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La emigración china a los Estados Unidos, un análisis de José Martí (página 2)

Enviado por Ramón Guerra Díaz


Partes: 1, 2

A María le recordará, "-que es lo que dicen los chinos, que sólo es grande el hombre que nunca pierde su corazón de niño (…)" (5), cualidad que conservó siempre este soñador sincero.

Mientras a Carmen le aconseja: "Los chinos dicen que en nada debe haber exageración: ni en las virtudes (…) (6), otra de las cualidades que adornaron su inquieta personalidad.

Es así como el más grande de los cubanos, curiosos, indagador, humano, desprejuiciado y justo, supo asimilar aquellos fulgores que desde China le llegaron a través de los más sufridos de los hombres, aquellos que se alejaban de su patria cargándola dentro, porque no tienen en ella el pan que necesitan o sus sueños tienen las alas grandes y tienen al mundo por casa.

José Martí se establece en los Estados Unidos a partir de 1880, será Nueva York, la gran ciudad del norte, donde se establecerá el cubano, su mirada inquisitiva y curiosa abarca todo aquel mundo cosmopolita y variopinto, que se presenta ante su asombro y curiosidad.

Por ello cuando su pluma avisada y febril se decide a mostrarles a los latinoamericanos aquella tierra de "promisión", con la que tanto han soñado. No deja de levantar cada rincón de aquella "barca de Noe", donde las virtudes y los defectos humanos parecen encontrar modo de mostrarse en superlativo.

En Nueva York conoció a la gran comunidad china asentada allí y a ella se referirá en varios reportes, que no puede dejar de aludir el folklorismo exótico de la cultura china, pero sin dejar que esto opaque el humanismo propio de él. Los chinos de esta ciudad se agrupan en un barrio, que debió conocer muy bien José Martí, de acuerdo con las descripciones que de ellos hace:

"Mott es en Nueva York la calle de ellos, donde tienen sus bancos, su bolsa, sus sastres y peluquerías, sus fondas y sus vicios. Hay el chino abate, sabichoso y melifluo, de buenas carnes y rosas en el rostro, de poco pómulo y boca glotona, de ojo diestro y vivo. Hay el chino de tienda, terroso de color, de carnes fofas y bolsudas, remangados la blusa y los calzones, el pelo corto hirsuto, el ojo ensangrentado, la mano cebada y uñosa, la papada de tres pisos, caída al pecho como ubre; y por bigotes dos hilos. Hay el chino errante, acorralado, áspero y fosco, que cargó espada o pluma y vive de memorialista y hombre bueno, mudo y locuaz por turnos, sujeto a ración por el rico ignorante que halla gusto en vengarse así de quien tiene habitada la cabeza. Y hay el chino de las lavanderías, que suele ser mozo e ingenuo, alto y galán de cara, con brazaletes de ágata en los pulsos; pero más es canijo y desgarbado, sin nobleza en la boca o Ia mirada, manso y deforme; o rastrea en vez de andar, combo y negruzco, con dos vidrios por ojos, y baboso del opio" (7)

De aquel exótico barrio saca su crónica acerca de las bodas de un poderoso comerciante, casi dueño de todo en esta barriada y que pese a sus muchos años se vanagloria de desposarse con una adolescente de apenas 18 años que ha "importando" de China. La fiesta tiene en Martí un cronista brillante:

"No es de Carnegie, el amigo de Blaine, sino de Ynet-Sing, el comerciante chino que se ha casado, sin dientes y sin espina dorsal, con un nomeolvides, una gentileza de dieciocho años que le ha venido de China. Convidó a China entera, que por cuenta de Ynet calmará el hambre y la sed en las casas y fondas de la calle de Mott en la fiesta de bodas, que es de cincuenta servicios, y dura quince días; allí el pollo cortado de este a oeste en pedazos menudos, cada uno con su tanto deshueso; allí la col sin sal, y el arroz sin grasa, y el pescado pardo en salsa dulce: allí los buñuelos, redondos como una naranja, manando el aceite, y el vino de arroz, rojizo y como ahumado, que no va en vasos, sino en tazas de juguete, donde cabe lo que en la cuenca de una uña. La calle entera es música. Ynet ríe, encuclillado desde hace dos días, y los comensales se levantaron de las mesas de ocho asientos en el vigésimo quinto servicio, para asistir, con dos óbolos rojos en las manos, a la ceremonia de la boda

"Le clavan en el manto los sacros cirios, y luego se los quitan, para ponerlos en una urna ante Joss: ¡Primero a Joss, luego a Ynet! ¡Joss se come las flores! Flor de China saluda a Joss tres veces; y después a la asamblea, cubriéndose la cara con el abanico. Y ofrecen luego a los huéspedes en las tazas menudas té oriental, y por la taza que toma, deja el huésped, envuelta en papel fino, una moneda de oro, que es el óbolo rojo. Pasan luego tabacos de la Habana, que entre los chinos es gran riqueza; y otro óbolo. Y luego es lo más bello de la boda, en que los chinos se parecen a los indios: la novia va a pedir la bendición al chino más anciano" (8)

Su conocimiento de la cultura china va dejando huellas a lo largo de su obra, en la que encontramos constantes referencias a su religión, su filosofía, su arte y su apego a la libertad, que hace posible la identificación del Apóstol con ese pueblo:

"En China vive la gente en millones, como si fuera una familia que no acabase de crecer, y no se gobiernan por sí, como hacen los pueblos de hombres, sino que tienen de gobernante a un emperador, y creen que es hijo del cielo, porque nunca lo ven sino como si fuera el sol, con mucha luz por junto a él, y de oro el palanquín en que lo llevan, y los vestidos de oro. Pero los chinos están contentos con su emperador, que es un chino como ellos. ¡ Lo triste es que el emperador venga de afuera, dicen los chinos, y nos coma nuestra comida, y nos mande matar porque queremos pensar y comer, y nos trate como a sus perros y como a sus lacayos!" (9)

Junto a la admiración por la nación que es familia, la observación crítica por el sometimiento al despótico emperador, que al menos no es extranjero, en una clara alusión a la situación colonial como la más triste entre los pueblos.

A la libertad como condición humana volverá a referirse en su descripción de los funerales del general chino Li-In-Du, emigrado en los Estados Unidos por no estar de acuerdo con el régimen autoritario de su país:

"Li-In-Du fue persona valiente: derrotó a Francia en Tonquín: usó de su prestigio para favorecer a los amigos de la libertad: ni el prestigio le valió contra la persecución de los autoritarios, que no quieren sacar a China de su orden de clases: con la vida escapó apenas, seguido hasta San Francisco de algunos tenientes fieles: no peregrinó en el ocio, como tanto espadón de nuestra raza, que cree que el haber sido hombre una vez, defendiendo a la patria, le autoriza a dejar de serlo, viviendo de ella. ¡La libertad tiene sus bandidos! (…)" (10)

Esta crónica dedicada al funeral del general chino que abandonó su país por mantener sus ideales de libertad, es el trabajo más extenso que le dedicó el Apóstol al tema chino y se refleja en él toda la pompa y el colorido de la ceremonia funeraria, además de presentar un detallado retrato de la vida del emigrado chino en Nueva York, sometido a la discriminación y el duro trabajo, pero sin olvidar sus raíces culturales a las cuales siguen muy unidos:

La descripción del desfile funerario en un derroche de detalles que dejan un retrato inolvidable de la cultura china:

"¡Cómo mira, cual pronto a morir, el que empuña el pabellón con guante que tiembla! Se le agrupan al asta sumisos los oriflamas y estandartes, como hijuelos al tronco, amarillos y verdes, morados y zafiros, rojos y violetas, amarantos y rosas. Se ven los penachos del carro fúnebre, y las cabezas negras de los cuatro caballos. Centellea al sol el papel dorado de los emblemas. Pero no se ven ídolos, ni la imagen de Tai-Shin, el dios de la riqueza, que tiene ahora en China, como en todas partes, más templos que otro alguno; ni Kivan-Te, va allí tampoco, el dios de las batallas, de cejas de culebra y de la gran manopla. Li-In-Du no cree en imágenes, ni en más dios que el puro Tao creador, que es todo y uno, y engendró los dos, y de los dos el tres, y de los tres el mundo, ni en más santos que las virtudes, sin las dominaciones y jerarquías con que los sacerdotes oscurecieron luego la religión, ni en Grandes Osos y Emperadores Perlados: ni en la madre del rayo, el rey del mar y el señor de las corrientes, ni en la deidad que protege cada condición y empleo del hombre, ni en el dios del trueno, a quien le llevan y traen órdenes treinta y seis generales, negros y grises, mientras él mortifica con los pies inquietos el plumaje de nueve aves hermosas… "(11)

Corría el año 1888 y en los Estados Unidos habían sucedido muchos y desagradables sucesos para la comunidad china asentada en ese país y principalmente para los que residían en San Francisco, California, principal puerto de entrada de estos hombres deseosos de encontrar un lugar en el que pudieran ganarse la vida y mantener a sus familias.

En esta región del lejano oeste norteamericano, desde inicios de la década de los 80 del siglo XIX, comenzó un movimiento de hostilidad contra los chinos emigrantes, basándose en el criterio de que constituían un peligro para el resto de los pobladores de estas tierras porque aceptaban salarios más bajos, a pesar de que ya las leyes de esa época le impedían a estos emigrantes chinos emplearse en aquellos oficios donde podían hacerle competencia al blanco, por lo que solo pudo trabajar en aquellos empleos no deseados por ellos.

Es sobre estos sucesos que escribe el joven Martí en sus primeros trabajos periodísticos para La Opinión Nacional de Caracas, Venezuela en 1882 al describir el trato humillante a que eran sometidas estas personas al llegar a puertos norteamericanos:

"A pesar del clamor hostil con que los inmigrantes europeos reciben a los chinos en California, a tal punto que es ya allí un grito de combate este grito: "¡ Los chinos deben irse!", no cesan de ir inmigrantes de Oriente en todos los vapores que de China hacen el viaje a California, donde se les somete a toda clase de ridículas posturas y bochornosos exámenes, como único medio de hallar el opio que los inmigrantes astutos traen oculto entre sus anchos vestidos, o en la suela de sus gruesos zapatos. o en la cola de su larga cabellera(…) Luego que han sido registrados, y que les han estrujado sus ropas, deshecho sus baúles, destrenzado sus cabellos y palpado su cuerpo, los marcan con una cruz de yeso(…)"(12)

Dándole seguimiento a la tragedia de los emigrantes chinos aparece el 31 de mayo de ese mismo año su crónica sobre el estado de rebeldía en la ciudad de San Francisco en la que son linchados cientos de chinos por considerarlos causa de la ruina y pobreza de los trabajadores blancos. La nación del progreso, de las oportunidades, cobija y admite cómplice los terribles métodos de linchamiento que sus ciudadanos aplicaron a cuanto marginado consideraron indeseable, chinos, negros, aborígenes, pobres, y dejaron una huella de sangre en cada paso hacia el progreso. En tanto las autoridades de la Unión se hacen partícipe de estos desmanes y aprueban la Ley que prohíbe la entrada de los chinos a los Estados Unidos. Martí que ha estado siguiendo estos acontecimientos sentencia:

"(…) Y no es, no, la civilización europea amenazada la que levanta como valla a los chinos la espuma de sus playas: es la ira de una ciudad de menestrales que han menester de altos salarios contra un pueblo de trabajadores que les vencen, porque pueden trabajar a sueldos bajos. Es el rencor del hombre fuerte al hombre hábil. Es el miedo de una población vencida al hambre" (13)

A lo largo de este vergonzoso episodio de la historia de los Estados Unidos, en el que se hace evidente la injusta posición de los que niegan los derechos humanos más elementales a los emigrantes chinos, frente a otros grupos de origen europeos, queda bien clara la posición de José Martí junto a la justicia:

"(…) el Presidente Arthur sensatísimo, niega su firma al acuerdo loco, por el que los representantes cierran esta nación, cuya gloria y poder viene de ser casa de todos los hombres, a los hombres chinos, por no perder en las elecciones próximas los votos de los celosos irlandeses, cuyo trabajo burdo y caro no les da modo de competir con el trabajo chino, barato y perfecto. Viril y cuerdamente envía Arthur su veto. Dícenle que perderá con ello su partido, a lo que ha respondido con nobleza que ganará con ello la nación" (14)

Finalmente las presiones de los políticos hacen que el presidente de los Estados Unidos cediese en este injusto caso en contra de los chinos y firmó la ley que ponía onerosas trabas al emigrante proveniente de China.

La larga permanencia de José Martí en los Estados Unidos le permitió conocer mucho mejor a los chinos a través del contacto con la numerosa colonia de estos en la ciudad de Nueva York, contactos que se reflejan en sus crónicas para los periódicos latinoamericanos; baste para ejemplificar su narración sobre el teatro chino, aparecida en el periódico La Nación de Buenos Aires en agosto de 1889. En ella hace una minuciosa descripción de los suntuosos trajes y decorados; del trabajo de los tramoyistas que hacen los cambios de decorados y atrezos a la vista del público; del juego teatral, más simbólico que reflejo de la realidad y de la ausencia de libretos rígidos que permiten al actor "(…)imaginar el papel, con gran cuidado de que no digan los personajes cosas que no sea de su tiempo, ni salga de los timbales, del violinete, del flautín, de los platillos, acorde alguno impropio para que lo oiga y presida el Joss dorado, que desde su palco divino asiste a la función"(15)

China vive en este derroche de colorido y vivacidad de sus crónicas, hombre moderno, abierto al mundo y su pluralidad, en las descripciones del Maestro hay simpatía, tolerancia y solidaridad para con un pueblo que la sociedad norteamericana juzga y generaliza como consumidora de opio, y como una enseñanza para el futuro es rechazada en medio de fuertes conflictos raciales que dejó sin vida a cientos de estos pacíficos hombres que trajeron un sueño sencillo a América, encontrar un bienestar para sí mismo y su milenaria cultura.

Referencias bibliográficas

  • 1. El Presidio Político en Cuba. José Martí, 1871.T. I. Pág.66. Obras Completas de José Martí. La Habana, 1975

  • 2. Patria, 28/ nov. /1893 T. IV Obras Citadas, Pág. 260

  • 3. Fragmentos martianos. T. XXII, Obras Citadas, Pág. 182

  • 4. Cuadernos de Apuntes. T. XXI Obras Citadas, Pág. 183

  • 5. Carta a María Mantilla. 2 de febrero /1895. T. XX, Obras Citadas, Pág. 212

  • 6. Carta a Carmen Mantilla. 1895 T. XX, Obras Citadas, Pág. 235

  • 7. La Nación, 16 de diciembre /1888. Tomo XII Obras Citadas, Pág. 77

  • 8. La Nación, 17 de noviembre/1888. Tomo XII Obras Citadas, Pág. 64

  • 9. Los Dos Ruiseñores. Versión Libre de un cuento de Andersen. La Edad de Oro. T. XIX Obras Citadas, Pág., 491

  • 10. La Nación, 16 de diciembre /1888. Tomo XII Obras Citadas, Pág. 77

  • 11. Ídem

  • 12. La Opinión Nacional, 31 de enero /1882, T. XXIII Obras Citadas, Pág. 180

  • 13. La Opinión Nacional. Caracas, 31 de mayo /1882 T. IX Obras Citadas, Pág. 281

  • 14. La Opinión Nacional. Caracas, 1882.T. IX. Obras Citadas, Pág. 299

  • 15. La Nación, 17 de agosto /1889. T. XII Obras Citadas, Pág.277

 

 

Autor:

Ramón Guerra Díaz

http://blogs.edu.red/marti-otra-vision/

Museólogo Especialista

Museo Casa Natal de José Martí

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