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Un Encuentro con el Espaciotiempo


Partes: 1, 2

  1. El ser y la conciencia
  2. El conocimiento científico
  3. La gran ilusión
  4. Perspectivas de la realidad
  5. El firmamento que nuestros ojos miran
  6. El firmamento visto a través del conocimiento científico
  7. Interpretación de los espectros
  8. Interpretación de la realidad científica
  9. Sobre la naturaleza del espacio, el tiempo, la materia y la energía
  10. La energía primordial y el modelo de nuestro universo
  11. Un nuevo amanecer
  12. Epílogo

Quiero escudriñar en tus entrañas

esa verdad que me aqueja.

Tanto espacio, tanto tiempo y en

ello los luceros.

Que tan grande y que tan eterno,

que apenas mis ojos perciben lo cercano.

Cercano y lejano, que quizás esté lleno de la misma verdad que busco.

Verdad, que en su comienzo, dejo rastro de lo que observo.

Advertencia

La presente narración no pretende ser científica, ni mucho menos de ciencia-ficción. Sólo pretendo en ella describir la experiencia que, en una noche maravillosa de observación celeste, tuve al reflexionar sobre un tema que ha sido por muchos años una de mis obsesiones: el origen de las cosas y su relación con la naturaleza del espacio y el tiempo. En la narración incluyo, además, la síntesis de algunos de mis recuerdos (Son recuerdos…) que dan cuenta de mi pasión cotidiana por contemplar el cielo.

El ser y la conciencia

Eran las cuatro de la tarde. Iba camino a El Salto, el punto de reunión en donde varios amigos de la Sociedad Astronómica Queretana nos reuniríamos para hacer un ensayo de lo que sería, dentro de veinticinco días, el gran evento: El Maratón de Messier en su versión número IV. Omar, mi compañero de equipo, nos alcanzaría después de las siete de la noche pues, como todos los sábados, para el la venta en su negocio le era muy favorable en los fines de semana.

Después de rodear la ciudad de Querétaro por el lado poniente, me encontraba sobre la Carretera Federal 57, que comunica a esta ciudad con la de San Luis Potosí, y de largo nos lleva a la frontera, a la ciudad Piedras Negras, Coahuila. Tan sólo yo iría al kilómetro 52, en donde se entronca la 57 con la Carretera Constitución, que conduce a la ciudad de San José Iturbide, en el estado de Guanajuato. De ahí yo tomaría el camino a la ciudad de Tierra Blanca, hasta aproximadamente el kilómetro quince, donde se ubica el centro vacacional El Salto.

El clima nos era muy favorable pues, como yo podía observar a lo largo del camino, el nivel de nubosidad era mínimo y prometía estar ausente por la noche, cuando todos nos encontráramos con el firmamento. Quizás había un poco de bruma, que se hacía evidente en el lejano horizonte, por el polvo que levantan por la tarde los vientos ligeros típicos de aquella región semidesértica.

El Sol se mostraba espléndido, quien aparentaba estar sumergido en un espaciotiempo que a estas horas del atardecer mostraba un azul "cielo" inmaculado. Muy a lo lejos estaba la cadena de cerros que tenía que cruzar para llegar a mi destino.

A lo largo del camino y en un estado reflexivo trataba de darle sentido al concepto de espaciotiempo, que ahora usaba con el propósito de darle una realidad al momento y al lugar en donde me encontraba. Reconocía que el Sol cambia de lugar conforme se pasa del atardecer al anochecer y, a la vez, yo me acercaba a la cadena de cerros que tenía que librar. No podía hablar sólo del espacio, ni tampoco sólo del tiempo, era el espaciotiempo, en donde la realidad que percibían mis sentidos daba cuenta de la sucesión de eventos que marcaban el paso del atardecer al anochecer y de mi lejanía a la cercanía de la cadena de cerros que tenía que librar. En este estado reflexivo, venía a mi mente las distintas corrientes científicas en donde se cuestiona el significado del espacio y del tiempo. Aquellas teorías del cosmos, en donde el espaciotiempo es un "algo" que muestra una dinámica insospechada, y que se contrapone a la percepción que nuestros sentidos dan a lo que cotidianamente llamamos realidad; y aquellas otras teorías del microcosmos, en donde las leyes de cuantización borran el significado de realidad que puedan tener el espacio y el tiempo, como un medio en donde se desarrollan los eventos que en nuestro mundo cotidiano se manifiestan como fenómenos físicos. Realmente me intrigaba el saber que eran esas cosas que llamamos espacio, tiempo, o, que en conjunto, denominamos espaciotiempo.

Sin prestar atención a mi paso por la ciudad de San José Iturbide, que en ocasiones anteriores ya había visitado y gozado de la amabilidad y atención de su gente, me encontraba rumbo a Tierra Blanca que era el camino obligado que tenía que seguir para llegar a El Salto.

A lo largo de una ruta relativamente estrecha y accidentada aparecían poblados como El Capulín, que me indicaban lo certero de mi camino. Entre montículos se escondía el Sol que de repente se hacía presente, y con ello daba cuenta del avance del atardecer. Yo me dirigía al oriente y el Sol se escondía al poniente. De vez en cuando yo atisbaba el espectáculo que ofrecía el dorado atardecer, que en el horizonte poniente y con la tenue bruma los rayos del Sol transformaban el cielo para dar tan maravilloso espectáculo.

Por poco me sigo de paso del entronque con la brecha que conduce a El Salto. Estaba maravillado del atardecer, que al oriente el cielo se transformaba en un azul profundo que auguraba una extraordinaria noche de placer. Un placer que sólo disfrutan aquellos que se maravillan con un cielo lleno de estrellas, y que en su profundidad descubren un verdadero Universo Islas.

De entrada, El Salto no parece más que un motel escondido entre cerros. La corta brecha de terracería, la distribución y apariencia poco estética de las cabañas, y un restaurante en la parte alta de una construcción de dos plantas, así como un patio central de terracería usado como estacionamiento, bien pudiera parecer poco atractiva para alguien que espera encontrar un lugar elegido por los dioses para contemplar el firmamento. Sin embargo, las apariencias engañan, pues una perspectiva muy diferente del lugar se tiene cuando uno asciende al restaurante desde donde uno puede contemplar con relativa comodidad un panorama, al sur-oriente, del valle de Victoria, desde la terraza del restaurante que está al borde del acantilado formado por un recorte de la cadena de cerros que semi-rodea al valle. Es una vista extraordinaria, no sólo por la panorámica del valle, sino porque también ofrece, al lado nororiente, una vista de una inmensa formación rocosa vertical, en forma de pilares gigantescos, que con la iluminación solar del atardecer exhibe una dinámica de sombras única, que insinúan la aparente movilidad de piedras gigantes que se deslizan en el muro vertical desafiando a la gravedad. Por otro lado, la naturaleza de este lugar de esparcimiento es, de hecho, la razón de ser de su existencia, pues El Salto es ampliamente conocido como un lugar muy apropiado para la práctica del vuelo en Ala Delta y Parapente, así como la práctica del rappel. Además, si bien el lugar no muestra un horizonte de 360° libre de obstáculos, el grado de oscuridad que se tiene por las noches es excelente, lo que garantiza que la observación nocturna del cielo sea extraordinaria.

Son recuerdos…

Tanta quietud,

en espera de lo extraordinario.

Tanto silencio,

en espera de la algarabía.

Tanta armonía,

en espera de lo caótico.

Tanto esperar,

en espera de lo eterno.

Tantas estrellas y tanto vacío,

que en éste lugar convergen

en la noche de espera.

Por otro lado, las cabañas son cómodas y con todos los servicios básicos. Cada una puede albergar hasta seis personas adultas lo cual la hace económica al compartir la habitación con compañeros que comparten la misma afición por la observación celeste. El restaurante es mi favorito. Si bien el nivel culinario no es nada extraordinario, los guisos y los alimentos que ofrecen son del tipo casero con un excelente gusto en su preparación. Sin embargo, aún me parecen más extraordinarios cuando después de una jornada de toda la noche de observación, y después de dormir un poco, uno se entrega a un almuerzo que lo hace único al reconfortar el cuerpo y el espíritu para entregarse, junto con los amigos trasnochados, al análisis y discusión de los logros alcanzados en la observación celeste de la noche consumada.

Después de instalarme en una de las cabañas, no quise perder la oportunidad de fotografiar el ocaso, que hoy, como nunca antes, lo contemplaba tan extraordinario. Con prontitud me equipé con lo necesario y, junto con mi cámara y tripié, me alejé hacia el poniente para lograr mis mejores fotografías de la puesta del Sol que hoy, como nunca antes, lo observaba con tanto cuidado. Entre arbustos y nopaleras y muy lejanos cerros busqué los mejores encuadres del ocaso, buscando resaltar la transformación que la coloración del Sol y su entorno celeste daba con el paso del tiempo y en la medida que el Sol se ocultaba en el horizonte. Era realmente extraordinario ver la transformación del manto celeste en el borde del horizonte donde caía el Sol. Desde un azul cielo profundo en el cenit a un azul grisáceo que se transformaba en capas para rematar en un amarillo rojizo que convergía en la zona donde el Sol, ahora rojizo, tendía a ocultarse. Junto con esto, el ambiente sonoro creado por los innumerables seres vivos comenzaba a mitigarse, dando con ello una señal del final de la jornada. Si esto hubiera sido el final de la noche, para mí hubiera sido una de las noches más extraordinarias de mi vida. Sin embargo, y con el éxito obtenido, me dispuse a ir a cenar, esperando encontrar a mi amigo Omar para qué, posteriormente, hiciéramos todo lo necesario para observar el cielo nocturno.

Son recuerdos…

Que tan monótono

pudiera ser un atardecer

si en el lejano horizonte

la luz de nuestro rey

no cambiara de rostro,

como lo hace al pasar

de un azul celeste

a un romántico rosado,

que bien pudiera ser

el propio cinturón de Venus.

El dorso de las montañas

parecen sostener

tan espectacular telón,

que sirve de fondo

para que la Luna joven

muestre todo su esplendor,

ante un curioso espectador

como Júpiter que se asoma

por el borde inferior.

Ya dispuestos para cenar comencé a platicarle a Omar sobre mi experiencia de la contemplación del ocaso del Sol. El atentamente me escuchaba, y como siempre comenzaron a surgir las innumerables preguntas, y con ello las respuestas, de los fenómenos físicos que pudieran estar involucrados en esta observación celeste vespertina.

¿Qué nos hace únicos del resto de los seres vivos, para apreciar e interpretar tan espectaculares fenómenos? Era la primera pregunta de las muchas que nos haríamos a lo largo de la noche. Conscientes de que no podíamos invertir mucho tiempo en esta cuestión filosófica, debido a que teníamos que hacer los preparativos para nuestra observación celeste nocturna, comenzamos a cenar y dar respuesta a la pregunta planteada.

Omar tomó la iniciativa, y como buen bioquímico, me dio una cátedra sobre el origen y evolución de los seres vivos en nuestro planeta. En muy pocas palabras esbozo y describió la naturaleza de las distintas especies para culminar con la especie humana, señalando puntualmente las características que la hacen única dentro del mundo de los seres vivos, de la que destaca la conciencia.

Al tratar de comprender la naturaleza de la consciencia nos enfrascamos en una discusión en donde emergieron nuestras ideas religiosas, inculcadas por nuestras respectivas familias, que nos confundían en la búsqueda científica de lo que la consciencia representa en la apreciación e interpretación de todos los fenómenos a los que se enfrenta el ser humano. A este respecto Omar se aferraba a un origen divino, que en lo más recóndito de la naturaleza humana surge para que pueda ser testigo de la creación de un Dios que está detrás de todo lo que llamamos Universo. Mi postura era más radical, y estaba fundamentada en las leyes de la física, particularmente en las de la termodinámica.

Desde de mi punto de vista, le decía Omar, la conciencia no es más que el más alto grado de especialización que tiene un sistema termodinámico para protegerse, evolucionar y prevalecer como un sistema dominante en su entorno. Este entorno bien puede ser una región microscópica, un planeta o toda una galaxia, y como sistema termodinámico puede ser cualquier sistema constituido por cualquier tipo de materia o energía que sea capaz de reproducirse, autosustenerse, autoprotegerse y en su más alta expresión, reconocer el pasado, valorar el presente y capacitarse para el futuro.

En este esquema, le decía a Omar, un sistema termodinámico puede ser cualquier sistema orgánico o inorgánico, o una mezcla de ambos, en donde su habilidad para manipular las leyes termodinámicas le permitirán evolucionar, consciente o inconscientemente, hacia un dominio de su entorno y sistemas termodinámico inferiores.

Ante la perplejidad de Omar, me dispuse a ser más explícito sobre lo que entiendo como entes termodinámico con conciencia, y sobre todo lo que es en sí la evolución de nuestro Universo donde caben todos los sistemas termodinámicos de cualquier índole.

Partiendo del hecho de que todo en nuestro Universo es energía y que ésta se transforma en un espacio y un tiempo -espaciotiempo, que estrictamente también es energía- cada sistema termodinámico evolucionará, de acuerdo a la disponibilidad de energía del entorno. Así, por ejemplo, el Sol es un sistema termodinámico que se formó como consecuencia de la atracción gravitacional del material interestelar, acumulando con ello una energía gravitacional que es capaz de transformarse, en un momento dado, para generar las reacciones nucleares que hacen que este material cósmico, aglutinado gravitacionalmente, se transforme en una estrella. Una estrella que transformará su energía nuclear en energía radiante que al llegar a un planeta como el nuestro, será capaz de promover la vida mediante la transformación de la energía lumínica en energía química, que hace que florezcan los seres vivos y con ello su evolución hasta lograr seres pensantes capases de transformar su medio ambiente, producir ciencia, tecnología, arte y todo aquello propio de los seres humanos. Sino igual, en cada rincón del Universo deben ocurrir procesos semejantes que hacen que la disponibilidad de energía sea un agente de cambio, promoviendo con ello la evolución de los sistemas termodinámicos, que pueden ser definidos como tales, en esos lugares.

Todos estos procesos de cambio están regidos por las leyes de la termodinámica en donde la energía se transforma, pero no todos los procesos de cambio son factibles y si algunos de ellos ocurren son consecuencia de un costo energético que lleva al sistema a una condición temporal favorable para su evolución constructiva, que la hace prevalecer sobre otros sistemas menos favorecidos. Bien pudiera parecer que eventualmente, todos los sistemas termodinámico alcanzarían de una forma u otra condiciones óptimas de su existencia, sin embargo, esto es aparente porque el agente de cambio es la energía disponible para la ocurrencia de una transformación pero esta, al final de cuentas, es finita. Por ejemplo, para la formación de estrellas ésta energía es la energía gravitacional que permite el colapso de las nubes moleculares para formar lo que llamamos estrellas y estas evolucionarán hasta un final que será inevitable. Lo mismo para las galaxias que terminaran colapsándose sus núcleos en inmensos agujeros negros y el resto de su material estelar dispersándose en el medio intergaláctico porque, al final de cuentas, todo en su conjunto termina disolviéndose en un espaciotiempo que, aparentemente, aumenta en tamaño indefinidamente.

Tal parece que todo sistema termodinámico comienza aprovechando al máximo la energía de su entorno para evolucionar, y en la medida que está energía disponible se degrada la capacidad de cambio disminuye hasta extinguirse. En este proceso bien pudieran aparecer y desaparecer sistemas termodinámico que dependen de otros con un proceso de cambio mucho más lento pero, al final de cuentas, todo, eventualmente, se transformará a un estado de energía incapaz de promover cambios y, más aún, de generar algún sistema termodinámico.

En resumen, y desde mi perspectiva, la conciencia no es más que un mecanismo superior que, en particular, tienen los seres humanos para evolucionar y prevalecer como entes dominantes de su entorno. A este respecto, su capacidad de contemplar y reflexionar sobre su ser y su entorno -desde lo más ínfimo hasta lo más inmenso, por medio de su conciencia científica y su desarrollo tecnológico- lo harán trascender de un mero sistema termodinámico capaz de prevalecer sobre los demás sistemas termodinámico de su entorno, a un ser superior capaz de descubrir la verdadera naturaleza de las cosas y, con ello, el saber en esencia que es el Universo, y con ello, eventualmente, ser capaz de estar en todo lugar y en todo tiempo de nuestro Universo.

Son recuerdos…

Una de las canciones que más me ha motivado a lo largo de mi vida es "Gracias a la Vida"

de Violeta Parra. Esta oda a la vida me impulsa en cada instante de mi existencia a reconocer y apreciar el valor de la vida por muchas razones; algunas de las cuales son:

Porque me dio a mis padres y con ellos la vida;

porque me dio la conciencia y con ello la ventana al mundo que me rodea;

porque me dio las emociones y con ello el aprecio por todo aquello que influye en mi existencia;

porque me dio el razonamiento que me ha permitido descubrir el mundo que forma mi realidad;

porque me ha dado un cuerpo que, con sus funciones primarias, me permite explorar mi pasado mi presente y mi futuro en este inmenso y maravilloso Universo;

porque me ha dado la oportunidad de formar mi propia familia y con ello perpetuar mi presencia;

porque me ha dado a mis hijos y nietos que son la verdadera razón de mi existencia.

El conocimiento científico

Una vez que Omar y yo terminamos de cenar nos dispusimos a preparar el equipo para la observación celeste. Previamente Omar había seleccionado el lugar en donde colocaríamos el equipo. Era una pequeña altiplanicie que nos permitiría evitar la obstrucción visual causada por los techos de las cabañas en la dirección de la estrella polar. Por el lado sur, no tendríamos problemas pues los montículos eran suficientemente bajos que inclusive nos permitían, en un momento dado, contemplar en todo su esplendor el cúmulo de estrellas llamado Omega, ubicado en la constelación del Centauro. El lado oriente era quizás el más despejado a pesar que del lado sur-oriente se encontraba el restaurante del centro vacacional, y a pesar de ello en esa dirección las luces de los poblados lejanos eran en extremo escasas, lo que contrastaba con el lado poniente, en donde se ubicaba el mayor número de áreas pobladas en el lejano horizonte, y cuyos alumbrados, aunque escasos y lejanos no dejaban de ser un obstáculo para la observación detallada de los objetos celestes, particularmente por debajo de los 30° por encima del horizonte.

Nuestro equipo no era más sofisticado que el de un amateur. Con un telescopio de reflexión dobsoniano de 12 pulgadas, y un estuche de oculares de alta calidad, nos sentimos bien equipados para contemplar con cierto detalle los objetos del Messier identificados, en particular, con las galaxias. En esta ocasión también usamos un dispositivo óptico de mi invención que llamé El Macroscopio, para facilitar la ubicación de los objetos celestes, y también para facilitar, mediante la guía de un láser montado en este dispositivo, la orientación del telescopio al punto deseado. Todo esto con el propósito de ser los más rápidos en el Maratón de Messier, el cual tiene como propósito de localizar en el menor tiempo posible los 110 objetos celestes catalogados por Charles Messier a finales del siglo XVIII, como objetos celestes que no son cometas.

En la medida que instalábamos el equipo y acomodábamos en nuestra mesa de trabajo los catálogos y accesorios ópticos y mecánicos necesarios, Omar y yo hacíamos un plan de trabajo que nos permitiera optimizar el tiempo de localización y observación, para que tuviéramos el tiempo necesario para hacer dibujos de los objetos observados, pues ésta es una obligación para los participantes del maratón

En la medida que el tiempo transcurría nuestra conversación fue transformándose en una reflexión sobre la ciencia de la astronomía, pasando del legado de Charles Messier a la frontera del conocimiento de esta ciencia. Omar, como siempre, daba muestras de su gran talento de síntesis al repasar los grandes avances que se han logrado en el conocimiento de la dinámica de los sistemas planetarios, las estrellas, las galaxias y del cosmos en su conjunto. Por mi parte yo cuestionaba el valor de estos conocimientos, pues si bien los avances tecnológicos y científicos nos han permitido conocer muchos de los detalles de la dinámica del Universo aún no hemos logrado un verdadero conocimiento del origen de las cosas. En este sentido yo le cuestionaba si era realmente necesario escarbar entre lo más recóndito del Universo para encontrar una respuesta completa del origen de las cosas y, con ello, del origen y naturaleza de nuestro Universo. Yo argumentaba que hoy en día sabemos mucho sobre el micro y el macrocosmos: desde las partículas elementales hasta las grandes estructuras cómicas formadas por cúmulos y cadenas de galaxias, y además de tener dos grandes teorías, la mecánica cuántica y la general de la relatividad, que son capaces de dar cuenta de los detalles de ese micro y macrocosmos, respectivamente. Sin embargo, y a pesar de esos grandes avances aún no éramos capaces de dar respuestas concretas a preguntas fundamentales relacionadas a los elementos básicos que conforman el Universo: ¿qué es el espaciotiempo? ¿cuál es el origen de la masa y la carga de las partículas elementales? ¿qué son los neutrinos? ¿Por qué dos o más partículas elementales pueden estar entrelazadas, aún cuando están en los extremos del Universo? ¿Por qué la velocidad de la luz es constante e independiente de la velocidad de la fuente que la produce? ¿Por qué el Universo está en expansión acelerada? ¿Por qué las grandes teorías, como la mecánica cuántica y la relatividad general, son incapaces de dar respuesta a estas preguntas fundamentales?

Son recuerdos…

Presentes coincidentes,

con pasados diferentes.

Que tan rápidos son los sucesos,

que la misma historia tiene

futuros diferente.

Que extraños somos,

que los obstáculos cambian al azar

nuestros futuros.

Tantas formas de ver pasar los

sucesos que, al final,

la misma historia es diferente.

Omar argumentaba que era necesario seguir hurgando en el cosmos para encontrar las respuestas buscadas. Sin embargo, mi postura era más económica al argumentar que los elementos implícitos en esas preguntas eran también elementos de nuestro entorno, y la incapacidad de nuestras máximas teorías para dar las respuestas buscadas obedecía, más que a sus limitaciones, a la falta de conocimiento de algo más fundamental que quizás estuviera enfrente de nuestras narices, esperando que la descubriéramos.

Omar hizo un repaso de las dos grandes teorías de la física señalando puntualmente los grandes logros que cada una de ellas han tenido en la descripción del micro y el macrocosmos, respectivamente, y de sus predicciones que han sido confirmadas ampliamente y con una precisión tal que las convierte, sin lugar a dudas, en las teorías fundamentales de la naturaleza. A este respecto yo le hice ver, sin embargo, que la naturaleza no estaba dividida en dos grandes campos: el microcosmos y el macrocosmos, sino que era un solo cosmos y que esa división de las teorías no era más que un reflejo del faltante de uno o más elementos fundamentales en ambas teorías que al considerarlos las convertirían, en su conjunto, en una única teoría capaz de describir en su totalidad el Universo.

Tratando de descubrir los elementos faltantes de las teorías, Omar me hizo ver que uno de los misterios de la mecánica cuántica es la relación de incertidumbre entre variables físicas de un sistema, como lo es la posición y la cantidad de movimiento, y la energía y el tiempo. Me decía que en la medida que queremos conocer con mayor precisión una de estas cantidades la incertidumbre en el valor de la otra crece en forma desproporcionada. Por otro lado, me decía que la dualidad onda-partícula de los sistemas cuánticos era otro de los grandes misterios y que en cierta forma la descripción probabilística de los sistemas cuánticos era un reflejo de esta bizarra dualidad. Para hacer aún más intrigante el cuestionamiento cuántico Omar resaltó la predicción teórica del entrelazamiento entre partículas elementales, el cual ha sido ampliamente confirmado experimentalmente. A este respecto, a pesar de que la teoría cuántica predice el fenómeno, aún no queda clara la verdadera naturaleza del mismo.

Por otro lado, Omar señalaba que la teoría general de la relatividad tiene implícito en sus fundamentos que la velocidad de la luz es constante e independiente del estado de movimiento de la fuente que la produce, y que la energía, en todas sus manifestaciones, deforma el espaciotiempo de su entorno, siendo este espacio tiempo dinámico y acorde a la dinámica de la energía. Esto en su conjunto nos revela una realidad del espaciotiempo que se contrapone a la experiencia cotidiana, en donde el espacio es un marco de referencia inmutable y el transcurso del tiempo es independiente del estado de movimiento del observador. Ante esta extraordinaria realidad nos preguntamos ¿qué es en realidad el espacio y el tiempo?

Antes de intentar dar una respuesta a esta pregunta fundamental, le hice ver a Omar que la teoría general de la relatividad era capaz de dar cuenta, en detalle y cuantitativamente a partir de primeros principios, la relación existente entre la energía y espaciotiempo pero, sin embargo, asumía, sin demostrar, que la velocidad de la luz era constante e independiente del estado de movimiento de la fuente que la produce. Esto, por lo tanto, nos conduce a la pregunta ¿por qué esto es así? Pues bien, sabemos como se transforma el espacio y el tiempo para que la velocidad de la luz sea constante e independiente del estado de movimiento del observador, pero no sabemos porque ocurren estas transformaciones espacio-temporales para que la velocidad de la luz permanezca constante. Si suponemos por simplicidad que la luz son paquetes de energía llamados fotones, entonces un fotón (un cuanto de luz) en su propio estado de referencia que se mueve a la velocidad de la luz tendría, de acuerdo a las ecuaciones de transformación, dimensiones espaciales nulas y la temporal indeterminada. Esto trae como consecuencia que en su propio estado de referencia convive con todos los fotones que inundan el espaciotiempo del Universo, pero en el espaciotiempo de un observador externo tiene sólo realidad cuando se mueve a una velocidad constante e independiente del estado de movimiento del observador. ¿Por qué en el espaciotiempo de nuestro Universo tienen realidad los fotones que, en principio, sólo tienen realidad en un espacio nulo y en un tiempo indeterminado? Los fotones además, de tener energía tiene espín. El espín es una propiedad de nuestro espaciotiempo cuadri-dimensional. Entonces un fotón tiene realidad en el espaciotiempo de nuestro Universo como consecuencia de su espín. La pregunta que queda ahora es ¿qué relación guarda la velocidad (o su momento lineal) del fotón con su estado de espín? Sin esta relación el fotón simplemente no tendría realidad en el espaciotiempo de nuestro Universo, pues el espín permite al fotón manifestarse en nuestro espaciotiempo a condición de que se desplace a una velocidad constante e independiente del estado de movimiento de la fuente que lo produce. Al final de cuentas ¿cuál es la relación de la dinámica trasnacional y rotacional de un fotón que lo hace trascender en el espaciotiempo de nuestro Universo? Pocos han intentado dar una respuesta a esta pregunta, particularmente a aquella relativa a la energía rotacional que tiene el fotón como consecuencia de su espín. Nótese, por otro lado, que bajo este esquema la naturaleza del entrelazamiento de dos fotones queda ahora resuelto, al justificar que los dos fotones conviven en un espacio nulo y un tiempo indeterminado, mientras que, simultáneamente, pueden estar separados a grandes distancia en nuestro propio espaciotiempo.

Tratando de encontrar respuestas, Omar volvió a cuestionándome sobre cuál o cuáles son los elementos faltantes en las teorías cuántica y general de la relatividad para qué las convirtieran en una única teoría y con ello, quizás, tener respuestas a tan fundamentales preguntas. A este respecto yo le hice ver que la teoría cuántica, tal y como hoy en día es aplicada, tiene como punto de partida que el espacio donde se desarrollan los sistemas cuánticos lo consideraba como absoluto e inmutable, y el transcurso del tiempo era independiente del estado de movimiento del observador. Esto, por lo tanto, impedía que la teoría general de la relatividad pudiera estar implícita en la teoría cuántica, y que a pesar de los esfuerzos que han hecho un sinnúmero de científicos en el mundo para integrar la relatividad del espacio y del tiempo en la teoría cuántica han fracasado, para lograr una teoría única y aplicable a cualquier sistema del Universo. Por otro lado, tratando de identificar las limitaciones de la teoría cuántica a este respecto, le señalaba Omar que si bien la teoría cuántica también se podía aplicar a los sistemas macroscópico como los de nuestra vida cotidiana, sus efectos eran despreciables, y de ahí que la teoría clásica de Newton, e inclusive la de la teoría general de la relatividad, eran más que suficientes como para dar cuenta de una descripción detallada de estos sistemas macroscópicos cotidianos. Entonces, le decía que quizás el problema de la unificación era precisamente la rigidez del espaciotiempo que la teoría cuántica asumía y los efectos de estas limitaciones no se notaban en la descripción de los sistemas cuánticos en la medida en que la dinámica del espaciotiempo no fuera un requisito para tener una descripción completa de los fenómenos considerados. Quizás esta ausencia de considerar la dinámica del espaciotiempo en la teoría cuántica sea la causa de que esa teoría recurra a la interpretación probabilística de los fenómenos, pues al ser incapaz, por definición, de describir propiamente a las componentes de un sistema cuántico, como las partículas elementales, en el régimen espaciotemporal en donde se esperaría que sus efectos relativistas fueron fundamentales, los oculta en un esquema probabilístico para darles una realidad física.

Son recuerdos…

De ti, mi astro,

se que la materia es energía.

De ti, mi astro,

se que la energía son ondas.

De ti, mi astro,

se que la energía son partículas.

De ti, mi astro,

se que la onda-partícula es energía.

Pero,

¿acaso no la materia es espacio-tiempo?

Omar atónito me preguntó entonces que si yo creía que la teoría general de la relatividad general era, al final de cuentas, la teoría única y universal buscada con tanto anhelo por los físicos teóricos. A lo cual yo le respondí que si bien no lo creía del todo así, si podía considerarla como la más aproximada. Para mí, le decía, me queda claro que tanto la teoría general de la relatividad como la teoría cuántica, son como su nombre lo dice, teorías capaces de describir en forma completa coherente y con una precisión a toda prueba, los fenómenos macroscópico y microscópicos, respectivamente, y que son en estos términos esquemas teóricos operativos capaces de describir y predecir la dinámica de los sistemas físicos en una manera incuestionable. Sin embargo, el elemento faltante de estas o quizás de una teoría única y diferente sería el papel que juega el espaciotiempo, no sólo en su forma fundamental que tiene en la teoría de la relatividad, sino como la posible materia prima de la que estaría hecho todo lo Universo.

Más que aclararle las cosas a Omar, éste quedó aún más perplejo, y como respuesta me apresuró aún más para que comenzáramos nuestra observación celeste.

Son recuerdos…

Partícula oscilante que vas y vienes

sin parar.

Con tu movimiento armónico

das seña de un equilibrio sin par.

Eres el reflejo de la conducta

de cada partícula de mí ser.

Eres el reflejo de la conducta

de toda la radiación que baña mi planeta.

Eres el reflejo de la armonía

que hay en mi sistema solar.

Eres, en suma, el reflejo de la armonía

de toda la galaxia a la que pertenece mi ser.

La gran ilusión

Ya eran casi las ocho de la noche y estábamos listos para emprender la travesía en el mar celeste. Con nuestras cartas celestes en mano y estudiadas en detalle, sabíamos a que puertos teníamos que arribar, y de las maravillas que en cada uno de ellos encontraríamos.

Para empezar, Omar me cuestionó el porqué yo veía la observación celeste como un viaje por la mar.

Son recuerdos…

Miro el firmamento,

desde la terraza saliente del desfiladero.

Como si nadara, la oscuridad me engaña.

Siento la frescura de la noche,

sumergido en la inmensidad del espaciotiempo.

Muy a lo lejos, en el sumidero,

la pequeña ciudad duerme ajena de lo eterno.

Sumergido en el mar de estrellas,

a mis ojos se revelan cosas bellas:

miles y miles de estrellas multicolores,

y en ramilletes, como si fueran corales,

y muchas más, hasta el borde de mi mirada,

arremolinadas como cardúmenes multicolores.

Como si fuera un río caudaloso,

dentro del mar de estrellas,

la Vía Láctea muestra todo su señorío.

Claros y oscuros rasgan el mar estrellado,

y, en sus bordes,

filamentos que dan seña de nuevas estrellas.

Y al final de la noche, en el lejano horizonte,

la playa dorada da fin a mi travesía celeste

Este cuestionamiento me dio la pauta para explicarle las bondades del instrumento que había diseñado y construido con mis propias manos, y que llamaba El Macroscopio, y que esperaba probar en esta noche sus cualidades y bondades como un instrumento de localización rápida y eficaz para que, junto con el telescopio, pudiéramos reducir el tiempo de localización y registro de los objetos de Messier, algo que esperábamos optimizar para poder un lugar digno dentro de lo que sería el Maratón de Messier en su versión IV.

Mientras Omar contemplaba el macroscopio, le daba mis razones por las que me decidí a diseñar y construir este instrumento. El como yo, amateurs de la astronomía, sabíamos del placer de contemplar el cielo nocturno a simple vista, y de la necesidad de contar con instrumentos adecuados para hacer de esta contemplación una búsqueda de los innumerables detalles que, sin costo alguno, ofrece la naturaleza. Si bien no hay que pagar dinero para esta contemplación, el costo de la fatiga corporal resulta, sobre todo a mi edad, muy alto. La tortura al cuello y la fatiga que en sí se produce al estar en una postura que no es la natural en nuestra vida cotidiana, me hizo considerar la posibilidad de aprovechar el amplio campo de visión que tienen los binoculares para contemplar el cielo, pero montados en una estructura tal como la que ofrece su contraparte el microscopio, es decir en una posición sentada y cómoda, con la mirada hacia abajo, hacia la mesa de trabajo, como aquella que tengo por las mañanas asoleadas cuando disfruto, en una mesita, al escribir y beber de mi taza de café.

Como en el microscopio, le decía a Omar, con los ojos pegados a los oculares de los binoculares, recibo la luz de las estrellas al ser reflejadas por un espejo, lo que me hace sentir que me introduzco al mar de estrellas sin más esfuerzo que mirar hacia abajo, teniendo una sensación de control y de poder alcanzar lo inalcanzable. Por otro lado, la opción de poder girar el espejo y rotar todo el sistema, me permite con toda comodidad cubrir toda la bóveda celeste sin más esfuerzo que el usar mis manos para orientar el espejo, y con ello mi mirada, a la zona celeste deseada. ¡Que tan distante es esta postura de aquella cuando uno mira hacia arriba, directamente al cielo, sometiéndose a lo lejano con la tortura y la fatiga después de unos minutos de contemplar el cielo!

Son recuerdos…

Que tan lejos estoy de lo más cercano.

Todos los días y todas las noches

no dejo de contemplarte.

Tal parece que te puedo alcanzar con

las manos.

En ti, esta toda la esencia.

Todo aquello que mis ojos contemplan,

todo aquello que mi mente descifra.

Gracias amigo por instruirme

en como hacer este instrumento.

Instrumento que me permite acercarme,

a las entrañas de lo divino.

Gracias por tus consejos de tenacidad,

y como amar lo eterno.

Gracias por permitirme contemplar al

¡mismísimo cielo!

Pues bien, estábamos listos para nuestra travesía. Nuestra ruta sería aquella trazada por Harvard Pennington en su libro "The year-round Messier Marathon".

Son recuerdos…

Quiero observarte a plenitud,

escudriñar en tus entrañas y

descubrir esos hermosos objetos

del cielo.

Junto con estrellas, cúmulos,

nebulosas y galaxias hacer de mí el

más afortunado, al recibir de ellos

esa luz que inundarán mis ojos.

Me he empeñado, noche tras noche,

en afinar el instrumento para que,

llegado el momento,

admire lo grandioso del firmamento.

En la medida en que nuestros ojos se acostumbraban a la oscuridad, y las luces cercanas y lejanas de los poblados vecinos se hacían más escasas, y la negrura de la noche se acentuaba cada vez más, el cielo estrellado adquiría un extraordinario y misterioso resplandor. Acostumbrados a observar el cielo en las zonas oscuras de la ciudad, entre parques y jardines y en los patios traseros de nuestras casas, aquí, ante tan extraordinario manto celeste, las constelaciones se perdían entre tantas estrellas.

Son recuerdos…

A lo lejos, la luz de la ciudad.

Cuesta abajo comienza mi caminar.

La frescura de la noche me anima,

y busco los oscuros para contemplar

las joyas del cielo nocturno de mi ciudad.

Entre lámparas del alumbrado público,

árboles y edificaciones,

busco las ventanas para descubrir

las gemas que el oscuro blanquecino

del cielo me permite contemplar.

Las estrellas más brillantes se hacen presentes,

y apenas sus compañeras se revelan,

para formar las constelaciones que noche a noche me enajenan.

Entre las sombras nocturnas de los árboles,

de los jardines que a mi paso encuentro,

hago mi campamento para descubrir las pequeñas nubecillas de estrellas,

que, entre las constelaciones, quieren mostrar sus encantos.

En ocasiones soy afortunado,

cuando contemplo nebulosas

que son cunas de nuevas estrellas.

El paso de los planetas es vidente,

su resplandor y sus colores los delaten.

Partes: 1, 2
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