INTRODUCCIÓN
El conocimiento ha sido desde siempre un tema de vital importancia para el pensador filosófico. En este sentido, uno de los problemas planteados por la filosofía es el origen del conocimiento humano, por estar íntimamente vinculado a la vida, la educación y en particular a los procesos de aprendizaje. Frente a la pregunta ¿qué es conocer?, o ¿Cuál es la naturaleza del conocimiento, las respuestas han dado origen a diversas posturas que surgieron a través de los siglos. En este caso nos interesará lo que respecta a la edad moderna, desde el renacimiento con René Descartes y su continuador Leibniz, el empirismo de John Locke y de David Hume, y finalmente el idealismo trascendental de Immanuel Kant, en su intento mediador entre el racionalismo y el empirismo.
Los temas a abordar en este somero estudio serán, el racionalismo cartesiano, la duda metódica, la verdad o falsedad, su clasificación de ciencias, la búsqueda de principios, el problema de los sentidos, la existencia de las cosas corpóreas y extensas, diferencia entre entendimiento e imaginación, distinción de cuerpo y alma, esquema general del conocimiento y superación de la duda en relación a la vigilia y el sueño…; la versión empirista de David Hume, la observación y la experimentación, impresiones y el origen de las ideas, sensaciones y reflexión, las leyes de asociación, memoria e imaginación, criterio para ir de ideas simples a ideas complejas, diferencias con Descartes, el escepticismo de Hume en comparación a Carnéades, Pirrón y Sexto empírico; y por último, el pensamiento de Immanuel Kant, papel de la experiencia, conocimiento a priori y conocimiento a posteriori, a que llama trascendental, intuición y sensibilidad, concepto de entendimiento, de fenómeno, materia y forma, representación pura, estética trascendental, fuentes principales del conocimiento, espacio y tiempo, su idealismo crítico y su intento de conciliación del empirismo y el racionalismo.
Debido a las diferentes traducciones de la obra de René Descartes, es necesario hacer la precisión respecto a la fuente, tomamos los textos de las Meditaciones Metafísicas de la traducción de José Antonio Migues, edición electrónica de www.philosophia.cl/escuela de Filosofía Universidad ARCIS, 2004
De todos modos revisamos para no tener grandes diferencias en el texto, la traducción del francés de Antonio Rodríguez Huescar, de la edición de Aguilar de 1963, así como la versión de José María Foucé, para la "Filosofía en Bachillerato" que sigue la traducción francesa de 1647 del Duque de Luynes, que fue revisada y corregida por el mismo Descartes, quién introdujo variaciones sobre su propia versión latina de Paris de 1641 "para aclarar su propio pensamiento" según testimonio de Baillet, biógrafo de Descartes.
Meditaciones metafísicas – Primera meditación
PRIMERA DE LAS MEDITACIONES SOBRE LA METAFÍSICA, EN LAS QUE SE DEMUESTRA LA EXISTENCIA DE DIOS Y LA DISTINCIÓN DEL ALMA Y DEL CUERPO
1. Ya me percaté hace algunos años de cuántas opiniones falsas admití como verdaderas en la primera edad de mi vida y de cuán dudosas eran las que después construí sobre aquéllas, de modo que era preciso destruirlas de raíz para comenzar de nuevo desde los cimientos si quería establecer alguna vez un sistema firme y permanente; con todo, parecía ser esto un trabajo inmenso, y esperaba yo una edad que fuese tan madura que no hubiese de sucederle ninguna más adecuada para comprender esa tarea. Por ello, he dudado tanto tiempo, que sería ciertamente culpable si consumo en deliberaciones el tiempo que me resta para intentarlo. Por tanto, habiéndome desembarazado oportunamente de toda clase de preocupaciones, me he procurado un reposo tranquilo en apartada soledad, con el fin de dedicarme en libertad a la destrucción sistemática de mis opiniones.
El primer elemento a notar es que en su adultez, nota como en su infancia y años mozos ha aceptado como verdaderas muchas opiniones, conceptos e ideas como verdaderas sin serlas ni cuestionarlas en lo absoluto. Además que sobre ellas ha construido nuevas cuya base eran las anteriores y por lo tanto tan débiles o más que las anteriores. Para poder construir un sistema de conocimiento cierto y verdadero deberá recurrir a ignorar dichos conocimientos a modo de no incurrir en una construcción falto de buenos cimientos.
Este es un principio escéptico por antonomasia, recurrido a modo de no contaminar los nuevos conceptos o ideas que se propone desarrollar.
La destrucción de la que Descartes nos habla no tiene nada que ver con el ámbito social, moral o político. Sus reformas únicamente tienen una dimensión teórica y por ello, deberían afectar exclusivamente al terreno de las opiniones.
Descartes con sus reformas y destrucciones únicamente pretende ordenarse a sí mismo (y servir de ejemplo a los demás). Por ello, intenta la reforma teórica del pensamiento a partir de la razón y no la reforma social, aunque posteriormente sus ideas también alcanzarán este ámbito.
2. Para ello no será necesario que pruebe la falsedad de todas, lo que quizá nunca podría alcanzar; sino que, puesto que la razón me persuade a evitar dar fe no menos cuidadosamente a las cosas que no son absolutamente seguras e indudables que a las abiertamente falsas, me bastará para rechazarlas todas encontrar en cada una algún motivo de duda. Así pues, no me será preciso examinarlas una por una, lo que constituiría un trabajo infinito, sino que atacaré inmediatamente los principios mismos en los que se apoyaba todo lo que creí en un tiempo, ya que, excavados los cimientos, se derrumba al momento lo que está por encima edificado.
Sería inimaginable la pérdida de tiempo de refutar idea por idea en búsqueda de alguna cierta y válida.
El segundo lugar, para no caer en yerros, prefiere metodológicamente, poner todas las ideas en la misma categoría de falsedad ya que una mala sustentación de la construcción de su sistema o conocimiento, haría en un futuro tambalear toda su lógica teoría.
Continuamos con la construcción escéptica de su sistema. Los escépticos prescriben normas más que construcción de sistemas absolutos.
Nótese que Descartes parece poner en un mismo plano de igualdad a las cosas que son manifiestamente falsas con las cosas de las que no estamos seguros de su verdad. Esta es la base de la Duda Metódica: considerar como provisionalmente falso no a lo que sabemos que es falso sino a todo aquello de lo que dudamos que sea verdadero.
3. Todo lo que hasta ahora he admitido como absolutamente cierto lo he percibido de los sentidos o por los sentidos; he descubierto, sin embargo, que éstos engañan de vez en cuando y es prudente no confiar nunca en aquellos que nos han engañado aunque sólo haya sido por una sola vez. Con todo, aunque a veces los sentidos nos engañan en lo pequeño y en lo lejano, quizás hay otras cosas de las que no se puede dudar aun cuando las recibamos por medio de los mismos, como, por ejemplo, que estoy aquí, que estoy sentado junto al fuego, que estoy vestido con un traje de invierno, que tengo este papel en las manos y cosas por el estilo. ¿Con qué razón se puede negar que estas manos y este cuerpo sean míos? A no ser que me asemeje a no sé qué locos cuyos cerebros ofusca un pertinaz vapor de tal manera atrabiliario que aseveran en todo momento que son reyes, siendo en realidad pobres, o que están vestidos de púrpura, estando desnudos, o que tienen una jarra en vez de cabeza, o que son unas calabazas, o que están creados de vidrio; pero ésos son dementes, y yo mismo parecería igualmente más loco que ellos si me aplicase sus ejemplos.
En éste párrafo introduce el concepto de los sentidos, haciendo de ellos un ente separado para sembrar la duda y a continuación como parte de sí mismo para darles existencia. Plantea a su vez que los sentidos le han dado información subjetiva no perfecta. En la imperfección funda su negación de validarlos como entes proveedores de una realidad a la que él pone en duda.
Descartes expone aquí una de las razones que le llevan a plantear la duda metódica. Es evidente, señala, que los sentidos nos engañan y aunque tal engaño únicamente nos afectara una vez ya sería motivo suficiente para situar en el terreno de la duda todo lo que aprendemos a través de los sentidos. Ahora bien, Descartes, es consciente que no es lo mismo el engaño que nos producen los sentidos en el ámbito de lo lejano y en de lo cercano. Tenemos experiencia de que los sentidos nos han jugado una mala pasada al confundir a lo lejos una cosa con otra; ahora bien, ¿tiene sentido afirmar que los sentidos nos engañan cuando contemplamos de cerca nuestras propias manos o cuando sentimos que éstas se calientan al estar cerca de un fuego? ¿Tiene sentido dudar también de estas sensaciones? La respuesta cartesiana es que sí. Pero para justificarla tendrá que introducir el efecto del mundo de los sueños que tanto atraía a los hombres del Barroco.
En el cuarto párrafo abre la posibilidad de que no todo lo percibido a través de los sentidos pueda ser dudoso, pues entre lo engañoso puede existir verdades del mismo modo que los locos en su locura, muchas de las veces aciertan en la verdad. Es una forma de sembrar la posibilidad del acierto a través de alguno de los sentidos.
Del mismo modo que se duda de la verdad o de la realidad, al dudar de la falsedad, también se puede aproximar a la verdad.
4. Perfectamente, como si yo no fuera un hombre que suele dormir por la noche e imaginar en sueños las mismas cosas y a veces, incluso, menos verosímiles que esos desgraciados cuando están despiertos. ¡Cuán frecuentemente me hace creer el reposo nocturno lo más trivial, como, por ejemplo, que estoy aquí, que llevo puesto un traje, que estoy sentado junto al fuego, cuando en realidad estoy echado en mi cama después de desnudarme! Pero ahora veo ese papel con los ojos abiertos, y no está adormilada esta cabeza que muevo, y consciente y sensible-mente extiendo mi mano, puesto que un hombre dormido no lo experimentaría con tanta claridad; como si no me acordase de que he sido ya otras veces engañado en sueños por los mismos pensamientos. Cuando doy más vueltas a la cuestión veo sin duda alguna que estar despierto no se distingue con indicio seguro del estar dormido, y me asombro de manera que el mismo estupor me confirma en la idea de que duermo.
Pero en su costumbre de percibirse como ser humano y asumir las premisas de su vida existencial también admite la existencia de sueños y fantasías que pueda en tergiversar la realidad que percibe. De este modo nos presenta por primera vez dos categorías de pensamiento o construcción de ideas, las percibidas en la vigilia y las percib idas en los sueños.
5. Pues bien: soñemos, y que no sean, por tanto, verdaderos esos actos particulares; como, por ejemplo, que abrimos los ojos, que movemos la cabeza, que extendemos las manos; pensemos que quizá ni tenemos tales manos ni tal cuerpo. Sin embargo, se ha de confesar que han sido vistas durante el sueño como unas ciertas imágenes pintadas que no pudieron ser ideadas sino a la semejanza de cosas verdaderas y que, por lo tanto, estos órganos generales (los ojos, la cabeza, las manos y todo el cuerpo) existen, no como cosas imaginarias, sino verdaderas; puesto que los propios pintores ni aun siquiera cuando intentan pintar las sirenas y los sátiros con las formas más extravagantes posibles, pueden crear una naturaleza nueva en todos los conceptos, sino que entremezclan los miembros de animales diversos; incluso si piensan algo de tal manera nuevo que nada en absoluto haya sido visto que se le parezca ciertamente, al menos deberán ser verdaderos los colores con los que se componga ese cuadro. De la misma manera, aunque estos órganos generales (los ojos, la cabeza, las manos, etc.) puedan ser imaginarios, se habrá de reconocer al menos otros verdaderos más simples y universales, de los cuales como de colores verdaderos son creadas esas imágenes de las cosas que existen en nuestro conocimiento, ya sean falsas, ya sean verdaderas.
Es interesante como en esta metáfora nos presenta la diferente calidad de la percepción ente la idea construida por nuestra mente y la misma percibida a través de los sentidos. La idea percibida a través de los sentidos se presenta más fuerte y vívida, mientras que la reconstruida por nuestros sueños o mentes carece de la misma fuerza. Así mismo, en su discurso, hace la postulación de la existencia corpórea o del cuerpo. Aquí se aparta del idealismo racionalista por medio del cual todo son construcciones a través de ideas y se aproxima al empirismo que solo acepta las sensaciones como constructoras de ideas. Esta dualidad conceptual la requiere para poder construir su sistema y validar ciertas percepciones, unas simples y universales, verdaderas y existentes y otras que son imágenes construidas en base a estas.
6. A esta clase parece pertenecer la naturaleza corpórea en general en su extensión, al mismo tiempo que la figura de las cosas extensas. La cantidad o la magnitud y el número de las mismas, el lugar en que estén, el tiempo que duren, etc.
Introduce aquí la corporalidad de las cosas, entendiendo que las categorías de extensión, cantidad numérica, lugar y el tiempo (pasado, presente y futuro), así como otras no mencionadas como el concepto puro de color y otras, provienen de nuestra naturaleza como ideas innatas, no adquiridas.
7. En consecuencia, deduciremos quizá sin errar de lo anterior que la física, la astronomía, la medicina y todas las demás disciplinas que dependen de la consideración de las cosas compuestas, son ciertamente dudosas, mientras que la aritmética, la geometría y otras de este tipo, que tratan sobre las cosas más simples y absolutamente generales, sin preocuparse de si existen en realidad en la naturaleza o no, poseen algo cierto e indudable, puesto que, ya esté dormido, ya esté despierto, dos y tres serán siempre cinco y el cuadrado no tendrá más que cuatro lados; y no parece ser posible que unas verdades tan obvias incurran en sospecha de falsedad.
En el octavo párrafo, hace la primer clasificación de ciencias, poniendo en duda la clasificación aristotélica y escolástica de ciencias fácticas y ciencias abstractas o puras. Frente a las ciencias fácticas impone su duda, pues dependen de los sentidos y estos nos producen datos falsos o no fidedignos. Solo las ciencias puras o abstractas pued en proporcionarnos verdades absolutas e irrefutables.
Al llegar a este punto, Descartes, parece haber encontrado una disciplina que parece evadir la duda metódica. Es evidente que la matemática no es algo que dependa de los sentidos y, además, también parece evadir el problema del mundo de la vigilia y de los sueños. Y es que me puede ofrecer duda porque es más cierto que las manos del estado de vigilia son más verdaderas que las del mundo de los sueños; sin embargo, cuando sumo 2+3 su resultado es el mismo ya esté despierto ya esté dormido. Por lo tanto, la duda metódica parece no afectar al mundo de la matemática y de la geometría. ¿Se hallará aquí el principio indubitable que Descartes anda buscando?
8. No obstante, está grabada en mi mente una antigua idea, a saber, que existe un Dios que es omnipotente y que me ha creado tal como soy yo. Pero, ¿cómo puedo saber que Dios no ha hecho que no exista ni tierra, ni magnitud, ni lugar, creyendo yo saber, sin embargo, que todas esas cosas no existen de otro modo que como a mí ahora me lo parecen? ¿E incluso que, del mismo modo que yo juzgo que se equivocan algunos en lo que creen saber perfectamente, así me induce Dios a errar siempre que sumo dos y dos o numero los lados del cuadrado o realizo cualquier otra operación si es que se puede imaginar algo más fácil todavía? Pero quizá Dios no ha querido que yo me engañe de este modo, puesto que de él se dice que es sumamente bueno; ahora bien, si repugnase a su bondad haberme creado de tal suerte que siempre me equivoque, también parecería ajeno a la misma permitir que me engañe a veces; y esto último, sin embargo, no puede ser afirmado.
Da por pre-existente la existencia de Dios, omnipotente, omnipresente, creador de todo lo existente y de sus pre conceptos, puesto que de alguna manera percibe las cosas. Así como da por sentado la existencia de Dios, por la misma creación de las cosas, porque quién más podría haberlas creado sino un Dios que todo lo puede.
Siendo Dios una substancia pensante infinita y perfecta, no puede ser engañador, ni mentiroso, sino veraz. Sin la existencia de Dios no podríamos tener superar el solipsismo y garantizar el valor de todo conocimiento claro y distinto.
9. Habrá quizás algunos que prefieran negar a un Dios tan potente antes que suponer todas las demás cosas inciertas; no les refutemos, y concedamos que todo este argumento sobre Dios es ficticio; pero ya imaginen que yo he llegado a lo que soy por el destino, ya por casualidad, ya por una serie continuada de cosas, ya de cualquier otro modo, puesto que engañarse y errar parece ser una cierta imperfección, cuanto menos potente sea el creador que asignen a mi origen, tanto más probable será que yo sea tan imperfecto que siempre me equivoque. No sé qué responder a estos argumentos, pero finalmente me veo obligado a reconocer que de todas aquellas cosas que juzgaba antaño verdaderas no existe ninguna sobre la que no se pueda dudar, no por inconsideración o ligereza, sino por razones fuertes y bien meditadas. Por tanto, no menos he de abstenerme de dar fe a estos pensamientos que a los que son abiertamente falsos, si quiero encontrar algo cierto.
Al demostrar que Dios existe y sabiendo que éste es bueno y veraz, que no puede ser engañador y que la veracidad de Dios es garantía y fundamento de la verdad del conocimiento evidente, claro y distinto (superación del solipsismo), que Dios no puede ser mentiroso concluye que si nos equivocamos no ocurre por culpa de Dios sino porque nos apresuramos a juzgar antes de haber llegado al conocimiento claro y distinto, o nos dejamos llevar por los prejuicios y así logra eliminar la hipótesis del genio maligno.
10. Con todo, no basta haber hecho estas advertencias, sino que es preciso que me acuerde de ellas; puesto que con frecuencia y aun sin mi consentimiento vuelven mis opiniones acostumbradas y atenazan mi credulidad, que se halla como ligada a ellas por el largo y familiar uso; y nunca dejaré de asentir y confiar habitualmente en ellas en tanto que las considere tales como son en realidad, es decir, dudosas en cierta manera, como ya hemos demostrado anteriormente, pero, con todo, muy probables, de modo que resulte mucho más razonable creerlas que negarlas. En consecuencia, no actuaré mal, según confío, si cambiando todos mis propósitos me engaño a mí mismo y las considero algún tiempo absolutamente falsas e imaginarias, hasta que al fin, una vez equilibrados los prejuicios de uno y otro lado, mi juicio no se vuelva a apartar nunca de la recta percepción de las cosas por una costumbre equivocada; ya que estoy seguro de que no se seguirá de esto ningún peligro de error, y de que yo no puedo fundamentar más de lo preciso una desconfianza, dado que me ocupo, no de actuar, sino solamente de conocer.
Descartes reconoce que no basta con hacer enumeración de las premisas, sino llevarlas a cabo. Con ello esta describiendo que es fundamental mantener coherente la sistematización o método a fin de no caer en descréditos o yerros que afecten la búsqueda y credibilidad de la verdad en su propuesta metodológica, atendiendo que las estructuras cognitivas previas y existentes vuelven recurrentemente a emerger. Es preciso no apresurarnos en actuar sino solamente es cuestión de meditar y conocer.
11. Supondré, pues, que no un Dios óptimo, fuente de la verdad, sino algún genio maligno de extremado poder e inteligencia pone todo su empeño en hacerme errar; creeré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todo lo externo no son más que engaños de sueños con los que ha puesto una celada a mi credulidad; consideraré que no tengo manos, ni ojos, ni carne, ni sangre, sino que lo debo todo a una falsa opinión mía; permaneceré, pues, asido a esta meditación y de este modo, aunque no me sea permitido conocer algo verdadero, procuraré al menos con resuelta decisión, puesto que está en mi mano, no dar fe a cosas falsas y evitar que este engañador, por fuerte y listo que sea, pueda inculcarme nada. Pero este intento está lleno de trabajo, y cierta pereza me lleva a mi vida ordinaria; como el prisionero que disfrutaba en sueños de una libertad imaginaria, cuando empieza a sospechar que estaba durmiendo, teme que se le despierte y sigue cerrando los ojos con estas dulces ilusiones, así me deslizo voluntariamente a mis antiguas creencias y me aterra el despertar, no sea que tras el plácido descanso haya de transcurrir la laboriosa velada no en alguna luz, sino entre las tinieblas inextricables de los problemas suscitados.
En una suerte de escepticismo o sofista, hace un argumento falaz, negando todo a través de la existencia de un genio maligno o malvado, se desincorpora y se propone enfrentarlo solo con el intelecto pero vuelve sobre sus viejas y arraigadas concepciones, a modo de falsación popperiana, recae sobre la veracidad o existencia de Dios. Descartes utiliza la Hipótesis del Genio Maligno para justificar también la duda acerca de las verdades matemáticas. Es cierto que el mundo de los sueños no plantea dudas acerca de la veracidad de las proposiciones matemáticas ya que siempre que sumamos
2+3 su resultado será 5 ya esté dormido ya esté despierto. Ahora bien, ¿y si existe algún ser todopoderoso, pero maligno, que me impulsa a errar también en estas cuestiones? Pues bien, como esta cuestión le plantea a Descartes algún tipo de duda, es por lo que decide situar también como dudoso todo lo aprendido acerca del mundo de la ciencia matemática. Por ello dice Descartes: "creeré que el cielo, el aire, la tierra, los colores, las figuras, los sonidos y todo lo externo no son más que engaños de sueños… sobre la aritmética o la geometría…quizás algún Dios me ha podido dar una naturaleza tal, que yo pudiera engañarme….Permaneceré, pues, asido a esta meditación…….".
Debido a las diferentes traducciones de la obra de René Descartes, es necesario hacer la precisión respecto a la fuente, tomamos los textos de las Meditaciones Metafísicas de la traducción de José Antonio Migues, edición electrónica de www.philosophia.cl/escuela de Filosofía Universidad ARCIS, 2004
De todos modos revisamos para no tener grandes diferencias en el texto, la traducción del francés de Antonio Rodríguez Huescar, de la edición de Aguilar de 1963, así como la versión de José María Foucé, para la "Filosofía en Bachillerato" que sigue la traducción francesa de 1647 del Duque de Luynes, que fue revisada y corregida por el mismo Descartes, quién introdujo variaciones sobre su propia versión latina de Paris de 1641 "para aclarar su propio pensamiento" según testimonio de Baillet, biógrafo de Descartes.
Meditaciones metafísicas – Segunda meditación
MEDITACIÓN SEGUNDA: SOBRE LA NATURALEZA DEL ALMA HUMANA Y DEL HECHO DE QUE ES MÁS COGNOSCIBLE QUE EL CUERPO
1. He sido arrojado a tan grandes dudas por la meditación de ayer, que ni puedo dejar de acordarme de ellas ni sé de qué modo han de solucionarse; por el contrario, como si hubiera caído en una profunda vorágine, estoy tan turbado que no puedo ni poner pie en lo más hondo ni nadar en la superficie. Me esforzaré, sin embargo, en adentrarme de nuevo por el mismo camino que ayer, es decir, en apartar todo aquello que ofrece algo de duda, por pequeña que sea, de igual modo que si fuera falso; y continuaré así hasta que conozca algo cierto, o al menos, si no otra cosa, sepa de un modo seguro que no hay nada cierto. Arquímedes no pedía más que un punto que fuese firme e inmóvil, para mover toda la tierra de su sitio; por lo tanto, he de esperar grandes resultados si encuentro algo que sea cierto e inconcuso.
Descartes haciendo un silogismo con Arquímedes, pide de manera metafórica, un punto de origen desde dónde pueda iniciar el desarrollo de su método, sin este, augura que su epistemología carecerá de principio y fin.
2. Supongo, por tanto, que todo lo que veo es falso; y que nunca ha existido nada de lo que la engañosa memoria me representa; no tengo ningún sentido absolutamente: el cuerpo, la figura, la extensión, el movimiento y el lugar son quimeras. ¿Qué es entonces lo cierto? Quizá solamente que no hay nada seguro. ¿Cómo sé que no hay nada diferente de lo que acabo de mencionar, sobre lo que no haya ni siquiera ocasión de dudar? ¿No existe algún Dios, o como quiera que le llame, que me introduce esos pensamientos? Pero, ¿por qué he de creerlo, si yo mismo puedo ser el promotor de aquéllos? ¿Soy, por lo tanto, algo? Pero he negado que yo tenga algún sentido o algún cuerpo; dudo, sin embargo, porque, ¿qué soy en ese caso? ¿Estoy de tal manera ligado al cuerpo y a los sentidos, que no puedo existir sin ellos? Me he persuadido, empero, de que no existe nada en el mundo, ni cielo ni tierra, ni mente ni cuerpo; ¿no significa esto, en resumen, que yo no existo? Ciertamente existía si me persuadí de algo. Pero hay un no sé quién engañador sumamente poderoso, sumamente listo, que me hace errar siempre a propósito. Sin duda alguna, pues, existo yo también, si me engaña a mí; y por más que me engañe, no podrá nunca conseguir que yo no exista mientras yo siga pensando que soy algo. De manera que, una vez sopesados escrupulosamente todos los argumentos, se ha de concluir que siempre que digo «Yo soy, yo existo» o lo concibo en mi mente, necesariamente ha de ser verdad. No alcanzo, sin embargo, a comprender todavía quién soy yo, que ya existo necesariamente; por lo que he de procurar no tomar alguna otra cosa imprudentemente en lugar mío, y evitar que me engañe así la percepción que me parece ser la más cierta y evidente de todas.
Retoma entonces a su primer desvarío de concretarse a dudar de todo lo acumulado en la memoria es falso. Negando todo, absolutamente todo y suponiendo que él mismo tampoco existe, entonces algún existente que lo forza a no concebir la existencia de nada (superación del solipsismo), asume la mínima expresión de existencia que es el "yo soy, yo existo"
Este es el principio indubitable que Descartes andaba buscando. Con el famoso cogito, ergo sum (pienso, luego existo), se encuentra con un principio que parece resistir todas las investidas de la duda metódica. Y es que, por lo que se refiere a la duda basada en el engaño de los sentidos, este principio parece no tener nada que ver con ellos.
La existencia que habla Descartes no se refiere a la existencia como corporal sino únicamente como pensamiento. Sea en vigilia o en el mundo onírico la existencia del pensamiento es algo evidente.
El genio maligno tampoco puede hacerlo dudar sobre su existencia como ser pensante. Podría hacerle dudar sobre la veracidad de los objetos pero no del pensamiento en sí.
3. Recordaré, por tanto, qué creía ser en otro tiempo antes de venir a parar a estas meditaciones; por lo que excluiré todo lo que, por los argumentos expuestos, pueda ser combatido, por poco que sea, de manera que sólo quede en definitiva lo que sea cierto e inconcuso. ¿Qué creí entonces ser? Un hombre, naturalmente. Pero ¿qué es un hombre? ¿Diré que es un animal racional? No, puesto que se habría de investigar
qué es animal y qué es racional, y así me deslizaría de un tema a varios y más difíciles, y no me queda tiempo libre como para gastarlo en sutilezas de este tipo. Con todo, dedicaré mi atención en especial a lo que se me ocurría espontáneamente siguiendo las indicaciones de la naturaleza siempre que consideraba que era. Se me ocurría, primero, que yo tenía cara, manos, brazos y todo este mecanismo de miembros que aún puede verse en un cadáver y que llamaba cuerpo. Se me ocurría además que me alimentaba, que comía, que sentía y que pensaba, todo lo cual lo refería al alma. Pero no advertía qué era esa alma, o imaginaba algo ridículo, como un viento, o un fuego, o un aire que se hubiera difundido en mis partes más imperfectas. No dudaba siquiera del cuerpo, sino que me parecía conocer definidamente su naturaleza, la cual, si hubiese intentado especificarla tal como la concebía en mi mente, la hubiera descrito así: como cuerpo comprendo todo aquello que está determinado por alguna figura, circunscrito en un lugar, que llena un espacio de modo que excluye de allí todo otro cuerpo, que es percibido por el tacto, la vista, el oído, el gusto, o el olor, y que es movido de muchas maneras, no por sí mismo, sino por alguna otra cosa que le toque; ya que no creía que tener la posibilidad de moverse a sí mismo, de sentir y de pensar, podía referirse a la naturaleza del cuerpo; muy al contrario, me admiraba que se pudiesen encontrar tales facultades en algunos cuerpos.
Prosigue entonces con su duda metódica desglosando su existencia para encontrar su propia esencia. Descubre así mismo que "todo lo que sentía y que pensaba, todo se refería al alma, pero no advertía que era esa alma".
3. Pero, ¿qué soy ahora, si supongo que algún engañador potentísimo y si me es permitido decirlo, maligno, me hace errar intencionadamente en todo cuanto puede?
¿Puedo afirmar que tengo algo, por pequeño que sea, de todo aquello que, según he dicho, pertenece a la naturaleza del cuerpo? Atiendo, pienso, doy más y más vuelta s a la cuestión: no se me ocurre nada, y me fatigo de considerar en vano siempre lo mismo. ¿Qué acontece a las cosas que atribuía al alma, como alimentarse o andar? Puesto que no tengo cuerpo, todo esto no es sino ficción. ¿Y sentir? Esto no se puede llevar a cabo sin el cuerpo, y además me ha parecido sentir muchas cosas en sueños que he advertido más tarde no haber sentido en realidad. ¿Y pensar? Aquí encuéntrome lo siguiente: el pensamiento existe y no puede serme arrebatado; yo soy, yo existo: es manifiesto. Pero ¿por cuánto tiempo? Sin duda, en tanto que pienso, puesto que aún podría suceder, si dejase de pensar, que dejase yo de existir en absoluto. No admito ahora nada que no sea necesariamente cierto; soy por lo tanto, en definitiva, una cosa que piensa, esto es, una mente, un alma, un intelecto, o una razón, vocablos de un significado que antes me era desconocido. Soy, en consecuencia, una cosa cierta, y a ciencia cierta existente. Pero, ¿qué cosa? Ya lo he dicho, una cosa que piensa.
Continuando con la dubitación encuentra que "el pensamiento existe y no puede serle arrebatado", a su vez, sabe que el "yo existo" es claro y al la pregunta qué por cuánto tiempo, surge la respuesta "en tanto que pienso". Entiende que si dejase de pensar, como todo lo demás se supone que sean quimeras, entonces dejaría de existir en absoluto. "SOY por lo tanto, una cosa que PIENSA" esto es, una mente, un alma, un intelecto, o una razón, vocablos de un significado que antes me era desconocido. Soy, en consecuencia, una cosa cierta, una cosa que piensa. "Cogito ergo sum".
Únicamente está seguro de que tiene pensamientos. Esto le lleva a concluir con certeza que es un ser pensante, una cosa que piensa (res cogitans).
Con el descubrimiento del Cogito, ergo sum, Descartes, concibe de modo claro y distinto que es una substancia pensante, es decir, un ser que tiene pensamientos o ideas. Si Descartes finalizará aquí su investigación desembocaría en un solipsismo al tener que reconocer que solamente está seguro de que piensa pero que sobre los objetos de tal pensamiento siguen la duda.
4. ¿Qué más? Supondré que no soy aquella estructura de miembros que se llama cuerpo humano; que no soy un cierto aire impalpable difundido en mis miembros, ni un viento, ni un fuego, ni un vapor, ni un soplo, ni cualquier cosa que pueda imaginarme, puesto que he considerado que estas cosas no son nada. Mi suposición sigue en pie, y, con todo, yo soy algo. ¿Sucederá quizá que todo esto que juzgo que no existe porque no lo conozco no difiera en realidad de mí, de ese yo que conozco? No lo sé, ni discuto sobre este tema: ya que solamente puedo juzgar aquello que me es conocido. Conozco que existo; me pregunto ahora ¿quién, pues, soy yo que he advertido que existo? Es indudable que este concepto, tomado estrictamente así, no depende de las cosas que todavía no sé si existen, y por lo tanto de ninguna de las que me figuro en mi imaginación. Este verbo «figurarse» me advierte de mi error; puesto que me figuraría algo en realidad en el caso de que imaginase que yo soy algo, puesto que imaginar no es otra cosa que contemplar la figura o la imagen de una cosa corpórea. Pero sé ahora con certeza que yo existo, y que puede suceder al mismo tiempo que todas estas imágenes y, en general, todo lo que se refiere a la naturaleza del cuerpo no sean sino sueños. Advertido lo cual, no me parece que erraré menos si digo: «imaginaré, para conocer con más claridad quién soy», que si supongo: «ya estoy despierto, veo algo verdadero, pero puesto que no lo veo de un modo definido, me dormiré intencionadamente para que los sueños me lo representen con más veracidad y evidencia». Por lo tanto, llego a la conclusión de que nada de lo que puedo aprehender por medio de la imaginación atañe al concepto que tengo de mí mismo, y de que se ha de apartar la mente de aquello con mucha diligencia, par a que ella misma perciba su naturaleza lo más definidamente posible.
"Sé ahora con certeza que existo", "yo soy algo", "conozco que existo, sé ahora con certeza que yo existo y todo lo que se refiere a la naturaleza del cuerpo no sean sino sueños nada de lo que puedo aprehender por medio de la imaginación atañe al concepto que tengo de mí mismo".
5. ¿Qué soy? Una cosa que piensa. ¿Qué significa esto? Una cosa que duda, que conoce, que afirma, que niega, que quiere, que rechaza, y que imagina y siente.
Es más que nada una afirmación de su existencia pensante y dubitativa: Soy una cosa que piensa, una cosa que duda, que conoce, que afirma, que niega, que quiere, que rechaza, y que imagina y siente.
Descartes, después de haber percibido la certeza indubitable de que existe como algo que piensa, se pregunta acerca de la naturaleza de ese algo.
6. No son pocas, ciertamente, estas cosas si me atañen todas. Pero ¿por qué no han de referirse a mí? ¿No dudo acaso de casi todas las cosas; no conozco algo, sin embargo, y afirmo que esto es lo único cierto y niego lo demás; no deseo saber algo, aunque no quiero engañarme; no imagino muchas cosas aun sin querer, y no advierto que muchas otras proceden como de los sentidos? ¿Qué hay entre estas cosas, aunque siempre esté dormido, y a pesar de que Él que me ha creado me haga engañarme en cuanto pueda, que no sea igualmente cierto que el hecho de que existo? ¿Qué es lo que se puede separar de mi pensamiento? ¿Qué es lo que puede separarse de mí mismo? Tan manifiesto es que yo soy el que dudo, el que conozco y el que quiero, que no se me ocurre nada para explicarlo más claramente. Por otra parte, yo soy también el que imagino, dado que, aunque ninguna cosa imaginada sea cierta, existe con todo el poder de imaginar, que es una parte de mi pensamiento. Yo soy igualmente el que pienso, es decir, advierto las cosas corpóreas como por medio de los sentidos, como, por ejemplo, veo la luz, oigo un ruido y percibo el calor. Todo esto es falso, puesto que duermo; sin embargo, me parece que veo, que oigo y que siento, lo cual no puede ser falso, y es lo que se llama en mí propiamente sentir; y esto, tomado en un sentido estricto, no es otra cosa que pensar.
Todo es falso, puesto que duermo; sin embargo, me parece que veo, que oigo y que siento, lo cual no puede ser falso y es lo que se llama en mí propiamente SENTIR y esto, tomado en un sentido estricto, no es otra cosa que pensar.
7. A partir de lo cual empiezo a conocer un poco mejor quién soy; sin embargo, me parece (y no puedo dejar de creerlo) que las cosas corpóreas, cuyas imágenes forma el pensamiento, son conocidas con mayor claridad que este no sé qué mío que no se halla bajo mi imaginación, aunque sea en absoluto asombroso que pueda aprehender con mayor evidencia las cosas desconocidas, ajenas a mí, y que reconozco que son falsas, que lo que es verdadero, lo que es conocido, que yo mismo, en definitiva. Pero ya veo lo que ocurre: mi mente se complace en errar y no soporta estar circunscrita en los límites de la verdad. Sea, pues, y dejémosle todavía las riendas sueltas para que pueda ser dirigida si se recogen oportunamente poco después.
Ya veo lo que ocurre: mi mente se complace en errar y no soporta estar circunscrita en los límites de la verdad, cuyas imágenes forma el pensamiento.
8. Pasemos a las cosas que, según la opinión general, son aprehendidas con mayor claridad entre todas: es decir, los cuerpos que tocamos y vemos; no los cuerpos en general, ya que estas percepciones generales suelen ser un tanto más confusas, sino tan sólo en particular. Tomemos, por ejemplo, esta cera: ha sido sacada de la colmena recientemente, no ha perdido todo el sabor de su miel y retiene algo del olor de las flores con las que ha sido formada; su color, su figura y su magnitud son manifiestos; es dura, fría, se toca fácilmente y si se la golpea con un dedo emitirá un sonido; tiene todo lo que en resumidas cuentas parece requerirse para que un cuerpo pueda ser conocido lo más claramente posible. Pero he aquí que mientras hablo se la coloca junto al fuego; desaparecen los restos de sabor, se desvanece la figura, su magnitud crece, se hace líquida y cálida; apenas puede tocarse y no emitirá un sonido si se la golpea. ¿Queda todavía la misma cera? Se ha de confesar que sí: nadie lo niega ni piensa de manera distinta. ¿Qué existía, por tanto, en aquella cera que yo aprehendía tan claramente? Con seguridad, nada de lo que aprecié con los sentidos, puesto que todo lo que excitaba nuestro gusto, el olfato, la vista, el tacto y el oído se ha cambiado; pero con todo, la cera permanece.
En la metáfora de la cera, contiene un sin número de particularidades cualitativas apreciables sensitivamente que exceden su materia prima. Las características manifiestas cambian de propiedades al estar expuestas a una fuente modificadora, no pudiéndose negar que la cera permanece como un existente.
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