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El personaje de "El Aleph" cuenta la historia que ocultó Borges


Partes: 1, 2, 3

    "Beatriz Elena Viterbo confiesa sus amores con Jorge Luis Borges".

    ( El otro Aleph)

    "Todo induce a creer que existe un cierto punto del espíritu, desde el cuál la vida y la muerte, lo real y lo imaginario; el pasado y el futuro, lo comunicable y lo incomunicable, dejan de ser percibidos contradictoriamente"

    André Bretón.

    Nunca imaginé que mi amistad con Beatriz derivaría en una historia de estremecedoras connotaciones sobrenaturales; historia de amor de la mano de una incursión metafísica invocando a Dios y el absoluto, amén de ciertas actitudes signadas por ritos esotéricos y crímenes aberrantes.

    Me relacioné con ella a través de un cursillo de Teosofía; la única mujer del grupo. Apenas 7 gatos locos, que nos reuníamos todos los sábados por la mañana en una vieja casona del barrio de San Telmo.

    Un rabino amigo me había hecho la invitación y yo la acepté con la intención de "desintoxicarme" un poco de tanta fórmula científica de la que aún no había podido desprenderme totalmente.

    Sabía claro, que la Sociedad Teosófica se había relacionado con el pensamiento oriental a través de Helena Blavatsky y Steele Olcot, algo así como a fines de 1880, cuando en "La Doctrina Secreta", el grupo comienza a configurar un plan futuro de dominación mundial, contando ? según ciertas especulaciones – con el entusiasta apoyo de la masonería. Pero esto no me detuvo. Mi incursión metafísica estaba ligada a la necesidad interior de encontrar un nexo entre el pensamiento religioso de Oriente y Occidente, y la incidencia del mismo con la Ciencia y las respectivas estructuras sociales de poder.

    Por otra parte, sabía también, que los aspectos religiosos cuyas raíces se remontan a los textos sagrados hindúes, rozaban ciertas cuestiones del ocultismo. En fin, que trataba de empezar a mostrarme permeable y abierto a todo pensamiento.

    Grupo ecléctico como pocos: el rabino, un musulmán experto en el Corán, un mecánico dental dotado de particulares poderes extra-sensoriales, un profesor de yoga con vastos conocimientos sobre la cultura y las religiones hinduistas; un extraño sin profesión declarada – hombrecillo enjuto de carnes, indigesto espiritualmente por efecto de una marcada actitud misógina – ; ella, que se había presentado como pensadora independiente, y por supuesto, yo, un físico matemático que vivía a dos aguas entre mi carrera científica – a la que había renunciado oficialmente – y mi nueva vocación de escritor.

    Desde el momento que la conocí, intuí que Beatriz tenía visos de mujer extraña.

    Algunos sábados venía a buscarla un tipo de cara desagradable, un tal Argentino (en cierta ocasión, ella comenzó a llamarlo a los gritos por ese nombre.) A propósito, ¡vaya nombre! Ciertos progenitores parecen desquitarse con la llegada de algunos hijos no deseados, endilgándoles nombres estrafalarios o ridículos. Comparando el nombre del amigo de Beatriz , es como si a un nacido en Nueva York lo anotaran en el registro público bajo el nombre de United State Harrington; a un nacido en la península itálica, Italico Di Stéfano, o a un moscovita, Ruso Petrovich.

    Durante casi tres meses- si mal no recuerdo- la relación con Beatriz no pasó de los formales buenos días y hasta el sábado que viene.

    Mujer de un arcano poder seductor, durante la primera etapa de nuestra relación, observé que ella no seducía con la voz ni tampoco lo hacía con ese tipo de rituales corporales tan comunes en otras mujeres; en esa instancia, no vislumbré rasgos físicos atrayentes a los ojos masculinos: ni senos enervantes ni trasero firme bien dibujado; ni siquiera era portadora de una mirada explosiva o incendiaria ; sin embargo, pude darme cuenta que su belleza, más que visible, era palpable; hacia acto de presencia a través de vibraciones infinitesimales de poderosa emanación.

    Se me ocurrió compararla con esos ríos de llanura cuya superficie plana y casi inmóvil aparentan la armonía de una paz bucólica, pero que basta descender un par de metros para sentir el efecto demoledor de sus violentos remolinos interiores. Esto, más el hecho de verla atraída, consustanciada con especulaciones metafísicas relacionadas con mundos paralelos, con el más allá transfinito y la física cuántica – tan lejos de las cacerolas y los pañales-, conformaron otro polo de poder seductor, diferente pero irresistible.

    Las cosas tomaron un sesgo inesperado, a partir del sábado en que hube de disertar frente a mis compañeros.

    A propósito de la charla, después de analizarla más detenidamente, llegué a la conclusión que se ahondaba de manera irreversible mi conflicto con la ciencia ortodoxa. Ha caído el velo ? me dije entonces-; la razón no sirve para la existencia. Tal vez por eso, necesitaba un baño de misterio. Incluso me había apartado de lo meramente religioso; una verdadera mixtura: ciencia, metafísica, condimentos esotéricos; elementos que para un científico resultan verdaderamente transgresores.

    Me tomé el trabajo de guardar los apuntes. A continuación, lo que sigue es parte de aquella disertación:

    "Creo que una de las cosas que moviliza nuestro espíritu, es la idea de la eternidad, aunque no la del hombre en sí; me refiero a la existencia totalizadora. A propósito, he recortado un pensamiento bellísimo. Durante mi permanencia en Francia en el Laboratorio Curie, me enteré que un padre jesuita solía decirle a sus alumnos lo siguiente: Imaginad que la tierra es de bronce y que una golondrina, cada mil años, la roza con un ala. Cuando toda la tierra se haya desgastado de este modo, sólo entonces empezará la eternidad… Colegirán conmigo que esto tiene una belleza estremecedora. Sin embargo, amigos míos, la eternidad no es sólo la infinita longitud del tiempo. Esa es solo una apreciación subjetiva. Hay que desconfiar de las imágenes; entregan un cadáver al subsuelo. Las únicas imágenes capaces de transportar una idea superior, son las que crean en la conciencia un estado de conmoción y de extrañamiento, susceptibles de elevar esta conciencia hasta el nivel en la cuál se hace ostensible la idea en cuestión. El secreto consiste en poder captar las ideas con toda su inocencia virginal; los ritos mágicos y la verdadera poesía no tienen otra finalidad. Esto forma parte de lo que no podían comprender mis colegas pacatos en París. La ciencia no será ciencia mientras permanezca ajena al espíritu del hombre; debemos desconfiar de los resultados derivados de las ciencias físicas-matemáticas; lo que hoy aceptamos como verdad irrefutable, perderá su esencia ante la incorporación de nuevas teorías , nos pondrá frente a una segunda lectura . ¿Qué quiero decir con esto, mis amigos? Que cada nuevo descubrimiento, termina por destruir muchas de esas verdades, entre comillas. Por eso veo a la ciencia como una matrona que cojea permanentemente y esto será así, mientras no se abra a una visión totalizadora del pensamiento; una ciencia de carácter universal pero de obligada inserción social, no un coto de caza excluyente al servicio de intereses espurios. Creo que todos saben que, en mi condición de físico matemático, me he convertido en un desertor de la ciencia oficial. Y soy un desertor porque a lo largo de mi trayectoria, pude comprobar que la ciencia está sujeta, esclavizada a los intereses de poder tanto estatales cuánto privados. Pretenden usar el conocimiento para fines de dominación, sean estos militares o de control político en cualesquiera de sus manifestaciones. Por eso decidí apartarme. Les confieso que fue un parto dificilísimo; ha sido una fuerte vocación la que me ha llevado por años a abrazar el mundo de la ciencia.

    Siempre tuve la convicción de que la materia guarda secretos de una proyección humana incalculable; más aún, estoy seguro que algún día, al ser revelados esos secretos, materia y espíritu dejarán de ser irreconciliables. En fin, amigos míos, espero que no me haya equivocado en mi decisión. Me ayudó mucho un pensamiento de Vicente de Paúl : Los grandes designios son siempre cruzados por diversos encuentros y dificultades. La carne y la sangre nos dirán que hay que abandonar la misión : guardémonos de escucharlas. Dios jamás cambia lo que ha resuelto, aunque se produzcan cosas que nos parezcan contrarias. Pido perdón por esta confesión privada que nada tiene que ver con el sentido de esta reunión. Volvamos a lo nuestro. Respecto al espíritu de nuestro estudio, me parece importante hablar un poco de Georg Cantor, quien- como ustedes saben- murió loco consumido por su propio pensamiento, aún indefinible para la mayoría de nosotros, los científicos. Resumiremos, a grandes rasgos, el pensamiento de Cantor. Imaginemos, sobre estas hojas de papel, dos puntos, A y B, distantes un centímetro uno de otro. Tracemos el segmento de recta que une A a B. ¿Cuántos puntos hay en este segmento? Cantor demuestra que hay más que un número infinito. Para llenarlo, es necesario un número de puntos mayor que el infinito. Entonces, hablamos del número aleph, que es igual a todas sus partes. Pues bien, este número es igual a todas sus partes. Si se divide el fragmento en diez partes iguales, habrá tantos puntos en una de las partes como en todo el segmento. Si se construye un cuadrado, partiendo del segmento, habrá tantos puntos en el segmento como en la superficie del cuadrado. Si se construye un cubo, habrá tantos puntos en el segmento como en el volumen del cubo. Si se construye, partiendo del cubo, un sólido de cuatro dimensiones, un tessaract, habrá tantos en el segmento como en el volumen de cuatro dimensiones del tessaract. Y así sucesivamente, hasta el infinito. O sea, la parte es igual al todo. Claro, es una perfecta locura, si adoptamos el punto de vista de la razón clásica, la ciencia que descansa en las realidades comprobadas. Sin embargo, es perfectamente demostrable. Podemos multiplicar por el número que sea y siempre se llegará al aleph. Sigamos con esta hermosa locura: aleph cero es el número de puntos contenido en un segmento de recta o volumen. El aleph uno sería el número de todas las curvas racionales posibles contenidas en el espacio. Y el dos, se corresponde a un número mayor que todo lo que se conoce. Resumiendo: no existen en el Universo objetos que al contarlos contengan la capacidad de absorción de un aleph dos. ¡Y los aleph se extienden hasta el infinito! Claro…suena casi a herejía. Es como pretender sentarse con Dios para hablar de los misterios de la creación misma. La teoría de un espíritu alucinante. Pero…, a modo de ejemplo, recordemos que se creía que la conservación de la energía era algo sólido, inconmovible, una especie de catedral gótica. Hasta descubrirse que el radio produce energía sin tomarla de ningún lado. Se daba por cierta la identidad de la luz y de le electricidad : no podían propagarse más que en línea recta y sin cruzar obstáculos. Hasta que se pudo demostrar que las ondas y los rayos x atraviesan los cuerpos sólidos. ¡Otra ciudadela inexpugnable que termina desintegrándose! ¡El templo de la verdad que se hunde! ¡El mundo ha dejado de lado a la Razón! Por primera vez el pensamiento científico parece inmerso en un tembladeral y se mezcla lo físico con lo metafísico. Si el principio de la conservación de la energía es falso, ¿qué impide que un médium se contacte con los muertos o genere ectoplasma? Si las ondas magnéticas atraviesan la Tierra, ¿porque no podría propagarse el pensamiento? Recuerden que William Blake habla de un universo contenido en un grano de arena.

    En aquel momento levanté la vista y miré a Beatriz. Y el milagro se produjo. Su pensamiento y el mío se encontraron de pronto en el punto Omega de esa franja inasible pero real dónde nuestras miradas coincidían.

    Mi ego había comenzado a delirar. Entonces fui por más. Deliberadamente había dejado para el final de mi charla, las frases discursivas que suelen conmover al auditorio más apático. Aquí lo tengo escrito: "…. esto me hace recordar la famosa paradoja de Banach y Tarski. Según esta paradoja, es posible tomar una esfera de dimensiones normales; por ejemplo, la de una manzana o de una pelota de tenis, cortarla en rodajas y volver a juntarlas enseguida, de manera que se obtenga una esfera más pequeña que un átomo o más grande que el sol. No se ha podido realizar físicamente la operación porque el corte debe hacerse siguiendo superficies especiales que no tienen plano tangente y que la técnica actual no puede realizar eficazmente. Sin embargo, algunos de los grandes físicos que se apartan de la ortodoxia del conocimiento, sostienen que esta operación es teóricamente aceptable. Para terminar- y me gustaría que éste fuere el punto de nuestro debate– los trabajos de Banach y Tarski llegan a conclusiones que coinciden, de manera alucinante, con los poderes que se atribuyen los iniciados hindúes en la técnica Samadhi: declaran que les es posible crecer hasta alcanzar el tamaño de la vía láctea o contraerse hasta la dimensión de la menor partícula posible. Estimados amigos…veo la cara de asombro, asombro que yo también comparto. Pero todavía se puede ir más lejos: se puede imaginar que, a consecuencia de manejos que afectarían a un tiempo a la materia, a la energía y al espíritu, cualquier punto del espacio puede convertirse en un transfinito. Si tal hipótesis correspondiera a una realidad físico psíquicomatemática -un tanto complejo esto,¿no?;pero de alguna manera está ligado a la audacia de este pensamiento-; decía entonces que de esta forma, tendríamos la explicación de la Gran Obra de los alquimistas y del éxtasis supremo de ciertas religiones. La idea de un punto transfinito desde el cuál sería perceptible todo el universo, es prodigiosamente abstracta, y- como todos sabemos- no está en contradicción con el espíritu religioso amplio, al estilo de Theillar de Chardin… Pero no lo son menos las ecuaciones fundamentales de la relatividad, de las cuáles se derivan sin embargo, el cine y la bomba atómica. Más próximo a nosotros, Shakespeare pone en boca de Hamlet: "¡Oh, Dios, quisiera estar encerrado todo entero en una cáscara de avellana y, sin embargo, irradiar en los espacios infinitos!"

    Con tanta artillería pesada para discurrir filosóficamente, el debate se extendió más de lo previsible. En pleno mes de Julio, Buenos Aires era golpeada por una ola de frío particularmente muy intensa. Para colmo, agravada ese sábado por un temporal del sudeste, que había convertido las calles poco menos que en intransitables.

    Por entonces, yo tenía un automóvil baqueteado pero bastante confiable, y, aprovechando los avatares del mal tiempo, le dije a Beatriz que me ofrecía a llevarla. Me miró desde el fondo de sus grandes ojos verdes, y yo tuve la impresión que por primera vez aquella mirada había descendido unos escalones.

    "- No sabe como se lo agradezco, Ernesto. Cuándo salí de casa no llovía y ahora se ha vuelto a levantar este viento del sudeste… Para colmo, desde ayer, Argentino está en una estancia en Castelli. Claro que acepto encantada.

    "Mientras conducía, me fue contando algunas cuestiones relacionadas con su vida. Por ejemplo, que después de vivir durante varios años en una casona en la calle Garay, agobiada por el peso de una serie de contingencias personales y familiares de las que aún no había podido desprenderse -"… y que en algún momento me gustaría contarle" ?acotó. Luego, me dijo con una voz oscura, que había decidido marcharse a Francia- París para ser más preciso- , y que en Agosto de 1939, ante la inminencia de la guerra, se embarcó de vuelta para la Argentina.

    En fin, que en aquella etapa, acosada por una crisis existencial, buscó refugio lejos del mundanal ruido.

    "- Me fui a vivir a Mechita, no sé si sabes que es una pequeña localidad, cerca de Bragado; no creo que llegue a los mil habitantes. Dejé mis relaciones capitalinas, y alquilé una vieja casona en las afueras del pueblo. Nadie me conocía ni yo conocía a nadie. Te sorprenderá saber que tuve amoríos clandestinos por doquier: uno que otro estanciero de la zona; el jefe de la estación de tren; el delegado municipal, e incluso en una única ocasión, con un dignatario eclesiástico que estaba de visita a la diócesis local. Luchaba con mis dos opuestas aristas Ernesto: por un lado, bucear en las profundidades del alma a través de técnicas de meditación que me había enseñado un yogui en Francia; en fin…, un poco en consonancia con todas las lecturas afines al espíritu hindú; ya sabes, ese tipo de tratados filosóficos que tienden a la elevación espiritual… Pero…, por el otro, la cosa visceral, la maldita lujuria, el infierno de la carne que no me daba tregua.

    Prosiguió la historia, señalándome que luego de semejante periplo, había vuelto al país. Desde entonces, vivía en un departamento cerca del monumento a los españoles, desde dónde podía contemplar el río. "El agua tiene la virtud de aligerar los pensamientos". -pontificó. Que producida la trágica muerte de su padre – en esos momentos, a través del rabillo de uno de mis ojos, observé que el rostro de Beatriz se contraía-, llevaba casi 15 años viviendo sola.

    Cuando yo hiciera mención a su activa vida sentimental, me confesó que la misma era muy inestable.

    Por último, hizo alusión a su situación económica, alegando que tenía un buen pasar, gracias a la renta de unos departamentos que heredase de su padre, y de un campo en Castelli afectado al cultivo de granos gruesos.

    Quise saber algo respecto a ese Argentino que solía venir a buscarla.

    Otra vez me pareció ver en su rostro cierta perturbación.

    "- ¡Ah! Carlos Argentino es mi primo hermano. Una historia muy particular. Pero no es el momento para detalles.

    "-Entiendo- dije sin mucha convicción.

    "Casi enseguida nos llamamos a silencio. El perfume de ella- francés y de los más valiosos- había comenzado a impregnar el interior del vehículo.

    Pronto llegamos a su departamento. Me invitó a subir y yo no me hice rogar. Piso siete, número siete.

    Amplia estancia, con una gran alfombra persa- tonalidades azules y doradas en medio de sus arabescos diseños- debajo de una larga mesa de caoba. Moquete impecable; un ventanal biselado que daba a un balcón terraza con el fondo de la oscura geografía del Río de Solís.

    "- Por favor, espero que me acompañes con una copa. Necesito hacerte algunas preguntas…, y tal vez te cuente algo que pudiera interesarte. Te pido unos minutos para quitarme esta ropa mojada. Pero antes quiero hacerte una pregunta. ¿Entiendo que conoces a Jorge Luis Borges?

    "- ¡Cómo no voy a conocer a Borges! Es toda una institución en las letras… Me lo presentaron hace poco en Sur, la revista. También a Victoria Ocampo, Mallea, Bioy Casares, toda esa gente… ¿A qué viene lo de Borges?

    Recuerdo que me causaba gracia y regocijo su españolizada manera de expresarse. Nunca le pregunté los motivos de tan peculiar arista de su personalidad.

    "- Ése es el eje de la charla. Borges y el aleph.

    "Cada vez más sorprendido, le pregunté si tenía una relación con un planteo de carácter metafísico del cuál hablaba la Cabala judía.

    "- Exactamente. Es respecto a En Soph, la ilimitada y pura divinidad ; el símbolo de los números transfinitos. La respuesta a tus disquisiciones de la charla…

    "- Sí, pero eso del aleph es un asunto metafísico ligado a las mayores abstracciones matemáticas– dije sin imaginar aún la relación con Borges.

    "- Tarski, Banach y Cantor no creo que hablen de reglas de tres compuesta…

    "Tuve que admitir mi error.

    "- Ernesto: eres la única persona con la cuál puedo hablar estas cosas– en esos momentos extrajo del pequeño escritorio, la copia a máquina de un escrito-. Mientras me ducho y me cambio, te pido por favor que leas esto. Se trata de un relato inédito de Borges: El Aleph. En algún momento me confesó que prepara un libro de cuentos en el cuál piensa incluir este relato. Aunque te sorprenda su extraña temática…- y entiendo que su lectura no da para menos – te pido por favor que lo leas con suma atención. Carlos Argentino y yo somos los protagonistas. Por favor… ¡Ah! Quiero que te sientas como en tu casa. De verdad Ernesto. Ahí tienes el bar; puedes servirte lo que quieras. Por favor, léelo. Prometo explicar todo. Colegirás conmigo que estás frente a un raro privilegio; no todos los días uno puede acceder a un texto inédito de un escritor como Borges.

    "- Cierto– asentí.

    Cuándo me quedé solo, comenzaron las especulaciones de rigor: ¿qué hacía allí? ¿Qué sortilegio me había llevado a seguir los pasos de esa extraña mujer casi como un autómata? ¿Acaso estaba impelido por la idea de una aventura sentimental con una mujer extravagante? ¿O intuía la posibilidad de participar de un secreto tenebroso? Preguntas momentáneamente sin respuesta.

    Leí el relato. Sin duda, se trataba de un escrito de Borges. Pese a las ironías y a su humor ácido- bien borgeano por cierto- , el relato me pareció un divertimento literario, mezcla de esoterismo, metafísica y realismo fantástico, en el cuál Borges parecía ejercitar cierta y oculta catarsis. Efectivamente, Beatriz Viterbo asumía un papel protagónico junto con el detestable de Carlos Argentino.

    El caso fue que dicho escrito, se convirtió en una de las mayores sorpresas de la charla. Me seducía que Borges tomara como factor de su creación literaria, un tema que a mí me movilizaba como especulación teórica desde el punto de vista científico. No pude evitar pensar en lo causal de lo casual.

    Al mirar mi reloj, me di cuenta que Beatriz se tomaba su tiempo.

    De pronto me vinieron deseos de repantigarme sobre unos mullidos y enormes sillones; al instante deseché la idea, al ver que a través de la luz difusa del cielorraso, destacaba una nutrida biblioteca sobre el fondo de la sala. En los estantes descubrí que el elemento predominante lo constituía una llamativa variedad de obras dedicadas a la alquimia y al pensamiento esotérico en general, mezclado todo con una visión apocalíptica del mundo: Gurdiejj, André Breton, Guénon, la Cabala judaica… Nombres y obras familiares durante la época de mi incursión surrealista en París, algo así como escapadas del intelecto.

    Alcancé a ver también un libro de tapas negras que hacía mención de Los nueve desconocidos, esa supuesta sociedad secreta de la India, inspirada por el emperador Asoka.

    Por un acto reflejo, después de tomar entre mis manos un libro abierto, sentí un estúpido rubor: se trataba de una lujosa versión del Kamasutra.

    Cuando ella volvió, no era la misma Beatriz que conocía: bata azul ceñida al cuerpo- después de todo las formas anatómicas no eran nada despreciables-; camisola blanca de generoso escote con finos canutillos y un pañuelo de seda haciendo juego sobre la cabeza, con dos armoniosos plisados cayendo sobre uno de los flancos de su rostro; al fin, la callada y modosita, asumía posturas un tanto provocativas.

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