Introducción
El término conectividad hace referencia al grado en el que un paisaje en particular facilita o impide los desplazamientos de la fauna silvestre entre hábitats naturales favorables (Noss 1991 & Bennett 1998). El grado de conectividad puede controlar la extinción de las poblaciones y metapoblaciones (Merriam & Wegner 1992). Este concepto implica conexión de hábitats, especies, comunidades y procesos ecológicos a múltiples escalas espaciales y temporales" (Noss 1991).
Para describir la calidad de los elementos en el paisaje y cómo estos afectan el movimiento de organismos entre parches de hábitats, se pretende dividir este concepto en dos fases principales: estructural y funcional; además, de otros tipos de conectividad. La conectividad estructural hace referencia a los efectos o el grado en que la estructura del paisaje (sus elementos y su configuración) ecológicos entre parches con recursos. El componente funcional define la respuesta de los individuos, y especies es decir (su sobrevivencia, reproducción, dispersión, asentamiento o comportamiento) a la estructura física del paisaje (Romero-Torres et al. 2012). Resulta de gran importancia evaluar la conectividad mediante la implementación de un corredor biológico, ya que de esto depende su correcto funcionamiento. Dentro de los corredores existen asentamientos humanos donde se llevan a cabo actividades productivas, por tanto es necesario implementar actividades sostenibles que ayuden a establecer dicha conectividad y además sean de beneficio para las comunidades (Fernandez 2014).
Conectividad Ecológica: Ha sido definida como el grado al cual el paisaje impide o facilita el movimiento entre parches de recursos (Bennett 2003); describe como determinados espacios y poblaciones bióticas cuenten con un grado de conexión suficiente con el fin de garantizar procesos de migración, relación, reproducción e intercambio genético (Lozano & Gurrutxaga 2007). Es un elemento esencial a la hora de planificar el futuro uso del territorio; contribuye a la mitigación y adaptación de efectos cambio climático y fragmentación (Terrones s.f).
Conectividad Evolutiva: Se estima con evidencia molecular, mediante el cálculo de la diversidad genética de una población para inferir la cantidad de migrantes por generación
(Mora et al 2011).
Conectividad Empírica y aplicada: Estudia el uso del hábitat y plantea estrategias para la conservación de áreas asociadas a corredores biológicos que favorece la migración de especies a nivel regional. El movimiento de organismos a grandes distancias durante la migración requiere del hábitat para cubrir sus necesidades de energía y recurso alimenticio (Romero-Torres 2012).
La pérdida de hábitat y la fragmentación se consideran una de las principales amenazas que afectan la diversidad biológica (Harris 1984; Wilson 1988; Saunders; Hobbs 1991; García 2002), Un proceso natural como la migración de los organismos de un fragmento a otro para llevar a cabo sus necesidades diarias o periódicas los obliga a atravesar matrices con diversos hábitats intermedios, donde esta puede ser inhóspita de forma variable, en función de las características de las especies y de la matriz misma (Quintana et al. 1992). Esto puede llegar a causar una extinción de especies, de ahí la importancia de conectividad como estrategia de conservación (Sanfiorenzo et al. 2011). Este escrito busca demostrar que existe una relación entre los diferentes tipos de conectividad, así como evidenciar la importancia que tiene conservar la conectividad en áreas fragmentadas.
La conectividad es el grado de movimiento de las especies y/o de procesos en los ecosistemas; o visto desde una visión más integradora es la conexión funcional del hábitat existente en el territorio bien sea física, estructural o derivada de las habilidades de las especies para moverse por los distintos elementos del paisaje (With et al. 1997).
Es claro que la fragmentación del hábitat es un proceso natural (Lindermayer & Fisher 2006) que está siendo acelerado por las necesidades del hombre (García 2011) por lo tanto es prácticamente indetenible. Hay que mencionar también que la fragmentación ha aparecido con efectos positivos y negativos sobre los organismos y las comunidades (Barrera 2004) permitiendo cambios en la dinámica del paisaje. La formulación de modelos de conectividad es el primer paso para la creación de estrategias de conservación, se basa en criterios estructurales y funcionales del área o la especie que se quiere conservar (Ramirez et al. 2008). Por otro lado, existen diversos mecanismos para demostrar la conectividad funcional, en el caso de la fauna existe el muestreo biológico, técnicas de captura- recaptura o telemetría, teniendo en cuenta la presencia y/o el movimiento de especies a través de diferentes hábitats y a diferentes escalas con el fin de identificar patrones espaciales y ecológicos, que facilitan o inhiben la conectividad funcional en el paisaje, utilizando sistemas de información geográfica (Steffan-Dewenter et al. 2002). Así mismo, la genética poblacional a través del uso de marcadores moleculares y el flujo de genes, comprende la dispersión de los organismos o el movimiento de genes solamente, esto provee un medida directa de la conectividad funcional (Holderegger et al. 2008) que pueden variar según los efectos naturales y antrópicos, por lo tanto no existe una estrategia que sea funcional en todos los casos y es necesario investigar de forma rigurosa cada caso.
En el caso de la conectividad agrícola, se muestra la importancia de garantizar la eficiencia de los espacios naturales protegidos en la conservación de la biodiversidad, en la medida en que una matriz hostil provoca que las áreas naturales protegidas deben ser más extensas para sustentar poblaciones viables de especies sensibles a la fragmentación (Carroll et al., 2004).
La conectividad del paisaje es necesaria para sostener y mantener la estabilidad de los procesos ecológicos que se encuentran espacialmente relacionados entre sí, como la dispersión, el flujo genético entre poblaciones aisladas, la migración y a largo plazo la evolución de las especies (Correa et al. 2014).
Un paisaje con alta conectividad es aquel en el cual los individuos pueden desplazarse con libertad entre hábitats naturales adecuados; por el contrario, un hábitat con baja conectividad corresponde a un paisaje en el cual los individuos se encuentran altamente limitados en su desplazamiento (Meffe & Carroll, 1997). Como zonas de conectividad, los corredores biológicos deben preservar y manejar áreas de bosques fragmentados, bosques ribereños, pastos arbolados, cafetales, cafetales arbolados y cualquier zona con vegetación arbórea que se presente.
La conectividad funcional y estructural en paisajes ya deforestados es de suma importancia para la conservación por su contribución para sostener poblaciones viables dentro del paisaje. Esto presenta el reto de estudiar cómo diferentes arreglos silvopastoriles y su ubicación en el paisaje pueden contribuir a la provisión de hábitat y conectividad (Sanfiorenzo et al. 2011), permitiendo la aparición de nuevos recursos para que las poblaciones se adapten de forma menos abrupta ante los cambios que presenta el hábitat.
Una de las recomendaciones que se hace es la implementación de corredores biológicos que busca potenciar la conectividad para facilitar el movimiento de organismos entre parches (Chetkiewicz et al, 2006), los cuales pueden funcionar como hábitat para especies con pocos requerimientos de espacio para su hogar, en especial si los corredores son lo suficientemente anchos y mantienen cierto hábitat sin efecto de borde; también como barreras físicas o bióticas que evitan el paso de vientos o de ciertos organismos (Johnson, 1999).
Son fragmentos conectados por un corredor de hábitat adecuado que disminuye la tasa de extinción y tienen un mayor valor para la conservación de los hábitats aislados (Noss 1992). El CBM-CR en el 2002, en una definición más amplia dice que es un espacio geográfico delimitado, generalmente de propiedad privada y cuya función es proporcionar conectividad entre las áreas silvestres protegidas los paisajes, ecosistemas y hábitats naturales o modificados, para hacer posible la migración y dispersión de la flora y fauna silvestre, asegurando la conservación y el mantenimiento de la biota y sus hábitats, además de los procesos ecológicos y evolutivos.
Para un buen funcionamiento y mayor efectividad del corredor, se debe tener en cuenta la composición estructural del mismo, basada en varios componentes como el área de núcleo, la ruta de conectividad, las zonas de amortiguamiento, el hábitat sumidero y la matriz de este (SINAC 2005).
Existen diferentes clases de corredores de acuerdo a sus hábitats origen (Forman & Godron 1986), pues los corredores de origen diferente también difieren en la clase de manejo permanente que requieren (Bennett 1998). De acuerdo a esta característica se clasifican en: Corredores de hábitats naturales, Corredores de hábitats remanentes, Corredores de hábitats regenerados, Corredores de hábitats plantados y Corredores de hábitats perturbados.
No es una regla general que los hábitats necesitan estar estructuralmente conectados para tener conectividad funcional, ya que eso depende del organismo (Taylor et al. 2008), debido a que cada uno presenta un nivel de especialización y tolerancia diferente ante perturbaciones y cambios en el hábitat. La provisión de conectividad puede conseguirse en distintos fragmentos, teniendo en cuenta el grado de intervención de gran parte de los paisajes en la actualidad, por lo tanto es necesario como estrategia de conservación generar diseños y manejo de los corredores biológicos, con el fin de mantener o restaurar la continuidad estructural, preservando los parches de hábitat natural para el desarrollo posterior de la conectividad.
Durante muchos años algunos autores han discutido la implementación de corredores biológicos como una estrategia de conservación óptima (Wilson & Willis 1975; Escamilla et al. 2000). De esta forma estos surgen como un mecanismo que busca dar mayor viabilidad a la conservación de las especies que se encuentran en las áreas silvestres (Garda 1996).
Entre las ventajas de los corredores como estrategia se destacan: el aumento de la tasa de inmigración a una reserva, proveer áreas de alimentación o desplazamiento para especies mayores, proveer hábitat de cobertura contra predadores entre parches de hábitat, proveer una heterogeneidad de hábitats para especies que requieren una variedad de hábitats para su ciclo de vida y proveer hábitats de refugio alternativos (Noss 1987).
En Colombia, el reemplazo de miles de hectáreas de coberturas vegetales nativas por sistemas de producción e infraestructura ha originado mosaicos donde convergen procesos ecológicos y culturales para el mantenimiento de la biodiversidad (Instituto Humboldt 2009). Sin embargo, se han desplazado especies endémicas, se han extinguido otras, y se ha acelerado algún grado de amenaza por incidencia del calentamiento global. Los procesos de transformación del paisaje no se detienen, pero podemos mitigarlos o trabajar con metodologías que no generen un impacto muy alto a la naturaleza.
Es por ello que los corredores biológicos, son una estrategia para gestar la conservación, en los agroecosistemas del país, que se ven afectados por procesos antropogénicos evidenciados en la pérdida y fragmentación del hábitat (fauna y flora). Los corredores biológicos son como una válvula de seguridad para las áreas protegidas "aisladas", pues permiten a los animales encontrar vías para recorrer las diferentes "islas" protegidas, sin exponerse a peligros potencialmente fatales. Esto es especialmente valioso para los grandes carnívoros, que naturalmente recorren grandes distancias no sólo para cazar sino también para reproducirse, hacer vida social, marcar su territorio, etc. Con los corredores biológicos se impide que aumente la endogamia y se ayuda a proteger la diversidad genética ya que con sólo permitir la migración y el intercambio del material genético de los diferentes individuos, se reduce el riesgo genético poblacional y se robustece la especie frente a todo tipo de amenazas; por eso es indispensable mantener una evaluación periódica a corto, mediano y largo plazo desde una visión integral.
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Autor:
* Jennifer Sierra,
Isda Sánchez,
Natalia Frye,
Laura Rico
Laura Morales1
1Estudiantes Programa Biología, Universidad del Tolima,