Teoría del conocimiento y epistemología, Descartes, Hume Y Kant (página 2)
Enviado por Adolfo Montiel
9. Quizás era lo que pienso ahora: que la cera misma no consiste en la dulzura de la miel, en la fragancia de las flores ni en su blancura, ni en su figura ni en el sonido, sino que es un cuerpo que hace poco se me mostraba con unas cualidades y ahora con otras totalmente distintas. ¿Qué es estrictamente eso que así imagino? Pongamos nuestra atención y dejando aparte todo lo que no se refiera a la cera, veamos qué queda: nada más que algo extenso, flexible y mudable. ¿Qué es ese algo flexible y mudable? ¿Quizá lo que imagino, es decir, que esa cera puede pasar de una forma redonda a una cuadrada y de ésta a su vez a una triangular? De ningún modo, puesto que me doy cuenta de que la cera es capaz de innumerables mutaciones de este tipo y de que yo, sin embargo, no puedo imaginarlas todas; por tanto, esa aprehensión no se realiza por la facultad de imaginar. ¿Qué es ese algo extenso? ¿No es también su extensión desconocida? Puesto que se hace mayor si la cera se vuelve líquida, mayor todavía si se la hace hervir, y mayor aún si el calor aumenta; y no juzgaría rectamente qué es la cera si no considerase que ésta admite más variedades, según su extensión, de las que yo haya jamás abarcado con la imaginación. Hay que conceder, por tanto, que yo de ninguna manera imagino qué es esta cera, sino que la percibo únicamente por el pensamiento. Me refiero a este pedazo de cera en particular, ya que ello es más evidente todavía en la cera en general. Así pues, ¿qué es esta cera que no se percibe sino mediante la mente? La misma que veo, que toco, que imagino, la misma finalmente que creía que existía desde un principio. Pero lo que se ha de notar es que su percepción no es visión, ni tacto, ni imaginación, ni lo ha sido nunca, sino solamente una inspección de la razón, que puede ser imperfecta o confusa como era antes, o clara y definida como ahora, según atiendo más o menos a los elementos de que consta.
Despojando a la cera o cualquier otro cuerpo existente de todas sus características secundarias solo queda la condición o característica de ser nada más que algo EXTENSO. Su percepción no es visión, ni tacto, ni imaginación, sino solamente una inspección de la razón.
10. Me admira ver cuán propensa es mi mente a los errores, porque, aunque piense esto calladamente y sin emitir sonidos, me confundo sin embargo en los propios vocablos y me engaño en el uso mismo de la palabra. Afirmamos, en efecto, que nosotros vemos la cera en sí si está presente, y que no deducimos que está presente por el color o la figura; de donde yo concluiría al punto que la cera es aprehendida por los ojos y no únicamente por la razón, si no viese desde la ventana los transeúntes en la calle, que creo ver no menos usualmente que la cera. Pero, ¿qué veo excepto sombreros y trajes en los que podrían ocultarse unos autómatas? Sin embargo, juzgo que son hombres. De este modo lo que creía ver por los ojos lo aprehendo únicamente por la facultad de juzgar que existe en mi intelecto.
Es admirable como en tan escuetas palabras muestra que el verbo puede confundir o distorsionar el pensamiento mismo, afirmando que conocemos a través de nuestros sentidos y no ÚNICAMENTE a través del intelecto, anticipándonos a darle crédito a los sentidos. Pero no serán los sentidos los que produzcan ideas, sino la conjunción de las imágenes percibidas aunadas a nuestra capacidad de juzgamiento intelectual.
11. Pero un hombre que desea saber más que el vulgo debe avergonzarse de encontrar duda en las maneras de hablar del vulgo; atendamos, por tanto, a la pregunta: ¿En qué momento percibí la cera más perfecta y evidentemente, cuando la vi por primera vez y creí que la conocía por el mismo sentido externo o al menos por el sentido común, es decir, por la potencia imaginativa, o cuando investigué con más diligencia no sólo qué era sino de qué modo era conocida? Dudar de esto sería necio, pues ¿qué hubo definido en la primera percepción? ¿Y qué hubo que no se admita que lo pueda tener otro animal cualquiera? Por el contrario, cuando se paro la cera de las formas externas y la considero como desnuda y despojada de sus vestiduras, entonces, aunque todavía pueda existir algún error en mi juicio, no la puedo percibir sin el espíritu humano.
Como pre-ilustrado(S XVII) y barroco, Descartes en forma metafórica busca la diferenciación del conocimiento vulgar o del sentido común, con el conocimiento generado a través del intelecto.
12. ¿Qué diré por último de ese mismo espíritu, es decir, de mí mismo? En efecto, no admito que exista otra cosa en mí a excepción de la mente. ¿Qué diré yo, por tanto, que creo percibir con tanta claridad esa cera? ¿Es que no me conozco a mí mismo no sólo con mucha más certeza y verdad sino también más definida y evidentemente? Pues si juzgo que la cera existe a partir del hecho de que la veo, mucho más evidente será que yo existo a partir del mismo hecho de que la veo. Puede ser que lo que veo no sea cera en realidad; puede ser que ni siquiera tenga ojos con los que vea algo, pero no puede ser que cuando vea o —lo que ya no distingo— cuando yo piense que vea, yo mismo no sea algo al pensar. Del mismo modo, si juzgo que la cera existe del hecho de que la toco, se deducirá igualmente que yo existo. Lo mismo se concluye del hecho de imaginar de cualquier otra causa. Esto mismo que he hecho constar de la cera es posible aplicarlo a todo lo demás que está situado fuera de mí. Por tanto, si la percepción de la cera parece ser más clara una vez que me percaté de ella no sólo por la vista y por el tacto sino por más causas, ¡con cuánta mayor evidencia se ha de reconocer que me conozco a mí mismo, puesto que no hay ningún argumento que pueda servirme para la percepción, ya de la cera, ya de cualquier otro cuerpo, que al mismo tiempo no pruebe con mayor nitidez la naturaleza de mi mente! Ahora bien, existen tantas cosas en la propia mente mediante las cuales se puede percib ir con mayor claridad su naturaleza, que todo lo que emana del cuerpo apenas parece digno de mencionarse.
Es a través de la metáfora de la cera, que puede entonces definir la existencia de su cuerpo mismo y la esencialidad del cuerpo en la característica prima, la EXTENSO.
13. He aquí que he vuelto insensiblemente a donde quería, puesto que, conociendo que los mismos cuerpos no son percibidos en propiedad por los sentidos o por la facultad de imaginar, sino tan sólo por el intelecto, y que no son percibidos por el hecho de ser tocados o vistos, sino tan sólo porque los concebimos, me doy clara cuenta de que nada absolutamente puede ser conocido con mayor facilid ad y evidencia que mi mente; pero, puesto que no se puede abandonar las viejas opiniones acostumbradas, es preferible que profundice en esto para que ese nuevo concepto se fije indeleblemente en mi memoria por la reiteración del pensamiento.
Los cuerpos no son percibidos en propiedad por los sentidos o por la imaginación, sino tan solo porque los concebimos por el intelecto (construimos).
Debido a las diferentes traducciones de la obra de René Descartes, es necesario hacer la precisión respecto a la fuente, tomamos los textos de las Meditaciones Metafísicas de la traducción de José Antonio Migues, edición electrónica de www.philosophia.cl/escuela de Filosofía Universidad ARCIS, 2004
De todos modos revisamos para no tener grandes diferencias en el texto, la traducción del francés de Antonio Rodríguez Huescar, de la edición de Aguilar de 1963, así como la versión de José María Foucé, para la "Filosofía en Bachillerato" que sigue la traducción francesa de 1647 del Duque de Luynes, que fue revisada y corregida por el mismo Descartes, quién introdujo variaciones sobre su propia versión latina de Paris de 1641 "para aclarar su propio pensamiento" según testimonio de Baillet, biógrafo de Descartes.
Meditaciones metafísicas – Segunda meditación
MEDITACIÓN SEXTA: SOBRE LA EXISTENCIA DE LAS COSAS MATERIALES Y SOBRE LA DISTIN-CIÓN REAL DEL ALMA Y DEL CUERPO
1. Resta examinar si existen las cosas materiales. Ya sé al menos que éstas pueden existir en tanto que son el objeto de la pura matemática, ya que las percibo clara y definidamente. No es dudoso que Dios es capaz de crear todo lo que yo puedo percibir de esa manera; y ninguna cosa he juzgado jamás que no pudiera ser realizada por Él a no ser por el hecho de que repugnase a la esencia de ella que yo la pudiera percibir claramente. Además, se deduce que existen a partir de la facultad de imaginar, de la que yo uso cuando estoy dedicado a estas cosas materiales, porque si se considera con mayor atención qué es la imaginación, no parece ser otra cosa que cierta aplicación de la facultad cognoscitiva al cuerpo que le está íntimamente presente y que por lo tanto existe.
1. Descartes pretende comprobar la esencia de cosas materiales, ante esto advierte sobre la noción clara de anchura, longitud y extensión. Descartes haciendo recurrencia a su ingenio matemático y da por posible la existencia de las cosas material en tanto que son el objeto de la pura matemática y las percibo clara y definidamente. Dios es capaz de crear todo lo que yo puedo percibir. La facultad de imaginar estas cosas materiales (la imaginación) es aplicación de la facultad cognoscitiva y por lo tanto existe.
2. Para aclararlo más, examinaré primero la diferencia entre la imaginación y la pura intelección. Por ejemplo, cuando me imagino un triángulo, no supongo tan sólo que es una figura comprendida en tres líneas, sino que también veo estas tres lín eas como presentes por el poder del intelecto; esto es lo que llamo imaginar. Si quiero pensar en un quiliógono, juzgo que es una figura que consta de mil lados, con la misma certeza con que he juzgado que el triángulo consta de tres; pero no del mismo modo me imagino aquellos mil lados o los veo como cosas presentes. Y aunque entonces, por la costumbre de imaginar algo, siempre que pienso en una cosa corpórea me represente una figura quizá confusa, está claro que ésa no es un quiliógono, porque no es diver sa en nada de la figura que me representaría si pensase en un miriógono o en cualquier otra figura de muchos lados, ni ayuda en nada a conocer las propiedades por las que se diferencia el quiliógono de los demás polígonos. Por el contrario, si se trata de un pentágono, puedo ciertamente concebir su figura, como la figura del quiliógono, sin la ayuda de la imaginación; pero puedo también imaginarla, aplicando mi atención a sus cinco lados, y al área comprendida entre ellos, y advierto evidentemente que he menester entonces de un peculiar esfuerzo de ánimo para imaginar, que no me es preciso para concebir. Este esfuerzo nuevo de ánimo muestra claramente la diferencia entre imaginación e intelecto.
2. Para Descartes la figuración mental o intelectual de una imagen es IMAGINAR. Diferenciando imaginar de la intelección, surge la comparación del triángulo y los polígonos de infinidad de aristas.
Existen además ideas que no pueden ser inventadas por el pensamiento por ejemplo las ideas de geometría, estas no pueden provenir de los sentidos porque hay infinidad de figuras que nunca se han visto pero aun así se pueden demostrar sus propiedades. Esta idea como es tan clara es por lo tanto verdadera y la verdad es igual que el ser. Del mismo modo como se prueba esta existencia de las verdades matemáticas así también es cierta la existencia de Dios.
Respecto a Dios, concluye Descartes que su existencia es inseparable de su esencia, como no se puede separar la esencia de los ángulos en la existencia del triangulo, porque un Dios perfecto es además existente. Esta idea nace con uno, no es ninguna suposición. Además cualquier certeza evidente parte primero de Dios.
3. Además, considero que este poder de imaginar que existe en mí, en tanto que difiere del poder de concebir, no es requerido para la esencia de mí mismo, es decir, de mi espíritu, puesto que, aunque desapareciese aquél, yo permanecería sin duda tal como soy ahora, de donde parece seguirse que aquél depende de una cosa diferente de mí. Veo fácilmente que, si existe algún cuerpo al que el espíritu esté de tal manera unido que pueda éste ocuparse de considerarlo a su arbitrio, puede ocurrir que sea de esta manera como imagino yo las cosas corpóreas, de suerte que este modo de pensar difiere tan sólo de la pura intelección en que la mente, mientras concibe, se concentra en cierto modo en sí misma y considera alguna de las ideas que tiene; por el contrario, cuando imagina, se vuelve al cuerpo y ve en él algo conforme a la idea concebida por ella o percibida por los sentidos. Concibo fácilmente, repito, que la imaginación se puede producir así si existe el cuerpo y dado que no se me ocurre ningún otro argumento más apropiado para explicarla, conjeturo con probabilidad que el cuerpo existe; pero tan sólo con probabilidad y aunque lo examine todo con diligencia, no veo todavía que de la clara idea de la naturaleza corpórea que existe en mi imaginación se pueda tomar alguna prueba que concluya necesariamente que existe algún cuerpo.
3. Descartes admite poseer el poder de imaginar pero lo desliga de sí mismo asignándolo a un ente separado de él y diferenciándolo de la pura intelección.
4. Suelo imaginarme muchas otras cosas, además de aquella naturaleza corpórea que es el objeto de la pura matemática, como son los colores, los sonidos, los sabores, el dolor, etc., pero ninguna tan claramente como aquélla y dado que percibo estas cosas mejor por los sentidos, por los cuales parecen haber llegado a la imaginación con ayuda de la memoria, para tratarlas de un modo más útil se ha de tratar al mismo tiempo sobre los sentidos y se ha de ver si se puede obtener algún argumento cierto en favor de la existencia de los seres corpóreos a partir de aquellas cosas que se perciben por medio de ese modo de pensar que llamo sentido.
4. Diferencia la calidad o intensidad de lo percibido a través de los sentidos y lo producido a través de la pura intelección o imaginación con la ayuda de la memoria, siendo la primera de mayor intensidad que la segunda. La percepción o la existencia de los seres corpóreos se perciben por medio de ese modo de pensar que llamó sentido.
5. Primeramente recordaré qué cosas percibidas por el sentido son las que consideré ciertas hasta ahora, y por qué lo hice; después examinaré las causas por las que después las puse en duda, y finalmente, consideraré qué he de creer ahora sobre ellas.
5. Descartes nos recuerda que las cosas percibidas por el sentido antes de analizarlas en forma metódica las que consideró ciertas, luego al analizarlas las puso en duda y finalmente, siendo objeto de la pura matemática considerará la existencia de las cosas materiales.
6. En primer lugar he sentido que yo tenía cabeza, manos, pies, y los demás miembros de los que consta ese cuerpo que consideraba parte de mí o quizás como mi totalidad ; sentí que este cuerpo se hallaba entre otros muchos cuerpos, de los que podía recibir diversos beneficios o perjuicios y medía esos beneficios por cierto sentimiento de placer y los perjuicios por el sentido del dolor. Además del dolor y del placer, sent ía en mí el hambre, la sed y otros apetitos por el estilo, al mismo tiempo que unas ciertas propensiones a la risa, a la tristeza, a la ira o afectos de este tipo; exteriormente sentía la dureza, el calor y otras cualidades táctiles, además de la extensión de los cuerpos y las figuras y los movimientos; y también la luz, los colores, los olores, los sabores y los sonidos, por los que distinguía el cielo, la tierra, los mares y los restantes cuerpos. No ciertamente sin razón, creía sentir ciertas cosas diferentes en absoluto de mi pensamiento, es decir, cuerpos de los que procedían esas ideas, a causa de las ideas de todas esas cualidades que se mostraban a mi pensamiento, que eran las únicas que sentía propia e inmediatamente. Experimentaba además que aquéllas me venían a la mente sin mi consentimiento, de manera que ni podía sentir ningún objeto aunque quisiese, si no estaba presente el órgano del sentido, ni podía no sentirlo cuando estaba presente. Siendo las ideas percibidas por los sentidos mucho más vívidas y configuradas, y en cierto modo más claras que cualesquiera de las que producía en mi meditación, o de las que advertía que estaban grabadas en mi memoria, parecía que no podía ser que procediesen de mí mismo, y por tanto restaba únicamente que viniesen de otros seres; pero, no teniendo ningún otro conocimiento de esos seres que el que procedía de esas mismas ideas, no podía ocurrírseme otra cosa que pensar que aquéllos eran semejantes a éstas. Al mismo tiempo, como recordaba que yo había utilizado antes los sentidos que la razón, y veía que las ideas que yo creaba no eran tan claras como las que percibía por los sentidos y generalmente se componían de partes de éstas, me persuadía fácilmente de que no tenía ninguna idea en el intelecto que antes no la hubiese tenido en los sentidos. No sin razón juzgaba que aquel cuerpo, que llamaba con un derecho especial «mío» me pertenecía más que ninguna otra cosa: no podía separarme de él, como de los demás; sentía todos los afectos y apetitos en él y para él; y, finalmente, advertía el dolor y el cosquilleo del placer en sus partes, y no en otras que estaban situadas fuera de él. No podía explicar por qué a un sentido del dolor se sigue una cierta tristeza de ánimo, o al sentido del cosquilleo una cierta alegría, o por qué una no sé qué irritación del estómago, que llamo hambre, me mueve a tomar alimento, o la aridez de la garganta a beber, etc., a no ser porque había sido enseñado así por la naturaleza; porque no existe ninguna afinidad (al menos en lo que alcanzo a ver) entre esta irritación del estómago y el deseo de tomar alimento o entre el sentimiento de la cosa que produce el dolor y el pensamiento de la tristeza producida por ese sentimiento. Todo lo demás que juzgaba sobre los objetos de los sentidos, me parecía haberlo aprendido de la naturaleza, en efecto yo me había convencido de que así eran las cosas antes de considerar razón alguna por la que se demostrase que eran así.
6. Descartes recapitula acera de los sentidos que nos proporcionaban las sensaciones de los cuerpos, cuyas ideas sentía propia e inmediatamente sin acción volitiva, siendo las ideas percibidas por los sentidos mucho más vívidas y configuradas, más claras que las que producía en su meditación (intelecto) o de las que estaban grabadas en su memoria.
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