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La Bestia Bípeda – Valoraciones de José Martí acerca de la figura del boxeador estadounidense John Sullivan (página 2)

Enviado por Ramón Guerra Díaz


Partes: 1, 2

Las palabras del joven cubano no solo muestra el triste espectáculo del hombre rebajado a bruto en enconados duelos sino que critica a la prensa norteamericana por convertir esa pelea en asunto de primera plana, narrando con minuciosidad cada golpe y herida, mientras que entre líneas, casi perdidas en un mar de palabras, hay una tibia critica a tan salvaje práctica.

La pelea que comenta Martí, no es una improvisada riña callejera, ni el duelo pactado entre dos hombres por afrentas inferidas, era un bien planificado negocio en el que intervenían promotores sin escrúpulos, entre los que se contaban hombres influyentes y con responsabilidades sociales, interesados en las grandes ganancias que las apuestas dejaban, después de meses de anunciadas y de la propaganda que la prensa movía sobre las posibilidades de uno u otro contrincante.

Las reglas bajo las que se peleaba en estos momentos estaban establecidas por la "Pugilistic Benevolent Society" en 1866, que había sustituido a la "Pugilistic Asociation's Revised Rules" de 1853. Se las llamaba popularmente "Reglas del London Prize Ring o "Regla Nuevas"para peleas de puño descubierto.

En este primer combate de Sullivan por el título, el favorito era Pandy Ryan, campeón vigente, también conocido como el "Gigante de Troya", pero su oponente venía con el impresionante record de sus victorias en los combates de pueblo contra todo el que se le puso delante y por ello era un ídolo de la enorme emigración irlandesa que predominaba en todo la costa este de Estados Unidos.

Sullivan impresionaba por el bigote negro, los pómulos altos, las mejillas rojas, el ceño frunciendo y esos impetuosos movimientos al avanzar resoplando y haciendo molinetes, intentando pegar su "Boston especial", golpe recto de gran alcance que unido a su rapidez, a pesar de sus 195 kilogramos, su postura semi erguida y el empleó de una buena táctica para conectar el "One-Two", junto a sus ganchos de izquierdas y derechas de gran alcance, lo hacían invencible.

Durante toda la década de los ochenta y buena parte de los noventa del siglo XIX reinará este excepcional boxeador, convertido por la prensa norteamericana en un fenómeno de masas, mimado por el público, en especial los jóvenes, que vieron en el un paradigma de triunfo, al verlo aparecer no solo en sus peleas sino en su coche tirado por dos caballos, cubierto de joyas, asiduo de cantinas y bares en las que daba espectáculo de francachelas grotescas de gula y alcohol en medio de bravuconadas y violencia que alcanzó a su propia familia y admitidas por las propias autoridades que lo consideraban intocables.

Hacia esta faceta de John Sullivan dirige Martí sus críticas durante estos años en que no dejó de acercarse a él para señalarlo como el antihéroe engendrado por esta sociedad. "Bestia bípeda", "magnifico bruto", serán calificativos que empleará para referirse al atleta que en respuesta extravagante le dice a los periodistas que para tener esa fortaleza bebía una taza de sangre de res todos los días, por lo que reporta el Apóstol como cientos de jovenzuelos acudían a los mataderos de Boston para imitar a su ídolo y ser como él, eran los mismos jóvenes que lo siguen en multitud para verlo en sus exhibiciones de pueblo en pueblo o van a la taberna para verlo beber durante horas; tal es la reprobación del cubano que cierra el tema con estas palabras: "vale más que volvamos los ojos a la casta mejor, que mantiene a salvo la honradez de la nación"(1)

En 1886 vuelve sobre el boxeador de Boston, comentando para la prensa bonaerense las múltiples actividades del verano norteamericano y entre las atracciones que describe está la presentación de una pelea de exhibición de John Sullivan en Nueva York frente a un rival inglés. Refiere Martí que este era un modo de celebrar el Día de la Independencia de los Estados Unidos(4 de julio) al "gusto del público" y para ello nada mejor que presentar al gladiador que describe cargado de "brutales brillantes"en mano y pechera, mientras se alimenta y corre al aire libre para mantenerse en forma. Nos cuenta el cronista que su rival esta entrenándose en una playa donde sus preparadores "ceban y amasan" su cuerpo.

En 1887 reporta la visita de Sullivan a la Casa Blanca y el recibimiento del presidente Stephen Grover Clevenland y meses después sus palabras adquieren un tono más crítico para referir al homenaje que la ciudad de Boston ha preparado a este "hombre brutal" cuyo único mérito era solo derribar "a cuanto hombre sale al frente"(2)

Con tristeza lamenta que la culta ciudad de Boston, ligada a Emerson y Longfellow, halla rendido homenaje al "magnífico bruto" que además en un borracho reconocido que en medio de su furia alcohólica pega a su familia y al caballo que le cierra el paso, "virtudes" que llevan al alcalde de la ciudad a premiarlo con una faja de oro y diamante, que le ha costado al fisco diez mil dólares, pero lo más triste, con el beneplácito de todos.

En 1888 la prensa norteamericana escribe alarmada sobre el estado de salud del boxeador, se rumora que está moribundo y Martí señala que este tema ocupa importantes espacios en los diarios, "roído en lo interior de tanto beber, como roe el fuego la yesca, púgil que era torre ayer, y hoy es esqueleto después de un año de vino" (3)

Como un ángel justiciero José Martí siguió la carrera de Sullivan, unas veces para dar una breve información de sus extravagancias, otras para marcar su decadencia debido a los excesos de alcohol y otros vicios y finalmente para marcar su epílogo atlético al describir su última discusión triunfal del título de los pesados.

Su recuperación y viaje a Francia para discutirle el título de los completos al campeón defensor el francés Charley Mitchell, da una idea de su calidad como boxeador que lo lleva en 1889 a defender el cinturón de los heavyweight noqueando a Jake Kilrain en 75 rouds de 80 pactados. Este combate es considerado el punto de giro del boxeo que comenzaba a cambiar dado lo salvaje de los enfrentamientos a puño descubierto.

Las reseñas de este combate constituyen las últimas referencias de José Martí al boxeo. En crónica de agosto de 1889 se refiere a la pelea del "púgil bestial de Boston, con el inglés Kilrain, por cinco mil pesos, más el cinto de brillantes de "campeón de los púgiles del mundo" (4)

El país se conmueve y los periódicos encienden las expectativas y apuestas con sus crónicas, noticias y rumores sobre las posibilidades de los contendientes. Se parece mucho a aquel combate que narró en 1882, pero esta vez el lenguaje es breve y conciso; el escenario vuelve a ser Nueva Orleáns y el Apóstol Cubano apunta: "Está de bárbaros el país. No se habla más que de la pelea de los dos púgiles Kilrain y Sullivan"(5)

Párrafos adelantes vuelve a resaltar el doble juego de la prensa norteamericana, manipuladora y sensacionalista, que obvia asunto de mayor importancia para destacar en titulares la expectación por la pelea: "Cien por Sullivan", "Diez por Kilrain", son los gritos de los "rufianes" de todas las condiciones sociales que abordan el tren que los llevará al lugar de la pelea.

Esta vez el cronista, ni siquiera se ocupa del resultado del combate, sino de la masa de espectadores embrutecido que colman el espacio del circo, "jóvenes de la prohombría","representantes", "jueces que llevan nombre supuestos", "gente de cabeza rapada y tabaco con el aro de papel para que se le vea lo bueno", acompañados de sus "mozas" que "saben como ellos dónde ha de ir una buena derecha"

El espectáculo, calificado por él como "circo", da el sentido brutal de aquella gente insensible que disfruta de esa pelea por la que han pagado quince dólares y ha dejado una ganancia de 30 mil dólares a sus organizadores.

Tras su victoria frente a Kilrain, Sullivan continúa su ocaso envilecido por el alcohol y los excesos de placeres el Gran John L., va perdiendo las condiciones físicas que hicieron de él un boxeador imbatible, leyenda que aún hoy lo hace figurar entre los grandes pesos completos de todos los tiempos.

Finalmente defiende su título en 1892, ya no es el mismo y cae vencido por el "caballero Jim", James J. Corbert en veintiún rouds, en Nueva Orleáns. Esta pelea se efectuó con los reglamentos del marqués de Queensberry que entre otras mejoras introduce el uso de guantes para los puños. Esta fue la primera pelea en que se discutió el título de los completos con guantes

En 1896 se retira el gran campeón en posesión todavía de la corona de los completos sin guantes (bare-knuckles)

Epílogo

El boxeador John Sullivan se hace el centro de las críticas de José Martí dirigidas a un deporte rudo e inhumano, en él ve lo peor de aquel "deporte" que produce dinero y engendra brutalidad, pero es un gran negocio tolerado por los políticos, la prensa y la sociedad toda, admirada y ciega ante la fuerza bruta, loada y llevada en triunfo en aquella nación joven en la que se echa de menos al buen oficio del espíritu, según palabras del propio Martí.

Para quienes se acercan a esta faceta de la obra martiana es bueno decir, que no es la actividad reporteril lo que más le importa a Martí, estás crónicas tienen por marcado objetivo mostrar aspectos de la vida en la sociedad norteamericana y hacerlo de modo objetivo, pero comprometido con su ética humanista que repara y elogia en aquellas actividades y acciones que resaltan al hombre y su más elevada expresión de ser que es su espiritualidad, mientras condena todo aquello que lo degrada y disminuye como seres humanos, esta es su vigencia.

Notas

  • 1. Obras Completas de José Martí. Tomo 10, Pág.134

  • 2. Obras Completas de José Martí. Tomo 11, Pág.259

  • 3. Anuario del Centro de Estudios Martianos, 1979, Pág. 43.

  • 4. Obras Completas de José Martí. Tomo 12, Pág.244

  • 5. Obras Completas de José Martí. Tomo 10, Pág.279

Anexos

Referencias de José Martí a John Sullivan

"Vuela la pluma, como ala, cuando ha de narrar cosas grandiosas; y va pesadamente, como ahora, cuando ha de dar cuenta de cosas brutales, vacías de hermosura y de nobleza. La pluma debiera ser inmaculada como las vírgenes. Se retuerce como esclava, se alza del papel como prófuga y desmaya en las manos que la sustentan, como si fuera culpa contar la culpa. Aquí los hombres se embisten como toros, apuestan a la fuerza de su testuz, se muerden y se desgarran en la pelea, y van cubiertos de sangre, despobladas las encías, magulladas las frentes, descarnados los nudos de las manos, bamboleando y cayendo, a recibir entre la turba que vocea y echa al aire los sombreros, y se abalanza a su torno, y les aclama, el saco de moneda que acaban de ganar en el combate. En tanto el competidor, rotas las vértebras, yace exánime en brazos de sus guardas, y manos de mujer tejen ramos de flores que van a perfumar la alcoba concurrida de los ruines rufianes.

"Y es fiesta nacional, y mueve a ferrocarriles y a telégrafos, y detiene durante horas los negocios, y saca en grupos a las plazas a trabajadores y a banqueros; y se cambian al choque de los vasos sendas sumas, y narran los periódicos, que en líneas breves condenan lo que cuentan en líneas copiosísimas, el ir, el venir, el hablar, el reposar, el ensayar, el querellar, el combatir, el caer de los seres rivales. Se cuentan, como las pulsaciones de un mártir, las pulsaciones de estos viles. Se describen sus formas. Se habla menudamente del blancor y lustre de su piel. Se miden sus músculos de golpear. Se cuentan sus hábitos, sus comidas, sus frases, su peso. Se pintan sus colores de batalla. Se dibujan sus zapatos de pelea.

"Así es una pelea de premio. Así acaban de luchar el gigante de Troya y el mozo de Boston.. Así ha rodado por tierra, ante dos mil espectadores, el gigante, inerte y ensangrentado. Así ha estado de gorja Nueva Orleáns, y suspensos los pueblos de la Unión, y conmovido visiblemente Boston, Nueva York y Filadelfia. Aun veo, prendidos como colmena alborotada a las ruedas y ventanas del carro donde les venden los periódicos, a esas criaturillas de ciudad, que son como frutas nuevas podridas en el árbol. Los compradores, en montón, aguardan en torno al carro, que ya anda, arrebatado por el grueso caballo a que va uncido, en tanto que ruedan por tierra, revueltos con paquetes de periódicos, míseras niñas cubiertas de harapos, o pequeñuelas bien vestidas, que ya desnudan el alma, o irlandesillos avarientos, que alzan del lodo blasfemando el sombrero agujereado que perdieron en la lucha. Y vienen carros nuevos, y luchas nuevas. Y los que alcanzan periódicos, no saben cómo darlos a tiempo a los compradores ansiosos que los asedian. Y la muchedumbre, temblando en la lluvia, busca en los lienzos de noticias que clavan en sus paredes los diarios famosos, las nuevas del combate. Y lee el hijo, en el diario que trae a casa el padre, a qué ojo fue aquel golpe, y cuán bueno fue aquel otro que dio con el puño en la nariz del adversario, y con éste en tierra, y cómo se puede matar empujando gentilmente hacia atrás el rostro del enemigo, y dándole con la otra mano junto al cerebro, por el cuello. Y publican los periódicos los retratos de los peleadores, y sus banderas de combate, y diseños de los golpes. Y se cuenta en la mesa de comer de la familia, que este amigo perdió unos cien duros y aquél ganó un millar, y otro otros mil, porque apostaron a que ganaría el gigante, y sucedió que ganó el mozo. Eso era Nueva York la tarde de la lucha.

"¿Y en el campo de la lucha? Fue allá, en tierras del Sur, junto al mar, bajo cedros y robles. No son éstas querellas de bribones, que la ira encona, el azar cansa, y el capricho legisla: son troncos de antemano concertados, en que se dividen-como en las justas antiguas-el campo y la luz, y se determina, como para los caballos de carrera, el peso y el modo de justar y se acuerda en tratado formal y manera minuciosa: que los peleadores pelearán de pie, y sin piedras ni hierros en la mano, ni más que tres espigas de punta redonda y media pulgada de largo en la suela del zapato, y se establece, como mejora de decoro, que aquella vez no muerdan, ni se rasguen la carne con las uñas, ni se dé golpe al que ya tiene una mano y una rodilla en tierra, y a aquel a quien se sujeta por el cuello contra las cuerdas o estacas del circo, que ha de ser prado llano, y no mayor de 24 pies en cuadro, y ha de ostentar al sol, enarboladas en las estacas del centro, los colores de pelea de ambos rufianes, los cuales fueron esta vez arpa, sol, luna y escudo, y águila de anchas alas sobre esfera tachonada de estrellas para el gigante de Troya, y águila que sustenta en las nubes un escudo americano, cercada de banderines de Irlanda y Norteamérica, para el mozo fuerte de Boston. Porque de Irlanda vino a esta tierra, con la poblada numerosa, la bárbara costumbre.

"Los tiempos no son más que esto: el tránsito del hombre-fiera al hombre-hombre. ¿No hay horas de bestia en el ser humano, en que los dientes tienen necesidad de morder, y la garganta siente sed fatídica, y los ojos llamean, y los puños crispados buscan cuerpos donde caer? Enfrenar esta bestia, y sentar sobre ella un ángel, es la victoria humana. Pero como el Caín de Cormon, en tanto que los aztecas industriosos y los peruanos cultos hacían camino en la cresta de los montes, echaban por canales ciclópeos las aguas de los ríos, y labraban para los dedos de sus mujeres sutilísimas joyas, los hombres de aquellas tierras del Norte, que opusieron a los dardos de los soldados de César el pecho velludo, y las espaldas cubiertas de pieles, alzaban tienda nómada en la tierra riscosa, y comían en su propia piel, ahumada apenas, la res ensangrentada que habían ahogado con sus brazos férreos. Los brazos de los hombres parecían laderas de montaña, sus piernas troncos de árboles, sus manos mazas, sus cabezas bosques. Vivir no fue al principio más que disputar los bosques a las fieras. Más hoy la vida no es montaña áspera, sino estatua tallada en la montaña.

"Así se espantan los ojos, como si de súbito se viera pasar por las calles de una ciudad moderna a Caín, de ver cómo las artes de la pintura y de la imprenta lamen sumisas los pies rugosos de estas bestias humanas, y copian y celebran al bruto magnífico, y le espían anhelantes en el instante en que, desnudo el torso montuoso, y encrespado el brazo troncal, ensaya en una bola de cuero, que envía bamboleando al techo de que cuelga por fajilla de cuero, los golpes que ha de dar luego, entre hurras y vítores, en el cráneo crujiente, en los labios hinchados, en el cuerpo tambaleante de su adversario estremecido. Se educan para la pelea, se fortalecen, se consumen en la carne superflua que pesa y no resiste, se recogen en población de campo, en casa apartada, con sus educadores, que les enseñan golpes excelentes, y les prohíben excesos corporales, y los muestran a los que apuestan de oficio, y quieren ver, antes de apostar a su hombre, porque "ellos van de negocio" y deben apostar "al mejor hombre". Y de negocio también van los peleadores, que jamás se vieron a veces, y van a verse por primera vez en la arena del circo. Pero un chalán ha puesto a los brazos de uno, dos millares de pesos, y un diarista ha puesto a los brazos de otro, dos millares, y ajustan la pelea, la sangrienta pelea, porque no viene mal ganar, rompiendo huesos y sacudiendo en los cráneos los cerebros, los dineros y la fama de "campeón del peso grande de la América", porque hay menguados que pesan ciento treinta libras, y se baten por la fama de ser los más ricos golpeadores entre los de poco peso; mas hay mancebos que pesan doscientas libras, y éstos lidian por merecer el derecho de campeón entre los de peso grande.

"Y no bien se publica que se ha ajustado la batalla, hácense cargo del peleador los que le "educan", que se llaman "sus segundos", e impiden que por el beber o el mocear comprometa "el hombre de pelea" la ganancia del que ha puesto dinero "a su espalda". Y es la nación circo de gallos. Van los dos hombres enseñándose por los pueblos, y peleando con guantes, desnudos de cinto arriba, en teatros, plazas y tablados de cantina, donde ondean sus colores, y narran sus hazañas, y palpan sus músculos y balancean las condiciones de ganancia o pérdida, antes de cruzar con el jugador vecino la apuesta de dinero. Créanse bandos en las poblaciones, que suelen parar en que ambos contendientes saltan, revólveres al aire y cuchillos en alto, al circo o al tablado: y Troya, que ama a su gigante, que es dueño de un teatro, y padre de familia, y pródigo de fama, como buen rufián, arde en celos de Boston, que está orgullosa de su bestia, porque no se ha puesto hombre en frente del mozo bostonés que no haya caído ensangrentado en tierra. No se pregunte quién lo impide, que cuando acontece en plazas públicas, un mes tras otro mes, no lo impide nadie. Hay leyes, mas como en México, donde prohíben las lidias de toros, buenas para hacer toros de los hombres, en el recinto de Tenochtitlán, y dejan las que haya en el pueblecillo cercano de Tlalnepantla, donde un tiempo oró en su torre alta el gran Netzahualcoyotl, poeta, rey y capitán excelso, y hoy desjarretan brutos: vestidos de toreros de comedia, hombres nacidos, por la grandeza de la tierra que los cría, a más glorioso empleo.

"Cuando se acerca el día fijado para el combate, como cada Estado tiene ley diversa, y abundan entre los hombres distinguidos, que hacen las leyes, los abominadores de esta pelea de hombres, suelen los pugilistas andar de salto en salto, en fuga de las cárceles. Mas hallan siempre Estados que los amparen, y allí, es fiesta pública. Vienen los trenes, de comarcas lejanas, cargados de apostadores, que ponen punto a sus negocios, y dejan sin padre sus casas, por venir a centenares de millas, a apiñarse en la muchedumbre vociferadora que con el rostro encendido y las manos en alto, y el sombrero a la nuca, rodeará en la mañana anhelante, el circo de la lidia. Son banqueros, son jueces, son graves personas, miembros de las iglesias de su pueblo, son jóvenes ricos, de dinero que debiera trocarse en yugo para sus frentes: no son sólo bribones ni chalanes. Hay en toda ciudad un centro de estos juegos, y en algunas ciudades muchos centros. Cada agrupación envía sus diputados; cada postor que puso precio, envía su hombre a ver; cada amador del ejercicio va a gozarse en sus lances. No tienen cierre las puertas de los hoteles y cantinas. L os hijos pródigos del azar asombran con su fausto, y los boxeadores de oficio con sus fuertes músculos, a las damas y damiselas de la villa, que no apartan de ellos los ojos, como de seres aborrecibles, sino que les miran con curiosidad y con regalo, como a hombres magnos y seres de privilegio.

"En Nueva Orleáns, en cuyas cercanías fue este combate, se abrieron las bolsas viejas, muy atadas desde los tiempos de la guerra terrible, para poner los ahorros mohosos a la bravura de los jayanes. Las calles parecían corredores de casas; y el suceso, suceso de familia. Todo era chocar de vasos, hablar en voces altas, discutir en tiendas y plazas los méritos de los mozos, en cohorte ir a saciar los ojos avarientos en la espalda robusta, el hombro redondo, y la cadera desenvuelta de los atletas. Y volvían los unos, mohínos porque su jayán tenía demasiada carne sobre las costillas, y los otros alborozados porque su hombre era todo huesos y músculos. Iban los médicos en grupos, a ver aquel ejemplar rico de bruto humano. Y las damas iban a poner su mano delgada en la mano huesosa de los héroes.

"Toda la ciudad parecía de viaje en la noche que acabó en la madrugada de la marcha. En sillas, y en sofás y de codos en los balcones, dormían, temerosos de que partiese el tren sin ellos, los que habían comprado, a cambio de diez pesos, el derecho de ver la anhelada lucha. Vaciaban en los mostradores de los hoteles, porque no se las robasen en el camino, las joyas, a que son los rufianes muy aficionados. Y allá va al fin, cruzando los llanos pantanosos de la Luisiana, el tren veloz con los peleadores, con sus segundos, con la esponja y menjurjes de curar, con los dineros de la lidia, con sus vagones repletos, techados de gente, rebosada de los carros. Allí el beber; allí el vocear; allí el proponer apuestas y aceptarlas. Allí el decir que un buen peleador ha de tener arrojo, agilidad y resistencia. Allí al hacer memoria de cómo en otros tiempos se libraban al vigor del puño las contiendas electorales de los neoyorquinos; cómo un Mc Coy mató en el circo a un Chris Lilly; cómo cuando Hyer venció a Sullivan, en "pelea de huracán se encendieron luminarias en Park Row", que es la calle vieja y famosa, que da hoy al costado del correo, y se leyó por largo tiempo en un gran lienzo transparente: "Tom Hyer, campeón de América". Era allí el recordar entre sorbos de pócimas ardientes, que Morrisey dejó a Heenan por muerto; que cuando Jones peleó con Mc Coole recibió de él tal golpe en la frente, que rodó al suelo, víctima de náuseas y como con el cerebro desquiciado; y que Mace era un gran golpeador, que braceaba como aspa de molino, y quebró de un buen golpe el cuello de Allen. ¡Y el sol entraba a raudales por las ventanillas de los carros!

"Ya en el lugar de la pelea, que fue la ciudad de Mississippi, estaban llenos de gente los alrededores del sitio elegido para el circo, y a horcajadas los hombres en los árboles, y repletos de curiosos los balcones, y almenados de espectadores los techos de las casas. Vació el tren su carga. Se alzó el circo en el suelo, y otro circo concéntrico, entre los que podían vagar los privilegiados; cantando alegres, se sentaron por la arena en batallón gozoso los cronistas, que cuando se pobló el aire de hurras, y fueron todas las manos astas de sombreros, era que venían el huraño Sullivan con su calzón corto y su camiseta de franela verde, y el hermoso Ryan, el gigante de Troya, en arreos blancos. En el circo, había damas. Y a la par que los jayanes se dieron las manos y ponían a hervir la sangre que iba a correr abundosa a los golpes, encuclillados en el suelo, contaban los segundos los dineros que se habían apostado a los dos hombres. ¿A qué mirarlos? A poco, ruedan por tierra; llévanlos a su rincón, y báñanles los miembros con menjurjes, embístense de nuevo, sacúdense sobre el cráneo golpes de maza; suenan los cráneos como yunque herido; mancha la sangre las ropas de Ryan, que cae de rodillas, en tanto que el mozo de Boston, saltando alegre y sonriendo, se vuelve a su "esquina". Atruena el vocerío, álzase Ryan tambaleando; le embiste Sullivan riendo; ásense de los cuellos y estrújanse los rostros; van tropezando a caer sobre las cuerdas; nueve veces se atacan: nueve veces se hieren; ya se arrastra el gigante, ya no le sustentan en pie sus zapatos espigados, ya cae exánime de un golpe en el cuello, y al verlo sin sentido, echa al aire la esponja, en señal de derrota, su segundo. Se han cruzado $300,000, apostados en todas las ciudades de la nación a la pelea de estos dos mozos; se han alquilado hilos de telégrafo para dar cuenta menuda a todos los vientos de los detalles de la lidia; han recorrido las calles de las grandes ciudades, muchedumbres ansiosas que recibieron con clamores de aplausos, o ruidos de ira, la nueva del triunfo; se ha celebrado con músicas y fiestas al bostonés victorioso; y se exhiben de nuevo en circos y cantinas, agasajados y regalados, el mozo y el gigante. ¡Aún está roja y castigada de los pies, en la ciudad del Mississippi, la arena de la mar! Es este pueblo como grande árbol: tal vez es ley que en la raíz de los árboles grandes aniden los gusanos."

La Opinión Nacional. Caracas, 4 de marzo de 1882. Tomo 9, pp.253-259. Obras Completas de José Martí. 1975

"Acá es frenesí este amor al gladiador. Se tiene en él una gran vanidad, como si se encarnara y representase al país en lo que más se estima. Ahora mismo agita el papel en que esto se escribe, el aire que entra por la ventana, lleno de la música ruidosa con que van a saludar unos mozos al púgil Sullivan, rey de los puñetazos, que tiene ya cinco años de vida de triunfo, adorado y mimado por su fuerza. De un golpe abate a un hombre: de dos lo mata. Lleva una vida brutal. El día es para él Champagne; de noche cerveza; un puñetazo, el cielo. Le deleita quebrar labios y leyes. No tiene una bondad ni arranque de hombre. A su mujer la tunde. A su hijito de ojos azules, lo echa escalera abajo, Goza en magullar. Tiene el gusto burdo, y va todo él colgado de brillantes: lleva un puño de ellos en la pechera de la camisa: un anillo le relampaguea en la mano derecha: otro en la izquierda. Usa un sombrero blanco como la leche. Pero toda esta grosería y brutalidad se le perdona. La policía lo escuda y lo trata tiernamente. Los tribunales no le son hostiles. Se ve en él todo eso como ornamento y gracia de su majestad. Un cariño real acompaña y protege por todas partes a esta bestia.

"Aquí está en un hotel que abre sus balcones sobre el aire aromado del Parque Central, preparándose para la pelea enorme con que va a celebrarse el 4 de julio, ¡el día santo de la independencia patria!

"Diez días faltan y ya no habla New York de otra cosa. Se olvidan las carreras de caballos, los desafíos de pelota, las noticias de que la hermana del presidente publica una novela de amores; las sentencias recaídas sobre los obreros coaligados que amenazan a los dueños, la demanda de un representante para que el Congreso impida que el gobierno francés tome sobre sí la obra del canal de Panamá. Todo eso se lee como de pasada. De nada de eso se trata en las convenciones. La primera ojeada de los que leen diarios es para los párrafos de Sullivan. Los diarios informan al público de que sus ojos están claros, vivos, buenos para la pelea. Tiene un cuidador que le amasa la piel dos veces al día, que le lleva al levantarse un vaso de agua, con cuatro yemas de huevo. Todo el día está en el hotel rodeado de gente. El campeón sale dos veces a tomar el aire, en su carruaje pomposo, que él quiere que sea muy grande, y de dos caballos. Si está almorzando adentro, la multitud cuchichea afuera: "Le han servido cuatro costillas": "no toma más que té y yemas de huevos": "ya pesa cinco libras menos". Si se acerca a la puerta para tomar el suntuoso coche, la multitud se arremolina, se siente como una unción, los policías halagüeños limpian el paso para el héroe el héroe sale, acogido por un clamor de victoria y cuando vuelve, pleno el pulmón de aire de flores, la gente es más, de la plazoleta del hotel, que es toda una cabeza, surge un vítor robusto que corean los chicuelos amontonados de todas partes de la ciudad para respirar siquiera el polvo del carruaje del campeón a quien admiran. Da frío ver criarse a un pueblo entero en el culto a la fiera"

El Partido Liberal, México, 13 de julio de 1886. "Otras crónicas de Nueva York" José Martí. Compilador Ernesto Mejías, pp.44-45. La Habana, 1983

(…) y está sacudida Nueva York, porque para celebrar al gusto público el aniversario de la independencia, se nutre el púgil Sullivan, cargadas las manos y la pechera de brutales brillantes, con las costillas de camero, yemas de huevo y aire fresco del Parque que han de mantenerle claros los ojos y sueltos los músculos en la pelea tremenda contra un inglés rival y diminuto, a quien ceban y amasan dos guardianes en un pueblo de playas salutíferas.

La Nación, Buenos Aires, agosto de 1886. Tomo 11, p. 15. Obras Completas de José Martí. 1975.

"(…) Boston mismo, que de shakesperiana y poética se precia; Boston, hogar de arte, y como academia del buen gusto, del periodismo experto y de la fina literatura; Boston, en cuyas cercanías pensó Emerson y rimó Longfellow ; Boston, en cuyo sacro Fanceuil Hall, cuna luego de la soberana oratoria del abolicionista Wendell Phillips nació "con palabras que han puesto cinta al mundo" la libertad americana, ¡Boston mismo, con su mayor a la cabeza, ha subido a un estrado de púgiles, para ceñir el vientre de John Sullivan, campeón de los peleadores, una faja de oro y diamantes, y águilas esmaltadas, y banderas de Irlanda y los Estados Unidos, que ha costado a los ciudadanos de Boston diez mil pesos! ¡Este es el magnífico bruto que derriba a cuanto hombre sale al frente, que tiene a la cofradía pasmada por el empuje y peso de su puñetazo. Que echa a tierra del golpe, rodeado de trémulos policías que lo disuaden tiernamente, al niño que le enoja, a la mujer con quien tiene hijos, al caballo que le cierra el paso! Babeando y hediendo va todas las noches a su casa este magnífico bruto, honrado ahora, ante el teatro repleto que lo vitorea, por el mayor de su ciudad de Boston."

El Partido Liberal. México, 1887. Tomo 11, p. 259. Obras Completas de José Martí, 1975

"Está de bárbaros el país. No se habla más que de la pelea de los dos púgiles Kilrain y Sullivan. De San Francisco a Nueva York, lo primero que trae el diario, escrito con maravilla de color y arte como de novela, es el recuento de lo que hicieron ayer los púgiles, de lo que come Sullivan, para rebajarse la carne, de lo que anda Kilrain, para fortalecerse las piernas. Se ha escrito de ellos, es la verdad, más que de la catástrofe de Johnstown, que todavía está pidiendo ataúdes. (…)

"Pero ni de eso, que es boca humeante por donde se le pueden ver las entrañas al país, se comenta, se telegrafía, se escribe tanto como del suceso, que a todos preocupa, puesto que se nota que los mismos que lo condenan, más hacen para tener ocasión de hablar de él. "Sullivan tiene siete pies." "De los pies es flojo, y tiene el brazo roto." "Un barril de whisky, no es quién contra un herrero que juega con los quintales." "Sullivan rompió ayer en el aire una bola de cuero de un puñetazo." "Kilrain tiene cables en las piernas." "Con avena hemos estado criándole los músculos a Sullivan." "Cien por Sullivan." "Diez por Kilrain." Y salen llenos de rufianes, de jóvenes de la prohombría, de representantes y jueces que llevan nombre supuesto, los trenes, anunciados, de público, en cartelones y periódicos, para el lugar de la pelea, para el circo que a quince por hombre, tiene ya recogidos treinta mil pesos.

"Allá va toda la gente de cabeza rapada, y tabaco con el aro de papel, para que se le vea lo bueno. Van de sillón con cama y mesa de champaña, en el carro-palacio. Van con sus mozas, que saben como ellos dónde ha de ir una buena "derecha", o cómo se ha .de meter el brazo para llevarle al otro la ventaja en la "cruz".

La Nación. Buenos Aires, 17 de agosto de 1889.Tomo 12, pp.279,281,282. Obras Completas de José Martí. 1975

Bibliografía

  • Centro de Estudios Martianos: Anuario, 1979

  • en www.boxinggyms.com Announcement of Sullivan's death by the Rome New York Daily Sentinel

  • Martí, José: Obras Completas. La Habana, 1975

  • Mejías Ernesto: Otras Crónicas de Nueva York. La Habana, 1983

  • The American Heritage Dictionary of the English Language. Quinta edición 2004

  • The Columbia Electronic Enciclopedia. Sexta edición 2003

 

 

 

 

 

 

 

Autor:

Ramón Guerra Díaz

Museólogo Especialista del Museo Casa Natal de José Martí. La Habana, Cuba

Partes: 1, 2
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