Ordené a la tripulación a que descansaran en sus camarotes. Pensé que deberían recibir la muerte durmiendo plácidamente. Los oficiales y yo nos quedamos en la sala del periscopio. Con todas las incomodidades respiratorias, por la falta de oxigenación, recorrí los compartimientos. Los marineros respiraban con dificultad, pero no se les veía agónicos. Al regresar a la sala del periscopio, encontré a mis oficiales dormidos. Puse mis manos en sus narices. Aún respiraban. Estaban desmayados. Me olvidé de respirar por el balón de oxígeno que tenía. Recordé la sugerencia del subalterno. Me puse a rezar. Le pedí a Dios por la salvación de nuestras vidas. Pero solamente Dios y yo, sabíamos que quería vivir para matar al Presidente Dictador. La cólera de morir, al descubrir las secretas injusticias del anciano malvado, perturbaban mis oraciones. Ya no sabía que pedirle a Dios. Pensé que a Dios no se le pide venganzas o maldades. Menos la muerte de otros. Se me hacía difícil dejarlo todo en las manos de la voluntad divina. Sentí que la muerte se hacía presente para llevarme a su lado. Me sentía agónico, con fuertes dificultades para respirar y tuve la sensación de que mi alma ya no estaba en mi cuerpo. Miré a mi cuerpo como algo ajeno a mi persona. En ese momento me vino a la mente la imagen de la Beata Chilena de mi devoción. "Por qué no me acordé de ella ". Pensé. Entonces le rogué que intercediera por mi alma en el juicio divino.
De pronto toda la sala se iluminó de un color lila. Un lila más hermoso que todos los lilas que había visto en mi vida. Un lila que cuanto más se intensificaba, más aliento me daba para poder respirar. Supuse que era la muerte. Pero yo estaba informado que la luz de la muerte es blanca y se le ve después de pasar por un túnel oscuro. Este lila me daba mucha esperanza, paz, amor y alegría de corazón. De un momento a otro, en la parte superior de la pared de la sala, apareció la imagen de la Beata Chilena, con su carita de anciana buena, caritativa y perdonadora. Con esa cara que siempre pacificó mis envenenamientos afectivos. Me miraba y me miraba. Solamente me miraba como diciéndome:"Qué puedo hacer por ti". Yo no sé porque no atinaba a hablar nada, ni a pensar en nada. Me quedé estático, pero con gozo al estar frente a ella. A los pocos minutos desapareció. Pero la luz lilácea continuó.
Ahora tenía una fuerza de vida increíble. Me dirigí a la bóveda de salida y cerré la puerta de emergencia. Recién me acordé que tenía el balón de oxígeno en mi espalda. Me puse el cordón respiratorio. Subí la escalinata. Con facilidad abrí la escotilla. Entró bruscamente el agua. Sentí la vida. Cerré la tapa. Estaba fuera del submarino. Comenzé a emerger. En mi verticalidad acuática recordé que no me había despedido de los tripulantes.
Cuando estuve en el horizonte marino escuché los ruidos de unos motores y una voz de megáfono"¡Hombre a la vista!, ¡Hombre a la vista! ¡Un sobreviviente del Wilkins!, ¡Rescate por favor!, ¡Rescate en acción!"
Al acercarse el bote motorizado un oficial de rescate, sorprendido, me reconoció:
_¡Capitán!, ¡Usted es el sobreviviente!, ¡Los tripulantes y los oficiales deben estar abajo muertos!
_¿Por qué cree usted que deben estar muertos?_le pregunté, mientras subía al bote y se acercaba la otra nave de rescate.
_¿Quién puede vivir tanto tiempo sin oxígeno? Seguro se les atascó la escotilla o fallaron las máquinas de ascenso. Ya no tarda en llegar, ahorita, la escuadra de buceo de salvataje para sacar a los cadáveres y si se puede al submarino.
No sé porqué, pero yo en ese momento tenía la plena seguridad que abajo en el submarino todos estaban vivos.
_Abajo todos los esperan vivos.
_Ja ja ja ja.No se pase pues, capitán. No cochinee con el alma de los difuntos. Con eso no se juega.
El equipo de salvataje descendió al fondo del mar, encontrando a todos los tripulantes del Wilkins, desvanecidos, pero con vida. Se les rescató y luego, después de arreglar las máquinas de ascenso, elevaron el submarino a la superficie horizontal del mar. Lo mismo hicieron con los cadáveres fondeados.
El milagro de la Beata Chilena dio la vuelta al mundo, llegando a los oídos de la Santa Sede. La cual, después de hacer las investigaciones respectivas, con respecto a la comprobación del hecho sobrenatural, inició el proceso de canonización. Constantemente me vi obligado a hacer las declaraciones necesarias, tanto a organismos religiosos, como a civiles y militares, sobre la veracidad del milagro. Nunca pensé que la beata de mi devoción salvara y cambiara mi vida.
En la misma semana en que se me apareció mi beata en el Wilkins, murió el Presidente Dictador y a los pocos días se solucionó el problema territorial marítimo entre Perú y Chile. Arica quedó para Chile y Tacna para el Perú. El O´Higgins volvía a ser colegio peruano, recobrando su nombre de Miguel Grau. Me llamaron para que continuara como capitán profesor, pero no acepté. Ya no quería ser profesor ni tampoco marino. Al poco tiempo renuncié a la marina. El Arzobispado de Lima me dio un trabajo de agente pastoral. Inicié mi apostolado en Santiago de Chile. Con una multitudinaria romería visité la tumba de la beata. El alma de Ángela Patricia había conseguido que los libros regresaran al Perú. El soldado fósil también retornaba a su patria con su fusil embayonetado. Asímismo ya había regresado el ex presidente al Perú. A Bolivia se le dio un puerto libre en Tacna. El nuevo presidente del sur visitaba cordialmente nuestro país. La Providencia Divina me desarmó la idea del magnicidio, desde el momento de la aparición beatífica. Al enterarme de la muerte del Presidente Dictador, cavilé:"Ya no tenía ganas de matarlo. Esa no era mi misión en la tierra. He dejado de pensar como sus compatriotas".
De lo que si estaba muy sorprendido y desconcertado, era de la acción providencial en mi vida. A mi director espiritual solía hilvanarle, para un mejor asesoramiento, los hechos de mi existencia que creía que habían sido enlazados por una ley superior.
_¿Cómo ve usted padre todo lo que le he contado? De lo que pasó en el O´Higgins a la muerte de Ángela Patricia. De mi viaje a Santiago a la muerte de mi padrino y el hallazgo del soldado. De la misión del Wilkins a la aparición de la beata. Y lo más patético:"La muerte del Presidente Dictador y el fin del problema
entre Perú y Chile".
_Usted me pide que sugiera a esa casa comercial disfrazar de monja o de beata del milagro a la Pequeña Gigante_ se espantaba, con los ojos abiertos, el alcalde de uno de los distritos de Santiago de Chile, ante mi sagrada propuesta.
_Claro, especialmente los niños y toda la gente común de Santiago, que admira y simpatiza con la Pequeña Gigante. Ellos deben ser espiritualizados. Debe tomar conciencia de la acción de Dios en los hombres. No ve usted: Las monjas no solamente viven con las almas difuntas en sus conventos, sino que actúan en la realidad. Tenemos el caso de la beata_ traté de demostrarle al alcalde la racionalidad de mi idea.
_ Oiga todo está muy bonito y suena a muy santito, pero en este mundo todos nos movemos con la plata. Mire con esto de que un chileno ha visto un ovni, sea verdad o mentira, lo que le interesa a la gente es sacar dinero de eso. Igualmente lo harán con ése otro que está caminando sobre las aguas. Es duro que el alcalde lo diga, pero es la realidad. Yo también soy un creyente católico y creo en el milagro del submarino, pero quiero que usted entre en razones. Le voy a explicar. Detrás de esa muñeca gigantesca de madera, están una serie de intereses o beneficios económicos directos e indirectos. Desde ya la municipalidad cobra un impuesto fuerte a la casa comercial que la ha ubicado en la vía pública. El personal que la cuida y la activa, gana por eso. Se están sacando revistas, historietas, afiches, calcomanías, muñecos y dibujos computarizados de ella. Pronto se harán series infantiles y hasta una película de esa marioneta. Las editoriales no tardarán en proponer al ministerio, textos escolares transfondados con capítulos de ese monumento.¿ Y todo por qué? Porque todo el mundo sabe que la muñeca tiene jale con grandes y chicos. ¡Ahora! ¿Qué me dice usted a todo esto?
El alcalde abrió los brazos en espera de una avalancha de palabras, iguales a las que él había pronunciado. Se le veía extenuado.
_Todo ese beneficio puede continuar. ¿Por qué tiene que disminuir o desaparecer si disfrazamos de monja beata a la Pequeña Gigante? No se olvide que la beata ya es famosa con el milagro. Su imagen ha salido en procesión. Pronto será santa.A lo mejor quién sabe……….todo puede crecer más si se acepta mi propuesta. En último caso, si la casa comercial me rechaza, entonces puedo valerme de otra para fabricar mi Santa Pequeña Gigante.
_Ja ja ja ja. No me haga reír. Lo que pasa es que usted es muy idealista. Es raro que un marino o un militar lo sea en este mundo y en estos tiempos.
_Ya no lo soy_ Corregí a la autoridad municipal.
_Ah….sí. Disculpe. Usted ahora es creo……algo así como cura, ¿no?_ me lo dijo en tono burlesco. Seriamente le respondí e intenté probar su vanidad profesional.
_No. Yo soy un agente pastoral. Creo que usted ha sido profesor en nidos infantiles ¿no?
_¡Yo soy un alcalde!. He sido profesor universitario. Nunca lo he sido de nidos infantiles_ me respondió orgulloso y algo enfurecido.
_Disculpe si lo he ofendido.
_No. No me ha ofendido. Más bien usted está mal informado.Y quiero terminar ya con este asunto. La gente de aquí, a lo igual que la de su país, es católica, pero no todos son cucufatos. Transformar una imagen recreativa en una religiosa resultaría aburrido, mojigato y desaptualizado para los menores y los jóvenes que son la mayoría. Les va a fastidiar el hecho de los cantos y los rezos religiosos. No sé si de esto, está informado el Arzobispado o la Conferencia Episcopal. Pero creo que así no más no lo aceptarían, porque lo verían ridículo e irreverente. Confórmese usted con lo que ha conseguido en mi país. Usted ha logrado difundir la devoción en todo Chile. La imagen ha sido engrandecida, y pronto saldrá como santa en la próxima procesión. Libros religiosos se editarán de la vida y milagro de la beata. Su nombre se pondrá en colegios, instituciones, plazas y jirones. Y lo que más nos enorgullece: Chile tendrá otra santa. Y todo gracias a usted. A un peruano que indirecta o directamente vivió la represión del antiguo régimen, pero que por un signo de Dios tuvo esa visión,que……¿Quién sabe? Tal vez la visión pacificó el problema entre su país y el mío. Bueno.Yo ya tengo
que hacer.¿Tiene algo más que decir?_ el alcalde había hablado con mucha mansedumbre. Me miraba con un cansancio depresivo. Apoyé mis brazos en su escritorio y formé un ángulo agudo con mi tórax. Terminé la conversación con detalles históricos.
_ Jesucristo le hizo un milagro al siervo de un capitán romano. No tuvo rencor contra esos romanos que eran los opresores de su pueblo hebreo. Si Jesucristo hubiese sido un inca en la época de la conquista, o un peruano en la época de la Invasión Chilena, seguramente sanaría a un español o a un chileno enfermo. Juana de Arco defendió a su pueblo, por orden divina, del ataque de los ingleses. Inés Suarez participó en la conquista y defensa de Santiago. Santa Rosa de Lima defendió mi ciudad de la agresión pirata. Hermasía Paget protegió a muchos peruanos de la invasión de ustedes a Lima. Ahí están los signos de Dios. Hasta luego, señor alcalde
"La Pequeña Gigante" era una enorme muñeca de madera, como de unos quince metros de altura. Mediante un mecanismo interno movía la cabeza, los brazos, las manos y abría los ojos, simultáneamente con la boca. Gozaba de la simpatía de niños, jóvenes y adultos por su cara sonriente y su vivaz mirada. Estaba programada para realizar diferentes actividades o necesidades humanas. Reía, cantaba, hablaba, dormía y orinaba. Multitudes rodeaban a la Pequeña Gigante, riendo y aplaudiendo cada detalle de su desplazamiento infantil. Familias enteras compartían su tiempo libre con las infantiladas de la niña robotizada.
Muñecas similares de ese tamaño, se veían en los festivales y carnavales europeos. Pareciera que el hecho de poner a la Pequeña Gigante en un lugar público de Santiago, significaba para los chilenos identificarse con el costumbrismo lúdico de sus ancestros. Otra de las opciones, podía ser, el revivir la inocencia infantil o la pureza de la niñez, perdida por la inmoralidad social gravitante en la actualidad. Una tercera, indudablemente, era la visión materialista que me hizo resaltar el burgomaestre santiaguino.
Su corteza tenía una fragancia de libertad, sembrada en la democracia que deja vivir con esperanza aplastando la maleza de la antigua dictadura.
"La Pequeña Gigante" se popularizó en Chile y en diversos países del mundo. No sé que había detrás de ese vestido o de esos huesos de madera, que magnetizaba a quien la conocía.
Dos seres calmaron las agitaciones enfurecidas de los jóvenes rebeldes al régimen del Presidente Dictador. Una fue "La Beata Chilena" y la otra: "La Pequeña Gigante".
La vida parroquial, no así la espiritual, me resultó muy aburrida después del dinamismo que vivencié en las declaraciones pe-
riodísticas, las entrevistas con muchos curas y monjas, y el viaje a Santiago y al Vaticano para confirmar el milagro.
En Italia me vi con mi primo, el tenor Giuliano Pastrani Díaz. Le conversé sobre mi decisión de ser actor de teatro. Le manifesté que en toda mi existencia había sido el actor del teatro de mi vida. Aproveché para recordarle el festival, haciéndole resaltar la ópera "Sangre y café", donde él actuó.
_Cuando miré uno de los palcos, que bien se te veía con tu smoking de michi blanco, primo. Creo que se te verá mejor con el uniforme de Leoncio Prado.
Esas frases de mi pariente, las tomé como la investidura del arte dramático que yo necesitaba. Sentí el espaldarazo de las tablas histriónicas, concedido por un príncipe del proscenio.
Arribé a Santiago con todos los honores religiosos. Pero mi suerte ya estaba echada. Indudablemente no en la marina ni en la docencia. Yo ya no quería ser un seglar o laico comprometido. Menos aún un futuro sacerdote, como algunos curas me lo sugirieron. Yo quería ser actor de teatro. Ahí encontraría mi vida.
Por segunda vez fui a visitar a "La Pequeña Gigante". Sentía que me jalaba el corazón de niño que aún no perdía. Tenía ganas de ponerme junto a esos santos niños que le hablaban a la Pequeña Gigante. Otros les mostraban sus juguetes y con sus bicicletas daban vueltas en su entorno. Globos, dulces y juegos infantiles deparaban más alegría, de la que tenía, a esa muñeca de madera que en cierta forma representaba a la niñería bufónica de los chilenos.
Algunas personas me miraban. Sentía que comentaban sobre mi presencia. Unos sonreían al verme. No faltaron los "Holas" de fraterna espontaneidad. Pasaron dos muchachos con aspecto de hippies, me miraron, se persignaron y soltaron una vulgar carcajada.
Orgullosamente pensé que ser famoso tiene su precio. Minutos después escuchaba un "clik" fotográfico de un periodista que me observaba. Tres chicas bonitas, acompañadas por un joven, se me acercaron buscándome la amistad. Percibí que le estaba quitando la fama a la Pequeña Gigante.
_¿Señor usted es el que salió en la televisión, no?_ me inició la conversación una de ellas.
_Sí. El mismo o ustedes creen que soy otro_ se rieron. El joven que las acompañaba quiso salir de sus dudas.
_¿Pero es verdad señor lo de la beata y el milagro del submarino?_ antes de responderle, una de las chicas reprendió a su amigo_ Oye.¿Qué te pasa? Estas diciendo que el señor es un mentiroso. Con las cosas de Dios no se juega_ noté que el muchacho se avergonzó. Quise aliviarlo.
_Todos tienen derecho a la duda. Claro que es verdad lo que les conté. ¿O usted cree que es mentira?_ el mancebo se encogió de hombros. Se acercó una muchachita media gordita y chaposa. Clavó sus ojos cafés en los míos. Levantó el lado derecho de sus labios. "¡Bony!". Exclamé sorprendido. Ella yuxtapuso sus manos en el corazón.
_Disculpen. Creo que acá estamos demás_ fue la señal de despedida de los jóvenes.
La abrazé y le dí un beso en la mejilla. La sentí calientita, semejante a un pan salido del horno. El sol caía sobre su cabeza, castañeando más sus cabellos. Poniendo mi brazo en su hombro, la invité a ver a la Pequeña Gigante. Ella aceptó con el descendimiento de su cabeza.
_¿Pero qué pasa? ¿Por qué no hablas? ¿No estás contenta de verme?
Seriamente musitó.
_Claro que sí, Miguel Ángel_ comprendí entonces la razón de su silencio.
_Disculpa, Bony. Lo de Nelson Nataniel era necesario. No era conveniente decirte mi nombre.
_Tampoco era conveniente decir que eras capitán de la marina de guerra o profesor del O´Higgins. Tampoco que me escribieras o que me llamaras alguna vez.
Percibí aflicción en sus palabras.
_Tampoco, Bony. Tampoco. Además ya no soy ni marino, ni profesor.
Como vi que la gente curioseaba de soslayo nuestro diálogo, le propuse abandonar el lugar. Ambos, un poco apenados, le movimos la mano del "adiós" a la Pequeña Gigante. No dejé de abrazarla. La aproximación de su cuerpo me era necesaria. Escuché reír a la gente. Cada vez que dábamos un paso su cabeza se aproximaba a mi mentón. Noté que estaba cojeando.
_Disculpa la impertinencia. ¿Estás herida del pie?
_Estoy herida de por vida. Más claro, coja para toda la vida_ me quedé impactado con la respuesta. No supe que decir. Lamentarlo oralmente podía ofenderla. Darle fuerzas olía a hipocresía. No darle importancia a indiferencia. Mi silencio diplomático lo quebró con una voz de agrio resentimiento al explicarme lo sucedido.
_ Un balazo me cayó en el pie al curiosear a los políticos revoltosos, que ocasionaron desmanes a la muerte del viejito dictador_ otra vez regresó a mí mente la cólera olvidada. Estuve a punto de contarle el intento del magnicidio, pero me controlé y solo me salió un:
_Y todavía le dices viejito a ese malvado que hasta de muerto te ha hecho daño.
_Vamos. Él no tiene la culpa. Ni siquiera los revoltosos o el policía que disparó.
Un espíritu de humildad acaparó su fázica expresión.
_No sé. El destino. Mi suerte. No te voy a echar la culpa a ti, porque no quisiste casarte conmigo y llevarme al Perú.
Sonrosadamente bajé el rostro y luego cambié la conversación indagando al respecto.
_No me vas a decir que no culpas a nadie de tu malestar.
_Al principio, si. Claro que me faltó valor para matarme. Pero después mi abuelo me hizo ver las cosas de una manera diferente.
_¿De qué manera diferente?
_De que mis dolores que tengo en el alma duelen más de los que me ocasiona la cojera de mi pie.
_Gracias a Dios tuviste el apoyo de tu abuelo. Y a propósito,¿cómo está tu abuelo?
_Ahora está en Viña del Mar. Se ha ido por unos días de paseo con sus amigos del club de jubilados.
_O sea estás sola.
_Sí. Estoy sola. Aunque no lo creas.
_¿Y no tienes miedo de estar sola?
_No. El espíritu de mi abuelo me acompaña.
_Eso solamente se dice cuando las personas están muertas.
_No siempre. Eso se dice también cuando las personas ausentes te quieren mucho y te acompañan con el recuerdo_ su creencia llegó a mí como una alusión. Volví a cambiar el tema, atinando a que la vi cansada por la dificultad en el caminar.
_Te invito a almorzar. Vamos a un restaurant.
_Mejor yo te invito a almorzar. Mi casa está sola. La otra vez le robaron a un vecino de al frente.
La casa de Bony era muy acogedora. Pobre, pero pintoresca. Unos balaústres de madera te recibían en la entrada, formando un hall al aire libre. De la pared del fondo caía un farol de estilo colonial. La puerta cremosa, intercalada por unas lunas ahumadas, te daba la bienvenida con la prosapia artística del viejo continente. La sala, igualmente de vetusta como la entrada, estaba decorada con deterioradas pinturas clásicas y esculturillas de bronce. Unos muebles de pata de león llenaban el espacio. En una mesita de centro se encontraban unas fotografías, en sepia,de los antepasados de Bony.
En el almuerzo quise conocer algo de su generación.
_Bony. Disculpa. Quiero conocer más de ti. Aparte de tu abuelo, ¿Tú tienes otros familiares?_ después de digerir algunos alimentos, me contó en síntesis la historia de su vida.
_Cuando yo estaba muy niña, mis padres se separaron. Cada uno buscó su propio compromiso. Mis hermanos mayores se fueron con mi mamá. A mí me dejaron con mi abuelo. Nosotros no somos de Santiago. Toda mi familia es de Cerro Alegre. Un lugar alejado de aquí.
_¿Y te hás acostumbrado a vivir sola con tu abuelo? ¿No visitas a tus demás familiares? ¿No tienes amigos?
_Espera. No me ametralles con tus preguntas. Está bien que hayas sido militar. Ja ja ja ja ja.
_Caramba, al fin te ríes_ enfatizé alegremente. Después de dos horas la veía reír.
_Yo tengo un espíritu solitario. En el colegio tenía muy pocos amigos. En quinto de secundaria tuve un enamorado. Tú fuiste el segundo. Una amiga buena del colegio viene de vez en cuando a visitarme. No necesito a nadie más. Sólo a ti. Hace dos años estuve en
Cerro Alegre. Ahí conocí a mis otros familiares. Mis padres vienen de vez en cuando a verme. Más me llaman por teléfono. Que más puedo decirte. A ver cuéntame tu vida_ noté que el rico almuerzo restante se estaba enfriando por la plática. Propuse entonces terminar de almorzar para empezar mi historia. Dejamos la mesa y nos sentamos en los muebles. Comí de su manzana y de su ciruela chilena. Ella, volviendo a sonreír, me puso una condición.
_Cuéntame tu vida, pero antes de que ingresaras a la marina y al O´Higgins.
_¿Y eso por qué, si se puede saber?
_Porque en el noticiero y en los diarios, a cada rato han repetido tus vivencias en esos lugares. Ja ja ja ja. Mentira te estoy fastidiando. Cuenta todo si quieres.
Le resumí mi biografía y regresé al tema del Presidente Dictador, que mucho me obsesionaba.
_¿Dime, tú no le tienes rencor al anciano presidente por lo que le hizo a muchos compatriotas tuyos?
_Bueno, rencor no tanto. Tal vez sea porque estoy alejada de la política o porque estoy alejada , un poco, de la sociedad. Además en esa época del golpe de estado estaba muy niña. Como dice mi abuelo me falta un poco de identidad nacional.
_¿Tu abuelo si estuvo en contra del Presidente Dictador?
_Un poco no más. Y eso que él en su juventud fue comunista. Pero después se hizo apolítico. También tenemos que reconocer que pese a todo lo malo, el viejito dictador mejoró la economía del país. A mi abuelo le subieron la pensión de jubilado, de la que yo de paso vivo. Hay que ver ahora que hace el nuevo pre-
sidente electo. Además tú no debes tener mucho rencor porque eres santito.
_Yo no soy santito. Yo soy una persona que……_ no me dejó terminar.
_Ja ja ja ja. Te estoy fastidiando. Tú toda te la crees, ¿no?
La tarde transcurrió entre el contar mi experiencia del submarino, los recuerdos del O´Higgins y el festival del teatro y la pantalla. Tomamos lonche viendo en la televisión a Enrique Maluenda en el Hit de la Una, Los Caporales, Los Ángeles Negros, Los Prisioneros, Los Galos, Mirian Hernandez, Don Francisco y un imitador de micrófono. No faltó una telenovela sureña. Cambia-mos de canal cuando el noticiero habló de las Transnacionales de su país en el mío. Luego nos divertimos con la historieta de Condorito. Me acordé del payaso Pimbolo, compatriota de Bony, que se presentaba de vez en cuando en mi colegio con su papá y su mamá. Ella también lo conocía de su centro de estudios. No me olvidé de mis vecinos chilenos de Surquillo. Leímos sobre los Rotos de Isabel Allende, que eran los haraposos conquistadores venidos del sur con Almagro. Discutímos amigablemente con respecto a que si Isabel era peruana o chilena, o si Lucho Barrios cantó más en la tierra de ella, que en la mía. Finalizamos la tarde comiendo helados Bresler." Perdón Bony, pero me gusta más el Donofrio. ¿Y cuál de las mujeres de Badany te gusta más?". En la noche tomamos vino y un chilenizado Pisco Sour. Cantamos y bailamos la música de Los Liberados. Minutos más tarde descansábamos de la agitación roquera con las baladas de Franco Bardales. Nos sentamos en el confortable y nos besamos largamente hasta excitarnos. Ella me mordía los labios. Yo le tocaba los senos. Sentí que me metió su mano en mis entrepiernas. Me bajó el cierre del pantalón y cuando comenzaba a frotarme el miembro, de pronto me soltó bruscamente. Bajó el rostro. Le busqué su mirada de brillante sexualidad. Sus labios sonaron con alegría.
_Quédate a dormir. No solamente quiero que seas mi hombre por esta noche, sino para toda la vida.
_No puedo. Tengo que ir a la vivienda del arzobispado. Me están esperando.
_Llama por teléfono y diles que no vas a ir esta noche. Acaso estás obligado a quedarte a dormir ahí. Tú eres un hombre libre.
_Por supuesto que sí. Te voy a ser sincero. Vine a Chile con una misión religiosa. La de propagar más la fe y la devoción por la beata, que pronto será santa. Tengo que atestiguar sobre la credibilidad del milagro.¿Creo que me entiendes?
_Creo que sí. Pero no confundas una cosa con otra.
_Está bien, pero tú sabes…………….
_Entonces es verdad lo que yo dije en son de broma. Tú eres un santo, y los santos no fornican.
_Bueno, no fornican, pero si se casan…………conozco algunos santos casados. Es que yo no……_no supe que responderle. Me quedé pensativo. Extasiado. Ella habló por mí.
_Es que tú no puedes fornicar, ni tampoco casarte conmigo.
_No. No es eso. Es que mira………….._ volví a quedarme callado. Esta vez ella se llenó de prejuicios.
_Es que yo soy una chica mucho menor que tú. No me conoces muy bien. Además interrumpiría tu futura carrera de actor. Soy coja. A ti te gusta una mujer sana. Soy gorda. Tú deseas un cuerpo escultural. Soy pobre y sin profesión alguna. Tú eres famoso y con proyección a estar mejor económicamente. Yo no le tengo rencor al viejito dictador que murió. Ese abuelo para ti te amargó la vida. Tú eres muy creyente , y para mí, Dios o la religión no tiene mucha importancia en mi vida. La sigues queriendo a Ángela Patricia y yo ya me olvidé de mi primer enamorado. Y el colmo: Tú eres peruano y yo soy chilena.
_Disculpe, Señor Presidente y todos los presentes: damas y colegas míos, quiero darles a conocer algo que es necesario saber por respeto al estado, a nuestra heroica milicia y a la moral de la nación. El coronel Leoncio Prado es hijo natural, no legítimo, del expresidente coronel Mariano Ignacio Prado. Es hijo de una amante. No de la esposa oficial del matrimonio.
Un"¡Oh oh oh oh oh oh!" se escuchó por toda la sala de la condecoración.Siendo las esposas de los militares las más asombradas. En esa época era un escándalo tener hijos fuera del matrimonio o más claro , ser hijo de una amante.El joven coronel no soportó la vergüenza, sacó su revólver y se suicidó de un balazo en la sien.
Se escucharon los aplausos. La obra teatral había terminado. Bajaron el telón. Subieron el telón. Pero Miguel Ángel, que había representado a Leoncio Prado, no se levantó del tabladillo para el saludo de agradecimiento. Yacía tirado en medio de un charco de sangre. El director subió al escenario. Tocó su yugular. Gritó aterradamente:" ¡Miguel Ángel está muerto! ¡Lo han asesinado!"
Lo que sucedió fue, que uno de los asistentes de la sala teatral fue sobornado por un amigo marinero que tenía, víctima de las torturas militares de Diaz Christopherson en la base naval del Callao, para ponerle balas reales en el tambor del revólver. Hacía tiempo que el joven infante de marina le seguía los pasos a su compatriota para vengarse. El asistente que se presentó al teatro limeño, en busca de trabajo, tenía documentos falsos. Nunca lo encontró la policía.
Era el Primero de Noviembre, Día de Todos los Santos y Víspera de los Santos Difuntos. El Pasaje de Santo Cristo que divide a los cementerios Presbítero Maestro y El Ángel, es animado por la típica festividad de los muertos. El estelar de la noche es la presentación musical del grupo de "Los Liberados". El cantante principal, antes de iniciar la actuación, tomó la palabra: "Quiero dedicar esta canción a mi gran amigo y maestro, Miguel Ángel Díaz Christhoperson, que en este momento me está escuchando desde el cielo. A él lo están amando en la eternidad. Nunca me voy a olvidar de lo alegres que estuvimos en el último Pisco Sour que nos tomamos".
El intérprete elevó una copa de Pisco Sour, que tenía sobre la batería." A tu salud maestro. Por tu gloria hago este brindis. Salud amigo mío". Después de brindar, entregó la copa a un miembro de su elenco y cogió su guitarra." Por eso voy a cantar este tema que relata toda la historia de su vida. ¡Con ustedes muchachos……ahí voy……….El Último Pisco Sour!".
Dedico esta obra a mi Padre Jorge. Augusto
como su nombre.
Autor:
Nelson Nataniel Cornejo Jones.
"El Neko"
EL CAPITÁN PROFESOR
EDICIONES OSIRIS
EL ÚLTIMO PISCO SOUR.
Madrid-España, julio de 2012.
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ISBN:978-84-96226-86-7
ISBN:978-030-64-0615-7
El Capitán Profesor(2,012).
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