Veamos ahora de qué elementos consta y qué estructura debe tener un sistema para cumplir las funciones recién enunciadas. Aquí proponemos entender la divulgación de la ciencia como un fenómeno informacional, con la estructura habitual de este tipo de fenómenos. A veces se distingue entre información y conocimiento. A nuestro entender hay información cuando un acontecimiento (mensaje) produce un cambio en el conocimiento que alguien tiene sobre algo. Si no hay variación en el conocimiento no hay información, tan sólo mensaje. El que se dé información depende, pues, de varios factores, entre ellos el mensaje, el receptor y el objeto acerca del cual el receptor adquiere conocimiento. Un mensaje en chino a mí no me dice nada, no me comunica información, pero quizá sí a mi vecino. La sección de deportes de un diario me dice poco sobre el clima que hace, pero mucho sobre la liga de fútbol. La información es en realidad una relación que exige al menos tres polos, el mensaje, el receptor y aquello a lo que el mensaje se refiere. En el mundo físico toda información se transmite a lo largo de un canal, y este cuarto elemento también ha de ser tenido en cuenta. Además, la información científica siempre tiene un emisor concreto, una persona o institución que emite de modo intencionado. Para entender la comunicación de la ciencia debemos reparar, pues, en todos estos elementos del fenómeno informacional: emisor, canal, mensaje, contenido y receptor.
4.2. EL EMISOR
Quien emite el mensaje es un periodista (o un grupo) especializado en divulgación de la ciencia y de la técnica. Esto implica, por un lado, que la tarea del comunicador de la ciencia es propiamente periodística. Nosotros abogaremos aquí por un periodismo científico integral. La formación, las habilidades, los criterios o el lenguaje para hacer llegar al público la información científica son de naturaleza propiamente periodística. Por supuesto, la divulgación de la ciencia puede ser llevada a cabo a veces por personas que, además, sean científicos, historiadores, filósofos, literatos, gestores…, pero cuando ejercen como divulgadores están haciendo una labor periodística en la que los criterios de valoración y selección de los contenidos, así como las técnicas de comunicación, deben ser propiamente periodísticos, y no necesariamente científicos, políticos o económicos. Si más arriba hemos señalado la necesidad de un cierto grado de autonomía de los sistemas, por ejemplo del sistema científico, es perfectamente razonable que aquí pidamos ese mismo grado de autonomía para el sistema de divulgación de la ciencia, en el que deben prevalecer los criterios periodísticos, asistidos, como debe suceder en cualquier acción humana, por el sentido común crítico, e incluso la deontología propia de esta profesión. Evidentemente, la autonomía del sistema de divulgación de la ciencia no puede conducir al aislamiento. Muy al contrario, debe fomentarse la relación fluida y constante con los científicos y tecnólogos, con los políticos e industriales vinculados a la actividad científica o tecnológica y, por supuesto, con el público. El emisor debe tener conocimientos científicos y tecnológicos suficientes para entender e interpretar correctamente los textos y las acciones de científicos y tecnólogos, así como las estructuras de las instituciones y comunidades científicas. Es importante, asimismo, que el periodista disponga de algunas nociones de filosofía, historia y sociología de la ciencia que le permitan entender la naturaleza de la ciencia.
Una de la ventajas de la perspectiva sistémica es que pone de manifiesto la necesidad tanto de autonomía, como de interconexión, y esclarece las razones para buscar este equilibrio.
4.3. EL CANAL
El periodismo científico se ejerce a través de todos los canales periodísticos clásicos (prensa escrita, radio, televisión) y otros nuevos (sobre todo Internet). También en este sentido, el periodismo científico es periodismo integral. Hemos de tener en cuenta que el canal no es neutral respecto a los contenidos y los efectos de los mismos, como tampoco lo es respecto al receptor. Según que canal elijamos llegaremos a un público u otro, y el mensaje llegará en distintas condiciones y ejercerá efectos diferentes. Este tópico, en lo que hace a los canales periodísticos más clásicos, ha sido objeto de muchos estudios dentro del ámbito de las ciencias de la información, estudios cuyas conclusiones pueden ser aplicadas de modo especial a la divulgación de la ciencia. Sin embargo, la influencia de Internet sobre la comunicación de la ciencia es aún una incógnita. Hay que considerar que las propias publicaciones científicas y las de documentación científica se están desplazando a la red. Este fenómeno está dando lugar a debates sobre los criterios de selección y valoración, sobre la vigencia del sistema de revisión por pares, común actualmente en las revistas científicas, incluso sobre el sujeto que hace ciencia, cuando algunas tareas se realizan ya en la red de modo muy distribuido. Si Internet está cambiando los modos de hacer ciencia, y todavía no sabemos hasta qué punto para bien, está claro que también cambiará la divulgación de la ciencia, y aún no sabemos muy bien en qué sentido. Podemos conjeturar, y en parte ya lo estamos viendo, que cambiarán los sistemas de documentación utilizados por el periodista científico, el modo de acceso a las fuentes, la retórica y el lenguaje, quizá los géneros periodísticos, y con seguridad el público al que se accede y los efectos causados en ese público.
Además de los mencionados, existen canales no periodísticos de divulgación científica, como el cine de ciencia ficción o la literatura, cuyos contenidos y recursos retóricos son siempre de interés para el periodista científico, por cuanto suministran claves ampliamente compartidas por el público. Así, estamos casi seguros de ser entendidos si comparamos una estación orbital con las naves de 2001 Odisea en el espacio, un experimento biológico con la tarea del Dr. Frakenstein, o el mundo de los dinosaurios con Parque Jurásico. Además, la literatura y el cine de ciencia ficción tienen una gran incidencia sobre el lenguaje común (terminator, cyborg, mutante..), modifican las expectativas del público respecto a la ciencia y la tecnología y condicionan sus actitudes. Junto con los contenidos del sistema educativo y los de la prensa, el cine y la literatura, ya desde las obras clásicas de Goethe o Swift, son los elementos más comunes sobre los que se construye la imagen pública de la ciencia, y esto no puede ser olvidado por el periodista científico. La imagen pública de los científicos, de la ciencia y de la técnica se construye a partir de obras literarias o cinematográficas tan diversas como El Golem, Flubber, Frankenstein, Jekyll y Hide, Viaje al futuro, Indiana Jones, Viaje al centro de la Tierra, o Matrix, Gataca o Blade Runner… Estas observaciones nos sirven como transición al siguiente punto.
4.4. EL MENSAJE
La divulgación de la ciencia tiene su propia retórica, que no puede ser sin más la de la ciencia, pues tiene como objetivo llegar a un público amplio. Por ejemplo, la inclusión de referencias a las obras literarias y cinematográficas es uno de los elementos propios de la retórica de divulgación. Conviene aclarar que la ciencia no es ajena a la retórica, utiliza sus propios recursos, presenta sus rasgos de estilo, y también puede ser considerada desde el punto de vista de la crítica literaria. Pero, como ya estableció uno de los primeros tratadistas sobre retórica, Aristóteles, la construcción eficaz del discurso depende tanto de la materia sobre la que versa, como del público al que se dirige. Por tanto, el periodismo científico ha de desarrollar sus propios recursos retóricos autónomos respecto a los de la ciencia. Cabe señalar también que la retórica no lo es sólo del lenguaje escrito u oral, sino también, y cada vez más, del material gráfico y sonoro. La divulgación de la ciencia requiere, por así decirlo, una "retórica multimedia".
Mencionaremos a modo de ilustración un par de ejemplos. La utilización de metáforas es común en el lenguaje de la divulgación de la ciencia; también lo es en el propio lenguaje científico. Puede parecer raro que no lo hayamos notado hasta hace poco, pero de hecho, es reciente el descubrimiento de la abundancia de metáforas en los textos científicos. Estas metáforas no tienen sólo funciones heurísticas o didácticas, sino que son esenciales para la expresión de los contenidos teóricos y no pueden ser eliminadas en favor de un lenguaje literal. Lo que sucede es que con el tiempo el lenguaje utilizado en las teorías científicas exitosas termina imponiéndose como convencional. Pues bien, la divulgación de la ciencia tampoco puede prescindir de las metáforas, comparaciones, analogías y modelos. Algunos de estos tropos pueden ser tomados en préstamo de los propios textos científicos, pero esto no siempre es necesario o conveniente, pues la función que cumplen las metáforas es diferente en cada contexto. Frecuentemente el periodista debe inventar sus propias metáforas para la divulgación eficaz de los contenidos científicos y en ningún caso puede sustraerse a este esfuerzo si pretende comunicar la naturaleza de la ciencia y la acción de los científicos. En otras palabras, el divulgador no tiene por qué aceptar la imagen que la ciencia suministra de sí misma.
Por otro lado, no hay recetas para las metáforas a menos que podamos advertirlas en nuestra capacidad creativa. Según Aristóteles la capacidad metafórica no puede ser enseñada como si fuera historia o geometría, depende del genio. Además, las metáforas nunca son inocuas. Llamar a las zonas boscosas "sumideros de CO2", facilita la comprensión de ciertas políticas ambientales (por ejemplo, USA puede decir que compensa las emisiones de CO2 con los "sumideros" que posee o puede comprar); y hablar de demografía en términos de "explosión demográfica" o "cáncer de la biosfera", justifica ciertas políticas de control de la natalidad en el Tercer Mundo, y una actitud de alarma de los del Norte respecto a los del Sur (que empiezan a ser vistos como una "bomba demográfica" puesta a nuestros pies). Incluso las imágenes geográficas, los mapas, tal y como se suelen presentar, tienen un contenido retórico no inocuo (el Sur está abajo, el Norte arriba, cuando "abajo" y "arriba" son términos cargados axiológicamente y vinculados a una espesa red de metáforas: "ánima decaído", "la bolsa baja", "se eleva la producción", "depresión"…). Dicho de otro modo, el que el periodista utilice unas u otras metáforas condiciona su eficacia comunicativa, pero también tiene que ver con el aspecto ético del ejercicio de la profesión, pues las metáforas, es necesario repetirlo, no son inocuas en ningún caso.
El segundo recurso al que nos interesa referirnos es la aproximación histórica y biográfica. Muchas veces la divulgación de los contenidos se ve facilitada por este tipo de aproximación, que despierta con más facilidad el interés del público. El contexto histórico-social en que se produce la ciencia tiene interés por sí mismo, y facilita la transición hacia los contenidos. Otro tanto puede decirse de la aproximación biográfica. En esta técnica son maestros algunos sociólogos de la ciencia. Por ejemplo, el relato que hace Bruno Latour de la polémica sobre la generación espontánea sostenida por Pasteur y Puchet, difícilmente puede dejar insensible al lector. Un libro reciente de Jesús Mosterín explota las posibilidades de la aproximación biográfica para exponer contenidos tan abstractos como los de la lógica matemática. Se puede decir que es el único libro de lógica que comienza con un crimen pasional. Y Gerald Holton ha explotado las posibilidades de la biografía para contar pasajes de la física de nuestro siglo. Son sólo algunos ejemplos.
Respecto a la construcción del mensaje nos gustaría añadir una última consideración. La comunicación de la ciencia puede encarnarse en cualquiera de los géneros periodísticos. Es más, siguiendo la idea de un periodismo científico integral, lo deseable es que fuesen utilizados para la divulgación de la ciencia todos los géneros periodísticos: noticias y reportajes, entrevistas, publicidad, columnas de opinión, editoriales, humor y el periodismo interactivo propio de las cartas al director o las llamadas… Utilizar para la divulgación de la ciencia géneros de opinión, como la columna o el editorial, genera algunos problemas que trataremos en el siguiente punto: ¿el periodista debe opinar sobre ciencia y tecnología?
4.5. EL CONTENIDO
Tradicionalmente el periodismo científico se había concentrado en la comunicación de los resultados de la ciencia y los logros de la tecnología, casi siempre entendidos como avances. Por supuesto, los resultados de la ciencia y las innovaciones tecnológicas deben formar parte del contenido de la divulgación científica. Pero, si aceptamos que la ciencia es acción humana y social, entonces, la divulgación de la misma no puede limitarse a los resultados. También debe aportar información sobre el hacer científico, sobre los procesos de los que nacen los resultados y las innovaciones, sobre la investigación como acción humana y social. Si se debe informar no sólo sobre resultados, sino también sobre procesos, entonces no estaría de más en muchos casos que el periodista pise el laboratorio, del mismo modo que cubre otras informaciones sobre el terreno, y que no se limite a recoger los productos ya completos que le sirven las revistas científicas o las agencias que dependen de éstas.
La información debe versar también sobre la naturaleza de la ciencia y de la técnica, sobre su historia y métodos, acerca de lo que son y de lo que se puede esperar de ellas, acerca de cómo se practican, de cómo se financian, de los intereses a los que responden y de los efectos que producen, tanto efectos benéficos como impactos dañinos y riesgos. Algunas veces la información será acerca de errores o incluso de fraudes que se dan en ciencia y en tecnología como en cualquier otra empresa humana. De hecho, la comunicación del riesgo empieza a constituirse en una subespecialidad dentro del periodismo científico y tecnológico. La política de I+D, por supuesto, debe ser objeto de tratamiento en las secciones de ciencia de los medios, tanto como en las de información política, pues es uno de esos temas cuyo tratamiento periodístico afecta a más de una sección. Del mismo modo la información sobre las comunidades científicas como tales, es decir, en tanto que comunidades humanas, puede abordarse como interesante crónica de sociedad. Una de las funciones de la divulgación de la ciencia consiste justamente en la humanización de la misma a ojos del público, evitando las imágenes extremas del científico y el tecnólogo como seres extraordinarios o perversos.
Los medios pueden también transmitir contenidos no acerca de la ciencia, sino acerca de la naturaleza, elaborados a partir de los resultados de la ciencia. Ambos objetos deben ser distinguidos en el tratamiento periodístico, pues una cosa es hablar sobre los últimos hallazgos de bípedos fósiles (información sobre la ciencia) y otra sobre los propios bípedos o sobre el curso de la evolución de los humanos (información sobre la naturaleza). Creemos que con frecuencia se confunden ambos tipos de contenidos. Pero esta confusión no se produciría, por ejemplo, en información política o deportiva, donde está claro que una cosa es lo que dice un político sobre la situación de la economía y otra la propia situación de ésta; y una cosa es lo que dice un futbolista sobre un posible penalti y otra el propio lance del juego. Sobre ambas cosas se debe informar, pero como es bien sabido, no siempre coincide lo primero con lo segundo. Sin embargo, en divulgación de la ciencia la confusión es más común, y es frecuente dar como información sobre la naturaleza lo que es información sobre una cierta visión de la naturaleza. Se olvida así que la propia ciencia está llena de controversia, que es dinámica, que sus resultados están siempre sometidos a revisión. Con todo ello no queremos decir que el periodista pueda tener un acceso privilegiado y directo a la naturaleza, sino que en el periodismo científico no queda anulada la recomendación de contrastar las informaciones, de consultar más de una fuente siempre que sea posible o que se sospechen las discrepancias. En última instancia, cuando se habla sobre la naturaleza es el periodista el que habla y el responsable de su información, y, como sucede en información política o económica, es también él quien decide qué versión adopta de entre las que ha oído, mientras que de los resultados científicos se responsabilizan quienes los producen.
Hasta aquí hemos tratado de modo deliberadamente indiferenciado la divulgación de la ciencia y de la tecnología. Sin embargo existen diferencias llamativas en los contenidos de la divulgación científica y los de la divulgación tecnológica. El mundo de la tecnología recibe un tratamiento mucho más humanizado que el de la ciencia, más conectado con otros intereses y actividades humanas. La información tecnológica suele ser más crítica, hace frecuente referencia a errores o impactos indeseados, e incluso se detiene en los efectos sociales y ambientales de las tecnologías. La información tecnológica se relaciona más claramente con cuestiones políticas, económicas, militares, industriales e incluso artísticas; la científica en menor medida. Sin embargo, la ciencia también es acción y tiene implicaciones prácticas, recibe financiación pública y afecta a cuestiones sociales y políticas; incluso afecta a nuestra forma de ver el mundo de modo tal que condiciona nuestras vidas. Todo ello parece justificar un tratamiento de la ciencia con la misma independencia crítica que apreciamos en otros temas. Tocamos aquí el debate que habíamos dejado pendiente acerca de si puede haber un periodismo científico de opinión. Desde nuestro punto de vista la respuesta ha de ser afirmativa. Hay muchos aspectos de la ciencia, los más prácticos (políticas científicas, financiación, líneas prioritarias, sistemas de enseñanza, experimentación sobre animales y humanos…), que deben estar sometidos al escrutinio crítico de la opinión pública y que es necesario difundir. Más problemático resulta el caso de los propios resultados de la ciencia, dado que aquí el periodista no puede ponerse en pie de igualdad con el científico, que se supone más entendido en la materia. Sin embargo, esto no anula toda posibilidad de crítica, incluso de los resultados y contenidos de la ciencia. Puede sonar un tanto heterodoxo, pero si ya hemos aceptado que se pueden criticar las medidas económicas sin ser economista, e incluso las sentencias judiciales sin necesidad de ser juristas, lo mismo se podría decir de los resultados de la ciencia.
¿Desde dónde esa crítica? Desde las opiniones de otros científicos y desde el sentido común crítico, claro está. La relación entre ciencia y sentido común frecuentemente es mal entendida. Se tiende a pensar que la ciencia es contraria al sentido común, pero no es así, para hacer ciencia es imprescindible el sentido común, tanto como para hacer periodismo. Sucede que algunas teorías científicas han contrariado el sentido común de la época, pero eso no dice nada en contra de lo que aquí sostenemos, pues las nociones y criterios de sentido común no pueden ser inmutables, deben estar sometidas a crítica y revisión. Por eso hablamos de sentido común crítico. Pero de ahí a utilizar como argumento a favor de una teoría científica su oposición al sentido común, o a decir que la ciencia no puede ser juzgada desde la pura sensatez, media un abismo. De hecho, en ciertos casos el sentido común se ha resistido a dar por buenas teorías científicas que se han mostrado a la larga erróneas (es el caso del conductismo en psicología animal). En definitiva, nos parece lícito y recomendable que en algunos casos el periodista exponga sus dudas sobre los resultados obtenidos por algún científico y que apele para ello al puro sentido común crítico o a la comparación entre los resultados y opiniones de diferentes científicos.
4.6. EL RECEPTOR
El receptor de la divulgación científica es el público de los medios, que se acerca a los mismos con diversos intereses: los de la persona interesada por el conocimiento del universo, los del consumidor de tecnología, de productos industriales y servicios producidos por medios tecnológicos, los del votante y ciudadano que quiere información y opinión sobre políticas de I+D, los del afectado por los impactos sociales y ambientales de la tecnociencia, etc. Ninguno de estos prismas debe pasar inadvertido al comunicador de la ciencia a la hora de hacer la selección y presentación de la información. El grado de conocimiento previo que se le supone al ciudadano medio influye sobre la construcción de la noticia científica, que debe adaptarse a tal grado de conocimiento. En este punto el sistema de divulgación de la ciencia puede tomar como referencia los contenidos que transmite el sistema educativo. Hay que considerar también los grupos diferenciados a los que se dirige la información científica y ajustar la misma a sus características e intereses y, sobre todo, al conocimiento previo que les podemos atribuir. Nos referimos a grupos de distintas edades, de distinto nivel educativo, de diferentes lugares…
En muchos casos el propio científico adquiere conocimiento de ramas de la ciencia distantes de la suya a través de los medios. Además, los científicos han de ser vistos también como receptores de la información científica de su propia especialidad, si de verdad creemos en un modelo sistémico distinto del "modelo de déficit", pues cada uno ve en los medios la imagen pública de lo que hace y la opinión que de ello tiene la ciudadanía, lo cual puede influir sobre su propia labor. Lo mismo se puede decir de otros agentes relacionados con el sistema científico, como políticos, cargos universitarios, gestores o empresarios, para los cuales la imagen pública de la tecnociencia difundida por los medios debe suscitarles interés. Por último, la posibilidad de que los propios periodistas sean receptores de información científica permite pensar en divulgación cruzada (entre medios especializados en diversos sectores) o escalonada (desde medios más especializados en materia científica y tecnológica hasta otros de información general) de los contenidos, de modo que lleguen a más personas.
Conclusión
La tecnociencia es hoy un complejo hecho social, conectado con el sistema educativo, dependiente de la financiación pública y privada, se ve afectado por las leyes, costumbres, valores y hábitos de consumo, se apoya en estructuras industriales y financieras… Además genera efectos de todo tipo sobre la vida humana y la naturaleza, muchos positivos y deseables y otros no tanto.
Dado que el desarrollo de la tecnociencia no está predeterminado, ni se puede decidir con certeza desde criterios puramente internos, debemos establecer políticas tecnocientíficas que tendrían que reflejar la voluntad democrática de los ciudadanos. Para que esto sea posible se requiere una ciudadanía informada sobre cuestiones tecnocientíficas. Se precisa también que los científicos, tecnólogos y políticos tengan información sobre los estados de opinión de la ciudadanía. Esta labor de comunicación entre distintos sistemas sociales depende en gran medida de la divulgación científica a través de los medios. El buen funcionamiento del sistema de divulgación de la ciencia es imprescindible para el perfeccionamiento de la democracia en sociedades tan impregnadas de tecnociencia como la actual. Por otro lado, también es imprescindible para el desarrollo racional de una actividad tan dependiente de factores sociales como es la tecnociencia. Dicho sistema es, junto con los sistemas político y tecnocientífico, vértice de un triángulo de dependencias mutuas. El equilibrio entre estos sistemas es, por lo demás, una prueba de madurez democrática, ya que sin dicho equilibrio la información circularía con dificultad y los procesos de decisión política sufrirían un progresivo deterioro.
El sistema de divulgación de la ciencia depende tanto de sus interacciones con otros sistemas como del equilibrio de sus tensiones internas. En consecuencia, su funcionamiento es tanto más exitoso cuanto mejor responde a las demandas procedentes del exterior, y mayor eficacia demuestra en sortear obstáculos y ganar apoyos. El que consiga estos objetivos depende de las características de sus elementos y estructura, que aquí hemos analizado como un sistema informacional, que consta de emisor, mensaje, contenido, canal y receptor.
En líneas generales consideramos que el sistema de divulgación de la ciencia debe responder a criterios periodísticos, en sus objetivos, en sus guías para la selección y presentación de contenidos, en sus retóricas, en su deontología y en cuanto a los géneros en los que puede materializarse.
Bibliografía
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Alonso Piñeiro, A. 2000. "Información, conocimiento, cultura y comunicación", Madrid, Arbor, 658:259-273.
Bustos, E. 2000. La metáfora: ensayos transdisciplinares, Madrid, F.C.E.
Echeverría, J. 1995. Filosofía de la ciencia, Madrid, Akal.
Feyerabend, P. 1978. La ciencia en una sociedad libre, Madrid, Siglo XXI.
Autor:
Pablo Turmero
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