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Curso de lingüística general (página 2)

Enviado por Christian Lago


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Señalemos, para terminar, dos objeciones que podrían hacerse a la postulación de este primer principio:

  1. En cuanto a las onomatopeyas auténticas (las del tipo glú-glú, tic-tac) no solamente son poco numerosas, sino que su elección es ya en cierta medida arbitraria, porque no son más que la imitación aproximativa y ya semiconvencional de ciertos ruidos. Además, una vez introducidas en la lengua se ven más o menos arrastradas en la evolución fonética, morfológica, etc., que sufren las demás palabras (cf. pigeon, del latín vulgar pipió, derivado de una onomatopeya): prueba evidente de que han perdido algo de su carácter primero para incorporar el del signo lingüístico en general, que es inmotivado.

  2. Podrían apoyarse en las onomatopeyas para decir que la selección del significante no es siempre arbitraria. Pero las onomatopeyas no son nunca elementos orgánicos de un sistema lingüístico. Su número es, por otra parle, mucho menor de lo que se cree. Palabras como fouet o glas pueden resonar en ciertos oídos con sonoridad sugestiva; pero para ver que no tienen ese carácter desde su origen, basta remontarse a sus formas latinas (fouet, derivado de fagus, «haya», glas – classicum); la cualidad de sus sonidos actuales, o mejor dicho la que se les atribuye, es un resultado fortuito de la evolución fonética.
  3. Las exclamaciones, muy cercanas a las onomatopeyas, dan lugar a observaciones análogas y no son más peligrosas para nuestra tesis. Uno se siente tentado a ver en ellas expresiones espontáneas de la realidad, dictadas, por así decir, por la naturaleza. Pero para la mayor parte de ellas se puede negar que haya un lazo necesario entre el significado y el significante. Basta comparar dos lenguas a este respecto para ver cuánto varían esas expresiones de una a otra (por ejemplo, al francés ate! corresponde el alemán au!). Se sabe además que muchas exclamaciones comenzaron siendo palabras de sentido determinado (cf. diable!, mordieu! = mor Dieu, etc.).

En resumen, las onomatopeyas y las exclamaciones son de importancia secundaria, y su origen simbólico es en parte controvertible.

3. SEGUNDO PRINCIPIO: CARÁCTER LINEAL DEL SIGNIFICANTE

El significante, por ser de naturaleza auditiva, se desarrolla sólo en el tiempo y tiene los caracteres que toma del tiempo: a) representa una extensión, y b) esa extensión es mensurable en una sola dimensión: es una línea.

Este principio es evidente, pero parece que siempre se ha desdeñado enunciarlo, sin duda porque lo encontraron demasiado simple; sin embargo, es fundamental y sus consecuencias son incalculables; su importancia es igual a la de la primera ley. Todo el mecanismo de la lengua depende de él. Por oposición a los significantes visuales (señales marítimas, etc.), que pueden ofrecer complicaciones simultáneas en muchas dimensiones, los significantes acústicos no disponen más que de la línea del tiempo; sus elementos se presentan uno tras otro; forman una cadena.

Este carácter aparece inmediatamente cuando se los representa mediante la escritura y se substituye la sucesión en el tiempo por la línea espacial de los signos gráficos. En ciertos casos esto no aparece con evidencia. Por ejemplo, si acentúo una silaba, parece que acumulo sobre el mismo punto elementos significativos diferentes. Pero es una ilusión: la sílaba y su acento no constituyen más que un acto fonatorio: no hay dualidad en el interior de este acto, sino sólo oposiciones diversas con lo que está al lado.

4. CLASES DE SIGNIFICADO

  • Significado Denotativo

El significado denotativo consiste en una relación entre signo-palabra y objeto. El diccionario tiene ciertas limitaciones, pues, puede definir una palabra mediante el uso de otras palabras. Pero dichas palabras tienen la finalidad de crear un significado para el receptor, de manera que muchas veces, la definición de las palabras exige el uso de palabras distintas.

  • Significado Connotativo

Todos los significados son aprendidos. Las personas que utilizan el lenguaje tienen significados comunes para un gran número de términos. Estos significados comunes pueden referirse:

  1. al objeto que la palabra denota.
  2. a la relación formal, que existe entre dos o más términos.

Esto es verdad, una buena cantidad de significados para ciertas palabras, varían mucho entre las personas.

El significado connotativo es una relación entre un signo, un objeto y una persona; además está estrechamente relacionado con la experiencia personal.

  • Significado Contextual

Observemos algunos ejemplos donde extraeremos significados a partir del contexto:

  1. El juez dictó la sentencia en el caso del homicidio de dos personas.
  2. La psicóloga entró al salón y leyó el caso de un alumno que era drogadicto y como éste termino mal.
  3. Mis hermanos ya no hacen caso a mi abuela, pues ya le perdieron el respeto.

El significado contextual consiste en otorgar el significado correspondiente a una palabra determinada, según el contexto al que va referido la palabra.

  • Significado Estructural

A medida que avanza el proceso del lenguaje, sentimos la necesidad, de no sólo nombrar cosas como "mamá", "papá", "comida", "juguete", sino también de crear una relación entre ellas, es decir, no queremos decir "María" y "bailar", queremos juntar esas dos palabras en algo que implica un proceso complejo, de esta manera decimos: María está bailando.

Con esto logramos relacionar el objeto "María" con la acción "bailar".

5. CARACTERÍSTICAS DEL SIGNO LINGÜÍSTICO

El signo lingüístico tiene estas características:

  • Biplánico: Un plano se refiere a la idea que se forma en nuestra mente, es decir, al significado y que se llama plano del contenido. El otro plano se refiere a los sonidos o las letras que forman la palabra, es decir, al significante y se llama plano de la expresión.

  • Arbitrario: La relación entre el significado y el significante del signo lingüístico es un acuerdo libre entre los hombres. Cada comunidad de hablantes utiliza distintos significantes para un mismo significado. La palabra que nos sirve para referirnos a "pájaro" es pájaro pero podría ser otra y todos lo entenderíamos. Para los franceses la palabra que se refiere al significado anterior es oiseau.

  • Articulado: El signo lingüístico puede descomponerse en partes más pequeñas.

arboleda

arbol

eda

a

r

b

o

l

e

d

a

  • Lineal: Los signos lingüísticos se ordenan unos detrás de otros.

La bicicleta es nueva.

6. RELACIONES ENTRE EL SIGNIFICADO Y EL SIGNIFICANTE

  1. Es la sustitución de unas palabras por otra equivalentes, es decir, la sinonimia son los signos con distinto significante pero igual significado. Constantemente aparecen términos como: edil-concejal, calendario-almanaque, colindante-limítrofe, etc.

    Existen autores que afirman que la sinonimia son palabras de significados muy parecidos, pero no iguales. Sin embargo existen otros que dicen que la sinonimia son palabras cuyos significados son absolutamente idénticos, por lo tanto para ellos no existe la sinonimia.

  2. Sinonimia

    Los signos polisémicos son los que representan la misma forma externa y distinto significado, es decir, un solo significante y varios significados como: gata (animal, instrumento mecánico), prima (pariente, pago), etc.

    La polisemia ha sido considerada como:

    – Un defecto, pues es un fenómeno que produce imprecisión y ambigüedad comunicativa.

    – Una virtud de las lenguas naturales, porque es la aplicación del principio de economía lingüística (hay que aprender menor número de significantes para expresar significados) y que además es una recurso técnico que permite establecer relaciones asociativas y deslizamientos semánticos de todo tipo, con lo que se consigue valores expresivos y de estilos, importantes en la poesía, en la propaganda y escritos humorísticos.

    Las palabras aisladas (gato, hoja, pluma…) podrán tener uno o varios significados, pero en el uso lingüístico sólo adquieren un valor preciso, el contexto determina la fijación del significado en la situación lingüística:

    – Los árboles tienen hojas.

    – He roto la hoja de mi cuaderno.

    El funcionamiento de un signo como polisémico depende de la intención de los sujetos hablantes; es decir, que sólo hay polisemia a condición de que los hablantes quieran que la haya, o se sirvan de ella como recurso expresivo o lúdico, como:

    a. – Mamá, las lentejas se están pegando.

    – Déjalas que se maten, hija.

    b. – ¿Por qué corren tanto esos ciclistas?, pregunta un borracho.

    – Por ganar una copa, le contestan.

    – ¿Qué? Yo por menos de una botella ni me muevo, dice él.

  3. Polisemia
  4. Homonimia

Es una variedad de la polisemia. Está referida a una serie de palabras que presentan iguales significantes y que poseen distintos significados. Las palabras homónimas pertenecen a categorías gramaticales diferentes: vino (sustantivo)/ vino (verbo), o presentan distinta ortografía, aunque tengan la misma pronunciación: vaca/baca.

Por lo tanto existen dos tipos de palabras homónimas:

  1. Homónimas que tienen igual ortografía y pronunciación, y que pertenecen a categorías gramaticales distintas: canto (verbo)/canto (sustantivo), honda (sustantivo)/ honda (adjetivo).
  2. Homónimas que tienen igual pronunciación, pero distinta ortografía: honda/onda, ola/hola.
  1. Antonimia

Las palabras antónimas son aquellas que poseen significado opuesto y significante diferente. Son llamados relaciones de oposición y se distinguen tres tipos de ellas:

  1. Complementarios: Son los signos que se refieren a una noción conceptual referida a una realidad "dividida en dos partes", de tal forma que si no se da una, ha de darse necesariamente la otra: encendido-apagado, lícito-ilícito, unido-desunido, masculino-femenino…
  2. Antónimos propios: Son los signos que se refieren a una realidad "dividida en más de dos partes", de tal forma que la ausencia de uno, no exige la presencia del otro, sino que la relación que media entre los signos antónimos admite graduación: alto-bajo, grande-pequeño, largo-corto, joven-viejo…
  3. Recíprocos: Son los signos que presentan una relación de implicación; para que se dé uno, tiene que darse obligatoriamente el otro: padre-hijo, profesor-alumno, vencedor-vencido, recibir-entregar…

* Existe también la antonimia gramatical que consiste en formar el antónimo de su vocablo, pero manteniendo el mismo radical o raíz y para ello se usan los prefijos o se les suprimen: útil-inútil, hecho-deshecho, desvestido-vestido, completo-incompleto…

  1. Son las palabras cuyo significado tiene mayor amplitud o extensión con relación a otras. Las palabras más generales se llaman hiperónimas y las más concretas hipónimas: vegetal-flor-rosa, animal-mamífero-perro…

  2. Hiperonimia
  3. Paronimia

Se llama así a la semejanza de significantes que hay entre dos palabras que tienen diferentes significados. No debe confundirse con la homonimia, ya que éstos tienen el mismo significante. Algunos ejemplos de paronimia: víscera-visera, diferencia-deferencia, actitud-aptitud…

7. INMUTABILIDAD Y MUTABILIDAD DEL SIGNO

A. INMUTABILIDAD

Si, en relación a la idea que representa, el significante aparece como libremente elegido, en cambio, en relación a la comunidad lingüística que lo emplea, no es libre, es impuesto. La masa social no es consultada y el significante escogido por la lengua no podría ser reemplazado por otro. Este hecho, que parece encerrar una contradicción, podría llamarse familiarmente «la carta forzada». Se dice a la lengua: «¡Elige!», pero se añade: «Será ese signo y no otro». Un individuo sería incapaz, aunque quisiera, no solamente de modificar algo en la elección ya hecha, sino que la masa misma no puede ejercer su soberanía sobre una sola palabra; está ligada a la lengua tal como es.

La lengua, por tanto, no puede ser asimilada a un contrato puro y simple, y precisamente por este lado el signo lingüístico es particularmente interesante de estudiar; porque si se quiere demostrar que la ley admitida en una colectividad es una cosa que se sufre, y no una regla libremente consentida, es la lengua la que ofrece la prueba más definitiva dé ese hecho.

Veamos pues cómo escapa a nuestra voluntad el signo lingüístico, y saquemos luego las importantes consecuencias que derivan de este fenómeno.

En cualquier época, y por muy alto que nos remontemos, la lengua aparece siempre como una herencia de la época precedente. El acto por el que, en un momento dado, se habrían distribuido los nombres para las cosas, el acto por el que se habría pactado un contrato entre los conceptos y las imágenes acústicas, ese acto podemos concebirlo, pero jamás ha sido comprobado. La idea de que las cosas habrían podido suceder así nos es sugerida por nuestro vivísimo sentimiento de lo arbitrario del signo.

1. El carácter arbitrario del signo. Vemos que, lo arbitrario mismo del signo pone a la lengua al abrigo de cualquier tentativa que tienda a modificarla. Aunque fuera más consciente de lo que es, la masa no podría discutirla. Porque para que una cosa sea cuestionada, es necesario que se apoye sobre una norma razonable. Se puede debatir, por ejemplo, si la forma monógama del matrimonio es más razonable que la forma polígama y presentar razones a favor de una o de otra. También se podría discutir un sistema de símbolos, porque el símbolo tiene una relación racional con la cosa significada; pero por lo que se refiere a la lengua, sistema de signos arbitrarios, esta base falta, y con ella desaparece todo terreno sólido de discusión; no hay ningún motivo para preferir soeur a sister, Ochs a boeuf, etc.

2. La multitud de signos necesarios para constituir cualquier lengua. El alcance de este hecho es considerable. Un sistema de escritura compuesto de veinte a cuarenta letras puede, en rigor, ser reemplazado por otro. Lo mismo ocurriría con la lengua si encerrara un número limitado de elementos; pero los signos lingüísticos son innumerables.

3. El carácter demasiado complejo del sistema. Una lengua constituye un sistema. Porque ese sistema es un mecanismo complejo; sólo se puede captar mediante la reflexión; incluso los mismos que hacen uso cotidiano de él lo ignoran profundamente. Podría concebirse tal cambio sólo gracias a la intervención de especialistas, gramáticos, lógicos, etc.; pero la experiencia muestra que, hasta ahora, injerencias de esta naturaleza no han tenido ningún éxito.

4. La resistencia de la inercia colectiva a toda innovación lingüística. La lengua es, en cada momento, asunto de todo el mundo; difundida en una masa y manejada por ella, es una cosa de la que todos los individuos se sirven durante todo el día. Las prescripciones de un código, los ritos de una religión, las señales marítimas, etc., no ocupan más que a cierto número de individuos a la vez y durante un tiempo limitado; en la lengua, en cambio, todos y cada uno participamos en ella en todo momento, y por eso la lengua sufre sin cesar la influencia de todos.

B. MUTABILIDAD

El tiempo, que asegura la continuidad de la lengua, posee otro efecto, contradictorio en apariencia con el primero: el de alterar más o menos rápidamente los signos lingüísticos y, en cierto sentido, puede hablarse a la vez de la inmutabilidad y de la mutabilidad del signo.

En última instancia, los dos hechos son solidarios: el signo está en condiciones de alterarse porque se continúa. Lo que domina en toda alteración es la persistencia de la materia antigua; la infidelidad al pasado es sólo relativa. Por eso, el principio de alteración se funda en el principio de continuidad.

La alteración en el tiempo adopta diversas formas, es importante destacar lo siguiente:

En primer lugar, no nos equivoquemos sobre el sentido que aquí damos a la palabra alteración. Podría hacer creer que se trata especialmente de los cambios fonéticos sufridos por el significante, o bien, de los cambios de sentido que afectan al concepto significado. Este enfoque sería insuficiente.

Cualesquiera que sean los factores de alteraciones, actúen aisladamente o combinados, siempre conducen a un desplazamiento de la relación entre el significado y el significante.

He aquí algunos ejemplos. El latín necare, que significa «matar», se ha convertido en francés en noyer [ahogar], con el sentido que todos conocemos. Imagen acústica y concepto, los dos han cambiado; pero es inútil distinguir las dos partes del fenómeno; basta con comprobar in globo que el lazo de la idea y del signo se ha relajado y que ha habido un desplazamiento en su relación.

Si en lugar de comparar el ne-cáre del latín clásico con nuestro francés noyer, lo oponemos al necare del latín vulgar de los siglos IV o V, que significa «ahogar», el caso es algo diferente; pero también aquí, aunque no haya alteración apreciable del significante, hay desplazamiento de la relación entre la idea y el signo.

Una lengua es radicalmente impotente para defenderse contra los factores que desplazan a cada momento la relación del significado y del significante. Ésta es una de las consecuencias de la arbitrariedad del signo.

La continuidad, del signo en el tiempo, ligada a la alteración en el tiempo, es un principio de semiología general; su confirmación puede encontrarse en los sistemas de escritura, en el lenguaje de los sordomudos, etc. Pero, ¿en qué se funda la necesidad del cambio? Quizá se nos reproche no haber sido tan explícitos en este punto como sobre el principio de la inmutabilidad: es que no hemos distinguido los diferentes factores de alteración; habría que considerarlos en su variedad para saber hasta qué punto son necesarios.

Las causas de la continuidad están a priori al alcance del observador; no ocurre lo mismo con las causas de alteración a través del tiempo. Más vale renunciar provisionalmente a dar cuenta exacta de ellas y limitarse a hablar en general del desplazamiento de las relaciones; el tiempo altera todo; no hay razón para que la lengua escape a esta ley universal.

Recapitulemos ahora las etapas de nuestra demostración, refiriéndonos a los principios establecidos en la introducción.

1° Distinguimos que representa el lenguaje, dos factores: la lengua y el habla. La lengua es para nosotros el lenguaje menos el habla. Es el conjunto de los hábitos lingüísticos que permiten a un sujeto comprender y hacerse comprender.

2° Pero esta definición deja todavía a la lengua al margen de su realidad social; hace de ella una cosa irreal, puesto que no comprende más que uno de los aspectos de la realidad, el aspecto individual; es menester una masa hablante para que haya una lengua.

3° Como el signo lingüístico es arbitrario, parece que la lengua, así definida, es un sistema libre, organizable a capricho, que depende únicamente de un principio racional. Su carácter social, considerado en sí mismo, no se opone precisamente a este punto de vista. Sin duda, la psicología colectiva no opera sobre una materia puramente lógica; habría que tener en cuenta todo lo que hace desviarse a la razón en las relaciones prácticas de individuo a individuo.

8. LEY SINCRÓNICA Y LEY DIACRÓNICA

Veamos a continuación algunos ejemplos tomados del griego, en los que las «leyes» de los dos órdenes están confundidas adrede:

  1. Las sonoras aspiradas del indoeuropeo se han vuelto sordas aspiradas: *dhumos -> thunós, «soplo de vida», *bhero —> phéro, «yo llevo», etc.
  2. El acento nunca pasa más allá de la antepenúltima.
  3. Todas las palabras terminan por una vocal o por 5, n, r, con exclusión de cualquier otra consonante.
  4. s inicial ante una vocal se ha convertido en h (espíritu áspero): *septm (latín septem) – > heptá.
  5. m final se ha convertido en n: *jugom -> zugón (cf. latín jugum). Las oclusivas finales han caído: *gunaik –> gúnai, *epheret -> éphere, *epheront -> épheron.

La primera de estas leyes es diacrónica: lo que era dh se ha vuelto th, etc. La segunda expresa una relación entre la unidad de la palabra y el acento, una especie de contrato entre dos términos coexistentes: es una ley sincrónica. Lo mismo ocurre con la tercera, puesto que concierne a la unidad de la palabra y su fin. Las leyes 4, 5 y 6 son diacrónicas: lo que era s se ha vuelto h; n ha reemplazado a m; t, k, etc., han desaparecido sin dejar rastro.

Hay que observar además que 3 es el resultado de 5 y 6; dos hechos diacrónicos han creado un hecho sincrónico. Una vez separadas estas dos categorías de leyes, se verá que 2 y 3 no son de igual naturaleza que 1, 4, 5, 6.

La ley sincrónica es general, pero no imperativa. Indudablemente se impone a los individuos por la coacción del uso colectivo, pero aquí no consideramos una obligación referida a los sujetos hablantes. Queremos decir que en la lengua ninguna fuerza garantiza el mantenimiento de la regularidad cuando reina en algún punto. Expresión siempre de un orden existente, la ley sincrónica da cuenta de un estado de cosas: es de la misma naturaleza que la que constataría que los árboles de un jardín están dispuestos al tresbolillo. Y el orden que define es precario, precisamente porque no es imperativo. Así, no hay nada más regular que la ley sincrónica que rige el acento latino (ley exactamente comparable a 2); sin embargo, este régimen acentual no resistió los factores de alteración, y cedió ante una ley nueva, la del francés. En resumen, si en sincronía se habla de ley, es en el sentido de disposición, de principio de regularidad.

La diacronía supone, por el contrario, un factor dinámico por el que se produce un efecto, por el que se ejecuta una cosa. Pero este carácter imperativo no basta para que se aplique la noción de ley a los hechos evolutivos; sólo se habla de ley cuando un conjunto de hechos obedecen a la misma regla, y, a pesar de ciertas apariencias en contra, los sucesos diacrónicos tienen siempre un carácter accidental y particular.

Por los hechos semánticos, nos damos cuenta de ello inmediatamente; si el francés poutre, «juramento», ha tomado el sentido de «trozo de madera, viga», ello es debido a causas particulares y no depende de otros cambios que hayan podido producirse al mismo tiempo: no es más que un accidente de los muchos que registra la historia de una lengua. Para las transformaciones sintácticas y morfológicas, la cosa no es tan clara a primera vista. En cierta época, casi todas las formas del antiguo caso sujeto desaparecieron en francés: ¿no se da ahí un conjunto de hechos que obedecen a la misma ley? No, porque todos no son otra cosa que las manifestaciones múltiples de un solo y mismo hecho aislado. Fue la noción particular del caso sujeto lo que quedó afectado y su desaparición implicó, naturalmente, la de toda una serie de formas.

Resumiendo: los hechos sincrónicos, sean los que fueren, presentan cierta regularidad, pero no tienen ningún carácter imperativo; los hechos diacrónicos, por el contrario, se imponen a la lengua, pero no tienen nada de general.

8. CONSECUENCIAS DE LA CONFUSIÓN DE LO SINCRÓNICO Y DE LO DIACRÓNICO

Pueden presentarse dos casos:

a) La verdad sincrónica, parece ser la negación de la verdad diacrónica, y si se miran las cosas superficialmente, se pensará que hay que elegir; de hecho no es necesario; una de las verdades no excluye a la otra. Si dépit significó en francés «desprecio», eso no le impide tener en la actualidad un sentido completamente diferente; etimología y valor sincrónico son dos cosas distintas. E igualmente, la gramática tradicional del francés moderno enseña que, en ciertos casos, el participio presente es variable y concuerda como un adjetivo (cf. «une eau courante») y que en otros, es invariable (cf. «une personne courant dans la rue»).

Pero la gramática histórica nos muestra que no se trata de una sola y misma forma: la primera es la continuación del participio latino (currentem) que es variable, mientras que la otra procede del gerundio ablativo invariable (currendo). La verdad sincrónica ¿contradice a la verdad diacrónica, y hay que condenar a la gramática tradicional en nombre de la gramática histórica? No, porque eso sería ver sólo la mitad de la realidad; no hay que creer que el hecho histórico importe solo y baste para constituir una lengua. Indudablemente, desde el punto de vista de los orígenes, hay dos cosas en el participio courant; pero la conciencia lingüística las acerca y no reconoce en ellas más que una: esta verdad es tan absoluta e irrefutable como la otra.

b) La verdad sincrónica concuerda de tal modo con la verdad diacrónica que se las confunde, o bien se juzga su lado de amícus, inimicus, etc. Se formula con ley diciendo que la a de fació se vuelve i en conficio ya no esta en la primera sílaba. Eso no es exacto: la a de facio nunca se ha «vuelto» i en conficio. Para restablecer la verdad hay que distinguir dos épocas cuatro términos: se mero facio-confacio; luego, habiéndose transformado con facio en conficio, mientras que fació subsistía sin cambio, pronuncio facio— conficio.

Si se ha producido un «cambio» es entre confació y conficio; ahora bien, la regla, mal formulada, no mencionaba siquiera al primero. Luego, al lado de este cambio, naturalmente diacrónico, hay un segundo hecho absolutamente distinto del primero y que concierne a la oposición puramente sincrónica entre fació y conficio. Uno se siente tentado a decir que no es un hecho, sino un resultado. Sin embargo, es ciertamente un hecho en su orden, e incluso todos los fenómenos sincrónicos son de esa naturaleza. Lo que impide reconocer el verdadero valor de la oposición fació—conficio es que no es muy significativa. Pero considérense las parejas Gast—Gäste, gebe—gibt, se verá que tales oposiciones son también resultados fortuitos de la evolución fonética, pero que no por ello dejan de constituir, en el orden sincrónico, fenómenos gramaticales esenciales. Como por otro lado estos dos órdenes de fenómenos se encuentran estrechamente ligados entre sí, condicionando uno al otro, se termina por creer que no merece la pena distinguirlos; de hecho la lingüística los ha confundido durante decenas de años sin darse cuenta de que su método no valía nada.

Este error se manifiesta con evidencia, sin embargo, en ciertos casos. Así, para explicar el griego phuktós, podría pensarse que basta con decir: en griego g o kh cambian en k ante consonantes sordas, expresándolo por correspondencias sincrónicas, tales como phugefn: phuktós, lékhros: léktron, etc.

9. CONCLUSIONES

De este modo la lingüística se encuentra aquí ante su segunda bifurcación. Primero hubo que elegir entre la lengua y el habla; henos aquí ahora en la encrucijada de rutas que conducen, una a la diacronía, otra a la sincronía.

Una vez en posesión de este doble principio de clasificación puede añadirse que todo lo que es diacrónico en la lengua lo es solamente por el habla. Es en el habla donde se encuentra el germen de todos los cambios: cada uno de ellos es lanzado primero por cierto número de individuos antes de entrar en el uso. El alemán moderno dice: ich war, wir waren mientras que el antiguo alemán, hasta, el siglo XVI, conjugaba ich was, wir waren (el inglés dice todavía I was, we, were). ¿Cómo se ha realizado esta substitución War por was? Algunas personas, influidas por waren, crearon war por analogía: era éste un hecho del habla; esta forma, repetida con frecuencia, y aceptada por la comunidad, se convirtió en un hecho de lengua.

Pero no todas las innovaciones del habla tienen el mismo éxito, y mientras sigan siendo individuales no hay que tenerlas en cuenta, dado que nosotros estudiamos la lengua; sólo entran en nuestro campo de observación en el momento en que la colectividad las acoge.

Un hecho de evolución va siempre precedido por un hecho, o mejor por una multitud de hechos similares en la esfera del habla: esto no debilita en nada la distinción establecida más arriba, la confirma incluso, puesto que en la historia de toda innovación siempre hay dos momentos distintos: 1.º, aquel en que surge en los individuos; 2.°, aquel en que se convierte en un hecho de lengua, idéntico exterior-mente, pero adoptado por la colectividad.

El siguiente cuadro indica la forma racional que debe adoptar el estudio lingüístico:

Hay que reconocer que la forma teórica e ideal de una ciencia no siempre es la que le imponen las exigencias de la práctica. En lingüística estas exigencias son más imperiosas que en cualquier otra parte; en cierta medida excusan la confusión que actualmente reina en estas investigaciones. Incluso si las distinciones aquí establecidas fueran admitidas de una vez por todas, quizá no pudiera imponerse en nombre de ese ideal una orientación precisa a las investigaciones.

Así, en el estudio sincrónico del francés antiguo, el lingüista opera con hechos y principios que nada tienen en común con aquellos que le haría descubrir la historia de esa misma lengua entre los siglos XIII y XX: en cambio, son comparables a los que revelaría la descripción de una lengua bantú actual, del griego ático de 400 años antes de Cristo o finalmente del francés de hoy. Y es que esas diversas exposiciones descansan en relaciones similares; si cada idioma forma un sistema cerrado, todos suponen ciertos principios constantes, que se encuentran pasando de uno a otro, porque nosotros seguimos estando en el mismo orden.

No ocurre de otro modo con el estudio histórico: recórrase un período determinado del francés (por ejemplo, del siglo XIII al XX), o un período del japonés, o de cualquier lengua: en todas partes se opera sobre hechos similares que bastaría relacionar para establecer las verdades generales del orden diacrónico. Lo ideal sería que cada sabio se consagrara a una u otra de estas investigaciones y abarcara la mayor cantidad de hechos posible en ese orden; pero es muy difícil poseer científicamente lenguas tan diferentes.

Por otra parte, cada lengua forma prácticamente una unidad de estudio, y la fuerza de las cosas nos lleva a considerarlas alternativamente estática o históricamente. Pese a todo, no hay que olvidar nunca que, en teoría, esa unidad es superficial, mientras que la disparidad de los idiomas oculta una unidad profunda. Ya se incline la observación en el estudio de una lengua hacia un lado o hacia otro, es absolutamente preciso situar cada hecho en su esfera y no confundir los métodos.

Las dos partes de la lingüística asi delimitadas constituirán sucesivamente el objeto de nuestro estudio.

La lingüística sincrónica se ocupará de las relaciones lógicas y psicológicas que unen términos coexistentes y que forman sistema, tal como son percibidos por la misma conciencia colectiva.

La lingüistica diacrónica estudiará por el contrario las relaciones que unen términos sucesivos no percibidos por una misma conciencia colectiva, y que se substituyen unos por otros sin formar sistema entre sí.

BIBLIOGRAFÍA

  • GUTIERREZ, Marco y RODRÍGUEZ, Sergio. Lengua y literatura 3, Ediciones Quilca. 1984. Lima Perú.
  • AGUILAR CLAROS, César Guillermo. Concepción científica del mundo, Universidad Nacional José Faustino Sánchez Carrión.
  • TOVAR, Delia. Castellano y Literatura, Master en administración educacional I.U.P.E.B.
  • GONZÁLEZ DE ZAMBRANO Norma. Master en Linguistica. I.U.P.C Prfra. Escuela de artes visuales. Teduca / Santillana. 1988. Caracas Venezuela.
  • ALBOUKREK, Aaron. Consultor Larousse. Director Editorial para América Latina. Primera edición, México.

 

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