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Antología de William Shakespeare

Enviado por Jazmín Vázquez


Partes: 1, 2, 3, 4, 5

  1. Introducción
  2. Biografía
  3. Cronología
  4. La fierecilla domada. (William Shakespeare)
  5. Sueño de una noche de verano. (William Shakespeare)
  6. Referencias

Introducción

¿Conoces mucho de William Shakespeare?

Supongo que solo conocerás la obra más conocida de de él que es "Romeo y Julieta" en esta antología te venimos presentando algunas de las obras de este escritor dramaturgo y poeta ingles Shakespeare. Todas estas están redactas por año de publicación, el motivo es dar a conocer a un gran escritor de habla inglesa. Y bueno a este poeta lo escogí porque me identifico mucho con él, y pues aparte de esto porque me encantan todas sus obras muchos lo ven muy cursi pero la verdad a mi no, tal vez porque soy así pero es un gran poeta y mi favorito.

Biografía

Nació en Stratford on Avon, en abril de 1564. Fue bautizado el día 26; pero, su nacimiento es conmemorado el 23 de Abril. Considerado el mejor dramaturgo de todos los tiempos. Su madre, quien pertenecía de propietarios rurales; su padre, originalmente campesino, era miembro del gremio de cultivadores y guanteros, era el tercero de ocho hijos, estudió en la optima Grammar School de su localidad natal. Se caso a los 18 años de edad con Anne Hathaway, hija de una familia campesina, ocho años mayor que él.

A los diecisiete años compuso su primera cuarteta, como dramaturgo empezó tras su traslado a Londres, donde adquirió fama y popularidad en su trabajo para la compañía Charbelain"s Men (mas tarde conocida como King"s Men), propietaria de dos teatros "The Globe" y "Blackfriars". Sus inicios fueron, sin embargo, humildes y según las fuentes trabajo en los más variados oficios, desde el principio estuvo enlazado con el teatro, puesto que antes de consagrarse como autor ya se conocía como actor. En el año de 1593, escribe "La fiera domada"; en 1595 "Timon de Atenas"; en 1590 compuso "Macbeth"; en 1597 "Cimbelino"; en 1598 "Los dos hidalgos de Verona, "Bien está lo que bien acaba", "Sueño de una noche de verano", "El mercader de Venecia" entre otras; en 1599 "Romeo y Julieta".

1013 en este año Shakespeare decidió retirarse a su casa de Stratford-on-Avon, la situación económica había empeorado y se vio obligado a hipotecar; pese a todo esto, a partir de este mismo año hasta su muerte vivió en su New-Place, retirándolo por completo de su actividad literaria.

A su muerte su obra cayó en olvido. En el siglo XVIII algunos autores hacen aparecer obras del gran dramaturgo, apropiándose de ellas y hacia 1728 Voltaire llevo a Francia el legado de Shakespeare solo para que sirviera de burla.

Cronología

26-4-1564: William Shakespeare, bautizado en Stratford-upon-Avon. 

1582: Se casa con Ann Hathaway, ocho años mayor que el. 

1583: Nace su primera hija, a la que llaman Susan. 

1585: La pareja tiene dos mellizos, Judith y Hamnet. 

1587: Shakespeare se traslada, sin su familia, a Londres. 

1590: Estreno anónimo de Enrique VI (primera parte). 

1592: Escribe dos grandes obras: Tito Andronico y Ricardo III. 

1593: Los teatros londinenses son cerrados debido a la peste.  Escribe La fierecilla domada y La comedia de errores. 

1594: Es autor y coempresario de una compañía de teatro. 

1595: Escribe Romeo y Julieta.  Publica La violación de Lucrecia

1596: .Muere su hijo Hamnet.  Redacta El mercader de Venecia. 

1597: Compra su casa de New Place, en su ciudad natal. 

1598: Sale, con su nombre, Trabajos de amor perdidos.  Concluye Mucho ruido por nada y Enrique VI. 

1599: Se encarga del teatro The Globe.  Escribe Julio Cesar. 

1600: Termina su Hamlet.  Su padre muere al año siguiente. 

1602: Escribe las obras Otelo y Bien esta lo que bien acaba. 

1603: Muere la reina Isabel I.  Hamlet obtiene gran éxito

1605: Escribe las magistrales El rey Lear y Macbeth. 

1606-1609: Redacta Antonio y Cleopatra, Coriolano, Sonetos y Cimbelino. 

1610: Se retira a su ciudad. Escribe Cuento de Invierno. 

1611: Termina La tempestad. Se desentiende de su legado. 

23-4-1616: Muere en Stratford-upon-Avon, a los 52 años. 

La fierecilla domada. (William Shakespeare)

PERSONAJES

 En el prólogo: Un noble (lord) 

CRISTÓBAL SLY, calderero Una hostelera Pajes, cómicos, monteros y criados del lord 

En la comedia: 

BAUTISTA, hidalgo rico de Padua 

VINCENTIO, hidalgo anciano de Pisa 

LUCENTIO, hijo de Vincentio, galán de Blanca 

PETRUCHIO, hidalgo de Verona, pretendiente luego marido de Catalina 

GREMIO, HORTENSIO, pretendientes de Blanca 

TRANIO, BIONDELLO (muchacho joven), servi dores de Lucentio 

GRUMIO, hombre diminuto, lacayo de Petruchi 

CURTIS, criado viejo, encargado de la casa de cam po de Petruchio 

NATANIEL, FELIPE, JOSÉ, NICOLÁS, PEDRO criados de Petruchio Un pedagogo de Mantua 

CATALINA (la Tarasca), BLANCA, hijas de Bau tista Una viuda  Un sastre, un mercader, criados al servicio de Bau tista y de Petruchio La acción ocurre en Padua y en la casa de campo de Petruchio 

PRÓLOGO ESCENA PRIMERA

Ante la puerta de una taberna en un bosquecillo (Se abre la puerta de la taberna y sale SLY, expulsado por la TABERNERA) 

SLY.-¡Por quien soy, que te voy a cardar el moño! 

TABERNERA.-¡Las esposas es lo que te hacen falta, bribón! 

SLY.-La bribona y redomada lo eres tú. Los Sly jamás fueron pícaros. Puedes informarte en las crónicas. Vinimos a Inglaterra con Ricardo el Conquistador. Por consiguiente, paucas pallabris, que el mundo siga dando vueltas y punto en boca. 

TABERNERA.-¿Es decir que no quieres pagar los vasos que has roto? 

SLY.-¡Ni un denario! ¡Largo, largo, la santa Jerónima! Vete a calentar la cama, que la tienes fría. 

TABERNERA.-PUeS entonces ya sé lo que ten-go que hacer: ir a buscar al oficial del barrio. 

SLY.-Oficial, capitán o comandante, la ley me servirá de respuesta. No me vuelvo atrás de lo que he dicho ¡ni una pulgada!, hermosa. Que venga, que venga, y será bien recibido. (Cae por tierra y se duerme. Al punto se oye el estrépito producido por cuernos de caza, y seguidamente entra un Noble que vuelve, tras una batida, con sus piqueros y criados.) 

NOBLE.-Montero, te recomiendo mis perros. Cuídalos como es debido. Sangra a Merriman. La fatiga y la espuma ahogan a la pobre bestia; y pon juntos a Clowder y la perra de la boca grande. ¿Has visto, muchacho, cómo Silver ha encontrado la pista en el recodo del seto? No quisiera perder este perro por veinte libras.

PRIMER MONTERO.-Pues Belman no le va en zaga, señor. Apenas la pista perdida, ¡qué manera de ladrar! Y por dos veces la ha encontrado y en los sitios más oreados. Para mí es el mejor de los perros, creedme. 

NOBLE.-¡Bah!, eres bobo. Si Echo fuese tan rápido como él, ¡doce Belman valdría! Pero bueno, hazlo comer como es debido y ocúpate bien de to-dos, pues mañana quiero cazar aún. 

PRIMER MONTERO-Contad conmigo, señor. 

NOBLE.-(Viendo a Sly.) Pero, ¿qué es esto? ¿Un muerto o un borracho? Mirad a ver si respira. 

SEGUNDO MONTERO.-Respira, respira, señor. Y por fortuna para él, la cerveza le calienta. De otro modo, difícil que durmiese tan profundamente en cama tan fría. 

NOBLE.-¡Qué bruto! Ahí le tenéis, tumbado como un cerdo. Innoble y repugnante imagen de la sombría muerte. Pero me voy a divertir con este borracho. Vamos a ver: ¿creéis que transportado a una buena cama, entre sábanas finas, anillos en los de-dos, una mesa suculenta junto a él al abrir los ojos y en torno criados de librea; creéis, digo que este mendigo olvidaría lo que es? 

PRIMER MONTERO.-¡Qué duda cabe, señor! Cómo querríais que ocurriese otra cosa. 

SEGUNDO MONTERO.-¡Y qué sorpresa al despertar! 

NOBLE.-Poco más o menos, como la impresión que causa un ensueño halagador o una quimera. Pues dicho y hecho: levantadle con todo cuidado y preparemos bien la broma. Llevadle suavemente hasta la más hermosa de mis alcobas y llenadla con los cuadros que tengo más excitantes. Lavad asimismo su cabeza, ¡tan sucia!, con aguas templadas y bien perfumadas, e incluso quemad maderas olorosas para que perfumen la estancia. Y para cuando vaya a despertar, tened preparada una orquesta a punto de dejar oír una música dulce, celestial. Y si empieza a hablar, amontonaos presurosos en torno suyo y decidle del modo más humilde y respetuoso: «¿Qué desea vuestra señoría?» Y al momento que uno de vosotros se le acerque con una aljofaina de plata llena de agua de rosas cubierta de otras flores deshojadas. Otro que lleve un jarro. Un tercero, una toalla toda brochada y que al ofrecérsela diga: «¿Le agradaría a vuestra señoría refrescarse las manos?» Al mismo tiempo, que otro tenga dispuesto cuanto necesite para su atavío y le pregunte qué traje se quiere poner. Aún otro le hablará de sus perros y de sus caballos, sin olvidar a su amante esposa, a quien su enfermedad tiene tristísima.

En fin, persuadidle de que ha estado loco. Y cuando responda que él es fulano de tal, decidle que sueña, que quien es real-mente es un gran señor y no otra cosa. Si lleváis la cosa con habilidad y discreción, no habrá entretenimiento comparable. 

PRIMER MONTERO.-Yo os garantizo, señor, que representaremos nuestro papel de un modo tan perfecto, que no dudará en creer que es quien le digamos que sea. NOBLE.-Pues bien, levantadle con todo cuidado y llevadle a la cama. Y estad preparados para cuando abra los ojos. (Los criados se llevan a S1y. Al punto empieza a sonar ruido de trompetas.) Tú, bribón, ve a ver qué trompeta es esa que se oye. (El criado sale.) Sin duda algún noble caballero en viaje que, fatigado, desea descansar aquí. (Vuelve el criado.) Veamos: ¿qué es? CRIADO.-Con el permiso de vuestra señoría, se trata de una compañía de cómicos que se ofrecen a representar ante vuestro honor. 

NOBLE.-Ve y diles que se acerquen. (Entran los cómicos.) Sed bien venidos, muchachos. Cómicos.-Gracias, noble señor. 

NOBLE.-¿Tenéis el propósito de permanecer en mi casa esta noche? 

UNO DE LOS CÓMICOS.-Si place a vuestra señoría aceptar nuestros servicios, honradísimos. 

NOBLE.-Por mí, con mucho gusto. Por cierto, que he aquí un bravo del que me acuerdo muy bien. Sí, recuerdo haberle visto hacer el papel del hijo mayor de un granjero. Aquella comedia en que tan admirablemente hacías la corte a cierta gran dama. Tu nombre le he olvidado, pero el papel, a fe que te iba de maravilla. Y que le representabas del modo más natural del mundo. 

UN CÓMICO.-Me parece que vuestra señoría se refiere a Soto. 

NOBLE.-En efecto. Y tú representabas el papel a la perfección. Pues bien, habéis llegado a pedir de boca. Tan a punto, que preparo un entretenimiento en el que vuestra habilidad podrá serme sumamente útil. Hay aquí cierto, señor que sería feliz viéndoos representar esta noche. Pero mucho me temo que no seáis capaz de guardar la compostura debida al ver su extraña traza. Porque trátase de un elevado personaje que no obstante, jamás ha presenciado una obra de teatro y, como digo, temo se os escape alguna broma que le ofendería gravemente. Por consiguiente, os lo advierto mucho: por poco, amigos míos, que os viese reír, se pondría furioso. 

UN CÓMICO.-No temáis nada, excelencia. Sabremos contenernos, aunque fuese el más grotesco personaje del mundo.

NOBLE.-Tú, pícaro, llévales al cuarto de servicio y que todos reciban la buena acogida que merecen. Que no carezcan de nada cuanto se les pueda ofrecer en mi casa. (Sale el criado seguido de los cómicos. El noble sigue, dirigiéndose a otro criado.) Y tú, bribón, ve a buscar a Bartolomé, mi paje, y dile que de pies a cabeza se vista como una dama. Y una vez hecho llévale al cuarto del borracho, llamándole siempre «señora» e inclinándote al hacerlo en señal de profundo respeto. En cuanto a él, dile que si quiere tenerme contento que imite la manera de conducirse de las señoras nobles cuando están en presencia de sus maridos. Que como tal se comporte con el borracho, y que hablándole con voz dulce y con rendida sumisión le diga, por ejemplo: «¿Qué tiene que ordenar hoy vuestra señoría que pueda permitir a vuestra obediente, esposa testimoniaros su celo y probaros su amor?» Y al punto, abrazándole cariñosamente y entre tiernos besos, y apoyando su cabeza en su pecho, que trate de llorar, diciéndole que tales lágrimas vienen de la alegría  que siente viendo cómo su noble señor ha vuelto a sus sentidos tras haberse imaginado, durante siete largos años, que no era si-no un pobre mendigo. Y, caso de que mi paje no tenga ese don, tan fácil a las mujeres, de verter a voluntad lágrimas a torrentes, podrá salir del paso mediante una cebolla cuidadosamente envuelta en su pañuelo que, cerca de los ojos, hará que están constantemente húmedos. Corre a poner en práctica inmediatamente lo que te digo, que luego te daré nuevas instrucciones. (Sale el criado.) Seguro que el paje imitará a la perfección la gracia, la voz, el porte y los ademanes de una dama de calidad. Impaciente estoy ya por oír cómo llama al borracho esposo mío, y por ver cómo los demás, conteniendo la risa, se apresuran a prestar toda clase de homenajes al patán. Voy a hacerles aún algunas recomendaciones. Mi presencia moderará, además, su humor, natural-mente demasiado alegre, pues sin ello fácilmente podrían ir más allá de los justos límites. (Salen todos.) 

ESCENA II

Una alcoba en el palacio del noble (SLY, vestido con una rica bata, está rodeado de criados. Unos tienen en sus manos vestidos suntuosos; otros, aljofaina, jarro y demás neceseres para lavarse. Entra también el noble, pero modestamente vestido.)SLY.

-Por el amor de Dios, dadme un jarrillo de cerveza. 

PRIMER CRIADO.-¿No le agradaría a Vuestra Señoría una copa de vino de Canarias? 

SEGUNDO CRIADO.-¿Y no probaría Vuestra Excelencia estas exquisitas frutas en dulce? 

TERCER CRIADO.-¿Qué traje desea Vuestra Honor ponerse hoy? SLY.-Yo soy Cristóbal Sly. No me hartéis, pues, con tanta «Señoría» y «Excelencia». En cuanto al vino de Canarias, jamás lo he catado; y si queréis darme algo preparado, que sea buey bien ahumado. No me preguntéis tampoco qué traje quiero ponerme, pues no tengo más justillos que espaldas, más calzas que piernas, ni más zapatos que pies. Es más, con frecuencia me ocurre tener más pies que zapatos. O tales zapatos que los dedos asomen por los agujeros del cuero

NOBLE.-¡Que el cielo libre a Vuestra Señoría de la triste chifladura de que es víctima! ¿Cómo es posible que señor tan poderoso, de tan elevada cuna, dueño de tan cuantiosa fortuna y de tan altísima consideración, sea víctima de tan insensata manía? SLY.-Pero, vamos a ver, ¿es que queréis volverme loco? ¿Es que acaso no soy Cristóbal Sly, el hijo del viejo Sly, de Burton-heath, buhonero de nacimiento, fabricante de cuerdas, gracias a su educación, por cambio, exhibidor de osos y actualmente calderero de oficio? Preguntad a Mariam Hacket, la tabernera gorda de Wincot, si me conoce o no. Y si no dice que la he dejado de cuenta catorce denarios de cerveza, tenedme por el más redomado embustero de la cristiandad… (Un criado le trae un jarro con cerveza.) ¿Quién habla de que yo haya perdido la cabeza? A la… (Bebe.) 

TERCER CRIADO.-¡Ay!, eso es lo que hace gemir a vuestra esposa. 

SEGUNDO CRIADO.-¡Y lo que abruma a vuestros servidores

NOBLE.-Y he aquí por qué vuestros parientes huyen de vuestra casa, expulsados de ella por vuestro triste extravío. Ea, noble señor, piensa en tu nacimiento, llama de su destierro a tus pensamientos de otro tiempo, y aleja, por el contrario, lo más que te sea posible, estas divagaciones de ahora, tan bajas y abyectas. Mira cómo tus servidores se agolpan en torno tuyo, dispuesto cada uno a servirte a la menor de tus indicaciones. ¿Te placería oír música? Escucha. (Se oye, en efecto, una música dulcísima.) El propio Apolo toca, y veinte ruiseñores enjaulados cantan. ¿Prefieres, acaso, dormir? Si es así, te conduciremos a un lecho más suave y mullido que el preparado ex profeso para Semíramis.

¿Es que acaso deseas pasearte? Si así es, cubriremos el camino de alfombras. ¿Te agradaría montar a caballo? Tus bridones están dispuestos y enjaezados con arneses bordados con oro y perlas. ¿Te apetece tal vez cazar con halcón? Precisamente tienes muchos, cuyo vuelo es más rápido que el de la alondra mañanera. ¿Acaso la montería? Tu jauría hará resonar el cielo y despertará con sus ladridos el eco estridente de las cavernas. 

PRIMER CRIADO.-Di, señor, que lo que quieres es cazar a la carrera, pues tus lebreles son tan rápidos como ciervos lanzados, y más ágiles que las corzas mismas. 

SEGUNDO CRIADO.-¿Te placen los cuadros? Si es así, al punto te traeremos uno que representa a Adonis al borde de un arroyo, y a Citerea, oculta entre unas cañas, que diríase que se mueven y ondulan a causa de su aliento, lo mismo que cuando son agitadas por la brisa. 

NOBLE.-Te mostraremos a lo, aún virgen, en el momento de ser seducida por sorpresa. La pintura es tan viva que diríase que se ve la escena.

 TERCER CRIADO.-O bien a Dafné, errando a través de la agreste espesura que la araña las piernas. Pero con tal verdad, que se juraría que sangra, y que Apolo, desolado, llora al verlo. ¡De tal modo, sangre y lágrimas están pintadas con arte magistral! 

NOBLE.-Eres un gran señor y tan sólo un gran señor. En cuanto a tu dama, infinitamente más hermosa es que todas las de este degenerado tiempo. 

PRIMER CRIADO.-Antes de que las lágrimas que vertió por tu culpa cayesen a raudales por su hermosísimo rostro, era la más hermosa criatura del mundo. Incluso hoy no cedería a ninguna otra en belleza. 

SLY.-¿De veras soy un gran señor? ¿Tengo, en verdad, una hermosa mujer? Pero, ¿es que sueño o, por el contrario, es hasta ahora cuando he estado soñando? Sin embargo, no estoy dormido, puesto que veo, oigo y hablo. Como huelo perfumes deliciosos y toco objetos delicados. Sí, ¡por mi vida!, señor soy y no calderero; no Cristóbal Sly. Magnífico. Pues traedme al punto a esa nuestra dama para que yo la vea. Y aún otro jarro de cervecita. 

SEGUNDO CRIADO.-¿Agradaría a Vuestra Señoría lavarse las manos? (Le presentan cuanto es necesario para ello.) ¡Qué felicidad para nosotros ver a nuestro señor vuelto a la razón! ¡Si de veras os die-seis bien cuenta de quién sois! Hundido habéis estado durante los últimos quince años en un verdadero sueño.

Hasta cuando despertabais parecíais dormido. SLY.- ¿Dormido durante quince años? ¡Largo sueño, a fe mía! Y durante todo este tiempo, ¿no he dicho nada? 

PRIMER CRIADO.-Por supuesto, Señor, pero palabras desprovistas de sentido. Aunque estabais acostado aquí en esta hermosa cámara, pretendías que habíais sido puesto de patas en la calle y llenabais de injurias a la dueña de la casa, asegurando, además, que la citaríais ante la justicia. Y ello, por haberos servido cántaros de gres en vez de botellas bien lacradas. A veces llamabais también a Cecilia Hacket. SLY.-Sí, la criada de la taberna. 

TERCER CRIADO.-Pues bien, señor, en realidad no conocíais ni criada ni taberna. Corno tam-poco a ninguno de los hombres que citabais tantas veces: por ejemplo, Stephen Sly, el viejo John Naps de Greece, Pedro Turph, Enrique Pimprenelle y veinte más, de nombres parecidos, que nunca existieron ni alguien vio jamás. SLY.-Bueno… ¡Pues Dios sea alabado por ha-berme curado! 

TODOS.-¡Amén! SLY.-(Al criado.) Te doy las gracias, y descuida que nada perderás por lo que me has dicho. (Entra el Paje vestido como una gran dama y seguido de su séquito.) 

PAJE.-¿Cómo está mi noble señor? 

SLY.-Muy bien, ¡pardiez!, pues aquí se está de primera y hay de todo. ¿Dónde está mi mujer? 

PAJE.-Aquí, noble señor, yo soy. ¿Qué me ordenáis? 

SLY.-¿Eres mi mujer y no me llamas tu marido? Bueno que éstos me llamen «señoría», pero para ti soy tu hombre. 

PAJE.-Mi marido y señor, mi señor y mi esposo. Y, yo vuestra mujer toda obediente. 

SLY.-Ya lo sé. ¿Cómo debo llamarte?  PAJE.-Señora. SLY.-¿Pero señora Alicia, señora Juana o qué? 

PAJE.-Señora y basta, pues de este modo un señor se dirige a las damas. 

SLY.-Señora mi dama: dicen que he soñado y dormido durante quince años y tal vez más.

 PAJE.¡Ay!, quince años que me han parecido treinta a causa de haber estado todo este tiempo au-sente de vuestro lecho. 

SLY.-Largo tiempo, en efecto… Criados, dejadme solo con ella. (Los criados se retiran.) Señora, desnúdate y acostémonos en seguida. 

PAJE.-Os suplico, nobilísimo señor, que me excuséis aún por una noche o dos; o por lo menos, esperad a que el sol se ponga. Pues vuestros médicos me han recomendado muy mucho, so pena de que volváis a caer en la antigua enfermedad, que me abstenga aún de vuestro lecho.

Espero que tan justa causa será suficiente excusa. 

SLY.-Sí, la razón es poderosa. No obstante, mucho me va a costar esperar tanto tiempo. Claro que, como no quiero volver a caer en mis ensueños, esperaré a despecho de la carne y de la sangre. (Entra un criado.)

EL CRIADO.-Los cómicos de Vuestra Señoría, habiendo sabido vuestro restablecimiento, han venido a ofreceros una agradable comedia. Tal ha sido aconsejado por vuestros médicos; sabiendo que el exceso de tristeza ha congelado vuestra sangre y, por aquello de que la melancolía es madre del frenesí, encuentran saludable que oigáis una pieza teatral, con objeto de que vuestro espíritu se predisponga a la bulliciosaalegría que, como es sabido, previene toda suerte de males y alarga la vida. 

SLY.-¡Pardiez!, la cosa me place; que representen su pieza. Una «comedia» ¿no es una de esas farsas de Navidad o uno de esos manejos de los titiriteros? 

PAJE.-No, mi querido señor; es algo más agradable y mejor. 

SLY.-¿Cuestión de cortinas y de papeles pinta-dos? 

PAJE.-Es una especie de historia

SLY.-Bien. Ahora lo veremos. Señora mi mujer, siéntate a mi lado y dejemos que el mundo siga dan-do vueltas. Jamás seremos más jóvenes que ahora. (El paje obedece y empieza a sonar la música.) 

ACTO PRIMERO 

ESCENA PRIMERA Padua. Una plaza (Entran LUCENTIO y su criado TRANIO) 

LUCENTIO.-Por fin, Tranio, tras tanto como deseaba ver la hermosa Padua, cuna de las artes, heme aquí al cabo llegado a Lombardía, jardín delicioso de la gran Italia. En ella estoy, sí, gracias al cariño y autorización de mi padre, y, además, enriquecido con tu fiel compañía. Tranio, mi leal servidor, cuya abnegación tantas veces he puesto ya a prueba. Respiremos, pues, satisfechos, aquí, y em-piece un período de trabajo sabio y de nobles estudios liberales… Pisa, afamada a causa de la seriedad de sus ciudadanos, me vio nacer. Y antes que a mí, a mi padre, de la raza de los Bentivolii, Vincentio, gran comerciante cuyos negocios se extienden por el mundo. El hijo de Vincentio, educado en Florencia, debe ahora, con objeto de responder a todas las esperanzas que en él han sido puestas, añadir a sus riquezas el adorno de sus acciones virtuosas. He aquí por qué, Tranio, al mismo tiempo que estudio voy a tratar de practicar la virtud, aplicándome especialmente a esa parte de la filosofía que trata, en particular, de la dicha que se puede conseguir mediante la virtud.

Dame, pues, tu opinión sobre este propósito, pues he dejado Pisa y he venido a Padua como aquel que se aparta de un estanque poco profundo para zambullirse en un gran río con el propósito de apagar en él su sed. 

TRANIO.-Mi perdonato, mi gentil amo; comparto enteramente vuestros sentimientos y muy feliz seré si persistís en vuestra resolución de libar los jugos de la suave filosofía. No obstante, mi querido amo, bien que admiremos la virtud y la disciplina moral, no nos volvamos, os lo ruego, estoicos, a punto de pasar por leños, ni sigamos los preceptos de Aristóteles hasta el punto de rechazar y abominar de Ovidio. Discutid sobre lógica con vuestros amigos. Pero practicad la retórica en vuestras conversaciones cuotidianas. Acu a matemática y de la metafísica no toméis más de lo que vuestro estómago pueda digerir. Pues allí donde amo, estudiad aquello que más os agrade.

LUCENTIO. gracias, Tranio. Buenos to a Biondello, lástima  hecho, podríamos tomar al punto nuestras disposi ciones y escoger un alojamiento digno de recibir a los amigos que el tiempo que estemos aquí no dejará que llega? 

TRANIO. vez una comisión, mi amo, que viene a darnos la bien (Entran Bautista acom ñado de sus dos hijas, Catalina y Blanca, seguidos de Gremio, viejo hidalgo, ridículo, y de Lucentio, y Tranio se apartan.) -No me importunéis más, señores. suelto: no casaré a mi hija pe queña sin que la mayor tenga ya marido. Por cons guiente, si alguno de vosotros dos ama a Catalina, e GREMIO.-(Aparte.) ¿Hacerla la corte? Que no sea como es, he aquí lo que habría que hacerla. Por mi parte, la encuentro harto áspera. Pero vos, Hortensio, ¿la tomaríais tal vez por mujer? 

CATALINA.-(A su padre.) ¡ Cómo! ¿Es que pretendéis hacer de mí un cimbel para la ristra de pretendientes? 

HORTENSIO.-¿Pretendientes, hermosa criatura? ¿Qué entendéis vos por pretendientes? Nada de pretendientes, en lo que os afecta, mientras no seáis más dulce y más amable que en el presente. 

CATALINA.-De veras, señor mío, que nada tendréis que temer jamás. No estáis aún, podéis creerme, ni a mitad del camino que conduce al corazón de la hermosa. Pero de ocurrir, estad seguro que el primer cuidado de la bella sería peinaros la cabezota con las tres patas de un escabel, pintarrajear vuestra cara y trataros, en fin, como lo que sois: como un necio.

HORTENSIO.-(Aparte.) ¡De demonios semejantes líbranos, Señor! 

GREMIO.-(Idem.) ¡Sin olvidarme a mí, buen Dios! 

TRANIO.-(A Lucentio.) ¡Atención, mi amo! Me parece que la vamos a gozar. Esa joven o es una lo-ca de atar o una arpía fenomenal. 

LUCENTIO.-En cambio, en el silencio de la otra admiro la dulzura y la discreción de una vir-gen… Calla, Tranio. 

TRANIO.-Bien dicho, mi amo. Callemos, contentándonos con mirar cuanto ocurre. 

BAUTISTA.-Pues lo dicho, señores. Blanca, vete a casa. Y que ello no te disguste, mi querida Blanca. No te querré menos por ello, hija mía. CATALINA.-¡ Pobrecita criatura! Metedle un dedo en un ojo y sabrá al menos por qué llora. 

BLANCA.-Sí, sí, que mi tristeza os sirva de alegría… Señor, obedezco humildemente vuestra voluntad. Mis libros y mis instrumentos de. música serán mi compañía. Unos me servirán de estudio; la otra, de entretenimiento. 

LUCENTIO.-¿Oyes, Tranio? ¿No te parece es-tar escuchando a Minerva? 

HORTENSIO.-Señor Bautista, extraña decisión la vuestra. Pena me da que nuestro afecto hacia Blanca sea para ella causa de contrariedades. 

GREMIO.-Pero ¿es que queréis encerrarla en una jaula y castigarla tan sólo porque este demonio infernal de su hermana tenga una lengua de víbora? 

BAUTISTA.-Señores míos; haced lo que mejor os plazca. En cuanto a mí, lo que he resuelto, ¡resuelto está! Blanca, a casa. (Blanca sale.) Como sé que ama con pasión música y poesía, haré venir a mi casa profesores capaces de instruir su juventud. Si conocéis alguno, Hortensio, o vos, Gremio, enviádmelos. Siempre tendré toda suerte de atenciones con los hombres de talento; así como no dejaré de ser generoso en cuanto afecta a la educación de mis hijas. Y esto dicho, adiós. Tú, Catalina, puedes quedarte; yo tengo que hablar aún con Blanca. (Sale.) 

CATALINA.-Pero, ¿es que si me place largarme no voy a poder hacerlo? ¡Pues no falta más sino que se me dijese lo que he de hacer con mi tiempo, cual si yo fuese incapaz de saber lo que hay que tomar y lo que hay que dejar! ¡Está bonito! (Sale.) 

GREMIO.-Puedes irte, sí, y si te place, a buscar al demonio y hacerte su mujer. Tan a propósito eres para él que nadie te retendrá aquí. Está tranquila. ¡Bah!, el amor no nos acucia tanto, Hortensio, que no podamos esperar, barajando juntos nuestras esperanzas y ayunando mientras sea preciso; nuestro bollo está aún crudo por ambos lados.

Adiós, pues. No obstante, el afecto que siento hacia Blanca es tal, que si doy con un maestro capaz de enseñarle las ar-tes que le son tan gratas, no dejaré de recomendárselo a su padre. 

HORTENSIO.-Yo haré lo mismo señor Gremio. Pero una palabra aún, os lo ruego. Aunque hasta ahora la propia naturaleza de nuestra rivalidad no nos ha permitido conversar largamente, paréceme, tras haberlo pensado bien, que, si queremos poder acercarnos aún a nuestra bella amada y pretender, como rivales felices, al amor de Blanca, tenemos ambos el mayor interés en realizar una cosa. 

GREMIO.-¿Qué cosa? Os escucho. 

HORTENSIO.-¡Pardiez, señor mío!, encontrar un marido para su hermana. 

GREMIO.-¿Un marido? ¡Un demonio! 

HORTENSIO.-Un marido, un marido, digo. 

GREMIO.-Pues yo digo un diablo. Porque, ¿es que creéis, Hortensio, que, pese a la gran fortuna de su padre, habrá en el mundo un hombre tan loco como para casarse con ese infierno de mujer? 

HORTENSIO.-¡Bah!, creedme, Gremio, aunque sea algo por encima de nuestra paciencia, de la vuestra y de la mía, el soportar sus gritos y sus querellas, no faltarán, amigo mío, barbianes atrevidos (la cuestión es dar con ellos), que carguen con la moza, pese a todos sus defectos, si va bien envuelta en dinero

GREMIO.-No me atrevería yo a asegurar otro tanto. En todo caso, y en lo que a mí respecta, yo preferiría recibir tan sólo su dote, aun con la condición de ser azotado todas las mañanas en plena plaza del mercado

HORTENSIO.-Razón tiene el proverbio; en efecto, cuando las manzanas están podridas, es difícil escoger. En todo caso, puesto que la condición impuesta por el padre nos hace amigos, mantengamos esta amistad hasta que hayamos encontrado un marido para la mayor de las hijas de Bautista. Luego, una vez la pequeña en libertad de casarse, la batalla empezará de nuevo. ¡Blanca querida! ¡Dichoso el hombre que consiga tal tesoro! El anillo al corredor más rápido. ¿No os parece, señor Gremio? 

GREMIO.-Estamos de acuerdo. Y el mejor caballo de Padua daría, con gusto, con objeto de que llegase rápido a cortejarla, a aquel que quisiera empezar a enamorar a Catalina, casarse con ella, meterla en su cama y librar de su presencia a la casa. Ea, vamos. (Salen juntos.) 

TRANIO.-Pero decidme, mi amo, por favor, ¿es posible que el amor adquiera de pronto imperio tan grande? 

LUCENTIO.-¡Oh Tranio!, antes de sentir que la cosa es cierta, no la hubiera creído posible, ni siquiera probable. Pero, escucha, mientras estaba aquí, mirando lo que pasaba sin pensar en otra cosa, he sentido los efectos del amor, y ahora, te lo confesaré con franqueza puesto que eres para mí un confidente tan querido como lo fue Ana para la reina de Cartago; ardo, languidezco, muero. Tranio, si no consigoconquistar a esa modesta joven. Aconséjame, Tranio, pues tú puedes hacerlo, bien lo sé. Ayúdame, Tranio, pues también sé que querrás ayudarme. 

TRANIO.-Inútil ya, amo, tratar de regañaros. Jamás los reproches expulsaron el amor de un corazón enamorado. Si el amor os ha herido, no os que-da sino un recurso: «Redime te captum quam quaes minimo». 

LUCENTIO.-Gracias, amigo mío. Continúa; diríase que ya me siento aliviado. Lo que aún tengas que decirme me reanimará completamente. Tus consejos son buenos. 

TRANIO-Mirabais, mi amo, a la joven con tal insistencia, que tal vez no habéis notado lo principal. 

LUCENTIO.-¡Ya lo creo que lo he notado! He visto en su rostro una dulcísima belleza, tan sólo comparable a la de la hija de Agenor que obligó nada menos que al poderoso Júpiter a humillarse ante ella y a besar con sus rodillas las playas de Creta. 

TRANIO.-¿Y es cuanto habéis visto? ¿No habéis notado cómo su hermana se ha puesto a gruñir y a tronar, tan fuerte, que no había oídos humanos que soportasen el estruendo? LUCENTIO.-He visto, Tranio, moverse sus la-bios de coral y perfumar el aire con su aliento. A ella, y en ella cosas puras y suaves es cuanto he vis-to. 

TRANIO. (Aparte.)-Lo primero, en verdad, es sacarle de su arrobamiento. Despertad, mi amo, os lo ruego. Si amáis a la joven aplicad vuestros pensamientos y vuestro corazón a conquistarla. La situación es la siguiente: su hermana mayor es tan arisca y tan rabiosa, que mientras su padre no se ha-ya desembarazado de ella, vuestra amada, mi amo permanecerá clavada en la casa. Y sólo con este propósito ha encerrado a la menor, con objeto de no verse importunado por sus pretendientes. 

LUCENTIO.-¡De qué modo, oh Tranio, es cruel ese padre! Pero, ¿no te has dado cuenta de que se preocupa por encontrar maestros hábiles que puedan instruirla? 

TRANIO.-¡Por supuesto, mi amo! Y, ¡pardiez!,  he aquí lo que va a arreglar el asunto.

LUCENTIO.-Tal creo también.

TRANIO.-Amo, apostaría a que ambos hemos tenido pensamientos que se encuentran y no hacen sino uno.

LUCENTIO.-Dime primero el tuyo.

TRANIO-Pues que hagáis de profesor, y os en carguéis de instruir a la joven. He aquí vuestro pro yecto.

LUCENTIO.-Exacto. Y ¿es realizable?

TRANIO.-No, mi amo. Porque entonces, ¿quién  cumpliría aquí, en Padua, el papel del hijo de Vicentio? ¿Quién tendría dignamente su casa, estudiaría en sus libros, recibiría a sus amigos, visitaría a sus compatriotas y les invitaría a comer con él? 

LUCENTIO-Basta, no te inquietes. Tengo ya pensado todo lo necesario. Como aún no nos han visto en casa alguna y no pueden leer en nuestras caras quién es el amo y quién el criado, he aquí cómo vamos a arreglar las cosas: tú serás, Tranio, quien hagas de amo en mi lugar. Tú quien llevarás la casa, su tren, los servidores y cuanto necesites para ocupar mi puesto. Y yo seré otro personaje cualquiera: un florentino, un napolitano o un hombre pobre cualquiera de Pisa. La idea está ya madura y la vamos a poner en práctica, Tranio. Conque despójate al punto y endósate mi sombrero y mi capa de color. En cuanto a Biondello, al llegar se pondrá a tus órdenes. Pero antes tomaré las precauciones necesarias con objeto de frenar su lengua. 

TRANIO.-Necesidad y mucha tendréis de ello. (Cambian sus vestidos.) En definitiva, mi amo, sea así, puesto que tal lo deseáis puesto que mi deber es ser obediente. Vuestro padre me lo recomendó muy bien antes de que partiésemos: «Sirve en todo a mi hijo», me encareció bien. Claro que entendía la cosa de modo muy distinto. Total: que soy feliz siendo Lucentio a causa de lo mucho que a Lucentio quiero. 

LUCENTIO.-Debes decir, Tranio: en atención al amor que arde en Lucentio. En cuanto a mí, esclavo quiero hacerme tan sólo por conseguir a esa joven, cuya sola vista tan súbitamente ha cautivado, hiriéndolos, a mis pobres ojos. (Entra Biondello.) Pero aquí llega este pícaro… ¿Dónde has estado, bribón? 

BIONDELLO.-¿Que dónde he estado? Pues yo… Pero, y vos mismo, ¿dónde estáis ahora? ¿Es que mi compañero Tranio, amo, os ha robado vuestro vestido? ¿O es, al contrario, vos quien le habéis robado el suyo? ¿U os habéis robado mutuamente uno a otro? Decidme qué ocurre, os lo ruego. 

LUCENTIO.-Acércate, granuja. El momento no está para bromas; por consiguiente, trata por tu parte de ponerte de acuerdo con las circunstancias

Partes: 1, 2, 3, 4, 5
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