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La convivencia en los centros educativos desde la mirada de la cultura de paz

Enviado por JOSÉ TUVILLA RAYO


Partes: 1, 2

     

    Indice1. Introducción 2. Algunos apuntes sobre la violencia y su prevención 3. Cultura de paz y resolución no violenta de los conflictos 4. Escuelas pacíficas, resolución de conflictos y mediación escolar 5. Conclusión

    1. Introducción

    Mucho se ha escrito últimamente sobre el fenómeno de la violencia y las posibles formas de abordarla. Sin embargo su permanencia y evolución en nuestras sociedades nos exige, conocidas sus causas, enfoques globales que posibiliten soluciones certeras. Desde esta perspectiva quisiera compartir algunas ideas que permitan conocer algunos elementos de análisis de un fenómeno complejo que precisa de intervenciones coordinadas. Y desearía hacer esta aproximación- asumido el riesgo de caer en la imprecisión y desviándome del contenido y objeto de esta ponencia – desde el paradigma de la Cultura de Paz que orienta desde una dimensión holística cómo entendemos de manera socio crítica la cultura y cómo podemos abordar los conflictos que se dan en nuestras sociedades. En la actualidad la Cultura de Paz supone todo un reto tanto para las sociedades en todos los continentes como, en concreto, para los sistemas educativos, pues su construcción significa, en última instancia, el reconocimiento de un conjunto de problemas mundiales y la necesidad imperiosa de darles solución desde la formación de una ciudadanía capaz de enfrentar positivamente los retos del próximo siglo. Si bien la paz es un deseo y aspiración que nadie discute, en los momentos actuales, necesita más que de buenos propósitos de la convicción y de la voluntad de construcción efectiva a través de una cultura, la cultura de la paz, en la que la educación en su concepto amplio es su clave esencial. Pero encontrar fórmulas correctas que reorienten la agresividad y el nivel de violencia actual significa, en primer lugar, no sólo conocer la situación exacta del fenómeno y sus consecuencias para favorecer un grado óptimo de cohesión social sino también ser conscientes de los desafíos de la edificación de la paz en un contexto internacional dominado por la mundialización de la economía y por el ejercicio sistemático, en muchas partes de nuestro planeta, de la violencia como solución de los conflictos. La paz como derecho humano necesita de una definición que articule y oriente la acción. Pero la paz es un concepto complejo y dinámico que en el terreno social o educativo ha dado lugar a numerosas interpretaciones. Definir una concepción amplia de resolución no violenta de los conflictos es el contenido que abordaremos en este artículo y que orientará algunas líneas generales de intervención de la violencia en el ámbito educativo. Hacer de la educación (formal e informal) una herramienta de comunicación viva, de aprendizaje solidario, con crítica constructiva y pensamiento abierto, capaz de suscitar transformaciones sociales a través de la participación responsable de la ciudadanía que sabe afrontar los conflictos de manera pacífica es una de las finalidades de esa acción integrada que la paz, los derechos humanos y la democracia, tiene en el plano educativo y social. Y sin duda que constituye uno de los principales antídotos contra la violencia desde la perspectiva de las llamadas escuelas pacíficas.

    2. Algunos apuntes sobre la violencia y su prevención

    La violencia se caracteriza tanto por su complejidad como por su multitud de rasgos o elementos constitutivos lo que impide tanto una definición exacta del fenómeno como el examen de medidas correctas orientadas a su control y prevención. No hay una, sino muchas variedades de violencia y es aquí donde se encuentra uno de los obstáculos para definirla. Las definiciones de uso más extendido incorporan las dimensiones intencionales de la conducta humana infligiendo daño físico o psicológico e incluyen un amplio abanico de tipologías. Si bien es cierto que ante el fenómeno de la violencia se han ensayado numerosas fórmulas de solución, por el propio carácter multifacético del mismo, no es razonable reducir el campo de la acción de control sólo a las expresiones tipificadas en los códigos legales sino que se hace necesario adoptar nuevas visiones del problema desde un paradigma humanista o integrador desde la acción preventiva. Esto nos lleva a considerar no sólo el examen de conductas desviadas y expresiones de la violencia directa, sino también otros tipos de violencia menos visibles como la violencia estructural o la violencia cultural. Para Galtung " la violencia está presente cuando los seres humanos se ven influidos de tal manera que sus realizaciones afectivas, somáticas y mentales, están por debajo de sus realizaciones potenciales". La violencia así entendida encierra varias distinciones: violencia física y psicológica, deliberada y no deliberada, manifiesta o latente, personal o estructural… Esto implica que la comprensión de la violencia social o de la violencia juvenil requiere junto a una buena definición de las mismas el auxilio en su estudio de diversas disciplinas (etología, ciencias biológicas, sicología, sociología, ciencias políticas, criminología…) y la adopción de enfoques tanto punitivos como preventivos. Existen vínculos causales entre los distintos tipos de violencia. Violencia que, por otro lado, se aprende en diferentes contextos donde en muchas ocasiones se ejercen conductas violentas que son aceptadas social y culturalmente como legítimas. Si bien la violencia como fenómeno complejo comprende diferentes definiciones, también no tiene una, sino múltiples causas por lo que exige soluciones variadas y contextualizadas que atiendan los numerosos factores asociados a la misma. Este es uno de los principales desafíos de la lucha contra la violencia tanto desde las acciones normativas o de choque como desde los programas preventivos. Es necesario pues que la búsqueda de soluciones comience con un análisis tanto de los factores que la promueven (factores de riesgo), como de los factores que la inhiben (factores de protección). Esto nos lleva a una primera conclusión: Mientras más sean los factores de riesgo presentes en una situación dada, mayor será la probabilidad de que la violencia se manifieste, por lo que es imprescindible reducir estos factores y aumentar los factores de protección. Las acciones de control y de prevención, por tanto, deben orientarse a estos dos tipos de factores y en los ámbitos o niveles en los que operan: individual, familiar y social. Por otro lado también deben considerar desde la temporalidad aquellos otros factores (predisposiciones biológicas y antecedentes sociales, características situacionales y acontecimientos desencadenantes) asociados a la violencia. Los estudios referidos a la violencia social están de acuerdo en considerar que junto a las formas de violencia tradicional relacionadas con una "cultura fronteriza" vinculada a los problemas de pobreza, desestructuración social o marginación conviven otras nuevas formas de violencia surgidas de los acelerados cambios que sufren nuestras sociedades actuales. De igual modo, abordar la cuestión de la violencia juvenil pasa necesariamente por una nueva lectura de la juventud que abandone la idea de categorizarla de forma uniforme, pues existen diferentes tipos de jóvenes. Jóvenes de hoy que no tienen las mismas características que los jóvenes de la generación anterior. Por otro lado, el fenómeno de la violencia juvenil, según la abundante literatura existente en diversos campos, atestigua que es un problema antiguo y que bajo la denominación de la violencia juvenil se incluyen diversas modalidades de la violencia que exigen una clarificación conceptual que alumbre medidas que respondan a esa diversidad de realidades. En la actualidad, la violencia escolar se ha convertido en una de las preocupaciones mayores de todas las sociedades. Lejos de considerar este mal social como un fenómeno inevitable frente al cual la sociedad, y en concreto las instituciones educativas, no tienen más que responder con medidas duras de choque para reducir sus efectos, existe abundante literatura que se orienta hacia la prevención como una de las mejores formas de solución centrándose no sólo y únicamente en las consecuencias del fenómeno, sino sobretodo en sus causas. Sin duda que para alcanzar resultados duraderos toda acción preventiva debe fundarse en una perspectiva ecológica que sea a la vez global y sistémica: comenzar en la familia, continuar en los centros docentes y estar apoyada por acciones en el ámbito socio-comunitario. Es evidente la influencia recíproca entre el individuo y la colectividad lo que exige y permite el abordaje de la violencia en varios ámbitos al mismo tiempo y en un mismo contexto. Esta perspectiva o enfoque se basa en la ecuación antes mencionada que permite analizar una situación reduciendo su grado de violencia aumentando los factores de protección como: una percepción positiva de sí mismo a través del desarrollo de la autoestima; la adquisición de aquellas competencias sociales como la capacidad de pedir ayuda y reaccionar con energía ante las diferentes manifestaciones de violencia; alcanzar un nivel de concienciación adecuado respecto a las diferentes formas o expresiones de la violencia; y adquirir habilidades y aptitudes que favorezcan el apoyo o auxilio entre víctimas y agresores. A estos factores se añaden las habilidades de las familias para abordar y resolver positivamente los conflictos y la mejora de la cultura y del clima de las instituciones educativas. Son muchas y variadas las experiencias y estrategias de prevención basadas en este enfoque. Así por ejemplo, entre las estrategias propuestas en el Estado de Nueva York orientadas a contrarrestar los factores de riesgo se encuentra la mejora de la salud mental de los individuos propensos a realizar actos violentos; el refuerzo de los vínculos personales ("bonding") establecidos a través de lazos afectivos y emocionales positivos con familiares, docentes y adultos; y la información y concienciación de los adultos, especialmente de los docentes que están obligados a servir de modelo y ejemplo de conducta para el alumnado. Existe acuerdo en considerar como básicos tres ámbitos de actuación:

    • Individual: los jóvenes necesitan apoyo y muestra de interés por su desarrollo personal por parte de los adultos y del personal de las instituciones, así como posibilidades de participación en la vida social;
    • Familiar: en el seno de la familia es donde los jóvenes aprenden la violencia y se requiere, por consiguiente, de un refuerzo educativo dirigido especialmente a los progenitores;
    • Escolar: la creación de un ambiente escolar seguro que demuestre respeto, un grado óptimo de confianza basada en la comunicación y en la responsabilidad mutua hacia todos los miembros de la comunidad educativa es una exigencia que debe ser acompañada por medidas que faciliten a los jóvenes las herramientas necesarias para manejar los conflictos de manera positiva a través de programas específicos y la incorporación de figuras como el mediador escolar. Por otro lado, es muy importante que las normas de convivencia sean conocidas por todos los miembros de la comunidad educativa y que las medidas adoptadas para sancionar un acto violento cumplan todas las garantías de derecho y se ejecuten de manera consistente, firme y justa.

    La ausencia de violencia en la escuela no se alcanza si no es a través del trabajo serio de todos los equipos docentes sostenidos por la coherencia, el principio de no-discriminación y por la solidaridad. En ocasiones, la propia organización escolar con su singular cultura genera un tipo de violencia estructural que deteriora las relaciones humanas, impone arbitrariamente los criterios y la autoridad de un sector de sus miembros sobre el resto y facilita – con su inhibición y apatía – que se instale el desánimo y las actitudes violentas como única forma de resolver los conflictos. De este modo, los conflictos no resueltos y las conductas violentas que ocurrían anteriormente en los espacios no visibles de las escuelas alcanzan su poder tangible y dominante en el interior de unas instituciones caracterizadas por una actitud organizativa normativa, individualista y punitiva acostumbrada a no prestar la menor atención a los casos violentos, a dejar la responsabilidad de su tratamiento, de manera aislada e individual, a algunos de sus miembros o, en el mejor de los casos, a aislar el problema sancionando de manera consistente y no siempre imparcial y oportuna.

    La violencia es un síntoma. Y como tal debe ser aprovechado para conocer con detenimiento las cosas que no funcionan bien, tanto en la sociedad como en el seno de las escuelas. Sin duda que para prevenir la violencia es necesario en primer lugar admitir su existencia, no como algo uniforme sino complejo, diverso y contextualizado. Después han de buscarse las causas de los actos violentos, teniendo en cuenta que no existen personas tipo. La violencia no es más que el acto visible de una escalada conflictiva que no se ha resuelto satisfactoriamente a través de todo un proceso de relaciones, de satisfacciones o negaciones de necesidades humanas, donde intervienen directa e indirectamente personas y donde la confrontación de intereses genera un cúmulo de problemas. Es necesario cambiar la mentalidad que considera que en la escuela es el resultado o producto lo que cuenta, es decir la transmisión única de conocimientos. Esta idea ignora las diferencias individuales, el ritmo y los estilos de aprendizaje y atenta contra el principio básico que sostiene el derecho a la educación cuya meta es el desarrollo integral de la persona para bien de sí mismo y de la sociedad. Dos pistas orientan toda estrategia preventiva: el alumnado construye su motivación escolar a partir de sus experiencias, sus éxitos académicos y sus intercambios o vínculos emocionales; y la mejora de los comportamientos de los jóvenes pasa necesariamente por el incremento favorable de las relaciones entre centro docente y familia y por la instauración de escuelas eficaces y pacíficas. Algunos conceptos clave orientan los métodos más innovadores empleados en los proyectos de prevención, combinando las técnicas actuales de reducción de los prejuicios y todo tipo de discriminación con aquellas otras propias de la prevención contra la violencia y parten de la evidencia de que la violencia y la intolerancia son actitudes y conductas que se aprenden. Estas claves son, entre otras: la intervención temprana, el desarrollo de la sensibilidad ante tales fenómenos, la concienciación y apreciación de las diferencias como elemento de enriquecimiento personal y grupal, el aprendizaje cooperativo, el desarrollo del pensamiento crítico, la comprensión de las diferentes perspectivas de abordaje del problema, la comprensión del papel que desempeñan los medios de comunicación, la importancia de la interacción, la consideración de la desigualdad institucionalizada y la importancia de alcanzar una responsabilidad social coordinada a través de un aprendizaje social basado en el diálogo y la participación democrática. Respecto al papel desempeñado por los medios de comunicación, hoy existe, pese a la controversia que el tema genera, evidencia del impacto que estos medios ejercen sobre el comportamiento. Existen abundantes y sólidas investigaciones en torno a los efectos de los contenidos violentos en estos medios. Aunque en algunos momentos se supuso que contemplar imágenes violentas podría incluso reducir las conductas agresivas, abundan las hipótesis contrarias donde los resultados de las investigaciones sugieren que la exposición a mensajes violentos desensibilizan ante la violencia y promueven el aprendizaje de conductas agresivas como medio para regular los conflictos. Esta constatación ha sido objeto de numerosos estudios en diversos encuentros sobre violencia y medios de comunicación, con el concurso de expertos, cineastas y políticos para estudiar cómo influye la violencia que se difunde a través del cine y la televisión en los niños y jóvenes. Entre las conclusiones de dichos encuentros destacan que los medios de comunicación, y más en concreto la televisión, es preocupantemente violenta, y que un modo de aprender un comportamiento es observarlo, por lo que la violencia exhibida por los medios de comunicación audiovisual contribuye a la aparición de efectos perjudiciales en los espectadores aunque no implica aseverar que la violencia de los medios de comunicación es la causa principal o única de la violencia del mundo real. Asimismo, se señala que la representación violenta más peligrosa, sobre todo en los niños y los adolescentes, es la que está embellecida, tal y como aparece en muchos programas televisivos, especialmente en los dibujos animados. A esto hay que añadir las trampas de las nuevas tecnologías, los juegos por ordenador y los videojuegos. En gran número de países los programas donde aparecen actos violentos ocupan la mayor parte del tiempo de televisión tal y como revela la lectura del informe publicado en 1990 por la UNESCO donde leemos: "Un estudio completo que se centró específicamente en las percepciones de la violencia en la televisión por parte de los niños llegó a la conclusión de que cuanto más la contemplan, menos perciben la violencia, más disfrutan de los programas y más aprueban el comportamiento violento que ven en la pantalla". Coincidiendo con lo anterior hay que señalar que según Piaget la conciencia y la percepción no consisten en una captación pasiva de la realidad. El desarrollo de la percepción y de la conciencia implica una asimilación activa y paulatina de los fenómenos de nuestro entorno. Los objetos y su significado potencial, traducidos en valores, sólo pueden ser captados en la medida en que una persona tiene a su disposición categorías de experiencias o modelos de conducta que le permiten una clasificación adecuada para su interiorización. Gracias al proceso asimilativo de identificación, el niño adquiere nuevas estructuras internas y se reconstituye a sí mismo. Al mismo tiempo, asimila información y adquiere, a través de esta ósmosis inconsciente de las características, sentimientos, etc. del "yo y el otro", una especie de "conocimiento" del otro. Habría que preguntarse después de los intentos fallidos de las diferentes "directivas" para proteger a la infancia de la violencia emitida por la televisión hasta dónde son conciliables la conciencia cívica y la conciencia política de las instituciones. En este sentido hay que recordar las palabras de Umberto Eco cuando escribía que: "La civilización democrática se salvará únicamente si hace del lenguaje de la imagen una provocación a la reflexión crítica, no una invitación a la hipnosis". Los medios de comunicación, especialmente la televisión transmiten a través de sus series y películas una visión del mundo específica y concreta en la que los actores, mensajes e imágenes representan una forma particular de dar respuesta a los conflictos. De esta manera la percepción que se adquiere del mundo real está basada en un conjunto de imágenes distorsionadas y estereotipadas que van conformando un mundo violento y una cultura de la violencia. Como se dice en las conclusiones del informe de UNESCO, antes mencionado, lo que hay que preguntarse no es solamente si la violencia en los medios de comunicación puede causar un tipo específico de conducta sino cuál será la influencia posible de la contemplación de la información y los programas de los medios de comunicación, repletos de actos violentos sobre los diferentes modelos de pensamiento o acción.

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