La crisis en el capitalismo.
Parece que existe consenso en señalar a la Gran Depresión de 1929 como la peor crisis que ha sufrido el capitalismo en sus años de existencia, un triste episodio que hizo temblar violentamente los cimientos del sistema a nivel internacional y que como una onda expansiva trajo secuelas de incalculables dimensiones. A partir de aquí, el sistema se vio urgido de introducir las modificaciones necesarias con el objetivo de superar éste trance, el cual estuvo a punto de provocar una verdadera revolución social en los Estados Unidos, epicentro del caos. Dejando atrás el liberalismo económico y mediante la aplicación de las ideas keynesianas, sustentadas en lo fundamental en una mayor intervención del Estado como ente regulador, el sistema logró encauzar la grave situación, aunque el mundo terminó en una guerra fratricida que se señala como efecto indirecto de la crisis. Por añadidura, en el pasado siglo el capitalismo debió hacer frente no solo a sus propios problemas, sino también al surgimiento y expansión del socialismo como modo de producción, fundamentalmente en Europa, pero que no dejó de germinar en países subdesarrollados de América, Asia y África. La posibilidad teórica de que un nuevo sistema pudiese conducir en más o menos tiempo a la desaparición del capitalismo se hizo evidente, a pesar de que a la larga el socialismo demostraría su incapacidad, no solo para oponerse al viejo sistema, sino incluso de solventar sus propias dificultades y limitaciones para convertirse en una alternativa real de cambio a nivel mundial.
Ochenta años después el capitalismo ha estado transitando entre períodos de bonanza y de crisis, aunque según los especialistas ninguna de ellas alcanzó las dimensiones de la actual, solo comparable con la de 1929. De todos modos, como si fuese un canguro, el capitalismo ha estado saltando de una crisis a otra en medio de períodos de crecimiento y expansión, marcando como las estaciones del año las fases de un ciclo tantas veces repetido.
Hasta la década del sesenta el sistema capitalista no se enfrentó a un nuevo episodio de crisis generalizada; claro está, después de la Gran Depresión el mundo vivió la Segunda Guerra Mundial y al concluir ésta, Europa, devastada y arruinada, entró en el proceso de reconstrucción y recuperación, para lo cual contó con la ayuda económica de los Estados Unidos, sin dudas, el menos perjudicado y posiblemente el más favorecido con la conflagración mundial. La pronta recuperación de Europa Occidental se hizo necesaria no solo por motivos económicos, sino también por el aspecto geopolítico, pues al concluir la guerra el socialismo, llevado de la mano por la Unión Soviética, logró establecerse como un bloque de países en medio del continente europeo. Este nuevo episodio de crisis dio al traste con el keynesianismo, dando paso a la corriente neoliberal.
Entre crisis y correcciones se ha ido moviendo el capitalismo, pero la realidad evidencia que lo que en un momento dado es solución, luego se transforma en problema, pudiendo suponerse que la causa real de semejante fenómeno está en la propia incongruencia del sistema, capaz de generar contradicciones que cada vez resultan más complicadas de resolver. Así pues, el liberalismo, concebido bajo el principio de la total independencia del mercado, con un Estado prácticamente ausente de la actividad económica, fue incapaz de dar solución a la debacle de la década del treinta, optándose entonces por la aplicación de las ideas de John M. Keynes, quien propugnaba una mayor intervención del Estado, sobre todo como ente regulador y a la vez dinamizador de la actividad económica. Con la crisis de 1973 el keynesianismo dejó de vivir su momento de gloria. La convivencia del aumento del desempleo como resultado de la recesión económica, con el aumento a su vez de la tasa de inflación, factores considerados hasta ese momento como inversamente proporcionales (Inflación y Desempleo), dando lugar a lo que se denominó como "Estanflación", pusieron en dudas la validez de la teoría keynesiana. Recesión, desempleo e inflación se convirtieron en un juego de variables difíciles de tratar, sobre todo porque las medidas que pueden aplicarse para resolver una de ellas (recesión) pueden alimentar a la otra (inflación).
Semejante fenómeno colocó una vez más en jaque a los gobiernos de los países capitalistas, dejando el terreno listo para que a partir de ese momento entraran en escena los denominados "neoliberales". Contrarios a lo que propugnaba Keynes, los neoliberales consideran que el Estado debe de inmiscuirse menos en la actividad económica y social, propugnando el papel protagónico que le corresponde al libre mercado como elemento dinamizador e incluso regulador. Con marcadas diferencias respecto al liberalismo, lo cierto es que tampoco el neoliberalismo ha logrado resolver en lo fundamental los problemas, o los factores que los originan.
Estimular el consumo.
Hubo un tiempo en que las familias recurrían al ahorro cuando decidían comprar algo. Durante meses o años guardaban una parte de sus ingresos destinándolo a un gasto o inversión futura, sobre todo porque no contaban con otra posibilidad de financiamiento. Sin embargo, los tiempos cambiaron y dejó de ser necesario posponer para más adelante los deseos o necesidades, pues mediante un préstamo, un crédito o un simple aplazamiento o fraccionamiento de los pagos fue posible concretar la demanda. A cuenta del endeudamiento la gente pudo disfrutar de ciertas mejoras en su nivel de vida. Por supuesto, todo ha sido parte del proceso de desarrollo que ha experimentado la economía y la sociedad en su conjunto.
Lo racional parece ser que las personas y las empresas consuman en función de sus posibilidades, es decir, en base a sus ingresos. De esta forma tan simple, la posibilidad de aumentar el consumo vendría dada por el aumento del ingreso, pero en la práctica sabemos que no funciona de ésta manera, entre otras, porque la adquisición de determinados bienes implica un desembolso de dinero del cual la mayoría no dispone. De todos es conocido que el crédito y los préstamos, tan extendidos en la actualidad (sin que sean novedosos), son mecanismos que se emplean para fomentar no solo la inversión, sino también el consumo. En principio parece una fórmula lógica, incluso necesaria para dinamizar la economía, el crecimiento y el desarrollo, pues en el caso particular de las empresas se necesita de un determinado monto de capital para comenzar la actividad, del cual generalmente no disponen los empresarios o emprendedores, o incluso la expansión requiere de recursos externos. Tener la posibilidad de contar con una parte de los recursos monetarios necesarios para poner en marcha un negocio (o ampliarlo), parece ser una acción correcta, sobre todo cuando existe "alguien" dispuesto a ofrecer el dinero a cambio, como es de suponer, de un determinado beneficio. En definitivas el dinero no deja de ser una mercancía, donde unos están dispuestos a ofertarlo mientras otros lo demandan. El problema se presenta cuando la política crediticia (y monetaria) va más allá de considerar la capacidad real de endeudamiento -esa que en medio de la crisis los bancos han querido recuperar de un tirón, endureciendo de un día a otro las condiciones para conceder prestamos-, rebasando los límites racionales en busca de un nivel de demanda en cierto modo ficticio.
El uso y empleo de mecanismos financieros dirigidos a la obtención de grandes márgenes de beneficios se ha estado haciendo cada vez más frecuente. De la misma manera la especulación ha pasado a ser parte de los artificios financieros que se han estado imponiendo en la economía, generando a mediano plazo problemas más serios de los que quizás nunca se imaginaron. Precisamente la causa de ésta crisis es de índole financiera, a diferencia de las que tenían lugar como resultado de la superproducción. La burbuja inmobiliaria, fomentada por los bancos y permitida por los gobiernos, terminó por explotar, como muchos sin ser eruditos, sino simplemente racionales, preveían. Construir indiscriminadamente, a ritmos de vértigo, requería ante todo de una demanda, la cual se hizo viable a partir de los créditos blandos y más que todo fáciles que estaban dispuestos a otorgar los bancos, también involucrados de alguna manera en los negocios inmobiliarios. Comprar para luego vender, obteniendo fácilmente un margen de beneficio a cuenta del incremento constante del precio de venta de los inmuebles, se convirtió en una extendida práctica. Tener una segunda propiedad o considerar como una inversión la compra de viviendas, se hizo una práctica habitual. Los gobiernos incluso concedieron exenciones fiscales por éste tipo de compras, porque la "economía del ladrillo" resultaba floreciente, contribuyendo al crecimiento de la economía año tras año. Cuando en los Estados Unidos los precios de las viviendas comenzaron a descender como primer anuncio de los problemas a los que se abocaba el sector, la Reserva Federal actuó reduciendo la tasa de interés, es decir, el precio del dinero. De esta forma el costo del crédito se abarataba y se incentivaba la demanda. Por falta de dinero no podía detenerse un negocio que por años mucho había aportado. Así, la espiral de endeudamiento fue creciendo, sumando cada vez a más personas, empresas y entidades.
El negocio resultó tan lucrativo que se produjo una explosión en cuanto a la creación de empresas constructoras, inmobiliarias y otras, vinculadas con la actividad constructiva (cemento, carpintería, muebles sanitarios, cerámicas, etcétera). Sin dudas eran muchos los participaban de un negocio que se expandió tanto que terminó por reventar, porque lo sí parece evidente es que por algún lado el agua encuentra su cauce, aunque en economía el equilibrio resulte doloroso. Un evidente ejemplo de esto, es que en los Estados Unidos, en algunos casos la caída de los precios de la vivienda fue tan brusca que se colocaron por debajo del valor de las hipotecas, dejando a sus "propietarios-deudores" en una lamentable situación. Los impagos se presentaron como respuesta a tan delicada situación, dando paso a un proceso de incalculables consecuencias desde el punto de vista económico-financiero.
El uso y abuso de los mecanismos financieros como forma de estimular la demanda se traduce en los siguientes aspectos:
Extensión del crédito: los bancos y entidades financieras han brindado dinero relativamente fácil a personas naturales y jurídicas, reduciendo sensiblemente los límites del nivel de riesgo aceptable. Los préstamos y créditos llegaron a transformarse en objeto de publicidad por parte de los bancos, con el objetivo de atraer clientes. En contraposición, después de la crisis, cuando el mal ya estaba hecho, elevaron ostensiblemente el rigor para conceder financiamiento, independientemente de los problemas que ésta política puede ocasionar a la recuperación. Los bancos, intentaron así saltar del barco al que contribuyeron a hundir, a pesar de que en algunos países recibieron un fuerte respaldo por parte del gobierno mediante la inyección de dinero público.
A su vez, la demanda de dinero por parte de los "consumidores" conduce a que los bancos se puedan ver necesitados de acudir a préstamos de otros bancos, toda vez que sus fondos pueden ser insuficientes para hacer frente a la demanda.
Endeudamiento de las familias: las familias acumulan niveles de deuda que han llegado a superar el 100 % de sus ingresos, basado en lo fundamental en la adquisición de bienes inmuebles. Este nivel de deuda pone en peligro la capacidad de hacer frente a sus obligaciones, sobre todo cuando se produce un aumento de los tipos de interés que condiciona una mayor erogación a partir de los préstamos con tasa de interés variable.
En Europa se ha empezado a escuchar con cierta frecuencia la frase de que "los ciudadanos europeos se acostumbraron a vivir por encima de sus posibilidades", de modo que todo apunta a que a partir de ahora toca asumir la cruda realidad y volver a poner los pies sobre la tierra.
Endeudamiento de las empresas: el nivel de deuda de una empresa se mide por la relación que existe entre sus pasivos (corriente y no corriente) y el Patrimonio. En términos financieros es lógico que una empresa tenga cierto nivel de deuda (a corto, medio y largo plazo), sin embargo, lo más importante es saber hasta dónde es razonable dicho nivel e incluso cuándo es conveniente endeudarse. El endeudamiento excesivo coloca a las empresas en una situación de fragilidad y elevada vulnerabilidad, sobre todo cuando se produce una restricción en las fuentes de crédito o se generan problemas con los cobros, algo típico en momentos de crisis.
Endeudamiento del Estado: el Estado también se endeuda, sobre todo cuando se produce un déficit en los presupuestos. Aunque son diversas las causas del déficit presupuestario, entre ellas podemos encontrar la que se asocia con la intervención del mismo en la actividad económica, a partir de su papel no solo regulador, sino también dinamizador. Un ejemplo reciente ha sido la inyección de capital a los bancos con el objetivo de evitar el descalabro del sistema financiero. De la misma manera, la inversión en obras públicas contribuye a incentivar el nivel de la actividad económica, a pesar de que los "neoliberales" son contrarios a lo que denominan "una excesiva intervención estatal", abogando por un reajuste de la economía en función de la autorregulación del mercado. Así pues el Estado adquiere un determinado nivel de deuda que en cierta medida está sustentado en el estímulo al consumo.
La deuda del Estado, la que necesariamente tiene que ser contenida y sobre la que existen diferentes opiniones en cuanto a cómo debe de enfocarse, sobre todo en época de crisis, a la postre se convierte en un problema que indirectamente afecta a todos. Si a esto se le suma la especulación financiera, entonces el problema se recrudece, porque si en el momento de colocar deuda los intereses suben, el costo de la recuperación será mucho mayor, limitando las posibilidades de los estados y gobiernos.
Endeudamiento de los bancos: cuando la disponibilidad de recursos es inferior a la demanda, entonces se verán expuestos a endeudarse. Por supuesto, ésta deuda está determinada por negocios en los que se involucran los bancos esperando beneficios superiores a los gastos que generaran los intereses que deben de pagar por el dinero. El colapso de poderosas e importante entidades bancarias como Lehman Brothers (Estados Unidos), una organización con más de siglo y medio de existencia, es un ejemplo concreto del riesgo que representa el endeudamiento excesivo.
La otra cara del consumo.
Ninguna duda cabe de que el consumo es lo que garantiza el nivel de actividad económica, pues la producción y los servicios estarán en función de la demanda existente. Ya se ha dicho: mientras mayor sea la demanda, más podrá crecer la oferta, traduciéndose esto en más fuentes de empleo y en la posibilidad real de elevar el nivel de vida. Así funciona, sin embargo, no se puede olvidar que en economía todo tiene sus límites, los cuales al ser desbordados generan efectos desfavorables y en ocasiones impredecibles.
Como mencioné antes, entre las reflexiones que han sobrevenido después de la crisis, está la que hace referencia al nivel de vida de los europeos (y también de los norteamericanos), al parecer, por encima de las posibilidades reales. En la práctica, cualquier ajuste que se desee realizar en la variable consumo, significaría que el mismo se sitúe en niveles más objetivos, evitando en cierta medida el desorden vigente. De esto se derivaría que la recuperación económica pueda ser más lenta, con las respectivas consecuencias que esto traería.
En medio de las condiciones actuales parece sensato plantearse cuál deberá ser la forma más adecuada de concebir el desarrollo a nivel mundial, poniendo coto a los excesos en los que durante décadas se ha estado conduciendo la economía internacional, cada vez más globalizada e interdependiente. Parece ilógico e incluso paradójico, que con el nivel alcanzado en los países desarrollados, todavía exista un determinado por ciento de la población en condiciones de pobreza, por supuesto, diferente en lo fundamental a la miseria en la que viven millones de personas en los países subdesarrollados, sobre todo de África y Asia.
Estimular el consumo interno ha sido una vía para incentivar el crecimiento económico -amén de los problemas que esto ha podido causar en el largo plazo-, pero ajustándonos a las evidencias, todo hace indicar que existe un límite a la expansión del mercado interno. Contrariamente, hay una parte importante de la población mundial en la que sus niveles de consumo distan mucho de la de los países desarrollados, como consecuencia de un atraso secular y una pronunciada deformación estructural, no solo en términos económicos, sino también social, cultural, educacional e incluso político. Es uno de los tantos problemas que parece no tener solución o donde la voluntad no resulta suficiente. Durante años se ha señalado la necesidad de reducir la brecha que separa al mundo desarrollado del subdesarrollado y, aunque ha sido utilizado con fines políticos, siendo pragmáticos no deja de ser algo necesario, sin dejar de considerar en su justa dimensión los restantes factores.
Si hacemos un simple ejercicio comparativo entre países desarrollados y subdesarrollados en cuanto a niveles de consumo, observaremos que la diferencia es abrumadora. Veamos un ejemplo comparando a los países del G7 con los del Cuerno Africano, una de las regiones más paupérrimas del mundo.
Puede pensarse que la comparativa no es racionalmente objetiva, porque he considerado los dos extremos. Es verdad, la diferencia se hace abismal, es casi como comparar el día con la noche. Comparemos entonces con otro grupo de países que a pesar de sus diferencias, están en una mejor posición o en un estadío superior que los del Cuerno Africano: Viet Nam, India, Brasil, México y Nigeria.
Los datos indudablemente mejoran, pero las diferencias no es que sigan existiendo, sino que son amplias: las importaciones del grupo de países subdesarrollados representan el 13 % de las del G7; el consumo de electricidad el 16 % y el número de teléfonos móviles por cada 100 habitantes el 39,5 %. Si tenemos en cuenta las ventas de vehículos automotores (por regiones) encontraremos algo parecido, tal como se muestra en la siguiente tabla.
Vale recordar que en el año 2008 de un total de población de algo más de 6,705 miles de habitantes, menos del 20 % correspondía a países desarrollados de América del Norte, Europa y Asia.
Conclusiones:
De la crisis actual todavía nadie se atreve a predecir cuándo quedará superada, pues a pesar de que tanto en Estados Unidos como en Europa comienzan a darse síntomas de recuperación, estos todavía parecen inciertos. Por otra parte, la anunciada reestructuración del sistema orientada a controlar los excesos que han originado los problemas actuales, todavía no parece evidente, aunque sin dudas no es algo que se pueda lograr de un día para otro.
Lo que sí es cierto es que recuperar el nivel de confianza de los consumidores y aumentar los índices de consumo, son dos de los factores más importantes para salir de la crisis. Los estímulos a la compra de automóviles y los esfuerzos por revitalizar el mercado inmobiliario, son dos buenos ejemplos de que el motor de la recuperación es el consumo, a pesar de todo lo que pueda decirse que aparentemente contradiga esto. La pregunta es: ¿cuándo llegará la próxima crisis?
De seguro una vez que se haya superado éste trance, para una parte de la gente quedará como un suceso del pasado, mientras que otros posiblemente ni se hayan enterado de lo que ha sucedido, porque de mal a peor, no es que sea poca la diferencia, sino que ya deja de ser perceptible.
En lo personal tengo la convicción de que poco se logrará en cambiar la situación en la que se encuentra el mundo si es que no se adquiere plena conciencia de lo que puede ocasionar de cara al futuro, porque sin dudas los problemas son cada vez mayores. Olvidarse de la desigualdad y despreocuparse de los excesos, no es solo un problema de individualismo, sino que se va convirtiendo en un problema de sensatez.
Bibliografía consultada:
Anuarios Estadísticos de la ONU.
Anuarios Estadísticos de CEPAL.
Cuadro de datos de la Población Mundial 2008.
Informe sobre Desarrollo Humano de la ONU, año 2008.
www.indexmundi.com
Autor:
Fidel Alvarez Gainza
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