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Los tratamientos personales que se dispensan don Quijote de la Mancha y su escudero Sancho Panza (página 2)


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Hecho este preámbulo comentaré algo que me llamó siempre la atención en las lecturas del Quijote: el trato que se dan los dos personajes principales a lo largo de esta historia. Un tratamiento condicionado por la posición social que cada uno ocupa, pero que en el caso de Don Quijote va variando de acuerdo con sus estados de ánimo, muy cambiantes de por sí.

Estudios recientes de la psiquiatría llaman a la conducta de don Quijote "trastorno bipolar", o sea esa particularidad de pasar de la euforia a la depresión casi súbitamente, así como de la calma a la ira irrefrenable. Pero entre nosotros, para seguirnos entendiendo, digamos que el personaje es simplemente un viejo con poca paciencia, de ánimo inestable y propenso a dejarse llevar por arrebatos de los que con frecuencia sale mal parado.

Las formas de tratamiento entre seres humanos en general -o sea esto de dirigirse al otro en la convivencia- es una de las primeras formas de la comunicación social, ejercida por todos los pueblos en todos los tiempos.

El tratamiento personal es el vínculo humano más primitivo una vez adquirido el lenguaje -no en vano una de las primeras palabras aprendidas es mamá– y consiste en posicionarse ante el otro revelando rangos, distancias y jerarquías. Es a través de los tratamientos que se manifiestan las cuestiones vinculadas con los afectos y las posiciones sociales que transitamos en la vida en comunidad, por eso siempre el trato personal que damos y nos dan, estará inserto en una trama social determinada y será un vínculo y un reforzamiento permanente de esas posiciones relativas.

Los tratamientos personales establecen por lo general algún grado de interacción, una interacción que puede ser simétrica, como cuando tratamos, por ejemplo, a alguien de "hermano", o asimétrica si le decimos "su ilustre majestad"; pero siempre, dado que nos dirigimos a otro con algún propósito, el tratamiento llevará implícita cierta intención de persuadir o de marcar distancias.

Fuera de los tratamientos que puedan aplicarse circunstancialmente, están los acuñados por la costumbre, tanto en la lengua oral como en la escrita. Entre estos últimos, están aquellos muy formales y conocidos, vinculados con ciertos protocolos -y que por fortuna no tenemos que usar habitualmente- como los de su majestad, reverendo, ilustrísimo, usía– o aquellos clásicos con los que iniciamos una carta o una nota como el de estimado señor o señora que pueden o no preceder al cargo, como si dijéramos Señor Rector, Señor Decano; Señor Presidente; los teñidos de afectiva cortesía como mi recordado amigo, estimado compañero y otros innumerables tratamientos de este tipo.

Luego están los que pertenecen a la oralidad, como el tan frecuente trato de señor o señora con que nos dirigimos a cualquier persona, conocida o desconocida en muchas circunstancias, y aquellos vulgares, de naturaleza cambiante, que tienen épocas de esplendor y decadencia como el de tío, loco, el lunfardesco y ahora otra vez de moda chabón, que tanto emplean los jóvenes; aquella conjunción tarúpido, que se usó alguna vez y que en su momento llamara la atención del propio Borges

En fin, los tratamientos son tan variados como interlocutores haya, y fluctúan y fluctuamos con ellos de acuerdo con la formalidad o informalidad de las situaciones, con nuestros estados de ánimo, o con la intencionalidad que queremos darle al vínculo.

Quien repase brevemente los clásicos españoles del Siglo de Oro verá la abundancia de tratamientos usados por entonces, y esa necesidad, a través de ellos de situar -en una época en que era imprescindible marcar en el trato la diferencia social- la posición del otro y la propia. Así encontramos los de señor hidalgo; señor maeso o maese; señor dotor; señor bachiller; señor galán; señora doncella; señor licenciado; señor gentilhombre, la mayor parte caídos en desuso, pero también varios de aquel entonces que han llegado intactos hasta nuestros días, sobre todo en el trato oral y que seguimos empleando con frecuencia, como el de caballero, mozo, maestro, patrón, doña, etc.

Pero en fin, baste aquí lo que se ha dicho de los tratamientos para pasar a los que se dispensan estos dos famosos tipos que en tres oportunidades se han largado a campo traviesa por los caminos de la España del Renacimiento. Uno en su locura de creerse caballero andante, el otro en su intento de hacerle ver la realidad envuelto en la locura de su señor.

-Lo primero que se advierte es que Don Quijote y Sancho, tal vez como buenos españoles no paran de conversar, razón por la cual la oportunidad de darse mutuos tratamientos personales abundan. El Quijote es la esencia del ser español y la lengua castellana una cantera inagotable, por lo que la obra resulta extremadamente rica en diálogos, algunos tan célebres que se han convertido en universales y han trascendido al libro hasta alcanzar la vulgarización. Así por ejemplo el famoso fragmento en el que don Quijote dice: "Ladran Sancho, señal que cabalgamos", empleado con frecuencia sobre todo por quienes no ha leído el Quijote.

En fin, los personajes van solos por esos campos, pasan la noche al raso y en soledad en muchas ocasiones, lo que aumenta la posibilidad y la necesidad de dialogar, y por lo tanto la de darse mutuos tratamientos. Esa necesidad de hablar es tan imperiosa que en un momento, en plena Sierra Morena, en un momento en que Don Quijote le ha impuesto silencio a Sancho como castigo, este, mortificado dice:

"-Señor don Quijote, vuestra merced me eche su bendición y me dé licencia; que desde aquí me quiero volver a mi casa, y a mi mujer a mis hijos, con los cuales, por lo menos hablaré y departiré todo lo que quisiere; porque querer vuestra merced que vaya con él por estas soledades de día y de noche, y que no le hable cuando me diere gusto, es enterrarme en vida…": (Cap. XXV)

Recordemos que estamos en plena edad moderna, pero los usos del medioevo perduran fuertemente en España y habrán de perdurar todavía mucho tiempo más, sobre todo en la España campesina.

Don Quijote, aunque venido a menos es un hidalgo manchego y Sancho un labriego vecino, por lo que el vínculo entre señor y siervo se encarna en ellos naturalmente y cada uno se asume como lo que es. Don Quijote además refuerza esa distancia al encarnarse en un personaje de tiempos idos, un anacrónico caballero de la antigua andante caballería, con lo cual la relación no solo es la de amo y criado, sino principalmente la de Caballero y escudero. Esto da lugar a que Don Quijote emplee libremente el tuteo, a cada momento, en tanto que Sancho no quebrará la regla de tratar de señor a su amo aún cuando entre en la clara evidencia de que está loco y lo vea hacer cosas extravagantes, al menos cosas que él, como simple campesino, "con muy poca sal en la mollera" no haría, ya que es -como le dice Don Quijote alguna vez- "un hombre de bien (si es que este título se puede dar al que es pobre)"

Establecidas estas jerarquías entre ambos, se da por sentado que así como en el régimen feudal el señor debía, en situaciones de peligro asumir la defensa de los siervos, aquí el señor, se supone, debe velar por su criado, aunque en verdad sea el criado el que sale en defensa de su señor, en muchos episodios, y a fuerza de enfrentar la realidad, quien recibe los golpes.

En esta relación los tratamientos de Sancho hacia su amo quedan, por lo general, limitados a los de vuesa merced, el más usual, Señor don Quijote, o señor mío, y algunas veces a señor mío de mi ánima, en tanto que los tratamientos de Don Quijote hacia Sancho serán muchos y fluctuarán con harta frecuencia de acuerdo con sus cambiantes estados de ánimo y también de acuerdo con la presencia de otras personas y las jerarquías de las mismas.

Lo tornadizo de su temperamento hace que Don Quijote sea por lo general irascible, capaz de pasar sin transición de la calma reflexiva y sabia a la ira incontrolable y violenta. Con frecuencia insulta y arremete contra lo que supone son sus enemigos y, en varias ocasiones, cuando no sale descalabrado, deja a cosas y personas en muy malas condiciones. Provoca destrozos y hiere de consideración a algunos con los que se enfrenta. De igual modo en los momentos en que monta en cólera contra Sancho, halla un cierto regodeo en el destrato que le propina y enhebra con frecuencia una retahíla de palabras hirientes y frases afrentosas en las que marca el peso de su posición social y hace alarde ante el rústico de su conocimiento de la lengua al descargarle los más duros calificativos.

Pero el hidalgo Don Quijote es ante todo un padre protector y, llegada la ocasión de darle alguna conseja, o en circunstancias que inducen a la reflexión en momentos de calma, no dudará en tratar a su escudero como "Sancho hijo", o "hijo Sancho" o "Sancho el bueno". Por ejemplo, en un momento en que el escudero va a beber agua después de una apaleadura y él supone que es mejor su bálsamo, le dirá: –"Hijo Sancho, no bebas agua; hijo, no la bebas, que te matará" pero en otra ocasión, como en la aventura de los yangüeses, (cap. XV) cuando los dos terminan apaleados y dolidos y cuando Sancho "con voz enferma y lastimera" le requiere: "-Señor Don Quijote. ¿Ah señor don Quijote!" (reclamándole el bálsamo de Fierafrás para curarse de las heridas), Don Quijote, emparejado con su escudero en el dolor y la desventura le preguntará, con el "mismo tono afeminado y doliente": – "¿Qué quieres, Sancho hermano?" y aún reitera estar en este mismo nivel fraterno en circunstancias penosas, cuando poco después, recordando los golpes, y quejarse Sancho del dolor de los estacazos que le han quedado impresos tanto en la memoria como en las espaldas, don Quijote le dice:

"-Con todo eso, te hago saber, hermano Panza, que no hay memoria a quien el tiempo no acabe, ni dolor que muerte no le consuma"

En otras ocasiones, en especial cuando las circunstancias no le son favorables, don Quijote llegará a darle a Sancho el trato de amigo. Así ocurre cuando le pide que lo acomode sobre el burro, luego de los palos, o cuando se reponen en la venta tras el escándalo protagonizado a la noche por Maritornes, Sancho, el ventero y el arriero. Le dice entonces al aporreado Sancho:

"-No tengas pena, amigo, que yo haré agora el bálsamo precioso con que sanaremos en un abrir y cerrar de ojos".

Este tratamiento también se lo dará en otras ocasiones, generalmente antes de las aventuras, cuando don Quijote insiste con sus discursos y se dirige a su solitario interlocutor y único admirador de sus hazañas. Por ejemplo, en medio de la noche, al oír el ruido de los batanes y aprestarse para la aventura: "Sancho amigo, -le dice- has de saber que yo nací por querer del cielo, en esta nuestra edad de hierro, para resucitar en ella la de oro", e inclusive llega a lisonjearlo con el tratamiento de "escudero fiel y legal" (cap )

Pero una cosa es el trato antes de las aventuras, cuando Don Quijote necesita prestigiarse ante Sancho, y otras cuando -como pasa casi siempre- las aventuras terminan mal y sale corrido y burlado, como en esa misma aventura de los batanes.

Luego de estar toda la noche en temeroso suspenso, y descubrir al aclarar que el horroroso ruido que escucharon lo producen una simple rueda de molino, Sancho comienza a burlarse, por lo que Don Quijote no duda en descargarle el peso de su posición social y, además de asestarle dos palos en las espaldas, lo denigra con este discurso:

"-Venid acá, señor alegre: ¿parecéos a vos que si como estos fueran mazos de batán fueran otra peligrosa aventura, no habría mostrado yo el ánimo que convenía para emprendella y acaballa…" (…) "Y más, que podría ser, como es verdad, que no los he visto en mi vida, como vos los habréis visto, como villano y ruin que sois, criado y nacido entre ellos"

Estos tratamientos dados son suaves sin embargo si los comparamos con los que le da en el momento en que a Sancho, deseoso de beneficios prontos, le parece mejor que Don Quijote se case con Dorotea y abandone la idea de hacerlo con Dulcinea. (Cap. XXX)

Aquí don Quijote estalla y le propina los tratamientos de villano ruin, bellaco descomulgado, gañán, faquín, belitre; socarrón de lengua viperina, traidor blasfemo, hasta rematar con un: "¡Oh hideputa bellaco y como sois de desagradecido…!"

Pero las iras de don Quijote son tan súbitas como las calmas que sobrevienen, y en esta misma ocasión, al recomponer la relación, ya en calma, aprovecha para deja bien claro quién es uno y quién es otro. Entonces le advierte:

"De todo lo que he dicho has de inferir, Sancho, que es menester hacer diferencia entre amo y mozo, de señor a criado y de caballero a escudero. Así que, desde hoy en adelante, nos hemos de tratar con más respeto, sin darnos cordelejo, porque de cualquiera manera que yo me enoje con vos, ha de ser mal para el cántaro."

"Mas bien puede estar seguroresponde Sancho– que de aquí en adelante no despliegue mis labios para hacer donaire de las cosas de vuesa merced, si no fuere para honrarle, como amo y señor natural."

"De esa manera –replica don Quijote– vivirás sobre la has de la tierra; porque después de a los padres, a los amos se ha de respetar, como si lo fuese."

Algo después, ya pasada la rencilla le dice, componedor, con el propósito de que le cuente algo acerca de su señora:

"Echemos, Panza amigo, pelillos a la mar en esto de nuestras pendencias, y dime ahora, sin tener cuenta con enojo ni rencor alguno: ¿Dónde, cómo y cuándo hallaste a Dulcinea…?"

Pero tal vez el enojo mayor, el que da lugar a los tratamientos más salidos de tono sea cuando Sancho descubre durante la cena en casa de los duques los gestos de cortesana que Dorotea tiene en la mesa y dice: "…esta señora que se dice reina del reino de Micomicón (y) que no lo es más que mi madre…" da lugar a que cide Hamete Benengeli exclame:

"¡Oh váleme Dios y cuán grande que fue el enojo que recibió don Quijote oyendo las descompuestas palabras de su escudero! Digo que fue tanto que, con voz atropellada y tartamuda lengua, lanzando fuego por los ojos, dijo: -Oh, bellaco villano, mal mirado, descompuesto, ignorante, infacundo, deslenguado, atrevido, murmurador y maldiciente! ¿Tales palabras has osado decir en mi presencia y en las destas ínclitas señoras, y tales deshonestidades y atrevimientos osaste poner en tu confusa imaginación? ¡Vete de mi presencia, monstruo de la naturaleza, depositario de mentiras, almario de embustes, silo de bellaquerías, inventor de maldades, publicador de sandeces, enemigo del decoro que se debe a las reales personas…"

Pero así como llega a estos extremos, en otras oportunidades, sorprendido por la ingenuidad de Sancho le dirá: "¡Oh, qué necio y qué simple eres!", y cuando Sancho revela su agudeza no dudará en decirle entre admirado y regocijado:

"¡Válete el diablo por villano, y qué de discreciones dices a veces. No parece sino que has estudiado." (Cap. XXXI)

Existen también momentos curiosos, como cuando Sancho le revela (Cap. XXXVII) que el gigante muerto no es sino un cuero con vino y lamentándose exclama: "Y la cabeza cortada es… la puta que me parió, y llévelo todo Satanás…" que don Quijote le contesta, invirtiendo la relación de sus respectivos estados mentales: "Y ¿qué es lo que dices, loco?"

En otras circunstancias, como poco después de este episodio, la ira de don Quijote se vuelve ironía: "-Ahora te digo, Sanchuelo, que eres el mayor bellacuelo que hay en España, para rematar con un: y dime ladrón y vagamundo… mentiroso escudero, mentecato, etc."

Tampoco faltan oportunidades en esta primera parte, por ejemplo en la aventura del yelmo de Mambrino (Cap. XXI) en que Sancho sea tratado también de: "traidor escrupuloso" y aún de "mal cristiano".

Pero a pesar de estos tratos y destratos de que es objeto con frecuencia, el Sancho vasallo no renunciará a la admiración que siente por su amo, y prueba de ello es como en la rara aventura de los disciplinantes (Cap. LII) ya sobre el final de la primera parte, cuando está convencido de que su amo ha muerto, echado sobre el cuerpo de Don Quijote y con lágrimas en los ojos le echará un discurso en el que dice:

¡Oh flor de la caballería (…) ¡Oh honra de tu linaje, honor y gloria de toda la Mancha, y aún del mundo (…) ¡Oh liberal sobre todos los Alejandros (…) Oh humilde con los soberbios y arrogantes con los humildes, acometedor de peligros, sufridor de afrentas, enamorado sin causa, imitador de buenos, azote de malos, enemigo de los ruines, en fin, caballero andante, que es todo lo que decir se puede!

Hasta aquí lo dicho está referido en general a los tratamientos que se dispensan los personajes en la primera parte de la obra; en la segunda, es evidente que el escudero ha ido creciendo en sus recursos expresivos y de ahí en más su protagonismo se irá acentuando, a punto que el propio Don Quijote, que observa estos cambios producidos en el escudero, llega a decirle en un momento:

"-Cada día, Sancho te vas haciendo menos simple y más discreto" (Cap. XII – II)

También en la segunda parte, luego de unas reflexiones profundas que Sancho hace sobre la muerte, el caballero no duda en decirle:

"Dígote, Sancho, que como si tienes buen natural tuvieras discreción, pudieras tomar un púlpito en la mano e irte por ese mundo predicando lindezas" (Cap. XX –II)

De este modo, a los habituales tratamientos de hijo, hijo mío, amigo y hermano, agrega en el transcurso de la obra (Cap. XI-II) los de "Sancho bueno, Sancho discreto, Sancho cristiano y Sancho sincero", a pesar de que cuando su ánimo irascible lo traiciona no dudará en tratarlo de

"Hereje"; Glotón" y aún de enrostrarle en algún momento un: "maldito seas de Dios mentecato".

Existe en la segunda parte un episodio en el que Sancho pretende cobrar lo que se le debe desde que se le prometiera el gobierno de la ínsula. Razón suficiente para que Don Quijote vuelva a estallar diciéndole:

"Prevaricador de las ordenanzas escuderiles (…) Éntrate, éntrate, malandrín, follón y vestiglo, que todo lo pareces (…) ¡Oh pan mal conocido, ¡Oh promesas mal colocadas, ¡Oh hombre que tiene más de bestia que de persona (…) "Asno eres, y asno has de ser, y en asno has de parar cuando se te acabe el curso de la vida; que para mi tengo que antes llegara ella a su término que tú caigas y des en la cuenta de que eres bestia."

A lo que Sancho "con voz dolorida y enferma" contesta:

"Señor mío, yo confieso que para ser del todo asno no me falta más de la cola; si vuesa merced quiere ponérmela, yo la daré por bien puesta y le serviré como jumento en todos los días que me quedan de vida…" (Cap. XXVIII –II)

También en la segunda parte, en la "Famosa aventura del barco encantado" (Cap. XXIV –II) vuelve a enojarse con Sancho y, cuando cortadas las amarras el barco este apenas se ha alejado dos varas de la orilla y Sancho comienza a llorar amargamente, Don Quijote, mohíno y colérico le enrostra:

"¿De qué temes cobarde criatura, de qué lloras corazón de mantequillas?, ¿Quién te persigue o quién te acosa, ánimo de ratón casero, o qué te falta, menesteroso en la mitad de las entrañas de la abundancia…?"

Luego, en diversos momentos también lo tratará de

"…Truhán moderno y majadero antiguo…" (Cap. XXXI- II)

"…maldito seas de Dios y de todos sus santos, Sancho maldito…" (Cap. XXXIV-II)

"…Tomaros he yo, don villano, harto de ajos…" (Cap. XXXV- II)

"…Simplísimo eres, Sancho…" (Cap. LVIII -II)

Apuntamos que el protagonismo de Sancho se acrecienta en la segunda parte y prueba de ello son los capítulos que lo tienen como Gobernador de la ínsula Barataria en los que despliega su particular sentido del gobierno y de la justicia que imparte. Este es uno de esos momentos en que las circunstancias lo han alejado de don Quijote quien no obstante le remite una carta que le leerá el secretario, dado que Sancho es analfabeto, y en esa carta don Quijote le dice:

"Cuando esperaba oír nuevas de tus descuidos e impertinencias, Sancho amigo, las oí de tus discreciones, de que di por ello gracias particulares al cielo, el cual del estiércol sabe levantar los pobres, y de los tontos hacer discretos. Dícenme que gobiernas como si fueses hombre, y que eres hombre como si fueses bestia, según es la humildad con que te tratas…"

Pero las aventuras son muchas, el tiempo ha pasado, y en esto de compartir la vida errabunda ambos han llegado a conocerse en profundidad. Sancho ha elaborado sobre el final de la obra una imagen de don Quijote que no es ya la admirativa, crédula y ciega de las primeras salidas, y así por ejemplo, ya sobre los últimas capítulos, cuando don Quijote alardea y le cuenta de los deseos de Altisidora que engendraron en su pecho bastante confusión, pero a la que dejó desconsolada, Sancho no dudará en decirle su parecer en estos términos:

-"Crueldad notoria, desagradecimiento infinito (…) hi de puta y qué corazón de mármol, qué entrañas de bronce y qué alma de argamasa. No puedo pensar qué es lo que vio esta doncella en vuesa merced que así la rindiese y avasallase: qué gala, qué brío, qué donaire, qué rostro, qué cada cosa destas o todas juntas la enamoraron, que en verdad que muchas veces me paro a mirar a vuesa merced desde la punta del pie hasta el último cabello de la cabeza y que veo más cosas para espantar que para enamorar… "(Cap. LVIII-II)

En las primeras salidas tal vez don Quijote se hubiese enfurecido ante este tipo de conceptos en boca de Sancho, pero ya son dos hombres caminados, golpeados, y hermanados por la adversidad, de modo que don Quijote en vez de enojarse le da como respuesta un apacible discurso sobre las clases de hermosura que existen en el mundo.

Por supuesto no faltarán todavía algunos enojos momentáneos del caballero en que habrá de tratarlo de bestia, mayor glotón del mundo y súbitas calmas en que volverá a nombrarlo como Sancho amigo y Sancho hijo.

Tanto ha crecido a los ojos de su amo que no dudará en decirle en un oportunidad (Cap. LXVI -II) "Muy filósofo estás, Sancho, muy a lo discreto hablas" y aún "Sancho bendito y Sancho amable" (Cap. LXXI-II)

Sin duda Sancho se ha transformado como persona y como personaje. En el contacto de vida Don Quijote le ha transferido su discurso y por eso no asombra que al regresar a la aldea, sea el rústico quien exclame:

-"Abre los ojos, deseada patria, y mira que vuelve a ti Sancho Panza, tu hijo, sino muy rico, muy bien azotado. Abre los brazos y recibe también a tu hijo don Quijote, que si viene vencido de los brazos ajenos, viene vencedor de sí mismo; que, según él me ha dicho, es el mayor vencimiento que desearse puede…"

Aunque don Quijote, cansado, lo corta con un: "-Déjate de esas sandeces y vamos con pie derecho a entrar a nuestro lugar…"

Por último, "como las cosas humanas no son eternas" don Quijote cae malo y en derredor de su lecho de muerte tiene lugar el último de los diálogos entre caballero y escudero y la postrera ocasión de tratarse:

"-Perdóname amigo –le dice don Quijote- la ocasión que te he dado de parecer loco como yo (…)

"-Ay -responde Sancho llorando- no se muera vuesa merced, señor mío, sino tome mi consejo y viva muchos años…" (…) Mire, no sea perezoso, sino levántese de esa cama, y vámonos al campo vestidos de pastores…" (Cap. LXXIV-II)

Y para terminar, hago mías aquellas palabras que don Quijote dirige a Sancho cuando este no paraba de hablar en una oportunidad: "sé breve en tus razonamientos, que ninguno es gustoso si es largo" de modo que aquí me detengo ya que, seguramente, "otro tañerá con mejor plectro".-

Rodolfo Nicolás Capaccio

Edición tomada como referencia para la elaboración del trabajo:

El Ingenioso Hidalgo Don Quijote de la Mancha.

Miguel de Cervantes Saavedra

Biblioteca Emecé, de Obras Universales. Buenos Aires, 1947

Rodolfo Nicolás Capaccio

Licenciado en Ciencias de la Comunicación Social. Docente de la Lic. en Comunicación Social de la Universidad Nacional de Misiones, Argentina.

Publicaciones:

– "Pobles, Ausentes y Recienvenidos", cuentos, Edit. Univ. de Misiones 1995;

-"Sumido en verde temblor", novela. Edit. Univ. de Misiones, 1996;

-"Aquí Fue. Guía de los sitios nombrados por Horacio Quiroga en su obra". Textos y fotografías. Edt. Univ. de Misiones 1997

Posadas, Misiones, Argentina. 24/4/07

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