4. Implicaciones y proyecciones
En el campo doctrinal:
Se ofrece la posibilidad de ver una eclesiología hoy como mera teoría haya desencadenado los conflictos, sino que una nueva eclesiología ha desbloqueado la justificación de la unidad de la Iglesia, considerada como uniformidad y haya hecho que la Iglesia se introduzca realmente en el mundo que es el lugar del conflicto.
Se puede decir que fundamentalmente la Iglesia no es el Reino de Dios. En este descubrimiento eclesiológico hoy es evidente y puede leerse en cualquier manual moderno de eclesiología, sucedió más o menos que con el cambio del siglo, cuando se descubrió que el mensaje de Jesús era un mensaje escatológico. Al servicio de lo cual estaba Jesús, se descubrió que lo propiamente escatológico era el Reino de Dios y no la Iglesia.
Esto no significa en absoluto que no exista una continuidad teológica e histórica entre Jesús y la Iglesia que surge después de la Resurrección, y que en este sentido no se deba hablar de una fundamentación de la Iglesia por Cristo. Lo importante es recordar que lo último es el Reino y que la Iglesia no tiene ese carácter absoluto que le compete solo al Reino, sino que tiene un carácter relacional. Como en el caso de Jesús, su esencia y plenitud se deriva de la relación al Reino. Por tanto, es necesario que la Iglesia debe proseguir la realidad del Jesús histórico. La Iglesia tiene varias actividades, tiene una liturgia, una doctrina, una organización, ect. Pero lo más fundamental suyo consiste en el procedimiento de Jesús sino hace que esto ha viciado su esencia y haciendo esto hará todo lo demás más cristianamente.
La Iglesia contemporánea ha sido deudora de una concepción de revelación más bien doctrinaria, ya en el Vaticano II se trató de completar esta doctrina añadiendo que la revelación se da en palabras y hechos; por eso mismo se ve que Jesús no predica la venida del Reino, sino que lo intenta instaurar, lo intentar hacer. Su vida está dedicada a la praxis del Reino, como aparece en su actividad a favor de los oprimidos, sus prodigios, sus exorcismos, su critica ante una sociedad que es la negación del Reino, su actitud consecuente en el hacer hasta la muerte.
El redescubrimiento del Jesús histórico tiene grandes consecuencias para la autocomprensión de la Iglesia. Si la Iglesia reconoce en su fundador no a un Cristo cualquiera sino al que es Jesús de Nazaret, entonces su realidad más profunda no puede estar basada sólo principalmente en las instrucciones que Jesús pudiera haber dado sobre el modo de organización y misión de la Iglesia, sino en primer lugar de la misma historia de Jesús. Una Iglesia de los pobres, por lo tanto, pretende superar un enfoque meramente universalista del pueblo de Dios, y un enfoque puramente ético de ser para los pobres y un enfoque puramente regional de los pobres dentro de una totalidad que hoy existen con otros grupos no pobres.
Lo que la Iglesia tiene planteado hoy no es un problema de sicología como tantas veces se supone, no es un problema de docilidad o rebeldía sicológica, sino que es un problema de misión. La voluntad de poder, como tendencia a la autoafirmación personal estará presente en todos los grupos implicados en un conflicto. Pero el conflicto no se resolverá sólo negando esa voluntad de poder sino esclareciendo lo que debe ser la misión de la Iglesia.
La Iglesia a través de sus rasgos, hechos de vida, e historia debe ser anticipo y anuncio profético de la plenitud escatológica para toda la humanidad. Este carácter de futuro escatológico es una tarea histórica de todos los convocados por Cristo, los pobres. Para que de esta forma se vaya desvelando el Reino de Dios en medio del pueblo hecho comunidad.
En el campo práctico
La misión de la Iglesia es un hacer, para predicar a Jesús como el Cristo, como lo demuestra en América Latina. Ese hacer será como el de Jesús, explicitando a Jesús, pero será al fin y al cabo un hacer el Reino, y no sólo dar información sobre lo que es y como debiera ser el Reino. La misión de la Iglesia comprendida tiene la virtud de unir a muchos cristianos.
Es claro que existe un conflicto en la Iglesia de América Latina, y que ese conflicto estalla visiblemente cuando los cristianos optan por hacer el Reino y eligen las mediaciones concretas que aparecen históricamente más adecuadas, aun cuando las usen críticamente. Lo importante para comprender la naturaleza del conflicto consiste en no analizarla sólo en su último estadio. El clamor de una Iglesia y de un pueblo no es tan sólo una voz amenazante tumultuosa, rebelde; mucho menos es una voz desestabilizadora e injusta. Es una denuncia de la historia; es la voz del mismo Dios, aliado fiel de los sin derecho contra los que se tienen por dueños de la tierra y se niegan a compartirla.
Una determinada comprensión de la fe cristiana lleva por su lógica interna a un tipo de opción concreta. Y por ella es tan peligroso repetir ingenuamente que hay que dejar claro que la unidad esencial de la Iglesia es unidad en la fe. Eso es formalmente correcto pero eso no soluciona sino que plantea de la manera más radical el problema; si la fe cristiana es fe en un Dios siempre mayor, un Dios crucificado, si es seguimiento de Jesús en medio de la conflictividad de la historia para hacer el Reino, si ese seguimiento implica riesgos y persecuciones, toma de posturas concretas entre la opresión y los opresores, entonces la fe y no el talante del individuo, es lo que va a desunir. Que a la fe le competa el crear unidad eclesial es evidente; que por esa unidad hay que trabajar es correcto; que el individuo dentro de la Iglesia deberá estar dispuesto a sacrificar su realización personal por el bien del cuerpo de la Iglesia a la misión que la Iglesia de be realizar, aun cuando esto provoque el conflicto interno.
La Iglesia no puede ser sorda a esta llamada de los tiempos expresada, en las voces de los pobres. Esto era un fenómeno global en América Latina aunque evidentemente con distinto cronograma al nivel del compromiso y respuesta eclesial. El método de ver, juzgar y actuar no fue entonces construcción de un brillante grupo de teólogos o pastoralistas, sino fruto de una búsqueda creativa en un contexto de opresión.
Es necesario que la Iglesia descubra en la vivencia de comunidad en vivir la fraternidad y la solidaridad, como fruto de un acompañamiento en el que se reconoce el rostro de Dios; donde se abrace, se llore de alegría, y se ría. En el que se ve expresado este vivir de hijos de Dios que los llena de luz, esperanza y miedos. Sin duda, es un proceso en el cual esta Iglesia debe asumir un acompañamiento no sólo con una comunidad, que sea llevado a una práctica a su ser y compartir con otras pequeñas comunidades llegando al ideal evangélico. Por esto, Puebla en el N° 32 remite constantemente a vivir ese Reino de Dios entre los pobres y sencillos como actitud de poder bajar la cabeza en la experiencia de la Iglesia que debe vivir. "Una calidad de vida más humana; sobre todo, por su irrenunciable dimensión religiosa, su búsqueda de Dios, del Reino que Cristo nos trajo, a veces confusamente intuido por los más pobres con fuerza privilegiada".
La presencia de la Iglesia ante la realidad en la sociedad sea apertura para que responda a las distintas necesidades y se pueda caminar hacia una promoción y fomentación de la vida con la exigencia de justicia hacia los más pequeños. Por eso la exigencia es indispensable para reconocer esa presencia de Dios: "Es cuando la Palabra de Dios se impone como palabra última e inmanipulable para quien en verdad ama la verdad, está dispuesto a buscarla y acogerla, cuando se le ha ofrecido".
La propuesta de la Iglesia en la defensa de la dignidad humana en la comunidad, poniendo a Jesús como el paradigma de la humanidad propuesto por Dios, en donde la presencia de Iglesia debe ser respuesta a las estructuras que atan y oprimen al pobre, puesta que ella debe abrirse a la promoción de la humanidad. El ejemplo que Jesús da de promoción en el anuncio que conduce al proceso de conversión en defensa de la vida de los más rechazados de su pueblo y se cumple su palabra en la comunidad: "Y se quedó solo Jesús con la mujer que seguía en medio. Incorporándose Jesús le dijo: Mujer, ¿dónde están? ¿Nadie te ha condenado?. Ella respondió: Nadie, Señor: Jesús le dijo: Tampoco, yo te condeno, vete y en adelante no peques más" (Jn 8, 9b -11).
La opción de la Iglesia en los valores profundos de la solidaridad y fraternidad, trata de que sean vividos en concreto por todos los hombres y mujeres de Colombia que conforman la Iglesia, los pastores, los y las religiosas, los agentes de pastoral, las entidades civiles confesionales que quieran ahora ser constructores de paz desde la justicia deben declararse sintonía con el proyecto de Dios Padre en Jesucristo de reconciliar con Él todas las cosas: "Pues Dios tuvo a bien hacer residir en Él toda la plenitud, y reconciliar por él y para él todas la cosas pacificando, mediante la sangre de su cruz, lo que hay en la tierra y en los cielos" (Col 1, 19- 20).
El sentido de evangelización de la Iglesia hace ver la comunidad desde la periferia del cristianismo se esboza un nuevo modo más coherente del contenido de la fe en la historia de este pueblo. Colocando en el centro la práctica de liberación y promoción hacia otros pueblos aislados, en recobrar su dignidad. Por tanto, es profética su acción como Iglesia al denunciar los signos de muerte presentes en ella.
Es importante realizar en la práctica de la liberación como proceso de transformación real el desarrollar la unidad en la comunidad como sello del proyecto del Dios de la vida en su ser de comunidad; vinculándolos a ese llamado, a la apertura hacia su conformación como Iglesia nueva ante los tiempos de hoy, y de cómo edificar esa misión liberadora que como cristianos humildes se entregan por la construcción del Reino en su realidad, el mensaje de Jesús afirma este hecho de vida: "Pues el que se ensalce será humillado; y el que se humille, será ensalzado" (Mt 23, 12).
El entusiasmo que la Iglesia vive como comunidad en el hecho de sentirse llamada en la Pasión, Muerte y Resurrección de Jesús; al desafío por vivir y actuar como compromiso concreto de cambio hacia una sensibilidad y ternura que alienta por acompañar y servir a la comunidad donde su misión es inspiración del Espíritu: para promover la justicia y la vida, que busca concretamente en la sociedad hoy, ante los imperativos injustos, por eso la Iglesia esta dispuesta a la apertura para no quedarse al margen, la confianza y la escucha acogedora, hacia una fe adulta, eclesial y humanamente vivida, en decidida comunión abierta a grandes causas de la humanidad: solidaridad, justicia y defensa de los derechos como realidad que se tiene que hacer frente.
Este fenómeno de dar la vida y gastarla a favor de los más pequeños como Jesús lo hizo, es la actitud que la Iglesia asume como causa del Reino anunciado por Jesús al optar en su praxis pastoral por una comunidad que toma como ejemplo a Jesús, para responder ante el engaño y la marginación existente en la sociedad; con palabras de justicia y vida responde esa Buena Nueva que da esperanza, y convertida en camino de comunicación para ir descubriendo en los valores de esta comunidad emplea para discernir los cambios, juzgar las situaciones y distinguir que caminos van a la vida y cuales a la muerte, la comunión eclesial fiel al proyecto del Padre y a su Reino de vida para todos los hombres, mujeres y niños de la comunidad.
La propuesta pastoral debe referirse a través del testimonio y la práctica que la Iglesia retoma desde la primeras comunidades cristianas; es evidente, que hay que unir a la comunión en la fracción del pan eucarístico, la comunión de bienes y de males en la vida cotidiana. Un compartir que es signo que verifica y acrecienta la comunión: compartir la Palabra, la fe, el pan eucarístico y el pan cotidiano, los bienes y los males, el dolor y el gozo, la vida y la muerte. Junto a esto se une una voz de aliento y promoción de la justicia y la verdad o la injusticia, la impunidad y la mentira: si se respeta la diversidad o la destruye. Si incluye a la gente en la comunidad y en la vida o las excluye.
Es necesario lanzar la pregunta: que la propuesta debe humanizar a las personas y al pueblo o, el hecho de invitar a participar a la comunión del Padre, para continuar con la comunidad y desde el Evangelio nace la seguridad para seguir adelante frente al miedo "Os digo a vosotros, amigos míos: No temáis a los que matan el cuerpo, y después de esto no pueden hacer más. Os mostrare a quien debéis temer: temed a Aquel que después de matar, tiene el poder para arrojar a la gehenna; sí, os repito: temed a ese" (Lc 12, 4-5).
La actitud básica para vivir la comunión eclesial del Padre a partir de estos valores es tomar en serio ese amor con que el Espíritu los injerta en la Vida, Muerte y Resurrección de Jesucristo por el Bautismo; amor que los hace hijas e hijos del Dios de Jesús, y hermanos y hermanas en el amor sin fronteras ni limites, insobornable y gratuito, que va primero a los últimos y ama también a los enemigos, con todas las consecuencias como vida llena de lucha y confianza para enriquecerse la comunidad la experiencia de fe.
A través de esta reflexión se percibe que la Iglesia muestra gestos de liberación y acompañamiento a una comunidad desde los diversos gestos de solidaridad, que se entrega en el constante servicio para que la persona de Jesús se revela en ella. Profundizando los valores dados desde el Evangelio como signo de amor y fidelidad.
En el desarrollo el trabajo se logra comprender que la Iglesia ha manifestado su ser en la persona de Jesús como una nueva historia de salvación en medio de la comunidad, que se consolida en su manifestación la vida del Resucitado.
La Iglesia nace entonces como comunidad de fe en un Jesús que por su compromiso con Dios y con la historia, fue crucificado y muerto en la cruz, pero Dios lo resucitó, está vivo. Por eso es esperanza para quienes están todavía crucificados; y la Iglesia es testigo de ello, la Iglesia es portadora de una esperanza. Pero da razón de ella si se convierte en Iglesia para el Reino, en comunidad de mesa, en comunidad fraterna, en comunidad protoexistente y en diakonía y comunidad de iguales.
La Iglesia pasa diversas etapas en las cuales cada vez esta más convencida de ser una Iglesia de comunión, que va formando conciencias de una Iglesia más fuerte y fraterna en los contextos donde anuncia la Palabra como expresión de una evangelización más en familia y unidad.
La Iglesia tiene que ser luz frente al verdadero testimonio cuya entrega y sentido de santidad que promueve a su vida y la vida de la comunidad "La Iglesia, cuyo misterio propone este sagrado Concilio, creemos que es indefectiblemente santa, ya que Cristo, el Hijo de Dios, a quien con el Padre y el Espíritu llamamos 'el solo Santo' amó a la Iglesia como a su esposa, entregándose a sí mismo por ella para santificarla (cfr. Ef 5,25-26), la unión a sí como a su propio cuerpo y la enriqueció con el don del Espíritu Santo para gloria de Dios" (L.G 39). Esto comprueba que el Espíritu es el que inspira a la Iglesia a su misión de anunciar el Evangelio en los diferentes contextos.
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2. Biblia De Jerusalen, España: Editorial Española Desclée de Brouwer, 1996.
3. Boff, Leonardo, La Iglesia Carisma y Poder, Bogotá: Indoamerican Pres, 1982, p. 15 – 32.
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10. Pontificia comisión justitia et pax. ¿Qué has hecho de tu hermano sin techo? 2ª ed. Bogotá: Paulinas, 1989. 43 p.
11. Quiroz Alvaro, Mysterium Liberationis "Eclesiología en la Teología de la Liberación, I, Madrid: Editorial Trotta, 1990, p. 253 – 272.
12. Sobrino, Jon. Oscar Romero Profeta y Mártir. Lima Perú: CEP, 1982. 139 p.
Autor:
Carlos Eduardo Alarcón Mesa Imc.
Pontificia Universidad Javeriana Facultad de Teología P. Francisco Niño. Fecha: 14 – VIII – 2000.
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