Fueron años de aprendizaje bajo el rigor y la dureza. Dejaron huellas inextinguibles en el joven Manuel Scorza, pero él las pudo transmutar en una poesía de vigorosa expresión, de logrado pulso. Muchos de los versos que integrarían su primer poemario, "Las imprecaciones" (México: 1955), son fruto del desconsuelo en que se halla inmerso el exiliado.
El poeta mexicano Rubén Bonifaz Nuño le recuerda en aquellos años de exilio: "Conocí a Manuel Scorza cuando, desterrado de su patria, alimentaba en la mía sus poderes y sus debilidades. Compañeros fuimos, en la miseria y en el odio. Hermanos de ese sentimiento de náufragos frente al mal, sentimiento que hace envejecer antes de tiempo, que hiere con polvorientas arrugas la piel del alma triste. Ahora, con sólo recordar, comprendo muchos de los significados de sus palabras y de su vida".
En 1951 obtiene el primer puesto en los Juegos Florales de Poesía convocados en conmemoración del IV Centenario de la Universidad Nacional Autónoma de México. El poema, "Canto a los mineros de Bolivia", es desgarrada poesía de compromiso social. Una desatada angustia recorre, inundándolos, todos y cada uno de sus versos:
"Hay que vivir ausente de uno mismo, hay que envejecer en plena infancia, hay que llorar de rodillas delante de un cadáver para comprender qué noche poblaba el corazón de los mineros".
Los últimos años del exilio fueron particularmente difíciles. El APRA, que en sus orígenes fue un intento de encontrar un pensamiento con originalidad americana, desembocaba en las tibiezas socialdemócratas, se aliaba con el poder que tan duramente le había atacado, acababa siendo la base ideológica de una clase media y no se ruborizaba en congeniar con el imperialismo estadounidense. Manuel Scorza, que sufría un riguroso exilio al igual que otros deportados, ve cómo el partido que le había llevado lejos de su patria renuncia a sus postulados ideológicos. Manuel Scorza escribe un artículo cuyo mero título es un irónico sinsabor: "Good bye, míster Haya".
En 1956, la dictadura de Odría ha quedado atrás y Scorza vuelve al Perú. Ese mismo año, su poemario "Las imprecaciones" obtiene el Premio Nacional de Poesía del Perú.
El período que se abre con el gobierno de Manuel Prado en 1956, las dos sucesivas juntas militares, la de los generales Pérez Godoy (1961-62) y Lindley (1962-63), y el gobierno de Bustamante hasta el golpe militar del general Juan Velasco Alvarado, ya en 1968, constituye una etapa de ascenso de las masas populares confrontadas con los efectos de sucesivas crisis económicas. El país vivirá tensos períodos de agitación popular, de revueltas.
Manuel Scorza abre una etapa cultural realmente notoria y absolutamente novedosa. El novelista cubano Alejo Carpentier da cabal noticia: "Este peruano preocupado por la cultura de su pueblo y de América toda se dio a la tarea un tanto riesgosa pero entusiasta de preparar el Primer Festival del Libro con una selección de diez mil volúmenes de autores clásicos americanos. Las quince mil colecciones a la venta en quioscos situados en distintos lugares de la capital se agotaron en menos de una semana".
La experiencia se repetiría con idéntico éxito en Colombia, en Venezuela, en Cuba. Consistía en editar a bajo costo y en poner los volúmenes a la venta evitando intermediarios. Manuel Scorza era ahora un editor popular.
Mientras tanto, en 1960, publica su segundo poemario, un libro de poemas de amor: "Los adioses". En 1961, el tercero: "Desengaños del mago"; en 1962, un poema elegíaco: "Réquiem para un gentil hombre. Elogio y despedida de Fernando Quíspez Asín".
En estos años entra a formar parte del Movimiento Comunal del Perú, un grupo político activo en defensa de los derechos del campesinado indígena. De la mano de este movimiento, siendo su Secretario de Política, tomará parte activa en la revueltas campesinas que se inician con la década de los años sesenta. Va a nacer un nuevo Scorza: el investigador, el hombre atento a los hechos sociales. Los campesinos se rebelan. En los Andes del sur, Hugo Blanco forma ligas agrarias; en los Andes centrales, los campesinos se enfrentan a una compañía minera norteamericana, la Cerro de Pasco Copper Corporation. En ambos casos, los campesinos invaden haciendas. La gran novedad es la asombrosa capacidad que poseen para la organización y para la conciencia. Manuel Scorza recorre los Andes centrales observando y participando; de vuelta en Lima, redacta y publica manifiestos de denuncia.
En estos años compone el "Cantar de Túpac Amaru", un poema épico que nunca llegará a ser publicado íntegramente y del que su autor no queda totalmente satisfecho: "No estoy seguro de haber logrado dar la auténtica dimensión de Túpac Amaru".
También éstos son los años de composición de un poemario en el que la angustia y la violencia desatada impregnan todos y cada uno de sus versos, "El vals de los reptiles". El propio Scorza habla de él en los siguientes términos: "Muchos críticos consideran que el más importante de mis libros no es una novela, sino El vals de los reptiles, que es un libro de una tensión, de una textura de terror tal que después de él ya no vislumbré más que la locura. Yo había llegado al borde de la locura en poesía y tuve que retroceder: la guerra campesina, entonces, me permitió reencontrar la vida a través de la palabra".
Es durante estos años de intensa actividad social y política cuando se gesta el ciclo novelesco que le llevará a la fama internacional, La guerra silenciosa. Es a partir de la primera de las novelas del ciclo, "Redoble por Rancas", cuando Scorza se convierte en el novelista de las luchas campesinas del Perú.
Pero, desbaratada la revolución campesina, Manuel Scorza, junto con otros muchos implicados, abandona el país. Sobre él pesa una condena de cinco años de cárcel que elude mediante un nuevo exilio, ésta vez prácticamente definitivo.
En 1968 deja atrás el Perú: "Asistí a las más terribles escenas: prisiones, fusilamientos, masacres, asaltos. La prensa no informaba nada y a los que queríamos denunciar la situación nos reprimían. Yo fui enjuiciado junto a otros participantes, acusado de atacar la seguridad del Estado, con mayúscula. Yo era pasible de cinco años de cárcel, así que decidí salir del país".
París es su nuevo destino. Es lector de literatura hispanoamericana en la cole Normale Supérieure de Saint Cloud. Lleva consigo dos manuscritos, un poemario y una novela: "El vals de los reptiles" y "Redoble por Rancas". Se publican el mismo año, 1970. El primero, en México; el segundo, finalista del Premio Internacional Planeta, en Barcelona.
La publicación de "Redoble por Rancas", novela inical del ciclo La guerra silenciosa, supone para su autor una fama editorial y un número de lectores de todo punto excepcionales. También posibilita un hecho sorprendente. Reabre el debate sobre las luchas campesinas y el propio presidente Velasco Alvarado se ve obligado a liberar de la cárcel a uno de los personajes de la novela, Héctor Chacón. Este campesino es puesto en libertad después de once años de prisión. Pero no sólo eso: cuando el general Morales Bermúdez, presidente del Perú después de Velasco Alvarado, decide continuar la reforma agraria anunciada al país, lo hace precisamente en Rancas. ¿Por qué? Según Manuel Scorza porque: "la literatura cumplía una función gracias a la novela. La rebelión de Rancas salió del anonimato a la evidencia".
La segunda de las novelas del ciclo, "Historia de Garabombo, el invisible", también se publica en Barcelona, en 1972.
El año siguiente, 1974, aparece en la revista bonaerense "Crisis" (n=A7 12, abril) la que quizá haya de considerarse su última publicación poética: "Lamentando que Hans Magnus Enzensberger no esté en Collobrières". El poema está fechado: 20 de agosto de 1973.
La primera reunión de su obra poética lleva como título "Poesía incompleta", y es editada por la Universidad Nacional Autónoma de México. El prólogo corre a cargo del poeta mexicano Rubén Bonifaz Nuño.
Pero, según ya se ha dicho, Manuel Scorza es ahora novelista, o, mejor aún, poeta-novelista. Su obra narrativa no puede leerse dejando de lado la perspectiva poética que, de modo ineludible, inunda todos y cada uno de sus capítulo. El resto del ciclo La guerra silenciosa lo componen "El jinete insomne" (Caracas: 1977), "Cantar de Agapito Robles" (Caracas: 1977) y "La tumba del relámpago" (México: 1979).
Mientras tanto, su producción empieza a ser objeto de estudio. Congresos en Granada, Sevilla, Valencia, Alicante, Lahti (Finlandia), Bolognia (Italia)… son sucesivos escenarios de debate sobre una obra que ya es relevante dentro del panorama general de la literatura de América Latina.
Mientras tanto, en Perú, bajo el mandato del general Morales Bermúdez, se abre un proceso electoral para elegir una Asamblea Constituyente. Tal proceso va a cerrar doce años de gobiernos militares en medio de la crisis económica y de conflictos sociales.
En las elecciones tomaría parte el FOCEP (Frente Obrero Campesino Estudiantil Popular). En este grupo político milita ahora Manuel Scorza. Su líder, Jenaro Ledesma, uno de los personajes centrales de la quinta novela del ciclo, "La tumba del relámpago", saldrá elegido diputado.
Perú entra en la nueva década con una nueva Constitución. Pero un conflicto violento de nueva e insospechada índole afectaría al país en la década que ahora se iniciaba. El mismo día de 1980 en que es elegido presidente Fernando Belaúnde Terry, en un pueblo de Ayacucho uno de los partidos maoístas conocido como `Partido Comunista del Perú: Sendero Luminoso' se responsabilizó de la destrucción de las urnas electorales. Este acontecimiento marca el inicio de un conflicto que fue extendiéndose a todos los departamentos del país.
Pero Manuel Scorza apenas si vería discurrir el primer tercio de la década de los ochenta.
En febrero de 1983 aparece, publicada en Barcelona por Plaza y Janés, la que sería su sexta y última novela, "La danza inmóvil". El ciclo épico La guerra silenciosa ya ha quedado atrás. Esta novela representa una vía de experimentación en los ámbitos técnicos de la narrativa. Su lectura supone una fascinante aventura en la que los recursos narrativos son llevados a límites insospechados.
El 24 de septiembre de 1983 escribía a Ramón Serrano Balasch, su agente literario en España. Así comenzaba la carta: "Tú sabes bien que ningún libro nace de la inteligencia sino del corazón, si existen inteligencia y corazón. Y no somos sino palabras escritas por el dedo de alguien en un muro invisible".
También le hablaba de su nueva novela, "La conquista de Europa": "novela cómica, clásica, sin cambios de planos, humorística, filosófica".
Para finales de noviembre tenía previsto asistir al Encuentro Cultural Hispanoamericano que tendría lugar en Bogotá, organizado por la Academia Colombiana de la Lengua. En la madrugada del lunes 28, a la una y cinco minutos, a unos ocho kilómetros del aeropuerto de Barajas, el Jumbo 747-283B de la compañía colombiana Avianca, quizá en el inicio de la maniobra de aterrizaje, capota y cae. Incendiado inmediatamente de su impacto con tierra, el aparato se arrastra a lo largo de ochocientos metros. Los restos del avión se esparcen en una zona conocida con el nombre de Balcón de Mejorada. Ciento cincuenta y seis pasajeros y veinticinco empleados de la compañía mueren en el accidente. Tan sólo hay, milagrosamente, dos supervivientes.
El encuentro de Bogotá quedaría convertido en luctuoso homenaje hacia las figuras, primerísimas, de la cultura que tan trágicamente mueren en el accidente: la novelista y crítica de arte argentina Marta Traba (1930); su marido, el intelectual uruguayo Angel Rama (1926); el novelista mexicano Jorge Ibargüengoitia (1928); la pianista catalana Rosa Sabater (1929). También Manuel Scorza que, ironías de váyase a saber qué destino, ha de morir un 28 de noviembre, el mismo día que, en el distante año de 1969, José María Arguedas se disparaba dos balas en su despacho de la Universidad Agraria.
Los restos mortales de Scorza llegan a Lima el cinco de diciembre. Son recibidos por sus familiares, representantes del Gobierno, parlamentarios, militantes del FOCEP y, también, por grupos de campesinos de Yanahuanca, de Huancavelica, de Cerro de Pasco…
El día anterior, el 4 de diciembre, iniciaba el periódico madrileño "El País" la publicación póstuma de los últimos artículos de Manuel Scorza con "Fe de erratas". El día 6, esta vez en el barcelonés "La Vanguardia", aparecía "El Cervantes que nunca conocí". Y, finalmente, de nuevo en "El País", ya el 22 de diciembre, "¿Orwell tiene razón?".
Manuel Scorza Torres muere a los cincuenta y cinco años de edad. Deja, cuando menos, una novela inacabada… y tantas otras hubiera deparado su capacidad fabuladora. Deja una vasta colección de artículos periodísticos. Deja también una rica obra poética que le coloca en un lugar significativo entre los poetas peruanos de la generación de los cincuenta. Y una novela en la que la estructura narrativa opera como un hábil juego de espejos y contraluces. Deja, sobre todo, La guerra silenciosa, un gran mural narrativo que va mucho más allá de ser mera reconstrucción histórica de las reivindicaciones en las poblaciones campesinas y mineras de los Andes centrales.
Los lectores de ese vastísimo fresco compuesto por Manuel Scorza, nuevos doña Añada a esta otra parte de la ficción que da a nosotros, comprueban cómo la realidad no es sólo una, sino todas las posibilidades que hay en ella. Y tantos y tantos momentos del ciclo novelesco perdurarán para siempre, siempre recomenzados en la magia de nuevas lecturas.
El poeta y crítico Eugenio Chang-Rodríguez evocaba en "Manuel, hoy viajas", poema de homenaje tras el trágico accidente, uno de los innegables sentidos —quizá el primero, pero de ninguna manera el único— de la obra de Manuel Scorza:
"Ahora, en medio de la hoguera del viento levantado, tus versos y novelas son gritos de batalla en los torturados Andes".
En esa probable historia de los olvidos de la cultura, en el apartado correspondiente a este siglo, la figura de Manuel Scorza ocuparía, sí, todo un capítulo, un largo y emocionado capítulo. Su obra está a la espera de los lectores de hoy y del futuro; sus páginas siguen abiertas al estudio de la crítica.
Ahora, al cumplirse trece años ya de la muerte del poeta-narrador, vale decir que su voz está llamada, sin duda alguna, a perdurar en el tiempo; aunque quizá no, y ésta es la poquedad de nuestras miras, en el nuestro.
Juan González Soto
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