Sí es posible, en todo caso, asegurar que sólo una interacción entre el ADN heredado y el material heredado que no forma parte del genoma puede producir un resultado funcional. Todo ello viene a corroborar lo que decía Michael Denton: el genoma no es el "blueprint" (anteproyecto o plano detallado) del organismo. Genomas y células, si se han consolidado en un proceso evolutivo, han evolucionado de la mano; ninguno de los dos puede hacer nada sin el otro. Por eso, según dice Noble, si quisiéramos enviar a un mundo recóndito en la lejanía cósmica una cápsula conteniendo la información relevante para que pudieran recrear allí algún organismo vivo de nuestro planeta, nada conseguiríamos con mandar únicamente la información contenida en el genoma del mismo; sería imprescindible mandar conjuntamente toda la información analógica hereditaria contenida en la célula en su conjunto.
El conocimiento más extenso de los factores epigenéticos, con el que hoy contamos, nos ha llevado nada menos que a poner en entredicho lo que durante décadas ha sido denominado el "dogma central" de la biología; la idea de que la información fluye sólo en un sentido, desde el genoma hasta el resto del sistema, pero no a la inversa, es una irrealidad. Hoy sabemos que el genoma es un soporte que puede ser leído, o que puede recibir información del exterior que modifica su configuración (en palabras de James Shapiro, una "write and read memory", es decir, una memoria de lectura y escritura). La maquinaria celular, nos dice Noble, impone de forma extensiva en el genoma patrones de señalización (o comunicación bioquímica) celular y de expresión de la información genética; y ello se concreta en dos tipos de influencias de gran importancia; por un lado significa que ningún organismo puede desarrollarse sin su concurso, lo que la convierte en una "causa genética" primordial en el sentido de que es necesaria para la producción del fenotipo, y que es pasada a su progenie de generación en generación; por otro lado, ejerce una influencia determinante en el tipo de organismo que resulta producido al final del proceso de desarrollo, si bien a estas alturas de la investigación carecemos del conocimiento suficiente para establecer en qué grado el zigoto y su maquinaria celular heredada son específicos de cada tipo de organismo viviente.
Otra consecuencia de la visión que Noble nos ofrece, en torno al enigma de los factores que constituyen el material hereditario, es la remoción de la tan extendida analogía del genoma como un programa informático. A principios de los años 1960, Monod y Jacob propusieron su idea de "le programme génétique" (el programa genético), entendiendo por "programa" un conjunto de instrucciones independientes de la funcionalidad prescrita en él, una pieza de lógica y un conjunto de formalismos encriptados en un sistema simbólico material que requiere datos sobre los que trabajar y está orientado a la producción de un resultado funcional. Tradicionalmente se ha venido considerando al ADN como el programa en sí, y al resto de material celular y su entorno como los datos y el resultado producido. En la nueva perspectiva que la epigenética nos ofrece, el ADN no sería ya tanto el programa en sí como una base de datos utilizada por el sistema en su conjunto; y si la analogía tiene que seguir siendo un recurso retórico de alguna utilidad, entonces es preciso reconocer que la información prescriptiva que controla y gobierna los procesos se encuentra diseminada por toda la célula en forma tanto digital como analógica.
Pues bien, una vez conocidos los datos cabe pensar en las conclusiones que de los mismos podemos extraer.
El problema de la causación que nos ha traído hasta aquí no se para en la determinación de las causas primeras o eficientes sino que una perspectiva teleológica (finalidad o propósito de dicha causación) se hace imprescindible, incluso para quienes pretendan negar toda teleología trascendente en el proceso evolutivo; en especial para quienes, como es el caso de Noble, advierten irremediablemente la necesidad de una aproximación no reduccionista al enigma de la vida en general y de los organismos superiores en particular. Dice el autor lo siguiente: "El concepto de niveles (jerárquicamente funcionales) es en sí mismo problemático. Es una metáfora, y muy útil en biología. Así, en cierto sentido, una célula, por ejemplo, o un órgano o un sistema inmune, son mucho más que sus componentes moleculares. Las moléculas están condicionadas para cooperar en la funcionalidad del todo".
Pero entonces, ¿cuál es la causa que empuja a las moléculas a converger, como afirma Noble, hacia la funcionalidad del todo? Ésta es la gran pregunta a la que la biología tiene que dar respuestas satisfactorias; y el problema es que la mera observación y el método científico carecen de la capacidad necesaria para aportar respuestas definitivas. La teleología trasciende la visión mecanicista de la realidad a la que la ciencia se ha constreñido voluntariamente. Ante esto, los esfuerzos de las mentes comprometidas con el paradigma naturalista (criteriología científica basada en una cosmovisión materialista que sostiene que la naturaleza está formada por la totalidad de las realidades físicas existentes y, por lo tanto, es el principio único y absoluto de lo real, desacatándose toda suerte de fenómenos de índole sobrenatural o trascendente por considerarlos subjetivos o engañosos) se retuercen para tratar de inventar modelos intelectuales con los que acallar las imperdonables inferencias de diseño que pugnan por salir a flote. La respuesta de Noble es evolucionista y por ello no podría ser más desconcertante: "las constricciones (los únicos caminos que conducen a los resultados que observamos) residen en los límites y condiciones iniciales". Noble nos ofrece así una forma de entender su convicción de la necesaria causalidad bajo una óptica en la que los niveles superiores de jerarquía organizativa determinan la actividad de las partes en niveles inferiores. Pero esto nos lleva a la organización como causa en la materia, lo cual es una perspectiva de corte profundamente aristotélico (atribución de una finalidad u objetivo a procesos concretos), algo que parece quedar muy lejos de las intenciones evolucionistas de Noble. En efecto, la organización como resultado, o la forma biológica en definitiva, es precisamente aquello que buscamos explicar. La organización de las partes en un todo biológico no puede ser al mismo tiempo la causa y el resultado del proceso.
No puede serlo, obviamente, en cuanto causa eficiente (entidad que produce el resultado biológico) en una visión mecanicista (algorítmica) como la que la ciencia moderna nos ha venido ofreciendo hasta finales del siglo XX y todavía se resiste a abandonar; pero no deja de ser una referencia perfectamente válida para una visión de miras más amplias que considere la forma biológica como causa final (o finalidad) del proceso de desarrollo del organismo, en una interpretación inevitablemente finalista del mismo que asuma la existencia de un bagaje complejo de información prescriptiva (es decir, que se traduce en mandatos u órdenes) en el organismo, tanto digital como analógica, cuya naturaleza intencional venga constreñida (que impela u obligue), de manera no precisamente fortuita, a la producción de dicha forma. Pero no parece que ésta sea la perspectiva favorita de Noble. Consciente del peligro de hacer aflorar intuiciones de naturaleza finalista de difícil justificación en un modelo vocacionalmente naturalista, se pregunta el autor: "pero entonces, ¿qué es lo que a su vez origina las constricciones de dichas condiciones iniciales?". La respuesta, salvadora para su dogmático paradigma, no se hace esperar: "billions of years of evolution" (billones de años de evolución).
La evolución se convierte, en último extremo, en la referencia mística que todo lo justifica; la verdadera piedra filosofal (ficticio remedio para todos los problemas) de los naturalistas dogmáticos de nuestra era. La evolución como causa última de la propia evolución, una idea sin pies ni cabeza que el propio Noble no ha dudado en explotar hasta donde le ha sido posible y a cuya difusión ha dedicado uno de sus libros más conocidos: "The Music of Life" (la música de la vida). En él, Noble se explaya en su imagen de la evolución como "The Grand Composer" (el gran compositor): la evolución, nos dice Noble, es ese gran compositor que ha orquestado la música de los genes, la armonía de las células y la sinfonía de las diferentes etapas de la vida. Una exposición tan poética como inconsistente; cargada de contradicciones emocionales.
La evolución no puede tomarse como una causa, sino como un resultado. No dirige ni gobierna, y no produce ni explica los procesos del cambio de los seres vivos. La evolución no es otra cosa que una interpretación humana abstracta de los acontecimientos biológicos. La evolución vista como resultado, o como acontecimiento hipotético discernible mediante la capacidad racional de abstraer y comparar, es precisamente el "supuesto" a explicar.
En lo que ciertamente podemos estar de acuerdo con Noble es en que la música maravillosa de la vida, como toda creación artística o tecnológica, precisa de un Compositor; y muy razonablemente de un Compositor dotado de una asombrosa inteligencia creadora. Pero en todo caso, la enseñanza más importante que podemos extraer del excelente trabajo de Noble es que toda teoría que pretenda explicar el supuesto proceso evolutivo debe de tener resuelto previamente el problema de la causación del fenotipo, y éste es un problema que está todavía muy lejos de ser resuelto. Los entresijos de la vida se negocian en el seno de la célula, en una interacción indetectable e imposible de reducir a nuestra limitada capacidad de conocer, entre la información digital del genoma y la información analógica dispersa en dicha célula, amén de las interferencias ambientales y su influencia en la expresión génica. Por eso, hasta que no se conozcan los secretos de estas influencias causales en la conformación de los organismos vivos, es perfectamente inconsecuente que se declare haber detectado los mecanismos de cambio capaces de dar lugar a la aparición de nuevas especies. Porque, precisamente, los cambios en el fenotipo que debemos explicar se generan en los cambios acaecidos en los mecanismos de causación que no hemos sido capaces aún de descifrar.
En todo este desarrollo se puede observar una idea perentoria: Al presente, el hombre está muy lejos de atisbar los intríngulis celulares que vinculan la herencia biológica (genoma, epigenoma y otros) con el fenotipo, por lo que es absolutamente incapaz de visionar el apoteósico puzle que mostraría con claridad cuáles son las auténticas lindes o fronteras que separan, unas de otras, a las distintas formas de vida terrestres (a saber, los "géneros" creativos del Génesis). El concepto de "especie" biológica queda, pues, relegado a una mera entelequia pueril sostenida en alto por un grupo de testarudos dogmáticos que no disciernen su ridículo.
NOTA 2:
La revista "Despertad", de fecha 8-3-1982, páginas 13 a 15, publicada en español y otros idiomas por la Sociedad Watchtower Bible And Tract, dice en parte:
«Los científicos tienen varios modos de calcular la antigüedad de los fósiles. El método en que más confían es el método radiactivo. ¿Cómo funciona éste? ¿Es realmente exacto? Por lo general, no es el fósil mismo lo que se fecha, sino un mineral radiactivo que se encuentra en el mismo estrato de roca que el fósil.
DATACIÓN DE URANIO-PLOMO.
El uranio es un elemento radiactivo que se transforma muy lentamente en plomo. La desintegración de la forma común del uranio, U-238, se produce a tal ritmo que en 4.500 millones de años la mitad del metal se ha transformado en plomo. Se puede saber la edad de un mineral que contiene uranio midiendo la cantidad de plomo que se ha formado en él.
Por eso, una vez que se obtenga el análisis químico del contenido de uranio y de plomo en un mineral, sólo se requiere un cálculo sencillo para determinar la edad de éste. Pero lo que complica el análisis es el hecho de que hay diferentes isótopos de plomo, y sólo el plomo 206 proviene del uranio 238. Por eso, el químico tiene que conseguir la ayuda del físico con su espectrómetro de masa para ver la cantidad de este isótopo en particular que hay en el plomo. No obstante, hay dos suposiciones muy importantes que tienen que ser ciertas si la solución ha de ser correcta:
Primero, que no haya habido plomo mezclado en el mineral de uranio cuando éste se formó en el magma de la roca fundida que iba enfriándose. Si estuvo presente algún plomo, entonces la roca recién formada tendría la apariencia de haberse formado hace millones de años.
Segundo, que no se haya escapado nada del plomo del mineral. Si parte del plomo indicador hubiera sido extraído por lixiviación (efecto de un disolvente sobre un cuerpo, que separa sus partes solubles de las insolubles) de un mineral antiguo, eso haría que en el análisis el mineral pareciera ser mucho menos antiguo.
Se ve, pues, que el método no es infalible. No obstante, con la debida atención a la posibilidad de estos escollos, se han fijado fechas para muchas antiguas formaciones de roca que se pueden aceptar con confianza. Empleando este método, se ha establecido la edad de las partes más antiguas de la corteza de la Tierra en más de cuatro mil millones de años.
Pero no se hallan los minerales de uranio en las mismas rocas en que se hallan los fósiles. Esto se debe a que en las rocas ígneas, o aun en las que han sido metamorfoseadas o transformadas por el calor, cualesquier fósiles hubiesen sido destruidos. Por eso, hay que recurrir a otros relojes radiactivos para datar los fósiles.
DATACIÓN DE POTASIO-ARGÓN. El elemento potasio se halla extensamente en el mundo mineral. Tiene un isótopo muy raro, K-40, que se descompone con una vida media de 1.300 millones de años. La mayor parte del potasio se transforma en calcio, pero el 11 por ciento de él se descompone de una manera diferente, en argón. Ahora bien, el argón es un gas inerte. No se combina con otros elementos y por lo general sólo se encuentra en la atmósfera. Pero minerales tales como el feldespato, que contienen potasio que por largo tiempo no ha sufrido alteración, sí contienen argón atrapado como consecuencia del proceso radiactivo. Se utiliza esta propiedad del potasio en una situación en la que los fósiles han sido enterrados en una capa de ceniza volcánica.
La teoría de datación por el método de potasio-argón es sencilla. Cuando un volcán entra en erupción, la roca derretida que éste arroja pierde el argón que previamente se había formado del potasio en la roca. A medida que se enfría el penacho volcánico, la roca se consolida y su potasio, habiéndose librado ya de su contenido de argón, empieza a formarlo de nuevo. Así el reloj de potasio-argón se ha puesto en cero, y cualquier cosa que la erupción haya enterrado puede fecharse analizando las cenizas circundantes.
La teoría parece buena, pero también en la práctica de ésta surgen dificultades en las suposiciones fundamentales. Por una parte, la posibilidad de que se haya escapado argón del mineral haría demasiado pequeña la medición de la edad. Por otra parte, si el calor volcánico no consumió todo el argón de la roca fundida, el reloj estaría mal ajustado desde el principio.
Esto puede ser un asunto especialmente serio en aquellos casos en que se emplea el método en depósitos de fecha relativamente reciente… digamos de antigüedad inferior a unos cuantos millones de años. No importa lo pequeño que sea el vestigio de argón que permanezca en las cenizas, causará un error tremendo. Por ejemplo, si un mineral de potasio hubiera estado enterrado y hubiera estado formando argón por mil millones de años antes que fuera expulsado en una erupción, entonces una cantidad de argón tan pequeña como la octava parte del uno por ciento que quedara en las cenizas dataría un hueso recién enterrado en ella como uno cuya antigüedad ya era de un millón de años. Puede que esto no sea un error grave en el caso de sedimento cuya antigüedad es de cien millones de años. Pero se puede ver lo erróneo que esto haría que fuera cualquier afirmación respecto a un supuesto antepasado del hombre que se hallara en la garganta Olduvai de Tanzania… afirmación que atribuye al fósil la antigüedad de uno o dos millones de años. Es difícil leer los segundos en un reloj que sólo tiene la manecilla de las horas.
Note como lo siguiente corrobora el hecho de que la datación científica carece de confiabilidad. Dos científicos querían relacionar un hallazgo nuevo a un hallazgo previo, cuya antigüedad se había fijado en 65 millones de años. Sin embargo, la datación de potasio-argón dijo que la antigüedad de su hallazgo nuevo sólo era de 44 millones de años… 21 millones menos. No hubo problema… querer es poder. Los dos científicos "atribuyen esto a la pérdida de argón o a las impurezas," informa la revista Science News del 18 de julio de 1981. Son científicos que cambian de parecer cuando eso cuadra con su propósito, pero dogmáticos cuando no.
DATACIÓN DEL RADIOCARBONO. El reloj de radiocarbono, basado en la vida media de 5.500 años del carbono 14, es mucho más útil para hacer mediciones de edades en el período de la historia del hombre en la Tierra. En este caso no se está empleando un elemento radiactivo que ha estado aquí continuamente desde la creación. Puesto que el radiocarbono tiene una vida tan corta, hace mucho que todo éste hubiese desaparecido. Pero la lluvia de rayos cósmicos sobre la atmósfera de la Tierra está formando este isótopo de continuo.
Todas las cosas vivientes tienen carbono en toda parte de su cuerpo, y mientras están vivas, la proporción de carbono 14 que tienen es igual a la proporción de anhídrido carbónico que hay en la atmósfera. Cuando dejan de vivir y se les entierra y quedan apartados de la atmósfera, el carbono 14 va descomponiéndose poco a poco y desaparece. Por eso, si se desentierra un pedazo viejo de madera o de carbón de palo, es posible medir la proporción de carbono 14 que queda en él y determinar cuánto tiempo hace que fue parte de un árbol vivo.
De nuevo, eso es según la teoría. En la práctica, hay muchas cosas que pueden resultar en mediciones erróneas. Una cosa que fácilmente puede estropear una muestra es la posibilidad de que se haya contaminado con otras materias que pudieran contener carbono más viejo o más nuevo.
La pregunta de mayor relevancia, especialmente en lo que tiene que ver con muestras de gran antigüedad, es si había la misma proporción de radiocarbono en la atmósfera en la antigüedad que hay hoy día. No hay modo alguno de saber esto con certeza, porque depende de las lluvias de rayos cósmicos, de las cuales es bien conocido que son variables y esporádicas. Por ejemplo, si por alguna razón durante la historia primitiva de la humanidad los rayos cósmicos hubiesen tenido como promedio sólo la mitad de la intensidad que tienen hoy, cualquier muestra que se tomara de aquella época parecería ser 5.500 años más antigua de lo que realmente es.
Puesto que no hay modo de averiguar la intensidad de los rayos cósmicos de las edades pasadas, sería prudente aceptar fechas de carbono 14 únicamente para el período para el cual el reloj ha sido calibrado con materias históricas, lo que permitiría retroceder unos 3.500 años. Las fechas de más antigüedad que eso pudieran ser progresivamente más inexactas».
Existe un vídeo producido en 1997 en colaboración con el CESHE-FRANCE (Círculo Histórico y Científico de Francia, con sitio abierto en Internet el 30-3-2000: http://ceshe.chez.com/), basado en la experiencia de Guy Berthault, Pierre Julien y el profesor R. Fondi, intitulado "Evolución: realidad o creencia" (de una hora y algunos segundos de duración), en donde son entrevistados cinco reputados científicos, expertos en paleontología, química, biología y genética, quienes explican de forma simple y con detalle cuáles son las razones que les llevan a pensar que la teoría de la evolución no es una ciencia, sino una filosofía o una doctrina. El documental muestra que las últimas investigaciones en paleontología han probado que la forma de datar los fósiles y los sedimentos ha estado completamente equivocada. Edward Boudreaux (profesor de fisicoquímica en la Universidad de Nueva Orleans, EEUU; investigador en química cuántica y estructuras electrónicas) explica cuán poco fiables son las técnicas radiométricas para datar rocas y fósiles, al grado de que éstas inducen casi siempre a errores (a veces colosales). En consecuencia, se puede comprender ahora cómo tales errores conducirían a la elaboración de falacias, que perjudicarían grandemente la reputación del relato histórico del Génesis.
Conclusión.
Según lo expuesto, hay datos que indican que animales relativamente próximos a los actuales carnívoros, como pueden ser algunos mamíferos (cerdos, roedores), presentan un sistema de adaptación alimentaria sorprendentemente rápido, reversible y polimorfo, aun dentro de un mismo segmento de vida corta e individual, sin contar con las posibilidades epigenéticas para segmentos vitales más largos que abarquen varias generaciones. Estos indicios, unidos al hecho de que la ciencia contemporánea basa sus previsiones biológicas en fundamentos inestables (concepto difuso de especie biológica, dataciones radiométricas), dejan la puerta abierta a una visión de las cosas tal y como rezuma del Génesis, a pesar de las críticas en su contra y de toda la burla que el relato creativo haya podido suscitar en algunas mentes materialistas cerradas e impermeables a los hallazgos que favorecen el relato sagrado.
Como ha venido sucediendo vez tras vez, es de esperarse que el aumento del conocimiento científico aporte nuevos espaldarazos al Génesis, mientras que los enfoques erguidos en su contra palidecen en reputación y quedan progresivamente más y más desacreditados. No sabemos si el genial Pasteur ya entrevió este resultado, pues a él se le atribuye la siguiente frase: "Un poco de ciencia nos aleja de Dios, pero mucha ciencia nos acerca a Dios".
Autor:
Jesús Castro
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