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Amor y sexualidad. El sexo ¿es bueno o es malo?


  1. El sexo, el amor y la espiritualidad
  2. La libertad sexual y el amor verdadero

Algunas personas, cuando oyen hablar de sexo o sexualidad, se ruborizan, se callan o se expresan en un nivel auditivo bajo, como algo que se puede comentar, sólo en forma reservada, como si fuese un secreto. Esto acontece porque estas personas tienen una ligación inconsciente muy negativa dentro de sí, seguramente originada en una infancia reprimida. Se identifica sexo con pecado, con cosas sucias y hasta horribles.

Pero, sexo es una cosa – en principio – absolutamente normal, completamente natural y sobre todo, maravillosamente deliciosa. Es claro que, como todo en este mundo humano, terreno, podrá ser deformado y distorsionado hasta transformarse en una triste caricatura de su verdadera esencia.

En la Biblia, leemos: "Y Dios los creó, hombre y mujer, y vio que esto era bueno". También podemos leer: "Abandonarán, el hombre y la mujer, a su padre y a su madre, y los dos serán un solo cuerpo y un solo espíritu". Agrega la Biblia que la mujer (Eva) nació de la costilla del hombre (Adán); esto es una manera simbólica de expresar una verdad más profunda.

Más interesante es una vieja leyenda hindú que cuenta como Dios creó la mujer: "Dios tomó la curvatura de la luz y la ondulación de la serpiente; la maraña de la trepadera y el temblor de la hierba; la esbeltez de la caña y el frescor de la rosa; la suavidad de la hoja y el terciopelo del durazno; el mirar lánguido de la corza y la inconstancia de la brisa; el llanto de la nube y la alegría del sol; la timidez de la liebre y la vanidad del pavo real; la dulzura del plumaje que guarnece la garganta de los pájaros y la dureza del diamante; el sabor de la miel y la crueldad del tigre; el hielo de la nieve y el calor del fuego; el cantar del gallo y el arrullo de la tórtola. Mezcló todo esto e hizo la mujer. Ella era graciosa y seductora. Y, hallándola más bella que el ibis y la gacela, Dios, orgulloso de su obra, la admiró y se la dio de regalo al hombre".

¿No es maravilloso? ¿Qué poeta occidental ha conseguido redactar con su pluma de forma tan magistral, el proceso alegórico del surgimiento de ese ser tan especial: la mujer?

Las más antiguas leyendas ya cuentan como la Humanidad nació, de la unión sexual del Cielo y de la Tierra. Por ejemplo, los griegos a través de su mitología, decían que Urano (el cielo) copulaba diariamente con su mujer Gea (la Tierra). De ahí nacieron los primeros dioses, entre ellos Saturno, padre del principal dios definitivo, Zeus, así como algunos seres monstruosos dotados de un solo ojo: los cíclopes. Urano, que detestaba los hijos deformes, los ocultaba dentro del vientre de Gea, que estremecía de dolor. El menor, cuyo nombre era Cronos – dios del tiempo – incentivado por su madre, esperó su padre cuando llegaba para fecundar nuevamente a la Tierra (Gea) y cortó sus testículos, tirándolos al mar.

Así acabó el imperio de Urano, sustituido por su hijo Saturno. Pero lo más interesante en esta leyenda es que la espuma del mar, fecundada por el postrero semen del dios destronado, generó Afrodita, la diosa del Amor. Y aquí comenzó una nueva historia para la raza humana: el sexo animal se transforma en sexo humano, gracias a la fuerza irresistible del amor, inspirado por la nueva diosa.

Estas leyendas son ropajes alegóricos de la verdad. Y la verdad es que Dios, el Océano Cósmico, el Ser Supremo, el Creador, la Unidad, ha creado el hombre, la mujer, el amor y el sexo.

El Universo no surgió de repente y sí a través de un proceso evolutivo ("los seis días de la creación"). La ciencia descubrió esto recién en el siglo pasado, gracias a los trabajos de Darwin, pero los sabios antiguos ya lo sabían, milenios antes de Cristo. Para crear el Universo, una emanación de Dios se volvió tangible, densa, perceptible por los sentidos físicos. Esa Emanación Divina se auto-limitó por Amor, descendió de su Trono Celestial y forjó este mundo material en el cual vivimos. Primero creó los minerales, después los vegetales, luego los animales y finalmente el hombre.

Los minerales son asexuados, pero ya en los vegetales Dios dispuso la creación del sexo. Todo el mundo gusta de las plantas y especialmente de las flores. ¿Y que son las flores? Cualquier libro elemental de Botánica puede dar la respuesta cierta: las flores son los órganos sexuales de las plantas y sus bellísimas formas y perfumados aromas tienen como finalidad, atraer los mensajeros del amor: insectos y pájaros. Pues como las plantas están fijas, careciendo de movimientos de locomoción, necesitan de ayuda ajena para hacer el amor, para fecundarse.

O sea: cuando Dios creó el sexo en la Tierra, lo hizo – seguramente – pensando en una cosa bella, bonita, deliciosa, insuperable y de ese pensamiento divino, surgieron las rosas, los claveles, los crisantemos, las orquídeas y los lirios.

Después, Dios creó los animales y finalmente el hombre. Numerosos pueblos tuvieron un sentimiento de exaltación y sagrado respeto con relación al sexo, entre ellos los hindúes, pero el hombre occidental vive enmarañado en sentimientos contradictorios. El oscurantismo medieval expandió las tinieblas dentro del corazón humano, creando la terrible ecuación que dice: sexo = pecado, haciendo de aquel un sentimiento despreciable, sucio y altamente pecaminoso.

El consumismo moderno, contemporáneo, hizo lo contrario, sacó el sexo del tacho de la basura y lo colocó en la vitrina, vendiéndolo en forma de revistas y películas pornográficas, de artículos sexuales como muñecas de goma para todo uso imaginable, penes artificiales y demás "creaciones" de inventivos productores. Pero sobre todo, se vende el sexo como forma de vida, colocándolo a él y a su hijo predilecto, el orgasmo, como el bien supremo, como la medida de todas las cosas, como el único instrumento que permite discernir el camino de la "felicidad".

Pero tanto el sexo reprimido como el sexo consumista, son ridículas deformaciones, creadas por personas que están fuera de sintonía con los padrones cósmicos. El sexo verdadero, aquel creado originalmente por Dios, está íntimamente unido, inextricablemente enlazado con la maravillosa dádiva divina que es el Amor. El sexo verdadero es el compañero del Amor. El sexo verdadero es más cualitativo que cuantitativo. Él no es apenas representado por alto número de orgasmos y sí – sobre todo – por mayor compañerismo, solidaridad, comprensión, sinceridad y ternura entre los miembros de la pareja. El amor, valida el sexo en cualquier situación, ocasión y circunstancia. El sexo sin amor, sólo será válido en circunstancias especiales.

Vea lo que dice Trevisan(*): "Quien inventó el sexo fue Dios y todo lo que Él crea, es esencialmente bueno. Aquí, ahora, ayer, hoy, mañana y siempre. Solamente Dios podría crear esa sinfonía de delicias, tocada armoniosamente por la orquesta del cuerpo, de la mente y del corazón… El sexo es un presente de valor infinito. Es la perpetuación del infinito aquí en la Tierra; es la manifestación del cariño de Dios para usted. Sienta placer hasta lo más íntimo y lo más profundo de sus fibras y sumerja todo su ser en la Divinidad que impregna su vida de tantas delicias indescriptibles".

En resumen: sexo es una dádiva divina, que lamentablemente muchas personas transforman en libertinaje y otras dicen despreciar. Pero, aquel que trazó su meta con firmeza y está luchando con perseverancia para alcanzarla, y esa es: "amar y ser amado" no deberá dejarse confundir con esas opiniones. Confíe pues en la verdad auténtica que florece en la médula de su ser y que le dice con voz suave, pero segura, de que el sexo y el amor forman una pareja sublime. La más sublime que es posible encontrar en el reino terreno.

El sexo, el amor y la espiritualidad

El ejercicio de la sexualidad, envolviendo sus aspectos comportamentales, éticos y vivénciales, es – pues – una necesidad natural y fundamental del ser humano. El sexo con el propósito exclusivo de reproducir la especie, es propio de los menos desarrollados: plantas y animales; en éstos últimos, la atracción sexual es cíclica, de acuerdo con ciertas influencias. Todo el mundo sabe que una perra, una gata o una yegua, tienen ciclos de celo, y durante él, el olor de la hembra se difunde por el medio ambiente, excitando los machos.

En el ser humano, la situación es diferente. Los hombres y las mujeres pueden excitarse sexualmente en cualquier momento; todo depende del estímulo, que puede ser físico o psíquico. El sexo tiene, pues en el ser humano un sentido más profundo que la simple (aunque imprescindible) reproducción. Él es, antes de todo, una forma de comunicación, así como un factor básico de equilibrio energético interno. A través del sexo, realizado amorosamente entre dos compañeros, se libera un quantum de energía psicobiológica que, en caso contrario, quedaría reprimido dentro de cada uno de ellos. Caso esto acontezca, esa energía se deteriora y se transforma en un núcleo de frustraciones, barreras, obstáculos y bloqueos afectivos, emocionales y sexuales que tan comunes se muestran hoy en día.

El sexo y el amor, pues, puedan ir juntos o separados en la experiencia vivencial humana, pero lo ideal es que los dos convivan estrechamente, uno nutriendo al otro y así haciendo, dando y recibiendo, en una maravillosa simbiosis, se configura una rica melodía tocada a cuatro manos.

Muchas personas que desean trillar la senda espiritual son informadas por ciertos autores o instructores reprimidos, que tendrán que abandonar el sexo, o por lo menos reducirlo drásticamente. Parecería como que el deseo sexual es un factor negativo que impide al hombre tener un conocimiento de los mundos superiores. Esto es una deformación de la realidad. El sexo es parte natural de las actividades humanas y de sus necesidades básicas. Él, bien conducido, dirigido y orientado, enriquece profundamente tanto a los hombres como a las mujeres.

Numerosas culturas tienen por el sexo un respeto casi místico. ¿Y podría se de otra manera en una sociedad normal, de sentimientos sanos? A través del sexo es que acontece el maravilloso hecho del nacimiento, de la renovación de la vida, la regeneración de la especie. Gracias al sexo, nosotros vivimos, viven nuestros hijos, nuestros padres, vivieron nuestros abuelos y viven casi todos los seres vivos de este maravilloso Universo…

¿Podría Dios crear un medio sucio, pecaminoso, indecente, para mantener la vida en el planeta? ¿O será el ser humano que ensució con su pensamiento enlodado, sus sentimientos bastardos y sus manos llenas de manchas y perversión, aquel medio de expresión, aquel modo de generar vida?

La evolución sexual no pasa por la vida asexuada. La Historia indica hasta lo contrario: muchos "asexuados", lo son apenas por efecto de una fuerte represión interna que, debido a su naturaleza tóxica, acaba envenenando y secando la fuente de vida interior. Así aconteciendo, estos individuos que en varios casos se han transformado en personajes históricos, hacen de su impotencia sexual una potencia dominadora de los otros, imponiéndoles restricciones de los más diversos tipos. Incapacitados de gozar del néctar delicioso del amor, pretenden que todos los demás pasen sed. Desviados, por sus compulsiones internas, del río tibio y cristalino de la vida, pretenden convencer a los otros de que los acompañen por el lodo helado de los pantanos.

Cuando lleguemos a un nivel muy alto de desarrollo espiritual sabremos si, en algún contexto específico, debemos hacer una experiencia o tener un período transitorio de abstinencia sexual. Si aún evolucionamos más, tal vez aprendamos a transmutar la energía sexual en energías de frecuencias vibratorias de orden superior, apuntando para objetivos claramente definidos. Pero, en la situación actual, luchando bravamente para alcanzar la realización afectiva, estamos aún bastante lejos de las cumbres más altas de la espiritualidad plena. Ella es nuestra guía, pero estamos apenas comenzando nuestra caminata. Y en esta etapa del proceso, el profundo y correcto desarrollo de la sexualidad y su dulce connubio con el amor, es la meta a la cual debemos dedicar todos los esfuerzos.

La Historia también enseña que la represión sexual ha llevado, no a una exaltación de la espiritualidad y sí a lo opuesto. En verdad, son incontables las personas que sofocan – o intentan sofocar – sus necesidades internas de comunicación, de alegría, de contacto físico y emocional, de placer mutuo, de amor y ternura en la tentativa de transformarse en castos ascetas. Pero queriendo alcanzar el nivel de los ángeles, sin estar mínimamente preparados para tan magna empresa, acaban cayendo al bajo nivel de los seres inferiores.

La energía sexual es poderosísima; solo los maestros verdaderos pueden lidiar con ella, dominarla por los rumbos que ellos escojan. Muchísima preparación es necesaria para esto. Pero, el ser humano común que quiera paralizar esta fuerza en su interior, no hace otra cosa que querer detener un río torrencial con un muro de madera. Tarde o temprano el muro será derribado y las consecuencias serán desastrosas, porque el caudal tanto tiempo retenido será voluminoso, inundando toda la región.

Tampoco debemos exagerar y llegar al extremo opuesto: obsesionarse con la sexualidad. Hay personas que viven en función casi exclusiva del sexo, es claro que de sexo cuantitativo, contabilizando el número de orgasmos, tentando evaluar las personas del sexo opuesto por su probable potencialidad orgásmica y así sucesivamente.

El sexo es – ni más ni menos – que un componente natural de la vida humana. Claro que es un componente importantísimo, y prácticamente insustituible. Él es, tanto una necesidad biológica como una necesidad psicológica. De ahí surge la combinación óptima, la integración de placer físico con el sentimiento emocional.

Debido a una drástica liberación de las costumbres, sin un previo y profundo cambio interior, mucha actividad sexual es ejecutada hoy en día en forma completamente mecánica, por compromiso, para atender ficticias exigencias de capacidad sexual, sin colocar el corazón en juego. Intercambios de pareja, sexo grupal y otras combinaciones de ese tipo son relativamente comunes hoy en gran cantidad de ciudades, por lo menos del mundo occidental. Estos hechos son una triste demostración de la elección que el hombre moderno ha hecho por el sexo cuantitativo, epidérmico, grosero, animal.

Pero, es claro, que usted – caro lector – está trillando otra senda, la senda de la realización afectiva y en ella el sexo, puede tener un único, pero fascinante significado: ser el maravilloso instrumento a través del cual, las notas graves y las agudas, las octavas altas y las bajas, los violines y los instrumentos de percusión se armonizan, fundiéndose en una única y grandiosa sinfonía: la sinfonía del amor mutuo y de la felicidad plena.

La libertad sexual y el amor verdadero

Si fuera realizada una encuesta sobre la problemática afectiva en cualquier ciudad del mundo, se encontraría una situación muy variable de persona para persona. Unas vivirán en un éxtasis delicioso, embriagadas por las dulces flechas del amor; otras estarán quemándose en sufrimientos infernales, azuzados por los celos, la infelicidad y la soledad. Pero, haciendo un análisis global, es prácticamente seguro que una gran cantidad de personas, mostrarían una afectividad débil, negativa, pobre y sobre todo desajustada y desequilibrada. En efecto, promiscuidad, drogas y hasta brutales asesinatos por causas afectivas, parecen difundirse por el mundo todo, con una rapidez alarmante.

En realidad, la afectividad envuelve una serie de elementos tales como ternura, sentimiento y deseo de protección, fraternidad, generosidad, comportamiento sexual, etc. Dentro de esos factores, el comportamiento sexual ha sido ampliamente investigado por muchos autores de renombre, de modo que se sabe mucho más de este componente que de otros. Por ejemplo, no sabemos cuantas mujeres podrían clasificar sus maridos como tiernos, generosos o protectores, pero revisando en la vastísima literatura existente sobre asuntos sexuales, seguramente podríamos saber – en cambio – cuantas relaciones ellos y ellas tienen por día, por semana o por mes, que tipo de relaciones son esas; que porcentaje de mujeres son frígidas y así sucesivamente.

Uno de esos estudios más completos sobre la conducta sexual humana hecho en los Estados Unidos es el legendario Informe Kinsey, escrito en 1950, que en la época chocó a la hipócrita sociedad americana. En él, el célebre investigador, informó que 55% de las mujeres muestreadas confesaron haber tenido relaciones antes del casamiento, siendo que los motivos más importantes para abstenerse de tenerlas fueron: moral, miedo del embarazo, temor de la opinión pública, falta de oportunidades y miedo de las enfermedades venéreas.

Pero Kinsey cree que estas respuestas son apenas simples "racionalizaciones" que enmascaran las causas verdaderas, que serían las siguientes:

  • Incapacidad (por condicionamiento mental y neuromuscular negativo) de responder al estímulo erótico.

  • Tradición moral de la cultura norteamericana (de origen en gran parte puritana).

  • Falta de experiencia y temor de entregarse a una actividad desconocida.

De acuerdo con las mejores pesquisas, la incapacidad de responder al estímulo erótico nace de una educación errada sobre sexo, que es enseñado a la niña como un peligro a evitar. De esta forma, ella se reprime física y psíquicamente, cortando de raíz su emotividad y fabricando en su sistema neuromuscular una especie de coraza que le sirve de protección contra el supuesto peligro: el sexo masculino.

Se establece así un desequilibrio en la joven, ya que por un lado, sus instintos sexuales normales brotan desde el centro de su corazón y desde la médula de su cuerpo y por otro, la represión sexual arraigada en su mente, degüella uno a uno, aquellos botones maravillosos. La consecuencia es la incapacidad de responder al estímulo erótico, o sea frigidez, acompañada de un estado permanente de nerviosismo, miedo y angustia.

Cuando esa mujer casa, puede pensar que su problema está solucionado, ya que en el matrimonio tendrá autorización social para desarrollar actividades sexuales. Pero en su interior, ella habrá congelado con anticipación su sensibilidad erótica y así no tendrá capacidad para reaccionar – o lo hará muy superficialmente – frente al estímulo sexual representado por el marido. Aconteciendo esto, el drama ya está instalado en ese hogar, ya que a menos que el marido sea parcial o totalmente impotente, tendrá una demanda por sexo más o menos alta, y no estando la esposa en condiciones de satisfacerlo, las disputas, incomprensiones y desajustes irán creciendo como malezas en tierras no protegidas.

Se debe subrayar que este desajuste hombre-mujer a nivel sexual, se agrava por el hecho de ser el hombre educado de forma exactamente opuesta: cuanto más mujeres conquiste, cuantas más relaciones sexuales tenga, será considerado más macho. Por lo tanto, él casa generalmente queriendo tener uno, dos, tres,… orgasmos por día. En la otra mitad de la cama está la mujer, muchas veces con poca o ninguna sensibilidad erótica, sin gran atracción por el sexo, inventando dolores de cabeza o malestares femeninos, como forma de escapar a su participación y responsabilidad en el encuentro sexual. No es extraño, entonces, que en ese contexto, antiguamente – y aún hoy – se hable de "deberes conyugales". O sea, el sexo pasa a ser considerado como un sacrificio de la mujer en beneficio de su poderoso señor, el marido.

También es importante resaltar que el hecho de la mujer no se case virgen, no indica en absoluto que ella tenga capacidad de responder al estímulo erótico, pues, los motivos y circunstancias a través de los cuales se realizó su experiencia sexual son extraordinariamente variados y, muchas veces, tendrán reflejos negativos. En efecto, el relacionamiento frecuentemente acontece, no por una íntima, profunda e irresistible atracción por el compañero y sí por acontecimientos tales como: miedo de decir "no"; temor de perder el enamorado; indecisión; deseo de probar a sí misma ser lo suficientemente atractiva y así sucesivamente.

En realidad, si la mujer no fue educada – o se educó a sí misma – en forma correcta del punto de vista sexual (o sea, considerar el sexo como una necesidad perfectamente natural del cuerpo humano, necesidad que, para ser satisfecha en toda su plenitud y esplendor, deberá integrarse con un cálido sentimiento de amor y ternura por el compañero escogido), su contribución para la vida conyugal será bien pobre y con signo negativo.

Si el hombre es machista – como es lo más probable – contribuirá por su lado, con otra fuerte carga negativa, creándose así el desajuste, la rutina, el tedio, el odio y el resentimiento, verdaderos cánceres que están anidados en tantas y tantas parejas, aparentemente respetables esposos. Como ya sabían los antiguos, los desacuerdos en la alcoba son el peor motivo de fracaso en la vida conyugal. Quien quiera llegar a las luminosas playas de la realización afectiva, a los perfumados bosques del amor correspondido, a la magnífica cumbre de la felicidad, debe prestar cuidadosa atención para estos asuntos.

En la actualidad, con la aparición de la píldora anticonceptiva, con la emancipación femenina y hechos correlacionados, la situación se complicó aún más. Las mentes y los corazones de muchas personas – hombres y mujeres- entraron en conflicto, en la mayor de las confusiones, acabando por llamar al libertinaje de libertad. En efecto, la mujer reclama – con justiciaigualdad con el hombre, ganando acceso al mercado de trabajo, pero la consecuencia real es que deberá trabajar en doble jornada: dentro y fuera de casa.

Ya otras, hablan que la tolerancia sexual de la cual los hombres gozan es una gran cosa y por ahí se encaminan, envolviéndose con todo tipo de hombre que pase por su frente. Pero, el resultado es que, después de la diversión, se sientan insoportablemente vacías.

La gran diferencia entre libertad y libertinaje es que en la primera, la persona, sea hombre o mujer, toma una decisión autónoma, en lo relativo a algún aspecto de su vida, por ejemplo su comportamiento sexual. Así, si fuera el caso, podrá decidir tener relaciones sexuales completas con determinada persona, independiente del estado civil de cada uno. Pero esto pasa a ser libertinaje, si aquella persona comienza a tener, mecánica y compulsivamente, relaciones sexuales con muchos individuos, los cuales apenas representan para ella, objetos para su placer, válvulas para su alivio sexual.

Esto significa que en el plano afectivo, actuar con libertad, ser liberado, no es otra cosa que haber vencido la represión interior y exterior y llegar a tener un relacionamiento profundo, íntimo y pleno de alegría con una cierta persona que se integra, se armoniza y sintoniza con nosotros y en la cual, percibimos claramente un haz de sentimientos amorosos, de deseos positivos y de esperanzas maravillosas.

En este caso, la libertad será usada para quebrar la hipocresía social y no para explotar al compañero; será usada para proporcionar calor humano, compañerismo y honestidad a la relación y no para agregar un trofeo sexual más en la colección; la libertad será usada para hacer desabrochar la rosa del amor y no para una satisfacción pasajera de los sentidos.

Actuar con libertinaje es bien diferente. El libertinaje apenas exige un compañero sexualmente atractivo: un hombre de complexión atlética o una mujer llena de curvas. Lo restante consiste apenas en un abrazo superficial, un estallido orgásmico y después, un tedio insoportable. Por esto, se necesita renovar de compañía permanentemente, pues el verbo Amar jamás es conjugado.

Hechos estos esclarecimientos, se debe decir – de forma completamente cristalina – para que no quede la menor duda, que la visión sobre sexualidad propuesta en este Curso no puede ser otra que a favor de la libertad sexual, tanto para el hombre como para la mujer. Pero también debe ser cristalinamente comprendido que libertad sexual no significa promiscuidad.

Significa, en cambio, elegir libremente, espontáneamente un compañero determinado, independiente de cualquier condicionamiento social; amarlo, reconocer que es tan humano como nosotros, perdonarlo cuando comete algún error, tener relaciones sexuales con él, hacer parte de su vida como él hace parte de la nuestra, ser amado por él, mirar amorosamente dentro de sus ojos y a través de estos vínculos tan maravillosos con el ser humano escogido, acercarnos – cuanto sea posible – a la luz cósmica del Amor Divino.

Pero, antes de elegir el compañero, debe hablar el corazón, sólo el corazón. Solamente cuando lo sientan disparar como una tropa de corceles en dirección a alguien muy especial, abra su cuerpo y su alma para él, pues los seductores irresponsables y los cantos de sirena están en todas las esquinas del mundo. El amor verdadero no florece todos los días ni en cualquier lugar; él solo desabrocha en el momento y en el lugar cierto.

Aquellos que lo conocen, deben conservarlo como si fuese el mayor tesoro. Aquellos que lo esperan, tengan la certeza de que él aparecerá, escondido en la gracia de un pétalo, en el brillo de una mirada, en una sonrisa cautivadora, en el calor de una caricia o en la maravilla de un beso…

Observación: Las Monografías de este Gran Tema (Afectividad Humana), deben ser consideradas como un estímulo, una inyección de luz y esperanza para las personas que sufren de problemas afectivos. El autor, dentro de sus posibilidades, está dispuesto a enviarles, de forma totalmente gratuita, el libro completo, titulado "El Arte de Amar y Ser Amado", a todos aquellos y aquellas, que demuestren interés en los mensajes ofrecidos, a través de comentarios simples, enviados directamente a :,

 

 

 

Autor:

Prof. José A. Bonilla.

(Universidad de la República, Uruguay; Universidad Nacional de Tucumán, Argentina, Universidad Federal de Minas Gerais, Brasil)