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Comunicación Política en América Latina: Bolivia (página 2)


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Veamos las condiciones. Asumiendo como dato que la democratización trajo consigo en Bolivia innegables avances en materia de participación política, resulta evidente que la excepcional victoria electoral de Evo Morales se asienta en (se explica por) un agitado escenario de crisis terminal con horizonte de cambio.

Crisis del modelo neoliberal que aplicó ortodoxas políticas de estabilización y de ajuste estructural en dos generaciones de reformas, pero no supo dar respuesta a los estructurales problemas de marginalidad, pobreza y exclusión; crisis del modelo de democracia pactada que había producido cinco sucesivos gobiernos de coalición multipartidista -"de derechas"-, mas sucumbió por la pérdida de credibilidad de una partidocracia especialista en usar el poder en beneficio propio; crisis del modelo de (des)integración social, también, que reconoció derechos y se asumió pluri-multi, pero siguió llevando consigo una profunda huella racial de discriminación y desprecio.

Se requería cambio, en consecuencia, mucho cambio: en la economía, en la sociedad, en la política… O como dice la canción: "cambia lo superficial, cambia también lo profundo".

El estilo de Evo

En tal escenario, propicio para las rupturas, ¿cuáles fueron los modos de comunicación política de Evo Morales? ¿Por qué tuvo credibilidad ante el electorado boliviano respecto a sus contendientes, esos que agitaban banderas de miedo combinadas con guerra sucia? Si hubiese que identificar una cualidad, que no estilo, en la interpelación/discurso del ayer candidato y hoy Presidente Morales parece necesario distinguir, como premisa, la temporalidad del contenido, por un lado, y la expresividad de la forma, por otro.

En materia de contenido Evo combinó bien dos códigos: el de la historia larga, con una interpelación al Estado Colonial (513 años), y el de la historia corta, con una crítica al modelo neoliberal (dos décadas). Sobre esa base pudo cimentar, como propuesta y discurso, un ambicioso horizonte de transformación, que no otra cosa representan él mismo y el MAS ante un sistema político tradicional en franca situación de anemia, con descomposición por sobredosis de mugre.

Revolución en democracia, entonces, con tres consignas que expresan la demanda social: nacionalización de los recursos naturales, en especial de los hidrocarburos (esto es, apuesta por un Estado fuerte); Asamblea Constituyente, para hacer un nuevo pacto social que, esta vez, a diferencia de la creación de la República, incluya a las mayorías; y lucha por la Segunda Independencia, por una nación "soberana, digna y productiva", como rezaba el título del plan de gobierno del MAS. Refundar Bolivia, en fin. Cambio estructural. Revolución cultural democrática.

Discurso convincente, qué duda cabe, para un electorado mayoritariamente hastiado de la herencia colonial y del "radicalismo neoliberal". ¿Y los contendientes? El principal de ellos, Jorge Tuto Quiroga, de PODEMOS (heredero del ex dictador Banzer), parecía atrapado, en nombre del orden, en la advertencia acerca de los peligros de Evo, limitando su oferta electoral a la prolongación del moribundo modelo. Nada atractivo, claro, como se demostró en la votación. Pero a diferencia de anteriores comicios, donde los candidatos principales ofrecían más o menos lo mismo, esta vez hubo un abismo entre los proyectos de Evo y de Tuto. Y la población eligió.

¿Qué pasa con la forma? ¿Cuál es la manera de comunicarse de Evo con la gente? Va una comparación: el estilo de comunicación política del Presidente Morales es como su vestimenta (ésa, la de su simpática/simbólica chompa de la gira internacional): sencillo y repetitivo, pero asaz auténtico (que no autóctono). Y es que si hay algo que caracteriza la faena comunicativa de Evo es una bien lograda mezcla de convicción con simplicidad. Dice lo que piensa, aunque piense desordenado. Cree lo que dice, aunque hable disperso.

Tremendo quiebre. En un país (mal)acostumbrado a la promesa fácil y la consigna vacía, escuchar a un líder político con lenguaje fácil y mensaje directo, más allá de la viabilidad de sus propuestas, significa sin duda una saludable señal de renovación. Hay autoridad en sus palabras. Hay coherencia. Lo demostró ampliamente, aquel inolvidable 22 de enero, en su prolongado discurso de posesión como Presidente de la República. Un genuino memorial de agravios (contra la desigualdad, la humillación y el saqueo) con sed de justicia.

Un hombre raro

¿Cuál es la imagen que proyecta Evo Morales candidato/Presidente? ¿Resulta acaso sustancialmente distinta respecto a los anteriores líderes políticos en Bolivia o, más todavía, de aquellos que practicaron similar estilo de hacer política? Hay distancia, claro, digamos que hasta brecha.

De entrada se trata de una imagen forjada en las difíciles arenas de la lucha sindical de protesta y resistencia, desde la sociedad civil, contra el Estado. Evo no es un hombre del poder. Estamos más bien, por origen y principios, ante un outsider de la política boliviana: un anti-sistémico que, dotado de un rugoso instrumento político (el MAS), incursionó en el sistema para ganarle bajo sus propias reglas. Una vertiginosa carrera político-electoral que tuvo el 18 de diciembre, con ese inédito 54 por ciento, una notable recompensa en términos de mandato con legitimidad.

Pero la imagen de Evo, y aquí anida su especificidad, no se limita al liderazgo en territorio nacional. El indígena Morales Aima no le habla solo a Bolivia, sino al mundo. No de otra forma se entiende que, en ese profundo ceremonial de investidura en Tiahuanaco, haya anunciado/asumido, nada menos, el inicio de una "nueva era" para los pueblos indígenas y originarios de América allí representados. El hoy Presidente Evo, pues,  expresa una imagen de lucha y esperanza. Más todavía: Evo es un símbolo.

¿Significa esto que Morales proyecta una imagen positiva del poder indígena, en especial en las naciones de la región andina? Resulta prematuro decirlo. Lo evidente, en todo caso, es que los pueblos indígenas de la (sub)región tienen en Evo la demostración concreta -que no solo promesa- de que es viable, por la vía electoral, pasar de la resistencia al poder y, desde allí instalados, se puede impulsar una revolución en democracia. Las expectativas son enormes. El resultado, claro, tratándose de un proceso, es todavía incierto. Ahí está esa frustrada incursión en el gobierno del Movimiento Pachacuti como una buena/mala señal de advertencia.

Pero Evo manifiesta también otra imagen: la del líder de la otra globalización, de la globalización alternativa, de ese movimiento global-local que sueña/promete que "otro mundo es posible". Mucho por construir, pero paradójicamente con ladrillos anti: antineoliberalismo, antiimperialismo, anti(neo)colonialismo.

Hablemos del porvenir

Ahora bien, ¿qué representa un gobierno de Morales en un país como Bolivia y en el contexto regional-internacional? ¿Estamos acaso en el umbral de un proceso de transformación que, como la Revolución Nacional de 1952, marcará el próximo medio siglo -los siguientes 500 años, dice Evo- boliviano? Graffiti en Quito, ayer: "cuando creíamos tener todas las respuestas, nos cambiaron las preguntas". Graffiti en La Paz, hoy: "cuando creíamos tener todas las preguntas, nos cambian las respuestas". Hecho.

Ya se ha dicho. Más que partido (tradicional), el Movimiento al Socialismo (MAS) es un instrumento político de los movimientos sociales y de los pueblos indígenas y originarios. La diferencia no es irrelevante. Y no lo es porque esta identidad corporativa/étnico-cultural altera la naturaleza de la representación y, más todavía, convertido el MAS en fuerza dominante, remueve los cimientos de ese sistema político que, hoy en escombros, se erigió en Bolivia desde 1985. Hay, pues, no solo un sostenido empoderamiento de la sociedad civil, sino también una interpelación al modelo vigente de democracia liberal-representativa. Esta inflexión, en consecuencia, bien puede conducirnos a una democracia de nuevo cuño, digamos ampliada o, si acaso, híbrida.

Pero la mutación también alcanza al Estado, con especial énfasis en su relación con el mercado y el modelo de desarrollo. Si hasta aquí, para no ir más atrás, tras 30 años de esquema nacional-popular y otros 20 de neoliberalismo, hemos asistido en Bolivia a una oscilante presencia estatal en la sociedad y en la economía, ahora la apuesta impulsada por Evo Morales tiene que ver con una suerte de reconstrucción/retorno del Estado como protagonista. No a la vieja usanza de los estados desarrollistas, ojalá, sino en un cauce -en palabras de Sousa Santos- del Estado como "novísimo movimiento social", si acaso ello fuese posible. En tal cometido, la cualidad de interculturalidad y la demanda de autonomías constituyen más que una sola búsqueda o impostergable tentación.

Ahora bien, esta revolución en democracia, ¿modifica(rá) algo, o mucho, en el agresivo tablero de la globalización, la estructural condición de subordinación/dependencia, en lo económico, y de tutelaje, en lo político, de una nación boliviana situada "en la periferia de la periferia"? Y es que, pese al cambio, la inserción externa de Bolivia, como país y en los esquemas de integración subregional, continúa siendo insegura. Como lo es la declarada vinculación de Evo con el bloque progresista, por un lado, del binomio Lula-Kirchner (MERCOSUR, gas) y, por otro, del eje La Habana-Caracas (ALBA, gas). Y lo que ello signifique en la siempre compleja-conflictiva relación con los Estados Unidos de Bush-Condolezza (TLC, seguridad, coca-cocaína).

Bolivia 2006. Bolivia es una fiesta. ¿Qué diferencia hace tener en el poder, por primera vez, a un indígena? Para empezar, eso que llamamos pueblo (auto)asumido como sujeto de su propia historia. No es poca cosa. Hay inclusión y empoderamiento. Hay continuidad y, sobre todo, rupturas. Y no solo es cuestión de estilo, claro, sino un notable cambio de hábitos, símbolos, principios que, en este caso, contra lo que siempre se dijo, hacen al monje.

"Mandar obedeciendo", dijo Evo en su posesión haciendo suyas las palabras del subcomandante Marcos. Pero hay escollos, claro, núcleos duros. Habitan privilegios, resistencias. Hay oposición desleal, poderosos intereses. Y existen también, nunca sobrará la advertencia, tentaciones hegemónicas. Persisten sentires y prácticas caudillistas. Está ahí una espesa cultura política autoritaria. Hay inconsistencias. Como sea, prefiero el optimismo, me quedo con la esperanza. Para seguir creyendo, para seguir soñando.

 

 

 

 

Autor:

José Luis Exeni R.

Revista Chasqui

Centro Internacional de Estudios Superiores de Comunicación para

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