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En esta monografía me refiero a los italianos que llegaron a la Argentina entre 1850 y 1950, a sus costumbres y su vida en la nueva tierra, tomando como fuente textos de historiadores, escritores y periodistas, y testimonios de inmigrantes y sus descendientes.
"Desde el comienzo de la conquista europea de América, los italianos desempeñaron un papel fundamental. En nuestro suelo, desde el descubrimiento, hubo italianos en nuestra historia: Américo Vespucio, Antonio Pigafetta (nuestro primer geógrafo) y tantos más. Hubo italianos importantes en el virreinato (el explorador Mascardi, el Músico Zipoli, el arquitecto Bianchi). Durante el gobierno de Rivadavia llegaron artistas, técnicos y científicos; alrededor de 1840, los legionarios garibaldinos. Después de Caseros, hubo importantes italianos en la construcción del ferrocarril (Jacobacci, Pompeyo Moneta), en la realización de obras de riego (Cipolletti –en Mendoza, Neuquén y Río Negro) y en la industria (los frigoríficos de Antonio Devoto, las fábricas de embutidos de Fasoli y de lácteos de Magnasco fueron herederas de los saladeros de Rocca y de Berisso)".
"También después de Caseros, se inicia la emigración masiva de italianos –del norte, primero, del sur, después-. Nuestra Constitución, la ley de fomento de la emigración dictada por Avellaneda, el progreso incesante de nuestra república, el salario superior, la abundancia de campo fértil, la ‘magia’ de América y el sueño de la ‘Argentina, tierra de promisión’, fueron importantes razones para venir a nuestro suelo. (…) Italianos del norte y del sur. Agricultores, viñateros, fruticultores, labradores de la tierra y de un futuro mejor. Cultivaron el suelo, sirvieron a la patria y ampliaron nuestro patrimonio espiritual" (1).
"La avalancha migratoria procedente del sur de Europa constituyó sin dudas el mayor contingente humano ingresado en el país entre mediados del siglo XIX y la primera parte del XX; en este contexto, su aporte representó casi el ochenta por ciento del total de los inmigrantes arribados. Si bien los italianos ocuparon el primer lugar por cantidad e impacto en la economía, en la sociedad y en la cultura argentinas, no estaban solos en la aventura transatlántica" (2).
"En las primeras etapas de la inmigración predominaron los septentrionales: lígures, piamonteses y lombardos. Hacia fines del siglo XIX se suman en cantidades importantes los inmigrantes del sur: Calabria, Campania, Basilicata y Sicilia. (…) Los toscanos, que desde siempre se han sentido orgullosos de portar el italiano más pulido, la lengua del Dante, poblarán ‘el gallinero’ en las noches de ópera italiana del Teatro Colón. Los dialectos meridionales de los ‘tanos’ (napolitanos, calabreses, sicilianos) serán responsables del ‘cocoliche’ e inquietarán a las autoridades, preocupadas por el destino de la lengua nacional. Su importancia numérica hará que todos los italianos sean adscriptos a la categoría ‘tano’; del mismo modo que a los españoles se los llamará unánimemente ‘gallegos’, a todo aquel que venga del Imperio Otomano ‘turco’ y actualmente, ‘bolita’ designa a todo el que venga del área andina, sea boliviano, peruano, ecuatoriano, o simplemente jujeño. Este uso de rótulo sirve para homogeneizar la diversidad apabullante y de paso descalificar el ‘Otro’ " (3).
Notas
- S/F: "Para todos los hombres del mundo que quieran habitar el suelo argentino". Buenos Aires, Clarín.
- Alvarez, Marcelo y Pinotti, Luisa: A la mesa. Buenos Aires, Grijalbo, 2000.
- ibídem
Algunas de las páginas que se escribieron sobre la inmigración nos muestran la idea de emigrar desde los instantes en los que surge. La vemos afirmándose, madurando en esas mentes en las que la desesperación es un sentimiento tristemente cotidiano. Porque –como dice Gustavo Cirigliano, en sus "Disquisiciones tangueras"- "Todo aquel que dejó su país, su patria de origen, de hecho –nos guste o no- fue abandonado o aún expulsado por ella, fue impelido a irse al no ser protegido ni retenido. Se lo echó, dicho sin vueltas" (1).
La política aparece reiteradamente como motivo de emigración. Del fascismo y sus reiteradas golpizas huye el protagonista de El laúd y la guerra, libro de Martina Gusberti. Decidió emigrar "porque él, como vehemente socialista, fue apaleado varias veces por los camisas negras". El anciano narra qué había sucedido: "Sabían que era músico, director de una banda, y me buscaron para colaborar, pero yo me negué a tocar la marcha fascista y por eso me ligué unos buenos bastonazos, ¡brutte bestie! Me protegí la cabeza como pude, pero ésa es otra historia. Después, emigré a América" (2).
Syria Poletti evoca la guerra, por ejemplo, a través de los ojos de un personaje, en "Agua en la boca". La protagonista se encuentra con un hombre que sufre las secuelas de la contienda. Así lo describe: "Comenzaba ya a bajar cuando vi que por el sendero empinado trepaba oscilante Chero, el loco, borracho como siempre. Para él, la guerra era un permanente estado de alerta, porque en ella había perdido un brazo y encontrado todas las alucinaciones que todavía lo trastornaban. Y sólo en el vino encontraba un ruidoso olvido" (3).
En "Desarraigo", cuento de Ana María de Benedictis, el narrador, que piensa en emigrar de la agobiada Argentina del siglo XXI, se arrepiente, evocando una historia familiar vinculada con la guerra: "Recordó que una mañana muy temprano llegó una carta bordeada de una franja verde, blanca y roja; que la abrió su abuela materna y comenzó a secarse las lágrimas con el delantal; (…) esperaron en la vereda a su padre. (…) Su madre, Mariana, había muerto hacía ya quince días. El correo tardaba mucho y él hacía quince años que no la veía. Recordó el duelo a distancia y el dolor de tanta ausencia amontonada, de tantos besos perdidos y de tanta soledad impuesta por un país destruido por la guerra" (4).
Los recuerdos bélicos tienen que ver para el autor de La tierra incomparable, con la figura paterna. En un reportaje, Antonio Dal Masetto recuerda al italiano Narciso, un hombre valiente. De él dice: "era tremendamente trabajador, tremendamente amante de su familia y tremendamente testarudo. Durante la Segunda Guerra Mundial, él trabajaba en una fábrica. Su turno terminaba a medianoche. Había toque de queda desde las siete de la tarde, y muchos se quedaban a dormir en la fábrica, por temor. Mi padre volvía a casa. Su argumento era grande como una montaña. Decía: Yo quiero dormir en casa. Tengo una casa, y nadie me lo puede prohibir. Ni Hitler, ni Mussolini…" (5).
También escapa del fascismo el padre de Roberto Raschella. El escritor narra: "Mi padre vino varias veces desde la primera preguerra, hasta que, perseguido por el fascismo, se quedó aquí para siempre en 1925. Mi madre, después de muchas dificultades para poder salir de Italia, llegó en 1929" (6).
Hubo quien vino por un tiempo, y no pudo regresar. Finalmente, se estableció aquí: "Mi abuelo, un anárquico antifascista, había partido en 1926 por motivos políticos –comenta Laura Pariani, escritora italiana autora de Quando Dio ballava il tango. Estaba convencido de que el fascismo caería de un momento a otro y de que su estadía en la Argentina, fruto de la necesidad, habría de durar poco. Mi madre tenía menos de un año cuando él partió. La idea de mi abuelo era regresar, pero el fascismo no cayó. Fue así como, postergando cada año el regreso, mi abuelo construyó su nueva vida en la Argentina, donde vivió sus últimos cuarenta años" (7).
Huyendo del Mariscal Tito venían los Ranni, de Trieste. Cuenta Rodolfo: "viví muchos años con el recuerdo del rincón donde había dejado mis juguetes, cuando nos escapamos. Fue una fuga como en el cine: mi hermano y yo escondidos en el altillo de la casa de mi padrino, que era el cura del pueblo; mi mamá, en un carro tirado por caballos de un padrino de mi papá. Y como estaba por dar a luz a mi hermano, en la frontera inglesa la dejaron pasar…" (8’).
La emigración aparece como una alternativa que otros italianos no aceptan, porque no pueden abandonar a sus muertos. En su novela La piel, Curzio Malaparte dice que los difuntos "no pueden pagarse un billete para América, son demasiado pobres. No sabrán jamás lo que es la riqueza, la felicidad, la libertad. Han vivido siempre en la esclavitud; han sufrido siempre el hambre y el miedo. Incluso muertos serán siempre esclavos, sufrirán hambre y miedo. Es su destino, Jimmy. Si supieses que Cristo yace entre ellos, entre estos pobres muertos, ¡Lo abandonarías?" (9).
Vino de Italia –donde había emigrado anteriormente- el abuelo de José Eduardo Abadi. El nieto relata: "El abuelo paterno era juez, en Siria, pero como tuvo que abandonar el país por razones políticas, se mudó a Milán con toda la familia. Al poco tiempo, llegó el fascismo y tuvieron que volver a emigrar… Así llegaron a la Argentina" (10).
En América, los avatares de las contiendas se vivían con gran tristeza. Durante la primera guerra mundial, "En San Rafael, que contaba con una colectividad italiana bastante representativa, se produjeron escenas de verdadero patriotismo. Especialmente los italianos de la alta Italia, oriundos de zonas fronterizas, salieron a la calle portando banderas de su país y realizaron desfiles en los que iban cantando viejas canciones guerreras. (…) El gobierno de Italia lanzó una proclama solicitando la inmediata incorporación de todos aquellos compatriotas que quisieran presentarse como voluntarios, quienes deberían regresar a su país cuanto antes. Muchos fueron los que lo hicieron, sobre todo aquellos que ostentaban un grado importante como reservas del ejército italiano" (11).
Las privaciones pasadas en el país de origen durante la guerra marcan a quienes migraron. Una calabresa, llegada a la Argentina en 1933, acostumbra a sus nietos a aprovechar el alimento del que se puede disponer en la nueva tierra. Lo cuenta una nieta, Griselda García, en un poema: "mi abuela obligándonos a terminar el plato,/ haciendo bocaditos fritos con las sobras porque/ ‘ustedes por suerte no conocen lo que es la guerra, el hambre…’ " (12).
Muchos vinieron a ‘hacer la América’. Hacia la Argentina parte un hombre; por amor al marido emigrado tiempo antes, la madre abandona a sus hijas, llevando al hijo varón, en el cuento "El tren de medianoche" de Syria Poletti. La escritora recuerda así este episodio: "En ese instante, momento en que mi madre me dejó para reunirse con mi padre en tierras de América, nacen el drama y la rebeldía, pero también la revelación de la soledad y su misterio. Fue como si de pronto se hubiesen abierto las compuertas de la vida adulta, y, al mismo tiempo, asomara la certeza de otro llamado. Al irse, mi madre respondía a un llamado ineludible. Yo también, con el tiempo, respondería a un llamado" (13).
Santo Oficio de la Memoria es la novela de Mempo Giardinelli que obtuvo en 1993 el Premio Rómulo Gallegos. En ella narra, por boca del hijo mayor, las circunstancias en las que Antonio Domeniconelle y parte de su familia tuvieron que emigrar: "Padre y madre vinieron de Italia porque allá éramos muy pobres. Muy pobres. Más pobres que toda la pobreza que hayas visto" (14). Veinticinco años después llegaron a la Argentina, per fare l’América, los abuelos abruzzeses de Eduardo Mignogna, escritor que mereció el Premio Emecé 1998/9 por La Fuga .(15).
En un reportaje a Antonio Dal Masetto, se señala cuál fue la razón que lo trajo a América: "Después de la Segunda Guerra Mundial, la subsistencia se puso difícil en Italia y la familia emigró en 1950 a nuestro país" (16). En otro reportaje, se narra que "Narciso Dal Masetto llegó a la Argentina en 1948 desde Intra, un pueblo alpino italiano a los pies del lago Maggiore. Huía de los estragos de la guerra. Dos años después arribaron su mujer, doña María, y sus hijos, Rita y Antonio César" (17).
Los inmigrantes "Venían a sobrevivir –escribe Jorge Riestra-, a intentar vivir una vida mejor, a hacer fortuna, por qué no, algo les habían contado de la generosidad de estas tierras, de la abundancia que desbordaba en las manos de quienes la trabajaban. Cuando se les hablaba del Nuevo Mundo, ellos pensaban en un mundo nuevo. Lo que les esperaba era el Hotel de Inmigrantes y luego la ciudad, las ciudades, y en las ciudades la dispersión, el enigma de las calles y de la gente, qué comerían y dónde dormirían" (18).
En Italia fascinaban los relatos de quienes regresaban de América. Lo narra Edmondo D’Amicis, en La maestrita de los obreros. Al ir a dar su clase, la protagonista encuentra que "Faltaba esa noche más de una docena de alumnos. La maestra investigó las razones de la ausencia, y supo que habían ido, con muchos otros, a pasar la velada en un establo, donde un viejo aldeano, de vuelta de América, un espíritu jovial y extraño, había invitado a medio arrabal para relatarle la historia de sus aventuras" (19).
Nora Ayala relata: "El tío de Luigi había estado en América, donde había muchos italianos, todos ricos, por lo menos para el parámetro del paese y cuando volvía a Bagnasco entre un viaje y otro, encantaba a amigos y parientes con los relatos de esos mundos lejanos y maravillosos. La vida de los contadini era penosa y se trabajaba desde que salía el sol hasta que se ponía, de lunes a lunes, sin ninguna esperanza de cambio, solamente para comer" (20).
Parte de Italia el matrimonio Vairoleto con su primogénito, porque "en aquella región las posibilidades de prosperar eran muy escasas para los aldeanos pobres, y Vittorio concibió el proyecto de ir a América. Algunos emigrantes, incluso un cura que había estado en la parroquia de la villa, escribían enviando noticias favorables desde la Argentina, un país donde hacía falta mano de obra y eran bienvenidos los labriegos italianos para poblar las colonias agrícolas. Ilusionados por esas perspectivas, Vittorio y Teresa se dispusieron a marchar al nuevo continente con su bebé recién nacido" (21).
De la nueva tierra, en la que tanto ha prosperado, vuelve a Italia uno de los emigrantes, en Guido, novela de Andrés Rivera. El hombre afirma: ""Acá, nada más que mujeres… Soy un indiano que está de visita, y al que le gustan las mujeres intrépidas" (22).
Para muchos, la vida en América no tenía que ver con cuanto habían soñado . En "La conquista de Buenos Aires", de Enrique Loncán, Cicerón vuelve a la vida en el siglo XX y emprende un viaje del que se arrepentirá amargamente. Estas palabras lo impulsaron a realizar la travesía: "más allá del Atlante existe una ciudad nueva, maravillosa, pletórica de esperanzas. Es la tierra prometida de los inmigrantes, la meta de los destinos fantásticos y las riquezas fabulosas. Se cuentan por millares los hijos del Lacio que en Buenos Aires hicieron fortuna… ¿Por qué no la harías tú también, Marco Tulio Cicerón, que llevas en tu sangre lo más puro de la raza latina y en tu mente todo el genio de la estirpe inmortal?" (23).
En El laúd y la guerra, Martina Gusberti evoca el engaño de que fueron víctima los italianos que fundaron Resistencia. La ciudad "fue fundada por un puñado de inmigrantes italianos que, remontando el Río Negro y traídos por empresas contratistas con el señuelo de poblar tierras fértiles y prósperas, hallaron en cambio terrenos ásperos, cubiertos por bosques salvajes plagados de mosquitos. Era el 2 de febrero de 1878, durante un verano abrasador. Se dice que los colonizadores estuvieron varios días en el barco sin querer aposentarse en esa tierra inhóspita. Luego, vencidos por la circunstancia, no tuvieron otra opción que desembarcar con sus familias" (24).
Juan Faccioli, pionero friulano, narra también un episodio relacionado con la colonización chaqueña: "Según Faccioli, al llegar al Hotel de Inmigrantes se enteraron de que estaban destinados al Territorio Nacional del Chaco, donde les darían tierras que estaban habitadas por aborígenes: algunos huyeron del Hotel de Inmigrantes, pero luego de vagar sin conseguir trabajo ni comida volvieron y aceptaron llegar a Reconquista y, desde allí, a una colonia que se formaría al otro lado del arroyo El Rey" (25).
Hubo otros motivos que llevaron a quienes emigraron a tomar una decisión tan difícil. La protagonista del film Herencia, dirigido por Paula Hernández, "es una inmigrante italiana que llegó a la Argentina tras la Segunda Guerra Mundial. Aunque nunca pudo encontrar al hombre cuyos pasos seguía, decidió adoptar a Buenos Aires como su ciudad" (26). Un amor imposible causa la emigración de un italiano: "El mismo día en que Enrico se hizo cargo de la sastrería, el único auto de la villa se detuvo enfrente. El chofer entró: ‘La hija del Patrón se va a casar con un doctor de Zóppola, como él ha dispuesto; y aquí te manda este dinero a cuenta del traje de novia que le vas a confeccionar’. Enrico lo entregó y se embarcó. Para no ver jamás el mar viajó tierra adentro, hasta el centro de la Argentina; hasta su huerta, en medio de la manzana del medio del pueblo" (27).
Motivos no faltaron. Tristeza sobró a estos hombres y mujeres que, un día, debieron dejar su tierra y embarcarse hacia un país desconocido, en el que se establecieron y del que, quizás, nunca pudieron regresar.
Notas
- Cirigliano, Gustavo: "Disquisiciones tangueras", en El Tiempo, Azul, 30 de septiembre de 2001.
- Gusberti, Martina: El laúd y la guerra. Buenos Aires, Vinciguerra, 1996.
- Poletti, Syria: "Agua en la boca", en Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.
- De Benedictis, Ana María: "El desarraigo", en El Tiempo, Azul, 24 de marzo de 2002.
- Roca, Agustina: "Historia de vida", en La Nación Revista, 12 de julio de 1978.
- Ingberg, Pablo: "El amor a los vencidos", en La Nación, Buenos Aires, 14 de febrero de 1999.
- Patat, Alejandro: "El país de los sueños perdidos", en La Nación, Buenos Aires, 28 de abril de 2002.
- Gaffoglio, Loreley: "El teatro me contuvo", en La Nación, Buenos Aires, 20 de diciembre de 1998.
- Malaparte, Curzio: La piel.. 1949.
- Aubele, Luis: "A boca de jarro", en La Nación, 23 de junio de 2002.
- Bianchi, Alcides J.: Valentín el inmigrante. Santiago de Chile, Edición del autor, 1987.
- García, Griselda. Poema inédito.
- Fornaciari, Dora: "Reportajes periodísticos a Syria Poletti", en Taller de imaginería. Buenos Aires, Losada, 1977.
- Giardinelli, Mempo: Santo Oficio de la Memoria. Buenos Aires, Seix Barral, 1991.
- Mignogna, Eduardo: "Destinos cruzados de un libro y una vida", en Clarín, Buenos Aires, 19 de noviembre de 2000.
- Roca, Agustina: op. cit.
- Gaffoglio, Loreley: "¿Cómo me explico y me cuento?", en La Nación, Buenos Aires, 9 de septiembre de 2001.
- Riestra, Jorge: Las voces de la ciudad.htm.
- D’Amicis, Edmondo: . La maestrita de los obreros. Buenos Aires, Anaconda.
- Ayala, Nora: Mis dos abuelas. 100 años de historias. Buenos Aires, Vinciguerra, 1997.
- Chumbita, Hugo: Ultima frontera. Vairoleto: Vida y leyenda de un bandolero. Buenos Aires, Planeta, 1999.
- Rivera, Andrés: Guido, en Para ellos, el Paraíso. Buenos Aires, Alfaguara, 2002.
- Loncán, Enrique: "La conquista de Buenos Aires", en Cuentos y esquicios. Buenos Aires,
- Gusberti, Martina: op. cit.
- S/F: "Friulanos sobre el Paraná", en La Nación Revista, Buenos Aires, 29 de julio de 2001.
- Ormaechea, Luis: "Con ánimo de conciliar", en Herencia de Paula Hernández.htm.
- Cassini, José Luis: "El mar en los ojos", en Rotary Club de Ramos Mejía. Comité de Cultura. 1994.
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