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El flagelo de sentir miedo


Partes: 1, 2

  1. Introducción
  2. El miedo como una emoción dolorosa y paralizante
  3. Sanación interior del miedo
  4. La oración como medio para erradicar el miedo
  5. Promesas de dios para vencer el miedo
  6. Anexos
  7. Referencias

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LA PALABRA DE DIOS COMO INSTRUMENTO EFECTIVO PARA VENCER LOS TEMORES Y ASÍ VIVIR UNA VIDA EN PAZ, ALEGRÍA Y CON GOZO ESPIRITUAL

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Esforzaos y cobrad ánimo; no temáis, ni tengáis miedo de ellos, porque Yahvé tu Dios es el que va contigo; no te dejará, ni te desamparará. Deuteronomio 31:6-8

Introducción.

Por su naturaleza, el ser humano tiene algo que sanar en su vida. Puede ser una enfermedad física, psicosomática o psicológica (alma). Cuando la dolencia es física, la sanación pasa mas que nada de la expertice del facultativo que te atiende, por tu deseo interior de sanarte y por la confianza que depositas al médico y su tratamiento. Pues ahora, cuando la dolencia es de índole psicológica (herida del alma), producto de experiencias dolorosas, muchas veces propias de la vida cotidiana o una enfermedad heredada de generación en generación (psicológica o psicosomática), quien interviene en tu sanación es quizá, en primera instancia, el psicólogo o psiquiatra pero es, sin lugar a dudas, para nosotros los cristianos, Jesucristo quien sana nuestras heridas desde la raíz de esa herida. Cristo no nos sana solo nuestra apariencia (que sería el ramaje de un árbol) sino que actúa -como buen medico del alma-, sanando, curando la raíz de la herida, el origen mismo de esa dolencia que nos aparta de la vida para convertirnos en seres que sólo existen, seres que no disfrutan las grandes delicias que nos brinda la vida. Un psiquiatra nos puede "curar" de una depresion con medicamentos durante un tiempo determinado. Mientras estamos con los medicamentos nos podemos sentir bien e incluso seguir estando bien mas allá de haberlos suprimidos en el tiempo pero, cuando aparece en nuestra vida una situación indeseada, la depresion aparecerá nuevamente. (Una persona depresiva vive su vida entera con estos cuadros que pueden desaparecer por un tiempo para volver a apararecer ante cualquier situación propia de la vida que cause dolor). De esta manera, esta persona puede pasar su vida entera con altos y bajos y ningún psiquiatra le va sanar de una vez y para siempre. Sólo arreglará un poquito el ramaje del árbol (apariencia, hacer que la persona puede sonreír), pero no podrá intervenir eficientemente atacando el problema desde la raíz para que esta persona pueda mantener su sonrisa a flor de piel. Es sólo Cristo quien sana una vez y para siempre. Es el quien sana las heridas, los traumas, complejos y todos los "males" que afectan a tu alma, males que sabemos podemos haber heredado de nuestros padres y ellos de sus padres y los padres de sus padres. Es lo que llamamos los cristianos renovados carismáticos como Enfermedades Generacionales. Cuidado, no estoy hablando de maldiciones generacionales pues DIOS NO MALDICE A SUS HIJOS DE LO QUE HICIERON SUS PADRES. El libro de medicina que sana las heridas del alma es para nosotros los cristianos la Santa Biblia. La palabra de Dios es la lámpara que guia nuestros pasos por el abismo oscuro de la conciencia e intimidad. Jesús le dijo el día del Corpus Christi de 1937 a santa Faustina: "Hija mía, yo, el Señor, estoy contigo. No tengas miedo de nada, estás en mi Corazón. No tengas miedo, no te dejaré sola. No tengas miedo, yo siempre estoy contigo". ¿Qué más podemos decir? Jesús le pedía a santa Faustina y nos pide a cada uno de nosotros confianza total, sabiendo que Él está siempre a nuestro lado y que nunca nos faltará su gracia y protección. Por eso, en el Evangelio, nos dice, como a Jairo: No tengas miedo, solamente confía en Mí (Mc 5:36). CAPÍTULO I

EL MIEDO COMO UNA EMOCIÓN DOLOROSA Y PARALIZANTE

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"Venid a mí todos los que estáis trabajados y cargados, y yo os haré descansar. Llevad mi yugo sobre vosotros, y aprended de mí, que soy manso y humilde de corazón; y hallaréis descanso para vuestras almas; porque mi yugo es fácil, y ligera mi carga." Mateo 11:28-30 Definición conceptual de "miedo" "temor" El concepto de temor, tal como está expresado en la Biblia, cubre un amplio espectro de emociones. La fuerza de su gama va desde la preocupación profunda (2 Co. 11:3; 12:20) hasta el terror abyecto (Mt. 14:26). Ocasionalmente, el temor involucra un sentido de respeto por alguien superior a uno (Ro. 13:7; 1 P. 2:18), o respeto por sus padres (Lv. 19:3). Algunas veces describe un sentimiento de temor reverente (Lc. 5:26; 7:16).

A veces la palabra involucra el temor reverencial que el hombre debería sentir por la majestad, el poder y la posición exaltada de su divino Hacedor. En este sentido, el término incluiría algunos de los diversos grados de respuesta emocional comprendidas en las palabras españolas reverencia, respeto, temor reverencial y temor; incluso ocasionalmente puede significar la reacción más extrema del temor reverencial mezclado con el terror que un hombre mortal naturalmente sentiría cuando está en la inmediata presencia de Dios (He. 12:21; Jue. 6:22, 23) o de los ángeles (Lc. 1:12-13).

El miedo como una emoción dolorosa: Me voy a referir al miedo como una emoción dolorosa que bloquea a quien la sufre e incapacita para desenvolverse normalmente. El miedo, a corto y largo plazo acarrea dos conductas fundamentales: la evitación y la huida. Quien sufre el miedo elude y evita todas las situaciones en que pueda aparecer, de forma que bloquea su propia actividad y poco a poco se ve abocado a la soledad. Otros no pueden controlar su temor, pierden la confianza en sí mismos y la de los demás.

El miedo es una perturbación del estado de ánimo, en el que se pierde la confianza en los propios recursos para afrontar situaciones concretas, que son percibidas como peligrosas para la persona. Este peligro puede ser real o imaginario, presente o proyectado en el futuro, pero siempre ocasiona una disminución del sentido de seguridad. Por su universalidad y su frecuencia, el miedo se puede considerar como una emoción normal, pero hay que distinguir entre el miedo normal y el patológico. Cuando la amenaza es real es lógico sentir temor, se trata del miedo normal, pero cuando la reacción es excesiva o no guarda relación con la causa desencadenante, se convierte en anómala. Por ejemplo, uno puede temer ser atracado en la calle, sobre todo por la noche, pero si esto le impide salir de casa desde que oscurece, este miedo es anómalo. Se puede decir que el miedo deja de ser normal cuando altera o bloquea la conducta normal del individuo, su estabilidad psicológica y/o sus relaciones con el ambiente y las personas que lo rodean. Cuando el temor lo provoca un objeto imaginario se entra en el campo de las fobias. En la fobia, el miedo es irracional y desproporcionado, altera la conducta de quien lo sufre, que es incapaz de sobreponerse a él, a pesar de reconocerlo como absurdo.

El miedo es una emoción con la que nacemos, pero que se puede ir modulando a través de la propia educación, el entorno, la cultura, etc. Los griegos lo explicaban muy bien a través de la mitología: Venus, diosa del amor, mantuvo un romance con Marte, dios de la guerra. De él nacieron cinco hijos: Cupido (dios del amor erótico), Anteros (dios del amor correspondido), Cocordia (diosa del equilibrio y la belleza), Fobos (la fobia) y Deimos (el miedo). Como vemos, el miedo por tanto procede de la unión del amor y la guerra. El miedo se aprende con la experiencia, si uno ha sufrido una experiencia traumatizante, estará temeroso de que se vuelva a producir; tras un accidente grave de tráfico es fácil sentir al principio miedo al subir en automóviles, desapareciendo el temor sólo con el paso del tiempo.

El miedo no se detecta sólo en el aspecto psicológico, tiene también un importante cortejo de síntomas neuro-vegetativos, como sudoración, taquicardia, temblor, crisis diarreicas, piloerección ("pelos de punta") que acompañan a la ansiedad y a la angustia y que pueden ser más desagradables que la propia emoción. Tanto las manifestaciones psicológicas como físicas pueden ir precedidas de un curioso fenómeno, el miedo a tener miedo, que es como una ansiedad que prevé el sufrimiento que puede aparecer.

Reacciones físicas ante una situación de miedo. Cuando nos encontramos ante una situación de miedo nuestro cuerpo sufre una serie de cambios: el corazón palpita con más velocidad para enviar sangre a las extremidades y al cerebro, las pupilas se dilatan, y se producen tres hormonas: la adrenalina, la noradrenalina y los corticoides, también llamados hormonas del miedo. Los corticoides impiden que se produzca la conexión entre nuestras neuronas, la sinapsis, que como sabemos es la base de la creatividad.

Por tanto, es biológicamente imposible que una persona sea capaz de desarrollar todo su potencial cuando vive en una situación constante de miedo. Se paraliza.

El miedo dentro del entorno laboral El miedo al rechazo, miedo al fracaso, miedo a la pérdida de poder, miedo a no llegar a fin de mes y miedo al cambio. 1. El miedo al rechazo se podría decir que es el miedo latino. Vivimos en una sociedad muy afiliativa, por eso necesitamos constantemente la aprobación del grupo. A este tipo de miedo pertenece la "vergüenza ajena", emoción que únicamente sentimos nosotros y que otras sociedades no entienden, y también el temor a hablar en public. El miedo al fracaso es más acentuado en sociedades anglosajonas. Esto es debido probablemente a su religión: mientras el catolicismo intenta crear la armonía del grupo y por tanto fomenta el miedo al rechazo, la máxima del calvinismo es: "lo que hagas en esta vida será lo que alcances en la otra".

2. El miedo a la pérdida de poder es quizá el menos reconocido. En un estudio que se hizo con 185 directores generales, solamente un 6% reconocía padecer este miedo. Sin embargo todos sabemos cómo nos gusta influir en terceros y mantener nuestra parcela de poder.

Cuando hablamos del poder distinguimos varios tipos: el poder que da la jerarquía (soy tu jefe en el escalafón de la empresa), el poder del experto (domino un tema), el poder de tener algo que el otro quiere (yo tengo esta información y te la doy cuando quiera), el poder de la influencia (soy la secretaria del director y le hago llegar la información como quiero).

3. El miedo a no llegar a final de mes es el más extendido. Este temor únicamente respeta a los jóvenes que viven en casa de sus padres sin responsabilidades pero…pon una hipoteca en tu vida y conocerás este miedo.

4. El miedo al cambio es el padre de los demás miedos porque detrás de él se desarrolla cualquiera de los otros tres. Una fusión, una reestructuración, etc., suponen que sintamos miedo a no ser acogidos por el grupo, a fracasar en los objetivos marcados, a perder nuestro puesto en la jerarquía o a perder el trabajo. Cualquiera de ellos tiene la capacidad de paralizarnos y únicamente nosotros podemos lograr conquistarlo.

Una persona sensata examinará honestamente a sí misma y sabrá admitir y econocer sus propios temores. El reconocimiento y la admisión es el comienzo e la propia honradez y de la solución siguiente. El miedo agota el cuerpo de la energía que necesita, nos hace gastar más de lo que podemos reponer. Nuestros miedos personales, aunque a muchos le puedan parecer absurdos nos causan una gran angustia mental y física que nos deteriora mucho. Siempre es necesario reconocerlo para recomenzar el camino de su eliminación.

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Aunque ande en valle de sombra de muerte, No temeré mal alguno, porque tú estarás conmigo; Tu vara y tu cayado me infundirán aliento. Salmo 23:4 CAPÍTULO II

SANACION INTERIOR DEL MIEDO

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La Paz de Jesús "Estando cerradas las puertas del lugar donde se encontraban los discípulos, se presentó Jesús en medio de ellos y les dijo: La paz sea con vosotros". Dicho esto, les mostró las manos y el costado. Los discípulos se alegraron al ver al Señor. Jesús repitió: "La paz con vosotros. Como el Padre me envió, Yo también os envio". Dicho esto, sopló sobre ellos y les dijo: "Recibid el Espíritu Santo, a quien perdonéis los pecados les quedan perdonados, a quienes se los retengáis les quedan retenidos" Oración: Señor Jesús, quiero proclamar tu Señorío, quiero glorificarte porque eres nuestra paz, quiero bendecirte porque Tú eres el único que regalas la paz verdadera. Gracias por la paz que diste a tus discípulos el día de tu Resurrección, gracias Señor porque en tu bondad quisiste quitar el miedo que había en ellos. No temáis, les dijiste, "la paz sea con vosotros". Apiádate, Señor, de nosotros también ahora. Tenemos miedo, Tú lo sabes, mucho miedo, Señor. Destruye con tu paz, con tu amor, con tu serenidad, el miedo que nos domina, el miedo que nos tiene enfermos, Señor. Tú eres nuestro Salvador, Jesús, sálvanos del miedo, inúndanos de paz, concédenos la plenitud de tu Espíritu para que experimentemos el gozo verdadero. Gracias, Señor. Como ya he señalado en un apartado anterior, el miedo afecta negativamente toda nuestra existencia de tal manera, es necesario atacarlo, cortarlo desde la raíz para que este fragelo no no se apodere de nuestra voluntad. No podemos negarlo, debemos aceptar que tenemos temor, es la única manera de poder hacerle frente y, para ello, existen varios pasos para conseguir que el miedo no nos paralice:

1. Reconocerlo y aceptarlo. No podemos luchar contra algo que negamos tener. Tener miedo no es algo de que debamos avergonzarnos, así que admitirlo es el primer paso. Es importante darse cuenta de que parte de esos miedos tienen que ver con el modo en que leemos la realidad, con nuestro mapa mental. Como decía Tagore: leemos mal el mundo y pensamos que nos engaña.

2. Darse cuenta que "experiencias pasadas" no tienen porqué predecir experiencias futuras. Es posible que ese "miedo" que tengas lo aprendieras en una situación concreta y lo generalizaras a otras. Puede ser que esas otras no estén tan relacionadas con la primera como pudiera parecer. Y también es posible que ahora tengas recursos que no tenías cuando se dio la situación inicial.

3. Aprender a focalizar la atención en el aquí y ahora. Una mente demasiado "suelta" puede ir en nuestra contra, volando hacia un futuro que podemos visualizar como amenazador. Hay muchos métodos que nos ayudan a poner la atención en el momento presente.

4. Atreverse a soltar. Ello supone aceptar que no podemos controlarlo todo pero aún y así, podemos hacer las cosas que tememos. Como dijo Ray Bradbury: Ve al borde del precipicio y salta. Constrúyete las alas mientras caes. Porque a veces tenemos miedo del propio miedo, de no saber qué va a pasar y cuando lo soltamos, con confianza de que crearemos las alas, se disuelve. Hoy en día, nuestra Iglesia Católica nos está mostrando una cosa muy importante: no basta recibir el perdón de los pecados para disfrutar de la experiencia amorosa de Dios, necesitamos algo más: la curación interior, la sanación del corazón enfermo, para que éste pueda experimentar la efusión del amor del Señor. Además del perdón de los pecados necesitamos la sanación interior, una curación interior que solamente puede realizar en nosotros el amor de Dios, que sólo puede efectuar en nosotros la paz de Cristo.

Encontramos a personas que después de grandes esfuerzos por disfrutar del amor del Señor, continúan en una sequedad tremenda. Ellos a veces se preocupan y piensan: Todo esto se debe a falta de generosidad, a falta de arrepentimiento del pecado, por no haberle dado al Señor lo que me pide. Muchas veces la causa es muy distinta. Se trata de personas que están bloqueadas por el miedo y/o por el odio. Los canales, podríamos decir, que llevan el amor del Señor están bloqueados por el pavor, por los recuerdos dolorosos, por la falta de perdón interior. Este miedo y este odio impiden que llegue a ellos el río del Espíritu, que llegue a ellos el raudal de la paz. El plan del Señor es darnos su paz en plenitud: "Haré descender sobre ella como ríos la paz", son sus palabras a través de Isaías. Él nos habla también de su Espíritu en forma de "ríos de agua viva" que deben inundarnos, que deben llenarnos de frescura, que deben llenarnos de pureza y de fecundidad. Él quiere darlo todo a torrentes. Hablando de su Espíritu ha dicho: "Lo derramaré sobre toda carne", pero Él también añade: "Abre tu boca y Yo la llenaré". Depende mucho también de nuestra capacidad de recibir, depende también mucho de nuestra situación personal. El Señor quiere darnos en plenitud, pero también tiene en cuenta nuestras limitaciones. Y son el odio y son el miedo los que limitan en gran parte la comunicación del amor, de la paz, de la suavidad del Señor. Por eso, la experiencia del Señor en nosotros es, a veces, muy tenue; a veces, podríamos decir "imperceptible". El relato del Evangelio de San Juan nos demuestra cómo el Señor, antes de dar su Espíritu, destruye el miedo que se ha apoderado de los apóstoles. "No temáis, les dice, no temáis", les dice dos veces. Y solamente cuando ha efectuado esta curación interior del miedo, les dice: "Recibid el Espíritu Santo". Es que únicamente en ese instante están preparados, después de recibir la curación interior, para recibir el don del Espíritu. Es preciso antes que todo, que nos convenzamos de la necesidad que tenemos de curación interior, que el miedo puede ser erradicado de nuestra vida y, solo erradicado totalmente (por medio de la fe en Jesucristo), podremos inmerecidamente recibir el Espíritu Santo que Cristo nos prometió en su palabra. Este es el primer paso. Para esto se requiere conocer un poco la realidad de nuestro mundo interior enfermo. Hoy afortunadamente contamos con el rico aporte de la psicología. Los psicólogos nos hablan ahora lo que ellos llaman "los cuatro principales demonios que nos atormentan". Son ellos: el miedo, el odio, el complejo de inferioridad y el complejo de culpa. Claro, que nuestros problemas no se limitan a estos cuatro, pero estos son los principales.

La experiencia me demuestra que tal vez el peor de todos esos "demonios", empleando el término psicológico, es el del MIEDO. Cuando el niño nace, teme solamente dos cosas: una caída y los ruidos fuertes. En ese momento no conoce todavía los peligros y por eso sus temores son muy limitados, pero pronto empiezan a acumularse en él los miedos por todo lo que va sufriendo y por los peligros que va descubriendo. Si efectuásemos un test entre las distintas personas que nos acompañan, encontraríamos cómo en cada una de ellas se ha acumulado una serie verdaderamente grande de miedos. Hallaríamos miedos tan infantiles, llamémoslos así, como el que tienen por ejemplo muchas mujeres a los ratones, y en los hombres encontraríamos otros por el estilo. Lo que sucede es que, porque se trata precisamente de miedos que delatan nuestro infantilismo, generalmente los ocultamos o, por lo menos, procuramos ocultarlos. El hecho indiscutible es que todos hemos acumulado miedo y que todos estamos enfermos de miedo.

Pero, tal vez, no hemos caído en la cuenta de que quizá muchos de nosotros hemos acumulado miedo al Señor. ¿Por qué tanta dificultad para entregarnos totalmente a Cristo? ¿Por qué, eso que podríamos llamar "pavor", para hacerle nuestra entrega total? Seguramente porque, en el fondo, tememos que Él nos va a pedir mucho, que nos va a exigir esto o aquello, que nos va a pedir "algo" a lo cual nos sentimos íntimamente apegados, porque en realidad va a exigir de nosotros la inmolación de los que, en realidad, son nuestros ídolos. Y esto es demasiado costoso. Toda entrega amorosa es exigente, toda entrega amorosa entraña un riesgo. En lo humano, hay que inmolar muchas cosas cuando se realiza la unión matrimonial, hay que renunciar a muchos gustos personales para disfrutar del beneficio de esta unión santificada por el Señor. En lo espiritual sucede lo mismo, la entrega amorosa al Señor exige la inmolación de los ídolos, pero debemos tener seguridad de que Aquel a quien nos entregamos es el Señor, es el fiel, es el infinitamente bueno, el que nunca ni cansa ni se cansa, el que no va a traicionarnos. Solamente cuando hablamos de Cristo podemos exclamar: "Sé a quien he creído, sé en quien he confiado", esto no podemos decirlo de ninguna de las criaturas, solamente podemos afirmarlo del Señor Jesús. Pero Cristo es el Señor y, por lo mismo, puede disponer de nosotros y de lo nuestro como lo desee, como quiera.

Esto es lo que nos causa pavor, lo que nos produce miedo, el reconocimiento del Señorío del Señor, nos pone frente a nuestra realidad, a nuestra realidad de siervos, a nuestras limitaciones, a la obligación que tenemos de "amar al Señor con todo el corazón, con toda el alma y con todas las fuerzas", al deber que tenemos de demostrar prácticamente el Señorío del Señor con la destrucción de los ídolos que se oponen a su gloria. La entrega amorosa que hacemos al Señor nos pone en posesión de Cristo, en posesión de su Espíritu, en posesión de sus riquezas. Por eso merece bien la pena sacrificar todo lo que Él nos pida para lograr esta bendición.

Recordemos que, como nos dice el evangelista S. Lucas, después de que Cristo recibe en el Jordán la Unción del Espíritu, de su poder, es conducido por este mismo Espíritu hacia el desierto para allí ser tentado por el demonio. Al Jordán le sigue el desierto con sus privaciones y sus tentaciones, pero Cristo triunfa allí porque tiene el poder del Espíritu, por eso al final el demonio se aleja de Él y los ángeles se acercan para servirle. Entregarse a Cristo es entregarse a un futuro desconocido, pero a un futuro que está en sus manos, en sus manos amorosísimas. No sabemos lo que Él va a disponer para nosotros y en nosotros, pero tenemos la seguridad de que es el Señor y que es el Amor y que es la Fidelidad. Pero, a pesar de ese concepto que tenemos del Señor, como no sabemos qué nos va a quitar, a donde nos va a conducir, qué va a ser de nosotros, de qué va a privarnos, nos causa miedo. Yo soy el primero en experimentar este miedo, es muy difícil superarlo, solamente cuando poseamos la plenitud del Espíritu, cuando recibamos la fuerza del Espíritu, entonces desecharemos este miedo en su totalidad que tanto nos perjudica y que desafortunadamente impide muchas veces la entrega generosa, alegre y sobre todo total al Señor.

Solamente cuando logremos, con la gracia del Espíritu, dominar este miedo a Jesús nos entregaremos totalmente a Él y Él se entregará también a nosotros. Solamente entonces le abriremos la puerta de nuestro corazón y Él entrará. En el Apocalipsis nos ha dicho: "He aquí que estoy a la puerta y llamo, si alguno me abre, entraré, cenaré con él y él conmigo", pero solamente abriremos la puerta a Cristo cuando perdamos el miedo al Señor.

Por eso, lo primero que tenemos que hacer es ORAR, para que desaparezca de nosotros ese miedo al Señorío de Cristo. Es preciso orar mucho por esta intención. Si algunos han superado ya esta etapa, si algunos pueden afirmar que no temen al Señor, están en una situación sumamente positiva y ventajosa. Pero seguramente muchos necesitamos orar por esta necesidad, la liberación del miedo que, en una u otra forma, nos impide entregarnos al Señor.

Para esto necesitamos recordar las palabras de Cristo: "Yo soy. No temáis". En la medida en que adquiramos seguridad en la presencia de Cristo en nuestras vidas y fe en su amor, desaparecerá de nosotros el miedo a todo, pero primero el miedo a Él.

Recordemos cómo Jesús sanó ante todo el miedo de sus apóstoles. Pocas personas encontramos dominadas por el miedo como estos apóstoles que habían vivido muy cerca de Jesús. Sin embargo, en el momento de la Pasión, por ejemplo, huyen cuando Cristo cae en manos de sus enemigos. Él lo había ya profetizado: "Herirán al pastor y se dispersarán las ovejas".

Pero como solamente es Él el que sana del miedo, solamente Cristo sana del miedo al comunicarnos su Espíritu, por eso Él el día mismo de su Resurrección adelanta esta curación interior de los apóstoles: "Yo soy. No temáis". Es Él también quien por su Espíritu sana en nosotros el miedo que hemos acumulado en este campo. Pero los apóstoles quedaron curados plenamente del miedo únicamente el día de Pentecostés, hasta ese momento han estado con las puertas cerradas. Solamente salen al balcón ese día para predicar a Cristo, para ser testigos de Cristo. ¿Por qué? Porque como nos dicen los Hechos de los Apóstoles, "quedaron todos llenos del Espíritu Santo". Esta plenitud del Espíritu es distinta de la recepción del Espíritu, ellos lo habían recibido el día de la Resurrección, pero la plenitud del Espíritu, con su poder total, solamente la adquieren el día de Pentecostés. También nuestra sanación interior del miedo y del miedo a Cristo será una realidad cuando recibamos la plenitud del Espíritu, cuando quedemos llenos también del Espíritu del Señor, cuando seamos bautizados en su Espíritu.

Uno de los primeros efectos de la Efusión del Espíritu es la seguridad interior. La fuerza del Espíritu destruye en nosotros el miedo que es debilidad, en cambio adquirimos entusiasmo por Cristo. El Señor, antes de la Ascensión, les dice a los apóstoles: "Recibiréis el poder del Espíritu y seréis mis testigos hasta los confines de la tierra". Antes de Pentecostés, los apóstoles no pueden dar testimonio de Cristo porque tienen miedo. Pensemos en el caso de S. Pedro: a pesar de sus promesas de fidelidad, promesas que eran sinceras cuando las hizo, durante la Pasión niega a Cristo y aún con juramento y delante de una esclava. "No conozco a ese hombre", dice. Y ¿por qué este cambio? Porque en ese momento Pedro está dominado por el miedo, no puede ser testigo de Jesús; conoce a Jesús y ama a Jesús, pero tiene miedo y por esto no puede dar testimonio del Señor ni puede confesar al Señor.

Pero este Pedro que niega al Señor delante de una esclava, será el que el día de Pentecostés lo proclamará con alegría y con valor, lo hará sin miedo, y esto sucederá en los meses y en los años siguientes, nada lo detendrá, será el testigo fiel del Señor. ¿Por qué este cambio? Porque el Espíritu del Señor al colmarlo el día de Pentecostés lo sanó del miedo, le dio seguridad interior, lo llenó de fortaleza y lo convirtió en testigo del Señor Jesús.

La gran necesidad que tiene ahora la Iglesia, la gran necesidad del mundo en este momento es la de testigos de Jesús. Hay muchos predicadores del Señor, hay muchas personas que pueden hablar de Él, pero son pocas las que se atreven a dar testimonio del Señor, a ser sus testigos en los ambientes difíciles. En un medio universitario, por ejemplo, las personas en una conversación están exponiendo criterios anti-evangélicos, la gran necesidad de la época presente es la de testigos de Cristo, pero esto lo lograremos únicamente cuando el Espíritu del Señor, al derramarse en nosotros, nos quite el miedo, nos libere del temor; nos dé seguridad, nos llene de fortaleza y cuando Cristo nos da seguridad en Él, empieza también a darnos seguridad en nosotros y a confiar en los demás. Él nos sana primero del miedo que le tenemos, pero quiere sanarnos después del miedo que nos tenemos y del miedo que tenemos a los demás. Es mucho el miedo que hemos acumulado respecto a nosotros mismos y mucho también el que tenemos a distintas personas. La serie de fracasos que hemos experimentado a lo largo de nuestras vidas nos ha llenado de inseguridad, nos ha hecho cada vez menos firmes, menos seguros. La incertidumbre es uno de los distintivos.

No tenemos seguridad frente al futuro, porque el pasado está lleno de fracasos y solamente cuando tengamos seguridad frente al futuro lo conquistaremos, progresaremos, cumpliremos las metas señaladas, llegaremos a feliz puerto. "El que no espera vencer, ya está vencido", dice el adagio, allí está encerrada una gran verdad. Los fracasos que nos han proporcionado personas desde los primeros años de nuestra existencia, los que hemos tenido por imprudencia, por falta de previsión, por distintos fallos, nos han llenado de miedo.

Esta es la realidad, pero también existe la verdad de la sanación de Cristo, Él puede sanar este miedo que tenemos en nuestro interior respecto a nosotros, Él puede curarnos de esta inseguridad. Solamente Él, por su Espíritu, puede llenarnos de fortaleza. Y es mucho el miedo que hemos acumulado respecto a distintas personas, personas que por una u otra causa, por una u otra actuación, nos han impresionado desfavorablemente, han creado en nosotros complejo de inferioridad, nos causan miedo con sus amenazas, con su misma presencia muchas veces. De este miedo también puede sanarnos el Señor y quiere sanarnos el Señor.

Hay un hecho sumamente elocuente para manifestar el poder de sanación interior, de sanación del miedo, que tiene el Señor Jesús. Nicodemo es un fariseo, magistrado judío, que va a buscar a Jesús, pero "de noche". Va a hablar con el Señor, pero no lo hace de día, teme las burlas de sus compañeros, por eso busca la oscuridad. Es de noche cuando se dirige a la casa de Jesús y cuando tiene el diálogo con Él, es un hombre dominado por el miedo. Pero el Señor, que es la paz, que es la seguridad, que es la fortaleza, dialoga con este hombre dominado por el miedo, le habla de su Espíritu, del nuevo nacimiento: "El que no nazca del agua y del Espíritu no puede entrar en el Reino de Dios; lo nacido de la carne es carne, lo nacido del espíritu es espíritu". A través de aquel diálogo, el Señor penetra en el corazón medroso de Nicodemo y lo sana totalmente. La curación interior de Nicodemo es tan completa que, poco después, cuando los fariseos quieren condenar a muerte a Jesús, cuando incluso reclaman a los guardias por qué no han traído prisionero a Cristo, Nicodemo les dice: "¿Acaso nuestra ley condena a un hombre sin haberle antes oído y sin saber lo que hace?". Ellos le respondieron: "¿También tú eres de Galilea? Indaga y verás que de Galilea no sale ningún profeta", y se volvieron cada uno a su casa. Aquel hombre con su valor confunde a quienes quieren perder a Cristo, los obliga a volver a su casa. Y algo más admirable todavía: el Viernes Santo, cuando Cristo ha sido crucificado, cuando todos (aún sus discípulos) lo han abandonado, Nicodemo, en compañía de José de Arimatea, se presenta ante Pilatos para pedirle el cuerpo de Jesús. Es un hombre que ya no tiene miedo, porque Jesús lo había sanado. Como señal de gratitud y como demostración de aprecio, él ahora quiere honrar al Señor dando sepultura a su cuerpo.

Pero lo que debe llenarnos de alegría y de esperanza es saber que Jesús es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Que ese Jesús que sanó el miedo que había en José, que había en los pastores, que destruyó el miedo que oprimía a Nicodemo y que muchas veces adelantó un proceso de curación del miedo en sus apóstoles, puede y quiere realizar el mismo favor en beneficio de nosotros. Él también quiere destruir el miedo que nos domina y nos enferma, Él también puede hacerlo ahora y lo hará si nosotros nos acercamos a Él con fe y con humildad. Sería un mal para nosotros descubrir la serie de temores que nos oprimen y aún las consecuencias terribles que tienen sobre nuestro organismo, si no estuviésemos convencidos de que tenemos una solución en Cristo, en Cristo que es la solución de todos los problemas. Es el temor a fracasar, a la sexualidad, a defendernos, a confiar en los demás, a pensar, a hablar, a la soledad y a tantas otras cosas, tienen en Cristo nuestro Señor la gran solución, la pronta solución.

El apóstol S. Juan escribió en su Epístola unas palabras llenas de Verdad y con un profundo significado psicológico: "El amor perfecto echa fuera el temor, porque el temor supone castigo y el que teme no es perfecto en el amor". Aquí encontramos la gran solución para la enfermedad interior del miedo: el amor paternal de Dios, el amor fraternal y salvador de Cristo, el amor del Espíritu que mora en nosotros. En la medida en que nos dejemos abrazar por el amor de Dios, en esa misma medida irá desapareciendo el temor que hay en nosotros. Y cuando el amor de Dios llegue a ser perfecto en nosotros el temor será arrojado fuera. La Renovación Carismática nos coloca de una manera muy clara frente al amor del Señor, frente al amor del Espíritu y estamos experimentando la verdad de aquellas palabras de S. Pablo a los Romanos: "El amor de Dios ha sido derramado en nuestros corazones por el Espíritu Santo que se nos ha dado". Por eso, muchas personas cuando tienen la experiencia del Espíritu, cuando se dejan invadir por este Río de Aguas Vivas, cuando se dejan de veras abrazar por su amor, se van viendo liberadas de los recuerdos dolorosos en todos los campos, pero concretamente en el del miedo.

Este es uno de sus grandes beneficios, no lo sabremos apreciar nunca debidamente.

Un psicólogo americano ha escrito: "A menos que podamos aceptar que, el amor de Dios nos envuelve ahora con todas nuestras faltas, debilidades y limitaciones, no seremos mejores mañana ni siquiera un ápice de lo que somos hoy; a menos que podamos creer en un Dios que es Amor no podremos llegar a ser honestos. El temor siempre nos separará del poder curativo". Pero el método concreto y fácil para recibir, de una manera progresiva, a través de un proceso, la curación interior del miedo como don de Cristo, es acercarnos a El con fe, creer verdaderamente que El está resucitado en nosotros y con nosotros, que El es el Salvador, el Salvador del hombre, de todo el hombre y de todos los hombres. Que Él es el mismo ayer, hoy y por los siglos. Después de este acto de fe, nosotros en horas especiales nos dedicamos a recorrer toda nuestra vida con Cristo, a recorrer todos los momentos dolorosos, penosos, en el campo del miedo; a repasar todos aquellos recuerdos medrosos que nos han ido enfermando paulatinamente. Pero, ¿para qué? No para amargarnos nuevamente con ellos, no para acumular temor, sino para detenernos con Cristo delante de cada una de estas escenas, de cada uno de esos acontecimientos que nos causaron pavor o miedo, para pedirle que derrame su paz, que comunique seguridad, que borre con su presencia amorosísima el trauma que dejó en nosotros ese acontecimiento doloroso. No se trata de no recordar ya aquella escena, sino de recordarla con tranquilidad, de recordarla con paz, seguros como estamos de que el Señor, el Salvador, la ha curado, la ha sanado perfectamente. En este proceso de sanación del miedo, como manifestación del amor de Cristo y de su Espíritu, es muy conveniente hacer un inventario de las personas a quienes, por una u otra causa, tememos más. De las cosas que nos causan más miedo, de lo que interiormente nos hace sentir más inseguridad. Esto ¿para qué? Para también, de una manera concreta, pedirle al Señor en la oración que sane el miedo que tenemos a algún hermano, al superior, a algún compañero, a un enemigo etc. o para pedirle que destruya el miedo que tenemos, por ejemplo, a determinada enfermedad, a abordar el avión, a ir a tal o cual lugar, a enfrentarnos con tal o cual circunstancia. El Señor que se interesa concretamente por todo lo nuestro irá destruyendo esos distintos miedos, irá aumentando a través de un proceso maravilloso nuestra curación interior y cada día recobraremos más seguridad en nosotros, tendremos más seguridad en los demás, pero todo como fruto de la seguridad en Cristo, de la seguridad en su amor, en su poder y en su fidelidad.

A lo largo de este proceso irá creciendo en nosotros el amor al Señor y ese amor, recordémoslo, irá echando fuera el temor. Para que este proceso de curación del miedo tenga más eficacia en nosotros es muy importante emplear la visualización. Visualizar por el recuerdo las escenas, las personas, los acontecimientos que nos causaron miedo y visualizar la presencia de Jesús en ese momento y su acción tranquilizadora en cada uno de nosotros. "Es difícil, por no decir imposible, que una curación o cambio se realice sin una imagen mental". Con los ojos de la mente nosotros deberíamos mirarnos e imaginarnos tal como quisiéramos ser. Si constantemente tenemos presente esta imagen y la reiteramos, tenderemos a ser semejantes a esta imagen. Mediante una imaginación positiva nuestra vida puede convertirse en una revelación y desarrollo continuos, ello dependerá en definitiva de la integridad de nuestra personalidad y no de palabras ni de frases hechas. Encontramos que la oración afirmativa es más poderosa que la oración de petición, y esto por razones obvias: La oración positiva (1) nos sitúa del lado de la voluntad de Dios, trae y traduce de lo invisible a lo visible de nuestras vidas aquello que implica santidad, perfección e integridad. Por eso, visualizar la acción de Cristo que está con nosotros, que al presentarse nos dice: "Yo soy, no temáis", que nos ofrece su brazo protector, que nos invita a descansar en su regazo, es un elemento y un método de sanación maravilloso.

Tenemos que pedir la gracia de que nuestra fe en Cristo sea una fe verdaderamente viva, una fe actuante, una fe que abarque toda nuestra persona, una fe que nos lleve a experimentar realmente la presencia y la acción amorosa del Señor en nuestras personas y a lo largo de todas nuestras vidas. Puede servirnos mucho seguir la terapia que los Dres. Parker y Johns aconsejan en su obra La oración en la psicoterapia:

1. Primero: Reconocemos al Dios de amor dentro de nosotros mismos como el poder curativo del miedo y director de nuestras vidas.

2. Segundo: Conscientemente nos despojamos de cualquier cualidad negativa, motivo, impulso, sentimiento, pensamiento, que no queremos.

3. Tercero: Invitamos a este poder divino, a este amor del Señor, para que llene el vacío que nuestro despojo ha creado.

4. Cuarto: En los tiempos específicos de oración y durante el día tendremos delante de nosotros mismos pensamientos e imágenes positivas, sanas, plenas, estando ciertos que solamente ellos y ellas están de acuerdo con la voluntad de Dios acerca de sus criaturas.

5. Quinto: Cuando oramos creemos que hemos recibido aquella ayuda especial que hemos pedido y actuamos como si la hubiéramos recibido.

6. Sexto: Meditamos (2) en Dios como Amor, en el mandamiento de Jesús de amar y buscamos la entrada a este círculo de perfección. El amor de Dios, el amor a nosotros como hijos de Dios y el amor del prójimo como a nosotros mismos 7. Séptimo: Escuchamos y esperamos un cierto sentido de victoria, una cierta sensación de presencia que nos dice: "Yo estoy aquí, todo está bien, no temáis".

8. Octavo: Ya se ha cumplido. ¡Gloria a Dios en las alturas! Te damos gracias, Señor, porque eres la paz, porque eres nuestro Salvador.

Si seguimos esta técnica, realmente no podemos fallar al fin de cuentas, ¿por qué? Porque Dios no puede fallar. Si nosotros nos despojamos de todo lo negativo, de lo destructivo, de todo lo que esté distorsionando y aceptamos lo positivo, el amor de Dios, la paz de Dios, nuestra victoria está asegurada y no puede ser de otra manera. Dios no puede retener el bien, Él lo comunica constantemente, entonces lo que se requiere es que nosotros quitemos el impedimento y recibamos el río del amor, el torrente de la paz del Señor, el perdón, el amor, la confianza, la fe y la paz brotarán en nosotros como de una fuente inextinguible y siempre presente, si nosotros podemos hacernos a un lado y damos cabida al Espíritu del Señor que quiere colmarnos, que quiere cambiarnos y que quiere dirigirnos. También podemos pedir el ministerio (recibir un don, un carisma) de la sanación del miedo, que tanto daño nos hace. Muchas veces el Señor quiere comunicar su salvación por medio de otras personas a quienes escoge como ministros suyos. En este campo de la sanación del miedo, el Señor usa con frecuencia ese medio. Nosotros con humildad nos acercamos a personas que han recibido este carisma, nos ponemos a orar con ellas, pedimos la gracia de discernir, de descubrir las causas y fuentes principales de nuestro miedo interior y luego pedimos la oración para esta liberación. Estas personas guiadas por el Espíritu del Señor orarán como Él les sugiera, irán descubriendo quizá causas que están ocultas, irán viendo con claridad dónde está el principal problema en el campo del miedo. Su súplica, unida a la nuestra, alcanzará aquello que nosotros necesitamos, anhelamos.

Partes: 1, 2
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