Sir Francis Drake: Un intrépido corsopirata al servicio de la marina real isabelina en el nuevo mundo (Siglo XVI) (página 2)
Enviado por Geniber Cabrera P.
A Francis Drake la vida le presentaría una oportunidad que aprovecharía con creces para no correr el mismo destino de labriego que muchos de sus hermanos. Siguiendo a Lucena Salmoral (1994) se tiene que las circunstancias a Drake – por ser sobrino de John Hawkins – le permitirían acercarse a este; quien le enfilaría bajo las órdenes de John Lowell en 1566 hacia la América. Este sería el primer viaje de Francis Drake al distante Nuevo Mundo, en el cual conocería, además de la vida libertaria, el negocio negrero. En 1567 acompañaría a Hawkins en el desastroso viaje a Veracruz al mando de la embarcación apodada la Judith. Drake después hizo varias expediciones a distintas colonias españolas entre 1570 y 1571, un año más tarde, 1572, intentaría apoderarse de la plata española que se embarcaría en el istmo de Panamá. Al año siguiente regresó a Inglaterra para llevar una vida más bien opacada hasta 1577 cuando decide regresar a la acción y se dirigió a las costas pacíficas americanas con una nave llamada la Golden Hind. Tras asaltar varias plazas y un gran número de barcos hizo aguada en California; es decir, al norte del continente en un lugar al cual le designó con el nombre de la Nueva Albión. Había circunnavegado el continente nuevo desde abajo atravesando el estrecho de Magallanes, convirtiéndose en el segundo gran viaje alrededor del mundo conocido para la época. Partió de California a las islas Marianas previo haber carenado sus naves y avituallado a la tripulación, con este viaje completaría la vuelta al globo para regresar a tierras inglesas hacia 1580 cuando la reina le nombró caballero. Drake se convirtió en un hombre honorable para su país, más no así para las colonias americanas. En 1585 saqueó con 21 buques las costas gallegas y fracasó al intentar hacer lo mismo en Santa Cruz de la Palma. Cruzó el océano una vez más y en 1586 saqueó y destruyó Santo Domingo y Cartagena. En 1588 fue artífice de la victoria contra la Armada Invencible española. Continuó sus hazañas en el Viejo Mundo y para 1589 intentó tomar la Coruña y Lisboa con una flota de 80 naves y unos 20.000 marineros. El año de 1595 se dirigió al lado de su maestro y buen amigo John Hawkins al Caribe en son de guerra. Fracasó en Puerto Rico y triunfó en Riohacha, incendiándola. Siguió a Nombre de Dios para intentar nuevamente apoderarse de la plata enviada desde Perú hasta Panamá, pero sufrió un descalabro. Ya nada podría ser igual, el tiempo pasaba y la vida se apagaba para un hombre, probablemente de 41 años de edad, considerándose que realmente nació en 1545; joven aún, pero la agitación al final habría de cobrarle muy caro.
Apenas entrado el año 1596, en el mes de enero, a los 28 días de este y en horas de la mañana se le fue la vida a sir Francis Drake. Murió de fiebre hemorrágica, un mal que aquejaba mucho por esos años. John Hawkins muerto un año anterior, en 1595, junto a Drake y un poco más tarde con Walter Raleigh, ahorcado en 1618; harán el trío de la primera generación de corsopiratas ingleses que llegaron a la América, específicamente, a las atlánticas aguas del gran Caribe.
El cadáver de Francis Drake se introdujo en una caja metálica y se arrojó al mar de la bahía. Allí, iba el cuerpo inerme, sin alma, de uno de los más nobles caballeros de la corte isabelina. Muy distante de la tierra que lo vio nacer; muy distante de su gloria quedaría en mente de quienes le amaron, y por qué no, de quienes le odiaron.
II.- BREVE HISTORIA DE LA POLÍTICA ISABELINA Y DE SU ARMADA REAL
El hallazgo de Colón no pudo convertirse en menos que la manzana de la discordia entre las monarquías del Viejo Mundo. Las coronas de Francia, Inglaterra y Holanda, entre otras, no veían con buenos ojos que España y Portugal se adueñaran de manera exclusiva de un Nuevo Mundo, que en cuanto a riquezas, todo lo poseía.
Los sumarios, celosamente guardados por España y sus socios de Portugal, no se irradiaron, aproximadamente, hasta el primer cuarto del siglo XVI (…) El silencio al cual sometieron españoles y portugueses, al resto de los europeos, tuvo su efectividad, porque – en el caso de España – logró un monopolio de forma casi efectiva, hasta 1520 y, ningún otro país pudo interferir, más o menos durante el lapso que iba desde 1493, tiempo de la noticia del contacto, a la fecha anteriormente mencionada (1520)… (Cabrera, 2004; pp. 57-58)
La verdad de las nuevas tierras se hacía insostenible de ocultar cada vez más. Los buques españoles que cubrían el tornaviaje de ultramar cargado de los bienes expoliados en los suelos americanos, dejaban en evidencia las pretensiones hispanolusitanas por mantener un monopolio hegemónico y exclusivista del paraíso terrenal.
Las relaciones del resto de las coronas europeas con España y Portugal, comenzaron a quebrantarse cuando estos últimos pretendieron quedarse como únicos dueños del Nuevo Mundo. La verdad, más temprano que tarde, se supo por las cartas contentivas de las rutas marinas que se lograron confiscar a los buques interceptados en alta mar y que servirían de guía a los marineros de los otros reinos.
Esto permitió que las monarquías de Francia, primero, e Inglaterra, un tanto después; avalancharan contra las posesiones allende a sus fronteras una riada de corsarios y piratas para hacerse – ellos también – del oro, la plata, las perlas y demás joyerías abundante en el distante continente.
Para entonces, el secreto de la navegación atlántica era compartido por demasiada gente como para permanecer como tal, los países del norte, Francia e Inglaterra especialmente, contaban con una población empobrecida, que buscaba en los puertos una salida a la miseria que azotaba sus vidas. A la experiencia marinera de los franceses se unió, además, la confluencia en los puertos atlánticos – Le Havre, la Rochelle, Diepe – de una serie de armadores dispuestos a financiar el viaje a quienes quisieran aventurarse a la caza de un buen botín… (Hernández, 1995; p. 146)
Los franceses se declararon anti-Castilla desde el momento mismo en que conocieron los derroteros hacia la América. Fueron los primeros en armar escuadras corsarias contra las posesiones ultramarinas de los reyes católicos españoles. Francia empobrecida y superpoblada no podía desperdiciar la oportunidad de enmendar su economía con los tesoros americanos. Además, entre las coronas franco-española ya existía un resquemor y fue precisamente el acto que tuvo lugar por 1521 cuando un italiano-francés llamado Jean Fleury (Juan Florín o Florentino para los españoles) asaltó y robó las embarcaciones enviadas por Hernán Cortés desde la Nueva España a su reino.
Juan Florín o Florentino, nombre en español, del creador del verdadero género pirático americano, en 1521, merodeando las Azores cuando vio venir tres embarcaciones españolas, capturando y apresando dos de ellas, de las cuales obtuvo 58.000 barras de oro y el tesoro de Moctecuhzoma que Cortés enviaba al emperador. Estas acciones le daban el primer gran golpe a la supremacía española que entraría así en el comienzo de sus infortunios. (Cabrera, 2004; p. 81)
Inglaterra, por su parte, en el primer cuarto del siglo XVI, aproximadamente hasta 1530, mantuvo buenas relaciones con Castilla. En los iniciales años del referido siglo el comercio anglo-español vivía excelentes momentos. Desde el país insular se dirigían los buques repletos de frutas, vinos, cereales, telas, tinturas, entre otros, a los puertos de Cádiz y Sevilla; y retornaban cargados del aceite y las aceitunas de Andalucía, como también con algunos productos de la América, especialmente de cueros y azúcar. Las relaciones entre ambos países eran buenas a pesar que existía un resquicio por el egoísmo monopólico de los españoles con sus colonias de ultramar. Era común que en los puertos españoles residieran negociantes ingleses, quienes gozaban de grandes privilegios; entre ellos, ser socios en las empresas castellanas y en el comercio de las Indias. Si bien no se les permitían los fletes en la propia Inglaterra y menos aún tomar rutas al Nuevo Mundo, sí podían mercadear abiertamente por las norteñas aguas del Canal de la Mancha.
Inglaterra, al igual que Francia, era un país pobre, superhabitado y las relaciones comerciales con sus socios los españoles no abastecían lo suficiente como para cubrir todas sus necesidades. A ello habría que agregarle la envidia por las riquezas americanas y el comienzo del deterioro religioso a partir de la tercera década del siglo XVI, cuando Enrique VIII se divorcia de Catalina de Aragón para unirse a Ana Bolena y separarse abiertamente del catolicismo para abrazar el protestantismo, aunado al desquicie de Carlos V y la Inquisición ante lo profesado por Martín Lutero (1483-1546). Era inevitable el deterioro de las relaciones entre los ingleses y los españoles, sin embargo Inglaterra utilizaría una política de no enfrentarse directamente contra los castellanos, más bien se dedicaría a golpearles las flotas en plena mar abierta para saquearlas e ir instaurando progresivamente nuevas áreas de influencia que terminarían por quebrantar la hegemonía hispana en el Nuevo Mundo y en el propio Mar del Norte europeo.
La política anti-Castilla por parte de los ingleses se mantenía a bajo perfil, se creía que podía así dar mejores resultados, pero era insostenible a la vez, dado el odio que se acrecentaba entre los habitantes de ambos reinos. De acuerdo con José Hernández (1995), las represalias por parte de los comerciantes y armadores británicos no se harían esperar, ya en 1545 un hombre llamado Robert Reneger se convertiría en el primer inglés en asaltar una nave española que retornaba de las Indias y obtuvo un botín de unos 20.000 ducados. Ante la acción Carlos V decidió confiscar todas las mercaderías transportadas en los barcos británicos cargados en los Países Bajos.
… las sublevaciones en los Países Bajos son violentamente reprimidas por el Duque de Alba; una conspiración católica en Inglaterra conduce al levantamiento de 1569; los hugonotes se ven comprometidos por la reanudación de la guerra civil en Francia. Por ser España la máxima representante del catolicismo en Europa, la opinión inglesa comienza a perfilarse contra ella. El punto culminante coincide con la confiscación por el gobierno inglés, 1568, del tesoro de plata destinado a pagar las tropas del Duque de Alba, cuando la flotilla que lo trasladaba buscó amparo de los corsarios en los puertos de Plymouth, Fowey y Falmouth. Un verdadero vendaval de embargos y secuestros mutuos de mercancía… (Georget y Rivero, 1994; p. 38)
El recalentamiento de las relaciones anglo-hispanas, hubo de tener cierto enfriamiento con la muerte de Enrique VIII (1509-1547) que contribuyó con ello a calmar los ánimos; sin embargo, la continuidad de incidentes no dará tregua a lo que ya parecía una ruptura inevitable. Además, lo religioso y la ambición no desviarían la fijación de Inglaterra sobre el Nuevo Mundo y las riquezas que de él subyacen.
El ir y venir político entre las coronas de Inglaterra y España, permitió que la primera de ellas considerara oportuno la reorganización de su Armada Real, la cual, había sido fundada por el propio Enrique VIII. Para la misma se dispuso en sus años iniciales de naves de guerra con diseños adaptables a los mares y los vientos, para superar, en todos los aspectos, las viejas galeras con remeros propias del medioevo mediterráneo. Además de que eran barcos apropiados para lo bélico, también lo serían para el tráfico mercantil. El mar siempre ha sido para Inglaterra un elemento primordial, lo fue ayer, lo es hoy. Esto, ha de suponer sus esfuerzos ininterrumpidos a lo largo de su historia por la carrera naval, y más aún, en tiempos en que los nuevos descubrimientos le reclamaban de su participación por expandir sus reinos y solventar sus problemas económicos y sociales.
A pesar de todos los esfuerzos navales realizados por los ingleses, – particularmente desde la Edad Media – en el Canal de la Mancha o Canal Bristol como se le conoce en Inglaterra. Pasando por las experiencias de la Guerra de los Cien Años (1326-1453); del transcurso de la dinastía de Tudor (1485-1603); de Enrique VII (1485-1509); de las navegaciones de Juan Caboto (1450-1498), las de su hijo Sebastián Caboto (1476-1557); llegando incluso al gobierno de Enrique VIII (1509-1547) como se refirió con anterioridad. No será hasta el ascenso de Isabel I al trono británico que la Armada Real tendrá un papel ponderante en cuanto a la ruptura definitiva con España y de un plan de expansión ultramarina por parte de este reino.
La Reina Virgen, como también se le conocía a Isabel I, ostentará el mando desde 1558 hasta 1603; es decir, 45 años de gobierno que tendrán características peculiares en torno a las relaciones con los hispanos desde el punto de vista religioso: el catolicismo y el anglicanismo. Y lo que puede considerarse como principales elementos antagónicos entre ambas coronas: los sucesos de la Batalla de San Juan de Ulúa (1568) y la derrota de la Armada Invencible (1588).
El período isabelino (1558-1603) coincide con una serie de hechos que acrecentaron el antagonismo y rivalidad entre España e Inglaterra. Lo verdaderamente interesante es percatarse de la manera en que estos acontecimientos fueron sorteados, de modo que, a finales del siglo XVI, llevaron a Inglaterra a perfilarse como la primera potencia mundial, tras la derrota de la Gran Armada de España. (De Ita Rubio, 2001; p. 29)
Bien vale la pena analizar los aspectos más trascendentales de la etapa isabelina en cuanto: a la política religiosa, a la derrota sufrida por los ingleses en Veracruz (Batalla de San Juan de Ulúa) y el golpe fatal propinado por la marina británica a la Real Armada o Felicísima Armada Española.
– Lo religioso: Cuando la Reina Virgen ascendió al trono de Inglaterra la religión oficial mayoritaria en este reino, era la católica, a pesar de las reformas anglicanas hechas por Enrique VIII en sus discordias con Roma. Isabel I profesaba abiertamente el anglicanismo pero no dejaba ver su anticatolicismo, de hecho, cuando subió al trono lo hizo bajo consagración de un obispo apostólico romano. Según Lucena Salmoral (1994) al decir de la Reina Virgen expone: "… mantuvo una política de asentamiento de la religión anglicana (Acta de Supremacía y Acta de Uniformidad) durante la primera parte de su reinado, que le impidió enfrentarse abiertamente con el rey de España…" (p. 97).
La reina Isabel I fue desde su mocedad muy decidida y astuta. Esa política de congraciarse con el catolicismo y, por ende, vista con buenos ojos por los españoles, le sirvió para hacer tregua con ese reino a la par de ir aprovechando la ocasión para dar inicio al fortalecimiento de su marina, aupar con más furor el contrabando en las Indias, aumentar las prácticas del comercio ilegal y fomentar entre los suyos, muy sigilosamente, el odio contra los papistas de España. Tal vez toda su personalidad se la deba en gran parte a sus progenitores Ana Bolena y Enrique VIII.
Cuando a los 18 años Enrique VIII ascendió al trono al morir su padre en 1509, se casó con Catalina de Aragón, la viuda de su hermano. Veinte años después, depuso al cardenal Wolsey, su Lord canciller, por no haber logrado persuadir al Papa de que le concediera el divorcio de Catalina de Aragón a fin de casarse con Ana Bolena. Habiendo él mismo fallado en su solicitud al Papa, entre 1532 y 1534, Enrique VIII desconoció la autoridad papal, se proclamó a sí mismo cabeza de la iglesia en Inglaterra, rompió relaciones con Roma y se casó con Ana Bolena. En el año de 1533 nació Isabel, la hija de ambos. (De Ita Rubio, 2001; p. 27)
La reina Isabel I antes de confrontar abiertamente a los españoles en el plano religioso, geopolítico u otros, tenía claro que debía solventar algunas situaciones internas. Por eso, mantendría una política de sumisión hacia la monarquía castellana. De acuerdo con José Hernández (1995) con la llegada de Isabel al trono pareció que la situación con respecto a España no iba a variar. Ella acabaría enfrentándose contra Felipe II, pero en su debida oportunidad. En los años iniciales de su dominio habría de dedicarle buena parte de ellos a organizar su reino, entendía que el imperio fuerte para la época, era precisamente el hispano. Así prefirió, en principio, dedicarse a contrarrestar la piratería que actuaba en el Canal de la Mancha y en el Mar del Norte para dar buena imagen ante sus vecinos europeos. Mientras que se dedicaba con sigilo a promover su propia empresa corsopirática hacia las Indias.
Toda la treta de la Reina Virgen tenía una finalidad específica. Darle a su país una adecuada infraestructura marítima, valiéndose para ello del lucro obtenido por la piratería y el corsocontrabandismo en las posesiones novohispanas de ultramar. A esto habría que agregarle todo el erario que confiscaba de las propiedades de los católicos, tanto en su propio territorio como los allende a estos.
La moral católica de Isabel ante los españoles, en su marrullería; le sirvió para hacerles el juego. En muchas oportunidades pretendió lavar el dinero obtenido de las prácticas ilegales, con un supuesto pudor cristiano. Toda una apostólica romana fingía ser ante el mundo del catolicismo, cuando en esencia no se había apartado nunca de la herencia religiosa dejada por sus padres.
– Batalla de San Juan de Ulúa (1568): El comercio Ilegal de esclavo y la corsopiratería habían arrojado muy buenos dividendos a las arcas de la reina Isabel I. Como se ha referido con anterioridad, el doble juego de la monarca inglesa consistía en pintarle una cara al gobierno español y por detrás darle a cuentagotas el mortífero veneno infligido por los actos piráticos.
En el negocio negrero la Reina Virgen invirtió, sin reserva alguna, grandes cantidades. Muy proveída estaba la empresa corsocontrabandista de Inglaterra en cuanto a buques artillados y demás pertrechos necesarios. Los más avezados marineros y capitanes engrosaban la nómina real; entre ellos, por ejemplo: el sir caballero John Hawkins (1532-1595) maestro del contrabando inglés, creador de un novedoso sistema de comercio ilegal que bautizó en su primer arribo a tierras y aguas americanas, en el año de 1565 en la ciudad portuaria de Borburata situada en las costas de la provincia de Venezuela. El noble caballero sir Francis Drake (1545?-1596) quien actuó bajo órdenes de Hawkins y después por cuenta propia, le dio la vuelta al globo buscando fortunas para su reino. Thomas Cavendish (1560-?); sir Walter Raleigh (1552-1618) entre otros sires de la corte isabelina.
El puerto de San Juan de Ulúa ubicado en la Nueva España (hoy México), revestía para la monarquía hispanocatólica una importancia relevante en cuanto al tráfico de productos que desde el país peninsular se despachaban para abastecer por la zona atlántica a la población de ese Virreinato americano.
Para servir al Virreinato de la Nueva España sólo existía en el Atlántico el puerto de San Juan de Ulúa. Ésta era la única entrada para las mercaderías europeas en las provincias mexicanas. Por su parte, toda Sudamérica, con excepción de la costa del Caribe, se abastecía por el Pacífico, vía el istmo de Panamá. El tráfico directo por el estrecho de Magallanes estaba prohibido… (De Ita Rubio, 2001; p. 109)
La importancia de San Juan de Ulúa atrajo la atención de los ingleses, quienes ya, habían recorrido con anterioridad otras zonas caribeñas. El método de contrabando y asalto británico iniciado con John Hawkins, tendría seguidores por doquier y; lo que se trató de mantener a espaldas de los monarcas españoles, se había vuelto muy evidente como para que estos no descubrieran el doble juego que desde hace mucho tiempo aplicaba en el novomundo hispano, la reina Isabel, amiga de los soberanos de España.
Todo quedaría abiertamente develado en el puerto de San Juan de Ulúa, cuando Hawkins en su tercer viaje a América dirigió sus embarcaciones hacia aquella plaza. La intención, la de siempre, colocar sus partidas de negros y demás mercaderías usando el nombre de su protectora Reina Virgen y arguyendo supuestas desgracias por las que atravesaba junto al resto de sus tripulantes y barcos.
En 1568 las mentiras repetidas una y otra vez por Hawkins, se convirtieron en una realidad. La flotilla de barcos que capitaneaba él, junto a su compatriota y sobrino Francis Drake, próximas a las costas de Cuba con destino al canal de las Bahamas, fueron sorprendidos por vientos huracanados y una mar picada. Entre las naves más perjudicadas se encuentra el Jesus of Lubeck de unas 700 toneladas, y con menores averías, el Minion de 300 toneladas, la Judith, el Ángel y el Swallow.
Los intentos por salvar la armada llevaron a los ingleses a Veracruz, en donde arribarían el 14 de septiembre de 1568. No se imaginaron los corsopiratas isabelinos el desastre que les aguardaba; uno de mayor escala al que lograron sortear cercanos a las costas cubanas. Hawkins, antes de arribar a la ciudad de Veracruz apresó en Yucatán un barco español capitaneado por Francisco Maldonado quien orientó a los ingleses hacer aguada en San Juan de Ulúa dada las toneladas del maltrecho Jesus of Lubeck.
Informados los españoles del arribo de los isabelinos se prepararon para la defensa. Expone Lucena Salmoral (1994) que:
… el general español, don Francisco Luján, hizo junta de guerra, en la que participó el nuevo virrey, acordándose en ella seguir adelante, ya que la huida sería vergonzosa. Se atacaría en Veracruz y se dispondría luego lo oportuno para la defensa de la plaza. (p. 82)
Hawkins y Francis Drake hicieron esfuerzos inútiles por amedrentar los pocos barcos de guerra españoles que resguardaban el lugar; porque el mayor contraataque que recibirían los ingleses sería de las fuerzas venidas por tierra que terminarían tomándoles por asalto y dominando sus tripulaciones.
… el 23 por la mañana empezaron las operaciones cuando la urca San Salvador, con 130 arcabuceros y vecinos armados, se aproximó a la Minion. Hawkins reclamó de inmediato al Virrey por aquellas extrañas maniobras, pero poco después sobrevino el combate (…) Aquello fue el desastre inglés… (Lucena Salmoral, 1994; p. 82)
El Jesus of Lubeck fue abordado, y apresado su personal, el Ángel y el Swallow fueron quemados y se hundieron al final del trágico día. La Judith, capitaneada por Drake, huyó directamente hacia Inglaterra. La Minion se salvó milagrosamente y en ella logró embarcarse John Hawkins tras la toma del Lubeck, quien después de sufrir grandes penas para retornar a su patria, arribó al puerto de Plymouth (su ciudad natal), el 3 de febrero del siguiente año.
La mayoría de los corsopiratas atrapados por los españoles fueron entregados a la Inquisición, ya que estos practicaban la religión anglicana de su patrona Isabel. Muchos abjurarían ante sus creencias vistiendo hábitos penitenciales, otros condenados a la hoguera, algunos ahorcados y quemados; en fin, a todos se les impondrían los castigos pertinentes a la iglesia católica.
En San Juan de Ulúa pagaron con creces los ingleses las ganancias obtenidas por las prácticas corsocontrabandísticas y piráticas de la que hicieron gala en los mares americanos.
– La Armada Invencible, 1588. (El desquite de los ingleses): El desastre sufrido por los perros isabelinos en el puerto de la Nueva España, los sumió en una etapa de búsqueda de fortalecimiento de su Marina Real que dejó fuera del escenario americano a los sires cortesanos piratas del trono inglés por 20 años; es decir, desde aquel tétrico año del 68, hasta la contienda naval de 1588 cuando el reino anglicano vengó ante sus contrincantes españoles la vergonzosa pérdida de San Juan de Ulúa. La reina Isabel I en su oportunidad dirá a Hawkins – según Rafael Abella (1999) –: "… ya llegará el momento de tonarse cumplida revancha sobe [sic] quienes tan desconsiderado trato le habían dado…" (p. 61).
Los españoles se acercaron lo más que pudieron a las costas de Inglaterra con el propósito de tomarles por sorpresa. Unos y otros se guardaban odio y la mejor forma de demostrárselo era precisamente enfrentándose. Ambos bandos antes de los hechos acaecidos en 1588, prepararon sus estructuras navales para un gran combate.
España conocía del poderío naval inglés y lo que estaba planteado con su Gran Armada era el factor sorpresa; pero evidentemente la noticia había sido divulgada entre los ingleses; ameritábase de una preparación que estuviese a tono con el exigente enfrentamiento por venir. Las confrontaciones en Inglaterra no estaban planteadas, sabían claramente que España era un duro contrincante… (Cabrera, 2004; p. 87)
Llegado el día, los españoles comenzaron sus arremetidas contra las costas de Inglaterra; país que no se haría esperar para darles respuesta bélica. Es así como en el mes de julio de ese año de 1588 la flota inglesa comandada por sir Francis Drake salió a enfrentar a la Felicísima Armada de España. Las estrategias de Hawkins y Drake quienes se encontraban en compañía de Howard Effingham, fue el contraataque a distancia para evitar que se repitieran los planes de abordaje español puestos en práctica en San Juan de Ulúa (1568). El mal tiempo no ayudó a los hispanos y la contraofensiva inglesa puso fin a las pretensiones de los primeros por dominar a estos últimos en su propio reino. Saldó España con 63 buques su atrevimiento, un verdadero revés para su marina real que le dejaba indefensa en su propio territorio y más aún en los de ultramar. Los ingleses bautizaron el episodio como el desastre de la Armada Invencible a propósito de revalorizar la gesta en la cual salieron, esta vez, triunfantes.
III.- LA SAGA DE FRANCIS DRAKE EN EL NUEVO MUNDO
El incidente sufrido por los ingleses en Veracruz en el año de 1568, justo cuando John Hawkins hacia su tercer viaje a los mares americanos, en el cual se hizo acompañar por su pariente Francis Drake; sirvió para que este último jurara venganza a los españoles.
Hacia 1570, Drake decidió regresar en varias oportunidades al Nuevo Mundo. Como azote de las principales ciudades portuarias y embarcaciones españolas, logró, además de amasar una gran fortuna para su reino, conocer mejor el continente. En sus correrías, aprovechó de interrogar a los colonos para obtener de estos, informaciones que luego redimensionaría con sus visitas, y así, ir levantando nuevos croquis y derroteros.
Francis Drake adquirió experiencias desde que anduvo con su tío Hawkins. Primero fue el negocio negrero, luego las prácticas piráticas en su sentido más radical; llega la envestida española de Veracruz y con ello la promesa de un desquite. Se crea, por parte de los ingleses, una verdadera institución corsopirática. Se acrecienta la marinería isabelina. Drake da la vuelta al globo. La Reina Virgen echó en 1585 abiertamente contra las posesiones novohispanas de América a sus perros de mar. Y por último, se consuma la venganza británica en 1588 con la destrucción de la Armada Invencible de España.
Los ingleses intentaron introducirse en el mercado americano desde 1562 cuando John Hawkins realizó su primer viaje para vender esclavos. Seis años después atacaba directamente los puertos españoles formando una escuela de «perros de mar» en la que se adiestró Francis Drake. Este partió de Plymouth en 1577 para su famoso periplo (segunda vuelta al mundo) que sembró el pánico en los reinos españoles del Pacífico. A partir de 1585 Inglaterra dio rienda suelta a sus corsarios para que atacaran indiscriminadamente cualquier territorio o mercante español. (Rumeu de Armas y Lucena Salmoral, 1992; p. 178)
De los primeros viajes de Francis Drake realizados después del revés de San Juan de Ulúa, dice M. Izzo (1973) que:
… a los dieciocho años emprendió sus aventuras piratas. En 1572 saqueó Nombre de Dios (Panamá). Cinco años más tarde, protegido con el favor real, partió en expedición hacia el Pacífico con cinco buques pequeños y una dotación de 166 hombres. Recorrió las costas de Marruecos, Cabo Verde y América del Sur. Tras numerosas y azarosas aventuras – rebeliones intestinas, lucha con temporales – saqueó puertos y costas, robó galeones y reunió un codicioso botín… (p. 17)
Drake sacaría provecho a las cartas de navegación que confiscaba a los capitanes españoles después de apresarles sus naves. Asimismo, las informaciones que él sacaba a los colonos con el uso de las fuerzas; permitieron en gran medida que el sir inglés llevara adelante la empresa de recorrer los dos océanos y de hacerse con buenos tesoros consistentes en oro, plata, perlas y demás joyerías y mercaderías propios del Nuevo Mundo. Siguiendo a Lourdes de Ita Rubio (2001) se tiene que Francis Drake junto a los tripulantes que le acompañaban se lanzaron a cruzar el Pacífico por el suroeste, por la ruta que seguía el galeón de Manila. Con el viento a su favor logró arribar a las islas Carolinas, en las cuales permaneció desde septiembre de 1579 hasta ese mismo mes del año próximo. A finales de 1580 retornó a Inglaterra repleto de riquezas para su país, lo que le valió ser recibido por la propia Reina Virgen quien en acto protocolar lo envistió con los honores nombrándole caballero real.
Los beneficios recibidos en la isla británica por las hazañas de Drake serían incalculables. Por un lado, se redimensionó para los ingleses el conocimiento del mundo allende a sus fronteras, permitiendo extender el reino isabelino hacia el norte de la América. En segundo lugar, las riquezas materiales que servirían para la infraestructura del país y la repotenciación de la Armada Real, maltrecha desde el fatídico día de Nueva España (1568).
Superó Drake a su maestro y pariente John Hawkins, este último se dedicó, después del desastre de Veracruz, a reinventar la marinería isabelina. Mientras, su sobrino y más avezado discípulo concretó lo que hasta el momento parecía un imposible en mente de cualquier otro inglés. Hay que resaltar que la política de Isabel I con respecto a los monarcas españoles de no revelarle su compromiso con los corsopiratas ingleses, llegó a su fin. España no era ya para Inglaterra un imperio de temer, más bien, esta última si habría de serlo para la primera, como se lo demostraría en el año de 1588.
A Drake y Hawkins, sobrino y tío, discípulo y maestro; se les vería juntos por última vez en 1595 a casi 30 años del trágico día de San Juan de Ulúa (1568). En esta nueva aventura se dirigieron a la cuenca del Caribe con la intención de salvar al hijo único de John Hawkins, Richard, hecho preso por la Inquisición en Perú. El desate de una epidemia no permitió consumar lo previsto, pero si permitió consumar la vida de ambos. Hawkins murió en noviembre de ese mismo año 95. Drake – como se refirió – murió en el año 96; con dos meses de diferencia que su tío; es decir, en el mes de enero.
BIBLIOGRAFÍA
1. INÉDITAS
1.1. Bibliográficas
Cabrera, Geniber (2004). La actitud de la Corona española y de los pobladores de la Borburata del siglo XVI, ante las incursiones de piratas y corsarios. Tesis de Grado en la Maestría de Historia de Venezuela. Universidad de Carabobo. Valencia – Venezuela.
2. EDITAS
2.1 Bibliográficas
Abella, Rafael (1999). Los halcones del mar. (La gran aventura de la piratería). (2a Ed.). Barcelona. Ediciones Martínez Roca.
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Georget, Henry & Eduardo Rivero (1994). Herejes en el paraíso (Corsarios y navegantes ingleses en las costas de Venezuela durante la segunda mitad del siglo XVI). Caracas. Editorial Arte.
Hernández Ubeda, José (1995). Piratas y corsarios (De la antigüedad a los inicios del mundo contemporáneo). Madrid. Ediciones Temas de Hoy, S. A.
Izzo, M. (1973). Piratas y corsarios del siglo XX. Barcelona – España. Publicaciones Reunidas, S. A.
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Ruméu de Armas, Antonio y Manuel Lucena Salmoral (1992). Preparación y descripción secuencial y cronológica de los acontecimientos hasta 1492. En: Iberoamérica: Una comunidad. Caracas – Venezuela. Monte Ávila Editores.
Autor:
Geniber José Cabrera Parra
IUT. Puerto Cabello
Datos personales
Licenciado en Educación, mención Ciencias Sociales, Magíster Scientiarum de Historia de Venezuela, de la Universidad de Carabobo. Profesor del Instituto Universitario de Tecnología de Puerto Cabello. Vice-Presidente de la Asociación de Historiadores Regionales y Locales, capítulo Carabobo.
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