de su viabilidad, los valores no salen perjudicados. Todo lo contrario. De esto tratamos en lo que sigue de forma inmediata.

    La viabilidad del SUG puede descomponerse en la económica y la política. La económica puede descomponerse, a su vez, en dos apartados: la financiación del SUG y la dinámica de una economía en la que existiera este subsidio. La verosimilitud económica tiene cierta prioridad lógica ya que si el SUG no fuera mínimamente viable económicamente no tendría mucho sentido buscar la viabilidad política.

    Nos centraremos ahora en la viabilidad de financiación. Tomaremos prestado un pequeño estudio aportado por René Passet y referido al Estado francés /14. Supongamos un SUG de 1.000 francos al mes para toda persona de 0 a 20 años, y de 2.000 /15 más allá de esta edad. Una pareja con dos menores tendría pues una renta de 6.000 francos franceses. Teniendo en cuenta la estructura de edad de la población comprendida dentro del actual Estado francés, el coste anual sería de 1,164 billones de francos en el año 1991. Ahora sería necesario restar partidas presupuestarias que con la implantación del SUG serían innecesarias, es decir, la protección social tradicional (con excepción de las prestaciones por enfermedad y alguna otra). Sumando la implantación del SUG y restando estas partidas ahora innecesarias, resultaría un gasto adicional de 290.000 millones de francos, cantidad que representa aproximadamente el 4,74% del PIB de aquel Estado. Es una buena cantidad, pero no una cantidad inaccesible ni fantasiosa.

    Aportemos los resultados de otro pequeño estudio /16. Según A. Przeworski "…bastarían los ingresos generales del gobierno (en 1982) para financiar la subsistencia [la subsistencia es cuantificada por este autor en el 50% de la renta media por cápita de cada Estado] en Dinamarca, Luxemburgo, Países Bajos, Noruega y Suiza." Un puñado de Estados deberían incrementar sus ingresos fiscales menos de un 10% del PIB: "Austria, Bélgica, Francia, Alemania, Irlanda, Italia y el Reino Unido." No es un objetivo económicamente imposible.

    Nos hemos estado refiriendo a las cantidades necesarias para la implantación del SUG en diversos Estados, pero no de su origen. Hay diversos estudios y propuestas: impuestos sobre las rentas empresariales no invertidas, o sobre el consumo de energía de las empresas y los particulares, o la reducción de los gastos militares, o una combinación de todo ello… No creemos que tenga mucho interés, en un artículo de estas dimensiones y características, entrar en muchas especificaciones; pero sí que debe retenerse lo que quizás de forma intuitiva parecía lo contrario: que la financiación del SUG es perfectamente posible en la mayoría de Estados europeos.

    Pasemos ahora a lo que hemos llamado la "dinámica de una economía" con la implantación del SUG. O sea, ¿sería dinámicamente posible una economía con este subsidio? La pregunta tiene muchas ramificaciones. Una de ellas, por ejemplo, sería que, en una economía con el SUG, los salarios de los trabajos más pesados aumentarían y los de las más agradables bajarían. El razonamiento es el siguiente: para hacer un trabajo pesado, con la existencia del SUG, debería motivarse más a los posibles interesados mediante una cantidad salarial relativamente alta; para los trabajos más agradables (y, por tanto, con más gente potencialmente susceptible de quererlos realizar) el incentivo no tendría que ser tan alto /17. Otra ramificación: ¿las empresas tendrían más o menos incentivos para invertir? La respuesta a esta pregunta tiene a su vez relación, entre otros, con el origen fiscal de los fondos que financiarían al SUG. Además, la viabilidad dinámica de una economía en la que el SUG estuviera implantado dependería mucho más de otros factores que del propio SUG. Así, pues, la respuesta a la viabilidad dinámica o no de una economía con SUG es difícil de dar, dadas las pocas evidencias empíricas al respecto (por definición).

    No diremos mucho sobre la viabilidad política, la cual se puede ver al menos de dos formas: el SUG como "paso previo, o una vía, al comunismo" /18 o como medida interesante en sí misma. Sobre lo primero, de menor interés a nuestro parecer, la conclusión de Erik O. Wright es que es necesario un "socialismo débil" para que el SUG funcione "incluso en los supuestos económicos más benévolos (especialmente el supuesto de que la propensión de los capitalistas a ahorrar o invertir no resultaría afectada por el subsidio universal)". Más interés tiene la segunda forma. El mismo autor afirma que "la progresividad de las reformas en el capitalismo puede ser juzgada por tres criterios principales: 1) ¿Mejora la reforma en sí y por sí la vida de aquellas personas que más sufren bajo el capitalismo? 2) ¿Aumenta la reforma el poder de los trabajadores con relación a los capitalistas? 3) ¿Aumenta la reforma la probabilidad de que se den transformaciones más progresivas en el futuro?" /19. Y se contesta que sí a los tres interrogantes. A nosotros nos parece un tanto arriesgada la afirmación triple. Nos quedaríamos más cómodos contestando que sí a la primera y con un "no sabemos" a las otras dos, (si bien creemos que hay buenas razones en favor de una respuesta también afirmativa a la segunda). Pero eso ya es mucho.

    Nos gustaría, de todos modos, hacer alguna reflexión más general al respecto de la viabilidad política o del realismo del SUG, que daremos aquí como expresiones sinónimas. Quizás se añadan más problemas de los habituales por el carácter polisémico de las palabras realista y real, pero nos parece que el realismo no depende, casi por definición, de la bondad o no de una propuesta, sino de la forma como la ven los posibles interesados. Por ejemplo, no sabemos si el fundamentalismo islámico es realista o no, pero evidentemente es real. Sin fuerza o fuerzas sociales que luchen y asuman un objetivo -el SUG, en nuestro caso- se hace difícil el admitir la posibilidad de su materialización. En este caso, el SUG, como muchas otras reformas, puede ser una gran idea, pero idea sin posibilidad de hacerse realidad. Sea dicho de paso: ¿Es muy realista, por otra parte y pongamos por caso, la reducción de jornada sin pérdida de condiciones y salario? Sin fuerza social que la asuma activamente no. Otro registro tiene en cambio la crítica desde posiciones socialistas radicales a la falta de viabilidad política del SUG. No es una crítica muy pertinente del modelo. ¿Por qué? Porque "se debe reconocer que los argumentos de las revoluciones socialistas tampoco tienen una gran verosimilitud política en los países capitalistas avanzados" /20.

     

    La justicia o injusticia del SUG

    A lo largo de las polémicas que han tenido lugar en estos últimos años relativas al SUG o similares han surgido diversas cuestiones relacionadas con la justicia de la medida. Para simplificar empezaremos planteándolas en forma de dos preguntas: ¿Es justo que gente capacitada para trabajar no lo haga?, ¿Es justo que unos trabajadores mantengan a otros que están igual de capacitados para trabajar? Empecemos a contestar por la segunda. Esta pregunta supone que el SUG está financiado por una parte de los impuestos de los trabajadores. Sin negar que puede ser así, no tiene por qué ser así: puede estar financiado por impuestos cuyo origen esté en otra parte, o parcialmente en otra parte. Pero, además, creemos que aunque así fuera esto no probaría que el SUG es injusto. Recordemos algo que ya hemos apuntado más arriba: la gente tiene diferentes preferencias por el consumo, el trabajo y el ocio /21. Si todo el mundo tiene la misma posibilidad de elegir, ¿qué hay de injusto? Esto significa que, ya contestando también a la primera pregunta, en principio cualquiera puede elegir entre trabajar (consumiendo más y disponiendo de menos ocio) o no trabajar (consumiendo menos y disponiendo de más ocio), y si por tanto alguien prefiere hacer lo que hacen otros, debe tener la posibilidad de pasarse a esta situación preferida /22. La universalidad, uno de los criterios más generalmente aceptados de cualquier concepción de la justicia éticamente fundamentada, no se rompe cuando personas más necesitadas tienen un trato más favorable; se rompe cuando personas en circunstancias iguales o muy similares tienen trato de justicia diferente. Además, la gente no tiene por qué preferir siempre lo mismo y debería poder adecuarse a sus cambios motivacionales.

    La conclusión para nosotros es clara: dejando al margen problemas de realismo o viabilidad -el mundo de lo posible-, tratados más arriba, el SUG no tiene nada de injusto -el mundo de lo deseable.

     

    El derecho a no trabajar

    Dejando bien claro que ambas medidas no son excluyentes, entre la reducción de jornada y el SUG nosotros preferimos el SUG. Ambas medidas pretenden combatir el paro, además la primera es perfectamente asumible -como es nuestro caso- por parte de gente partidaria de la segunda. Pero una diferencia fundamental entre ambas medidas es que la primera defiende el trabajo obligatorio, la segunda no. El principio de «quien no trabaja no come» tiene muchos partidarios en la derecha, así como en la izquierda. Hay que hacer alguna breve consideración sobre el trabajo obligatorio.

    La ideología del trabajo da por bueno que: 1) cuando más trabaja cada uno, mejor estará todo el mundo; 2) que quien no trabaja, o lo hace poco, está cometiendo un perjuicio a la comunidad y no merece ser miembro de ella, y 3) que el éxito social está en el trabajo, pero además quien no tiene éxito es por su propia culpa. De esta ideología participa la derecha y alguna izquierda. Concluye A. Gorz: "Muchos de nosotros estamos profundamente impregnados por esta ideología, y no es raro que un político, de derecha o de izquierda, nos exhorte al trabajo afirmando que es por el trabajo que remontaremos la crisis precedente. Para 'vencer el paro', añade, es preciso trabajar más y no menos" /23.

    Cuando la actividad que hacemos no la realizamos por ella misma, sino como medio instrumental para alcanzar otro fin es difícil que nos aporte un estado muy gratificante /24. El trabajo obligatorio entra dentro de la segunda categoría de actividades. Bajo el capitalismo el trabajo está completamente alejado de cualquier criterio parecido a autorrealización, satisfacción o felicidad. Con esto no se quiere negar el hecho evidente según el cual hay gente que siente auténtico goce en la actividad de determinados trabajos agradables, así como que también hay gente que disfruta con trabajos comúnmente estipulados como aburridos (en todo caso, esto último no puede servir como modelo a defender). Se trabaja para poder consumir, de forma instrumental, no final. El trabajo en su forma histórica concreta del capitalismo es alienación, en un sentido precisamente de oposición a autorrealización, felicidad o satisfacción. El trabajo va asociado al salario: esto no es natural, es concreto-capitalista. Todo esto es muy sabido, pero vale la pena recordarlo porque nos sirve para nuestra continuación.

    En definitiva, el trabajo es en el capitalismo una carga, no un proyecto de vida libremente escogido /25. No es algo que valga la pena conservar. Cuando los trabajadores defienden su puesto de trabajo no lo hacen por la vida buena que les supone trabajar en las fábricas o en las oficinas (esto embrutece más que otra cosa /26), sino porque en el caso de no trabajar no dispondrán de los medios para adquirir las mercancías necesarias para vivir. El SUG entra de lleno aquí: permitir lo segundo sin necesidad de lo primero. La reducción de jornada permite lo segundo acortando lo primero.

    El derecho a no trabajar lo entendemos como una libertad real que se puede cambiar, y volver a recuperar, por la cesión parcial de otras libertades reales, como la de consumir. Evidentemente, la libertad real de no trabajar es compatible con la libertad real de hacerlo. El SUG pretende garantizar ambas, la reducción de jornada pretende garantizar la segunda.

     

    La división sexual del trabajo, la inmigración y el SUG

    Nos parece un buen criterio el no pedir más de lo que cada uno pueda dar. Igual para las reformas. El SUG es una reforma y no hay que pedirle que aporte soluciones a problemas que no puede alcanzar. El SUG puede ser juzgado en relación a varios criterios: ¿es una medida o reforma útil contra la pobreza que genera el paro?, ¿es deseable como un paso en el forjamiento autónomo del proyecto de vida buena de cada persona?, ¿ayuda a relativizar el "valor" del trabajo obligado? Estas preguntas y muchas de similares serían pertinentes para juzgar la bondad o maldad del SUG. Pero no otras. Preguntarse, verbigracia, sobre lo que el SUG podría ayudar o no a mejorar la situación de la inmigración en los Estados europeos más ricos, o sobre cómo contribuiría o no a la destrucción de la división sexual del trabajo… es exigir más de lo que puede dar /27. Nos gusta, al respecto, una de las últimas formulaciones aportadas por P. van Parijs: "… una renta a la que tiene derecho, de manera absolutamente incondicional, todo ciudadano o residente permanente. Para tener derecho a esta renta, no es necesario haber trabajado y cotizado en el pasado, ni ser demandante de empleo. Además, el montante de esta renta es el mismo para todos… sea cual sea el nivel de renta que se tenga de otra fuente, y se conviva o no con otra persona" /28. Pero no es con definiciones más o menos afortunadas que se solucionan los problemas. Sirven, eso sí, como intenciones. Y no es poca cosa.

    Volviendo a coger la cuestión de lo que cada reforma puede dar y lo que no, se nos ocurre que quien sea de la opinión según la cual el SUG sería contraproducente para la inmigración, debería demostrar que sin la implantación del SUG las condiciones de los colectivos de inmigrantes serían mejores que sin ella. Similar razonamiento debe seguirse para con la división sexual del trabajo. El SUG posiblemente no acabe con ella, la superación de tal división depende de muchas otras variables. Otro cantar sería si se pudiera demostrar que agranda la brecha de esta división: esto ya sería un buen motivo de prevención contra esta medida o reforma. Pero somos de la opinión que no es éste el caso. Al gato hay que pedirle que cace ratones no que resuelva problemas de trigonometría, al perro que ladre no que arregle escapes de gas. Al SUG, que contribuya a la solución de la pobreza creada por el paro, o que ayude a cuestionar la ideología del trabajo… pero no que defina todo un modelo de sociedad. (Hay quien piensa que el SUG ha de ir necesariamente ligado a un modelo alternativo de sociedad, nosotros que no ha de ser necesariamente así; aunque sí opinamos que el SUG comporta algunos valores diferentes, como los que sugieren las ya mencionadas críticas a la ideología del trabajo y a la consideración según la cual el trabajo es igual a trabajo asalariado).

    Para acabar sólo una reflexión. Sabemos que lo escrito aquí sobre el SUG no abarca todo lo necesario. También, que algunas partes no son tratadas con el esmero que requieren. Finalmente, que lo que sí está decentemente tratado, se nos perdonará la pretensión, es en cambio polémico. Bien, de esto se trata. Y, más interesante aún, este debate ya debiera empezar a salir del pequeño círculo donde hasta ahora ha estado recluido (tanto en nuestra nación, Catalunya, como en muchas otras de Europa) para pasar a formar parte de un debate social más amplio. La razón es muy simple: pintan bastos cada vez más gordos. De las razones que tenemos sobre la necesidad del SUG estamos muy convencidos, de su materialización -o tan sólo del interés que pueda despertar desde un punto de vista que vaya más allá del pequeño círculo- mucho menos. Con estas líneas esperamos haber contribuido un poco a ello. Hacemos nuestras estas palabras de Jean-Paul Marechal y Jacques Robin, con las que se cierra el número citado varias veces de Tranversales: "Si se trata a la vez de actuar y de convencer, de modificar lo real y de cambiar los hábitos de pensamiento, de luchar contra la existencia de situaciones sociales trágicas… nos es preciso sin más tardanza lanzar el debate sobre la renta garantizada." Estaría bien.

     

    Notas

    1/ Jesús Albarracín y Pedro Montes, «El debate sobre el reparto del empleo», Viento Sur, núm. 12, noviembre-diciembre 1993. Los subrayados son nuestros. Escogemos este artículo por tres razones principales: 1) es un artículo serio y documentado, 2) las conclusiones a las que llegan PM y JA cobran una especial intensidad a nuestro parecer dadas las favorables y confesadas posiciones de sus autores a la reducción de jornada, y 3) fue editado en esta misma revista, con lo cual es fácil suponer que quien lea esto tendrá fácil acceso al artículo de PM y JA.

    2/ Lo que no quiere decir que no aumentase, a su vez, el paro. Con una tasa de actividad tan reducida como la del Estado español, es fácil prever un aumento del paro con tan sólo un incremento de las expectativas de generación de empleo. Es un fenómeno conocido: aumento de puestos de trabajo con aumento de paro.

    3/ Por ejemplo, Emilio Ontiveros lo decía así (en El País del 17-12-93): "Hasta bien entrado el 1995 no es probable que las economías agrupadas hoy en la UE registren tasas de crecimiento superior al 2% y, en consecuencia, inicien un camino de reducción del paro, que se estima que puede alcanzar al final de aquel año el 11,5% de la población activa."

    4/ No queremos cuestionar el hecho de que un incremento determinado del PIB pueda producir un crecimiento del empleo e incluso una reducción del paro; pero sí cuestionamos que el paro actual pueda ser absorbido en su casi totalidad por el sólo crecimiento del PIB. No solamente se precisarían unos incrementos grandiosos y sostenidos del PIB que rallan con la fantasía sino que, tan importante o más que lo anterior, no serían deseables desde un punto de vista ecológico. Y seguramente no sólo desde este punto de vista.

    5/ No es nuestro deseo entrar en tan intrincado problema, pero sí dejar tan sólo apuntadas tres consideraciones: 1) que una revolución socialista pudiese acabar con el capitalismo no demuestra que también acabaría con el paro; 2) que se puede ser completamente contrario al capitalismo y ser partidario de reformas que no lo ponen en cuestión (y, en consecuencia, no somos de la opinión según la cual "lo que mejora la situación de los más desfavorecidos en el capitalismo lo ayuda a sobrevivir" o rotundidades por el estilo); 3) que se puede compartir una misma propuesta reformadora por parte de quien desea un cambio revolucionario y de quien desea el cambio reformista, en sus diferentes y variadísimas visiones.

    6/ Y aunque tuviéramos muchas razones e ideas contra el paro, no habría motivo para infravalorar otras propuestas nuevas. Muy resumidamente, las ideas "actuales" contra el paro, desde una perspectiva de izquierdas en general, son: 1) reducción de jornada (esta propuesta tiene variantes, por ejemplo, reducción de jornada en los trabajos del sector concurrencial, con compensación total o parcial mediante el llamado "segundo cheque"); 2) creación de empleos de utilidad colectiva; 3) el SUG (que, a su vez, también tiene variantes de nombre y de concepción; ver, por ejemplo, la propuesta de Yoland Bresson, en Le monde diplomatique de febrero 1994, de una renta de existencia o de ciudadanía. Este artículo es además interesante por el análisis del valor del tiempo).

    7/ Le monde diplomatique, diciembre 1993, p. 15.

    8/ Por ejemplo, el impuesto negativo preconizado ¡nada menos! que por el jefe intelectual de los monetaristas, Milton Friedman. Este impuesto negativo funcionaría (se puso en práctica en los años 70 en Nueva Jersey) de la siguiente manera: definido un nivel mínimo de renta necesario para subsistir, quien ganase por debajo de él recibiría una asignación del Estado.

    9/ Un buen número de lecturas de estos "otros" han sido sugeridas y proporcionadas muy amablemente a los autores de este escrito por María José Aubet, con la cual hemos mantenido también alguna conversación útil (para nosotros mucho más que para ella) sobre lo que aquí nos llevamos entre manos.

    10/ Muchos autores se refieren a la población del conjunto de la UE, otros, los menos, a las poblaciones de cada Estado.

    11/ Es cierto, por otra parte, que estos componentes fijos de las necesidades básicas también sufren variaciones a lo largo de la historia. Ahora bien, con el carácter de fijo se quiere subrayar que, independientemente de la época histórica, siempre hay que comer, vestirse, cobijarse… aunque los componentes materiales del cobijo o de la dieta varíen enormemente. No queremos entrar aquí en complicaciones adicionales como la que representa el problema según el cual quien no tiene determinados niveles de renta, y dando por supuesto que estamos hablando de la zona geográfica que nos ha tocado vivir, no puede acceder al disfrute de mucho tiempo libre.

    12/ Por ejemplo, los materiales debatidos en les jornades de debat sobre la renda mínima: protecció i inserció, organizados por la Comissió Obrera Nacional de Catalunya, realizadas en Sabadell el 25 y 26 de mayo de 1993.

    13/ Albert O. Hirschman, Retóricas de la intransigencia, FCE, 1991, eo 1991. La tesis del riesgo definida de una manera general sería aquella según la cual un cambio propuesto no es que sea indeseable en sí mismo, pero implica unos costos o unas consecuencias que sí son inaceptables.

    14/ René Passet, «Sur les voies du partage», Le monde diplomatique, marzo 1993.

    15/ Con una cantidad así, es cierto que "hará falta imaginar un medio para garantizar el alojamiento", en palabras de Gilles Gantelet («Jalons pour un véritable revenu européen de citoyenneté», Tranversales, document n. 3, mayo 1992).

    16/ Adam Przeworski, «La viabilidad de los subsidios universales en el capitalismo democrático», Zona Abierta, núm. 46-47, enero-junio 1988, eo 1987.

    17/ Contra este argumento hay quien ha opuesto una conocida objeción: la diferente distribución de talentos, aptitudes y preparaciones. Dejamos tan sólo apuntada otra posible objeción: la implantación del SUG haría aumentar globalmente el salario medio, hecho que motivaría un descenso de la competitividad.

    18/ Recordamos que uno de los textos más influyentes de aireamiento de la propuesta del SUG es un artículo de R.J. van der Veen y P. van Parijs titulado «A capitalist road to communism», publicado en Theory and Society, 15, 1987 (hay traducción castellana en Zona Abierta, núm. 46-47, enero-junio 1988).

    19/ Erik Olin Wright, «Por qué algo como el socialismo es necesario para la transición a algo como el comunismo», Zona Abierta, núm. 46-47, enero-junio 1988, eo 1987.

    20/ Ibidem, pág. 53, nota 7.

    21/ La teoría económica convencional supone a los individuos con un conjunto de deseos y preferencias dados (con una concepción del aparato motivacional humano que Antoni Domènech llama muy gráficamente plano). Por supuesto que no consideramos que esta concepción deba ser respetada, pero el detenernos ahora en su discusión nos apartaría del hilo que pretendemos seguir.

    22/ Van der Veen y van Parijs ponen este largo pero muy instructivo ejemplo. "Considérese la situación análoga en la que se admite que quien prepare café para todos tiene derecho a dos tazas en lugar de una (una diferencia crucial con el caso clásico del francotirador). Si nadie quiere hacer café en dichas condiciones, es simplemente imposible dar a todos la libertad de tomar una taza (llena) de café sin hacer nada a cambio (no existe una «abundancia relativa»). Pero si alguien acepta libremente el trato -porque le gusta el café más que a los demás- ¿por qué habría de ser injusta la distribución resultante de las responsabilidades y las ventajas? La única condición en la cual no se satisfacen las condiciones formales mínimas de justicia es aquélla en la que la persona que acepta hacer el café (aunque sea «voluntariamente», es decir, sin ser coaccionada por los demás) no tiene otra alternativa, porque necesita las dos tazas de café. De ahí la importancia de un subsidio universal adecuado (…) es decir en el de que se debe ofrecer a todos la libertad real de no trabajar, aun cuando no todos se tomen esta libertad (debido a diferencias de preferencias, no de necesidades)." Los subrayados son de los autores.

    23/ André Gorz, Métamorphoses du travail, Galilée, 1988. En Partage, núm. 79, marzo 1993, se reprodujo una parte de este libro y es de donde sacamos la cita. No tiene mayor importancia, pero todavía están recientes las declaraciones del dirigente del PP, José María Aznar, según las cuales "para salir de la crisis hay que trabajar más y no menos". Cinco años justos después de escritas las palabras de Gorz que hemos citado.

    24/ Hemos de confesar que esta concepción tiene base en la consideración aristotélica según la cual "en general, consideramos perfecto aquello que se elige por sí mismo y nunca por otra cosa" (Ética a Nicómaco, CEC, Madrid, 1989, 1097a).

    25/ Cogemos alguna idea prestada del proyecto de tesis doctoral de Francisco Ramos Martín que trata sobre la autorrealización en el trabajo.

    26/ Y es curioso que quien acostumbra a embellecer el trabajo obligatorio de la cadena, la mina, la oficina es quien realiza trabajos de una especie mucho más gratificante. Los que lo practican, nunca (o casi). Tampoco compartimos las virtudes que, por ejemplo, Guy Aznar (uno de los teóricos del "segundo cheque") ve en el trabajo obligatorio. Dice que "corta al individuo de la realidad" y que "suprimiendo la función social del trabajo asalariado… hay el peligro de perder uno de los medios principales de socialización". Añade: "El derecho de trabajar es un derecho del hombre. El trabajo procura un sentimiento de pertenencia y de utilidad social." (Los subrayados son del autor). En 20 propositions pour redistribuer l'emploi, que es de donde hemos sacado estas citas, Guy Aznar arremete contra el SUG y contra los subsidios desligados del trabajo. En uno de sus últimos artículos dedicados al tema («Le coeur du désacord», Tranversales, document n. 3, mayo 1992) hay un intertítulo que significativamente se titula «Luttons contre le Revenu Minimum Garanti». André Gorz es también muy crítico con el SUG y con todos los subsidios desligados del trabajo.

    27/ Los autores de este artículo organizamos, durante la segunda mitad de 1993, unas tertulias que tuvieron una vida breve pero no del todo inútil en las que se discutió sobre el SUG. Los temas de la inmigración y de la división sexual del trabajo, entre otras muchas aportaciones valiosas, fueron sugeridas por los contertulios y la contertulia (una sólo). Aprovechamos para agradecerles (no son muchos: Neus Moreno, Litus, Pedro González, Joan Fradera) sus contribuciones. Este escrito sería mucho peor sin ellas.

    28/ P. van Parijs, «L'allocation universelle: une stratégie radicale et realiste pour la nouvelle Europe», Transversales, document n. 3, mayo 1992.

     

    Daniel Raventós y Rafael Gisbert