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Joaquín Marta Sosa: Memoria del arraigo (página 2)

Enviado por irapavilo


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Progenitor cantado por un poeta que lo reivindica a cada paso, como verso, como dedicatoria, en fin, como presencia reiterada, como motivo inextinguible de un amor filial que lleva al escritor a estar pendiente de lo nimio y lo trascendente, de lo trivial y lo sustantivo del quehacer de un padre que el poeta redime para vencer a la muerte. De esta forma, Marta Sosa, evocativo, recuerda a su padre en la sala de su casa, cómodo, atento a lo que ocurre en una pantalla televisiva, en aquellos momentos en que "derivó en irredento fanático / de las telenovelas." Padre que, al decir del hijo, inició el talk show, "inauguró la televisión participativa", discutiendo las tramas, "en especial cuando los finales no eran / suficientemente explícitos / y la felicidad de los buenos la saboreaba / incompleta".

Marta Sosa también evoca a algunos de sus héroes mediante la acción llevada a cabo por otras personas que estuvieron pendientes de las andanzas y actividades de los héroes del poeta. Así ocurre con el General Sandino, quien es evocado en sus circunstancias de lucha y de victoria en Las Segovias contra el ejército norteamericano, mucho antes del absurdo ocurrido en Vietnam, por un viejo periodista italiano, Vittorio, quien en medio de una enorme y grande carcajada celebra la respuesta de Sandino "para el yanqui que le pedía / rendición incondicional": "he recibido su carta y tomo nota de su contenido. / No me rindo / y los espero aquí".

Más recientemente, el poeta tiene palabras para aquellos héroes – mártires que la intolerancia y la violencia sin justificación va dejando en calles y plazas de una España urgida de esa paz demandada por ciudadanos que imploran el cese de los crímenes indolentes por parte de unos terroristas insensibles sembradores de muerte y llanto. Sentido homenaje le rinde el escritor a José Luis López de Lacalle ajusticiado a mansalva por una ETA sanguinaria. Conmovido Marta Sosa expresa; " El paraguas ya no está, / coronas de flores, / velas, / pasos que se acallan, / ocupan su lugar. /Las flores se van haciendo mustias, / morirán, / no así el paraguas / que puede ser para otros ojos / copa y vino: / al asesinato / la vida siempre se le escapa".

Igualmente, el recuerdo de la odisea y la pesadilla vivida por el líder africano Patrick Lumumba para obtener la libertad y la independencia de su oprimido pueblo, lleva al poeta a comentar la foto que registra implacable los adentros del dirigente en el momento de la detención inevitable y las cárceles previsibles:"en ese camión estás cercado por gritos y por órdenes, / padeces la fatiga de todo tu trabajo, perdiste las palabras de la plaza, / estás desnudo como la voluntad del enemigo".

El respeto que Marta Sosa experimenta por otros de sus genuinos héroes lo lleva a componer un " historial de marejadas", en el que rinde homenaje a algunos escritores de su admiración: al Arcipreste – de Hita suponemos – quien "baja desde lejos, / su voz conversa paso a paso con sus huellas / por un camino que es de siglos y de gozos, / de enfermedades temblorosas, borracheras / y camas cuyas compañías permanecen / borradas, renacidas, / en nieves, polvaredas, extravíos"; a Miguel de Cervantes a quien le advierte:"te devuelven al cuerpo de la hiedra / y mantienen tu atención en cada pájaro. / Entre tanto, uno tras otro, cada uno, / musita al leve olor que la desdicha / consuma sobre la página y el libro"; a Franz Kafka, constatando el poeta que "todo es sombrío en la matanza / pues en la oscuridad se traza la escritura / para no volver jamás al círculo / que, por fin, alguien ha cerrado"; a Ramos Sucre, a quien el escritor contempla absorto "en ese atildamiento tan lejano, impropio del mutismo de tus miedos"; a Walter Benjamín, a quien – en la confianza que se desprende de la admiración – el poeta le observa que:"sabes que en nada hay que pensar"; Alejandra Pizarnik también es convocada por Marta Sosa al homenaje: "Suspiras aliviada; / ningún poema incierto te requiere, sólo la tranquilidad para el instinto / o las corazonadas / que poco a poco dejan de venir".

Heroínas de sus entornos cotidianos, de sus andanzas de todos los días, se suman igualmente al granado inventario de seres especiales que concitan la emoción del poeta. En especial, dos heroínas anónimas son objeto del respeto y de la reverencia del poeta: una maestra y una cantante. De su maestra Elena Benítez, Marta Sosa recuerda que "me abrió el cofre iluminado en los afectos / me regaló como inacabables esmeraldas / las emociones y los dioses (…) me fue mostrando el mundo / logrando que me brotara desde adentro / porque allí estaba y no en las calles que se alejaban de la escuela". De la cantante Esperanza Márquez, el poeta subraya que "vuelves a encender / esa primerísima luz del hombre, / anterior al fuego / más antigua que todas las palabras / allá, en el fondo del gesto inicial, morador de pájaros inalcanzables, / que conquistaba en los sonidos / toda forma". Mujeres que utilizaron de manera diferente sus gargantas, las cuerdas vocales, los timbres de su voz, las inflexiones, pero que dejaron ambas una huella indeleble en la emoción de Marta Sosa, quien las traslada del sitial de la amistad al altar de sus héroes.

La obra plástica de Ernesto León le permite también a Marta Sosa explicitar una admiración que se traduce en un compendio de análisis y reflexiones que se derivan de la temática y la técnica de un artista que se compenetra con el poeta, porque al fin y al cabo: "todo aquello que tú haces también somos / lo que hacemos también eres".

Pájaros, palmeras, Cristo en su vía crucis, Bolívar, los héroes, la Virgen entronada, los paisajes de siempre, nuestros artistas, el mismo Dios eterno y vigilante, le sugieren a Marta Sosa cavilaciones, admoniciones, conclusiones, consejos, tajantes afirmaciones acerca de cómo la obra es fiel reflejo de la vida, de las pasiones del creador, en la medida en que: "el arte revela tus cifras / las encubre y descifra provoca tantos estallidos".

Pintura de un artista que Marta Sosa concibe como un mayordomo de sus instantes, como un secretario de unas emociones múltiples, dispares, diversas, que tienen, sin embargo, un mismo fin, un derrotero común: hacer evidente "lo nuestro con nosotros como una montaña por guardar", a objeto de que nuestra Venezolanidad, pájaros, árboles, próceres, paisajes "…no se pierdan en la historia / con nosotros / ni los hechos / y jamás los sentimientos".

Así como hay héroes y heroínas hay también antihéroes, nos recuerda el poeta, cuando dedica parte de su poesía a resaltar la insensatez de la muerte de León Trotski de manos de Ramón Mercader. No se extraña el escritor del informe de la autopsia del forense cuando indica que el corazón de Trotski era muy grande, porque ya había dado "el gran perseguido", muestras de su generosidad y de su amplitud con su "ardiente fe / para soportar toda humillación y sufrimiento / sin escarnecer de la causa / a la que dio todas sus fuerzas / y todas sus flaquezas". Registra Marta Sosa las circunstancias de traición y venganza que motivaron a Ramón Mercader a cometer ese crimen cobarde y premeditado, así como la cicatriz que por siempre llevó el asesino en su mano derecha como un estigma de la justicia, producto del mordisco justiciero de un revolucionario que "era de los pocos / a la altura del camino…"

Y si de antihéroes hablamos, Marta Sosa también se traslada a "la datcha / situada en Kuntsevo / como a 20 km de Moscú", para manifestar su complacencia por lo que ocurrió allí, la noche del 28 de febrero de 1953, cuando "Jósiv Vassarionovitch Dzhugashvili / conocido en todo su país como Acero (Stalin) "desde siempre", se emborrachó hasta más no poder y decidió descansar en una de las 43 habitaciones de la datcha, "todas ellas preparadas para que en cualquier momento / y en cualquiera / Stalin se retirase a dormir / sin que nadie debiese enterarse de la habitación elegida".

Después de que Stalin se encerrase en la habitación desconocida pasaron más de 28 horas sin que nadie supiese de él, ni éste diese señales de vida. Con la angustia del caso, Marta Sosa recuerda que "los soratniki (algo así como la élite del poder)" decidieron buscar al tirano donde sea y a como diera lugar: "Fue necesario forzar las puertas de 37 habitaciones / y en la siguiente lo encontraron / estaba tirado en el suelo, contrahecho / en medio de orines, excrementos y moscas: / llevaba 60 horas de agonía y soledad".

60 horas de agonía y soledad que no fueron suficientes para que el dictador purgara todos sus delitos, pagase todos los crímenes cometidos contra una sociedad indefensa que, en medio de su despotismo, sólo podía saber de él, verlo, en las incontables fotos, afiches, estatuas, vallas "que presidían cualquier lugar / deteniendo el tiempo en la vasta nación". Déspota contemporáneo, sátrapa sin igual, que experimentó en carne propia, en medio de sus excrementos y los detritus de su cuerpo, la venganza de todo un pueblo que con Marta Sosa puede concluir reflexivo: "Son cosas de cuando se impone el terror / éste se regresa / inevitablemente / hacia el aterrorizador".

6. El deporte también es poesía

Sólo el sudor puede salvarnos

Quienes conocen a Marta Sosa saben de su pasión por el deporte; quienes no, se extrañan que el humor de sus días lunes dependa del resultado del partido que jugó el Real Madrid el día anterior. Esta pasión que milita intensamente en sus entrañas por el fútbol, el béisbol, el ciclismo, la lucha libre, el atletismo, la lleva Marta Sosa a su poesía, incorporando temas y situaciones un tanto heréticos, heterodoxos, dentro de una literatura que asume que el único sudor que puede correr sobre sus páginas es el del amor, el resultante de dos cuerpos al desnudo que se disfrutan en medio de las aguas íntimas, de los efluvios de la carne.

Nuestro poeta recurre al deporte para exaltarlo, testimoniando una pasión que lleva en la sangre, en sus orígenes, en sus primeros recuerdos, cuando un balón de fútbol pateado, cabeceado en los campos de Nogueira, marcó sus primeras aficiones, sus inclinaciones primigenias a la competencia y al sudor. A estas pasiones genéticas e infantiles se sumaron otras con el tiempo; las de un deporte nuevo, aprendido en un país que luego hizo suyo, que muy poco tiene que ver con patadas y cabezazos: el béisbol; y el de otro: la lucha libre, que por el contrario, no es otra cosa que cabezazos, patadas y una que otra zancadilla permitida en una farsa que todos, aun sabiéndolo, asumimos como verdadera competencia.

El ciclismo tampoco le es ajeno a un poeta que concibe que, a pesar de que los atletas no aspiran a ser dioses, les pertenece el paraíso. Deportes distintos, de orígenes diversos, con reglas propias e incomparables, de habilidades y destrezas específicas ejercidas por unos atletas a los que el poeta les dedica un largísimo poema laudatorio, en el que se concreta el sentir, el convencimiento de unos competidores que saben que el éxito o el fracaso, el podio o la descalificación, la medalla o el anonimato no deben "…encomendarlos a los dioses" sino "sólo a nuestras fuerzas y destrezas / a nuestra inteligencia, el ingenio bien dispuesto, / a nuestra posibilidad en la agonía".

Marta Sosa se introduce en las palpitaciones más íntimas de unos atletas que dependen exclusivamente de sus músculos y motivaciones para que el esfuerzo propio se transforme en mérito indiscutible, cuando la victoria llega, en medio de jadeos y sudoraciones que traducen límites físicos y fronteras de lo humano.

Los atletas dicen a través de la poesía de Marta Sosa que: "Todo es posterior al juramento / cuya regla de oro y única / nos obliga a sacar de lo profundo / esas virtudes que tampoco nosotros conocemos". Reconoce así el poeta el poder de la competencia, el influjo del entorno, la influencia de las tribunas que alborota adrenalina y ganas; posibilitando lo imposible, permitiendo un triunfo impensado en el que "las manos quieren alas / los pies desean gacelas desbocadas, / los brazos piden remos en tormenta / y el corazón vuelve a la vida / en medio de un océano donde la pasión quema / y engulle".

Triunfo y revés, derrota y victoria, alegría y llanto, contento y depresión, algarabía y silencio, vítores y rechiflas, aplausos y abucheos, son poetizados por un escritor que intenta poner las situaciones en su justa medida; que sabe que es imposible que todos ganen y que todos pierdan. De esta forma, Marta Sosa recuerda que: "Sin hacernos inmortales, / acaso apenas recordados, / la competencia impone vida sobre muerte", y como resultado de esa lucha incruenta entre vivir y morir, entre ganar y perder, existe la victoria y la derrota. Esta última, al decir del poeta: "nos pide templanza y homenaje / puesto que nos fue dado el perder / con dignidad y honor intactos", mientras que la victoria "impone su humildad / y respeto claro al otro, /…pues detrás de la victoria / la derrota siempre espera por nosotros".

Paraíso celestial, realmente alcanzable, asible; el deporte, el juego se erige en edén donde, al igual que en el creado por el Dios de todas las cosas, no se permite el olvido y "no cabe desesperación o desengaño / aunque tantas veces nos tomen de la mano". Atletas capaces de construir su propio paraíso y el colectivo, todos y cada uno de los días, para luego retornar a la tierra, a sus cotidianidades, a sus quehaceres irrenunciables, generando una envidia que otros mortales e incluso los mismos dioses soportan en carne y en espíritu propio porque "los atletas somos el gozoso empleo / el limpio empleo del cuerpo y la razón / en su tremendo sacrificio y sufrimiento".

Atleta que, como ocurre con el ciclista del escritor, puede ser un dios crucificado en la cima de la montaña que pedaleo a pedaleo, jadeo a jadeo, centímetro a centímetro, conquista, luego de que el sudor, todo el sudor posible, abandonó su cuerpo, convirtiendo al ciclista en "un caballo enloquecido". Ascensión incomparable, demandadora de toda la energía existente en un cuerpo que va poco a poco dejando de ser, dejando de pertenecerle a ese ciclista que, a pesar de todo el esfuerzo realizado, siente que "el reloj no avanza ni los pedales / los metros se detienen el tiempo pesa como una esperanza que se escapa".

Cuerpo del ciclista sometido a todos los rigores del esfuerzo; castigado por todas las emociones que conlleva la competencia, que el escritor incorpora al suyo para efectuar una mimesis, una siamesidad que no acepta separaciones, mitosis, escisiones, porque Marta Sosa decidió ser uno con el atleta, integrarse a su cuerpo para apropiarse también de sus emociones y sentimientos más recónditos. "Hago mío ese cuerpo deshecho en una vida agigantada / llamarada que se extingue y se rebela", confiesa el poeta retornando a sus 12 años, a una infancia de bicicleta cargada en hombros, acompañado de un padre que le transmitió al hijo la pasión por una patria lejana cuyos colores flamean en el banderín de un equipo en el que cada ciclista anda a la caza de los demás, pero en esencia, "a la caza de sí mismo".

El ciclista de Marta Sosa es uno y trino, es él mismo, el poeta encarnado en atleta y todos los ciclistas del mundo que adquieren un rostro único, un pecho único, unas piernas únicas, unos oídos únicos que, en medio de la soledad de la ascensión, son incapaces de escuchar "cuando la gente grita contra sus ojos ciegos / contra sus oídos muertos / no te rindas / queriendo decir no nos abandones".

Deportista emblemático, subsumidor de todos los ciclistas de los diversos tours del mundo que pedalean ciegos, sordos, en el límite de sí mismos, desamparados, solos en medio del bullicio, ausentes de todo lo que acontece a su alrededor, al momento de comenzar a soñar "…con la tentación de un barco a la deriva / fuera lejos muy lejos de este mundo".

Corredor del poeta empujado "en la cárcel de sí mismo" a conquistar la meta, a traspasar el último kilómetro, la raya final, las banderas de victoria, aunque la vida ya no lo impulse sino sólo un "orgullo limpio y cruel" que en forma de fanáticos, de idolatras, lo azuzan y entusiasman para que, en medio de su propia muerte, llegue de primero a una vida que ya no será de esta tierra, porque más allá de la meta final hay otra vida donde la victoria y la derrota no existen, y mucho menos esa idolatría, esa exigencia incondicional del fanatismo, "esa amistad mortal / que lo reta y que él no desafía / que jamás traicionará".

No sólo el ciclismo es exaltado por Marta Sosa a la categoría de poesía, el fútbol, el balompié, es también convocado por el poeta para que se transforme en verso apasionado, y de la verde cancha se traslade a la página blanca para que el escritor confiese sin ambages: "así amamos el fútbol amigos / como un pájaro blanco / hacia la red silenciosa de los gritos".

Deporte del que Marta Sosa se apropia para testimoniar una admiración por esos jugadores que no tienen otra misión en la vida que la de correr, sudar, driblar, chutar, parar, rematar, pasar, disparar para que el gol brote de las gargantas de unos fanáticos que contemplan el partido como si de una prueba de esfuerzo se tratara; a fin de analizar como el corazón resiste tanta presión, tanta emoción, tantos sobresaltos. El poeta, como el mayor de los fanáticos, como un seguidor enardecido de ánimos y bríos, utiliza la pluma para describirnos esa "estética absoluta del ataque del sudor del grupo sin pecado".

De esta forma, el fútbol se adueña de "nuestra vida en los botines castigados / el barro y los colores / en la camiseta los restos de hierba fulminada", y toda la existencia gira alrededor de "el balón despedido y alto" que el equipo de la predilección y del fanatismo del poeta patea, cabecea, para con el pecho y la pierna, a fin de que la rodilla también se luzca en pases y fintas que producen emociones incomparables que dejan "el rostro a punto de salirse de los huesos".

Equipo del escritor, amado a pesar de todo, seguido independientemente de lo que haga en una jornada, en un campeonato, en una final, en una copa del mundo, porque el poeta sabe que así son las cosas del fútbol cuando de lo humano se trata: "a veces atildado a veces brusco / religioso en su fidelidad de perro / sacrílego como una vida eterna".

La sorpresiva, equívoca y en apariencia poco transparente muerte de Dark Búffalo, de "Margarito Muñoz Lozano, 32 años, / mexicano", despojado por primera vez de su terrible máscara, desenmascarado por la muerte que le permitió a la página roja de un periódico mostrar lo irrevelable: "la foto borrosa solamente esa foto / como otra máscara / en la cara desenmascarada", le sirve a Marta Sosa para rememorar una infancia, una adolescencia, una juventud signada por y para el deporte.

Revive el poeta las telenovelas, el Derecho de nacer de Félix B. Caignet que "Radio Continente y antes de la cena" transmitía sembrando la angustia y la desazón en el corazón de unos radioescuchas que esperaban impacientes que don Rafael hablara para saber por fin, de una vez por todas, los orígenes, el nombre del verdadero padre del sufrido e incomprendido Albertico Limonta.

Se retrotrae Marta Sosa a esos años cincuenta cuando "los 30 albañiles, portugueses / inmigrantes, / regresamos a la casa (y yo)" después de haber asistido a una larga jornada deportiva. El escritor rememora por igual "…cuando <<carepiedra>> fox le gana / al caracas / (él es del magallanes) / después de esas 17 victorias seguidas / del enemigo". De la misma manera, Marta Sosa nos recuerda indistintamente cuando "oscar calles se cae frente a kid terranova / sony león no puede con puppy garcía", o bien cuando "vides mosquera le metió aquel golazo / ramallets / la selección Caracas 1 / Barcelona 0".

Tiempos de la dictadura del general Marcos Evangelista Pérez Jiménez en los que una "muchedumbre única / junta los miércoles junta los domingos", proveniente de casi todos los rincones de Caracas, del oeste, del centro y del este, asistían a algún evento deportivo para poner "el alma en su completo vilo".

Pérez Prado y su Patricia van "nadando en el silbido" de un grupo de jóvenes que contemplaba ensimismado en una televisión recién estrenada, tanto en las casas como en el país, como "renny suaviza / las cosas / invitándonos al desayuno (.) y saume aniquila mi rabia a las 12 / con / ella la inolvidable". Días de felicidad cierta, en los que todavía la política, el afán de justicia, la lucha contra la opresión, no se le habían metido en el alma a Marta Sosa, y éste desfilaba como "portaestandarte del colegio / esa semana de la patria / redoblando mi paso (15 años) / frente al / dictador / (que tenía tiempo siendo eso)".

Noches de terrible e inenarrable emoción evoca también Marta Sosa cuando el motivo de su largo poema elegiaco, Dark Búffalo, el sucio, el malo, el coño´e madre, se enfrentaba al bueno, al limpio, al tipo del carajo, a Heney Awed, "y poníamos ese puño espeso / y vengativo / contra el televisor". Dark Búffalo, luchador indoblegable, recuperado del olvido por el recuerdo de un poeta que nos refiere los momentos previos al combate en que "pepe pedroza lo anuncia / con sus 200 libras / yyyyyy un cuarto", generando ya desde los mismos inicios, desde el primer asalto una arrechera tal que "con la boca hecha pistola / le mentamos / la madre / lo hijoeputeamos".

Dark Búffalo, el pobre Margarito, el hijo de Guadalajara, contemplado una y mil veces, personalmente en un Nuevo Circo que concitaba la presencia de una juventud enardecida por las maldades y suciedades del luchador, o bien en el televisor del italiano de los abastos Padova que lo ponía "hacia la vitrina cada noche / para que todos los de la cuadra / pudiésemos / ver aquel milagro".

La muerte inesperada, sorpresiva, súbita de Margarito López, del odiado y querido Dark Búffalo convoca, en la emoción de Marta Sosa, épocas y situaciones pasadas, "…la inauguración de la francisco / de miranda / (nuestro campo de béisbol / antes de que la construyeran)", "el templete en la principal de campo claro / (un día, agárrese caballero, / nada menos que / con billo y tito puente)", e incluso una jornada muy especial, una circunstancia que hoy podemos considerar afortunada y bienvenida, que marcó la vida de este hijo de inmigrantes, en la que suponemos decidió ser para siempre un venezolano más, y no de más, el mejor posible de los venezolanos: "hasta el día ése / cuando el jefe civil / metió preso a mi padre / porque le pegué al carajito / del perezjimenista / Y ESO NO LO PODÍA TOLERAR / EN EL HIJO DE UN / PORTUGUÉS".

Épocas de la Tongolele, de Libertad Lamarque y Arturo de Cordóva, de Toña la Negra, del Coney Island y Los Panchos, de Sadel y de Gatica, de golfeados incomparables en una ciudad pacata, pequeña, de sólo un millón de habitantes, donde un grupo de jóvenes estaba pendiente sobre todo de lo que pasaba en el Nuevo Circo, en el Palacio de Deportes, en la pantalla de televisión, con unos luchadores dispares, buenos unos, malos otros, limpios muchos, sucios unos pocos. El Barón Oliva, Bernardino La Marca, Basil Batah, el Médico Asesino, Antonio Roca, Heney Awed, concitaban la atención de los aficionados, pero en especial; ella se concentraba en el imbatible, en el más sucio, en el peor de todos, en Dark Búffalo, el invencible por 15 años: "EL SUBVERSIVO y ROMPIENDO SIEMPRE / LAS REGLAS DEL JUEGO / agrediendo la intolerable rutina / intolerable él mismo porque mostraba / la otra cara / la del riesgo, combatir los ídolos perfectos".

Dark Búffalo, quien para sorpresa de todos, retirado desde hace dos años de rines y sogas, de tacles, máscaras, estranguladoras y saltos mortales, yace ahora, un miércoles 29 de abril de 1981, en una calle de Maripérez, perdedor de su última batalla contra la muerte que, en forma de infarto repentino, lo puso de espaldas, sembrando dudas acerca de la posible existencia de una mano asesina, de un vengador anónimo contratado por los fanáticos que apostaban por los limpios, por los buenos, por los que no eran como el Búffalo.

Luchador emblemático, figura capital de un tiempo y un espacio, de una Caracas que el poeta vivió a plenitud, en medio de sus pasiones por un deporte que ciertamente fue, en palabras del propio Búffalo: "un desahogo para las preocupaciones". Lucha libre que todavía Marta Sosa practica, defiende, exalta, personaliza en la figura de Dark Búffalo muerta sobre el pavimento de una calle de Caracas, "en la ciudad / ésta / que nos grita / desde cualquier amanecer / para que se le ponga rostro / en medio de la máscara / y habrá que enfrentarla como él: / hasta que ningún latido / quede por usar".

Más recientemente, el percance acontecido a la atleta Mary Decker en una pista olímpica es reseñado por el poeta para compartir con la corredora su frustración y su rabia: "Caes en la pista como un pájaro sin huesos, alcanza tu brazo la enfermera / y sabes que no puedes / con tu propio acogimiento. (.) Víctima entera, en tu propio regazo / las posibilidades te arrodillan. / Entonces, apretada contra ti, / solitaria, / sientes que tu corazón reclama / como si hubieses detenido la carrera, / aquí, cuando de todas tus reservas / sólo el llanto / re reconoce y te ama".

7. El navegante solitario

Siempre vivió en soledad dolorosa

pero nunca fue solitario, ni un solo instante

La muerte y la soledad marcan la obra poética de Marta Sosa, en especial sus últimos poemarios están signados por el inexorable paso del tiempo que "en ese solo sobrevuelo semejando muertes / abre cauces que pueden ser de amor, / de lamentos cadenciosos y muy ciegos / y pocos van sabiendo aquello que no muere, / que también morirá sin oración / y con olvidos."

La muerte propia, inevitable, por llegar; la de sus padres y hermana, ya ocurrida, le imprimen un tono particular a una poesía que asume la muerte como una realidad inexorable que fue y que será, independientemente de que el escritor exprese, un tanto ufano y suficiente: "Basta con no preocuparnos / por la muerte / más allá de lo razonable, / y que debe ser poco, muy poco".

"Por esta casa anda la muerte con sus recuerdos" dice, sin embargo, Marta Sosa evocando a sus familiares ausentes, su abuelo, su madre, sus tíos y, en especial, su padre y su hermana. El poeta los resucita en muchos de sus versos, los hace cómplices y partícipes de sus reflexiones, dudas y certezas. En otras ocasiones, lamenta su ausencia, deja que la melancolía se posesione del recuerdo al momento de comentar, por ejemplo, en un largo poema autobiográfico, la caída definitiva de la máscara de Dark Búffalo, que puso su rostro a rodar, "como rodaron las vidas de mi madre / y de mi hermana / igual que la de mi padre que lo odiaba / sin poder contarles el cierre / de esta historia.".

Quisiera el poeta que sus familiares estuviesen con él, a su lado, al momento de culminar cualquiera de sus largos poemas, a fin de comunicarles los hallazgos, las moralejas, las enseñanzas que se derivan de unos versos que no son premisas mayores o menores de un silogismo, aun cuando son capaces de generar conclusiones, de proponer tesis que admiten adherencias y rechazos, apoyos y cuestionamientos, sumas y sustracciones.

La familia ayuda al poeta a mantenerse vivo y joven, poniendo un tanto de lado la vejez y la muerte, en la medida en que apoyan y sustentan la continuidad de una manera de concebir el mundo y la existencia que no se agota ni se extingue con la muerte, porque como bien lo reconoce Marta Sosa, a pesar de que "no somos inmortales hemos dicho, todo fin es nuestra marca", es también cierto "que nos sucedemos / unos en otros nos transferimos / en la punta de los años". Por esta razón, la poesía de Marta Sosa le pone cauces, establece límites, impone condiciones para preservar la vigencia de una saga familiar que se inició en Nogueira y se rescata en Venezuela por efecto de la obra de un poeta que entiende, que "no todo, / por imperfecto que sea, / puede dejarse en manos del río / de Heráclito."

Muerte que Marta Sosa, convencido de su inevitabilidad, instala en su poesía a fin de hacerla más cotidiana, menos extraordinaria; más previsible, menos extemporánea, entendiendo así que "La vida es breve, / más breve que ella misma;" y que todo, incluyendo el amor, la amistad, su propia existencia tiene un fin, una muerte que, sin embargo, puede superarse.

La amistad y el amor están signados también por la muerte en la poesía de Marta Sosa. Sus amigos van y vienen, pasan, quedan, se hacen evidentes y se diluyen en el recuerdo, son visitados con frecuencia y evocados en su lejanía, y sobre todo pueden también alejar y evitar la muerte del poeta y la de ellos mismos, porque ese sentimiento solidario, en la medida en que es pleno, auténtico y vigente, tiene la virtud, la capacidad, de llevar al escritor al convencimiento de que "no moriremos de pronto / no envejeceremos de repente / no nos olvidaremos de golpe".

El amor por su pareja también convive con la muerte porque Marta Sosa no se llama a engaños y sabe perfectamente que: "Inesperada llegará / vendrá la muerte entonces (.) y ya nada habrá que hacer / a pesar de este recuerdo penetrante / que tú serás entonces". De allí que la inmortalidad de la pareja no la asocie el poeta con la existencia física sino con el tiempo vivido, las metas conquistadas, los sufrimientos y contentos compartidos porque todos esos pequeños triunfos del amor son la victoria definitiva de la vida sobre la muerte, y "la pareja, aunque muera, / vivirá".

Muerte entronada, posesionada definitivamente de la poesía de Marta Sosa, quien no le teme ni la evade, aunque tampoco la ensalza y magnifica sino que la asume como lo que ella misma es: una realidad que puede ser batida, vencida, en la medida en que el poeta continúa amando y viviendo en los demás, con los otros, para sus semejantes.

Marta Sosa, armado de valentía y realismo frente a la muerte, frente a su propia muerte, se pregunta, previsivo y anticipatorio, "qué hacer con lo que me quede / del vivir / que tampoco sé cuánto es ni hasta cuándo". Afortunadamente sabe que para seguir viviendo debe fortalecer las pasiones, las emociones que sustentan la existencia; porque si no, de otra manera, en otra forma, ésta se hace "incapaz de vivir prisionera de sí misma (…) cuando los soportes se hacen trizas".

A objeto de evitar la muerte, su propia muerte y la de los suyos, Marta Sosa almacena, atesora, guarda, inventaría, ordena, contabiliza, todo aquello que le ha dado y le seguirá otorgando sentido a un tiempo suyo que no se agota en el simple transcurrir de un calendario cuantitativo y depredador, convencido de que la vida debe ser un sueño que se recuerda, y nunca "un sueño del cual perdemos la memoria", el poeta va acumulando recuerdos, hilvanándolos en un largo collar de cuentas existenciales; matando el olvido, a fin de que todo y todos: Nogueira, el primer y terrible viaje en barco, su abuelo, su padre, su tío, el béisbol, el fútbol, la lucha libre, el ciclismo, la justicia, la libertad, Cristo, sus compañeros iniciales de Sarria y sus amigos posteriores de tantos sitios, Rodrigo, su hermana, el Ché, Allende, Stalin, su maestra Elena, Tarzán, James Dean, sus primeros besos y, en especial, Tosca, su más grande y permanente amor, lo acompañen en esa cruzada contra el olvido y la ausencia, la soledad y muerte.

Muerte que el escritor entiende que no sólo llega cuando ella lo decide, sino que también puede arribar "cuando no hay preguntas / que la muerte existe y aparece / cuando no hay nadie que pueda preguntar". Asimila así Marta Sosa la muerte con la soledad, con la ausencia total y definitiva de alguien, de ese otro que se interesa por lo que acontece en nuestros adentros como expresión de angustias y esperanzas, de contentos y tristezas.

La soledad es una forma de muerte en vida, es el extrañamiento afectivo, la exclusión amorosa, el exilio que los demás imponen como castigo que compite, en igualdad de condiciones, con la pena de muerte, la horca, la cámara de gas, la inyección letal, el paredón de fusilamiento o la silla eléctrica. La soledad convive con el poeta en muchas de sus circunstancias vitales y en buena parte de su poesía; como un reconocimiento de que la soledad, el desamor, puede ser una posibilidad cierta para encarar la existencia, Marta Sosa confiesa: "soy polvo / y en polvo me voy a convertir / siglo tras siglo: / más polvo enamorado puedo ser / o polvo sin amor / es mía la escogencia".

Soledad, desafío de un poeta que, sin embargo, constata que no está solo, porque a su alrededor, pendientes de él y sus circunstancias, conviven afectos y querencias de diferente alcance y naturaleza: el amor de su mujer, el afecto de su hijo, y en especial, el cariño de sus amigos, incondicionales y no tanto, que le han brindado una plataforma real, concreta, cierta, física y afectiva, para que Marta Sosa continúe viviendo una existencia llena de preguntas, en las dos patrias, Venezuela y la amistad, que sustituyeron, después de una larga y tormentosa travesía, a aquella otra que dejó atrás, hace muchos años, cuando Nogueira lo era todo para un niño que tenía para entonces "sus mejores días en espera".

Amistad que Marta Sosa concibe como un posible antídoto contra esa soledad que lleva, que lo acompaña en su obsesión de ventanas cerradas, en su sonrisa sorprendida, en su timidez, en sus miedos menores y mayores, en sus depresiones en una casa vacía el domingo por la tarde, en sus valentías no cruzadas que se hacen soportables, vivibles, disfrutables, superables, en la medida en que los amigos evitan que la soledad reaparezca todos los días, impidiendo que la vida del poeta sea, se transforme en una isla rodeada de barcos de la noche, naufragados y olvidados en un mar desconocido, del que nadie tiene ni tendrá noticia.

Amigos de siempre en los que el poeta recupera "el resplandor humano intransferible de los rostros / para sobrevivir en ellos", mientras se reconcilia con esa soledad irrenunciable, constitutiva que lo "violenta ciertas noches" cuando se enfrenta con "desmemorias, desconsuelos, desconciertos", capaces de producir hundimientos y naufragios a los que, sin embargo, sobrevive, porque Marta Sosa confía en los barcos del sol, en el poder absolutorio y redentor del amor de su pareja, que le permite decirle a Tosca, su bienamada, más allá de muertes y soledades, "que nosotros no morimos jamás / no morimos / y así sea / a pesar de nuestra muerte."

Sin embargo, el lento e inexorable correr de los años ha convertido a la soledad del poeta – " y tendrás que soportar la vasta soledad, / ésa que te dan sin enemigos", – en una aliada admitida y bienvenida que le permite darse el lujo de contemplar no sólo sus adentros sino también sus afueras. Puede ahora el escritor dedicarse sin melindres a la observación detenida, al examen minucioso, a la indagación detallada de fotos, recuerdos y memorias, terrenos y personas, playas y montañas. Un mar dual, Caribe y Adriático a la vez, – su reiterada pasión salina – lo acompaña en sus andanzas poéticas más recientes y cada vez más solitarias. Marta Sosa se domicilia en el mar, suda con él, el mar se baña en sus sollozos, ambos se saben juntos y predestinados al furor del viento: "Sin misericordia / el viento se enfurece con las olas, / y en nuestros paladares / lo que es peripecia de los dioses / con la eternidad va confundida: / temperatura de una hora impaciente / prodigándose a mis ojos / como fiesta gratuita / frente a ese mar que expolia todos los silencios".

La muerte acompañada a la soledad y se hace más cercana y posible en los versos últimos de Marta Sosa. El poeta la convoca e invoca en sus textos cada vez con más frecuencia, sin embargo, le cuesta imaginarse cómo y cuándo llegará: "Por más que pensemos su llegada, / y preparemos la mejor de las posturas / para que nos tienda en sus abrazos, / ni distinto es el camino / ni al presente hay otro modo, / tampoco hermanada aceptación para el rechazo, / Sólo entonces / ya no iremos a la calle, a jugar con los amigos / en volandas del recuerdo más antiguo. / Y el hecho es simple: / nos mirará a los ojos un instante, / nada veremos detrás de ellos. / Y un ángel nos pesara si viene Dios. / Otra vida / es un asunto diferente, / pues la verdad es así, / como hay que morir, / como morimos y no valen los remedios".

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