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Nuevo mundo, marinería, piraterías: una realidad más allá del paraiso terrenal

Enviado por geniber cabrera p.


Partes: 1, 2

  1. Resumen
  2. Desarrollo
  3. Conclusiones
  4. Referencias Bibliográficas

Resumen

La conquista de un novomundo por parte de los hispanolusitanos (1492), además de las bondades que de entrada generarían sus vírgenes tierras por sus muchas riquezas forestales, acuíferas, minerales, entre otro tanto de recursos aprovechables para con estos europeos, como por ejemplo: la mano de obra de los indígenas esclavizados, supuso además de placeres, toda una ardua labor para dominar en el más corto tiempo la vastedad de unas tierras indómitas, circundadas, con un mar proporcionalmente proceloso y dilatado; gravitado éste por sinnúmeras islas, islotes y cayos que dibujan el atolón del cuenco caribeño. Así, la Corona de Castilla, protagonista principal del auspicio de los viajes colombinos, una vez independizada de la suerte portuguesa por los arreglos dúodivisos papales (1494), le tocó erogar suntuosas cantidades de sus arcas reales para reinventar una naval capaz de estar a tono con los nuevos desafíos marítimos que habría de imponer el tornaviaje atlántico entre ambos mundos. Buena parte de las riquezas expoliadas en la bautizada América (1507), se dispondrían para tales fines, es decir, a la fabricación de nuevas naves y, para redimensionar las que pudieran. En principio, los castellanos se ocuparon únicamente de las flotillas comerciales, pero todo cambiaría radicalmente desde el instante mismo en que los otros europeos (franceses, ingleses y holandeses), quienes habían permanecido ajenos al hallazgo del Nuevo Mundo, se avalancharon sobre las hasta entonces exclusivas posesiones hispanas. Para disputarles a sus vecinos del ahora Viejo Mundo las allendecolonias, principalmente los francos y britanos, se valieron de un ancestral mal que de sobra conocían, la piratería, esa que desde las aguas del Mediterráneo se desplegaba para atacar sus barcazas y villas en el propio corazón boreal del mar europeo; así revivieron los declarados enemigos de Castilla, un mal que para la época del descubrimiento (Siglo XVI), estaba venida a menos. De tal modo se suscitó un nuevo estilo de pillaje ultramarino que haría gala en las atlánticas aguas caribeñas, los corsopiratas quienes serían los encargados por nómina galobritánica de obligar a los sacromonarcas españoles a erigir una flota de Armada para contrarrestar la ofensiva pirática, lo que supuso mayores gastos, y la progresiva pérdida de sus tesoros y tierras, y peor aún, el quebrantamiento de la obstinada política hispana por hegemonizar un paraíso que se creyó otorgado por el propio Dios, pero que por voluntad de sus verdugos, terminó en un verdadero infierno en el propio Edén americano.

Palabras claves: Novomundo, Barcos, Corsopiratas, Armada Invencible.

Desarrollo

El mar como medio de dominio y disputas de los europeos en el Nuevo Mundo, como un espacio sin fronteras, ha sido marco de innumerables confrontaciones entre pueblos, monarquías, gobiernos y estados, quienes terminaron por convertir ese mar en el canal para la conquista, el control, el dominio, el transporte, la comunicación, la diplomacia, el prestigio y todo cuanto beneficiara a unos u otros o, a unos sobre otros.

La mar, siempre como elemento y medio susceptible a los deseos y ambiciones, ha generado en los que de él se sirvan, la búsqueda constante del perfeccionismo desde el punto de vista naval, porque -por ejemplo- a mayor cantidad de flotas preparadas para el combate, mejor debía ser el rendimiento de los objetivos perseguidos, y esto lo entendieron muy bien las Coronas adversas a los planes hegemónicos de España que ya había consolidado su poderío naval para la defensa de sus novoreinos.

La espectacular transformación de España en una potencia naval a finales del siglo XVI tuvo su origen en una serie de procesos políticos cuyos efectos seguirán sintiéndose en las décadas siguientes, y no sólo en España, sino en toda Europa Occidental. El Tratado de Cateau – Cambrésis había cerrado por fin medio siglo de guerras entre los Habsburgo y los Valois, las dinastías reinantes en las dos monarquías más poderosas de Europa, España y Francia. El Tratado aguantaría el paso del tiempo y el poder de la Corona de Francia pronto se vendría abajo como consecuencia de la entronización, en rápida sucesión, de varios príncipes enfermizos. Felipe II se libró en los primeros años de su reinado, pues, de tener que enzarzarse con los franceses, por entonces, la principal ocupación militar de España. Pronto se convencería de que tenía que poner su atención en otra parte, el Mediterráneo. Tras decenios de guerras en tierra, en las fronteras de Francia y de Italia, España iba a centrarse en el mar. (Goodman, 2001, p. 19).

Los Reyes europeos, en especial, los de Francia e Inglaterra, tenían claro que el negocio se sustentaba por los hombres dispuestos a la mar, pero que estuviesen supeditados a los intereses monárquicos de arrebatarle a España el control y el manejo de las múltiples riquezas allende a sus propias fronteras europeas. Quedando muy claro que los hombres de finales de siglo XV y, a todo lo largo del siglo XVI, veían en la navegación y las aventuras una actividad lucrativa, tanto individual, por alcanzar fama y fortuna, como colectiva, porque las Coronas animaron a los hombres prometiéndoles beneficios compartidos para ellos y los suyos, en útil y provechoso bienestar general.

La actividad marina recobraba cada vez mayor perfeccionamiento y redimensión de las flotas tanto de España para mantener su dominio, como las de sus contrincantes para disputárselo. Así, cada cual entendía que barcos, hombres, armería, técnicas de navegación, construcciones navales, avituallamiento e instrumentos para la navegación, y todo cuanto fuere necesario para mantenerse en la mar por largo tiempo y demostrar fuerza de ataque y resistencia, eran elementos necesarios e imprescindibles para la defensa -de unos- y, el sometimiento, posesión y asalto del poder de otros.

Los hombres apadrinados por las Coronas adversas a España, no gozaban en su mayoría de ninguna reputación, eran casi todos, por no generalizar, personas detestables socialmente, de amplios antecedentes, a quienes se les brindó la posibilidad de recobrar su libertad en el caso de que estuviesen por cualquier delito preso, y que su papel significaba obrar como el más bajo, sin piedad, con crueldad y frialdad, sin importarle otro destino para cumplir con su rol que el de formar parte de una terrible tripulación para depredar todo a su paso y debilitar el poderío español en los nuevos horizontes.

La concepción de la puesta en práctica de la obstinada política anti-Castilla, se soportaría en la traza de la patente de corso que en esencia se constituiría en corsopiratería, en la que sus integrantes alcanzarían los objetivos sin importar los medios a aplicar para ello, porque se sufragarían los costos por concepto de ejecución, al fin de cuentas, el negocio del pillaje traería consigo un grueso margen de ganancias que rebasarían con creces, lo invertido, puesto que se traduciría en una avanzada imperial para las otras eurocoronas comprometidas con la disputa y el forcejeo en ultramar; asimismo, significaría el acrecentamiento económico de su maltrecha vida feudal. Era tal el negocio pirático, que hombres de la alta sociedad, poseedores de tierras, esclavos, comercios, impulsaron el salvaje oficio, incluso, muchos de estos ciudadanos por sus ambiciones desmedidas se hicieron a la mar a formar parte de la fantasía y actuando en muchos de los casos como consejeros reales para alentar concomitantes la puesta en práctica del vil oficio.

Uno de los quehaceres más socorridos por ciudadanos ingleses de reputación y alcurnia y también de los comerciantes e incluso personalidades de la corte, cuando pensaban que Isabel I titubeaba en impulsar la lucha contra el gran poder católico encabezado por Felipe II, fue acondicionar navíos de su propio peculio y enviarlos a una guerra privada protestante contra España. Algunos de los tesoros capturados en tales aventuras fueron de considerable cuantía, lo que probaba de manera concluyente las ganancias que podían obtenerse con el ejercicio de la piratería… (de Jármy Chapa, 1983, p. 14).

La piratería generó una gran proyección política, económica y social: en lo político, porque las Coronas implícitas en esta actividad, principalmente, Francia e Inglaterra lograron, a través de ésta mermar el dominio y control español en tierras americanas e islas del Caribe abriéndose paso, ellas, como nuevas explotadoras y de algún modo colonizadoras, expandiendo así el poder monárquico de sus propios reinos. Económicamente: porque los bienes sustraídos, mediante la aplicación de métodos piráticos, produjeron toda una gama de posibilidades para dinamizar las condiciones agrarias y rurales propias del sistema feudalista y mercantilista que se vivía en la mayoría de los estados europeos, a su vez que estas riquezas saqueadas en las tierras americanas, sentarían las bases del futuro mundo capitalista, empujado por los habilidosos y experimentados mercaderes que se apropiaron de la mayoría de esos tesoros para ir creando las condiciones de los nuevos monopolios, más allá, del exclusivismo de Castilla. Y, en lo social: dado que la actividad corsopirática como medio para el lucro, permitió toda una organización de los individuos (ricos y pobres) que vieron en dicha actividad, el posible ascenso social y el enriquecimiento fácil, por lo que muchos hombres habitantes de las zonas costeras, se unieron formando pequeños grupos, más o menos aislados unos de otros, para atacar y asaltar tímidamente naves comerciales de poco calado, indefensas ante la sorpresa y el acecho de los que con estas prácticas se convertirían en nuevos e inexpertos piratas.

… como Francia, Inglaterra era un país pobre y superpoblado, y la piratería era la única alternativa de los marineros si no querían morir de hambre. A la abundancia de barcos se unían las fáciles ganancias, con las que no podía competir la media libra de sueldo mensual que la Armada Real ofrecía a sus marineros. (…), el mar era una válvula de escape, a la que se arrojaba a los marineros desesperados, pendencieros y más conflictivos en busca de botín… (Hernández, 1995, p. 158)

La vía para salir de los conflictos socio-económicos era, precisamente, echar a la mar hombres ambiciosos, aventureros dispuestos a retribuirle a sus patrocinantes el mayor cúmulo de bienes, tanto en joyas preciosas, como de otras especias autóctonas de tierras americanas. Beneficios dirigidos también a saciar el espíritu de los libertarios malhechores de la mar, conspicuos representantes de la impunidad cedida por las Coronas oportunistas del festín en calidad de merced real. Pero, que no perdiese su fin último, en esencia no era otro, sino el negocio que provocase al imperio español su debilitamiento y abriese el camino para la instauración de nuevos centros de poder imperial y fungir, al igual que España, como colonizadores y expropiadores del botín más grande en la historia de la humanidad: América.

Lo que había comenzado como un negocio, sustentado por el corsopillaje, se convertiría, más temprano que tarde para España, en su mayor dolor de cabeza, tanto así que la atacó, la soportó y sobrevivió durante doscientos años, aproximadamente, al lado de ésta. Pero estas mismas vicisitudes se volcaron contra Francia e Inglaterra, porque fue tal la magnitud y el manejo de riquezas, que los honorables piratas y corsarios, en su mayoría, rompieron el hilo umbilical que les unía a sus mentores, instaurando ellos mismos, sus nuevos imperios y temporo-aposentos coloniales que les permitiese revitalizarse y tener fuerzas para atacar, inclusive, embarcaciones de sus propias y olvidadas nacionalidades. Como era de esperarse, sí los más despotricados seres humanos de su tiempo, serían los indicados para acometerse al oficio de la piratería, se suponía por la avaricia, que muchos traicionarían lo que nunca fue un pacto, sino simplemente, una oportunidad de hacerse figuras, incluso, mitológicas y legendarias provocando en muchos de los hombres de tierra, admiración y deseo por imitarles.

El espíritu de aventura, la audacia, la decisión, la rapidez para proceder y la intrepidez de los piratas, corsarios y filibusteros, han provocado siempre, de alguna manera, la admiración de los hombres de tierra. El carácter de los piratas tuvo la facultad de encender la imaginación humana al igual que lo hace el mar y las islas lejanas y misteriosas.

El status social de un pirata o corsario dependió siempre de las circunstancias del momento. Para los españoles, eran solamente piratas vulgares, criminales redomados a los que había que perseguir sin cuartel. Para los reyes de las naciones enemigas, el juicio sobre la piratería dependía de la situación política del momento… (De Jármy Chapa, Op. cit., p. 43).

En términos generales puede decirse que la naturaleza del pirata, en su condición psicológica y social, le indujo a crear lo que pudiera llamarse: Estados Flotantes (sobre esta concepción, revísese mi Tesis Doctoral), en los cuales las reglas del juego se imponían e impartían entre los tripulantes, y que no existía otro Estado sino el allí impuesto, confabulado y aceptado. Dado el gran margen de ganancias que por concepto de sus asedios a plazas y asalto a embarcaciones, obtenían la aventura y la buena vida, atrás quedaba el compromiso y la obediencia supeditada a tal o cual monarquía, qué importaban las persecuciones y las represiones en su contra, sí para ello estaban bien preparados. Actuaron siempre como amos y señores de los mares, y en verdad que así fue, porque así lo demostraron en el decurso de su tiempo histórico.

Los intentos de las Coronas europeas para proyectarse, se fundamentan en el hecho de encontrar nuevos horizontes que le permitiesen, además de redimensionar sus fronteras, captar nuevos recursos para oxigenar la economía mercantilista. El siglo XV es el tiempo durante el cual se hicieron los mayores esfuerzos orientados hacia la navegación como ciencia y tecnología naval. En este siglo, las demandas comerciales habían crecido, y era necesario que por la vía marítima se llegara con más rapidez y facilidad a los centros de producción, por lo que se necesitaban embarcaciones más ligeras, pero con pañol para mejorar la capacidad de carga y movilidad; también se precisaba tener grandes dominios en la mar abierta, para evitar el peligro que significaba la navegación de cabotaje, la cual consistía, y aún consiste, en guiarse mediante las proximidades costeras, que sin duda representaba un gran peligro por el acecho de los piratas.

Las redes marinas aumentaban progresivamente en la medida que se incorporaban más flotas para mercadear, explorar o, las que estaban destinadas para la defensa y el ataque. La Corona que tuviese las mejores flotas y técnicas de navegación, en ese mismo sentido podía alcanzar mejores lucros y, con más posibilidades de encontrar tierras desconocidas para sí mismos.

El tráfico marítimo, se circunscribía hacia la India y África, territorios en los cuales se obtenían frutos y negros para ser mercadeados como esclavos. Pero, se hacía de imperiosa necesidad encontrar nuevas rutas para que a menor inversión, se produjeran mayores ganancias. Y, el país que más empeño y esfuerzos hizo para tomar la delantera en cuanto a las técnicas navales fue Portugal, pionero de la asengladura, ya que impulsó las iniciativas de quienes se ofrecieron para llegar más allá de los lugares conocidos y señalados como fantasías, leyendas o mitologías; servía pues, Portugal, en una gran bandeja, la ciencia naval como la alternativa para deslastrarse de las quimeras y limitaciones marítimas de la época.

… además de una inmejorable situación geográfica, el estado portugués, durante todo el siglo XV, bajo el impulso del infante Enrique el Navegante y de los reyes Alfonso V y Juan II, recopiló conocimientos geográficos y probó nuevos sistemas de navegación, con la conformidad de una emprendedora burguesía comercial, deseosa de aumentar el margen de beneficio, y de la nobleza, que pretendía continuar el combate contra el Islam y que buscaba privilegios… (López Tossas, 1999, p. 138).

A propósito de los empeños navales de los portugueses en el siglo XV, también refiere el mismo autor, lo siguiente:

… la búsqueda de una nueva ruta, hacia la India a través del Mediterráneo y África Oriental o el intento de controlar la ruta tradicional de Oriente Medio, todavía muy utilizada, fueron tareas que llevó a cabo, entre otros, Pero da Covilhã. El rey Juan II lo envió en 1487 hacia la India por Alejandría y Adén y finalmente entabló negociaciones con el reino cristiano de Etiopía, aunque la relación no se consolidó. Pero la ruta fundamental fue la de la costa occidental africana, intensamente explorada por los portugueses para la obtención de oro y esclavos… (ídem).

Como se ha visto, los esfuerzos y trabajos de los portugueses por imponerse en los mares mediante avanzadas técnicas de navegación, fueron fructíferos, porque lograron empujar el ánimo de ellos y de los demás estados europeos para construir mejores y sofisticadas flotas, y para ampliar la capacidad de comercialización y buscar consolidar relaciones de esta Corona con otros reinos, pero al fin de cuentas, todos sus empeños quedarían enmarcados en los territorios conocidos y explotados hasta ese momento. Porque la historia, reservó para la unificada España -quien estaba en franca desventaja naval con Portugal- uno de los acontecimientos de mayor relevancia en la historia: la conquista de América.

En Castilla, al tenerse conocimiento certero del gran hallazgo, se desarrolló rápidamente y de manera intensa, la conquista y colonización de las Nuevas Tierras. Imponiéndose así, un imperialismo ultramarino de la Monarquía Católica, quienes sin miramiento alguno, se hicieron dueños de todo cuanto allí hubiere, y que mediante la explotación generaran riquezas rápidas. De tal modo que se supeditó y reservó a los españoles el exclusivo control y dominio de minerales preciosos, frutos, plantas, animales, indígenas y cualquier otra cantidad de rubros y especias autóctonas de estos nuevos parajes.

La llegada de Colón a América despertó en Portugal la preocupación por acortar los territorios que descubriesen los navegantes al servicio de Castilla y reservarse las posibles rutas hacia la India por el este, mientras que los Reyes Católicos deseaban que su soberanía sobre las nuevas tierras fuesen reconocidas… (López Tossas, Ob.cit., p. 39).

Estas inquietudes entre Castilla y Portugal, fueron superadas por la Bula Papal de Alejandro VI de 1493, quien se interesó en cristalizar acuerdos sobre las tierras descubiertas, consumándose entre partes el Tratado de Tordesillas de 1494, para dividir y repartirse el mar a ambas Coronas. Castilla el Oeste y Portugal el Este. Los españoles tenían claro el poderío naval portugués, y como deseaban el reconocimiento de su hegemonía, llegó a este pacto de inimaginable ambición; de esta sacra-amnistía, Portugal se apropiaría, del hoy extenso territorio del Brasil.

Las informaciones sobre un Nuevo Continente recorrieron cada rincón europeo, porque las disputas entre España y Portugal por el repartimiento del mismo, sirvieron de un incentivo tal, que tuvo eco en los oídos de otros Monarcas como los de Inglaterra, Francia y Holanda quienes no se harían esperar ante la posibilidad de extender sus imperios y obtener grandes beneficios.

Asimismo, el continente americano, supuso toda una dinámica en el mundo de la época, abriéndose paso a las grandes fantasías de las noticias particulares y exageradas de inmensos tesoros; se hablaba de inagotables caudales auríferos que no eran explotados, ni aprovechados por los nativos y que los torrentes de riquezas esperaban por su mejor postor.

… muy difícil resulta evaluar la reacción de Europa ante la noticia del descubrimiento de un nuevo mundo más allá del Océano. Parece ser que, en un principio, se subvaloró el significado del hecho, reduciéndolo a la conquista de algunas islas sin importancia. Pero muy pronto hubo de irrumpir en la conciencia europea un nuevo elemento: los metales preciosos, principalmente el oro, que de las nuevas tierras procedían. (Saiz Cidoncha, 1985, p. 19)

Continúa explicando Cidoncha que:

Las noticias sobre este particular, en gran parte exageradas, se incrementaron fabulosamente, con los informes sobre las conquistas de Méjico y del Perú. Hablábase de minas inagotables, de montañas de oro, de fantásticos imperios cuyas ciudades estaban empedradas con el amarillo metal, y cuyos reyes y grandes sacerdotes se bañaban en polvo aurífero para realizar sus ceremonias, como aquel imaginario «Príncipe Dorado» (…), paralelamente corrió la especie de que las naves españolas regresaban de las nuevas Indias lastradas con lingotes de oro, y que el robo de una sola de ellas bastaría para enriquecer a un pueblo entero. (Ídem).

La sensacional noticia, sobre las verificadas y bautizadas tierras de América, demuestra la tesis de Colón sobre la redondez de la tierra, fue -de acuerdo con el criterio manejado- el desmoronamiento de las teorías históricas y geográficas expuestas para la época, causando un primer impacto sobre estas concepciones. Por lo tanto, un nuevo trabajo hubo de hacerse en el campo de estas dos ciencias. Pero, teóricamente, permitiría separar viejas concepciones de las nuevas tendencias literarias fundamentadas en el mito y las leyendas de un fantástico Mundo Nuevo, quedando relegado para un puñado de inquietos estudiosos esa ardua labor.

Es evidente que, para el provecho del inmenso caudal de las riquísimas oportunidades que pudieran brindar -hasta el momento- las mitológicas tierras del nuevo Edén, se precisaba de las cartas de navegación que para sí habían reservado los lusoscastellanos. Tenían pues, las demás Coronas europeas, que diseñar las formas de cómo llegar al Nuevo Continente, porque sobradas eran ya las informaciones de la existencia de éste, precisándose develar el secreto hispánico, en virtud del mismo.

Todo comenzó en marzo de 1493, cuando don Cristóbal Colón (…), escribió una carta a varios personajes importantes, la llamada Carta de Colón, fechada el 3 de marzo del mismo año, comunicando el hallazgo de seis islas ricas en oro y habitadas por unos extraños seres parecidos a los guanches de Canarias. Dicha carta se tradujo pronto a diversos idiomas y se imprimió en Florencia, Roma, Amberes, París y Basilea. Los europeos extra peninsulares se enteraron por ella del descubrimiento de la India, pero no de la ruta que había que emplear para llegar hasta allí, cosa que Colón guardó celosamente. Después de esto, España estableció una técnica de sigilo en torno a sus descubrimientos, lo cual impidió que dichos europeos tuvieran noción de lo que iba apareciendo en América. (Lucena Salmoral, 1994, p. 52).

A pesar de los esfuerzos realizados por Castilla para ocultar su botín, resultó infructuoso, debido a que esta verdad, era del tamaño de un continente, porque ciertamente se supo, muy pocos años después, que no se trataba de alguna isla, costa u otra zona desconocida de Europa, Asia o la India, sino de un Nuevo Continente y de nuevas oportunidades.

En torno a esta idea, señala el mismo historiador lo siguiente:

En 1507 se difundió por Europa una noticia sensacional: la nueva tierra de los españoles era nada menos que un continente, el cuarto de nuestro planeta. La revelación se hizo en una impresión de la obra de Ptolomeo realizada por un equipo de sabios de la Academia del Vasgo. En su prólogo, la Cosmographiar Introductio, se señalaba que así lo había demostrado el navegante florentino Amerigo Vespucci, en cuyo honor se proponía que el continente se llamase América… (Ídem).

Los sumarios, celosamente guardados por España y sus socios de Portugal, no se irradiaron aproximadamente hasta el primer cuarto del siglo XVI, a pesar que se desarrolló en un corto período una cantidad considerable de viajes ejecutados por estas dos Coronas. Incluso, por los pretéritos viajes que realizó en 1500 Amerigo Vespucci o Américo Vespucio, como después se le conocería, con los cuales hubo de corroborar el gigantesco tamaño del continente, lo cual motivó además, toda una gran circulación de mapas y descripciones que en principio servirían a los estudiosos para levantar y sostener las teorías acerca del hallazgo, pero que también acrecentó las motivaciones de los gobiernos patrocinantes por guardar tal secreto, y las de los eurovecinos por develarlos.

El silencio al cual sometieron lusos e hispanos al resto de los europeos, tuvo su efectividad, porque -en el caso de España- logró un monopolio de forma casi efectiva, hasta 1520 y, ningún otro país pudo interferir, más o menos, durante el lapso que iba desde 1493, tiempo de la noticia del contacto, a la fecha anteriormente mencionada (1520). Tal vez, la razón primordial fue el desconocimiento cartográfico para enrumbarse hacia América y, otra razón que cobra fuerza -desde la óptica hasta ahora manejada- es todo el cúmulo fantasmal y mitológico tejido en torno a aquellas tierras y sus habitantes. Se hacía referencia a grandes tribus de caníbales, de innumerables especies de animales venenosos y salvajes, así como de plantas que podían tragarse a un hombre entero, de las dificultades de acceso a tierra desde el mar por los muchos arrecifes de corales y la densidad de arbustos y enredaderas, en fin, a los elementos verdaderos se les agregó mucho misterio para rodear la figura de lo que en esencia, se sabía en boca de los descubridores, era todo un paraíso terrenal.

Callar las verdades de las riquezas potenciales del continente americano, suponía mantener al margen las sedientas Coronas inglesa, francesa y holandesa, entre otras; para abogarse a sí misma, España, lo que ciertamente fue un gran botín.

Para entonces, el secreto de la navegación atlántica era compartido por demasiada gente como para permanecer como tal, los países del norte, Francia e Inglaterra especialmente, contaban con una población empobrecida, que buscaba en los puertos una salida a la miseria que azotaba sus vidas. A la experiencia marinera de los franceses se unió, además, la confluencia en los puertos atlánticos -Le Havre, la Rochelle, Diepe- de una serie de armadores dispuestos a financiar el viaje a quienes quisieran aventurarse a la caza de un buen botín… (Hernández, 1995, p. 146).

Comenzó todo un verdadero preparativo para echarse a la mar atlántica, la logística de a bordo debía ser suficiente para la carrera hacia las tierras americanas, conocida luego, como la Carrera de Indias. Necesario era pues, cuidar cada detalle, el aderezamiento de las flotas suponía el logro de los objetivos, cada tripulante quedaría sujeto al amparo de sus mentores Monarcas quienes les despacharon como protectorado, cédulas y patentes de corso, para hacerse de todo cuanto a su paso se opusiere con la firme intención de lucrar a las Coronas que representaban, porque, también de ello, se sufragarían los gastos por concepto de marinería: hombres, barcos, alimentos y armas, entre otros.

Cuadro Nº 1

Alimentos para cincuenta personas durante tres meses, que ocuparían cuarenta y cinco toneladas de arqueo (50 prs. /45 t.) (Siglo XVI).

Bizcocho

…………………

20 sacos de 100 kilos

Vino

…………………

15 pipas de 443,5 litros

Cont. Cuadro N° 1

Aceite

…………………

6 botijas de 19 litros

Vinagre

…………………

4 botijas de 24 litros

Agua

…………………

30 pipas de 443,5 litros

Carne salada

…………………

3 botas de 532,2 decímetros cúbicos

Pescado salado

…………………

3 botas de 532,2 decímetros cúbicos

Habas, garbanzos y arroz

…………………

3 botas de 532,2 decímetros cúbicos

Sal

…………………

100 kilos

Quesos

…………………

3 docenas

Leña

…………………

450 sacos de 1.400 kilos

Fuente: Pérez-Mallaína, Pablo E. (1992). Los hombres del océano. Sevilla, España. pp.: 77-78

Cuadro Nº 2

Cargamento estimado en el viaje de ida, que ocuparía unas doscientas cincuenta toneladas de arqueo (250 t.) (Siglo XVI).

Vino

………………

52 pipas de 443,5 litros

Vino

………………

40 botas de 532,2 litros

Aceite

………………

200 botillas de 19 litros

Geranio

………………

28 barriles de 7 litros y 95 kilos

Clavazón

………………

25 barriles de 507 kilos

Hierro en planchuelas

………………

26 cajones de 70 x 30 x 30 cm. y 500 kilos

Fardos de telas

………………

150 fardos cúbicos de 60 cm. de lado

Fardos de telas

………………

100 fardos cúbicos de 1 metro de lado

Cajones de telas finas

………………

80 de 1,50 x 0,5 x 0,5 metros

Vinagre

………………

147 botijas de 20 litros

Aceitunas

………………

45 barriles de 65 dm3

Almendras

………………

45 barriles de 65 dm3

Cera

Cont. Cuadro N° 2

………………

6 cajones de 1,5 x 0,5 x 0,5 metros

Jabón

………………

6 cajones de 1,5 x 0,5 x 0,5 metros

Objetos de vidrio

………………

6 cajones de 1,5 x 0,5 x 0,5 metros

Libros

………………

6 cajones de 1,5 x 0,5 x 0,5 metros

Armas

………………

4 cajones de 1,66 x 0,63 x 0,63 metros

Fuente: Pérez-Mallaína, Pablo E. (1992) Los hombres del océano. Sevilla, España. p. 78

Entendiéndose que para los siglos XV y XVI las pesas y medidas se expresaban de manera distinta a la de épocas más actuales, el propio Pérez-Mallaína Bueno (Op. Cit) expone con relación a las conversiones realizadas que: "… en cuestión de pesos y medidas, he seguido los datos de Ladero, Miguel Ángel. La hacienda real de Castilla en el siglo XV. La Laguna 1973". (p. 130).

Los cuadros Nº 1 y 2 reflejan las cantidades de artículos considerados necesarios según el tonelaje de la flota; en este caso, particularmente se exponen las referencias de dos naves de distintas proporciones: una de 45 toneladas de arqueo, y otra de 250 toneladas de arqueo, con tiempo estipulado de navegación para ambas embarcaciones, de tres meses. Asimismo, se puede inferir los tipos de rubros y especias que formaban parte de la despensa para satisfacer el consumo de la tripulación, se supone que se calculaba según la dieta por individuo en Tierra Firme, comprendido dentro del mismo lapso al cual se someterían en la mar. Evidentemente, cada cálculo se sustentaba en los referentes viajes de Colón, y siempre supeditados a un margen superior para prever cualquier contra tiempo a la Carrera de Indias.

En los subsiguientes cuadros, se presenta un análisis pormenorizado de los datos anteriormente expresados en función al consumo por individuo:

Cuadro Nº 3

De lo estimado para una embarcación de cuarenta y cinco toneladas de arqueo, con una tripulación de cincuenta personas. (250t. / 50 prs.).

Partes: 1, 2
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